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ADICTOS A LA GUERRA

Adictos a la guerra

© Joel Andreas, 2004
© 2004 Astiberri Ediciones
Las ilustraciones para las cubiertas son: © 2004 Santiago Sequeiros
Traducción: Santiago García
Rotulación: Cristina Ruíz
Diseño: Manuel Bartual
Depósito legal: Z. 2946-04
ISBN: 84-95825-80-5
Rústica   |   20,4 X 26 cm.    |   88 pp.  b/n   |    PVP: 10 €
 

Edición original: Addicted to War. Why the U.S. Can't Kick Militarism,  A K Press, 1992-2004.

Para más información: www.addictedtowar.com

[ Cubierta de la edición española, con una imagen de Santiago Sequeiros, y de la original, con dibujo de Joel Andreas. ]


IN GOD WE TRUST, comentario por José Luis Castro Lombilla

El autor de este libro ilustrado, Adictos a la guerra, hace una completa revisión de la historia militarista de EE UU y nos ilustra sobre los extraordinarios beneficios económicos que empresas de defensa, petroleras o financieras obtienen a expensas de los ciudadanos.

Si el Tío Sam tuviera remordimientos sonámbulos como Lady Macbeth, no habría agua suficiente en los océanos que bañan Estados Unidos para lavar toda la sangre de sus manos. La vida de este joven país es un cuento lleno de ruido y furia. En la macabra carrera por el dominio del mundo, Estados Unidos ha logrado, en apenas doscientos años, ocupar un lugar destacado en esta historia universal de la infamia que es la Historia de la Humanidad. Como un adolescente soberbio, América, como tan rimbombantemente gusta en llamarse a sí mismo, ha ido imponiéndose a golpes, machacando a todo el que se le ponía por delante con sus poderosos bíceps de acero para legarnos, con la generosidad del vencedor, su particular American Way of Life.

Estados Unidos de América es hoy por hoy el país más fuerte. El que manda. Y su presidente, ese que anda por limpios despachos sobre mullidas alfombras bajo las que se esconden millones de calaveras anónimas, es de facto el emperador del mundo. Ni Napoleón en sus más osados sueños de orate enano podría haber imaginado tanto poder en un sólo hombre.

El mundo es un hervidero de locura. La Humanidad, lejos de aprender de la Historia, no para de tropezar en la misma piedra de estulticia una y otra vez. La guerra, ese contumaz jinete del Apocalipsis que lleva siglos haciendo su particular selección natural, se ha instalado cómodamente en una habitación de esa Casa Blanca desde la que convulsiona, como un terremoto armado, cualquier lugar del planeta. Washington, hipocentro guerrero donde se decide el porvenir de millones de seres ajenos a los cónclaves del Imperio, al que todos deben obediencia y sumisión, dirige los destinos del mundo a golpe de misil. Como un Ares de la nueva tecnología, EE UU vive para la guerra. Es tal su dependencia, que este yonqui del plomo invierte todos sus recursos en satisfacer esa adicción fatal. El activista político y doctor en sociología Joel Andreas analiza la terrible adicción de su país en el imprescindible libro que ha publicado en España la editorial vasca Astiberri.

Junto a Michael Moore y sus aleccionadoras obras Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11, Joel Andreas, quien en la actualidad da clases en la John Hopkins University de Baltimore, es uno de esos escasos y valiosos tábanos norteamericanos que picotean valientemente la pétrea cara de un Tío Sam parapetado tras su propia arrogancia. Tras The Incredible Rocky, una biografía no autorizada de la familia Rockefeller que realizó siendo estudiante y Made with Pure Rocky Mountain Scab Labor, para apoyar una huelga de los trabajadores de la fábrica de cerveza Coors, Addicted to War es su tercer libro ilustrado.

Con una contundente portada para la edición española del sevillano Santiago Sequeiros que recuerda el fantástico final de la deliciosa sátira antibélica de Stanley Kubrick Teléfono rojo volamos hacia Moscú, Joel Andreas nos introduce en esta historia crítica de Estados Unidos. Adictos a la guerra es un relato minucioso y rigurosamente documentado sobre la extraordinaria afición de los Estados Unidos a recurrir a la guerra. El autor, que ya seguía a sus padres en las manifestaciones contra la guerra del Vietnam cuando aún iba al colegio, hace una completa revisión de la historia militarista de su país y nos ilustra sobre los extraordinarios beneficios económicos que empresas de defensa, petroleras o financieras obtienen a expensas de los ciudadanos.

