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Relatos salvajes.
En la primavera de 1971, con fecha de junio debutó en el mercado
una revista a blanco y negro llamada Savage Tales (que,
por lo tanto, apareció dos meses antes, habida cuenta de la
costumbre de fechar los tebeos con bastante antelación a su
distribución). Los ambiciosos proyectos de Thomas sobre
la licencia comenzaban a tomar forma así, menos de un año
después de lanzar Conan the Barbarian al mercado. Pero el
éxito volvió la espalda a aquella publicación entonces, cuyo
primer ejemplar se vendió fatal a pesar de la bella portada
pintada, los doctos artículos y la pluralidad de personajes que
compartían su tripa: Conan (dos episodios, dibujados por Barry
Smith, y por Neal Adams y Gil Kane), Ka-zar, Man-Thing y otros.
Las malas ventas respondieron a su errada distribución y a su
contenido, que rivalizaba con lo que el público esperaba
encontrar en un formato que tenía asimilado a la temática del
horror.
El fallo logístico dejó en suspenso el título, con intención de
lanzarlo de nuevo junto con una ampliada hornada de revistas dos
años después. En los números 2, 3 y 4 de Savage Tales,
que ya habían sido programados, siguieron apareciendo estupendas
obras, luego muy celebradas, como la dibujada por Barry Smith
“Clavos Rojos”. El número tres de Savage Tales se vendió
mejor que los anteriores y Thomas se apresuró a llevar a feliz
término su intención inicial de lanzar un magazín dedicado en
exclusiva al bárbaro, donde adaptar más fidedignamente los
violentos relatos de Howard. Así, en aquel ejemplar ya se
anunciaba el advenimiento de un «Giant Size Magazine» (revista
de gran grosor) integrado sólo por personajes de laya bárbara.
La mítica espada salvaje.
Con fecha de agosto de 1974 salió al mercado la
publicación de formato casi idéntico a Savage Tales, y
con título parecido, The Savage Sword of Conan (Savage
Sword, en adelante), cuyo contenido era el prometido:
una historieta con Red Sonja y Conan, una de Red Sonja en
solitario, un episodio de Blackmark, una reimpresión de
una historieta de B. Smith, y textos sobre la obra de R.E.
Howard, todo ello comprimido en 64 páginas en blanco y negro.
Aquel ejemplar contó con la colaboración de autores como el
peruano Pablo Marcos o los filipinos Alfredo Alcalá y Ernesto
Chua (luego Ernie Chan), que habían aparecido en títulos de
Marvel anteriormente. Se trataba de entintadores procedentes de
las Filipinas, que habían emigrado a los Estados Unidos desde
1971 en respuesta a la demanda de mano de obra barata y eficaz
para una industria de los comic books en expansión. Estos
autores terminarían acuñando el sello estético de los tebeos de
bárbaros.
La impactante ilustración usada en la cubierta del número uno de
la nueva revista era obra del peruano Boris Vallejo, pintor que
entonces todavía integraba en sus composiciones los fondos con
los personajes, y que retrató al cimmerio en una docena de
cubiertas para la serie, hasta alcanzar el número 16. Por otro
lado, el español Esteban Maroto, ganador en 1971 de un premio de
la entonces prestigiosa Academy of Comic Book Art, fue elegido
como diseñador de un nuevo y sugerente uniforme para Sonja que
se presentaba en el primer ejemplar de Savage Sword,
aprovechando así el aprecio del público por el personaje (desde
su aparición en Conan the Barbarian en la inolvidable
“The Song of Red Sonja”) y con intención de inyectar a la
publicación un tono más “adulto”. Tal política de Marvel fue
tildada de sexista, por el exceso de nudismo y por las
cubiertas, a las que se comparó con las habituales en las
revistas de hombres de acción o dirigidas a un público
eminentemente masculino, llamadas sweat mags debido a la
presencia de hombres rudos, invariablemente sudorosos, a cuyos
pies solía haber una mujer semidesnuda y desprotegida. En Marvel
se adoptó esa estrategia para la mayoría de cubiertas de los
cómics de fantasía heroica (también en muchas de superhéroes),
sin importar la coincidencia de esa representación con el
contenido del tebeo. Sin embargo, por más que en muchas
ocasiones “dentro no había chica” no se cambió la estrategia,
pues esa era una de razones que atraían compradores.
