Mort Cinder
apareció
el 20 de julio de 1962, en el número 714 de la revista Misterix,
de la hoy extinta editorial Yago. Su publicación fue por entregas y
en forma discontinua hasta el número 800, del 13 de marzo de 1964. Las
diez historias de la célebre serie fueron escritas y dibujadas por sus
autores en un contexto de dura adversidad económica para ambos. Sin
embargo, las penurias personales que sufrirían y la incipiente caída de
la industria de la historieta argentina (luego de su denominada edad de
oro) no amedrentaron en absoluto el talento de ambos artistas. Entender
las condiciones de producción de un texto puede clarificar mucho acerca
de sus sentidos, y me parece importante destacar este punto: Mort
Cinder nació “a pesar de” sus autores.
El presente artículo no supondrá una descripción de la trayectoria
profesional y artística de Oesterheld y Breccia, tampoco debe esperar el
lector un estudio semiótico y comparativo del estilo gráfico y textual
de ambos.
Hay caminos caprichosos para abordar la reseña crítica de una gran obra.
Y muy probablemente, la autora de estas líneas haya elegido el más
arbitrario de todos ellos.
Quiero aproximarme a Mort Cinder desde una reconstrucción
política e ideológica, buceando en el relato aquellas marcas que
permitan pensar la trama como una urdimbre de significaciones
sociohistóricas y, de esta manera, dar lugar a un nuevo cuerpo textual
para la reflexión crítica. Evidenciados los propósitos de este artículo,
lo invito a la lectura de las siguientes líneas:
El personaje Ezra Winston se pregunta casi retóricamente: “¿Está el
pasado tan muerto como creemos?”. Su interrogante puede leerse en clave
política e ideológica.
Si el pasado está muerto, ¿a quién le importa la historia? y cabe aún
agregar: si el pasado está muerto y el único instante memorable es el
instante presente ¿qué proyecto o modelo de desarrollo pueden pensar las
nuevas generaciones?
Toda secuencia gráfica despliega a través de sus mecanismos de
producción de sentido, la trama de una historicidad. De un cuadro al
siguiente hay relato, por lo tanto, hay historia. Si la historieta es un
lenguaje que tiene como especificidad propia el mecanismo del despliegue
de la historia, Mort Cinder lleva este recurso a su apoteosis
misma.
La célebre obra de la dupla Oesterheld / Breccia no presenta la historia
como una clasificación de hechos y sucesos cronológicos. Por el
contrario: los hechos históricos reconstruidos ficcionalmente a través
del relato de Mort Cinder se erigen en historias desprolijas, sin
cuidado de los devaneos que la Historia (con mayúscula) pudiera sufrir.
Sabemos que la historia social no constituye un movimiento rectilíneo
sino que más bien es un discurrir constante entre las memorias y los
olvidos de un proceso que nunca gira sobre sí mismo. Hasta el hartazgo
podríamos enumerar los movimientos que constituyen un flujo y reflujo
histórico. Y es por esta razón que Mort Cinder opera de igual
manera que la historia misma.
Las memorias en conflicto histórico que el inmortal posee son su única y
potencial riqueza. Con ellas puede dominar el tiempo y el espacio de sus
acciones, pero también, y fundamentalmente, puede interpelar como sujeto
los acontecimientos históricos.
Esto último es la clave fundamental del relato. Mort Cinder a
través de sus narraciones echará luz a la visión del viejo Ezra, el
mensaje tácito de Oesterheld en este punto será: la historia puede ser
intervenida.
De lo que querrá apropiarse el profesor Angus no será tanto de la
memoria del inmortal (utilizando la acción policíaca de los zombis ojos
de plomo) como de la posibilidad de dominar esa memoria y de
reconstruirla desde su propia visión de mundo. Angus quiere conquistar
la mente del otro, para dominar al otro: «te desarrollaré al máximo la
capacidad de ser manejado por otra inteligencia. Seré yo quien pensará
por ti. Tus pensamientos y sensaciones pasarán a mí sin que tú te des
cuenta».
