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LO CÓMICO Y LA CARICATURA

Lo cómico y la caricatura

Edición: Visor Dis: La Balsa de la Medusa, 25, Madrid
Colección dirigida por Valeriano Bozal
Primera edición: 1988
Segunda edición: 2001

© de la edición comentada, A. Machado Libros, S.A., 2001
ISBN: 84-7774-525-0
Depósito legal: M-17.43-2001

9,60 €    |     22 X 14 cm.

Lo cómico y la caricaturaedición de 1980

[ Ilustración de la portada: H. Daumier, Le wagon de troisiéme classe, para la edición de 2001. A la derecha, la cubierta de la primera edición, con dibujo de Grandville ]


COMENTARIO, por Lombilla

LAS FLORES DEL MAL... DE LA RISA

«¡Mueve el Diablo los hilos que nos dan movimiento!
Descubrimos encanto en lo más repugnante;
día a día al Infierno paso a paso bajamos
sin horror, a través de tinieblas que hieden.»

Con esta inquietante estrofa del poema "Al lector" se abre Las flores del mal. En ella presenta sus obsesiones el padre del simbolismo, Charles Baudelaire (Paris, 1821-1867), y parece querer confirmar lo que dos años antes de la publicación de su genial obra en verso, en 1855, afirmó con respecto a la caricatura en el texto teórico De la esencia de la risa y en general de lo cómico en las artes plásticas, a modo de tajante resumen y certero diagnóstico intelectual sobre “este género singular”: «La risa es satánica»,.

«No quiero escribir un tratado sobre la caricatura; quiero simplemente poner en conocimiento del lector algunas reflexiones que me he hecho a menudo...». Baudelaire, con esta modesta declaración de intenciones, comienza la primera parte de las seis en que está dividido "De la esencia de la risa...", capítulo primero del volumen De lo cómico y la caricatura con el que la editorial Visor Dis, a través de su colección "La balsa de la Medusa", da a conocer los estudios del poeta sobre un tema que le interesaba (incluso lo practicó: se conservan algunas autocaricaturas suyas), y sobre el que había escrito en diversas ocasiones. Este pequeño volumen (pequeño en tamaño pero grande en contenido), también reproduce dos estudios publicados en 1857, "Algunos caricaturistas franceses" y "Algunos caricaturistas extranjeros".

Precede a la obra una erudita introducción, "Cómico y grotesco", del director de la colección y catedrático de Historia del Arte Moderno, Valeriano Bozal, quien, como un culto Orlando de Virginia Woolf, viaja por la historia intentando descubrir las claves de la risa y definir el sentido y la función de lo cómico, así como de lo grotesco; desentrañando con profusa información la evolución de todos ellos y los cambios que han ido afectando a su concepción.

Introduce además el editor una lujosísima y riquísima serie de ilustraciones que, como explica en una nota al principio, no aparecían en los originales de Baudelaire y que, aunque no agotan en ningún caso las numerosas referencias del poeta, sí ofrecen una información visual de imágenes en muchos casos desconocidas para el lector en lengua castellana. Nos encontramos, pues, a través de sus páginas con El jardín de las delicias de El Bosco; con anónimos grabados barrocos del siglo XVII; inquietantes personajes de Callot o Lukas Cranach; por supuesto, la práctica totalidad de los caricaturistas a los que presta especial atención el autor en los dos últimos capítulos, dejan su feraz simiente gráfica: Hogarth, con su truculenta Lección de anatomía; Goya, con dos de sus impresionantes Caprichos; vemos una rica gama de dibujos de Daumier, entre los que destaca la contundente litografía Rue Transnonain (si las caricaturas hacen reír, esta no es una caricatura. Daumier representa una escena de la represión policial que se saldó con la matanza de obreros en esa infausta calle francesa en los revolucionarios años treinta que, como ocurre en todas las revoluciones, originan una febril actividad caricaturesca). Podemos apreciar también el buen hacer de Gavarni; nos sorprenden las extrañas figuras de Grandville; pintorescas estampas de Pinelli...  

