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La Humanidad es Una, pero
está encarnada en dos naturalezas que se complementan Y se dan
sentido en un flujo biunívoco de actitudes, comportamientos y
modos de hacer el mundo, y que se enfrentan y se construyen en
un ciclo inacabable. Una naturaleza es Hombre. La otra, Mujer;
sí, esa mitad inexcusable de nuestra humanidad que ha sido
soslayada por el tiempo. Nuestra historia es la Historia del
Hombre, y las acciones de la población toda es la actividad del
hombre, y los retos de la civilización los asume el hombre, y
así, mitigando el otro cincuenta por ciento de nuestra entidad
dual hasta eclipsarlo.
No ha de extrañarnos ese
desplazamiento, pues viene de antiguo. Hace muchos años, las
comunidades del género humano recién salidas del bestialismo y
recién adquirido una nueva apariencia lampiña, se organizaron en
grupos reducidos de individuos carroñeros, recolectores y
cazadores circunstanciales. Los esfuerzos encaminados a
sobrevivir podían ser compartidos por mujeres y hombres y sólo
estaba claro un papel diferencial: el del alumbramiento. La
mujer ya era entonces enigmática puesto que era la única capaz
de dar vida, la depositaria del gran misterio de la vida. Cuando
las primeras comunidades humanas se asentaron y acometieron el
laboreo de la tierra y la domesticación de especies vegetales y
animales, la mujer pudo detenerse a descansar su hinchado
vientre, a cuidar de la prole y del ajuar y a orientar su
trabajo hacia disciplinas diferentes a las del hombre, ahora
responsable de actividades desarrolladas en grupo y en las que
había que invertir mayor esfuerzo.
Sin embargo, la mujer no dejó de ser la representación de lo
oscuro y el negro triángulo de su pubis aún era recóndito y
mágico, y ella era la vida pero también lo húmedo, lo cíclico,
la luna, la tierra... Los primeros agricultores tuvieron que
romper el tabú más formidable de nuestra historia: el de horadar
el suelo, el de violar a la Madre Tierra por cuyas fisuras
podían evadirse demonios mil. Por entonces, con el advenimiento
de la revolución neolítica y agrícola, la mujer era Diosa, y el
coito con la diosa prologaba al hendido del suelo con el arado y
a la siembra. Y la Diosa era la proveedora de la cosecha, la
depositaria de la actividad común, la dirigente, pues se ha
postulado que las primeras civilizaciones de Oriente Medio eran
matriarcados o, al menos, la organización social en ellas se
estructuraba en torno a un eje matrilineal.
Con el fortalecimiento de las castas guerreras, el poder pasó a
manos de los hombres, quienes secuestraron los templos, los
palacios y las urbes, y el patriarcado desplazó al matriarcado.
La mujer, relegada al seno del hogar, dejó de tener poder pero
no dejó de ser la luna, la noche, lo secreto... las fuerzas del
mal. Y mucho tiempo ha pasado la mujer, casi 4.000 años, con el
diablo dentro, aguardando, acumulando rabia.
CHICAS DE ARMAS
TOMAR.
Aparte de persona, tan capaz o más
que el hombre, la mujer ha sido símbolo toda la vida. Simboliza
el mal, por supuesto, ha sido diablo, ha sido bruja, loca, lela
y débil, y no ha tenido voto, ni decisión ni cargo ni
responsabilidad. Y, también, simboliza lo fértil, lo puro y,
como proyección antitética de lo masculino, es la belleza, la
voluptuosidad, el erotismo... Siempre instrumentalizadas esas
cualidades por el hombre, la mujer ha sido vehículo sexual de
las apetencias e ilusiones masculinas en la literatura, en la
pintura, la escultura, la música, el cine y en la historieta.
Pero llegó el día en que el vaso
fue colmado y la mujer quiso irrumpir en la sociedad de los
hombres y reivindicar su lugar. Poco a poco escaló peldaños,
vulneró preceptos, mudó su imagen frívola y escasa de luces.
Combatió. De tal guisa, en los cómics la silueta femenina
apareció siempre asociada al héroe para tildarlo de más hombre.
Cuando ella tomó protagonismo, cuando llegaron las primeras
heroínas (caso de Sheena), pasó a ser un pin up
semoviente y semidesnudo. Cuando iba vestida en aquellos
millares de comic books de vaqueros, de crimen o de terror, sus
pechos y sus caderas pugnaron por descosturar su indumento: iba
desnuda para la imaginación del hombre. Luego, cuando hubo
superhéroes, de una costilla salieron las superheroínas, ¡qué
ocasión, mujeres en bragas de colores sin temor a la censura!
Desde entonces, la mujer fue más neumática que nunca, pero
siempre a la sombra del mocetón con capa y mandíbula cuadrada.
