A
Eva.
Como cualquier tesoro
que se precie, este magnífico libro es muy difícil de encontrar. Si un
munífico genio, tras ser liberado de su cautiverio nos concede el
deseo de poseerlo, o el divino Baco, como recompensa por haber
encontrado a su ebrio amigo Sileno en vez de esa vulgaridad de
convertir todo lo tocado en oro nos regala sus páginas, entonces nos
encontraremos con un documento histórico trascendental.
A través de 89 acuarelas correspondientes a dos álbumes que se
conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, más tres trabajos sobre
el tema que facilitan al lector la comprensión de la época y las
circunstancias en que fueron realizadas, vemos la plasmación gráfica
de, como indica el editor en el prólogo, «la más terrible sátira nunca
hecha contra el poder».
Bajo el seudónimo Sem, los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo
Bécquer, utilizaron su enorme ingenio a modo de guillotina humorística
contra Isabel II y toda su "Corte de los milagros". Junto a la ya
caída reina, merced a la "Gloriosa" revolución de 1868, estos
fraternales humoristas gráficos ajusticiaron al rey consorte Francisco
de Asís, al que el pueblo llamaba "Paquita natillas"; sor
Patrocinio, "la monja de las llagas";
el padre Claret (confesor de la reina); Carlos Marfori (amante de la
reina); el presidente del consejo de ministros González Bravo, y
algunos personajes más, en unas acuarelas donde la libertad es
absoluta; donde, sin pudor ni recato, dejan volar su imaginación y su
espíritu crítico hasta unas cotas que, paradojas de la vida, hoy día
escandalizarían no ya a los rancios sectores de siempre, o, por
supuesto, a los contumaces monárquicos de toda la vida, sino (tal es
el grado de su valiente atrevimiento contra el poder), a sectores más
progresistas pero con el lastre de lo políticamente correcto en cuanto
a su trato con la corona.
Describir las excelentes láminas de Sem de manera pacata, sería un
insulto a la memoria de estos revolucionarios artistas. Es por eso que
no podemos conformarnos, en aras del prurito profesional que nos mueve
(y siempre, por supuesto, dentro de los límites del buen gusto), con
decir que a la reina se la pinta casi siempre desnuda y en actitud
procaz con su corte... Que toda la obra está presidida por un claro
ambiente sicalíptico... Que... ¡No! Si queremos hacerle el honor que
merece a Sem, si queremos (y queremos), sacar a Gustavo Adolfo Bécquer
«del tenue purgatorio en que cuatro generaciones le tienen metido»,
entonces tendremos que decir que en las acuarelas de esta obra sin
par, genial, magnífica y ejemplar para estos tiempos de abulia
revolucionaria que corren, se ve a Doña Isabel II de Borbón, reina de
España por la gracia de Dios, fornicando con todo lo que se le pone
por delante: ora con su amante Marfori (en muchas), ora con un pollino
en unas caballerizas (p. 281) ...
Tendremos que describir acuarelas donde la reina baila desnuda el
cancán con el padre Claret, el emperador Napoleón III y Carlos Marfori
que, también desnudos, exhiben ante ella unos enormes falos que harían
enrojecer de vergüenza al más conspicuo actor pornográfico de hoy día,
mientras desesperado, en un rincón, el rey Francisco de Asís intenta
cortarse el suyo (p. 247). En otras se muestra con toda su crudeza el
ambiente orgiástico de palacio: podemos deleitarnos con la reina y su
amante Marfori copulando montados a horcajadas sobre el rey Francisco
de Asís mientras, convertida ella en servicial mamporrera real, dirige
con su mano derecha el miembro enhiesto del padre Claret hacia el culo
del rey. Al fondo de la promiscua escena, figura la muerte, Luis
González Bravo y el emperador Napoleón III ensartados entre ellos (p.
147). O alguna donde el rey es sodomizado por el padre Claret mientras
aquél intenta hacer lo propio con González Bravo que está intentándolo
con sor Patrocinio, mientras la reina está sentada con una pierna, en
actitud explícita, sobre el brazo del sillón ante la atenta mirada de
Marfori que sostiene en una mano una copa y, bajo su vientre, sostiene
su enorme pene erecto (p. 163).
Aún siendo ésta la tónica general de las obras, no están exentas
muchas de ellas de cierto simbolismo que explica, de manera
contundente a la par que didáctica, la situación real a que hacen
alusión, y el contexto histórico en que se produce. Tal es el ejemplo
de la lámina donde Luis González Bravo sostiene en el aire a la reina
con su verga mientras la penetra por detrás. Bajo la escena un pie
ilustrativo dice: ¡Fue su último sostén! (p. 269). Metáfora alejada de
toda sutilidad donde se muestra la situación que vivía la reina a la
muerte de Narváez en 1868, cuando nombró a González Bravo primer
ministro al considerarlo el único político capaz de imponer el orden y
evitar la revolución que, sin embargo (y felizmente) triunfó cinco
meses después.