I.- De la esencia de la risa y en general de lo cómico en las artes plásticas.

Comienza Baudelaire, en el primer apartado, diferenciando dos tipos de obras en la caricatura: unas que sólo tendrían la vigencia del hecho que representan y las que contienen un elemento misterioso, duradero, eterno, que despierta la atención de los artistas y a las cuales considera el poeta auténtico tema del artículo. Podríamos, contextualizando, encontrar claros ejemplos en las caricaturas periodísticas de hoy día de estas dos variantes; aunque el juicio que hace Baudelaire quizás no fuese aplicable en la misma medida, debido a los lógicos cambios sufridos en la sociedad en general y el enfoque periodístico de las viñetas humorísticas en particular.

También hace una defensa de la caricatura como género.

En el segundo apartado analiza el anónimo apotegma «El sabio no ríe sino temerosamente», al que atribuye, con cierta ironía, un carácter oficialmente cristiano pues destaca que el sabio por excelencia, el Verbo Encarnado, nunca ha reído. «A los ojos de Aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe. Y, sin embargo, el Verbo Encarnado ha conocido la cólera, ha conocido incluso el llanto».

Haciendo un personal y sarcástico silogismo, Baudelaire llega a la conclusión de que esta frase quiere decir que la risa es privativa de los tontos, y que siempre implica en mayor o menor medida ignorancia y debilidad. Cosa con la que claramente él no está de acuerdo.

Hace en el tercero una divertida crítica de los fisiólogos de la risa que dan, como razón primera de la misma, de «ese monstruoso fenómeno», el sentimiento de superioridad; lo que bastaría, a juicio de Baudelaire, para demostrar que lo cómico es uno de los más claros signos satánicos del hombre. «No me sorprendería que ante tal descubrimiento el fisiólogo se echara a reír pensando en su propia superioridad», afirma irónico el poeta.

En Mi corazón al desnudo, su libro acaso más sincero, Baudelaire escribió: «Existen en todo hombre, y a todas horas, dos postulaciones simultáneas: una hacia Dios y otra hacia Satán. La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo de ascender de grado; la de Satán, o animalidad, es un gozo a rebajarse». Para Baudelaire, la llamada del mal es tan consustancial al hombre como la atracción imperiosa que lo lleva a las alturas celestiales. Esta tensa complejidad del alma humana la pone de manifiesto en el cuarto apartado, donde resume una especie de teoría de la risa:

«La risa es satánica, luego es profundamente humana. En el hombre se encuentra el resultado de la idea de su propia superioridad; y, en efecto, así como la risa es esencialmente humana, es esencialmente contradictoria, es decir, a la vez es signo de una grandeza infinita y de una miseria infinita. Miseria infinita respecto al ser absoluto del que posee la concepción, grandeza absoluta respecto a los animales. La risa resulta del choque perpetuo de esos dos infinitos. Lo cómico, la potencia de la risa está en el que ríe y no en el objeto de la risa».

Deja claro, también, que lo cómico dejaría de existir si no existiera el hombre pues los animales no se creen superiores a los vegetales, ni éstos a los minerales. Continúa Baudelaire reflexionando y llega a la interesante conclusión de que a mayor evolución mayor elemento cómico, fruto de la inteligencia y el saber.

En la siguiente parte, la quinta, hace una clara distinción entre lo cómico y lo grotesco. Desde el punto de vista artístico, lo cómico es una imitación; lo grotesco una creación: «Lo cómico es una imitación entremezclada de una cierta facultad creadora y lo grotesco es una creación entremezclada de cierta facultad imitativa de elementos preexistentes en la naturaleza». Termina calificando a lo grotesco cómico absoluto, como antítesis de lo cómico ordinario, que llamará cómico significativo:

«Lo cómico significativo es un lenguaje más claro, más fácil de comprender por el vulgo, y en particular más fácil de analizar, al ser su elemento visiblemente dual: el arte y la idea moral; pero lo cómico absoluto, al aproximarse más a la naturaleza, se presenta como una clase una, y que quiere ser captada por intuición. No hay más que una verificación de lo grotesco, es la risa, y la risa repentina; frente a lo cómico significativo no está prohibido reír de golpe; no rebate su valor; se trata de rapidez de análisis».

