36-39. LA GUERRA
MANUEL BARRERO

Palabras clave / Keywords:
Guerra civil española/ Spanish Civil War
Notas:
Decimotercera entrega del "dossier Carlos Giménez" incluido en el núm. 3 de Tebeosfera, especial "La generación del compromiso".

36-39. LA GUERRA

La guerra civil española, cuyas acciones de armas duraron desde 1936 a 1939, fue algo más que un enfrentamiento armado. Fue una guerra desarrollada durante la ascensión de los totalitarismos en Europa, que –desde la perspectiva histórica- supuso el campo de batalla final de las ideologías del siglo XX. Se podría decir que en su transcurso se fueron configurando los prototipos del Bien y del Mal luego vinculados a las ideologías revolucionarias y conservadoras, respectivamente. El origen de este conflicto ha sido largamente discutido y profusamente documentado, pero sigue siendo múltiple y complejo. El error de muchos periodistas, escritores e intelectuales de aquel tiempo fue identificar las causas de aquella guerra con las certezas poéticas del bien y del mal. No había poesía alguna en los cadáveres de los niños semidesnudos desperdigados por el suelo.

Aquella “poesía” no inflamaba los espíritus. Si acaso, hinchaba los cuerpos, por desnutrición.

Es comprensible, por ello, que Carlos Giménez comience su serie de cuatro libros sobre la guerra civil en Madrid, la titulada 36-39. MALOS TIEMPOS, aludiendo a este error de considerar aquella contienda como “la última guerra romántica”, y lo subraya con una escalofriante imagen compuesta por cadáveres, premeditadamente dibujados para que se identifique su origen fotográfico.

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CRUDEZA FRENTE A LA MEMORIA.

El reciente y premiado filme Vals con Bashir (Ari Folman, 2009) muestra también el absurdo desarrollo de las guerras y sus consecuencias deshumanizadoras. Nos invita a un viaje hacia la memoria de un hombre que, por alguna razón, ha olvidado sucesos o episodios concretos vividos por él mismo en la Guerra del Líbano de 1982, concretamente su participación en la Masacre de Sabra y Chatila. La película plantea dos cuestiones escalofriantes. Una: la facilidad con la que la sinrazón puede adueñarse de una situación caótica, como lo son todas en tiempos de guerra (en combate no cabe lugar para la duda, sólo actuar, aunque los actos en el seno del caos sean siempre irracionales y culminen en masacre). Dos: la insensibilización a la que el ser humano llega para enmascarar el miedo o la ira, o su responsabilidad tras causar la muerte.

En efecto, tras una agresión, sobre todo si proviene de sus propios vecinos, no cabe otra respuesta que la violencia; y en el seno de la marea roja del furor tanto la ética como la moral se diluyen. Queda, eso sí, ese hilo ideológico de fidelidad a algún símbolo que salvaguarda al que mata. O la disciplina, que es un modo de sojuzgar la voluntad tan eficaz como las banderas o los eslóganes.

La memoria real, de la realidad histórica, termina confundida con un recuerdo modificado o impuesto. U olvidado, en lo que podríamos llamar, apurando el sarcasmo, el “gran trastorno disociativo español”.

Qué triste es recordar la historia con un repertorio de símbolos coloristas o de consignas más o menos rimbombantes. No hubo gloria en aquel pasado. Si bien los cronistas registran los avances militares y las gestas de algunos, realmente la historia quedó construida sobre la sangre de los caídos, sobre los cuerpos desmadejados, sobre cadáveres. Acierta Antonio Martín, el editor de estos cuatro libros, al utilizar imágenes de Goya, de la serie Los desastres de la guerra, para ilustrar sus prólogos a esta obra. Porque la guerra construye fronteras y demarca victorias, pero las víctimas de esas guerras siempre son niños, ancianos, civiles, que lo pierden todo, hasta la vida, y también soldados sin condición doliente. Tal es así que se acaba por no distinguir los unos de los otros.

