POPULARIZACIÓN VS.
INTELECTUALIZACIÓN
Pero estas tensiones
no fueron rupturas, salvo contadas excepciones. Porque si bien el cambio
historietístico se iniciará en los sesenta es recién en la década del
setenta y ochenta cuando la experimentación narrativa y gráfica alcanza
su momento de mayor esplendor.
El “problema” es que las investigaciones de los ochenta al rehusar los
procedimientos y esquemas de la historieta que les precedió, al componer
otras miradas y descomponer coordenadas anteriores: dejaron fuera algo
más que “la vieja escuela”.
El proceso de
afianzamiento artístico irá acompañado de una gradual pérdida de alcance
social acentuándose fuertemente hacia finales de los ochenta
Las revistas que surgen en esta etapa de la nueva historieta (así como
los nuevos autores que profundizan los giros estilísticos producidos por
sus maestros) no alcanzan a sensibilizar a los públicos masivos. Se
produce una caída del género fantástico y de aventuras y prevalecen las
obras “realistas” por un lado y las de corte “artístico” por otro. La
moda de la verosimilitud deslumbra a los editores y exigen cuidadosos
tratados del dibujo y una mayor calidad narrativa
Se dio una situación
curiosa: la editorial más tradicional y masiva del mercado también se
sumó a la experimentación que afrontó Editorial La Urraca.
Sorpresivamente, fue editorial Columba, la que ininterrumpidamente se
sostuvo en el mercado durante casi ochenta años,
la que con su aggiornamiento sobresaltó al lector que hallaba en sus
formas convencionales una cierta “educación sentimental”. Un guionista
de la editorial recuerda ese cambio:
«De repente, de un
día para otro, se efectuó una apertura a la experimentación, se
contrataron grandes nombres y se pagaron fortunas, se republicaron
trabajos de otros lados, se habló de drogas y hubo sexo explícito.
Los
tradicionales lectores del producto Columba, que eran miles, que
recibían mes a mes una “dosis” siempre segura de aventura se
encontraron con un ejemplar satinado y colorido, con todo el aparato
de la vanguardia: grandes escorzos, personajes oscurísimos, escenarios
alienígenos, saltos de continuidad, guiones crípticos, escenas
fuertes, lenguaje explícito: todo lo que era “normal” para una
historieta de vanguardia europea, pero que el gran público argentino
no había conocido aún. Miles, miles de lectores huyeron despavoridos
(...) cuando
las ventas cayeron estrepitosamente, eligieron la siguiente peor
estrategia: volver al estilo antiguo. Pero el público perdido ya no
creía en ellos y no quería más sorpresas.»
Como conclusión, en
noviembre de 1994 los editores dieron la fatídica noticia: «por tres
meses no vamos a comprar más nada». Esos tres meses fueron para siempre.
Tras ese drástico cambio lo que viene es una triste historia: una
imprenta que se hace cargo de las republicaciones, decenas de autores en
la calle, lectores desanimados y el cierre final en el 2000.
Puede
aventurarse la hipótesis de que, además de la caída económica y la
reducción de los tiempos de ocio, que sufren los sectores populares en
el nuevo escenario histórico, jugarán en esta retracción de la lectura
otros factores para tener en cuenta. Las eclécticas y abundantes
influencias de la industria cultural marcan las producciones de los
nuevos historietistas. Profundos mestizajes cuestionaron las estructuras
convencionales del lenguaje. Y puede estimarse que los lectores de la
historieta tradicional no comulgaron con la imprevisibilidad de los
relatos y la sofisticación de los géneros canónicos.
Desde
las primeras rupturas de género y cuestionamiento formal del lenguaje en
la década del sesenta, podemos rastrear una creciente tensión entre la
popularización de la narrativa y la intelectualización y / o
legitimación de la misma. Precisamente, esta dicotomía produjo estragos.
Mientras la vanguardia se adelanta a las estructuras del sentir
de una época (y en su experimentación y praxis ensancha su abismo con el
gran público) la historieta, inmersa en la cultura de masas, nos permite
pensar en el valor diferencial de ciertas producciones de la industria
cultural. La historieta nacional a partir de un determinado momento
histórico cristaliza bajo la forma de una negociación constante entre la
producción industrial masiva y las prácticas relativamente autónomas que
supone el trabajo de tipo artesanal. Es decir: se transformó la
organización interna del campo a partir de que la producción de
historietas trazó un mapa en el que rutinas de producción serializada se
cruzaron con prácticas artísticas autónomas.