En el prólogo, Joel hace una declaración de intenciones que justifica la realización de este libro y resume lo que pretende dar a conocer con él:

«Escribí la primera edición de Adictos a la guerra después de la guerra de EE UU contra Iraq en 1991. Los grandes medios habían quedado reducidos al papel de animadores al combate, y al pueblo de este país le habían ocultado en gran medida las horribles realidades de la guerra. Mi objetivo era presentar información difícil de conseguir en los medios generales y explicar la extraordinaria predilección de América por la guerra. (…) La segunda edición se publicó a principios de 2002, después de la invasión estadounidense de Afganistán. La administración Bush se dispuso entonces a prepararse para una nueva guerra contra Iraq. Un fino barniz retórico sobre la lucha contra el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva apenas conseguía ocultar sus objetivos implícitos: imponer un nuevo régimen cliente de EE UU en Oriente Medio, y asegurar el control sobre un país que tiene las segundas mayores reservas conocidas de petróleo. (…) Este libro recoge la crónica de dos siglos de guerras de EE UU en el extranjero, empezando con las guerras indias (…) Espero que este libro incite a la reflexión y el debate sobre el militarismo, y que anime a la acción positiva para cambiar el rumbo que hemos tomado».

Con un dibujo sencillo, ingenuo y minimalista que sirve de efectiva ilustración propia de libro de texto infantil, Joel Andreas repasa la historia de EE UU desde su independencia en 1776 hasta nuestros días. La narración corre a cargo de una enojada contribuyente estadounidense y su pequeño hijo a quien ésta intenta explicar las barbaridades que provoca su país en el exterior mientras se desatienden las necesidades básicas de los ciudadanos. Los argumentos son tan simples y archisabidos que, lejos de provocar sorpresa, causan una gran indignación al constatar el descaro y la impunidad con que actúan los dirigentes de la mayor potencia militar del mundo:

«Una gran cantidad del dinero que se queda hacienda se destina a mantener el ejército. Los gastos militares suponen más de la mitad de los gastos discrecionales anuales del Gobierno Federal»; «Estados Unidos posee las fuerzas armadas más grandes y poderosas de toda la historia. Los barcos de guerra americanos dominan los mares, sus misiles y bombarderos pueden atacar objetivos en todos los continentes, y centenares de miles de soldados están destinados en el extranjero. Cada pocos años, EE UU envía tropas, barcos de guerra y aviones de combate a luchar en países lejanos. Muchos países van a la guerra, pero EE UU es único tanto en el tamaño como en la potencia de sus fuerzas armadas y su propensión a hacer uso de ellas»; «El coste de ser una superpotencia militar y librar guerras en todo el mundo es alto. Como todos los años se desvían miles de millones de dólares hacia el Pentágono, el gobierno escatima en las necesidades básicas de la gente. Los recortes en programas sociales han causado muchos más prejuicios a este país de los que jamás haya causado un país extranjero».

También incluye Joel Andreas un elemento muy acertado que ayuda a la narración: un inquietante esqueleto que asoma su terrible calavera por cualquier esquina de alguna viñeta para apostillar, como un macabro corifeo de tragedia griega, la narración de los despropósitos norteamericanos.

La obra lleva un orden cronológico. Comenzando por “Destino manifiesto”, primer capítulo en el que Joel nos cuenta cómo tras la Declaración de Independencia los líderes de las nuevas colonias independientes creían que estaban predestinados a gobernar toda Norteamérica: «Este “destino manifiesto” pronto condujo a guerras genocidas contra los pueblos nativos americanos. El ejército de EE UU les arrebató implacablemente sus tierras, expulsándolos hacia el Oeste y exterminando a los que se resistían». Los indios fueron las primeras víctimas de ese voraz Pantagruel recién nacido. Después, el cine, esa industria al servicio de la patria, se encargaría de reescribir la historia para que creyéramos que los blancos, heroicos “centauros del desierto” armados hasta los dientes, eran los buenos y los pobres indígenas desterrados, los malos.

