Cuando el
dictador comenzó a morir, España empezó a vislumbrar un cierto
futuro de esperanza. Esta afirmación, que bien pudiera ser un cuento
de Augusto Monterroso, resume la situación que vivía este país en el
año 1974, cuando Franco, a sus 81 años de edad, cayó gravemente
enfermo. Tan incrustada estaba la garrapata militar en el débil
cuerpo español, que hubo que esperar a que se muriera un año después
él solo en la cama para que todos descansáramos en paz.
Pero no sólo fue
el anuncio de la flebitis de Franco, esa afección caballo de Troya
de la democracia, la única noticia feliz de aquel convulso año que
comenzó con un vil (garrote) ajusticiamiento en Barcelona. El 21 de
septiembre, el boxeador español Perico Fernández se proclamó campeón
del mundo (versión WBC) en la categoría de los superligeros y el 26
de octubre un grupo de esforzados españoles logró ascender en moto
hasta la cumbre del Kilimanjaro. Frente a estas gratas noticias
deportivas reforzadoras del orgullo patrio, tan necesitado en esos
momentos de hazañas nacionales para contrarrestar ataques a la
sacrosanta unidad nacional, como el del obispo de Bilbao, Antonio
Añoveros, con su pastoral en defensa por la libertad del pueblo
vasco a mantener su identidad, otra efeméride menos chovinista, vino
a orear ese cuarto cerrado que era la España de Franco: el
nacimiento de la revista Ajoblanco.
Cuando Francisco
Scaramanga intentaba meterle una bala de oro en el cuerpo al
inexpresivo Roger Moore / Bond; cuando Nixon dimitía gracias al
trabajo realizado por Redford y Hoffman, encarnados en la vida real
por Carl Bernstein y Bob Woodward; cuando aún los vermes no habían
hecho mella en el cuerpo presente de Juan Domingo Perón y en
Portugal todavía se respiraba un fresco y maravilloso olor a
claveles, en España, como siguiendo el ejemplo de esa niña anárquica
con trenzas pelirrojas y millones de pecas en la cara que TVE
importó ese mismo año de Suecia, Pipi Calzaslargas, nació una
revista distinta, inconformista, extravagante, con otros aires, que
revolucionó el rancio y gris panorama nacional.
La revista
Ajoblanco nació en 1974 «con inquietud y por necesidad» para
estimular «las nuevas inquietudes que fecundaron estas tierras tras
el mayo francés, la contracultura norteamericana, el underground
progresivo y el renacido movimiento libertario…». Con más ilusión
que medios, se unieron para cocinar esta refrescante y saludable
sopa cultural poetas como José Solé Fortuny, Ana Castellar, Tomás
Nart, Pepe Ribas, Antonio Otero, María Dols o Alfredo Astort;
animadores culturales que hacían teatro y arte en la calle como Toni
Puig y Cesc Serrat; fotógrafos como Pep Rigol, Joan Fontcuberta,
Xavier Gassió o Manel Esclusa; militantes catalanistas que escribían
o hacían cine independiente como Quim Monzó y Albert Abril;
contraculturales como Luis Racionero y María José Ragué, y gente del
underground como Claudi Montaña, Moncho Alpuente, EL Zurdo y
Fernando Mir. Un grupo de «gente dispar y libre que quería hacer una
revista diferente para conectar con las nuevas corrientes
antiautoritarias que bullían por aquel país. Un país que salía de la
“negra noche del franquismo” furioso e ilusionado».
La revista, que
abrió sus páginas a los lectores para convertirlos en activistas y
colaboradores, nació en Barcelona al grito, susurrado por el
fantasma de William Blake, de «¡Despertad jóvenes de la nueva era!»,
expuesto en un jugosísimo editorial donde se apostaba por una nueva
cultura. Ajoblanco llegó a ser revista de referencia; seña de
identidad de aquel movimiento civil a favor de las libertades y por
una cultura democrática sin jerarcas que existió en los setenta
extendiéndose por todas las capas sociales. En 1980 se acabó esta
primera aventura de la revista que «impulsó el nacimiento de
numerosos colectivos y que supo conectar con las inquietudes que
nacían en la base social en busca de libertad y justicia». Aquel
primer Ajoblanco consiguió «articular un cambio de
mentalidad, una revolución en las costumbres de vida cotidiana y un
movimiento libertario que se fue fragmentando en mil facetas».
