1.
¿Por qué es necesaria otra lectura de El Eternauta?
«El
humor gráfico y la política son inseparables; la historieta y la
política, no. Como la literalidad hace fracasar cualquier narración, la
realidad le exige a la historieta caminos zigzagueantes y, a veces,
secretos». (De Santis, P.: Historieta y política en los 80.
Ediciones Letra Buena: Transiciones, Buenos Aires, 1992).
La
primera vez que nevó en la ciudad de Buenos Aires fue entre el 22 y 23
de junio de 1918. La segunda, fue un día cualquiera del invierno del año
1957, en las páginas de El Eternauta. La nieve caída en una
ciudad como Buenos Aires puede resultar un hecho inverosímil. Sin
embargo, allí está Oesterheld para recordarnos que los hechos históricos
son cíclicos y que una excepción (la nevada del 18) siempre es más que
la confirmación de una regla.
En el
prólogo de su primera edición, Héctor Germán Oesterheld subraya a
propósito de su obra:
«Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo
muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta,
inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre,
rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre
solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la
partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de
Vicente López, ajena a la invasión que se viene. Ese fue el planteo. Lo
demás... lo demás creció solo, como crece sola, creemos, la vida de cada
día.» (Oesterheld,
H.G., “Prólogo” en
El
Eternauta
(Uno), Ediciones Récord, Buenos Aires, 1994).
En
este artículo no voy a contarles nada (o muy poco) acerca de Oesterheld
ni de Francisco Solano López, el magnífico dibujante que lo acompañó en
la realización de esta historia. Tampoco voy a referirme a los quiebres
semánticos (estílisticos, gráficos y narrativos) que existen entre el
primer, segundo y tercer Eternauta. Se me antoja, en cambio, otra
lectura política a la ya mentada en ensayos y artículos varios, esa
lectura común que da por supuesta una suerte de premonición
oesterheldiana en la historieta que analizaremos.
Voy a
dar por sentado que el lector ya conoce las líneas generales de esta
célebre historieta, de su inscripción contextual (política, social y
económica) y de la operación ideológica de sus autores. Si no fuera así,
si usted desconoce los pormenores de El Eternauta, le ruego sepa
aceptar un humilde consejo: en la red de internet hay decenas de notas y
varias páginas acerca de Oesterheld, así como textos de todo tipo
(homenajes, críticas, reseñas, ilustraciones, etcétera) sobre esta
historia. Para su comodidad, hemos redactado al final de este documento
dos apartados anexos que resumen la obra y su trayectoria editorial, y
glosan el final de su autor [ver
anexos].
En
suma, el lector podría preguntarse qué puede aportar la autora de este
artículo. Seré absolutamente sincera: poco o mucho, según el punto de
referencia en el que usted se sitúe. Hoy mismo, en el preciso momento en
que mis dedos teclean en la máquina, mi país sufre la crisis social,
política y económica más importante de su historia. Piquetes,
cacerolazos, muertes civiles, concentraciones en Plaza de Mayo, pedido
de elecciones presidenciales anticipadas, provincias sumidas en la más
terrible pauperización económica, gobernantes enjuiciados por
corrupción, la tasa más alta de desempleo nacional, ahorristas que
buscan que se les restituya su dinero del que se incautaron los Bancos
(gracias a la cruel medida denominada “corralito”) y finalmente,
familias que hacen colas en las Embajadas para abandonar el Titanic.
Está claro. Ya nadie duda que la Argentina se está hundiendo.
Podría llamar la atención al lector de estas líneas la ausencia de “un
Juan Salvo” en la historia de los últimos meses. Voy a adelantarme: no
hay tiempo ni espacio para el surgimiento de líderes políticos, sociales
o religiosos. Pero quizás, lo más interesante del fenómeno de la crisis
actual sea, precisamente, la ausencia de voces que reclamen la
aparición de ese héroe nacional. Ningún argentino se ha preguntado por
la ausencia de “Juan Salvo”. Acaso, porque ya hemos aprendido las
lecciones, acaso porque al fin sabemos que las voluntades sumadas, que
el sujeto colectivo, es el verdadero héroe nacional de la historia.
Acaso, porque desconfiamos de los “Juan Salvo”.