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Esto es lo que ha deseado transmitirnos Carlos Giménez con 36-39. MALOS TIEMPOS: la guerra desde la perspectiva de los perdedores, identificados como tales desde antes de que la guerra se desate. Es una mirada a la historia a través de los que no protagonizan la historia, deteniéndose en los acontecimientos que se irían convirtiendo indefectiblemente en la “niebla del pasado”, como decía Dolores  Ibárruri.

Giménez, autor que ha sabido dibujar como nadie las viñetas del dolor, aborda de nuevo una obra sobre el sufrimiento y la tristeza de España. En su trayectoria de autor comprometido con el lenguaje de la historieta y con sus propias convicciones, no ha titubeado a la hora de mostrar la barbarie, la sinrazón y la pena, bien que utilizando unos estilemas cercanos a la caricatura que han funcionado siempre como lenitivo de la tragedia. Lo ejemplificaremos: de Paracuellos o de Barrio recordamos episodios como “Tito” o “La chabola”, episodios con final tierno o con una puerta abierta a la esperanza. Otras historietas de brutal desenlace no las retenemos tan habitualmente en la memoria: hay que acudir al anaquel y abrir el álbum para rememorarlas. Así funciona nuestra memoria selectiva, depurando aquellos fragmentos perturbadores. Como le ocurría al protagonista de Vals con Bashir.

Pero Giménez no va a permitir que olvidemos la barbarie. Y nos lo advierte ya desde la portada de estos libros, para las cuales eligió momentos previos a la muerte: el “paseo” hacia un fusilamiento, la deflagración de un obús, la extrema unción, una embarazada de siete meses que se desangra… No hay concesiones. Giménez dibuja y describe La Guerra reconstruyendo vidas y muertes de los verdaderos protagonistas de aquella guerra. Y lo hace sin recurrir a las etiquetas prototípicas de la visión idealista de aquella contienda, por más que alguno quisiera ver tendenciosidad en estas historietas. Recordemos que el primer libro presenta en su portada a unos militares que van a fusilar a un padre de familia, malencarados e inclementes, y estos verdugos son republicanos.

Obviamente, Giménez no deja de ser fiel a sí mismo. Y lo declara en un epílogo sincero al libro III de esta serie, donde (a la vez que su editor, Martín, que ya lo advirtió en el primero de los prólogos) él toma partido por los que perdieron la guerra y frente a los que la desataron. Es decir, los autodenominados nacionales pudieron enterrar a sus muertos y dignificar sus cadáveres, algo que les fue negado a los rojos y los demás afectos a la izquierda, a la República o a los anarquistas. No hubo restitución. De ahí que el odio continúe y resulte tan dificultoso articular y reconstruir eso que han llamado memoria histórica.

 DE LA ILUSIÓN A LA SUMISIÓN.

Carlos Giménez ha elaborado cuatro libros de historietas con un guión previamente detallado. Los cuatro desarrollan personajes y temas que no se distribuyen azarosamente, cumpliendo una suerte de itinerario de entregas temporales. Los cuatro libros nos cuentan la evolución de las hostilidades en la capital española, concretamente en algunos de sus barrios, a través de las peripecias de una de las familias supervivientes. El autor traza este relato sobre un eje muy definido que se vuelve trémulo, porque se pasa de un contexto de emocionada incertidumbre y se llega a un panorama de ineludible desasosiego.

En el primer libro los madrileños reciben la noticia de la guerra con temor, naturalmente, pero en el aire flota el idealismo, la ilusión por la defensa de los valores democráticos. Giménez lo plasma magistralmente con ese Madrid luminoso de hombres alegres que celebran la solidaridad y que aceptan armas sin munición entre chascarrillos. No importaba, el ejército popular no necesitaba de balas; bastaba la convicción en las ideas libertarias. Las milicias, sin adiestrar, pretendían defender Madrid con la convicción de que la victoria era de los justos. Recordemos a los que defendían el frente difuso desde la Ciudad Universitaria a la hora de construir sus barricadas: acudieron a la biblioteca a por libros con el fin de amontonarlos para apoyar las metralletas, y escogieron los mejores títulos entre los clásicos. ¡Qué ironía, las balas no distinguían a Shakespeare de un autor de folletín!