Las cosas cambiarían durante la
década de los años setenta, pues el movimiento de liberación de
la mujer (el Women’s Lib) también halló un hueco en los
temas tratados en los cómics (sensibilizada como estaba la
industria del cómic ante problemas sociales, comulgó con el
antirracismo, el antibeliscismo, se permeabilizó ante los
problemas de drogadicción de la juventud, etc.) y las heroínas
comenzaron a mostrarse más fuertes, emancipadas, reflejo de la
emergente autoconsciencia femenina de los primeros años setenta.
La avanzadilla de mujeres tremendas en los tebeos de la
editorial Marvel fue integrada por Tygra, Thundra, Valkyria y
Satana, que no dejaban de ser machos con pechos pero que
desplazaron a las pánfilas y pacatas Namorita, Lady Sif, Gwen
Stacy o Sue Storm. Habría que esperar un tiempo para que
madurasen algunos de estos personajes femeninos, u otros como
Jean Grey, La Avispa o Black Widow, y naciesen nuevas mujeres de
armas tomar, como Hulka, Spiderwoman o Tormenta.
A Conan, el macho sin ambages,
había que sacarle la contrapartida también, una mujer de
carácter indomable contrapuesta a las tópicas damiselas con las
que se encontraba en su camino y que, invariablemente, caían
rendidas a sus pies. Y así nació Red Sonja, una suerte de
monstruo de Frankenstein con curvas que Roy Thomas generó al
dictado de un lector interesado en que fueran llevadas al cómic
las aventuras de Sonia de Rogatine y Agnes de Chastillon, dos
personajes femeninos de la literatura de Robert E. Howard.
Thomas la hizo mujer y la hizo venganza. Construyó un espíritu
de animadversión hacia los hombres (su actitud aventurera nació
del odio hacia quien le violó en su adolescencia), construyó una
mujer incompleta (esa misma vejación la hizo inapetente
sexualmente) y construyó un reto para el mayor semental de entre
los bárbaros hyborios. Barry Smith fue el primero en dibujarla,
pero los que le dieron una imagen inolvidable fueron Esteban
Maroto y Neal Adams al diseñar un icono erótico nuevo, una
guerrera pelirroja, independiente y fiera que salía a la
intemperie con una suerte de bikini metálico incomodísimo, pero
un solaz para los fetichistas.
Una imagen poderosa, sin duda. Los
aficionados al cómic la acogieron de inmediato como una creación
con garra, con presencia. Su éxito fue tal que resultó ser el
primer personaje de cómic que motivó una convención de cómic
singular, para ella sola, la SonjaCon celebrada en New
Jersey los días 20 y 21 de noviembre de 1976, por la cual
desfilaron cinco “sonjas” a cual más carnosa, evento que provocó
el rechazo de alguna mentalidad oficial retrógrada pero que
obtuvo la acogida suficiente para pasear el espectáculo por
Boston, San Diego y Nueva York y despertar el interés de los
medios de comunicación de masas.
El público potencial de los cómics
de ciertos géneros siempre ha sido masculino. En EE UU había
cientos de títulos dirigidos a las chicas (aventuras románticas
y humorismo a raudales, ya desde los años treinta, que con el
tiempo fueron dejando de vender también), y en Europa siempre ha
habido un sector de la industria dedicado a las muchachas. Mas,
si nos ceñimos a los géneros, como por ejemplo a los superhéroes
o a los bárbaros, está claro que las que visten falda por lo
común ni se acercan.
Además, pese a que los relatos de
fantasía heroica habían descrito con golosa lujuria los cuerpos
de las mozas que se echaban en brazos del héroe, en los cómics
que los adaptaban esas secundarias aparecían tapadas y bien
tapadas. A este respecto, resulta hoy cómico recordar que Barry
Smith quisieran censurarle un trabajo porque según los censores
había mostrado el pubis de una chica en una portada de Conan
the Barbarian, cuando lo que él había dibujado era una
rodilla. Y, casi trágico, conocer hoy que el atuendo de Bêlit
estuvo a punto de ser tachado de impúdico debido a que esas
bandas de piel verticales que cubrían sus pechos incitaban más
que ocultaban.
Otras mujeres de la vida bárbara
corrieron similar suerte, aunque siempre dejando una posibilidad
abierta a la seducción, a tenor de lo reducido de los atuendos
en la Era Hyboria. En referencia a este punto concreto de la
ficción de espada y brujería en los cómics, destacó sobre todas
ellas la hyrkania Red Sonja, aquella mercenaria pelirroja de
curvas más que generosas que se contoneaba por su peligroso
mundo hyborio pertrechada con un traje que en su día levantó
polémica. En esta tónica, los únicos cómics que mostraban mayor
cantidad de piel femenina durante los años de la censura
aceptada por las propias editoriales fueron los de fantasía
heroica y los que escapaban a la autocensura impuesta por el
Code. En los magacines en blanco y negro, por ejemplo. En las
afamadas revistas de Warren Eerie o Creepy era
habitual descubrir algún muslamen e incluso un busto destapado.
