Autor, memoria y
descripción densa:
«Vladek: ¿Cómo te van
las cosas? ¿cómo va el negocio de los tebeos?
Artie: Sigo queriendo dibujar un libro sobre ti, ése de que solía
hablarte...sobre tu vida en Polonia y la guerra.
Vladek: Mi vida podría llenar varios libros; de todas formas nadie
desea escuchar esas historias.
Artie: Yo quiero oírlas.
Empieza por mamá cuéntame cómo es conocisteis.
Vladek: Harías mejor en dedicar tu tiempo a hacer dibujos que te den
dinero.
Pero si quieres, te lo puedo contar...»
(Capítulo uno. El Jeque)
Así comienza el capítulo uno de los seis que componen la historia de
Maus, obra que ha sido galardonada con el prestigioso Premio
Pulitzer en 1992. En este primer capítulo, “El Jeque”, el lector ya
puede
develar la trama de uno de los mejores cómics de la historia, que se
articula como la narración oral
de un padre a su hijo de los acontecimientos sucedidos en los campos de
concentración
de la Alemania Nazi.
El relato oral del padre se erige en un doble movimiento. Por un lado,
permite reconstruir la memoria personal y familiar
del hijo (quien a su vez narra a los lectores lo que a él ya le han
narrado) y por otro, permite reconfigurar a partir de esa memoria, una
memoria social y pública: la memoria ligada a la historia de la
humanidad. El lector puede perfectamente preguntarse: ¿quién es el
verdadero narrador en Maus?, ya que en una primera lectura la
respuesta no se evidencia con claridad. Si el “apuntador” del relato del
superviviente es el autor de la obra, es decir, el mismísimo Art
Spiegelman (Artie, para su padre), tenemos aquí que el narrador es el
autor de Maus. Sin embargo, es el relato del padre, el discurso
de su memoria personal, lo que le permite construir el documento (la
historieta) al narrador. Si la materia prima es la voz de ese padre,
tenemos aquí otra posibilidad discursiva: el narrador es Vladek quien
relata a través del dibujante su historia de vida, la historia de
Auschwitz. Así, Vladek Spiegelman es retratado por el autor de Maus,
pero al mismo tiempo, el autor, en su juego discursivo, se retrata a sí
mismo. Art Spiegelman es también un personaje y por lo tanto, también
deberá acudir a su memoria y a su experiencia para poder plasmar la
historia familiar.
La extensa entrevista que el autor mantiene con su padre puede ser
entendida en términos de “descripción densa”. En palabras de Cliffort
Geertz, la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse los
fenómenos históricos y sociales de manera inteligible, es decir, densa.
La lectura de Artie (el autor) supone una interpretación de la
interpretación que su padre (lo que Geertz llama “su informante”,
observemos en este punto que Artie se vale primero de una libreta de
apuntes y luego de un grabador para registrar la voz del padre) realiza
acerca de los hechos. Esa interpretación es una reconstrucción ficcional,
formada y deformada al mismo tiempo, acerca de un acontecimiento dado.
Pero lo que es importante aquí destacar es que la reconstrucción que
Vladek realiza acerca de su experiencia y de los hechos sociales e
históricos no son menos ficcionales que la descripción antropológica de
beréberes, franceses o judíos, por dar un vasto ejemplo. Toda
reconstrucción textual u oral es ya en sí misma una interpretación, una
representación imaginativa de un hecho ocurrido. Lo crucial es
comprender que la significación de fictio no es necesariamente
falsa o inexacta, coherente o incoherente. El discurso de Vladek es
contradictorio y conflictivo porque es una memoria narrativa. Y ya
sabemos, que el sentido no está fijado de una vez por todas.
Philippe Joutard recuerda una observación de Elie Wiesel: «Auschwitz
desafía la imaginación y la percepción. Sólo se somete a la memoria», y
Joutard apunta al respecto: «Pero no a la memoria bruta, una memoria
formalizada por el historiador, que no sólo actúa como científico sino
como artista no titubeando hacer, según la bella expresión de Pierre
Vidal-Naquet, “una historia-memoria, obra de investigación, obra de
arte”, puesto que sólo el artista puede expresar, hacer comprender y
denunciar lo innombrable». De esto trata Maus: de algo más que
del relato de un padre acerca del Holocausto y de algo más acerca del
Holocausto mismo. Maus es una obra que habla de la memoria social
e individual, de hechos dramáticos que las sociedades deben reelaborar,
para responsabilizarse por su historia.