Debo
advertir que nunca me convenció la figura de ese hombre que luego de
narrar la historia de la destrucción del mundo en manos de Los Ellos
elige volver a su hogar, junto a su mujer e hija, en otras palabras:
elige la salvación individual. ¿No le ha llamado la atención al lector
el dramático y paradojal círculo con el que cierra la historia de El
Eternauta?
Una
vez que Juan Salvo concluye su narración el guionista de historietas (el
mismísimo Oesterheld) se da cuenta de que ha “aterrizado” temporalmente,
antes de la invasión de Los Ellos. ¿Qué hace entonces el “héroe”? En
lugar de buscar una salida colectiva para evitar la futura tragedia,
corre hacia su casa, se refugia en los brazos de su mujer y de su hija,
olvida todo lo ocurrido, y se apresta recibir a sus amigos para jugar
una partida de truco, como todas las noches.
Favalli, Polsky,
Lucas y Pablo murieron en su lucha contra el enemigo.
Juan Salvo, único sobreviviente, aún advertido de la muerte que les
depara a sus amigos, corre hacia su casa para compartir el corriente
encuentro, antes de que caiga la nevada fatal.
Es
por eso que Oesterheld se pregunta hacia el final del relato, cuando
advierte que la nevada caerá sobre la tierra en nada más que cuatro
años: «¿Qué hacer?
¿Qué
hacer para evitar tanto horror?
¿Será
posible evitarlo publicando todo lo que El Eternauta me contó? ¿Será
posible?».
Y
vuelve a preguntarse «¿Será posible?», en tanto el “héroe de la
historia oficial” ya está en su cálida y pequeña buhardilla, volviendo a
dar las cartas, para jugar otra partida de Truco. Creo que la
advertencia de Oesterheld no puede ser más actual. Lejos de la
premonición, lejos de ser una historieta cifrada, un texto que deba
leerse entrelíneas, la historia contiene un mensaje claro y abierto a
los lectores: el mundo será derrotado por Los Ellos si actuamos como
El Eternauta.
La
posible salida de esa derrota, está precisamente en la última página del
relato, cuando ese guionista anónimo, ese observador “pasivo” se
compromete con la historia y decide testimoniar los hechos futuros. Al
escribir la historia que Juan Salvo relata primero y olvida después,
Osterheld, da cuenta de la única esperanza para la humanidad: apelar a
la memoria desde una postura de compromiso ético y social.
El
acontecimiento es evocado como obligación moral. La historia es una
herramienta ideológica para alterar el orden social, dado que explica el
pasado para ofrecer modos de cambiar el futuro. Juan Salvo es un
enunciador privilegiado, el gran narrador de la historia por venir,
pero, al fin de cuentas, opta por autocensurarse, por silenciar su voz
significante y significativa. Juan Salvo es el viajero del tiempo que en
lugar de ir “hacia delante”, va hacia atrás.
Quizás los argentinos, los miles de argentinos que leímos El
Eternauta, estamos, finalmente, “oyendo” a Oesterheld. No queremos
viajar hacia atrás como El Eternauta. Sabemos que la salida a
esta crisis se juega en un “aquí y ahora”. El mejor guionista de
historietas de este bendito país fue asesinado porque soñó con una
salida colectiva. Él y toda su familia, entregada a la lucha contra el
enemigo (las fuerzas militares), murieron pensando que Los Ellos ganaron
la batalla. Y mi pregunta final es: ¿cuántas lecciones más tiene que
darnos la historia para no continuar pereciendo en el intento?
Lo
que evidencia la gran historia de Oesterheld es que el héroe solo, la
clase media, fracasa. Necesitará de otras fuerzas colectivas sociales
para cambiar la situación. Ese héroe colectivo es la suma de ahorristas,
piqueteros, asambleístas, políticos, empresarios, bancarios, amas de
casa, farándula, periodistas, burocracia, empleados
de comercio, sindicalistas, maestros, extranjeros residentes,
religiosos, artistas, intelectuales, estudiantes y jóvenes que hacen
fila en las Embajadas. Casi una imposibilidad. Pero, como la nevada del
18, una excepción que no confirma regla alguna.