Proyecto
quijotesco donde los haya, Ajoblanco tuvo, como el caballero
de la triste figura, una segunda salida en 1987 en busca de acción
con la que plasmar en el inconsciente colectivo la gran epopeya
cultural.
En 1986, Pepe
Ribas, recién llegado de Londres; Jordi Esteva, arabista y fotógrafo
recién llegado de Egipto; Mercedes Vilanova, historiadora e
impulsora de la Historia Oral en España; Fernando Mir y Toni Puig,
fundadores del primer Ajoblanco, junto a Jesús Ferrero,
novelista, y Peret, diseñador gráfico, impulsaron de nuevo la
publicación empujados por el optimismo que conquistó la ciudad de
Barcelona tras la nominación olímpica. Y volvía nada menos que para
«perfeccionar la democracia». Frente a la “cultura del pelotazo” que
emporcaba la sociedad española, llegó Ajoblanco dispuesta a
luchar contra la situación de desencanto provocada por un
desmesurado culto al dinero y por una imposición cada vez mayor de
lo superficial en el mundo de la cultura. La revista se convirtió en
portavoz de las nuevas tendencias sociales y culturales y denunció
la falta de sensibilidad ante la situación de hambruna en el tercer
mundo que aniquilaba el futuro de más de la mitad de la población
mundial. En 1999, ante la dificultad de sobrevivir en un sistema
donde los medios de comunicación estaban bajo el control de las
multinacionales de la publicidad, sometiendo la cultura a la
economía, la revista, con un modelo basado en la independencia y la
beligerancia con ese sistema, hubo de retirarse de nuevo del mercado
esperando tiempos mejores.
Aunque esos
tiempos mejores no han llegado, o tal vez por eso; porque parece que
Lampedusa se ha instalado definitivamente en nuestras vidas y todo
ha cambiado para que todo siga igual, Ajoblanco, fiel a su
naturaleza, repite.
Corre el primer
lustro del siglo XXI, la estupidez campa por sus respetos por ese
campo abonado (nunca mejor dicho) que es la televisión, oráculo
moderno al que está entregada, con abyecta sumisión, la inmensa
mayoría de una ciudadanía que ha tiempo renunció a sus derechos de
persona para convertirse en una marioneta al servicio del gran
Leviatán moderno: el consumo. Los clásicos literarios de visionarios
como Orwell o Bradbury, que nos prevenían con sus inquietantes
parábolas de un ominoso futuro lleno de estados totalitarios,
omnipresentes y censores, han sido expoliados y prostituidos de tal
manera que ahora, ay, es imposible disociar la escalofriante figura
del Gran Hermano orweliano o uno de los títulos más importantes del
autor de Fahrenheit 451º, Ray Bradbury: Crónicas marcianas,
de ese perverso enemigo que nos vigila a todos y destruye la memoria
de los libros con su necedad bajo el cínico nombre de medio de
comunicación. El “Imperio” contraataca y ataca y vuelve a atacar
convirtiendo el mundo en un videojuego atroz. Las armas cotizan al
alza mientras los cerebros lo hacen a la baja; la igualdad de las
mujeres llena las demagógicas bocas de los políticos mientras la
realidad, contumaz, nos arroja a la cara los cadáveres de amantes
esposas atravesadas por las infamantes flechas del amor que ya no
pueden oír cómo, desde un imbécil anuncio televisivo, les
recomiendan qué detergente deben usar. Por esto y por mucho más
renace, como un fénix de papel, Ajoblanco.
Para esta tercera
salida, la revista acorta el nombre y sale a los kioscos como
elAjo, llevando un subtítulo clavado en el frontispicio a modo
de consigna guerrera: “Contra el sabor a mentira”.
