Historietista iniciado en los tebeos de la inmediata posguerra, que se especializó en el humor alcanzando cotas de genialidad en este género. Creó series en algunas revistas humorísticas fundamentales (Leyendas infantiles, Chicos, Chispa, Nicolás, Yumbo, El Coyote, Mortadelo, Bravo, Gran Pulgarcito…), alcanzando la maestría en el gag dinámico e inteligente, asequible al niño y atractivo para el adulto. Autor nunca exento de tono crítico, también realizó tiras y páginas de humor a través de agencia que se publicaron en revistas y diarios, demostrando en ellas una especial pasión por el género de terror.
Nacido en Vilanova i La Geltrú en 1922, Alfons Figueras i Fontanals, hijo y nieto de republicanos (él afirmaba que su bisabuelo había sido Estanislao Figueras, que presidió la I República en 1873), firmó sus obras durante un cuarto de siglo (desde los primeros cuarenta hasta los finales sesenta) como Alfonso Figueras. Amó el papel desde niño, pues su padre poseía revistas sudamericanas, prensa satírica y tebeos españoles, y el medio le atrajo a temprana edad. Muerto su hermano durante la guerra civil y con su padre enfermo, se mudó con su familia a Barcelona tras el final de conflicto y siendo todavía adolescente, donde se empleó como “chico para todo” en los talleres de El Gato Negro. Comenzó en el oficio como rotulista, ayudante de imprenta y como participante en obras ajenas (según él, ayudando a Serra Massana). Quiso hacer historieta realista y realizó algunos trabajos en este estilo, que se publicaron con su firma en la Gran colección de aventuras gráficas (series Jaime Bazán, César el Hombre Relámpago, Gulliver, todas en 1940, para el sello Marco tras el rechazo de Hispano Americana), pero, aparte de alguna intervención puntual (El mundo subterráneo, en 1945, para el editor Álvaro Pérez), o los calcos que preparó de Tarzan, Flash Gorgon o Terry and the Pirates junto a Iranzo y otros dibujantes para el sello Hispano Americana, Alfons se dedicó casi plenamente a hacer historieta humorística.
La historieta de humor la practicó desde sus inicios. Figueras ha declarado que desde 1940, o antes, venía haciendo historietas basadas en personajes como Charles Chaplin o Buster Keaton, o el mismo monstruo Frankenstein -todas, inéditas, hasta donde sabemos-, lo cual fue producto de sus pasiones: la literatura, el cine y el dibujo. Devoraba libros de todo género, pero mostrando una especial fascinación por la literatura pulp, y fue un cinéfilo consumado, sobre todo del cine fantástico de Universal Pictures y el que llegaba de Hollywood a España a partir de los años treinta. El cine no sólo sirvió de fuente de inspiración para Figueras, también fue un negocio en el que se introdujo. Muy interesado por la animación, se puso a las órdenes de Salvador Mestres, con quien venía colaborando en la ilustración de historietas para los editores Bruguera (como Pinocho, Caperucita Encarnada, etc.), para trabajar como animador en la productora Hispano Graphic Films propiedad de Jaime Baguñà (algunos títulos de entonces en los que pudo participar fueron: El perro de carreras, La luz encantada, No es tan fiero el león). También se dedicó Figueras a la animación publicitaria para la productora Chamartín, junto con el también historietista Escobar. Tristemente, a mediados de los cuarenta, la mala calidad de los materiales, y la carestía en general de esta pequeña industria, sumado todo ello a la coyuntura política, daría al traste con todos los proyectos e ilusiones depositados por el autor en el cine.
El cine también se transparentó en sus historietas. Lo atisbamos en sus primeros trabajos humorísticos publicados en Leyendas infantiles a partir de 1944, breves historietas protagonizadas por Pepe Sansón, Jaimito, Julio el operador o Don Bolondro. En todas estas obras (salvo por Kaor, un héroe de acción), Figueras demostraba ya atracción por el slapstick, el humor disparatado característico del cine mudo. De hecho, en esta revista de Hispano Americana logró disponer el dibujante de una sección propia bajo el título Cinematografía (1945), un cartucho en la que hilaba historietas, viñetas humorísticas o chistes escritos con el cine como origen de ideas y argumentos.