Cabe
agregar una vez más: no estamos frente a una historieta que es un mapa
cifrado, una premonición del narrador, una anticipación genial a una
cruenta realidad, como tantas veces se ha subrayado. El Eternauta
es la política misma, sin alegoría, sin metáfora. La historia que cuenta
Oesterheld no es el mapa, sino el territorio.
Sin
héroe colectivo, la Argentina del 2002 volverá a fugarse hacia atrás en
el tiempo, como El Eternauta. Y en nuestra historia nacional
volver hacia el pasado, constituye prácticamente un suicidio.
No he
podido hallar mejores palabras que las del mismo Oesterheld para
concluir este artículo. Las comparto entonces:
«Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esa falta de héroe
central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con
más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe
colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi
sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe “en grupo”, nunca el
héroe individual, el héroe solo» (Oesterheld, op. cit.)
2.
Otra época, un mismo mensaje:
«El recorrido de
las vicisitudes y hazañas de “Juan Salvo” y sus amigos en la lucha
desigual pero heroica frente a “los manos”, dibujadas dramática y
talentosamente por Solano López son para quien quiera verlo hoy y para
quienes lo verán en el futuro con más claridad aún un pedazo doloroso de
la historia argentina».
(Claudio Morhain)
Poco
tiempo antes de que Oesterheld escribiera la primer parte de El
Eternauta había sido derrocado el General Juan Domingo Perón, el 16
de setiembre de 1955. El país se dividió en aguas: peronistas y
antiperonistas. Los primeros, sufrieron la férrea represión y censura
por parte de las fuerzas de seguridad que derrocaron al régimen del
General Perón.
Juan
Salvo, es un hombre que emerge de esa particular realidad política y
social. El es el típico hombre peronista: clase media, trabajador,
establecido en su barrio, con una familia típica: mujer e hija. Es
representativo de una época marcada por la añoranza de las conquistas
sociales populistas del primer peronismo y por una acentuada desigualdad
de derechos y condiciones entre los géneros. Sus reuniones con amigos
(del barrio) en la buhardilla recuerdan la camaradería adolescente de
sus “años de libertad”. Su felicidad es moderada y sus bienes son
valorados recién cuando los ha perdido: la casita, sus hobbies,
el altillo, su pequeña Martita, su buena y sumisa Elena. Juan (los
juanes siempre responden a estereotipos universales) no tiene
conflictos. Es un hombre de clase media y todo es medianía a su
alrededor.
Juan
ha adquirido una linda casa luego de años de trabajo en su
emprendimiento empresario: una pequeña fábrica de transformadores. Una
empresa en la que seguramente paga aguinaldo, vacaciones, salario
familiar y antigüedad a sus empleados. Todos derechos constitucionales
logrados durante aquel primer y próspero peronismo. Juan, es machista,
conservador y despolitizado. Nada puede ser imprevisible para él: sabe
que mientras juega truco con sus amigos, en el mismo lugar y a la misma
hora todos los días, su mujer lee en la cama, su hija duerme en el
cuarto contiguo y los vecinos de enfrente apagan la luz de su
dormitorio. Él es un hombre apegado a valores fundamentales, religiosos,
patrióticos y familiares, en suma, Juan Salvo no está preparado para el
caos. No está preparado para el conflicto, para el interrogante, para la
ruptura del orden establecido.
No es
arriesgado pensar que, en verdad, esa noche cerrada en la que nieva en
Buenos Aires, los amigos que juegan truco y comparten sus íntimas
soledades o están “arriesgándose a la muerte” al tener que salir del
refugio para combatir al enemigo, sino por el contrario: arriesgándose a
la libertad.
Las
clases sociales se diluyen en la trama de Oesterheld, el enemigo “está
afuera” pero también “adentro”: el
territorio dominado por las fuerzas extraterrestres se ha convertido en
un campo de batalla en el que un ser humano desconfía del otro. El
enemigo no puede ser sitiado. Los Ellos, en palabras de Juan Sasturain,
«son invisibles», y por lo tanto, invencibles. ¿Dónde, cuándo y cómo
arremeter contra él?
Juan
Salvo, el hombre de clase media, no tiene una conciencia social. Una
conciencia de cambio y reestructuración del mundo. Él, como sus amigos,
buscan volver a un estado de cosas: Elena volver a su casita, Juan a los
brazos de su mujer, a su propiedad en Vicente López, a su trabajo en la
empresa. Y lo hace. De hecho, lo hace. Y en ese regreso al pasado, no
sólo erige su futura tragedia, sino la de la humanidad toda.