Por qué no provocaron la adhesión popular
las nuevas investigaciones de los autores que comenzaban a hacer de su
oficio “un arte posible” y de sus productos “obras”, es un tema que
excede la intención de estas páginas. No obstante se puede aventurar que
para aquellos lectores de revistas tradicionales no resultó asimilable
el cambio de sus horizontes de expectativas. Para estos lectores, la
narrativa sí tenía sus límites. La indagación plástica y la introducción
de notorios matices en los relatos, marcados por toda una tradición
afianzada en el conflicto esquemático y en el carácter estereotipado de
los personajes, no brindó resquicios para la convivencia “amable” de lo
residual y emergente. De pronto, lo nuevo desplazó prepotentemente las
cándidas aventuras e historias que proporcionaban evasión, información,
entretenimiento, catarsis, mecanismos compensatorios, capacidad crítica,
distensión, goce y ocio entre otras destrezas. No se trata de hacer una
celebración populista del registro de lo popular pero sí de reubicar la
experiencia en el contexto social y global en el que tuvo vigencia. En
esa operación, se observa que las estrategias de los editores y de los
autores de cambiar las “reglas del juego” a través de la estetización y
complejización de la narrativa, no tuvieron en cuenta el gusto de los
compradores de sus revistas. Un gusto que, además de demandar placer
hacía presente lo hegemónico en lo popular y permitía dar cuenta de las
relaciones de poder inscriptas en las prácticas del consumo.
Tras el cierre en
diciembre de 1992 de la revista Fierro, los autores tuvieron
dos caminos posibles: o encontrar nuevos canales de expresión
fuera del medio (la especialización en artes afines como el cine, la
ilustración, el diseño gráfico, etcétera) o generar los mecanismos
necesarios para la venta de sus trabajos en el exterior. Este último
caso es el que gobierna la situación laboral de todos los historietistas
profesionales en la actualidad. Si bien la exportación de historietas
tiene en la Argentina una tradición de larga data, marcada por la
alternancia en la producción personal de los autores así como por la
adaptabilidad de las obras a revistas de factura nacional y extranjera,
podríamos situar el año 1992, cierre de la revista Fierro, como
el año que produjo un quiebre decisivo en el modo de trabajo de los
guionistas y dibujantes, al ver truncada la última posibilidad de una
supervivencia de la narrativa
nacional. Finalmente, sería cuestión de tiempo para que toda la
producción narrativa de los autores argentinos se convirtieran en
lujosas (y bien pagadas) ediciones de exportación.
Pese a todos los
intentos, hacia finales de la década los proyectos editoriales
evidenciarán los síntomas de una crisis de la que no se repondrán en la
década siguiente. Tanto la corriente de producción de “Historieta de
Aventuras”, como la luego denominada “Nueva Historieta Argentina”,
que produjeron en el campo enfrentamientos de orden estilístico e
ideológico, no escaparon a las transformaciones de la industria
cultural, la segmentación de los mercados y las nuevas prácticas de
entretenimiento posibilitadas por las nuevas tecnologías.
Las
experimentaciones propias de espacios como el Subtemento Oxido
(1984-1992) tuvieron, avanzada la década, su manifestación más evidente
en los denominados fanzines: Comiqueando, Suélteme!, Oxido de
Fierro, Lápiz Japonés, entre otras publicaciones.
«Entre 1997 y 1998
cientos de revistas independientes y fanzines surgían en todo el país.
En el concierto de razones, son tal vez las más destacables los bajos
costos de imprenta a los que se podía acceder gracias a la
convertibilidad, la llegada de las nuevas tecnologías al público en
general, el uso ilegal de software tomado como una práctica
completamente habitual y a la ya mentada desaparición de una industria
formal. Todo tipo de revistas y fanzines, con todo tipo de ambiciones
y objetivos, aparecían en las comiquerías, en los eventos, en la feria
de libros del Parque Rivadavia»
Si bien el análisis
de este tipo de producción editorial excede la intención de este ensayo,
cabe considerar que el fanzine, aún dentro de su precariedad
gráfica, su irregularidad y su dificultad de ubicación fuera del
circuito de aficionados y coleccionistas, posee la capacidad de fundar
identidades asociativas y elaborar contenidos que en ciertas
producciones pueden albergar creaciones paraculturales, (Rivera, 1992)
Asimismo la práctica
de la autoedición (característica constitutiva de un fanzine)
responde a un tipo de producción tentativa de alternatividad que
representa por lo menos una iniciativa de diferenciación respecto a las
relaciones de producción dominante.