En “Guapos y feos”, historieta inicial del libro I, se deja claro que la izquierda creía que las cosas realmente iban a cambiar, que arriba se convertiría en abajo en algún momento. Es una historia que no deja ver el ritmo con el que se va a desarrollar la narración en lo sucesivo, y esto confunde al lector que llega en busca de un “gran relato”. Giménez aborda 36-39 con una estructura que genera una sensación de vacío y de ruptura, porque cada pequeño relato se presta a ser interpretado como mera anécdota. Precisamente Migoya, en el prólogo al libro II, permuta “anécdota” por “vivencia”, pero a fin de cuentas es lo mismo: un relato atomizado en secuencias breves, con argumentos definidos, que hacen de la lectura un encadenado de fragmentos. Esto puede ser interpretado como un defecto al abordar la crítica de cada entrega de 36-39 por separado, pero no cabe hacerlo si se lee la obra como una unidad, porque los personajes de “Guapos y feos” flotan a lo largo de esta saga enhebrada con vivencias, y en la moraleja final recupera su recuerdo.

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Algunos de los episodios que narra el autor suceden en Zamora, provincia rápidamente ocupada por los nacionales en 1936. Giménez usa este lugar para escenificar el absurdo reparto de ajusticiados y justicieros enfrentando a hombres del mismo bando. Es probable que Giménez quisiera ser fiel al orador que le refirió estas historias, y por eso las ambientó en la pequeña ciudad castellana y no en poblaciones madrileñas, pero quizá si las hubiera imbricado en el contexto de ficción que vertebra el discurso de los cuatro libros el relato hubiera ganado en solidez.

Las otras pequeñas historietas que transcurren en Madrid van completando el rompecabezas de una incertidumbre que, poco a poco, según llegan las señales, va haciéndose palpable: la guerra. Tuvo suerte el rácano vejete Diosdado, que cerró su tienda sólo para poder morirse. Antes de las primeras andanadas, sonaban todavía alegres denominaciones como “pionero” o “círculo socialista” y las calles de Madrid seguían siendo zona de juegos.

Pese a lo que cabría esperar, Giménez se revela imparcial en este arranque de la serie, ya desde la portada como se ha comentado, pero también al describir las requisas de los hombres enviados por UGT, la CNT o la FAI, que arruinaban a los trabajadores a los que presuntamente defendían. Y los paseos de la muerte que rememora el autor los daban tanto los falangistas como los milicianos.

En las noches del Madrid que se prepara para resistir van cayendo las convicciones poco a poco. Aparece la canalla de moral retorcida, la línea que separa al amigo del enemigo se difumina, la guerra se acepta como un mal necesario que poco a poco va perfilando la asunción de la muerte. Todos, soldados y civiles, adultos y niños, van asumiendo la realidad en este tebeo introductorio.

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LA RESISTENCIA Y LA PIEDAD

 En el libro II de 36-39 cristaliza la idea germinada en el primer libro: desde el comienzo del asedio, la población civil de Madrid era de vencidos. Y lo era porque no deseaban ser vencedores.

En el calculado relato de anécdotas entrelazadas (o de vivencias, como se quiera) se describe un fresco que Migoya compara, acertadamente, con la literatura de Aldecoa, si bien está fuera de lugar insistir en que Giménez es más cuentista que historietista.

En este segundo libro se observan dos modos de hacer historieta, lo cual añade heterogeneidad al conjunto: el autor baraja historietas cortas que le sirven para recordar momentos o emociones (el estruendo, las humaredas asfixiantes, el insignificante racionado) con una historia larga, construida al modo clásico, en la que se muestra la cara deshuesada del peor enemigo de la resistencia: el hambre.