Thomas fue aplaudido por su esfuerzo integrador, coherente y
narrativo en la revista al igual que lo había sido antes en el
comic book dedicado a Conan. Empero, tampoco él se libró de las
críticas de los puristas. Le acusaron de utilizar un lenguaje
enrevesado, de desdibujar los relatos de Howard que no eran de
Conan al querer adaptarlos para el personaje, o de inmiscuir
obras de otros autores en la saga del cimmerio para ampliar su
cronología, como ya venía haciendo en Conan the Barbarian.
Es posible que a los detractores de Thomas no les faltase
razón, pero lo cierto es que Conan ya se había convertido en un
mito de la narrativa, frente a las acusaciones que sufrió
constantemente de extremismo ideológico, y poco a poco también
adquiriría gran dimensión su presencia en los cómics, donde el
intento de suavizar la carga de violencia del personaje tampoco
se libró de los ataques de los lectores de moral más cerrada.
Desde sus comienzos, Savage Sword fue también criticada
por la aproximación gráfica de Conan que hizo Buscema, de
apariencia nada noble ni épica, sino ruda y estulta a tenor de
algunos. Buscema soslayó el problema con su acertado lápiz y
gran dominio anatómico, prueba de ello es el premio de la ACBA
como mejor dibujante que obtuvo en 1974, y la aceptación
mayoritaria de Savage Sword por parte del público. El
éxito de ventas permitió el incremento constante de sus páginas
de historieta, todas ellas magníficas adaptaciones de relatos de
Howard, pasando de las 36 planchas del número dos, por las 45
del tres, hasta las 55 del ejemplar número cinco.
La intención de Thomas en la
serie parecía ser en un comienzo la de ir dando forma a la
cronología del héroe, lo cual quedó patente a partir del número
dos de Savage Sword, desde la adaptación “El Coloso
Negro”, que se continuó bimestralmente con historietas de
calidad pareja aunque no fueran adaptaciones de obras únicamente
de Howard. Efectivamente, para el número tres de Savage Sword
se adaptó un argumento de De Camp y Carter y otro de Andrew J.
Offut. El primero lo entintó Marcos y el segundo Tony de Zúñiga,
que no gustó un ápice a los lectores –según estos manifestaron
en cartas remitidas a la redacción– y fue disimulado su frío
trazo entre los del grupo de entintadores conocido como La
Tribu.
Marvel se arriesgó durante esos primeros ejemplares del magazín
con nuevos equipos creativos, en busca del partenaire
óptimo de Buscema, uno con al que se estableciera una imagen
estándar para el personaje al gusto de la clientela. Alex Niño
se encargó del lápiz y la tinta en el número seis, cuyo dibujo
sería calificado por los lectores de enfermizo, abigarrado y
caótico. Para el séptimo ejemplar se contrató a Walter Simonson,
un neófito llegado a Marvel desde la serie Manhunter de
DC y que imprimió gran fuerza a una crónica de la Era Hyboria,
aunque tampoco gustó su estilo entonces. En el ocho, John
Brunner dibujó una historieta plagada de sombras, y también Tim
Conrad, quien dio forma a un argumento original de Thomas. Tras
Marcos en el número nueve, Buscema volvió con su amado lápiz en
el décimo ejemplar, dejando claro que el prototipo de Conan que
deseaban los lectores era el suyo.
La línea de revistas de Marvel se volvió, según declararon sus
propios editores, “tenebrosa en ventas” a partir del año 1976.
Pero esa tendencia general no era aplicable a Savage Sword,
que seguía publicándose con buena salud, de modo bimestral, y
ofreciendo historietas de calidad muy elevada como “La Morada de
los Condenados” (publicada en el número once y entintada por el
filipino Young Montano) o las épicas “Sombras de Hierro a la luz
de la Luna” o “El Diablo de Hierro”, en los números doce y
catorce, respectivamente.