Subraya un
dibujante que la producción nacional de historietas existe gracias a:
«las revistas "under" que se bancaron estos años duros, durísimos, para
la historieta argentina. Esos guionistas y dibujantes jóvenes,
imprimiendo como pudieron,
fotocopiando con dos monedas y saliendo a vender puerta a puerta, fueron
quienes hicieron la resistencia, el trabajo "de barricada” para imaginar
un futuro sin manga ni superhéroes importados»
LA SEGMENTACIÓN
SILENCIOSA
Esta ha sido la
historia de la historieta de las últimas décadas en la Argentina: una
producción silenciosa (¿y anónima?) dependiente del dinamismo de la
producción internacional y de los -muchas veces- caprichosos gustos de
sus públicos y mercados.
La
prueba está en que la narrativa de la historieta argentina se ha cimentado
teniendo como lector modelo a un lector extranjero
La
concentración de la comercialización de revistas en sectores sociales
medios y altos es una característica del desarrollo del desplazamiento
creciente del consumo hacia capas con mayor capital dinerario. Esta
focalización socioeconómica (en la que juegan un papel fundamental las
empresas anunciantes) ha implicado también una segmentación cultural, en
términos de géneros, temáticas, diseños gráficos, impresión, etcétera.
No es un dato menor el hecho de que la pérdida de capacidad de gasto de
los sectores populares tiene implicancias directas en aspectos sociales
culturales y educativos, en tanto se reduce la práctica de la lectura en
amplios sectores de la población
En el prólogo a su
libro Leyendo Historietas. Estilos y sentidos de un “arte menor,
Oscar Steimberg señala con acierto a propósito del estado general del
campo de la historieta en Argentina en años de su relativo esplendor.
Elijo esta cita extensa, pero por demás ilustrativa:
«Una accidentada pero
ya antigua relación con los centros internacionales de producción
cultural -incluida la periodística y específicamente historietística- ha
confluido en la Argentina con una producción local pero constante, con
picos de creatividad en los que se apoya, desde hace años, la vigencia
mundial de ciertas producciones argentinas del género. La falta de
equipamiento, la censura oficial o privada y la debilidad o torpeza de
las industrias ligadas a los medios operan como trabas de la producción
cinematográfica, discográfica o televisiva tanto como de la producción
historietística; pero en este último caso queda, siempre, una salida
extra para el material sin lectura local. Receptáculos de toda la
cultura de los mass media, pero sin mayores posibilidades de innovación
tecnológica, las historietas y el dibujo de humor pueden elaborarse en
condiciones casi artesanales... y en todo caso, cuando no pueden
aparecer en su lugar de origen, editarse en el exterior» (Steimberg:
1977)
Es por
ello que para
muchos autores cuyo material ya era publicado en otros mercados, la
crisis local sólo significó la pérdida de uno de los destinos posibles.
En cambio, para otros productores sin trayectoria internacional el vacío
de fuertes políticas de fomento y comercialización de sus productos,
aparejó la inmediata imposibilidad de publicación de sus obras.
Actualmente los dibujantes y guionistas se ven ajustados a los patrones
que imponen los mercados productores. A excepción que muestren la
incondicionalidad de sus calidades gráfico expresivas, deben seguir los
cánones de otras escuelas, propiciada por publicaciones, circuitos,
editoriales y consumidores
Es así, que en casi todos los casos, estos “obreros intelectuales”, como
gustaba llamarse a sí mismo el guionista Héctor Oesterheld, se adaptan a
formatos pautados y sistemas convencionales de producción.
En la actualidad,
contamos con una industria inexistente de revistas de historietas. Pero
aunque la lectura de dibujos se ha llamado al silencio resulta útil
reflexionar sobre un medio que, en su contingencia, puede reponer la
trama de un contexto histórico, evidenciar su dimensión en la producción
del sentido social, denunciar críticamente un estado de cosas,
desarrollar una vocación de didáctica popular y claro está: sus límites
para hacer todo eso.