La siniestra historia de los Estados Unidos que nos cuenta Andreas es fácil de seguir. Como si de un tétrico cuento de Pulgarcito se tratara, el camino de este pequeño grupo de trece colonias en la costa atlántica que hace dos siglos era este país está sembrado, como para marcarnos la senda hasta el Imperio, de sangre. Así, siguiendo tan cruento rastro, nos encontramos con personajes que, como diría Macbeth, son idiotas que nos cuentan este cuento lleno de ruido y furia. Uno de estos “idiotas”, es Theodore Roosevelt, quien, en 1897, siendo subsecretario naval de la poderosa armada estadounidense, dijo: «Daría la bienvenida a casi cualquier guerra, pues creo que este país necesita una». Y, como dice el pequeño narrador de la historia en la viñeta siguiente, no tuvieron que esperar mucho: un año después EE UU declaró la guerra a España como estrategia para quedarse con Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. Continúa este primer capítulo contando episodios como la entrada en la I Guerra Mundial con clarísimas intenciones de mantener su situación de predominio comercial y la intervención en la II Guerra Mundial con idénticos motivos: «En octubre de 1940, mientras las tropas alemanas y japonesas marchaban sobre Europa y Asia, un grupo de destacados funcionarios del gobierno, empresarios y banqueros, fue citado por el Departamento de Estado y el Consejo de Relaciones Exteriores de EE UU para discutir la estrategia americana. Les preocupaba mantener la “esfera de influencia” anglo-americana que incluía el Imperio Británico, el Lejano Oriente, y el hemisferio occidental. Llegaron a la conclusión de que el país tenía que prepararse para la guerra y elaboraron una política integrada para conseguir la supremacía militar y económica para Estados Unidos». Esta horrible guerra terminó con la gran demostración de fuerza que supuso el lanzamiento de dos bombas atómicas por parte de este coloso del uranio. La segunda gran guerra dejó a EE UU en una posición de superioridad política, económica y militar.

El segundo capítulo, “La Guerra Fría”, es una terrible secuencia de intervenciones militares en países extranjeros. Mientras competía con otro país lleno de descerebrados belicosos con ínfulas de dominadores del planeta, la URSS, Estados Unidos intervino más de doscientas veces fuera de su territorio. Esta “Guerra Fría” entre las dos potencias en estupidez, se tradujo en guerra absolutamente caliente en diversos puntos del mundo: Corea, 1950; República Dominicana, 1965; Vietnam, 1964 (donde este prepotente país sufrió su primera gran derrota y que, una vez más, como pasara con la aniquilación de los indios, el cine, el patriótico cine americano, se ha encargado de tergiversar su historia con la ayuda de los “rambos” del celuloide que, no sólo nos quieren convencer de que ganaron la guerra sino que, además, nos quieren hacer creer que los vietnamitas, esos a los que rociaron con toneladas de NAPALM, eran unos malos malísimos que querían acabar con los humanitarios chicos del Tío Sam); Líbano, 1982; Granada, 1983; Libia, 1986. Además de las guerras en las que se implicaron directamente, ha habido otras en las que EE UU ha estado involucrado entre bastidores como la sempiterna guerra entre Israel y Palestina, en la que proporcionan millones de dólares al año a Israel, incluido el armamento más avanzado. También nos relata el libro el empeño de EE UU en organizar y adiestrar ejércitos guerrilleros en todo el mundo para derribar gobiernos que no son del gusto de Washington (precisamente, uno de esos ejércitos que Estados Unidos financió para luchar contra la Unión Soviética en Afganistán, fue la guerrilla mujahidin, capitaneada por un buen colaborador de la CIA, Osama Bin Laden).