Comprobada su calidad, los editores de la revista Chicos reclamaron los servicios de Figueras desde Madrid. Figueras siguió dando rienda suelta a este cariño por lo cinematográfico en sus entregas para esta publicación, que siempre realizó desde Barcelona, combinándolo con las influencias de la novela popular y la fantasía, sus otras aficiones. No debe extrañarnos, pues, que sus siguientes series de mediados de los años cuarenta trataran sobre fantasmas, detectives oscuros o magos: el fantástico Mysto (en Chicos y en Cuqui), el justiciero enmascarado Mr. Radar (en El Coyote), Filmo (en Chicos), el despistado fantasma Mefisto (en Chispa y en Chicos), el mago Diavolo Tallerini (en Chispa, continuado por Ayné y cuyos pases recuperaría Figueras mucho más tarde en las tiras mudas de otro mago, Paverotti).
A esta altura, Figueras había logrado modular su línea y sus viñetas mostraban una gran limpieza, sin restar un ápice a agilidad a sus monos, muchos de ellos desenvueltos clowns extraídos del cine mudo o de la antología del disparate, y cada vez más campechanos. Alfons fue prolífico en la creación de series, algunas realmente cortas, en los años finales de la década de los cuarenta: para Chispa creó Koruko, y Óscar; a El Coyote destinó El Hombre Eléctrico; para KKO hizo Napulión Chiquito; en la cabecera Historietas aparecieron Capitán Kidd, la parodia superheroica Sopera-Man, Pistolini Lupo, Inocencio Pifa, y César y Cleopatro; en Nicolás, Bombo; en Chicos, Pupo el payaso; en Cubilete, Disko y Sisco, y Poky, y Tonty; Gorila Circus fue creado para Chicos, al igual que el director de circo Gummo o la de vaqueros El Sheriff Martínez; todos ellos antes de 1950 y todos en una época en la que parecía muy atraído por los ámbitos circenses y por personajes calados con una especial ingenuidad y blancura filtrada a través del nonsense.
Figueras alcanzó su maduración creativa en los años cincuenta, cuando fueron palmarios tanto su dominio de la gesticulación y expresión en cada personaje, como el control de la narratividad en relación a la secuencia –siempre muy cinematográfica, a su tenor- en la página o la doble página, puesto que el autor reconocía que siempre quedaba deseoso de alargar el gag, de agrandar el relato. En este periodo continuó haciendo secciones para Chicos (¡Qué cosas!, Lo que dice Mister Bull, Algo curioso), también incorpora nuevas series a Cubilete (Rubin Ruud) a Búfalo (la niña Quiteria) o a Pocholo (mr. Mosifón), pero sus grandes creaciones de por entonces están relacionadas con la parodia de clásicos del horror, del suspense o del cine mudo. En 1950 creó a Mr. Hyde, una parodia del personaje de Stevenson que se presentó en el efímero tebeo Búfalo y que en los setenta rescataría para una revista sobre cine de horror y para el diario Avui. Al año siguiente surgió la parodia detectivesca Hércules Puput en la deliciosa revista Nicolás, en la cual también hizo su aparición Loony, una mezcla de parodias de cine mudo, bélico y de cómics americanos que resultó fructífera porque pasó a otra revista, el Paseo Infantil, la llegaría a dibujar otro autor y, también, le sirvió de molde para futuros personajes. Y en 1952, ¡Qué guerra!, una serie de absurdos episodios bélicos que, pese a su ingenuidad, constituía una crítica inteligentemente armada contra el militarismo.