El escritor Musil decía que los monumentos no garantizan la memoria:
«Nada más invisible que un monumento». Esa tendencia de los memoriales a
la invisibilidad puede ser combatida a través de cuestionamientos
críticos y de reconstrucciones del pasado que sean algo más que un
homenaje. Las historias de denuncia y de reactivación de las memorias,
si son buenas historias pueden ser narradas (incluso) a través de una
historieta. Maus, representa un caso emblemático de ello.
Un cuento indio que nos recuerda Geertz dice: «existe un cuento en la
India –por lo menos lo oí como un cuento indio- sobre un inglés que
(habiéndosele dicho que el mundo descansaba sobre una plataforma, la
cual se apoyaba sobre el lomo de un elefante el cual a su vez se
sostenía sobre el lomo de una tortuga) preguntó (quizás fuera un
etnógrafo pues ésa es la manera en que se comportan): ¿y en qué se apoya
la tortuga?. Le respondieron que en otra tortuga. ¿Y esa otra tortuga?.
“Ah, sahib, después de ésa son todas tortugas”.» Geertz utiliza
este bello cuento para afirmar que ésa es verdaderamente la condición de
todas las cosas: no se llega nunca al fondo del asunto. Y bien podría
pensarse lo mismo acerca del Holocausto. Hay un punto en donde toda
explicación acerca del pasado resulta incompleta. No existen las
palabras aún para definir el horror de lo sucedido en el campo de
Auschwitz.
La paradoja consiste en que la brutal aniquilación del hombre por el
hombre no puede ser explicada desde una historieta, pero tampoco desde
el campo de las ciencias sociales. Por eso, la metáfora india. Llegado
un punto, el engranaje de una racionalidad en función del exterminio,
vuelve irracional cualquier racionalidad científica o teórica.
Cuadro del suicidio,
la culpa y los fantasmas
«Francoise: ¿Otra vez deprimido?
Art: Pensaba en mi libro...es muy pretencioso por mi parte. Es decir,
que soy incapaz de darle un sentido a mi relación con mi padre...¿cómo
voy a dárselo a Auschwitz, al Holocausto? Cuando era pequeño, solía
pensar a cuál de mis padres dejaría que se llevaran los nazis a los
hornos si pudiera salvar sólo a uno de ellos. Normalmente, salvaba a mi
madre. ¿Crees que es normal?
Francoise: Nadie es normal.»
(Capítulo uno. Mauschwitz)
En Maus nos encontramos frente a dos sobrevivientes: el “gran”
sobreviviente (el sobreviviente heroico y evidente) a los campos de
exterminio nazi, Vladek Spiegelman, y el sobreviviente al drama
familiar, al trauma del pasado, el “pequeño” Artie.
Artie, o Art Spiegelman, pretende echar luz sobre la historia de la
humanidad a través de un relato oral y gráfico, y al mismo tiempo, en
ese movimiento de reconstrucción del sentido, también busca fijar el
sentido de su propia experiencia, de su propia historia. La áspera
relación paterno filial, el doloroso suicidio de su madre, la presencia
inasible de un hermano amado y odiado al mismo tiempo y al que nunca
conoció, son todos factores concomitantes y decisivos en la elaboración
de esa historia pública. Sin embargo, no debe suponerse que se trata de
dos historias superpuestas (dos memorias, la privada y la pública)
porque, precisamente, una y otra están dialécticamente relacionadas y
son interdependientes.
Veamos el siguiente monólogo que Art mantiene con su mujer, Francoise:
«Artie: Nunca me he sentido culpable por Richieu, pero
tenía pesadillas en que las SS venían a mi clase y nos cogían a todos
los niños judíos. No me malinterpretes. No estaba obsesionado con
eso...es que a veces imaginaba que en vez de agua salía Zyklon B de las
duchas. Sé que es enfermizo, pero de alguna manera, me gustaría haber
estado en Auschwitz con mis padres para saber lo que pasaron. Supongo
que es un sentimiento de culpabilidad por haber tenido una vida más
fácil que la suya. Ay. Creo que no estoy a la altura para reconstruir
una realidad que fue peor que la peor de mis pesadillas. ¡Y además
intentándolo a través de un tebeo! Me parece que me he metido en camisa
de once varas. Quizás debiera olvidarlo todo. Hay demasiadas cosas que
jamás podré entender o visualizar. Vamos, que la realidad es demasiado
compleja para un tebeo... hay que obviar demasiadas cosas o
distorsionarlas.