El tercer capítulo, “El Nuevo Orden Mundial”, nos cuenta cómo después de la caída del “Bloque del Este” Estados Unidos se esforzó en demostrar su poder militar al mundo y así consagrarse como la única superpotencia. Comenzó invadiendo Panamá en 1989 para asegurarse el control sobre el canal y las abundantes bases militares que tenían allí. Aquello fue llamado cínicamente “Operación Causa Justa”. Un año después, en 1991, invadió Iraq para amarrar el dominio de los inmensamente ricos campos petrolíferos del Golfo Pérsico. Saddam Hussein, otro antiguo colaborador de la CIA, cometió el error de invadir Kuwait, país amigo del Imperio. Tras esa primera Guerra del Golfo, EE UU impuso un régimen de sanciones económicas a Iraq tan severo que devastó su maltrecha economía repercutiendo de manera catastrófica en el pueblo iraquí. En 1999 intervino en Kosovo. Joel Andreas lo resume así:

«Los bombardeos de la OTAN convirtieron una operación de insurgencia anti-yugoslava a pequeña escala en una limpieza étnica masiva. Cuando empezaron los bombardeos, los soldados y milicias serbios expulsaron a miles de albaneses del país y mataron a miles más. Cuando los albaneses volvieron bajo protección de la OTAN, los residentes serbios y gitanos fueron expulsados y asesinados. En última instancia, la guerra sirvió a los objetivos políticos de EE UU, al mismo tiempo que provocaba muerte y sufrimiento a todos los bandos y enconaba aún más los antagonismos étnicos».

El cuarto capítulo, “La guerra contra el terrorismo”, comienza un desdichado 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. El horrible ataque contra las torres gemelas sirvió como pistoletazo de salida para una carrera de muerte que aún no ha terminado.

Dice Noam Chomsky que desde un punto de vista legal hay sólidas evidencias para procesar por crímenes de guerra a todos los presidentes de EE UU desde la I Guerra Mundial. Sin duda, el presidente actual, George W. Bush, es digno sucesor de los que le antecedieron en el cargo. Esta cruzada contra el terrorismo con la mojigata retórica del bien contra el mal, le ha servido para aumentar el gasto militar de Estados Unidos de una manera desaforada. Tras el terrible atentado contra el World Trade Center, lo primero que hizo este majadero malcriado fue bombardear Afganistán matando a centenares de civiles; después, Iraq. La guerra aún continúa.

“Los beneficiados por la guerra” ocupan el quinto capítulo de este interesantísimo libro con dibujos. Joel Andreas lo deja claro: «En las primeras líneas del frente pro-guerra se puede encontrar un surtido de banqueros, ejecutivos de grandes empresas, políticos y generales. Si se les pregunta por qué tienen tantas ganas de ir a la guerra, darán razones nobles y generosas. Pero lo que de verdad les motiva a ir a la guerra son objetivos algo menos elevados». Quizás sea éste uno de los capítulos más comprometidos y valientes. Joel, da la lista de empresas que están detrás de este triste pero jugoso negocio de la guerra: General Dynamics, Lockheed Martin, Textron, United Technology, Northrop Grumman, Boeing, etcétera. También da nombres: Dick Cheney, Vicepresidente y pez gordo de la compañía de servicios petrolíferos más grande del mundo y gran contratista militar Halliburton; Richard Perle, «como director de la Junta de Política de Defensa del Pentágono, fue el principal arquitecto tanto de la guerra contra Iraq como de los esfuerzos de Donald Rumsfeld por “revolucionar” la tecnología militar. En 2001, Perle se unió a Henry Kissinger y otras figuras de Washington para formar una compañía llamada Trireme Partners. Trireme reúne capital de riesgo de individuos ricos y lo invierte en compañías armamentísticas, apostando por aquellas que espera que consigan lucrativos contratos gubernamentales». Este individuo, además, ha sido consejero del gobierno israelí. Las acusaciones de Andreas son tremendas. Da verdadero escalofrío pensar que esto se sepa y que no pase nada, que estos individuos sigan llevando a cabo su devastadora política exterior y que el mundo entero lo observe impasible:

«Cheney, Perle y sus amigos entran y salen por una puerta giratoria que comunica los empleos en el Pentágono, la Casa Blanca, el Congreso y los contratistas militares corporativos. Mucho dinero cambia de manos en Washington cuando los fabricantes de armas hacen generosas contribuciones a los políticos y los políticos conceden hermosos contratos del Pentágono a los fabricantes de armas. Esto conduce a toda clase de acuerdos turbios y a la sobrevaloración de los productos, (…) Después del final de la Guerra Fría, muchos en Washington estaban planteándose el desmedido presupuesto militar (…) En un intento de equilibrar el presupuesto federal, los políticos empezaron a recortar las uñas del Pentágono. Después del 11 de septiembre, todo eso cambió. Bush y el congreso empezaron a hinchar el hinchadísimo presupuesto del Pentágono sin restricciones».