En la última parte, la sexta, de este primer capítulo, enfrenta a Moliére, como la mejor expresión francesa de lo cómico significativo, con Rabelais, el gran maestro francés de lo grotesco. Tras analizar su patria, habla de «la soñadora Alemania», donde habría excelentes muestras de lo cómico absoluto; de «la alegre, ruidosa y olvidadiza Italia», en la que abundaría lo cómico inocente; de España,  donde «los españoles están muy dotados para lo cómico. Llegan rápidamente a lo cruel, y sus fantasías más grotescas contienen a menudo algo de sombrío». Termina este repaso geográfico de lo cómico con Inglaterra, recordando una pantomima inglesa cuyo rasgo distintivo de ese género cómico era la violencia.

Finaliza haciendo hincapié en la necesidad, como rasgo más característico de lo cómico absoluto, de ignorarse a sí mismo, y para mejor comprensión propone como ejemplo a los ídolos chinos que (y en esto no se diferencian mucho de algunos personajes de hoy día, como políticos ambiciosos y grandilocuentes o famosillos rimbombantes en general), aunque sea un objeto de veneración, no difiere mucho de un monigote.

II.- Algunos caricaturistas franceses

Con agudeza y un gran sentido crítico, Baudelaire expone sus planteamientos teóricos más firmes y, como él mismo indica, es propio, a la vez, de un artista y de un filósosfo, pero no de un historiador de la caricatura. Y ello porque en el ámbito de la caricatura es posible distinguir, como se apunta en el primer capítulo, aquellas que se limitan al hecho o personaje representado, fugaces y perecederas, y las que contienen un elemento duradero (volviendo a contextualizar, esta vez con ejemplos que ayudarían a una mayor comprensión de esta teoría, se podría diferenciar los chistes o caricaturas de, por ejemplo Gallego y Rey o Forges, sobre el cruce de declaraciones entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición en una acalorada tarde parlamentaria sin más trascendencia histórica y algunas de las viñetas imperecederas e intemporales de Chúmy Chúmez).

Así, analiza la obra de una decena de caricaturistas franceses contemporáneos:

Vernet (1758-1836), cuya obra es una pequeña Comedia humana; le otorga calidad histórica y calidad artística.

Pigal (1798-1872), divertido y dulce.

Charlet (1792-1845), de quien le cuesta opinar, dice, debido a que es una celebridad pero, aun así, opina sobre él haciéndole una demoledora crítica: «Charlet no pertenece a la clase de los hombres eternos y de los genios cosmopolitas. Es un artista de circunstancia y un patriota absoluto, dos impedimentos para el genio» (deberían tomar buena nota de esta aseveración de Baudelaire esos caricaturistas de poca monta Daumier-aunque tenga cierta calidad artística, un caricaturista parcial, despojado del elemento indispensable para la sátira que es la sinceridad, el pensamiento libre, no puede ser nunca un buen caricaturista- esos caricaturistas, digo, que venden su plumilla a la propaganda política de determinados militares dictatorzuelos anacrónicos y no hacen caricaturas sino ditirambos y panegíricos; pero ellos, prostituidos dibujantes, cómplices mamporreros de sátrapas matarifes, ellos, ay, no leen a Baudelaire).

Daumier (1808-1879), a quien considera uno de los hombres más importantes, no sólo de la caricatura, sino también del arte moderno. Daumier trabajó en la famosa revista La Caricature, fundado por Charles Philipon en 1830. Esta publicación fue pionera sufridora de las persecuciones a los satíricos: tanto Philipon como Daumier hubieron de enfrentarse a la (in)justicia. Daumier pasó seis meses en la cárcel por un dibujo alusivo al rey. Baudelaire tuvo parecidos problemas en 1857 al publicar Las flores del mal: la edición fue confiscada por mandato judicial y se le suprimieron seis poemas.

