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CONAN
CORSARIO
Un incidente en Argos producto de la corrupta institución
legal messantia separa al cimmerio de sus amigos y le empuja a
navegar por el Océano Occidental con dirección al más conocido
de los reinos del sur, Kush. En el curso de la evasión, creemos
que entre los meses de julio y agosto de 24, su navío es
abordado por El Tigresa, bajel de Bêlit, la reina de
la Costa Negra, quien se convertirá en el gran amor de su
vida.
Así entonces, Conan tiene 23 años y medio de edad cuando se une
a su tripulación, integrada por los leales corsarios negros y el
chamán N’Yaga. No sabemos lo que ocurre exactamente
durante los tres o cuatro meses siguientes, cabe la presunción
de que Conan, Bêlit y sus corsarios sigan abordando barcos
estigios. Lo que sí sabemos con seguridad es que a finales de
diciembre de ese año el bárbaro escucha la balada de Bêlit
por boca de N’Yaga, sabiendo así del origen de diablesa
shemita. Ella es al poco secuestrada por los jinetes de los
dragones de río que merodean por aguas del Watambi, sobrada
razón para que un Conan vengador se interne en la jungla tras
la pista de la pirata. Después de toparse con un aquilonio
enaltecido que se ha atribuido la distinción de señor de los
leones y haberle dado muerte entre las ruinas
precataclísmicas sepultadas por la vegetación de la selva, el
día de su vigésimo cuarto cumpleaños el cimmerio toma para sí el
apelativo de Amra, por el cual sería conocido durante el
resto de su vida, sobre todo entre los negros.
En enero de 25, se interna momentáneamente en la espesura
acompañado de Bêlit y varios corsarios para afrontar el
terror en la Costa Negra que se halla contenido en un
mausoleo olvidado por el tiempo del cual apenas si logran salir
con vida la capitana y el renombrado Conan. De nuevo en la mar,
la Reina de la Costa Negra y sus hombres viven la promesa
de la primavera durante una confrontación con los demonios de
la serpiente emplumada que habitan en las Aguas Encantadas
del lejano oeste. Luego de este episodio insular, los corsarios
orientan la proa de su barco de regreso a Argos para
vender mercancía robada. Su comprador, el extraperlista
Publio, les conmina a recuperar una página del codiciado
Libro de Skelos en cuya búsqueda deberán eludir dagas y
dioses de la muerte. Y, también, el abrazo mortífero de
las garras del hombre-tigre y el filo certero de Red Sonja,
a quien encuentran con igual encargo en el momento decisivo. El
combate de los bárbaros que sigue es trepidante. Por
fortuna, los tres espadachines se alían a posteriori para
repeler a los brujos que les acechan y, en una ciudad thuria
transportada en el tiempo, la Valusia gobernada por Kull, se
dirime el destino pendiente sobre reyes del pasado y del
futuro, en alusión a Kull y Conan, respectivamente.
En parte debido a los celos que la hyrkania ha hecho aflorar en
Bêlit durante esta aventura, Conan se interna en el continente
en mayo de 25 con el encomiendo de la misión de rescatar a la
hija de un noble de Luxor (disfraz de su verdadera misión, una
de espionaje que pueda posibilitar futuros ataques de los
corsarios contra los estigios). Sus pasos le llevan a conocer la
furia de los hombres leopardo de Darfar, bastante lejos
al Este y cuando regresa tres meses después cae bajo el embrujo
de la mujer marina, una de las sirenas que pululan por la
costa de Estigia.
Se reemprende la crónica de la vida de Conan cuando éste narra a
Bêlit un episodio de su juventud en el que menciona el
encontronazo sufrido con el demonio surgido de las
profundidades del mar que azota las costas de Vanaheim.
Prosiguen surcando las aguas cálidas del Océano Occidental hasta
que un poco más tarde, en septiembre de 25, una galerna les
obliga a atracar en el olvidado emporio insular de Kelka. La
ciudad perdida en la tormenta cobija entre sus muros el
secreto de Ashtoreth, divinidad en aras de la que los
marinos están a punto de ser sacrificados. Pero se liberan y
vuelven a tierra firme, concretamente a Shem, donde Bêlit se
entera de que su padre puede seguir con vida. La venganza en
Asgalun que la corsaria pretende llevar a cabo no convence
mucho a su tripulación, descontenta por el paradero de su botín,
por lo que en octubre enfilan su nave hacia la isla donde la
capitana lo esconde. Una vez allí, el que aguarda... en el
pozo de Skelos no los recibe de muy buen humor, por
desdicha.
Al cabo de tres semanas, los corsarios llegan a Khemi, capital
religiosa de Estigia, y durante la batalla de los muros
negros que tiene lugar conocen a la zingaria Nefhta.