Francoise: Tú intenta ser honrado cariño.
Artie: ¿Ves lo que trato de decir? En la vida real tú jamás me habrías
dejado hablar tanto rato sin interrumpirme.
Francoise: Grrr. Enciéndeme un cigarrillo.»
(Capítulo Uno)
Aquí está claro
que Art siente culpa. Siente culpa por no haber sido víctima. O, lo que
es lo mismo, es víctima de su victimización. Art es hijo de un hombre
incuestionable para la sociedad: un sobreviviente siempre es un
sobreviviente. Este hombre, se presenta a los ojos del lector, como un
hombre cargado de contradicciones. Pero esas contradicciones no son sólo
las del padre, como a primera vista parece, sino son también y
fundamentalmente las del hijo, dado que éste debe realizar dos
operaciones de sentido: un texto de producción (la narración
historietística) y un texto de reconocimiento. Es decir, Art debe
rastrear las condiciones de producción de otro autor (su padre) y esa
enunciación es la fuente de la que emanan no sólo sus contradicciones
sino también sus continuos devaneos intelectuales: “quizás debiera
olvidarlo todo”.
En el párrafo
anterior, Art hace referencia a su impotencia para describir con
objetividad una realidad inescrutable. En verdad, quien siente esto no
es Artie sino Art. ¿Cuál es la solución entonces? Un interesante juego
de retórica: el planteo lo realiza el personaje de la historieta (alter
ego del autor) y la legitimación o apertura se da en términos
ficcionales: «si esto fuera verdad esto no estaría pasando».
Pongámoslo de esta
manera, es “Artie, el autor del tebeo que el lector no lee” y no “Art,
el autor del tebeo que el lector está leyendo”, quien puede superar la
angustia inicial (narrar el acontecimiento) y ser honrado consigo mismo.
Pero, Art, el “autor oculto”, no es quien puede hacerlo, porque como
señala Artie a su mujer «en la vida real esto no estaría sucediendo».
En este juego de
ocultamientos, verdades y discursos de enunciación se entremezclan
situaciones familiares de intenso drama. Varios miembros de la familia
se ven involucrados en una trama ficcional en donde, biografía e
historia conforman un guiño de lectura con una complejidad
sobrecogedora.
Iconicidad,
humanismo y fábulas
La
animalización de los personajes en Maus permite, al menos, dos
lógicas funcionales. Por un lado, el planteamiento de una metáfora de
sencilla decodificación ligada a los roles históricos de cada uno de los
pueblos involucrados en la Guerra. La serie de metáforas zoológicas
lleva consigo la sintaxis de la cadena alimenticia: el ratón es
perseguido por el gato, y el gato es perseguido por el perro.
La
segunda funcionalidad es la que permite mediante la animalización
gráfica de los sujetos históricos una mayor humanización de los
personajes ficcionales. Es decir: en la simplicidad e iconicidad de esos
rostros animales opera el mismo mecanismo que con las caricaturas
clásicas. Scott McCloud establecía en su libro
Understanding Comics
que a nadie le es indiferente la identificación primaria con las formas
básicas “ojos de punto y boca de línea”. En otras palabras: la imagen
que cada uno de nosotros tenemos acerca de nosotros mismos está más
próxima a lo icónico que a lo real.
Casi
no hay rasgos identificadores en los ratones de Spiegelman, su señas
particulares están dadas por sus vestimentas o por algún objeto
suntuario significativo del personaje. De esta manera, cada rostro de
ratón es una abstracción de un ser humano victimizado. Una vez que la
identificación con los personajes se erige en código de lectura, las
señas particulares posibilitan su individualización.
En Maus, la
deshumanización de los personajes produce un efecto de lectura que tiene
algo de paradoja: el lector se identifica con las metáforas de
animalización. O mejor aún: es a través de la deshumanización que se
llega a la humanización de los personajes.