Con una magnífica
portada que bien podría ilustrar el mundo feliz de Huxley, comienza
la nueva aventura de este ajo dispuesto a inundarlo todo con su
incómodo olor. Incómodo porque la verdad fastidia y, elAjo,
que viene dispuesto a “hacer amigos”, nos lo deja claro desde la
primera página escrita donde nos dice, como para ir abriendo boca:
«Hipócrita lector, mi prójimo, mi cliente… eres propaganda». Y es
que ese es el eje temático de este primer elAjo que viene
acompañado, para disfrute de nostálgicos, de un facsímil con los
seis primeros números de Ajoblanco: «Somos propaganda». La
pretensión de la revista es analizar y denunciar con humor y mirada
profunda la manipulación informativa, la creación de los nuevos
villanos o enemigos públicos, las empresas que pregonan una falsa
ayuda humanitaria, las esperanzas de los ciudadanos republicanos, la
magia negra del poder y las enfermedades de los gobernantes, el
imaginario macarra de los reality shows, la ridiculez de
ciertas terapias alternativas y las esperanzas y peligros de la
biotecnología. Esta pretensión queda clara en su contundente
editorial:
«El ajo pica.
elAjo repite. elAjo no viene a llenar ningún hueco ni
tiene un estilo propio… elAjo es anónimo, abierto,
extraño. Somos rigurosamente intolerantes, porque la tolerancia,
pensamos, es una forma de acomodarse a lo que interesa. No
busquéis en elAjo una homogeneidad visible, unas ideas
determinadas o un estilo propio. Tenemos el estilo de todos y
cada uno de los dibujantes y redactores que forman elAjo.
No nos pidáis que seamos uniformes, ni tampoco coherencia,
porque la realidad no es coherente. Alguien una vez nos dijo:
“No me preguntéis quién soy ni me pidáis que permanezca
invariable, es una moral del estado civil la que nos exige la
documentación. Que nos deje en paz a la hora de escribir”. No
tenemos otra identidad que la que decidimos tener cada día.» (…)
«elAjo es una revista ácida que opta por los encuentros,
los intercambios, las redes, las culturas, la no dominación, la
no soledad, la pasión, la innovación y los movimientos. Queremos
innovar nuestra efímera realidad karaoke. Nos apetece estar en
los desafíos actuales, escuchando y aportando.» (…) «El
nihilismo nos horroriza. Queremos aglutinar movimiento civil:
fue y es Ajoblanco».
La postura
inconformista por la que apuesta elAjo hace de la revista una
especie de manifiesto situacionista, para el que han rescatado, como
no, un texto de Guy Debord. En cuanto a su radical crítica a los
medios de comunicación, sin duda la revista se alinea con los
“apocalípticos” de Umberto Eco. También se permite esta revista con
vocación de alborotadora desdecir al mismísimo Nietzsche cuando
afirma, en un artículo dedicado a la televisión: «Dios no ha muerto.
Está sentado frente al televisor».
En el proceso de
invención de este número experimental y colectivo han participado
Pepe Ribas y Toni Puig, fundadores de Ajoblanco; Javier
Esteban, director de Generación XXI; Miguel Brieva, dibujante
sevillano; Antonio Baños y Eduard Gonzalo, escritores; Juan Antonio
Álvarez y Mercè Moragas, diseñadores; y David Solá, Aurora Arenas y
Alejandro de la Rica como informáticos humanistas.
En el aspecto
formal es elAjo una publicación satírica heterogénea en la
que se mezclan textos y humor gráfico de manera caótica. Aunque ya
queda avisado en la particular declaración de intenciones que no
será una revista coherente, porque la realidad no lo es, no por ello
es menos notable la anarquía que impregna el diseño del número que,
lejos de aportar nada nuevo, sólo entorpece la grata lectura de
textos y la visión de las magníficas ilustraciones y viñetas
humorísticas. Tal vez sea el mayor pecado en cuanto a la forma que
pueda imputársele a elAjo éste de ofrecer las cosas
como por casualidad, como si no fuese la revista definitiva la que
estamos viendo sino un boceto de la misma. Como ocurre con algunos
programas de televisión que pretenden ser modernos moviendo sin
parar la cámara o mostrando lados imposibles de los entrevistados,
este primer número de la revista señala palabras con rotulador
fluorescente como de apunte de instituto y nos atosiga la lectura
por medio de alocadas flechitas que recorren las páginas en un
mareante frenesí señalador.