En 1976, la revista agrupaba ya a una serie de corresponsales
fijos y resultó galardona en su conjunto con el premio August
Derleth que otorgaba la British Fantasy Society, todo un honor
para un tebeo. En las portadas, en busca de una imagen
identificativa como pudo haber sido la de Boris, se sucedieron
artistas de la valía de Ken Barr o Dan Adkins, hasta
establecerse como fija la presencia de Earl Norem. En el
interior era Alcalá quien dedicaba sus mayores esfuerzos para
esta cabecera tras conseguir un visado permanente para residir
en los EE UU desde aquel mismo año. A juzgar por el éxito
cosechado, Edward Shukin, director de distribución, decidió que
había que potenciar esa línea de publicaciones “bárbaras” y
durante ese año y 1977 rescató a Kull y dio el visto bueno para
que Solomon Kane ocupara también páginas en Savage Sword,
lo cual se dejó en manos del guionista Doug Moench en un
principio.
En la revista también hallaron cabida todo tipo portafolios (de
Frank Giacoia, Gene Day, Tim Conrad, Vigil Finlay, Richard
Corben, Roy G. Krenkel, John Buscema y Howard Chaykin, a los que
seguirían muchos otros), pero fue sin duda por las autores que
elaboraron las páginas de historieta por lo que Savage Sword
logró popularidad. Neal Adams adaptó “Sombras en Zamboula”,
uno de los mejores relatos originales de Conan, para el número
14. “Worms of the Earth”, una historia de Bran Mak Morn, fue
primorosamente dibujada por Barry Smith y Tim Conrad en los
números 16 y 17. Del 16 al 19 se encajó la saga de Conan “El
Pueblo del Círculo Negro”, dibujada por el dúo que ya había
canonizado la imagen del personaje, formado por Buscema y
Alcalá...
En números siguientes no habría sagas tan largas, pero sí nuevos
lápices. Los nuevos lápices respondían a dos razones: una, que
Buscema (junto con Marie Severin y John Romita), dedicó unos
meses a preparar e impartir unos cursos sobre “El Arte en los
Comics”, y dos, que a partir del número 20 la revista disfrutó
de cadencia mensual. Buscema no podía con tanta página al mes y
comenzó a realizar sus adaptaciones diligenciando meros bocetos,
dejando el peso de las viñetas en manos de los entintadores: en
Alcalá para el número 20 (“La Sombra Deslizante”); en Sonny
Trinidad, para el 21 (“El Horror de la Torre Roja”); en Alcalá,
de nuevo, la saga de dos números “La Charca del Negro” que se
desarrolló en los número 22 y 23, y la excelente nueva
adaptación de “La Torre del Elefante” para el 24; y en Tony de
Zúñiga los números 26 y 27.
Como acompañamiento de estos cómics se adjuntaron historietas
cortas del personaje Solomon Kane: una de Howard Chaykin para el
número 18, una de Paul Kupperberg para el número 19, Néstor
Redondo y Rudy Nebres unieron sus esfuerzos para la historieta
ofrecida en el número 20 y, luego, bajo guiones de Don Glut
(previamente bruñido en la serie de fantasía heroica Dagar
the Invincible publicada por la Gold Key, y en ese momento
también encargado del comic book Kull the Destroyer), se
crearon nuevas aventuras no basadas en escritos originales de
Howard para números siguientes: con lápices de Trinidad para el
número 22, de Steve Gan para el 25, y de David Wenzel para el
26, donde detuvo su estoque en espera de la respuesta del
público. Y para dar paso a Kull y Red Sonja: En el número 23 de
Savage Sword apareció la adaptación gráfica de un relato
original de este personaje, obra de Bill Wray y Rick Hoberg, y
una historieta de Sonja, “Hechiceros del Sol Negro”, dibujada
por Frank Thorne.
La espada cambiante.
