LA RECONVERSIÓN DE LA
HISTORIETA
Precisamente, el interés por el “Noveno Arte” por parte del campo
artístico y sectores ligados a la alta cultura ya se había puesto de
manifiesto en Europa, fundamentalmente, en una exposición en el Museo
del Louvre. En 1964 se funda en Francia la "Sociedad de Estudios e
Investigaciones de Literaturas Dibujadas" y en 1965 se celebra en
Bordighera (Italia) el Primer Congreso Internacional de Historieta.
Un año después, también en Italia, se lleva a cabo el primero de los hoy
célebres Congresos Internacionales de Lucca y se otorga por primera vez
el consagrado premio Yellow Kid a la producción de cómics.
En
Argentina, entre el 15 de octubre y el 15 de noviembre de 1968, en el
Instituto Di Tella tuvo lugar la Primera Bienal de la Historieta y el
Humor Gráfico. Colaboraron en el evento la Escuela Panamericana de
Arte e intelectuales ligados al Centro de Investigaciones Artísticas del
Instituto. Pese a que los tiempos marcaban la crisis, el acontecimiento
motivó a que más de 30.000 personas concurrieran
a la sala de exposiciones. No todos los que asistieron al evento
eran lectores de historietas. Pero, claro, la historieta interesaba por
otra razón: era un fenómeno cultural y masivo y sobre todas las cosas,
un testimonio social y cultural de la época.
En
palabras de los guionistas Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno:
« (…)
se dice que, cuando en octubre de 1968 la historieta argentina entró
en los amplios y luminosos salones del Instituto Di Tella, en la
Primera Bienal de la Historieta, la historieta argentina estaba
aletargada si no muerta. Los trabajos que allí se exponían
correspondían a una década atrás. Ninguna de las cosas recientes que
colgaban de las paredes decía mucho de sí. En cambio hablaba de
artistas que prometían una trayectoria interesante en el futuro.»
(Trillo y Saccomanno: 1980)
Y
coincide Juan Sasturain al respecto:
«La
llaman “noveno arte” y prenden todas las luces. La descubre la Cultura
con mayúscula, la saca de debajo de la tierra. El Di Tella del 68 en
Argentina no es un reflejo de lo que pasa en el país, no es
culturalmente representativo. Es un reflejo de Europa. La historieta
argentina en el 68 estaba muerta. ¡Lo decía el viejo Breccia! ¡Se
cagaba de hambre! Oesterheld no tenía un mango, laburaba para los
chilenos haciendo una basura porque no tenía trabajo. El fenómeno Di
Tella no era el resultado de la cultura popular masiva en la
Argentina, fue un rescate teórico, un fenómeno especular.»
Es así
como los últimos años de los sesenta no auguran tanto “el fin de la
historieta” como un momento de reconversión de las comunidades
interpretativas que la consumen y un momento de transformación de la
esfera sociopolítica y cultural en el país. Cabe preguntarse entonces
¿porqué la historieta de la edad de oro “muere” hacia finales de los
sesenta?, e interrogarse: ¿qué tipo de historieta surge hacia finales de
los sesenta y a partir de la década de los setenta?
A partir
de los años setenta se transforman las condiciones de producción de
historietas y se vuelve clara una concepción “adulta” de la misma,
varían las estrategias de publicación (esto se hace evidente en las
revistas de Columba), se produce una hibridación ascendente con otros
géneros masivos, está a la orden del día el problema de “lo nacional”,
las complejas relaciones entre las agencias locales y las grandes
editoras internacionales. Son años en los que se intentará abordar un
tipo de historieta “seria”. Es notorio el hecho de que Héctor Oesterheld
es incorporado a Editorial Columba (entre 1970 y 1975) para realizar un
tipo de trabajos que originalmente no tenían cabida en la editorial. Al
mismo tiempo, el cambio de década funcionó como “bisagra” en su
producción de historietas para adultos, con la aparición en 1971 de la
revista Top que albergó entre sus páginas a autores como Néstor
Olivera, Gustavo Trigo, Héctor Oesterheld y Osvaldo Lamborghini.
De la Edad de Oro
apenas quedará la nostalgia de la historieta nacional. Como recuerda el
escritor Pablo de Santis:
« (…) cuando los
que éramos chicos en los sesenta leíamos historietas, la aventura era
algo que siempre ocurría en otro lugar. Y eso era lo bueno: para la
realidad, lo inmediato y el tedio, ya estábamos nosotros. A nadie se
le hubiera ocurrido pedir historietas argentinas (...) De la época
dorada no se hablaba. Eso vino después, fue una mirada retrospectiva.
El pasado es algo que siempre tarda en construirse» (De Santis: 1992).
Con todo, se trataba
sólo de la primera crisis que sufriría el medio y no la más dura. Porque
mientras que, a finales de la Edad de Oro se planteaban años de caída en
las ventas, las editoriales lograron mantener sus títulos en el mercado.
Este es el caso de editorial Columba que subsistió hasta el año 1994 en
el mercado y a partir de allí con reediciones hasta el 2000 inclusive.