Y en Vampirella mucho más; en las páginas de la revista
era habitual encontrar alguna que otra heroína, dibujada
encantadora por Félix Mas o morbosamente por Esteban Maroto, e
incluso alguna de ellas se hizo famosa, como Fleur, la hechicera
que dibujó Ramón Torrents con mucho interés por remarcar sus
curvas. Ciñéndonos al caso de la fantasía heroica, salvo por las
historietas que también se publicaron en la alineación de
revistas de Jim Warren, entre los comic books hubo alguna que
destacó particularmente: Warlord, donde todos corrían con
lo mínimo puesto para poder colgar las armas, al gusto de Mike
Grell.
Con los noventa llegó el rechazo
del Comics Code y se aflojó la presión del mercado y la de la
distribución, y muchos aficionados comenzaron a subirse al
caballo de la industria, y los señores que manejaban la pasta en
las casas editoras se percataron de que algunos títulos vendían
más porque se acudía a la estrategia de colocar en portada, bien
genuflexionada, una chica con hipertrofia mamaria y con carita
impúber (pese a llevar el ceño muy fruncido). Llegaban las
Bad Girls, las chicas duras, peleonas y bien formadas que
habían estado enquistadas en sus trajes decentes durante años
pedían ahora su turno. Los intentos por hacer cómics del gusto
de la emergente fuerza feminista durante los finales sesenta y
los primeros setenta (con aquellas heroínas de nuevo cuño,
defensoras de una independencia y de una fortaleza inédita hasta
entonces, como Tundra, como Electra, como Black Widow, como
Valkiria, o como la nueva Shanna) tomaron otros derroteros y los
comic books terminaron convirtiéndose en muestrarios de tetas y
culos: Glory, Angela, Witchblade, Avengelyne, Darkchylde, Pantha,
la nueva Vampirella, Dawn o Lady Death constituyen ejemplos
perfectos de lo expuesto.
Es precisamente en el final de los
años noventa que esto se hace muy evidente en los catálogos de
venta de cómics y en otras líneas de productos que triunfan en
el mercado americano. Por lo que se refiere a la fantasía
heroica, las chicas autosuficientes y peligrosas,
desinhibidamente salvajes y de grandes pechos, se abren camino
entre la saturación de historietas del mercado buscando su
parcela de lectores. De ahí surgen los afanes de Joseph Michael
Linsner, el creador de la llorosa y exuberante Dawn, o
los de Jay Anacleto, quien creó todo un mundo de fantasía
medieval para su espadachina Aria. También se cuelan
muchachuelas de poco cuerpo pero de mucho tetamen en las
recientes series de Image Warlands y More than Mortal;
otra guerrera de este montón es la Tiger Woman invitada a la
serie The Land (la de Donald Marquez publicada por
Caliber Press). Y qué decir del excesivo Tim Vigil y su
carnalmente explícita Cuda editada por Avatar Press?.
Títulos similares publicados
durante estos últimos años han sido los de Sirius Entertainment:
Artesia, de Mark Smylie; Dark Horse sacó serie tras serie
de Xena, una tipa de armas tomar que todos conocimos por
la tele. También habría que hablar de las muchachas que asoman
por Groo (inolvidable Chakaal), Tooth and Claw,
por Cave Woman, por More than Mortal, por
Tellos, la Monika de Battle Chasers... y el catálogo
de Cross Gen Comics.
Vista la evolución la historieta de
fantasía heroica con elemento femenino, se añoran las obras en
las que lo que primaba era la aventura de por sí, la cual venía
aderezada por un estallido puntual de violencia, por la
presencia ineludible del horror producto de algo sobrenatural y,
también, por esas gotitas de erótico reprimido que prometían
redondeces ocultas, pasiones tras la cortina, con lo no
mostrado...
SONJA,
GUERRERA Y MUJER.
Es sabido que a los hombres les
cuesta acceder con objetividad a las tesis feministas y, por lo
común, suelen rebatir a una mujer que argumenta sobre su
naturaleza social y humana tachándola de amazona o “hembrista”
(por contraposición a machista). Y aún más si lo manifiesta
públicamente, recurriendo de inmediato a repudiar lo absurdo de
su posicionamiento e incluso llegando al rechazo violento...
