GRINGO Y DELTA 99. Dos series basales
De la época en que se desarrollaron las series Gringo y Delta 99 surge el Carlos Giménez que se estaba forjando, el creador español de historietas más relevante de los años sesenta y setenta.
Antes apenas había realizado algunas páginas de miscelánea con el título de “Curiosidades”, en 1959, y había participado en una serie de tiras detectivescas tituladas “Drake & Drake”, ambos trabajos para la agencia Ibergraf. En aquellas tiras firmaban otros autores como José Carlos García, José García Pizarro y Manuel Zatarain sobre guiones de José Mallorquí. Participar en esa serie colectiva significó su prueba de fuego profesional en el campo de la historieta, donde comenzó a demostrar sus capacidades.
Los trabajos para Ibergraf surgieron mientras colaboraba como ayudante en el estudio de Manuel López Blanco, autor que siempre ha reconocido como su primer maestro en el mundo de los tebeos.
UN FAR WEST NEUTRO, PERO VIGOROSO
Gringo era una serie “del Oeste” en el sentido más tradicional del género, que sirvió a Giménez para ir desarrollando un estilo entonces incipiente pero que a lo largo de la colección se iría afirmando.
Aunque se data en 1963 como creación para la Agencia Selecciones Ilustradas, parece que desde 1961 ya andaba luchando a brazo partido con ella, con el Servicio Militar obligatorio interfiriendo en el proceso. Como objeto de comercio para el mercado internacional solicitado por Josep Toutain, el guión de Manuel Medina era uno más de los encargos de la agencia, continuado luego por Miguel González Casquel, Carlos Echevarría y el propio Giménez que se atrevió con alguno de los episodios, de los 24 que la componen.
La caracterización del personaje principal, llamado en realidad Syd Bicking pero al que todos llaman “Gringo”, como los mexicanos denominan a sus vecinos del Norte, es un arquetipo estadounidense arrancado del cine y quizás de modo subconsciente de los tebeos españoles y los que circulaban entonces con orígenes europeos y americanos.
Entre los finales años cuarenta y la década de los cincuenta, en España se habían publicado varias series de historietas ambientadas en el mítico Oeste, algunas con gran éxito popular y que seguro Carlos leyó y coleccionó con avidez. Ejemplos como El Pequeño Luchador (1945) de Manuel Gago, Cuto entre los sioux (1946) de Jesús Blasco, El Coyote (1947) de Batet, El Jinete Fantasma (1947) de Ambrós, Jim Huracán (1959) de Jordi Buxadé, Apache (1959) de Luis Bermejo, Tex Willer (1948) de Galep, Rayo Kit (1949) de Juan G. Iranzo, Pecos Bill (1949) de Pier Luigi De Vita, Audaz-Mani in Alto! (1949) de Roy D’Ami, Cisco Kid (1951) de José Luis Salinas, Dos Hombres Buenos (1954) y Mendoza Colt (1955) de Martín Salvador, Jerry Spring (1954) de Jijé, Randall (1957) de Arturo del Castillo y el muy reciente Dick Relámpago (1960) de Juan G. Iranzo, todos ellos debieron pasar por su imaginación y la memoria visual antes de plasmar sus bocetos y puestas en página. Aún alcanzaría a cotejar el innovador Fort Navajo de Gir en la deslumbrante revista francesa Pilote, que desde 1959 había empezado a circular incluso entre los aficionados y profesionales españoles, y seguro que también tenía en cuenta los cómics estadounidenses que llegaban a España en las versiones mexicanas de Novaro y entre los que figuraban Roy Rogers de Fred Harman y El Llanero Solitario de Charles Flanders, dos cumbres del “West” de todos los tiempos.
Estas colecciones del Oeste más populares que estaban entonces en el mercado español y que circulaban con versiones más o menos fieles a las originales extranjeras, aparecían junto al cine más presente como El Zorro, Duelo al Sol, Fort Apache, Cielo Amarillo, Flecha Rota, Tambores Lejanos, ¡Viva Zapata!, Solo ante el peligro, Raíces profundas, Veracruz, Centauros del Desierto, La ley de la horca, El Zurdo y aún el “spaghetti western” de Sergio Leone y sus seguidores. Todo ese imaginario debió ser filtrado por el joven dibujante para dar su propia versión en trazos limpios y eficaces, tímidos al inicio pero que se afianzaban a cada página.
Gringo es una serie estándar, llena de convenciones de acción y lances resueltos siempre a tiros, como era lo habitual en la época. Por no haber, no había casi ni presencia femenina, salvo algún personaje secundario, que la censura no andaba con melindres en esos años. Por ejemplo, Conchita, la novia mexicana del protagonista, enseguida desaparece de la serie tras un conflicto de acoso sexual..