Apenas se esboza una hipótesis en los documentados estudios que
acompañan al libro sobre el origen del seudónimo Sem. Al no quedar
claro de dónde viene o qué pudo motivar a los hermanos Bécquer para
adoptarlo, nos atrevemos a plantear un atrevido juego ucrónico sobre
el mismo que se nos antoja adecuado: podría ser, por qué no, que
eligieran el nombre del primogénito de Noé por claras coincidencias en
sus obras: si aquéllos metieron a los animales en un arca para
salvarlos de la inundación, éstos se permiten convertir en muchas
ocasiones a la reina y toda su corte en animales (muy propio por otro
lado del gusto de la época, en la que se estilaba, y a principios del
siglo veinte también, este tipo de caricaturas animalescas, pp. 203,
211, 217 ó 231), y los meten en este simbólico arca de papel donde, a
diferencia de la familia bíblica, a quien salvan no es a ellos de una
inundación, sino a los súbditos de estos reyes y políticos tiranos,
que son salvados por medio de la catarsis colectiva al contemplar
estas obras, de su pasiva y temerosa vida de seudo esclavos, gracias
al sano ejercicio de la crítica y la sátira política. En definitiva de
la libertad.
También se apunta en el libro la posibilidad de que el seudónimo
Sem no fuera exclusivo de los hermanos Bécquer: «Desde finales de 1865
hasta 1870 la firma Sem aparece bien en el periódico Gil Blas, bien en
los almanaques del periódico, ya sea firmando la cubierta o los
dibujos de interior, y a su lado figuran los nombres de Manuel del
Palacio, Eusebio Blasco, Federico Balart, Luis Rivera, Roberto Robert,
Ortego, Bécquer, Rico, Perea , Giménez y otros; es decir, una
selección de la flor y nata de la prensa, de lo mejor del periodismo,
el dibujo y el grabado».
Como posibilidad ahí queda, pero la relación de los hermanos
Bécquer con el heterónimo Sem es indudable pues como nos recuerda
María Dolores Cabra Loredo en su análisis, la revista Gil Blas,
a los tres días del fallecimiento de Gustavo Adolfo dio la siguiente
necrológica: «contra su costumbre, Gil Blas no puede hoy menos de
consagrar un recuerdo a la memoria de quienes, en la primera época de
esta publicación, ilustraron sus columnas con dibujos que llevaban la
firma de Sem»
Modestamente, emulando a Gil Blas, no podemos hoy menos que
consagrar no sólo un recuerdo a la memoria de estos artistas, sino
además, queremos lanzar, a quien corresponda, un desesperado grito de
rabia reivindicativa de su memoria como geniales satíricos,
desconocida por completo de la inmensa mayoría. Y no sólo eso. También
creemos que se debería rescatar este enorme documento histórico para
las universidades donde Gustavo Adolfo Bécquer (y volvemos a
parafrasear al editor en el sabroso prólogo), «se pierde en una honda
bruma que difumina su imagen, conformada por el plúmbeo incienso que
desde su muerte ha recibido el poeta». Rompamos, gracias al
conocimiento de Sem, el mito lánguido y triste que se ha creado de
este eximio poeta y excelso y valiente humorista gráfico, satírico
genial: Valeriano Bécquer.
Cuán lejano resulta, a la vista de estas obras que engloban Los
Borbones en pelota, de esa imagen meliflua a la que tantos
aburridos exégetas nos han acostumbrado, pero, como nos recuerda el
editor, «el conocedor de la poesía becqueriana no encontrará en esta
obra sino el lógico desarrollo de la que su poesía nos ofrece. Y es
que el problema principal con Bécquer lo ofrece el hecho de ser el
poeta más popular de nuestra literatura, el más popular, pero no el
más leído».
Gracias a... lo que sea, corren otros tiempos. La Monarquía no es
lo que era (menos mal). Pero a pesar de todo, y a la vista de esta
obra satírica, nos queda un cierto regusto amargo al ver que toda la
enseñanza que encierran estos dibujos (como por lo general suele
ocurrir con las obras de los grandes satíricos), que toda la brutal y
divertida lección de humildad que se le da a las personas que por
circunstancias políticas o de cuna se sitúan por encima del bien y del
mal, no ha fructificado en la estabulada sociedad de hoy día, y aunque
insistimos en que son otros tiempos, se sigue cayendo en el error
histórico, a nuestro juicio, de reverenciar y respetar más allá de los
límites que el sentido común está dispuesto a tolerar, a personas e
instituciones anacrónicas y sin razón de ser en pleno siglo XXI,
donde, sin el menor pudor, aún siguen, de manera obscena, exhibiendo
sus privilegiadas vidas que tanto contrastan con la de los ciudadanos
que pagan los inexorables impuestos para que ellos sigan manteniendo
este monumento a la sinrazón humana que da en llamarse Monarquía.
Hagamos pues, un ruego a los dioses de la libertad en honor de los
transgresores hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, herederos
del periodismo lúcido e inteligente para que esta época tenga algún
día tanta libertad como aquélla y nos sigamos riendo de los Borbones...
Esperando el advenimiento de la Tercera República española. |