3.
Notas de aproximación a la Argentina actual:
«Fue en
noviembre de 1976.
Aquí se reeditó
El Eternauta.
Aquí, ya
grandes, pasamos del goce de esa lejana primera edición al terror de
esta segunda experiencia. La nieve caía, en efecto, sobre Buenos Aires.
Caía sobre todos y a todos mataba.» ( José Pablo Feinmann)
Desde
diciembre del año 2001, el país está sumido en una cruenta violencia y
represión. Puede ser que algún día sea peor que otro, pero no pasan
veinticuatro horas sin que alguna acción corruptiva, acción violenta o
testimonio de miseria, altere la tan ansiada paz de los argentinos. A
partir del 19 de diciembre del año pasado se registraron saqueos a
supermercados y comercios pequeños en todo el país. Grupos de
desocupados tomaron las calles de distintos centros urbanos. Se vivieron
días en donde gobernó el terror y la policía utilizó la represión como
recurso. El saldo de 39 muertos y cientos de heridos no apaciguó los
ánimos de lucha. En el mes de diciembre pasado, el entonces presidente
De la Rúa brindó un discurso a la población argentina, decretando el
estado de sitio «para asegurar la ley y el orden y terminar con los
incidentes de las últimas horas». Acusó a «grupos enemigos del orden y
de la República» y dijo que «hay que distinguir a los necesitados de los
violentos que se aprovechan de sus penurias». Ni bien acabó su discurso
haciendo uso de la cadena nacional de noticias, un “cacerolazo”
espontáneo azotó al país. La gente salía a la calle o al balcón
aplaudiendo, golpeando cacerolas, cantando o silbando en ánimo de
protesta. Miles de conductores tocaban las bocinas de sus autos
solidarizándose con los transeúntes que ya invadían las calles. No hubo
cuadra en la República Argentina en donde no saliera la gente a “cacerolear”.
El pueblo se unió en un solo grito y paulatinamente comenzó a reunirse
en Plaza de Mayo, exactamente frente a la Casa Rosada pidiendo por sus
derechos y por una renuncia. No hubo nada más efectivo que lo
espontáneo. Domingo Cavallo renunció al puesto de Ministro de Economía y
tuvo denegada la salida del país. Fue una madrugada tensa, con saqueos
y piquetes. A la mañana del día jueves 20, muchos movimientos y gente
sin bandera política se reunía nuevamente en Plaza de Mayo en busca de
alguna respuesta. La policía se comportó de una forma "inhumana" tras
lanzar su caballería y utilizar la artillería contra los civiles que
pacíficamente, reclamaban por sus derechos esenciales: paz, comida y
trabajo. Finalmente, el presidente De la Rúa presentó su renuncia
irrevocable. La población lo pudo observar dejando la Casa Rosada por
medio de un helicóptero. El movimiento obrero y los pueblos del mundo
siguieron a diario, y con entusiasmo, los sucesos revolucionarios de la
Argentina insurrecta. Los días 19 y 20 de diciembre del 2001, serán
recordados en la historia como el "Argentinazo" que barrió a un gobierno
constitucional pero no representativo del pueblo. Un país se alzó con
sus cacerolas, platos de metal, tambores, pitos, latas y todo lo que
tuvieran a mano para hacer ruido.
Sin
convocatoria alguna, la ciudadanía tomó las calles y exigió una
renuncia. Asumió el efímero gobierno peronista de Rodríguez Saá pero el
28 de diciembre un nuevo "cacerolazo" de miles de manifestantes se
aglutinó nuevamente en la Plaza de Mayo. Quizás un tímido ruido de
cacerola en algún balcón de un barrio suburbano, inició el movimiento.