Para Nicolás, Figueras aportó un elenco de personajes muy bien definidos, atractivos, divertidos y que permitieron ver que este autor no sólo era capaz de urdir un argumentos inteligibles y efectivos, también generaba una emoción particular y un suspense que atraía al adulto. Entre los años 1952 y 1954 dibujó para Nicolás las series (aparte de las citadas): Dedalito, Patoflor, Don Marqués y Bomberín, El profesor Truko, Gummo Kidd, El Gordito Atómico, el torero Otto, Panchito, Don Demetrio y el deporte, el faquir Kalamar Kartón y ¡Qué tren! (continuación de ¡Qué guerra!), más algunas secciones realmente ingeniosas que no pasaron desapercibidas a los lectores de entonces, como las dedicadas a “Los inventos”, la titulada “¡A lo loco…!”, o la colectiva “Ríase conmigo”.
Durante los años cincuenta, aparte de algunas colaboraciones fuera de su registro (como la niñita Laurita para la revista Florita o la serie Feliz y esposa para El gorrión), Figueras demostró sus dotes como humorista en las revistas Aventurero (Don Merlín, Simplicio, y en la sección “Cine”), Chicos de nuevo (Paupinadas, Robín López), Paseo infantil (donde continuó con ¡Qué guerra!, y creó Cinelocura, una serie que luego explotaría en Bruguera con especial acierto bajo el título Cine Locuras), y en Yumbo. Para este tebeo del sello Clíper ideó Figueras otro puñado de simpáticos personajes: Pepito el pájaro rayo, El rey Bobito, Pipo y Teka, Pancho Colate, en un descenso paulatino de encargos de historietas por causa de la grave crisis en la que entró la industria de los tebeos en los cincuenta.
Figueras barajó otras opciones profesionales en este periodo. Gracias a su relación de amistad con Puigmiquel y visto el panorama profesional en España, se trasladó con su familia a Caracas en 1956 al llamado de su amigo dibujante, que había montado en Venezuela una productora dedicada a la animación publicitaria, presuntamente denominada Lyon-Caracas Films. Juntos elaboraron cientos de cortos animados publicitarios y alguna película (Venezuela vista por los niños), y dibujaron tiras humorísticas para una revista de la compañía Shell, así titulada, y otras obras de las que no tenemos conocimiento en España. Lamentablemente, la situación política se enrareció en Venezuela y en 1963 Figueras, tras tener allí a su hijo, dibujar mucho, y escribir algunos cuentos y novelas que nunca se editaron (como la por él recordada Burbujas fantasmales), regresó a España. Volvió con Puigmiquel y con intención de seguir trabajando en los dibujos animados, para lo cual se sumó a la empresa que Puigmiquel fundó aquel año en Barcelona: Estudios Cormorán. Figueras realizó en este estudio cortos publicitarios, a veces de animación, durante algún tiempo. También se le conoce un trabajo de animador para los Estudios Macián, a mediados de los sesenta, en la película El mago de los sueños.
Figueras ha declarado que, a través de Macián, como agencia, elaboró una tira paródica del género policíaco destinada al mercado americano, The Keystone Kops, pero jamás se ha podido ver publicada. Por aquella época, las únicas tiras que realmente se publicaron del autor fueron las de historieta aparecidas en publicaciones de Ediciones TBO en los primeros años sesenta. A partir aquí, Figueras comenzó un periodo ligado a la agencia Creaciones Editoriales, filial de Bruguera, desde la cual hizo historietas de toda índole: para el público femenino (Nuestra tía Enriqueta, en Sissi), de ciencia ficción paródica (La Familia Roby, en Can Can desde 1964, luego Roby en Gran Pulgarcito; y también MARTEínez, que se vió en Tío Vivo), de su eterno ciudadano estólido (Gaspar, en Can Can en 1964, luego en Din Dan), y de héroes de medio pelo (El caballero Topito, en Tío Vivo, El “Chipirón” y su tripulación, en Tele Color y en Gran Pulgarcito, Harry Kawallo, en Din Dan, ya en 1970). Su calidad como autor estaba fuera de toda duda, pero desde luego sus propuestas contrastaban con el resto de las servidas por la llamada Escuela Bruguera, porque Figueras no era un cronista del costumbrismo de la posguerra, ni un productor de gags simplones; sin embargo poseía un talento inexcusable para inyectar dinamismo a sus monos y de contagiar entusiasmo a quien se internaba en sus viñetas pobladas de urbanitas desorientados por campos, campiñas y bosques (escenario elegido por él debido a sus posibilidades narrativas y que llegó a constituirse en un personaje más de su obra en este periodo).
