INTRODUCCIÓN.
La historieta argentina forjó su identidad durante la
llamada Epoca de Oro, período comprendido entre 1940 y 1960. Muchas
fueron las editoriales que durante este lapso editaron historietas
que eran consumidas masivamente: Editorial Columba (1922), Editorial
Abril (1943), Acme Agency (1950), Muchnick Editores (1950),
Editorial Codex (1951), Editorial Frontera (1957), entre otras. A
partir de 1960, muchas de estas editoriales desaparecerán. La crisis
tomará su forma más significativa con el cierre de Editorial
Frontera, de Héctor Oesterheld, en el año 1963. Por otra parte, la
editorial Columba pudo realizar una serie de cambios editoriales que
le permitieron la subsistencia en el mercado, subsistencia que se
prolongaría hasta el año en curso, cuando abandonaría finalmente su
trabajo editorial.
Avanzada la década del los años sesenta, pese a los
avatares de la industria de aquel momento se inauguraba desde el
campo académico un interés teórico, basado en el análisis semiótico
e inscripto en el incipiente campo de la comunicación y la cultura,
que produjo un corrimiento de la historieta como objeto de la
cultura de masas para ser considerado un lenguaje con sus mecanismos
de producción y por lo tanto con una fuerza ideológica inherente.
Este nuevo abordaje se debería en gran parte a un cambio en la
autoconsideración de muchos dibujantes y guionistas, quienes no se
van ya como meros productores de un género menor, sino como
profesionales de un arte legítimo o legitimable en el tiempo. Esta
nueva mirada encontraba entre sus principales cultores a autores
como Oesterheld en el ámbito nacional y a Will Eisner en el
internacional, entre otros. El reconocimiento del lenguaje se
evidenció en cierta producción académica. El investigador Oscar
Masotta fue el principal referente, y plasmaría sus inquietudes
teóricas al respecto al editar los tres números de la revista LD
(Literatura Dibujada, 1968), donde se publicaban simultáneamente
textos analíticos (Eco, Steimberg, Masotta) e historietas
extranjeras. El campo artístico también valorizó el lenguaje
historietístico, fundamentalmente a través de instituciones
culturales de envergadura, como el Instituto Torcuato Di Tella. Es
el mismo Masotta quien en el año 68, junto a David Lypszyc dirige la
Primera Bienal Mundial de Historieta realizada en ese
establecimiento. Los primeros estudios teóricos del campo iniciarán
un camino de complejización y de crítica constructiva que acompañará
el proceso de ampliación del espectro de géneros y estilos
preexistentes.
LA ÚLTIMA DICTADURA
La crisis iniciada a principios de los sesenta se
revertiría paulatinamente hasta llegar al año 1974, cuando una serie
de emprendimientos editoriales plasmarán los progresos artísticos
obtenidos del enriquecimiento del campo. Este crecimiento se
cristalizó en cifras de venta: mientras que en 1967 el total de
ejemplares vendidos ascendía a 21 millones, en 1974 el volumen de
venta alcanzaba los 45,7 millones de ejemplares. Es en ese año
cuando la Editorial Record inicia la edición de Skorpio a la
que luego se le sumarían las ediciones de Tit-Bits, Pif Paf y
Corto Maltés, publicaciones que albergarán en sus páginas a
los nuevos profesionales de la historieta argentina. Es también en
este año cuando el matutino Clarín modifica su pauta de
contratación de historietistas para su contratapa, reemplazando las
historietas compradas al exterior por producción íntegramente
realizada en el país. En las nuevas revistas de la década, autores
como Carlos Trillo, Juan Sasturain, Horacio Altuna, Carlos
Mandrafina, tendrán la posibilidad de colaborar con maestros de la
Edad de Oro como Alberto Breccia, Oesterheld, Francisco Solano
López, entre otros.
Por su parte, la editorial Record, desde sus
publicaciones, adoptará una postura revisionista de la historieta
producida en la Edad de Oro. Dos años antes que Skorpio,
surge la revista Satiricón (1972), uno de sus editores es
Andrés Cascioli quien en 1974 editará la revista Chaupinela.
