Hace ya algunos años que en España, tras cumplir la tácita
condena de cobarde silencio al que la “sacrosanta y modélica” Transición
nos condenó, se comenzó a rehabilitar la memoria de los derrotados de la
guerra civil. Sin duda, el que los socialistas perdieran el poder en
1996 contribuyó en gran medida al impulso de esta obligada cuenta
pendiente. Lo que no hicieron cuando debían, cuando ostentaban el poder
que el pueblo español, ilusionado, les dio en 1982, comenzaron a hacerlo
cuando perdieron las elecciones como parte de una estudiada estrategia
de oposición contra el gobierno de derechas que los sustituyó en el
poder. Parece que les movía más un afán de desacreditar al gobierno de
Aznar (tarea no demasiado difícil si tenemos en cuenta que el fundador
de su partido y mentor político fue uno de los colaboradores directos
del ominoso régimen franquista), y restarle votos, que un honesto
interés por recuperar la “memoria histórica”.
A la recuperación física de represaliados tirados en
solitarias cunetas, o enterrados en medio de fértiles campos con frutos
que se han nutrido durante años de sus cuerpos olvidados, o en esas
dantescas bocas del infierno que son las fosas comunes, se ha unido
también una necesaria recuperación de obras postergadas en un
ensordecedor mar de silencio.
Seguir el rastro de fusilados anónimos o de supervivientes
exiliados muertos en el extranjero es complicado. Editar libros inéditos
perdidos en oscuros cajones de lejanos países o escondidos, con
tembloroso celo, en inseguros desvanes de cualquier pueblo de España, es
una ardua tarea. Qué duda cabe. Sin embargo, no todos los artistas
represaliados y castigados a esa segunda muerte que es el olvido, tienen
el rastro evaporado por el impune asesinato de la tiranía. No todas las
obras de creadores que pusieron su intelecto al servicio de la libertad,
fueron destruidas bajo la implacable temperatura 451º fahrenheit del
opresor fuego fascista. El imperdonable olvido, la inmoral indiferencia,
la obscena amnesia ante artistas que no se fueron y, que siendo
conocidos luchadores contra los sublevados, permanecieron en España
sometidos a una brutal represión, es más lacerante por cuanto su memoria
no hay que rastrearla en países remotos. Sus obras, publicadas antes,
durante y después de la guerra, son suficientemente conocidas, están tan
a la mano que, encontrarlas para homenajear su memoria con el merecido
trofeo de la difusión, quizás no entrañaría más esfuerzo y gasto que el
que emplean los partidos políticos sólo en un día de campaña. Éste es el
caso de un dibujante singular, el sevillano Helios Gómez, un dibujante
anarquista; un comunista pintor; un poeta con la biografía preñada de
luchas y fracasos. Ésta es la historia de un dibujante, poeta y soldado
que sobrevivió a la barbarie tras empeñar su vida entre el negro de la
tinta china y el rojo de la sangre derramada en este desmemoriado país
que él, como tantos otros, defendió desde la inquebrantable atalaya de
sus convicciones: en una mano, el fusil; en la otra, un lápiz.
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