En 1978 el icono bárbaro comenzaba a resultar manido. Se
universalizó como mito popular y debido al modo en que Buscema
lo dibujaba se le equiparó a un tipo forzudo y estúpido, a la
vez que algunos críticos comentaron que el personaje favorecía
proyecciones hacia modelos fascistas, que las mujeres desvalidas
(ergo, tontas) abundaban en demasía, y que los personajes
secundarios eran un racimo de prototipos de minorías raciales
retratados de modo caricaturesco. Tal menosprecio andaba en
parte desencaminado, es verdad que el basamento kistch
del serial épico fantástico propendía hacia planteamientos
simplistas, narraciones elementales y desenlaces entroncados con
los esquemas de los seriales –como ocurría con los demás cómics
de héroes estadounidenses, con algunas excepciones–, y que el
rebajado de algunos elementos violentos o sexuales de los
relatos literarios del personaje hacía de la publicación algo
más para adolescentes que para adultos, pero Savage Sword
podía jactarse de ser una publicación que aunaba entretenimiento
con secciones más sesudas. Nos referimos al cuidado que se puso
en las secciones escritas, densas páginas con comentarios de los
lectores, artículos, estudios… incluso podríamos usar como
coartada el hecho de que los seguidores de Conan pronto se
revelaron como masa pensante que cavilaba sobre la situación del
personaje y su mundo, trazando mapas y escribiendo ensayos, algo
que no ocurría con otros héroes de la casa editorial. Todo ello
propició que en las páginas de la revista se sirviera una suerte
de enciclopedia hyboria por entregas a partir del número
30, “The Gazeteer of the Hyborian Age”, aunque hasta entonces ya
habían aparecido bastantes y valiosos artículos de los
especialistas Fred Blosser, Glenn Lord, P. Schuiller Miller,
John D. Clark y el propio Thomas.
A la altura del número 27 de la revista se había agotado el
manantial de originales literarios protagonizados por el
cimmerio tras la adaptación del relato “Más Allá del Río Negro”.
El guionista salvó la situación enseguida pues ya había tratado
con los continuadores de la obra de Howard y, a partir del
número 28, adaptó para ser protagonizado por Conan un relato de
otro personaje en “La Sangre de los Dioses”, de Buscema /
Alcalá, y para el número 29 utilizó un escrito de Christy Marx
que ilustró magníficamente Ernie Chan. Con tal argucia consiguió
hacer tiempo hasta poder utilizar los relatos escritos por los
continuadores de Howard, Lyon Sprague de Camp, Lin Carter y John
Nyberg, lo cual consiguió Marvel tras llegar a un acuerdo con
Conan Properties en la primavera de 1978.
El cambio que se operó en las páginas de la revista motivado por
las nuevas adaptaciones literarias no enturbió la calidad media
del producto, ya que las historietas que siguieron eran también
excelentes. Buscema y Zúñiga trabajaron sobre la saga de “El
cuchillo llameante” para los números 31 y 32; el 33 llevó lápiz
de Gene Colan (el mítico dibujante de Dracula y
Daredevil); en el 34, Buscema dibujó “El Gusano de Hielo”
con Alcalá; en el 35, Chan se encargó al completo de la
historieta “Lágrimas Negras” (quizá la mejor realización de toda
su carrera); Buscema volvió en el número 36 con “Halcones sobre
Shem”, entintado por Alcalá, y en el siguiente, entintado por
Nebres (mostrándose allí por primera vez los pezones de una dama
en una publicación de Marvel Comics).
En una visión de conjunto, el entintador que descolló en este
período fue Zúñiga, quien, ante la urgencia de las entregas
mensuales, impuso un estilo frío, amante de la trama, pero que
en vez de perjudicar la imagen del personaje le benefició, al
dotarle de unos labios apretados y una mirada acerada, una
frialdad acorde con la edad madura que se supone tiene el
personaje en esas aventuras.
A finales de los años setenta, editoriales menores como Star*Reach,
Pacific Comics, y lanzamientos como Raw, Elfquest o
Cerebus, estaban cambiando el panorama editorial yanqui a la
par que lo hacía la mentalidad de los historietistas. Los
profesionales fueron adquiriendo paulatinamente conciencia de
que su trabajo era merecedor de un mayor respeto, pago y trato.
Marvel no se inmutó por ello, superaba la facturación de cinco
millones de ejemplares por mes en 1979 y era el líder absoluto
de ventas (DC sólo alcanzaba los dos millones entonces).
Savage Sword, una revista de categoría pero con una dotación
dineraria tampoco excesiva, no tuvo necesidad de cambiar su
filosofía editorial, aunque tuvo que desestimar tener en sus
páginas a autores que ahora se declaraban artistas como Chaykin,
Conrad, Weiss, Adkins, Brunner, P. Craig Russell o Barry Windsor-Smith.