Podría pensarse esta frase del profesor Angus directamente ligada a las
categorías conceptuales marxistas de “falsa conciencia”, “manipulación”,
“dominación” e “imperialismo”. Desde la ideología revolucionaria y
tercermundista de Oesterheld no es un riesgo analítico pensarlo de esta
forma.
El profesor Angus subraya como su principal objetivo «ser el centro de
la vida intelectual de cuantos seres existan». La dominación de las
conciencias de esos seres no la obtendrá únicamente coercitiva y
violentamente (a través de las operaciones macabras en los circuitos
cerebrales de sus víctimas) sino también a través del consenso y la
cooptación: «ni siquiera te darás cuenta».
Lo que está en juego, en última instancia, es la posibilidad de entrar
en conflicto con esas memorias. Los sujetos paralizados por la
omnipresente mente del profesor Angus (los hombres ojos de plomo) “ven”
el mundo que les rodea a través de la reconstrucción y representación
fantasmagórica del profesor. En cambio, Mort Cinder podrá “salirse del
juego” e interpelar la historia con sus actos. En suma: podrá erigir su
memoria y constituirse como hombre libre vinculándose a la praxis. Lo
que también es una forma de alcanzar la inmortalidad.
Una mirada a los
personajes.
Ezra Winston: Hijo y nieto de anticuarios, encarna un personaje de una
sutil complejidad. Si bien por un lado el viejo Winston es un hombre
ordinario y pasivo, ligado fervorosamente al capital de sus objetos
valiosos, por otro lado es el aventurero incansable, que recorre
espiritualmente el tiempo y espacio histórico despojado del universo de
las cosas.
Como el jubilado Luna, de la célebre obra Sherlock Time
(1), el viejo Ezra es
movilizado por un “otro protágonico” (un inmortal en el caso de Mort
Cinder, un viajero del tiempo en el caso de Sherlock Time).
Sin embargo, el verdadero héroe de las dos historias, es el narrador en
primera persona en clave cómplice con el lector. En ambos relatos, los personajes que poseen poderes extraordinarios
invitan a los protagonistas de carne y hueso (los dos ancianos) a
compartir un mundo de aventuras y riesgos. El inmortal y el viajero (la
metáfora de la manipulación del tiempo y del espacio) vendrían a
funcionar en ambas historias, como los alter ego de los ancianos.
Precisamente, no es casual que los dos protagonistas vean transcurrir
sus días de forma rutinaria y monótona hasta que un hecho inverosímil
viene a conmocionar el sopor angustiante de sus existencias.
Mort Cinder: La figura inmortal de Mort Cinder puede recordarnos al
inmortal del cuento de Borges, esa alma en pena que sentencia: «yo he
sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos:
estaré muerto» (2),
pero también a numerosos seres inmortales propios de los géneros
populares, la mitología celta y griega, la narrativa mítica y la
filosofía metafísica. La inmortalidad es un tema recurrente que
atraviesa géneros y épocas. Sin embargo, en Mort Cinder no es el
rasgo distintivo del personaje su inmortalidad, más bien por el
contrario, sus rasgos sobresalientes son humanos y, por lo tanto,
mortales.
La amistad con Ezra, la solidaridad con sus amigos del pasado, su dolor
físico, sus angustias y padecimientos, su carácter sufrido, sus odios y
su sed de venganza, son todos rasgos de carácter terrenal. Mort Cinder
no es un superhéroe. Ni siquiera un héroe. Como el inmortal del cuento
borgiano, Mort Cinder es un personaje que representa al ser humano en
abstracto. No es un hombre, es todos los hombres. Su ser se encarna en
distintos sujetos para, finalmente, no ser nadie y ser todos al mismo
tiempo.
El profesor Angus: El retrato de perfil del terrorífico profesor es, en
verdad, un crudo retrato del aparato ideológico del sistema capitalista.