Los madrileños soportan los ataques desde el aire con tenacidad de espíritu pero con armas encalladas. Giménez no duda en acentuar el drama para mostrar la tragedia del pueblo, y esta durísima resistencia se muestra con personajes desconsolados, carentes de todo pero aún así generosos, como Sole, la hermana de Marcelinito, dispuesta a ceder su escasa parte del racionamiento a sus hermanos siempre hambrientos. Las escenas cortas, o incluso entrecortadas, dan fe de una vida sujeta a los pellizcos del estómago y que se va definiendo, en lontananza, con viñetas en las que el autor dibuja horizontes negros heridos por las explosiones. Es mediante estos breves planos generales mudos y oscuros con los que Giménez va describiendo los días de odio y llanto. La intensidad del relato no descansa, pues, en la anécdota el calabacín o en el ejemplo de la luz que da Lucía, la intensidad del relato está en el trasfondo. Y si hay un ejemplo de resistencia representado en este libro ése es el de Lucía, la madre, personaje que va creciendo desde la incredulidad y preocupación del primer libro para instalarse, a partir de éste, en una constante angustia por la salud de sus hijos. La voluntad de su primogénita Sole es fiel reflejo de su firmeza y atención constante, poniendo de manifiesto la idea de que la República era mujer por una buena razón: El hombre dirige pero la mujer gobierna. 

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Otro ejemplo de la resistencia lo tenemos en el aceite que atesoran los personajes protagonistas de “Sito”, la historieta más larga de los cuatro libros, ofrecida en este segundo. Es una historia sobre la compasión, que muestra de nuevo lo absurdo del conflicto (el aceitero es de derechas pero es obligado a combatir junto a los de izquierdas) y que de nuevo muestra la heroicidad de la mujer durante la guerra, pues ella es la que resiste y la que se apiada de sus famélicos vecinos. “Sito” ha sido una historieta muy aplaudida, y es cierto que se trata de un episodio de 36-39 más que notable, pero quizá el conjunto se hubiera beneficiado con un montaje más sintético aquí, sin sobrenarración (“Tú te has comido a mi gato”: ¿Era necesaria esta reiteración?), y con mayor detención en el dibujo. Es una opinión discutible, sin duda, pero Giménez posee recursos suficientes y pudo resolver esta historia en corto para no desajustar el ritmo del conjunto.

De la resistencia y de la misericordia trata también el libro III. En el prólogo de Antonio Martín se dice, con contundencia, que estamos ante el desarrollo de un “parte de guerra” como nunca se había dado. Este escrito anticipa, detalla y aclara la función de estas historietas (hay prólogos que nada aportan a los libros de historietas que se editan, bastantes, desgraciadamente, y hay otros que contribuyen mucho a enriquecer el tebeo). De este tercer libro de 36-39 es tan bueno el prólogo como el contenido del tebeo, que constituye un conjunto de relatos / puente entre la puesta en situación de los dos libros anteriores y el intenso final. Giménez baraja en estas páginas episodios calmos, incluso alegres, con otros horripilantes, trufados de cuerpos destrozados, y entablillados por los carteles de la guerra.

El autor vuelve a hacer un uso magistral de los leitmotiv, eligiendo para este libro las figuras de la anciana y el niño. Estos aparecen en portada y en varias historietas, representando un Madrid muy debilitado en el que los hombres aún luchan mientras los más débiles menguan en retaguardia. El III de 36-39 es el libro dibujado con más acrimonia, el que muestra paisajes más negros, donde se recortan los rostros más desencajados, el que posee mayor abundancia de escenas de bombardeos y ruinas. De hecho, el autor lo concluye con un políptico que es más ilustración homenaje a la resistencia (y muerte) de los madrileños que el final de un guión de historieta así concretado.

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AMOS Y VENCIDOS

El cuarto libro de 36-39 es una revelación. De nuevo consta de un prólogo profusamente documentado que ayuda a comprender las viñetas que vienen luego, y que subraya la idea de que por más que se han escrito miles (miles) de ensayos y relatos sobre la guerra civil, la historia real cotidiana sigue sin contarse del todo. El prologuista destaca también la transformación de los idearios de los vencidos una vez que las tropas franquistas entran en Madrid. Es importante detenerse aquí porque este tebeo demuestra verdaderamente que existe otra historia de la guerra, y de España, que no termina de contarse adecuadamente porque nos retrata en falso: forzados por el terror, asumimos una derrota que nos llevó a la servidumbre, tanto social como ideológica. Y ese sí que fue un gran error histórico.

Qué remedio: ¡ellos eran los amos!