El machismo sólo cabe justificarlo
si adoptamos la postura del antropólogo, por cuanto la mujer
siempre ha sido el más rico y plástico de nuestros símbolos.
Ella nos ha servido para simbolizarlo todo: nuestro poder,
nuestros ideales, nuestro estatus... ¿Cómo no iba a resultar
difícil entonces aceptar el hecho de que para que ellas puedan
ser un poco más tengan que significar un poco
menos para los varones; que sólo podrán alcanzar cierto poder en
la medida en que dejen de operar como símbolo de los hombres?
Mas, ¡ay!, ese gesto de búsqueda de identidad femenina resulta
opaco para los machistas, algo en lo que no pueden verse
reflejados, una insurrección de nuestros propios signos
masculinos. A los hombres se les hace muy cuesta arriba eso de
derrumbar los mitos (la esposa modelo, la doncella delicada, el
objeto sexual) erigidos por una sociedad de hombres...
En el nuevo siglo XXI, los hombres,
asustados por la certeza de que las mujeres van a obtener por
fin lo que les pertenece por derecho, corren a su lado para
ofrecerles nuevos valores simbólicos, significados más modernos
para que en ellos puedan reconocerse otra vez. Se vuelven
pretenciosos hasta el punto de hacer de la mujer símbolo de lo
que hay que recuperar: un mundo no predatorio, no tan
pragmático, no tan deshumanizado, etc.
La nueva mujer, incentivada desde
la contracultura de los años setenta, aparece como el arrecife
con el que los nuevos varones encallan sin poder evitarlo. No
obstante, ella ha venido representando hasta hoy una función
puramente simbólica y, curiosamente, esa función ha sido
compartida siempre con la del “salvaje”, la del bárbaro. En
efecto, en los períodos racionalistas o ilustrados, el salvaje y
la mujer eran el símbolo de la incultura y la barbarie; por el
contrario, en los períodos románticos o melancólicos, han
resultado ser los depositarios de las virtudes perdidas o
sacrificadas por la civilización moderna. Este último es el caso
de Conan y, por extensión, de Red Sonja y otros personajes
femeninos asociados al cimmerio que enarbolaron hachas o espadas
para luchar en la Era Hyboria. Tanto la pelirroja como el jayán
cimmerio tienen vicios y virtudes comunes: la falta de control
emocional o la consonancia orgánica con la naturaleza, por
ejemplo. Pero ella representa esa imagen en grado superior ya
que ese descontrol y arraigo lo tiene meramente como mujer y,
por otra parte, también es una salvaje, una guerrera como Conan
que se sobrepone a él como personaje reivindicativo. Sonja
supone la aglutinación de lo salvaje en la mujer y de la fémina
como luchadora por una identidad propia.
¿Se concluye que Sonja es
feminista, pues? No, porque es una “salvaje” en un mundo de
bárbaros que se integra en él como tal, adoptando una actitud
romántica ante un mundo plagado de injusticias, no como mujer
que trata de resolver problemas de carácter social. Y, tampoco,
porque Sonja lucha contra la incomprensión y contra la
violencia, mas no con intención de liderar un movimiento contra
la brutalidad masculina por razón de haber sido violada de niña,
más bien porque odia a los hombres debido a su palmaria
brutalidad, simplemente.
Esteban Maroto recurrió a sus
habituales herramientas estéticas para vestir a Sonja de un modo
algo ridículo, casi hortera, con aquel bikini metálico. Pero es
que Sonja iba dirigida a un público lector masculino y esa cota
de malla de verano despertaba la libido de sus admiradores, y
muchos lo eran simplemente por esa incitación sexual decadente e
ingenua al mismo tiempo. O sea, que la tomaron como un arquetipo
masculino más, chica-carnosa-y-rebelde dispuesta a ser doblegada
por nuestra retorcida mentalidad, algo que le vino de perlas a
Frank Thorne, que era muy dado a cierta promiscuidad y a un
fetichismo reprobable, y con razón, por parte del sector
femenino. Por eso la colección de Sonja fue etiquetada por
muchas lectoras como la de una feminista con espada.
Si la espadachina ha parecido una
abanderada del feminismo en los cómics, ha sido así porque los
hombres se ven en sus viñetas como objetivo de su agresividad
sexual. El personaje en sí parece estar por encima de toda esa
reflexión sobre el compromiso social o la castración figurada, y
se abandona a la aventura. Sonja siempre fue una aventurera, no
una activista, se concluye. Es decir, la hyrkania representa, en
cierto modo, lo que rechazamos y a lo que aspiramos los hombres:
la mujer como representación que nos hacemos de aquello que
hemos de recuperar. Y la Sonja que hemos de recuperar es la
Mujer, con mayúsculas, la que no nos merecemos. |
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