LABERINTO VASCO: MINOTAURO DE HORROR.
TESEOS DE HUMOR
Contra las balas y la intolerancia de unos brutales
asesinos adosados a cínicos políticos nacionalistas, Alfonso Ussía
Y Antonio Mingote se adosan, con sus magistrales
viñetas, uno, y sus ingeniosísimos artículos, otro, para «denunciar,
desde la sonrisa, el estupor, el asombro, la incredulidad y la
indignación, la existencia de un nacionalismo perverso que nubla las
esperanzas de una nación moderna, civilizada, pacífica y libre.»
Con tan valiente declaración de intenciones, prologan los autores esta
recopilación de sus respectivos trabajos en ABC dedicados a la
difícil situación en el País Vasco a lo largo de diez años: de 1991 a
2001.
Si Antonio Mingote y Alfonso Ussía fueran orates gregarios de Sabino
Arana, ahora mismo las tripas ensangrentadas de Jon Idígoras,
Xavier Arzalluz, el Obispo Setién o el Lehendakari
Ibarretxe estarían desperdigadas por el suelo de alguna triste y
sombría esquina, abatidos por certeros disparos a bocajarro o por la
explosión de una potente bomba lanzada contra ellos por discrepar
ideológicamente. Pero como da la bendita casualidad de que estos dos
pesos pesados de la prensa española son personas civilizadas e
inteligentes, las armas que utilizan contra estos RH guay son:
las balas de la inteligencia y las bombas del humor.
Con un fabuloso dibujo en la portada, Antonio Mingote nos da una versión
revisada del mito de Laocoonte, con Arzalluz enroscado por una enorme
serpiente. A diferencia del troyano, no sólo no sufre por ello, sino que
además la porta con orgullo a modo de banda presidencial, mientras
sostiene en su mano derecha, hierático, cual apócrifo rey de un loco
reino existente sólo en una mente enferma, el hacha asesina que suele
acompañar al ofidio en la macabra bandera de ETA.
Por otro lado, Alfonso Ussía transmutado en forzudo aizkolari de la
pluma, hace astillas los cínicos y demagógicos discursos nacionalistas
con certeros hachazos de ironía, dejando en evidencia el carácter
deleznable de sus postulados majaretas y los rebuscados esfuerzos por
encontrar señas de identidad más allá del ámbito de la razón; razón que
tienen dormida, y ya se sabe que el sueño de la razón produce...
sinrazón etarra:
«Preocupa, no obstante, que el consumo habitual de carne de gallina -Goli-gorri-
y de miel de abeja autóctona vasca -o guipuzcoana- no parece la dieta
más conveniente para luchar contra la alopecia. Anasagasti tiene
ya, más que una ensaimada, un tortel. Arzallus se ha quedado como una
bola de billar, y Eguibar lleva el mismo camino. Claro, que una
calva nacionalista es siempre más feliz en la independencia que en la
Constitución.
»Sospecho que a Arzallus le dijeron demasiado pronto que los Reyes Magos
eran los padres, y está enfadado desde entonces. Lo entiendo pero ya ha
tenido tiempo para calmarse un poco.»
En definitiva, es éste un libro imprescindible para sobrellevar con
humor, en la medida que las lágrimas y gritos de rabia contenida nos
dejen, esta demencial situación. El humor, medicina paliativa contra
este cáncer nacional que les vendría bien tomar, en no poca medida, a
esos furibundos nacionalistas que recogen las nueces (dibujadas en forma
de calaveras por Mingote), que caen del árbol sacudido por los
terroristas, para no hacer, por ejemplo, el ridículo, como en junio de
1994 cuando se querellaron contra Antonio Mingote por una de las viñetas
que aparecen en el libro. En ella, con un demoledor collage, nos
mostraba el grandísimo humorista unos dibujados ciudadanos, perplejos
ante la visión de la última víctima de los terroristas. Sobre la tétrica
imagen aparecía el eslogan turístico que por aquel entonces usaba el
gobierno vasco: «Ven y cuéntalo.» Por supuesto no prosperó. Qué suerte
poder querellarse contra los dibujos o escritos que molestan u ofenden.
La víctima de aquella foto no pudo hacerlo...Qué lástima que los
asesinos no sepan dibujar ni escribir.
Tras leer Patriotas adosados (releer para los fieles de ABC),
se queda un regusto amargo en el paladar al observar que nada ha
cambiado, que los diez años retratados en el libro sólo son una pequeña
isla temporal en un enorme Océano de violencia etarra, de su entorno, y
de la complicidad multiforme del ambiguo gobierno nacionalista, a pesar
de saber que nunca conseguirán, por esa vía, nada. Por eso nos pide el
cuerpo decir, al acabar el libro, lo mismo que el atónito hombre que
dibuja Mingote en la viñeta que cierra la obra, ante la absurda
destrucción de los árboles del bosque de Osma pintados por Ibarrola:
«O sea, que, además, tontos.»
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