El historietista madrileño aborda esta última entrega de 36-39 con el mismo andamiaje que en los anteriores libros, pero según se van leyendo las entregas dibujadas uno se percata de que todo adquiere un sentido que no habíamos previsto en los álbumes previos. Los personajes se han transformado, y los pequeños relatos adquieren un sentido que no poseían cuando los leímos en su momento, cuando cada libro vio la luz.

Madrid muestra su osamenta tras los bombardeos. Marcelino y Lucía, que perviven ojerosos y flacos, asumiendo ya el daño y el dolor, se sorprenden ante la florescencia de los neofranquistas, de los muchos ecos de “¡Viva Franco!”. El dibujante insiste en trabajar el plano corto, a acercarse a sus personajes para mostrar sus ojos. Y aquí están los ceños iracundos de los triunfadores, que ahora piden sangre para resarcir sus pérdidas, mirando a los ojos cansados y asustados de los que han perdido la guerra.

Con este libro, toda la hilatura de historias anteriores cobran sentido, y los personajes protagonistas adquieren su verdadera estatura. Por ejemplo, en “Los amos”, que es la historieta clave de toda esta obra, Lucía demuestra a su marido que ya no es tiempo de ideologías, que es necesario aferrarse a la realidad, por dura que parezca: han perdido.

Desde ahí, desde la página 30 del libro, comienza la posguerra (o la continuación de la guerra), un panorama de carestía y sumisión en el que los militares y los religiosos se enseñorean con su recién recuperado poder. Precisamente en la última página, Giménez, que se ha privado de hablar de religiosos y de religiones durante los tres libros anteriores, no aguanta más y pone en boca de una mujer: “¡Cuánto daño ha hecho la iglesia!” -para añadir luego:- “¡No me extraña que durante la guerra los milicianos las..!”

Una barbaridad, vaya.

Es lo que tiene la guerra, o su recuerdo, que nos invita a canalizar los odios. Odios que duran mucho tiempo, como ha demostrado la historia.

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TRAZOS DE GUERRA

En su resolución gráfica, 36-39 MALOS TIEMPOS guarda respeto a la producción clásica de Giménez pero es claramente diferente. Los ‘cabezones’, los niños protagonistas de estos tebeos no son los mismos de Paracuellos. Estos son niños más fuertes, o más nervudos, y están siempre deseosos de jugar; aún no son niños vencidos. El trazo de Giménez no es sólo más desaseado con estos críos con respecto a los dibujados antes, también descuida levemente los fondos, pero a la postre es más efectivo este modelo elegido por el autor porque en 36-39 no se dibuja la nostalgia o la ternura, aquí se representa la barbarie desnuda.

El autor logra construir un mensaje de manera tan evidente que pasa desapercibido en una primera lectura. Todos los diálogos y descripciones están orientados hacia un fin, así como las imágenes que los acompañan, sin más florituras. Obsérvese que Giménez elige los temas de cada libro, pone lemas en boca de sus personajes y hace evolucionar a estos de acuerdo con un guión prefijado que, una vez dibujado y concluido, funciona perfectamente.

Las constantes del horror de la Batalla por Madrid están ya en las cuatro cubiertas de esta obra: los paseos y consiguientes fusilamientos en el libro I, los bombardeos en el libro II, el debilitamiento de la población en el III, la muerte misma en el IV. En todos los casos los perjudicados son representantes de la debilidad, y en orden creciente: padres de familia (I), civiles y sus hijos (II), ancianos y embarazadas (III), la infancia (IV). Y la crónica de aquel asedio se muestra en el interior de cada libro refiriendo vivencias aparentemente deslabazadas pero que van encajando sobre la supervivencia / debilitamiento de la familia de Marcelino (rostros adelgazados, ropas desastradas, el caminar sin gallardía), hasta llegar a un final en el que la dignidad se ha difuminado bajo el hambre.

Y donde no hay dignidad no cabe heroísmo.