Pese a no poder contar con ellos y a que ya no ocupaba los
primeros puestos de la lista de mayores ventas, la revista fue
elegida en 1979 como la mejor publicación a blanco y negro del
mercado y galardonada por ello con el premio “Eagle”. Por sus
páginas siguieron desfilando historietas antológicas, casi todas
ellas con tinta de Zúñiga, sin interrupción desde el número 38
al 46. “El Camino de las Águilas”, “La Legión de los Muertos”,
la saga de “Conan el Bucanero”, “La Estrella de Khorala” o “La
Gema en la Torre”, fueron algunas de las inolvidables
historietas de una etapa en la que la industria estaba cambiando
pero la calidad media de la publicación se mantuvo constante.
La espada menguante.
Thomas y Buscema seguían llevando el timón de la publicación
cuando en los números 47 y 48 de Savage Sword se ofreció
la magnífica adaptación “El Tesoro de Tranicos”, implicando en
ella a los artistas Gil Kane, Joe Rubinstein y Klaus Janson. En
los números 49 al 52 fue seriada la aventura en la que Conan
toma la corona de Aquilonia, “Conan el Libertador”, con Zúñiga
como entintador. Del 53 al 58 hallaron cabida dos epopeyas del
joven Conan, ahora basados en las letras de Andrew J. Offut,
“Conan y el Brujo” y “La Espada de Skelos”. Finalmente, en el 59
se adaptó “La Ciudad de los Cráneos”, primera historieta que
dibujó al completo Alfredo Alcalá y, en el 60, la secuela “La
Diosa de Marfil”, con Danni Bulanadi a las tintas.
El ritmo seguía siendo bueno, pero la década de los años ochenta
sería inaugurada con la desagradable noticia de que Roy Thomas
abandonaba la colección, el personaje y la editorial, debido a
problemas con Jim Shooter, el editor en jefe de Marvel entonces.
El aficionado contó con la suerte de
que Thomas había dejado esbozadas todas las sagas en curso y
había adaptado ya los relatos más relevantes de Robert E. Howard,
aunque no todos.
En Savage Sword, las historietas que Thomas había escrito
se fueron desgranando tras su marcha hasta el número 62 de la
publicación, pero el 61 ya mostraba en los créditos el nombre de
otro guionista, Michael L. Fleischer. El 22 de junio de 1978, la
Warner Communications redujo en un cuarenta por ciento la
producción de cómics de su apadrinada DC, lo cual fue un serio
revés que sin duda alegró a los administradores de Marvel y que
propició la marcha de muchos autores a la casa de Stan Lee,
entre ellos Fleischer. Este guionista demostró en Savage
Sword que no tenía las luces de Thomas para incursionar en
la Era Hyboria con su primera historieta de Conan, “El Hechicero
Demoníaco de Zíngara”, deslindada del cuidadoso rastro
cronológico dejado por su anterior guionista, pero a su favor
tenía el trabajo de Buscema como autor completo de la misma.
Muchos aficionados retiraron el saludo a la revista a partir de
entonces. Adujeron que el relevo utilizaba una fórmula vacía y
reiterativa y que el elemento sobrenatural era ahora
desmesurado. Cierto, en los siguientes cómics se abusó de los
monstruos, se agrisaron los ambientes y se acartonaron los
personajes. Con la excepción, claro está, de las últimas
contribuciones de Thomas: un original protagonizado por Solomon
Kane, ilustrado por David Wenzel, para el número 63; una
historieta de un personaje no hyborio, Chane, ilustrado por Gil
Kane, para el 66; un cómic original de Thomas, “El mar sin
retorno”, servido por Ernie Chan, para el 67; y una secuela de
“La Charca del Negro” dibujada magníficamente por Alcalá para el
68. Más tarde, desde el 73 al 79 se publicó como complemento una
saga protagonizada por Valeria, “La Isla de los Piratas”, con
arte de Bulanadi.
A partir de entonces la revista fue objeto de todo tipo de
críticas. A Buscema, paradójicamente, se le censuró su
continuidad férrea puesto que con su rápida producción de
bocetos descuidaba y perjudicaba la imagen del héroe. A Ernie
Chan, quien ahora era responsable tanto del lápiz como de la
tinta de sus historietas, se le criticó por entintar más grueso
y contribuir con ello a hacer más zafio al personaje.