La crisis de finales de los sesenta se revertiría paulatinamente hasta
mediados de los setenta, cuando una serie de emprendimientos editoriales
plasmaron los progresos artísticos de sus autores. Este crecimiento se
cristalizó en cifras de venta: mientras que en 1967 el total de
ejemplares vendidos ascendía a 21 millones, en 1974 el volumen de venta
alcanzaba los 45,7 millones de ejemplares (Rivera, 1989). Justamente, el
año 1974 funciona como el inicio de una nueva política para las masas
cuando Editorial Record lanza ese año la revista Skorpio a la que
luego se le sumaron las ediciones de Tit-Bits, Pif Paf y Corto
Maltés, todas publicaciones que albergaron en sus páginas a los
nuevos profesionales de la historieta argentina
Cabe entonces decir que, la editorial Record, desde sus publicaciones,
adoptó una postura revisionista de la historieta producida en la Edad de
Oro, dando un relativo espacio a la incipiente historieta de exploración
gráfica ensanchando la dimensión de lo “aventurable”. Es también en el
74 cuando el matutino Clarín modificó su pauta de contratación de
historietistas para la contratapa, reemplazando las historietas
compradas al exterior por producción íntegramente realizada en el país.
En las nuevas revistas de la década, autores como Carlos Trillo, Juan
Sasturain, Horacio Altuna, Carlos Mandrafina, tuvieron la posibilidad de
trabajar junto a los maestros de la Edad de Oro como Alberto Breccia,
Héctor Oesterheld, Francisco Solano López, entre otros. Un ejemplo
emblemático de estas combinaciones magistrales se refleja
en el trabajo de Trillo y Breccia Un tal Daneri
Dos años antes que
la revista Skorpio surgió la revista Satiricón (1972),
editada por Oscar Blotta y Andrés Cascioli, este último editó en 1974 la
revista Chaupinela. En 1975, también comenzó a editarse la
revista Mengano de editorial Julio Korn y tres años después,
Cascioli editó en 1978 Hum® (o Humor Registrado), revista
de gran repercusión durante la transición a la democracia y que continuó
siendo producida durante más de veinte años.
Con el
régimen dictatorial que impuso el terrorismo de Estado entre el año 1976
y el 83, quedan anulados los espacios de libre oposición y por lo tanto
la producción de historietas presenta escasas obras de carácter crítico
o disruptivo
Sin embargo, lo interesante de estas manifestaciones, es que tuvieron
lugar en publicaciones muy disímiles entre sí y que fueron creadas por
autores con distintas formaciones ideológicas, estilos artísticos y
estrategias de escritura. Es decir, hubo pocos intersticios en la
historieta del período dictatorial, pero los que hubo, pueden
encontrarse en distintos tramos de “lo más masivo a lo menos masivo” del
campo de producción editorial. Una observación que puede hacerse es que
durante esos años se produjo una mayor fuerza de investigación creativa
en la labor de los dibujantes que en la de los guionistas.
Esto ocurrió
posiblemente porque el dibujo habilita el uso de recursos estilísticos
“más encubiertos” que aquellos a los que la palabra tiene acceso.
Finalmente, la experimentación de los guionistas en el terreno del cómic
para adultos, las obras eróticas y los relatos de corte vanguardista se
postergó hasta el último tramo de la dictadura.
En la década de los
ochenta, la historieta de aventuras comparte el mercado con la
historieta más puramente “de autor” que se publicaba en SuperHumor
y El Péndulo, ambas editadas por Ediciones de La Urraca. A
principios de la década, autores como Carlos Trillo ya eran mundialmente
reconocidos por sus trabajos para el exterior. Fue a finales de los
ochenta cuando el mismo Trillo se embarcaba en su única experiencia de
edición, El Globo Editor, sello bajo el cual comenzó a publicar la
célebre revista Puertitas. Otra propuesta de la década es la
revista Cuero (1982), dirigida por el semiólogo Oscar Steimberg,
de la que editaron sólo tres números. Las producciones editoriales
llevadas adelante por los agentes del campo intelectual y artístico
(como es el caso de la revista Cuero o de la revista
Literatura Dibujada (1969) dirigida por Masotta) si bien no lograron
afianzarse a largo plazo ni posicionarse como referentes en los
lectores, resultaron una notable tentativa de cruce entre el campo
artístico, el intelectual y el historietístico.
Pero aunque en los
ochenta la historieta avanzó en direcciones estéticas, temáticas e
ideológicas no transitadas no se logró movilizar a los alicaídos
consumidores de aventuras. La década albergó a la vanguardia estética ya
que fue adoptada tanto por los profesionales legitimados del campo como
por aquellos que incipientemente buscaban afianzarse.
Y fue la revista
Fierro (1984-1992) la que desde su política editorial permitió
plasmar dicha experimentación. La dictadura militar había terminado y
Fierro sería la revista de la transición con un marcado corte
“juvenilista” en su oferta cultural. No es casual que la publicación se
subtitulara historietas para sobrevivientes, ya que buscaba
conjugar un proyecto de recuperación con un proyecto de innovación. Es
cierto también, que el slogan también habilitaba una lectura política e
histórica: «¿Estaban vivos o muertos los lectores de Fierro? Apostamos
–cautelosa y macabramente tal vez- a los sobrevivientes» (Sasturain:
1986).