Hábil con el lenguaje como pocos, Giménez usa con astucia un conjunto de palabras clave e imágenes recurrentes que dotan de sentido al conjunto heterogéneo de relatos. Obsérvese que desde el primer libro se articulan invectivas como “¡Malditos los que iniciaron esta guerra!”, cuestionamientos como “¿Nos vamos a matar entre nosotros?”, o certezas como “El miedo es lo que nos transforma en bestias”, que son tres sentencias que sintetizan el decurso de los tres años de enfrentamiento cainita entre españoles. Giménez, ya se ha dicho, es un excelente narrador de historietas porque es un experto guionista capaz de conducir el peso del relato hacia una frase o desde el contenido de un bocadillo. Hay una historieta en el primer libro, por ejemplo en la que un niño dice: “Papá, todo el rato se oyen tiros”. ¿Qué más narrar tras esto? El recurso de las imágenes de cadáveres, de las ancianas con niños en brazos, o de los horizontes turbios, también contribuyen a dar solidez a la arquitectura del relato.

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Por lo que se refiere al plano narrativo Giménez adopta una fórmula que prescinde de secuencias elaboradas. Esto es un riesgo y él lo sabe. Pero ha elegido una planificación con escasos planos generales, mucho busto parlante, con enfoques y planos inalterables porque quiere que el drama descanse en las expresiones y el relato en los diálogos, hilvanándose así la obra más narrativa de Giménez en toda su carrera, en la que prescinde hasta del montaje analítico salvo por el episodio del gato.

La fragmentación del conjunto en historias breves que invitan al lector a conocer una historia minúscula, las cuales, además, alterna con otras con personaje fijo, pueden disgustar a algún lector que pensaba hallar aquí una saga diacrónica de identidades clara. No es así, y es posible que la lectura de algún libro por separado (por ejemplo, el III) resulte insatisfactoria si no se conocen los otros. Pero este reparto de pequeñas historias no sólo encajan en el rompecabezas final, también nos dictan una gran verdad histórica: la lectura lineal y sintética de los hechos no es posible, cada acto humano, cada tragedia, la identidad de cada cadáver caído, es de capital importancia para conocer la Historia.

 
CONCLUSIONES

36-39 MALOS TIEMPOS es una obra en cuatro libros de historietas que observa una estructura heterogénea sobre la cual se articula un relato de la Batalla por Madrid. Este se va urdiendo fragmentariamente pero está así planificado, de partida, con fines concretos. Con esta estrategia, el autor logra describir las sensaciones particulares reinantes en un Madrid ilusionado con las ideas de libertad que, poco a poco, bomba a bomba, va perdiendo la esperanza según el hambre y la desesperación van adueñándose de la plaza. Las anécdotas, las vivencias y las grandes historias (como “Sito”), reconstruyen la memoria de un Madrid acribillado en su moral, sobre todo, y atenazado en su estómago, fundamentalmente, donde los afanes idealistas van siendo sustituidos por los deseos de sobrevivir. En este sentido, Giménez se revela, una vez más, como un narrador diestro en la construcción y desarrollo de personajes, como Lucía, esposa de Marcelino y madre de Marcelinito, verdadera protagonista de esta saga de historias atomizadas, y representante de la España que sobrevivió a la guerra: el pueblo sometido pero consciente del valor de la vida más allá de consignas y banderas.

Y, sí, es “otra historia sobre la guerra civil”. Lo es.

Pudiera pensarse que, en estos tiempos en los que las convocatorias multitudinarias son para jalear a un tipo en pantalones cortos que cobra un sueldo astronómico (y no para manifestarse contra el hambre o la desigualdad social), una obra de este tipo ofrece escaso interés. Pero obviamente es necesaria. Sigue siendo necesario mostrar el pasado, que cada día se desconoce más, y educar en humanidad en lo posible.

Hay quien ha pensado, a la vista de esta edición: “Es que Carlos Giménez ya cansa, sigue con lo mismo de siempre”

Tienen razón. Con lo mismo de siempre: Sigue haciendo buenos tebeos.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2009): M. Barrero, con edición de J. Alcázar
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Manuel Barrero (2009): "36-39. La guerra", en Tebeosfera, segunda época , 3 (13-VII-2009). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/36-39._la_guerra.html