Ella y Bêlit son raptadas por los jinetes-halcón de Harakht,
ciudad del interior del país. Como es natural, Conan,
desarmado en Estigia pero más iracundo que nunca, decide
acudir a la ciudad de los secuestradores para rescatar a las dos
mujeres. Es hecho preso a su llegada y enfrentado contra un
gigantesco adversario hijo de un remoto tiempo, de cuando los
gigantes caminan sobre la tierra. Y ahí no acaba la
cosa: el regente del lugar completa la humillación del cimmerio
al exigirle el desempeño de una misión a cambio de la liberación
de Bêlit, cuya gestión le conduce al valle perdido de
Iskander. Conan ha de someterse a un juicio por combate
contra el hercúleo gobernante del valle para suplantarle
como rey de Iskander y eludir el ojo de la serpiente
Hun-ya-di, que es un hechicero con ansias de poder.
El llamado Amra logra sus objetivos y, tras dejar el reino en
buenas manos, regresa atravesando una selva. Entre la maleza
topa con la novia del maligno dios Damballah, la bruja del
Pantano de la Serpiente, que le hace pasar el tormento jujú
de la danza del cráneo antes de su definitivo retorno a
Harakht. Una vez allí se encuentra con la desagradable
sorpresa de que Bêlit ya no está y de que le apresan de nuevo,
junto con el último de una estirpe de guerreros negros, Zula,
que se une a él. Sólo son dos contra la Ciudad-Halcón,
sin embargo salen airosos de la lucha y se fugan formando un
equipo incontenible dado que ambos tienen cuentas pendientes
sobre espadachines y brujos, cuentas que sólo pueden
saldarse con sangre. El pacto vengativo les conduce hasta Bêlit,
a quien hallan a finales de noviembre lista para ser comida por
el Devorador de los Muertos asilado en Luxur.
Naturalmente la liberan y juntos, la reina y los corsarios,
emprenden una misión de resarcimiento que les lleva a
cumplir sus objetivos, presididos siempre por los emblemas de
la espada y la serpiente. Juntos también abandonan el
escenario de la vendetta hasta que caen en un pozo en el que
descansa la diadema de los Reyes Gigantes para, a
continuación, desatarse la violencia en Shem a la vez que
Conan recibe un recordatorio de la presencia de Thoth-Amón cerca
del mar.
Zula se separa en la costa de los corsarios y de la rabia y
la venganza que guían a Bêlit en las siguientes semanas.
Mucho más tarde, cuando asoma la primavera del año 26, Conan y
los corsarios se internan en tierras del sur de la Costa Negra
de nuevo al enterarse de la tiranía que el rey de las bestias
de Abombi ejerce sobre los poblados vecinos. La venganza de
Bêlit, quien ha jurado defender algunas de esas aldeas,
surge de nuevo como objetivo primordial de sus leales
seguidores; aunque, por desgracia la shemita es capturada
por el tirano y Conan separado de ella. A la vera del fiero león
azabache Sholo tiene lugar el regreso de Amra para
rescatar a Bêlit de la magia de Jhebbal Sag desatada por el loco
rey negro que ha liberado todo tipo de bestias salvajes en la
larga noche del colmillo y de la garra selvática.
Los corsarios se internan de nuevo en el océano para saquear
barcos estigios y shemitas según transcurre el verano de 26,
cuyos ocupantes no los reciben con muy profunda devoción
que digamos. En el curso de sus siguientes travesías, Conan,
el león de las olas, y Bêlit, la Reina de la Costa Negra,
encuentran a su paso seres preternaturales como al tigre de
la piel del laberinto, a la mujer del mar que
seduce con su canto a los corsarios, o a los hombres cangrejo
de los acantilados oscuros que se recortan sobre el
horizonte más austral de los Reinos Negros. Bien entrado el
otoño, los corsarios consumen tres o cuatro semanas de su tiempo
en el viaje que les conduce hasta las Islas de Plata en busca de
más riquezas. El que acecha en las nieves que anuncian la
llegada del invierno les pone de nuevo en guardia y siguen
viajando hacia las tierras heladas del desconocido sur
hasta penetrar dentro de la Montaña de la Locura ignorada
por los cartógrafos de su tiempo.
La tripulación de El Tigresa emplea tres semanas para volver a
la Costa Negra, deteniéndose únicamente en la desembocadura del
Río Zarkheba, arriba de cuyo curso han oído que hay un tesoro.
Lamentablemente, una raza de simios prehumanos produce gran
muerte en la Costa Negra y termina con las andanzas de los
corsarios, Bêlit incluida, lo cual deja al cimmerio consternado
por la pérdida de la persona que ha conseguido mantenerle a su
lado más tiempo, justo hasta pocos días después de haber
cumplido los 26 años de edad.
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