Un joven dibujante
del staff permanente recuerda:
«Yo
tenía mis proyectos preparados, y quería ver si tenía alguna chance de
mandarlos a algún lado, como Columba, o a lo sumo Récord. Esos eran
los únicos canales viables que tenía. De repente, veo Fierro y digo:
“quiero hacer algo para acá”.
»La
línea política de Fierro era muy libre. Se trataba de buscar lo
novedoso o lo experimental, el lenguaje no tenía pautas. Los dos
juanes (Juan Sasturain y Juan Manuel Lima) tenían una apertura mental
tal que vos entrabas a la redacción y sabías que lo único que tenías
que hacer era expresarte, querían eso, que la maquinaria funcionara
con creación pura. Se me ocurre que estas cosas sólo suceden una vez.
Tiene que pasar mucho tiempo hasta que se vuelva a dar una cosa así.
El hecho de participar de esa fiesta, para mí fue una gloria»
Al mismo
tiempo, la revista interpeló a sus lectores como a una comunidad
interpretativa de intereses
La respuesta del público lector de clase media fue inmediata y la
revista tuvo un rápido afianzamiento editorial. Es importante señalar,
que las políticas de Editorial La Urraca, tendieron a marcar la
diferencia entre el tipo de producción gráfica de las revistas
tradicionales y los tanteos estéticos de la nueva generación
En este sentido, resulta relevante ver, el discurso que en una
publicidad gráfica de septiembre de 1981, sostenía la revista
SuperHumor de Editorial La Urraca:
«¿A usted le gusta
que le digan idiota?. No, no le gusta. Por eso nunca lee revistas de
historietas. Por lo menos, no las lee en público. Sí. Es así: leer
historietas es una actividad vergonzante. Y entonces, el que lo hace
(y somos muchos, vea), lo hace a escondidas. Por eso, porque teníamos
ganas de tener una revista que pudiéramos comentar con los amigos, que
no nos diera calor sacarla en el tren, que se comprara sin necesidad
de tener que esconderla adentro del diario, por eso inventamos
SuperHum®.
Una
revista de historietas sin vergüenza...»
Esta
mirada es la que prevaleció durante los años de transición a la
democracia. Una mirada que parecía sostenerse en el débil equilibro que
sustenta cierto snobismo marcado por la apertura en contraposición a lo
tradicional. El anuncio es una evidente alusión a las revistas de
editorial Columba que entonces se sostenían en el mercado a duras penas.
Pero no sólo fue este el discurso de Editorial La Urraca, si revisamos
los textos producidos años atrás, vemos que también Editorial Récord
buscaba diferenciarse de Columba. Basta un artículo escrito por Alfredo
Scutti, editor de Récord, para dar cuenta de ello:
«
(...) Hablar de uno no queda bien. Pero peor queda la falsa modestia
(...) El proyecto fue mensual y llevó un nombre: Skorpio. En él
nucleamos a los mejores guionistas y los mejores dibujantes,
fusionamos equipos abocados a la creación de historietas de autor y
demostramos, aunque suene grosero, que hacer historietas no es hacer
chorizos. La realidad nos dijo que era cierto, que una inabarcable
masa de lectores estaba sedienta de obras maduras (...) No creemos
haber alcanzado la perfección, ni tampoco pensamos que ya podemos
dormir justificadamente el sueño de los justos. Siempre sostuvimos que
cuando un género alcanza la categoría de arte no puede ni debe
detenerse...»
Sin
embargo, no todas las obras de las revistas tradicionales de Columba
ofrecieron a sus lectores relatos “vergonzosos”. Es evidente que en
dicha editorial recalaron las historias más complacientes con la
hegemonía (sus historietas lo confirman) sin embargo, existieron
discontinuidades de tipo imprevisto, rupturas de las correspondencias
entre los editores y los autores. Más precisamente: existió una lucha
solapada que permitió a los autores no resignar un mínimo de libertad
estética. Aunque la producción de historietas de los Hermanos Columba
estuvo signada por los parámetros de la maquinaria industrial de
maximización de ganancia, los autores negociaron activamente sus
relaciones con los textos. Si bien el mandato editorial impuso la
nivelación de la diferencia y las tácticas empresariales pautaron los
géneros preferidos y las temáticas tratadas por éstos, no todo estuvo
perdido para los trabajadores de Columba. Un poblado número de historietistas no abandonaron la voluntad de forma de sus obras. A pesar
de que la dirección de la narrativa se prefijaba de antemano, los rasgos
definitorios y la estructuración formal de la historieta presentó muchas
veces soluciones personales. Finalmente, en esta “gran fábrica de
chorizos”, como se llama en el ambiente historietístico a la editorial
más longeva de la historia, se contrabandearon ideas y se logró
establecer un pacto entre editores y autores: ambos mantuvieron un juego
sutil de tensión y conflicto permanente.
[ Leer parte 3 del ensayo >
]
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