Sus creaciones más importantes de esta época llegan a final de los sesenta, con tres series humorísticas de excepción que lo colocaron en el podio de los historietistas españoles más geniales: la de los científicos locos nacidos en 1967 Aspirino y Colodión (en El Capitán Trueno Extra, luego en DDT), la de 1968 titulada Topolino, el último héroe (en Bravo, luego en Gran Pulgarcito y en Super Mortadelo, también bajo el título originalmente propuesto Melitón) y la de 1969 Cine Locuras: la explosión del absurdo y el volcado de todo su amor por el cine, que se estrenó en Din Dan y continuó en Gran Pulgarcito. En estas tres series Figueras dio su do de pecho como creador, haciendo comulgar cinética con inteligencia en unos gags aparentemente absurdos con los que él supo conquistar el corazón de los lectores de estos tebeos, en busca de la carcajada corta, pero que también calaba entre los lectores capaces de ver el matiz, en incluso entre los que atisbaron en estas viñetas el eco de autores como George Herriman, que todos hemos deducido pero que él jamás reconoció. Este mismo esquema, el del slapstick del humor absurdo, algo menos reconocido porque el volumen de su obra fue inferior, lo ensayó el autor en su serie de 1976 Don Terrible Buñuelos, publicada en Mortadelo, donde la relación amor-odio fomentada entre Don Terrible y su perseguidor policía resultaba tan divertida como trepidante a la par que absurda, cápsulas de genialidad que el maestro no podía extender más allá de las cuatro páginas. Algunos lectores de estas historietas, se intuye, fueron incapaces de comprender la gran calidad de Figueras como creador de argumentos originales y su dominio absoluto del movimiento y de la articulación del relato, velado el conjunto por viñetas silentes (nada usuales en los tebeos infantiles) y, sobre todo, cierto aire entre anticuado y transgresor que el autor se obstinaba por mantener puesto que se declaró detractor de toda la historieta moderna, por sentirse incapaz de leer historietas francesas o de autores posteriores a los de su generación; él siempre fue admirador de los antiguos cómics de los años treinta y cuarenta.
En esta época de efervescencia cultural y de un mayor reconocimiento del medio, Figueras también aportó textos sobre novela popular y cómic en distintas publicaciones, entre ellas Nueva Dimensión o Bang! (luego, puntualmente, en Tótem), e intentó la aventura de dibujar tiras diarias humorísticas para la prensa, un formato diferente en el que se introdujo a mediados de los sesenta. De entonces data la tira muda La Familia Capicúa, publicada en El Correo Catalán. Continuó con el personaje Don Plácido, creado en 1970 y publicado a través de UNISA en La Vanguardia Española (un tipo parecido al que utilizó en muchas historietas, casi un alter ego, que obtuvo una antología en 1973 por Euredit preparada y prologada por Antonio Martín), y también al destinado a las páginas de Avui en 1976, El bon Jan (hubo recopilación en álbum, en 1981). Pero ninguna de sus tiras alcanzó gran longevidad ni fueron conocidas por el gran público, con la salvedad de Mr, Hyde, que también se ofreció en las páginas de Avui. Toda su trayectoria como dibujante de humor, desde Don Bolondro en Leyendas infantiles a sus mudos y aturdidos señores de clase media, estuvo orientada a mostrar a un individuo aparentemente al margen de lo extraordinario (como lo era Topolino) que tropieza con lo sorprendente o resuelve las situaciones con una ligera flema, sin pestañear ante el acoso de la autoridad y a remolque de las circunstancias. Sus últimos personajes de este tipo fueron: El Senyor Canons, que Figueras creó para la efímera revista Jordi en 1987, o Fortunato, otra tira que hizo el año siguiente para el TBO del sello B.