Una última
observación: así como podemos aproximarnos a la producción de
historietas a partir de la metáfora “del silencio editorial” cabe la
posibilidad de pensar en un “otro silencio” todavía más sobrecogedor.
Así como la historieta, constitutivamente, se ha ubicado entre lo
marginal y lo masivo, entre lo popular y artístico, entre la realización
artesanal autónoma y la editorial industrial; también su producción ha
estado signada por la orfandad institucional. Quiero decir, se desprende
del silencio editorial actual otro que es, en algún punto, sorprendente:
el silencio estatal y empresarial. Ninguna ley de protección o mecenazgo
patrimonial, ninguna política de fomento y difusión de la historieta,
ningún subsidio o apoyo a la creación artística, ni premio, ni
categoría, ni nada. En Argentina tenemos Institutos, para casi todas las
artes y manifestaciones culturales. Menos de la historieta. No hay
bibliotecas de historieta, no hay archivo de consulta de historietas, no
hay exposición pública de las obras, no hay reconocimiento a las
trayectorias de sus autores. El Estado, ausente, históricamente. Lo
mismo sucede desde el sector empresarial, y es más inquietante esta
ausencia que la anterior. Las revistas de historietas argentinas
vendieron millones de ejemplares mensuales pero nunca tuvieron espacios
publicitarios, simplemente, porque el sector privado no vio en ellas una
inversión ventajosa. Cuando dejaron de editarse, ningún intrépido
empresario atinó a solventar un proyecto de recuperación de obras
editadas en el exterior ni mucho menos, el capital agudizó su instinto
ventajista para notar que en el nicho de revistas de historietas es
posible (todavía) hacer buenos negocios. Las exitosas revistas editadas
en el país se sostuvieron con emprendimientos de tipo familiar y los
editores de las mismas fueron nada más y nada menos que dibujantes y
aficionados al medio. Muchas veces los negocios editoriales se llevaron
a cabo con gran torpeza, pero de todos modos, las revistas estaban en la
calle. A los historietistas argentinos, claro está, se los lee
ávidamente en el exterior en donde venden sus obras. A ellos les queda
el consuelo de cobrar sus trabajos en moneda extranjera y recibir
premios internacionales. Pero son conscientes de que ningún argentino
puede ya correr por las mañanas al puesto de diarios a comprar su última
aventura. Por eso, los autores nacionales ahora narran en silencio y
acaso se parezcan bastante a esos cuentistas anónimos, que junto a una
fogata, y frente a una multitud expectante, dan rienda suelta a la
mentira para amedrentar el silencio de la noche. Una larga noche, en el
caso de la historieta argentina.
Bibliografía
utilizada:
DE SANTIS, Pablo.
La
historieta en la edad de la razón.
Editorial Paidós. Buenos Aires. 1998
GETINO,
Octavio.
Las
industrias culturales en la Argentina. Dimensión económica y políticas
públicas.
Colihue. Buenos Aires. 1995.
RIVERA, Jorge.
Panorama de la historieta en la Argentina.
Editorial Libros del Quirquincho. Buenos Aires. 1992.
STEIMBERG, Oscar:
Leyendo historietas.
Editorial Nueva Visión. Buenos Aires. 1977.
TRILLO, Carlos y SACCOMANNO, Guillermo: Historia de la historieta
Argentina. Editorial Récord. Buenos Aires. 1980.
NOTAS:
Ricardo Garijo, dibujante. Entrevista realizada en forma personal
para la tesis en curso.
Por ejemplo todas las historietas editadas en Récord eran
destinadas en primera instancia al mercado italiano. A este
fenómeno podemos sumar que casi toda la producción de obras por
autores claves como lo son Carlos Trillo, José Muñoz, Juan Giménez,
Horario Altuna, Carlos Nine, Francisco Solano López, Alberto
Breccia, Domingo Mandrafina, Enrique Alcatena, Eduardo Risso y
muchos otros, ha sido realizada para diferentes países de gran
importación de material argentino (Francia, Estados Unidos,
Italia, España, Inglaterra)
El total de producción mensual estimada de historietas fue en 1991
de menos de 270.000 ejemplares mensuales, frente a 1,3 millones
semanales de 40 años atrás (Getino: 1995)
|