El 21 de mayo del año 1982, se estrenó en los Estados Unidos el
largometraje Conan the Barbarian, producción
cinematográfica dirigida por John Milius y protagonizada por
Arnold Schwarzenegger. La película aupó las ventas de la serie,
por incorporarse a ella una nueva generación de aficionados que
desconocían el pasado mítico y excelso de la publicación. Pero
los lectores de antaño estaban disconformes con la falta de
brillo de la actual etapa y algunos de los nuevos, más doctos,
tenían claro que los estilemas habituales habían quedado
caducos: la estética de Buscema ha sido sutilmente desplazada a
esta altura por otras firmas, como las de Byrne, Miller,
Sienkiewicz o Simonson.
Savage Sword
haría uso de otros equipos creativos a partir de aquí. Joe Jusko
fue elegido el nuevo valor como portadista, y durante un breve
periodo se incorporaron nuevos historietistas, quizá atraídos
por la fiebre cinematográfica desatada: el gran Gil Kane regresó
para dibujar una larga historieta en el número 65, y Chris
Claremont elaboró un guión no muy acertado para el número 74. El
guionista oficial, Fleischer, abandonó su tediosa tónica de
historietas autoconclusivas, en las que asomaba un Conan
intemporal que frecuenta reinos hyborios poco creíbles, e ideó
nuevas sagas y personajes que conectaban unos cómics con otros,
como Bor Aq Saraq, la Hermandad del Halcón, una Era Hyboria
paralela y el Devorador de Almas.
De todos modos, Alcalá y Chan siguieron impostando el estilo
gráfico de los tebeos en blanco y negro de Conan. Gil Kane
regresó otra vez a la altura de los números 85 y 86 (para
realizar la que, a mi juicio, es la peor historieta de Conan de
esta época), y prologó una alternancia de autores, como Redondo,
Nebres, Mayerick y otros, hasta el número 100 de la revista. En
este ejemplar, fechado en junio de 1984, Fleischer aparentó
recordar las gloriosas historietas del comienzo de la serie con
la historieta “El Dios Resucitado”.
La espada roma.
En el año 1984 se estrenó otra película de Conan, Conan el
Destructor, muy inferior en calidad a su predecesora.
Savage Sword también acusó un descenso de calidad por
entonces. Buscema seguía siendo figura destacable en el apartado
artístico, pero, en el argumental, el laberinto cronológico del
personaje se había complicado enormemente. Daba la sensación de
que a los narradores de la saga del bárbaro tan sólo les importa
que el cimmerio machacara cráneos.
La revista que no elevó su nivel de calidad, pero continuó
vendiéndose bien, quizá a causa de la generación de lectores que
brotó tras la presencia del personaje en las grandes pantallas.
Con esta inercia, pasada la centena de números volvió a aparecer
en sus páginas un descafeinado Marcos, y se presentó el nuevo
valor Gary Kwapisz, un copiador de John Buscema (ya en activo
desde el número 98, en una historieta corta y, antes, en
Conan the Barbarian). Fleischer, ocupado también en otras
series de Marvel, delegó la responsabilidad de algunos guiones
en Larry Yakata, quien tampoco se lució, al igual que le ocurrió
a Don Kraar, otro guionista que no profundizó lo esperado en el
personaje y su mundo.
Si bien no dejaron de desfilar por los créditos Buscema,
Fleischer y Chan, la saga del cimmerio acusó los desmanes de los
nuevos guionistas, quienes perpetraron aventuras bastante flojas
hasta el número 134 de la publicación. Su error consistió en que
intentaron adaptar sus narraciones a los tiempos que corrían,
para lo cual se empeñaron en que Conan debía instruirse en las
artes marciales, debía desarticular bandas de narcotraficantes y
así. Mientras, la presencia de Kwapisz se fue haciendo habitual,
demostrando que era capaz de surtir sus dibujos con algo más de
documentación (como el usufructo que hace de algunas postales de
la Alhambra de Granada) y capaz de resolver las dificultades con
taimado donaire (algunas viñetas las plagió directamente de
otras de Albert Uderzo y de Harold Foster). Casi lo más
destacable de esta etapa fue que Kull estaba presente como
complemento desde el número 119 al
149, con Charles Dixon al mando de las cortas pero intensas
historietas, que dibujaron autores de la valía de Geoff
Isherwood, Val Semeiks, Dale Eaglesham y el poco conocido pero
interesante William Johnson.