Scott Mc Cloud
hacía referencia a lo que podríamos denominar aquí como “el efecto de la
máscara” para dar cuenta de una posibilidad intrínseca del lenguaje de
historieta: construir narraciones de identificación universal a través
de la representación icónica. Es
mediante la utilización de uno de los mecanismos más clásicos y básicos
de la historieta (la animalización), que Spiegelman construye una obra
diametralmente opuesta a lo esperable. La comparación, aunque burda, en
este punto es inevitable: en un extremo de la animalización nos
encontramos con Maus, en el otro, con Mickey Mouse de Walt Disney.
De
este modo es como las máscaras animales recobran su sentido más
primitivo y original, ligando a los hombres a sus instintos primarios. Y
son, precisamente, esas máscaras las que llevan a cabo un parricidio: el
de la fábula que nunca se construye.
Sobre Art
Spiegelman
«Mala: Es un libro
importante. La gente que normalmente no lee este tipo de historias se
interesará.
Vladek: Sí. Yo nunca leo tebeos, y sin embargo, siento interés.
Mala: Pues claro que sientes interés. ¡Es tu historia!
Vladek: Sí, ya conozco mi historia de memoria y aún así siento interés.
Mala: Debería tener éxito.
Vladek: Sí, un día estarás famoso, como...¿cómo se llama?
Artie: ¿Eh? ¿Famoso como cómo se llama?
Vladek: Ya sabes...ese dibujante archiconocido...
Artie: ¿A qué dibujante puedes tú conocer?...¿Walt Disney?
Vladek: ¡Sí! ¡Walt Disney!
Pero…¿adónde vas Artie?
Artie: A coger un lápiz...¡Debo tomar nota de esta conversación antes de
que se me olvide!»
(Capítulo seis. Trampa para ratones)
Art Spiegelman nació
el 15 de febrero de 1948 en Estocolmo. Sin embargo, creció y se educó en
Estados Unidos. Luego de estudiar Arte y Diseño, en 1966 comenzó a
trabajar en la Compañía Topps Gum, empresa con la que colaboró durante
casi dos décadas realizando, entre otros productos, ilustraciones para
pegatinas y cromos. De esa época datan sus ilustraciones de
La pandilla basura.
Paralelamente, se inició en la publicación de cómics
underground
y produjo historietas para el prozine
witzend,
donde colaboraba al lado de estrellas como Wally Wood, Berni Wrigthson o
Vaughn Bodé.
A partir de 1975, y después de regresar a Nueva York tras una temporada
en San Francisco, comenzó a trabajar para diversas revistas, como
New York Times, Village Voice
y
Playboy.
Un poco más tarde, ejerció
como profesor en la School of Visual Arts y, en 1980,
fundó junto con su mujer, la editora y diseñadoira Françoise Mouly, la
revista Raw.
Era esta una publicación en formato tabloide de clara intención
experimental, en gran medida centrada en los propios convencionalismos
de la historieta
como lenguaje, a la vez que receptora de las más innovadoras firmas del
panorama norteamericano y europeo: Gary Panter, Ever Meulen, Tardi,
Swarte, Muñoz y Sampayo, Martí o Charles Burns
son algunos ejemplos.
Raw
consiguió el
suficiente prestigio como para despertar la atención del no lector
habitual de historieta y fue en sus páginas donde se publicó
originalmente Maus de manera seriada (tras los primeros esbozos
aparecidos
en 1972 en
Funny Animals
y la historieta de
dos páginas “Prisoner of the Hell Planet” alojada en
Short Order Comix
# 1, de
1973).
En 1986, la
editorial Pantheon recopiló en un tomo la primera parte de Maus,
que tuvo que esperar cinco años hasta ver su conclusión con un segundo
tomo en 1991. Un año más tarde, en 1992, se le otorgó el prestigioso
premio Pulitzer. En Europa, ha ganado el Yellow Kid y otros premios,
como el del Salò de Barcelona. En la actualidad, Spiegelman es
portadista, colaborador y editor adjunto del
New Yorker.
Bibliografía:
Geertz, Cliffort (1990): “Descripción densa: hacia una teoría
interpretativa de la cultura”, en La interpretación de las culturas,
Gedisa, Barcelona.
Joutard, Philippe (1980): Esas voces que nos llegan del pasado, Fondo de
Cultura Económica, México.
McCloud, Scott (1993): Understanding Comic, Fantagraphics, Seattle.
|