Cada hogar, abrió sus ventanas, salió al balcón o la vereda, y comenzó
otra vez a cacerolear. En silencio absoluto. Sólo se escuchaba el
repiquetear de las cacerolas y luego, los pasos de cientos que se
dirigían nuevamente hacia la histórica plaza. Pero esta vez, las masas
fueron más allá. Un sector intentó quemar el Congreso Nacional. Otros
llegaron a las puertas de la Casa Rosada (sede del gobierno) y pintaron
sus paredes. La muchedumbre en la calle denunciaba una nueva estafa
política y repudiaba al gobierno de Saá que finalmente, también fue
depuesto, tras sólo siete días después de su asunción. «¡Que se vayan
todos!», coreaba la multitud, junto a: «¡Sin peronistas y sin radicales,
vamos a vivir mejor!». Esas fueron dos de las consignas centrales de
miles y miles de trabajadores, amas de casas, jóvenes, jubilados,
empleados, pequeños comerciantes y profesionales. De esa manera
expresaban el odio generalizado hacia los dos partidos políticos que
gobiernan la Argentina desde hace décadas. Las recetas Fondomonetaristas
mostraron su cara mas cruel de pobreza y desempleo. Desde los organismos
internacionales se insistía con aumentar el ajuste a los sectores
populares y disminuir el gasto social. El denominado Argentinazo, fue la
síntesis destilada de diez años de políticas antipopulares y corruptas (menemato),
que ya habían evidenciado su fracaso en el Perú de Fujimori, el Ecuador
de Bucaram, la Venezuela de Pérez, el México de Salinas de Gortari,
entre otros ejemplos elocuentes. El mundo entero vio por televisión como
el golpe de las cacerolas argentinas, la movilización popular de los
piqueteros, repudiaron las políticas de ajuste estructural. Luego de la
renuncia del presidente interino elegido por Asamblea Legislativa,
Rodriguez Saá, este organismo vuelve a elegir presidente, esta vez, al
ex gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde. Así llegamos a la actualidad
donde la historia se está escribiendo día a día y en donde el pueblo se
mantiene alerta ante cada medida que toma el nuevo gobierno. El estado
de movilización es permanente. Se realizan cacerolazos, cortes de ruta y
protestas espontáneas frente distintos temas que involucran a la
sociedad: la confiscación de depósitos (corralito bancario), la
corrupción de la Corte Suprema, la urgencia de entrega de alimentos, la
falta de medicamentos, la carencia de ayuda social. El pueblo muestra
una madurez importante al imponer nuevas formas de acción democrática y
de presión para exigir que los gobernantes cumplan con sus promesas. El
tejido social esta sensibilizado y los gobernantes lo saben, no hay
margen para políticas impopulares, es hora de trabajar por un país mejor
para todos.
4.
Sinopsis de la historia El Eternauta
A
propósito de la pregunta de Trillo
-
¿Nunca te dio vergüenza escribir historietas, por esa división que se
hace con frecuencia entre géneros mayores y géneros menores?
Oesterheld respondió:
- No, al
contrario. La historieta es un género mayor. Porque, ¿con qué criterio
definimos lo que es mayor o es menor? Para mí, objetivamente, género
mayor es cuando se tiene una audiencia mayor.
Y yo tengo una
audiencia mucho mayor que Borges (Trillo,
C. y Saccomanno, G.: Historia de la historieta argentina,
Ediciones Recórd, Buenos Aires, 1980)
Una
noche del invierno austral de 1963 cae sobre Buenos Aires (y
aparentemente buena parte del mundo) una Nevada Mortal, gigantesca e
inesperada: los copos matan toda forma de vida. Un grupo de
sobrevivientes, Juan Salvo y su familia y los ocasionales participantes
de una partida de truco, sobreviven en la casa hermética. Organizan la
supervivencia y se producen algunos ataques de otros supérstites.
Comienzan a descender astronaves hacia el centro de Buenos Aires. El
Norte envía aviones, que son destruidos por el invasor. El Ejército
Argentino organiza la resistencia, y se producen algunas batallas en las
que intervienen diversos entes esclavizados mentalmente por Ellos, los
invasores omnipresentes y ocultos: Cascarudos, Manos, Gurbos y
finalmente Hombres-robot (sobrevivientes esclavizados). Las fuerzas
leales son derrotadas. Juan Salvo y su grupo, en acción individual,
consigue destruir la Base Central Invasora. Al destruirse la barrera
protectora, los misiles provenientes del Norte hacen impacto en Buenos
Aires: uno es atómico. El grupo regresa a la casa, y se reinicia la
Nevada Mortal. Simultáneamente, por radio se propala información sobre
resistencia en sectores sin nevada. Se trata de una trampa, y el grupo
es derrotado. Juan Salvo entra a una nave Ello, y, al azar, acciona una
máquina de tiempo que lo traslada a distintas estancias. La primera a la
que llega, solo, es el Continum 4, donde un viejo Mano le dice que
deberá viajar en el tiempo hasta hallar a los suyos. En uno de esos
viajes (no narrados) vuelve a su barrio, y le cuenta la historia a
Oesterheld. Pero ha llegado antes de la Invasión, y la historia "cierra"
con una Paradoja Temporal, en círculo.