En 1987, tras ese período de impasse que proporcionó
pocas sorpresas a la afición (sería posible calificar como tal
la irrupción del artista Andy Kubert en el número 133), se
pretendió reactivar la serie adjudicando los guiones al efectivo
Charles Dixon (quien dejó las riendas de los complementos de
Kull en manos de John Arcudi, un guionista muy a tener en
cuenta). Buscema había abandonado ya la serie, cansado
del personaje según él mismo declaró después, y permanecieron
Kwapisz y Chan. La deseada incorporación de nuevos autores no
llegaba, y los interesantes Armando Gil y Dale Eaglesham no
fueron tenidos en cuenta por el público como hubiera sido
deseable. Las cubiertas, mayormente ilustradas por el rumano Ovi,
tampoco mejoraron la imagen de la publicación, aunque si lo
consiguieron las portadas de Doug Beeckman.
A la altura del número 160 quedó patente que el sentido épico de
las aventuras de Conan se había ido, y la suspensión de la
incredulidad se resumía en la aparición de monstruos cada vez
más rocambolescos y en un bárbaro paulatinamente más sanguinario
(en consonancia, en la cubierta comenzó a aparecer el mensaje «for
mature readers», para lectores maduros). Jim Owsley y Charles
Dixon escribieron bastantes historietas de este tipo,
trepidantes, eso sí, y si algo cabe destacar de las aventuras
publicadas por entonces sería la creación del grupo de heroínas
denominado Las Damas de Hierro. Flaco logro.
Desde el número 166 (y hasta el 169) de Savage Sword se
incorporaron a los guiones Gerry Conway, un buen escritor, y a
los lápices Mike Docherty, otro imitador de Buscema. Conway,
guionista inteligente, fue narrando una saga no muy brillante en
la que Conan se convertía en una suerte de Magallanes de gira
por el mundo hyborio. Este período oscuro de la revista
prosiguió en 1990 y 1991, años durante los cuales el guionista
Doug Murray, más los habituales Dixon, Yakata y Conway, y los
artistas Al Williamson y Steve Carr, más los usuales Alcalá,
Docherty y Villagrán, fueron desgranado una crónica del cimmerio
de muy escaso interés, si no nulo.
La espada recuperadora.
En octubre de 1991, fecha del número 190, volvió a Savage
Sword su primer guionista e impulsor Roy Thomas. Su plan, en
acuerdo con el editor Mike Rockwitz, fue rescatar relatos
pergeñados por Howard y adaptar las novelas que sobre el
personaje habían escrito nuevos autores desde el año 1980 en
adelante, con el fin de devolver a la publicación su pátina
“literaria”. Por esta razón, muchos lectores de la vieja guardia
consideraron desechables los últimos 120 ejemplares de la
revista y se reincorporaron a esta altura; pero la vuelta de
Thomas no supuso un incremento considerable de las ventas, que
habían ido mermando sin cesar desde su marcha de Marvel.
Roy también irrumpió en la saga heroica del tigre de Atlantis y
construyó quince magníficos guiones conectados entre sí para
relatar los primeros años de su carrera en varias sagas, que
discurrieron como complementos en las páginas finales de la
revista hasta el número 233. Esas aventuras llevaron en su mayor
parte el marchamo del excepcional dibujante filipino Eufronio R.
Cruz.
Otro motivo de celebración fue la vuelta del par Buscema / Chan
para ilustrar una saga de Conan que entroncaba con sus tiempos
de bucanero y que discurrió desde el número 190 al 198 y, luego,
desde el 202 al 206. Mas el tiempo no pasaba en balde y el
talento de ambos artistas se había resentido; y también se
acusaba esa merma en los escritos de Thomas, en cualquier caso
muy por encima de la árida etapa precedente. Todo lo anterior
quedó manifiesto en el número 200, donde acordó una cita entre
Conan y su creador, Robert E. Howard, o en la genial historieta
entintada por Cruz, “Conan y el Dios Araña”, que se ofreció en
capítulos desde el número 207 al 210 y que, en ambos casos,
podría adscribirse a la primera y gloriosa etapa del magazín.