Monnier (1805- 1877), comediante, escritor y caricaturista con un talento esencialmente burgués.Grandville. Clic para ampliar

Grandville (1803-1847), espíritu enfermizamente literario, que incluso se servía del recurso consistente en unir a las bocas de sus personajes banderolas parlantes (antecedente de los actuales bocadillos).

Gavarni (1804-1866), considerado, tras Daumier, el más importante dibujante e ilustrador satírico francés del momento. Ha tenido una gran influencia en los dibujantes españoles, sobre todo en Francisco Ortego, a quien llamaban “el Gavarni español”.

Trimolet (1812-1842), bellísimos dibujos en los que reina una loca e inocente alegría.

Traviés (1804-1859), artista eminente que en su momento no fue suficientemente apreciado.

Jacque (1813-1894), excelente artista de inteligencia múltiple.

III.- Algunos caricaturistas extranjeros

Tras el recorrido por los compatriotas, hace Baudelaire ahora un recorrido por caricaturistas de Inglaterra, España, Italia y Holanda, con una diferencia temporal. Mientras los franceses que examina son todos coetáneos, aquí hay cierta distancia temporal entre unos y otros.

De Inglaterra:

Hogarth (1697-1764), encoge el corazón. Brutal y violento. Moralista ante todo.Hogarth. Clic para ampliar

Gruikshank (1792-1878), uno de los más fecundos caricaturistas ingleses. Sus dibujos aparecen en la mayoría de las revistas y periódicos del siglo XIX, especialmente en ‘Punch.

De España:

Goya (1746-1828), de quien Baudelaire sólo conoce los grabados. La influencia de Goya en Francia llega a través de Delacroix, que lo descubre y revela en 1828 a Hugo. Para Baudelaire, Goya «ha introducido en lo cómico un elemento sumamente raro: lo fantástico. Goya no es exactamente nada en especial, ni cómico absoluto ni puramente significativo». Para Baudelaire, Los Caprichos son una obra maravillosa, por concepto y ejecución. Dos son los que ilustran el libro: "Y aún no se van", Capricho núm. 59 y "Quién lo creyera", Capricho núm. 62. Sin duda es Goya uno de los más admirados por Baudelaire, pues es el único de los caricaturistas de este libro que incluye, dentro de Las flores del mal, en su poema "Los faros", dedicadoGoya, capricho 59 a los artistas que iluminan, como faros, su vida:

«Goya, sueño maldito de mil cosas secretas,
Conocimiento de fetos en atroz aquelarre,
viejas ante el espejo y muchachas desnudas,
tentación de demonios, que se ajustan las medias...»

De Italia:

Pinelli (1781-1835), devorador de escenas pintorescas. Su originalidad se ponía mucho más de manifiesto en su carácter que en sus obras.

De Holanda:

Brueghel el viejo (1528-1569), cuyo amasijo diabólico y chistoso piensa Baudelaire que se debe a una gracia especial y satánica. Luego profundamente humana, como ya nos demostró al principio: «La risa es satánica, luego es profundamente humana»

Y humana es la caricatura que provoca la risa; humana como la belleza de sus imágenes, truculentas e infernales a veces, suaves y delicadas otras: belleza, en fin, a la que Baudelaire dedicó un himno en Las flores del mal, quién sabe si pensando en lo cómico y en la caricatura a modo de poético homenaje a este arte deliciosamente demoníaco y no siempre bien entendido:

¿Qué me importa que salgas del Infierno o del Cielo
oh, Belleza, monstruosa, toda espanto y candor,
si tus ojos, sonriendo, van a abrirme la puerta
de un ansiado infinito que jamás conocí?


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