En 1975, también comienza a editarse la revista Mengano de
editorial Julio Korn y tres años después, Andres Cascioli edita
HUM® (Humor Registrado), revista de gran trascendencia
que continuará siendo producida durante más de veinte años.
La última dictadura (1976-83) encontrará al campo de
producción historietística dedicado a crear obras de géneros
establecidos en el campo, observándose una mayor fuerza de
investigación creativa en la labor de los dibujantes que en la de
los guionistas. La experimentación de los guionistas hacia otro tipo
de narraciones (cómic para adultos, obras eróticas y creaciones
vanguardístas) se postergaría hasta el último tramo de la dictadura
(1980-83). Es significativa la ausencia de estudios teóricos tanto
como de ensayos autobiográficos que den cuenta de la política de
reconfiguración simbólica y material que el gobierno dictatorial
dirigió en el campo. Si bien puede fraguarse una hipótesis sobre una
mayor relativa autonomía que a comienzos de la década del ochenta,
se vislumbra en el campo de la producción de historietas que la
tesis de la homología estructural de todos los campos (según
Bourdieu) viene a desestimar cualquier intento de pensar de manera
ingenua en la “incontaminación” del campo respecto a las lógicas de
censura, coherción, represión y persecución ideológica
características del período.
En
la década del ochenta, la historieta de aventuras comparte el
mercado con la historieta más puramente “de autor” que se publica en
Superhumor y El Péndulo, ambas editadas por editorial
La Urraca. Otra propuesta que continuará la lógica editorial
iniciada por El Péndulo y Superhumor es la revista
Cuero (1982), dirigida por el semiólogo Oscar Steimberg, de la
que alcanzó a editar tres números. Las producciones editoriales
llevadas adelante por los agentes del campo intelectual y académico
(Masotta, Steimberg) si bien no lograron afianzarse a largo plazo ni
posicionarse como referentes en el público consumidor, resultan una
notable tentativa de cruce entre el campo académico e
historietístico. En esta década la historieta avanzará en
direcciones estéticas, temáticas e ideológicas antes no transitadas.
Esta
experimentación que albergó pluralidades temáticas y estéticas fue
adoptada tanto por los profesionales legitimados del campo como por
aquellos que incipientemente buscaban afianzarse.
En los ochenta se anticipará una tesis central para
comprender las condiciones y potencialidades de producción del
lenguaje y su puesta en relación con el orden político imperante.
Trillo y
Saccomanno, escriben en los últimos años de dictadura, que pese a la
inestabilidad del orden institucional y las adversas condiciones que
impone el mercado, la actividad de los historietistas, por ser
intrínsecamente marginal, subsiste a los cambios estructurales del
sistema. Para los autores
«no hay manera de terminar en la Argentina con los historietistas
marginales» (Trillo y Saccomanno, Historia de la historieta
argentina, Récord, Buenos Aires, 1980).
Avalando esta tesis Juan Sasturain pone en relación las formas
marginales de la historieta y la constitución de la identidad
nacional para afirmar el papel clave que las expresiones marginales
tienen en el devenir histórico cultural de una Nación.
EL GOBIERNO CONSTITUCIONAL
Lo
anterior permite conjeturar cuál fue uno de los móviles de la
política editorial que llevó adelante Juan Sasturain en su trabajo
como Jefe de Redacción en el período inicial de la revista Fierro
(1984-1987).
No
es casual que la publicación se subtitulara historietas para
sobrevivientes.
Cabe traer a colación la tesis de que la historieta posee una
excepcional capacidad para denunciar –como ya ha hecho Scolari– una
situación de injusticia social o la ausencia de libertades civiles.
De esta capacidad corrosiva de la historieta hacia el poder hizo
gala la revista Humor Registrado, por ejemplo; un caso digno
de estudio.
A
la condición de marginalidad característica de la producción
historietística cabría agregar su condición de ser, al decir de
Steimberg, un lenguaje con una particular complejidad, con una
historia estilística de actualización y ruptura constante y la
comparativa sencillez y accesibilidad de un género humilde
que no requiere de una inversión tecnológica considerable.