El siguiente número de Savage Sword constituyó un nuevo
aliciente para los lectores, una vuelta de tuerca más en ese
rescate del pasado glorioso que se habían propuesto editor y
guionista y que llegó con los trazos de
un autor que imitaba al inolvidable Barry Smith: Rafael Kayanan.
Este filipino se encargó de una continuación de la fabulosa
aventura “Clavos Rojos” (adaptada de un texto de
Roland Green
secuela del de Howard) que se desarrolló en los números 211 a
213, 215 y 217.
Pese a los 2’25 $ del precio de venta al público que había
alcanzado, la revista en blanco y negro vende mejor ahora que su
hermana Conan the Barbarian por causa de su mejorada
distribución. El comic book en color de Conan fue cancelado con
el número 275 y la línea argumental que se seguía en sus
páginas, urdida por Thomas e ilustrada por Docherty, Villagrán,
Chan y Alcalá, pasó a complementar Savage Sword a la
altura del número 218, y proseguirá allí con las tintas de Cruz.
Thomas siguió adaptando literatura para las aventuras más
extensas de Conan en la revista. Los historietistas se
alternaron, con alguna sorpresa: el español Maroto en los
números 217 y 218, el escocés Colin McNeil en los dos siguientes
(en una historieta que reunía a Conan y Solomon Kane), Robert
Brown en el 221 (sobre un texto de Catherine L. Moore), Buscema
en el 222 (recuperando la primera aventura de Conan no publicada
en su día), o John Watkiss, un inglés
muy destacable pero incomprendido, en el 225.
En 1994 se intentó insuflar vida a la serie ofreciendo al lector
gran variedad de lápices en los ejemplares siguientes: Rey
García, Fred Harper, Alex Niño, Howard Simpson, Robert Quijano y
Maroto, pero al parecer el personaje había perdido el poder de
convocatoria de años anteriores. La historieta ofrecida en los
números 234 y 235, obra de Thomas y Buscema, fue el canto de
cisne del título más duradero de todos los magacines publicados
en los EE UU.
La editorial vivía problemas económicos por estas fechas y junto
con Savage Sword cayeron muchos títulos más, pero a la
revista no debía irle tan mal, puesto que al mes siguiente
(agosto de 1995), ya estaba en la calle Conan the Savage,
digna continuadora de su estirpe, de la que se esperaban más
beneficios por comenzar desde el número uno, un imán para las
ventas. Dixon y Thomas se repartieron los guiones de la “nueva”
serie (en líneas generales era la misma). El primero, la proveyó
de la exigida puesta al día con historietas plenas de acción en
las que destacó como dibujante el hábil argentino Enrique
Alcatena, y Thomas prosiguió su labor como cronista de la vida
de Conan con estupendas historias en las que se implicaron los
artistas Conrad, Nebres o el cumplidor Isherwood.
Tras algunos intentos de revestir de alcurnia a la publicación
(aparecieron Kayanan, un estimulante Mayerick, e incluso elaboró
un guión Mike Baron, el guionista de la aclamada Nexus),
llegó un informe de ventas desalentador y, con el número 10,
Conan the Savage se despidió de los lectores con una triste
historieta de Thomas y Buscema, y con una portada de Beeckman en
la que Conan nos miraba con fingida rudeza. La falta de calidad
también fue la tónica en la intentona de recuperar la presencia
y el espíritu de la publicación de espada y brujería primigenia
en Italia, Conan il Conquistatore, pero el resultado es
perfectamente olvidable.
Vista hoy, Savage Sword fue un modelo de publicación de
éxito, que barajó calidad, buena presencia y capacidad de
adaptación a los intereses del público. Ninguna publicación con
tal formato ha resistido en el mercado americano tanto como
Savage Sword. La revista se mantuvo firme un cuarto de
siglo, superando la cifra de los 250 ejemplares publicados, si
contabilizamos junto con ella cuatro números de Savage Tales,
cuatro de Marvel Super Special, el Savage
Sword Super Annual y los diez de Conan the Savage.
Eso, y la gran cantidad de bellas historietas elaboradas por
artistas de incuestionable valía, hicieron de Savage Sword
un capítulo a tener en cuenta en la historia de los cómics
americanos. |
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