Tras este esclarecedor capítulo, llega el sexto: “El alto precio del militarismo”, donde el autor explica con cifras la gran desproporción entre los gastos militares y las inversiones en el país. Mientras los gastos para la guerra suben, se recortan brutalmente los de sanidad, vivienda, infraestructuras y un largo etcétera de asuntos sociales básicos que hacen de Estados Unidos un paradójico país rico con problemas de país pobre. Un aspecto importante de este capítulo es el que cuenta cómo son reclutados los soldados americanos entre la población más débil económicamente: «Los directores de instituto cierran las puertas y contratan a guardias armados, supuestamente para proteger a los críos de los traficantes de drogas, los proxenetas y otros personajes peligrosos. Pero sacan la alfombra roja para los más peligrosos de todos, los reclutadores militares».

El séptimo capítulo, “El militarismo y los medios”, nos abre los ojos contándonos cómo todos los grandes medios de comunicación están al servicio infame de la guerra: «Las cadenas de televisión son propiedad de algunas de las mayores corporaciones del mundo. La NBC es propiedad de GE [General Electric], CBS es de Viacom, ABC de Disney, FOX de la News Corporation de Rupert Murdoch, y CNN de Time Warner. Los miembros de las juntas directivas de estas corporaciones también pertenecen a las juntas de fabricantes de armas y de otras compañías con intereses en todo el mundo, como Boeing, Coca-Cola, Texaco, Chevron, EDS, Lucent, Daimler-Chrysler, Citigroup, Xerox, Philip Morris, Worldcom, JP Morgan Chase, Rockwell Automation y Honeywell». Nos enteramos en este capítulo de cómo fue General Electric la que encumbró a un actor de poco éxito en 1954 llamado Ronald Reagan, al convertirlo en su portavoz corporativo, proporcionándole además el mensaje político de GE para América.

Mark Twain, padre de Tom Sayer, es el encargado de abrir el capítulo octavo, “Resistir al militarismo”. Joel Andreas nos ofrece las palabras que el escritor dijo en 1900 como Vicepresidente de la Liga Anti-Imperialista: «He comprendido que no pretendemos liberar, sino someter a las Filipinas. Y por tanto me he hecho anti-imperialista. Me opongo a que el águila hunda sus garras en ningún otro país. Siento una fuerte aversión a mandar a nuestros muchachos a luchar con un mosquete deshonrado bajo una bandera contaminada». Si Mark Twain levantara la cabeza… En cualquier caso, este capítulo sirve para mantener viva la esperanza en que un mundo mejor es posible. A pesar de todo, son muchas las personas que en todo el mundo apoyan la paz. Aquí enumera Joel las manifestaciones contra la guerra que desde Corea recorrieron Estados Unidos y el mundo. Al final hace un llamamiento a la reflexión y al activismo pacifista en el último capítulo, “¡No te quedes cruzado de brazos!”, donde incluye una lista de grupos que llevan a cabo actividades de educación antimilitarista y que organizan actividades antibélicas en EE UU. Para terminar, remata el libro con la bibliografía correspondiente a las declaraciones, frases y demás datos concretos que ha ido dando a lo largo del libro.