Hacia finales de la década del ochenta las editoriales evidenciarán
los síntomas de una crisis de la que no se repondrán en la década
siguiente.
Tanto la corriente de producción de Historieta de Aventuras,
como la luego denominada Nueva Historieta Argentina que
produjeron en el campo enfrentamientos de orden estilístico e
ideológico no escaparon a las transformaciones de la industria
cultural, la segmentación de los mercados y las nuevas prácticas de
entretenimiento posibilitadas por las nuevas tecnologías.
La fracción
hegemónica del campo editorial remodelará sus políticas de captación
de lectores acomodando sus ediciones a las demandas del nuevo
entramado social. En cambio, la mayoría de las grandes editoriales
de historieta de las décadas analizadas no adoptarán esta misma
conducta obteniendo por consecuencia, la discontinuación de su
actividad editorial.
La
suspensión de una capitalización creciente (en términos de tácticas
y estrategias de política editorial) por parte de los intermediarios
productivos –editores– en un período específico del campo llevó a
que los autores perdieran la consideración de sus obras en términos
de mercancía susceptibles de intercambio en el mercado de los bienes
simbólicos. Debido a esta coyuntura comercial y cultural del mercado
local, muchos autores recondujeron su oferta de trabajo hacia otros
mercados internacionales. Para muchos autores cuyo material ya era
publicado en otros mercados, la crisis local sólo significó la
pérdida de uno de los destinos posibles. En cambio, para otros
productores sin trayectoria internacional el vacío de fuertes
políticas de fomento y comercialización de sus productos, aparejó la
inmediata imposibilidad de publicación de sus obras.
En
los años noventa muchos de los trabajos producidos en la década
anterior para la revista Fierro y otros materiales clásicos
de la historia de la historieta argentina fueron compilados en la
colección denominada ENEDE (Narrativa Dibujada) de la editorial
Colihue, dirigida por Pablo De Santis y diseñada por Juan Manuel
Lima, ambos colaboradores activos de dicha revista.
Apriorísticamente, puede aducirse que las editoriales de historietas
fueron incapaces de detectar las tendencias vigentes en la década
final del siglo XX por causas ligadas a la incompetencia para
visualizar fenómenos, tendencias y segmentos de públicos.
La
cuestión de la eficacia simbólica de la oferta de bienes que
planteaba Bourdieu, o el efecto en la realización en forma de bienes
de un gusto en particular, no halló su correlato en la producción
editorial durante esta época.
Sin embargo, es
por lo menos llamativo que masivas y emblemáticas editoriales de
aquellas décadas no pudieran reconstituirse en tanto empresas
legitimadas en el campo, y en cambio, una editorial como Colihue sin
una importante tradición de publicación historietística desplegase
una política editorial para afianzarse hegemónicamente en el mercado
de la producción.
Muchas de las experimentaciones que se produjeron en
la historieta nueva que tuvo su lugar en suplementos
específicos
como el Subtemento Oxido (1985-1992) tendrán, avanzada la
década de los noventa, su manifestación más evidente en los
denominados fanzines y revistas autoeditadas (Comiqueando,
Suélteme!, Oxido de Fierro, Lápiz Japonés, entre otros).
Si bien este tipo de producción editorial no alcanza los mínimos
industriales de otras producciones, cabe considerar que el fanzine
en la última etapa de la historia de la historieta argentina. Aún
dentro de su precariedad gráfica, su irregularidad y su dificultad
de ubicación fuera del circuito de aficionados y coleccionistas, el
fanzinismo posee la capacidad de fundar identidades asociativas y
elaborar contenidos que en ciertas producciones pueden albergar
creaciones “paraculturales”, tal y como las entendía Jorge
Rivera.
Asimismo la práctica de la autoedición
(característica constitutiva de un fanzine) responde según Williams
a un tipo de producción tentativa de alternatividad que representa
por lo menos una iniciativa de diferenciación respecto a las
relaciones de producción dominante. He ahí su valor. |