En cuanto a los
textos, resulta chocante que apostando por una publicación de
denuncia, valiente y combativa, se haya optado por la fórmula
utilizada en la revista The Economist de no firmar los
artículos. La lista de los autores viene en la contracubierta sin
que podamos saber qué ha escrito cada uno de ellos. Son: Pedro
Gómez, Eduard Gonzalo, José Carlos Aguirre, Ruth
Toledano, Pepe Ribas, Antonio Baños, Alex Romero, Javier Esteban,
Santiago Camacho, Toni puig, Frank G. Rubio, Cristóbal Cobo, Rafa
Millán, Leopoldo Alas, Lluis Carbonell, Galactus, Grace Morales,
José Cervera,Antonio Dyaz y Javier Candeira.
Dentro de la
vorágine formal de este primer elAjo, las ilustraciones,
viñetas y tiras de humor gráfico, que sí vienen firmadas, salpican
las páginas, como espurreadas, dando una apariencia de
desorganización artística. Sin embargo, esto no es del todo así, ya
que la mayoría de dibujos están agrupados por temas, coincidiendo
con los textos donde se insertan. La portada y las dos primeras
páginas corren a cargo del magnífico dibujante Miguel Brieva quien,
con su personalísimo estilo, ilustra a la perfección el tema central
de la revista: “Somos propaganda”. Junto a Brieva destaca el
incisivo humorista gráfico leonés Rodera que hace una de las
historietas más disparatadas, absurdas y geniales que se puedan ver
hoy en día en el mundo de las revistas de humor: “Pórnex y el niño
de los palíndromos”. Estos dos originalísimos autores, con su
causticidad y espíritu iconoclasta, plasman a la perfección el
espíritu de elAjo. Junto a ellos, en una perfecta
promiscuidad artística, se encuentran autores diferentes que, cada
uno con su estilo, refuerzan la eficacia nutritiva de este ajo de
papel: Rep, dibujante americano que utiliza cartones como soporte de
algunos dibujos; Juan Antonio Álvarez; Lola Sánchez; Edu Fornieles;
Alex Romero y Fritz, que firman juntos una divertidísima historieta
filosófica; Miguel B. Núñez; Jacques Le Biscuit; Eneko; Mutis; Enaid;
Olaf; El Cartel; Malagón; Ramón Churruca y Mertxe González.
Aun siendo una
presencia gráfica variada y efectiva, de gran calidad, parece escasa
para una publicación satírica como es ésta. En algunos casos, esa
búsqueda de la diferencia, de no parecerse a nadie, de buscar un
diseño original, hace que viñetas absolutamente geniales queden
absorbidas dentro de la página por el texto, de modo que parecerían
más una ilustración al mismo que obras independientes de igual
valor. El arma poderosa del humor gráfico, tan necesaria en general
e indispensable en una revista de humor, no debería sacrificarse en
aras de un diseño innovador.
En cuanto al
contenido, este renacido ajo también tiene sus contradicciones.
Envuelve la revista un cierto tufo de exageración apocalíptica, como
si de pronto nos encontráramos viviendo en un mundo de pesadilla
donde poco menos que todos somos zombis arrastrados por la inercia
de la estulticia, sin salvación posible. En ocasiones, elAjo,
parece sacado de alguna pancarta perdida de una manifestación
antiglobalización. Por momentos, parecería que la revista cae en la
demagogia que critica y trata a los lectores como niños de teta a
los que más que un libertario ajo cómplice, se les estuviese
ofreciendo, debido a una afasia sobrevenida, unas paternales
interjecciones (ajó ajó) para estimularles a hablar. En cualquier
caso, haciendo un ejercicio de antilogía, podremos no sólo salvar a
este primer número de elAjo defendiendo todas estas
contradicciones; estos excesos, pues, quién duda que una gran parte
de la población vive en un feliz limbo de idiocia patrocinado por la
munificencia televisiva en connivencia con unos poderes públicos
henchidos de corrupción, sino que además estaremos de acuerdo con su
mensaje estridente porque, tal vez, ha llegado la hora de gritar
para cambiar las cosas. Frente a una ciudadanía subvencionada en la
confortable estabilidad hipotecaria, bienvenido sea un gamberro ajo
protestón, un ilustrado ajo anárquico que rechaza la publicidad, que
aspira a ser libre en un mundo libre. Por lo pronto, elAjo,
con sólo un número en la calle, ya ha conseguido algo importante:
darnos un remedio para que nos quitemos el mal sabor de boca que
produce la mentira que nos rodea por todas partes. Contra el sabor a
mentira, elAjo.
Bienvenido. |