Este recomendable libro, muy apropiado por su dibujo amable y simple y por su texto claro y conciso hasta para niños, viene avalado por grandes personalidades de Estados Unidos que apuestan decididamente por la paz: Susan Sarandon, actriz: «Adictos a la guerra no es sólo un ingenioso y divertido retrato de nuestra economía basada en la guerra, sino una reflexión verdaderamente profunda que no se encuentra en los medios generales. Es algo que nuestros hijos deberían saber antes de que tengan que elegir si quieren o no convertirse en carne de cañón para la gran maquinaria militar»; Kris Kristofferson, cantante: «Ahora que entramos marcando el paso en el nuevo milenio, Adictos a la guerra nos da la oportunidad de vernos a nosotros mismos como nos ven los demás»; Woody Harrelson, actor: «Este es el tebeo más importante jamás escrito. Ser un verdadero patriota (en el sentido americano revolucionario) es comprender la crueldad de la política exterior de EE UU. Lee este libro y pásalo a tantas personas como puedas»; Martín Sheen, actor: «Adictos a la guerra es lectura obligatoria para todos los americanos a quienes interese comprender la verdadera naturaleza de la política exterior de EE UU y cómo nos afecta en casa»; S. Brian Wilson, veterano del Vietnam, activista contra la guerra: «EE UU, con el 4,5% de la población mundial, saquea arrogantemente recursos y culturas ajenas para mantener su estilo de vida americano. Adictos a la guerra ilustra por qué EE UU depende necesariamente de la guerra para alimentar sus vergonzosos hábitos de consumo»; coronel James Burkholder, retirado del ejército de EE UU: «Como veterano de tres guerras, desde la II Guerra Mundial hasta el Vietnam, con 33 años de servicio en el ejército, considero que este libro es la más fiel descripción de la política de nuestro gobierno que he visto nunca»; Fernando Suárez del Solar, padre de un combatiente muerto en Iraq en 2003: «Adictos a la guerra debería ser lectura obligatoria en las escuelas americanas porque cuenta la verdadera historia de la cultura bélica de esta nación. Debido a este libro, muchos jóvenes estudiantes se lo pensarán dos veces antes de alistarse en el ejército. Qué diferentes podrían haber sido las cosas si mi hijo hubiera tenido ocasión de leerlo. Sin embargo, muchos miles de jóvenes americanos todavía están a tiempo».

En contra de lo que la traducción que han hecho de la frase del actor Woody Harrelson dice, este valioso documento no es un tebeo sino un libro ilustrado, un libro con dibujos. Tampoco es una sátira o al menos no está clara la intención satírica. Si se utilizan dibujos y se hace con esa estilo infantil sin duda es por el carácter didáctico del libro. Ya en el prólogo, el editor americano Frank Dorrel, pide a los lectores que se planteen llevar una copia a un profesor para que lo utilice en clase: «La educación es clave».

A pesar de su apariencia no es un libro de humor. Es un documento periodístico de primer orden que intenta relatar una serie de hechos que prueban la indecencia de EE UU en su política exterior con seriedad, con rigor. Para esto, en algunas páginas, entre los sencillos dibujos, incluye Joel Andreas fotografías de los desastres de la guerra que dejan muy clara, por si pudiera quedar alguna duda, la intención del autor.

Después de leer esta obra no se puede pensar igual. Si alguien a estas alturas aún continúa creyendo los falaces argumentos que Bush y toda su cohorte de mafiosos de la política dan para ir a la guerra, la lectura de este ameno y didáctico libro ilustrado puede servir para que abra los ojos a la realidad. Qué lástima que George W. Bush, el hombre más poderoso de la tierra, no sepa leer. Si se obrara el milagro, si por algún extraño motivo ese zopenco llegara a poseer ese don de momento tan lejano a sus capacidades intelectuales de la lectura; de la lucidez para comprender un documento escrito; para entender esta seria reflexión sobre las atrocidades que comete en nombre de su único Dios: el dólar, tal vez habría una esperanza de que recapacitara. Sin embargo, a pesar de la imposibilidad de que eso ocurra, de que este contumaz guerrero sea capaz de entender un texto escrito aunque lleve dibujos de fácil asimilación, nos queda la esperanza de que otros muchos ciudadanos norteamericanos lo hagan. Si esto es así, si este libro se lee en las casas y en los colegios, tal vez haya una posibilidad de que las generaciones futuras rechacen tanta violencia gratuita y se preocupen de arreglar los problemas de su país y dejen al mundo en paz. Mientras, seguiremos rezando.


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 [ © 2005 José Luis Castro Lombilla, para Tebeosfera 050205 ] [ Tebeosfera recibió servicio de prensa de Astiberri ]