Por lo que Figueras sí ha sido muy recordado, al menos por una parte de la afición a los tebeos, fue por su comicidad cruel, en este caso beneficiada por ese aire “retro” que pudo constituir una tara en las historietas que dirigió a los niños: la que depositó en sus parodias de los mitos del género fantástico. El dibujante había parodiado a seres fantasiosos como los superhéroes (SuperManolo para Mata Ratos en 1968, o Mini Man, el hombre de acero inoxidable para Terror Fantastic en 1973), pero donde alcanzó la perfección en la parodia fue con su tratamiento del humor negro basado en personajes del horror clásico, muy negro pero estupendamente hilado hasta el punto de que algún estudiosos ha definido aquella labor como “terror de humor”. Casi todos los productos de este tipo fueron también mudos y los realizó Figueras a través de agencia para destinarlos tanto a España como al extranjero. Esta criaturas gozaron de cierto seguimiento y aplauso durante los finales sesenta y los años setenta: en 1968, Franciskostein para Mata Ratos, al año siguiente Skecht to Shock para Dossier Negro (que recogió Toutain en un álbum en 1973), Drácula para la Drácula de Buru Lan en 1971, Doctor Mortis para Vampus el mismo año, las llamadas Nuevas Narraciones Extraordinarias en Rufus, en 1976, la sección Cine Horror para la última época de Can Can, en 1978, y al año siguiente las afamadas Estampas malignas que se publicaron en las contraportadas de Dossier negro, que eran una ilustraciones basculantes entre el humor gráfico más tenebroso y la estampa de horror más agudo, nada risueña.
Figueras dejó de entregar historietas a Bruguera y sus filiales en 1980, y entró en una década en la que trabajó en tiras de prensa e intentó una breve aventura editorial. Esta consistió en la formación del CATE (Centro Autónomo de Trabajos Editoriales), junto con Miguel Badía Company, para reeditar novelas ya publicadas por Molino de los popularmente conocidos como Hombres Audaces, un intento editorial que no prosperó (1981-1983) y en el que Figueras nunca se acreditó. Por lo que respecta a la historieta, hubo algunos intentos de rescate de su obra desde la nostalgia (un número de Autores españoles de Revival Comics en 1981), desde la prensa en El Noticiero Universal en 1983, desde ediciones B con algún álbum o en el TBO, y en un libro monográfico editado por Albert Mestres bajo la etiqueta Classic Comics. Pero en conjunto, tu obra quedó soslayada, perdida, no continuada y escasamente analizada (salvo por teóricos como Martín o Vázquez de Parga), hasta que se le otorgó el reconocimiento a toda una carrera con un premio del Saló del Còmic de Barcelona, en 1988. En 2002, sus compañeros de profesión le otorgaron el Premi Internacional d’Humor Gat Perich (de honor) en reconocimiento a su tesón, por haber mantenido una tira cómica diaria más de 25 años (y su personaje Mr. Hyde permaneció en Avui hasta 2006).
Al amor de estos galardones pudo haberse gestado la idea del rescate de sus obras más relevantes, pero no se hizo esfuerzo alguno hasta que en 2006 el sello Astiberri lanzó un recopilatorio de historietas de la serie Topolino. Dos años después, el sello gallego El Patito editó dos antologías humorísticas de sus parodias de horror: Doctor Mortis y Estampas Malignas. Quedan por recobrar miles de historietas, y eso pese a que él estaba interesado en esa recuperación, dispuesto siempre a revisar materiales y preparar nuevas ediciones.
Figueras falleció en 2009. Fue un gran coleccionista de cómics antiguos, hombre afable, sencillo y humilde. Después de más de sesenta años de dedicarse a dibujar historietas aún afirmaba: "Soy un aficionado que dibuja porque le gusta la historieta".
15-X-1922 · Vilanova i la Geltrú · Barcelona · Cataluña · 