5.
Historia editorial de El Eternauta
«Es imposible
escribir buenas historietas sin saber escribir buenas historias; o más
sencillamente –y valga la redundancia-, sin saber escribir.
En este
sentido, Héctor Germán Oesterheld es el gran escritor de aventuras
argentino. Claro, las narraciones de Oesterheld son guiones de
historietas.
Es decir, otra
forma de literatura; ni mejor ni peor; no más bella, ni más fea; otra
forma, eso» (Trillo y Saccommano, op. cit.)
En el
número uno de la revista Hora Cero, Suplemento Semanal, del 4 de
setiembre de 1957 se publicaba “Una cita con el futuro: El Eternauta;
memorias de un navegante del porvenir”. Este es el título completo con
que Héctor Germán Oesterheld presentaba su guión, cuidadosamente
ilustrado por Francisco Solano López. El Eternauta se publicó
semanalmente hasta el número 106 del Suplemento Semanal, el 9 de
setiembre de 1959.
En
1962 El Eternauta sale a la luz como una historia unitaria,
dividida en tres tomos. En febrero de 1962 Editorial Ramírez comenzará a
editar la revista El Eternauta, en el número 9 la revista es
interrumpida definitivamente. El 29 de mayo de 1969, El Eternauta
aparece en la frívola revista Gente, de Editorial Atlántida. Los
dibujos, esta vez, son de Alberto Breccia. El 18 de setiembre, en su
número 216, la revista publica el último episodio de la historia. Luego
de ser publicada, primero en fascículos luego en formato libro y
finalmente en versión coloreada, Alfredo Scutti, director de Ediciones
Récord, solicita a Oesterheld que continúe El Eternauta. La venta
del material a mercados internacionales es la excusa perfecta para la
publicación de la Segunda y Tercera parte de la historia, versiones que
se alejarán profundamente de la que realizara Oesterheld en 1957.
La
Segunda Parte comienza entonces, en diciembre de 1976, en el libro de
Oro de Skorpio, revista de Ediciones Récord. En 1983, Scutti
quiere editar la tercera parte de El Eternauta, con el objetivo
de publicarla en Italia y en la revista Skorpio. Ya asesinado
Oesterheld por la dictadura militar, el guión fue realizado por Jorge
Morhain, y los dibujos por Solano López Oswal y Mario Morhain. En
1997 la revista Nueva publicó una nueva aventura de El
Eternauta titulada “El mundo arrepentido”, con dibujos de Francisco
Solano López y guión de su ayudante, Pablo Maiztegui (Pol) y en el año
el Club del Cómic reeditó la historia en el año 1998. Otra cosa es la
versión de Ricardo Barreiro, "Odio Cósmico", que alcanza cuatro números
entre 1999 y el año 2000. Los dibujos de Walter Taborda, Gabriel Rearte
y el color de Sebastián Cardoso. Barreiro fallece luego de escribir dos
episodios y lo secundará entonces en su tarea, Pablo Muñoz. El dibujo
esta vez encarna el estilo de superhéroes norteamericanos.
Oesterheld fue secuestrado en abril de 1977 y fusilado en 1978 por
la última dictadura militar argentina, autodenominada Proceso de
Reorganización Nacional. Oesterheld estuvo prisionero en los cuarteles
militares de Campo de Mayo y La Tablada. Él, sus cuatro hijas y sus
yernos son parte de los treinta mil hombres y mujeres desaparecidos
entre los años 1976 y 1983, en la República Argentina.
Según la versión
oficial, Oesterheld sigue estando desaparecido. |