El objetivo del profesor es la dominación de las conciencias para
conquistar el mundo. Lo interesante del recurso que utiliza Oesterheld
en este caso, es el siguiente: El profesor Angus sabe que para dominar
al mundo, “el mundo intelectual”, afirma, no tiene que apropiarse de los
bienes materiales de sus víctimas, antes bien, de su capital simbólico:
las ideas.
Las visiones de mundo, las memorias, los recuerdos y los olvidos de sus
hombres de plomo (seres humanos devenidos en zombis a su servicio) son
reconfiguradas, readaptadas, desde la cosmovisión del profesor Angus. El
pensará por todos, él hará que los sentimientos y placeres de todos
pasen por sus reglas y directrices. Este es el secreto y lema del
maquiavélico profesor: continúen con sus vidas, pero sin saber que les
son ajenas. Finalmente, Mort Cinder malogrará los planes de Angus,
volcando todo su talento de científico investigador al estudio de los
colibríes. En otras palabras, las conciencias manipuladas, saldrán
victoriosas y el monstruo “pluricerebral” perecerá en sus intentos.
Ciudad sin tiempo ni
espacio.
Como El Eternauta y Sherlock Time, Mort Cinder puede viajar en el tiempo
y en el espacio. El espacio referencial de la narración es una Londres
lovecraftiana, con climas góticos, imágenes brumosas y recovecos por
doquier. Una ciudad propia de Conan Doyle, en donde el tiempo y el
espacio siempre son circunspectos: el reloj, la cita, la tienda de
antigüedades, los objetos valiosos y queridos, la bruma que invita al
refugio hogareño, los tiempos rígidos de la ceremonia y el encuentro.
Sin embargo, algo viene a romper con ese clima londinense de buenas
maneras sociales y planificación urbanística: la posibilidad de
sumergirse en la aventura desordenada y a veces bizarra de la ficción
narrativa. Esta posibilidad abierta para Ezra va a trastocar de forma implacable su
razón ordenadora. A cambio obtendrá el caos de ciudades / signos,
objetos misteriosos, lugares y mapas históricos sin tiempo ni espacio
cronológico, hombres y mujeres vistos especularmente a través de la
narración de Mort Cinder.
Una vez que el testigo de todos los tiempos lo llama puntualmente a la
cita, Ezra dejará de vivir en Londres para habitar, en palabras de Marc
Auge, un “no-lugar”. Ese no lugar es y no es Inglaterra; la operación se
construye de forma sintomática. La ciudad de Ezra es excepcional y al
mismo tiempo no tiene una particularidad propia. Es como todas las
ciudades: espacios sensibles y materiales de un sueño fundante.
Ezra, puede salir de ese orden sígnico aparente y trasladarse por una
ciudad distinta. Sin embargo, Ezra nunca entra o sale de Chelsea. Aquí
está el maravilloso recurso al que apelan Oesterheld y Breccia: plasmar
una ciudad imposible. Esa ciudad es un no lugar. Un no tiempo. Un no espacio. Ningún habitante
de Chelsea sabe quiénes son los ojos de plomo ni temen cruzarse por las
calles con el profesor Angus. Nadie sospecha que el asesino Mort Cinder
“ha resucitado” de su tumba para hacer justicia. La ciudad inglesa
continúa con sus rituales diarios, mientras que un hombre común y
corriente ficcionaliza su trama urbana. El escenario es apenas un ícono,
un significante vacío. Ezra no está en tierras sajonas. Y esa es la
pequeña trampa: los autores se dan el gusto de que Gran Bretaña sea un
decorado para una increíble historia.
Notas:
1. Sherlock Time se publicó por primera vez
en Hora Cero Extra y Hora Cero Semanal entre los años 1958
y 1959. Más adelante, se publicaría también en Europa y, en la década de
los años setenta, la revista argentina Pif Paf la editó en su
edición completa. Editorial Colihue, en el año 1995, editó la obra en la
colección ENEDE por primera vez en formato de libro.
2. Borges, Jorge Luis.
Cuento “El
inmortal” de su libro Ficciones. |