Pero su mérito principal, si puede considerarse así, es la postura a favor de los débiles y pobres frente a las arbitrariedades de los poderosos. El héroe toma partido por los mexicanos en su enfrentamiento con los blancos nordistas, lo que choca más siendo él originario de esas tierras angloparlantes o en todo caso mestizas, pero con la huella del enfrentamiento aún reciente. Este justiciero que es capataz en un rancho cerca de Charco, al sur de Texas y del que no se sabe nada de la infancia, tiene como ayudante a Chucho López y ambos defienden a sus compañeros del rancho frente a los vaqueros gringos, que con su prepotencia humillan a las gentes sencillas del sur. Como hará, también, en los conflictos con los indios pieles rojas. Cabe pensar que esta toma de partido por los desheredados ya estaba presente en el guión y no era consecuencia de los sentimientos y la ideología progresista del dibujante, que muy pronto se dejaría ver en otras series subsiguientes.
En lo formal, el aspecto visual y la puesta en páginas, la serie no destaca especialmente de las contemporáneas españolas y aún las europeas. Parece que se vendió bien y sirvió a su creador gráfico para atreverse con nuevos proyectos, entre ellos alguna miniserie satírica como Buck Jones y Tom Berry, a lo que llegó sin mucho esfuerzo, porque en Gringo abundan los personajes caricaturescos, los tipos gesticulando humorísticamente, como tomados algo en broma. Acaso compensando la dureza de los malvados.
Vista desde hoy, el dibujo de la serie todavía asombra por su vigor y asimilación de hallazgos foráneos y propios. La composición en planos medios y primeros planos, con uso abundante de la trama y el medio tono, compite audaz con las sombras y negros muy recursivos. Las líneas cinéticas en las secuencias de acción refuerzan el dinamismo de las figuras en movimiento con mucha habilidad.
En España fue publicada en 1963 por Ediciones Manhattan en su colección específica del Oeste El Gigante de la Historieta (serie azul). Posteriormente la Editorial Ferma también la incluyó en sus colecciones del género, y en 1970 Ibero Mundial de Ediciones (IMDE) la reeditó de modo cronológico para la Colección Ringo en paralelo a la colección Delta 99, realizando Giménez en esta ocasión las primeras portadas con dibujos originales.
Una primera obra que todavía competía muy dignamente con otros grandes autores, cuando se republicó, en 1980, en la revista especializada del género Hunter junto a obras de Jesús Blasco, Jorge Longarón y Manfred Sommer. Tanto, que fue de nuevo reeditada completa por Ediciones Alonso en 1982 en gran formato.
CIENCIA FICCIÓN A LA MODA “DEL 68”
Delta 99 surge en 1968, también como una idea de Toutain sobre el género de la fantasía científica que está invadiendo el panorama de la historieta europea, tanto en las revistas juveniles como en las de adultos, debido al gran éxito europeo de Barbarella (1962) de Jean-Claude Forest y luego Les Naufragés du temps (1964) de Forest y Gillon, Scarlet Dream (1965) de Moliterni y Gigi, Jodelle (1966) de Pellaert, Lone Sloane (1966) de Druillet, pero sobre todo el gran éxito juvenil de Valériàn (1969) de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières
Con un guión algo confuso de Jesús Flores Thies y luego de Víctor Mora (que firmaba como Roger), la serie será dibujada por Carlos Giménez hasta el número 8, contando con la colaboración de Adolfo Usero, especialmente en los números 5, 9 y 10.
También, como en el caso de Gringo, la serie está pensada para su explotación internacional aunque luego acaba publicándose en España. En esta ocasión, según se quejó el dibujante en alguna entrevista, la edición española sufrió mutilaciones al recortar las páginas en sentido vertical e inferior.
Este trastorno de la estructura y la autocensura de los aspectos eróticos empobreció la edición difundida entre los españoles entre 1968-1969 por IMDE. La posterior reedición en color de Buru Lan en 1972, en la revista fascículo Drácula no salvó los errores, y hubo que esperar a la realizada como homenaje en la Semana Negra en 1996 para poder apreciar las páginas originales. Sólo se recogían las páginas dibujadas por Carlos, en un tomo de unas 250 páginas.
Aunque el dibujante no se encontrase muy a gusto con el encargo y llegase a confesar que nunca entendió bien la serie, el trabajo formal salva con creces las torpezas del guión. Consigue escapar ocasionalmente a la rigidez de las páginas de tres tiras de viñetas enmarcadas y estandarizadas, y planifica rompiendo la tira y componiendo a media página o como le sugiere la situación. En varias ocasiones de lucha y pura acción, resuelve los movimientos sugeridos a plena página, tal y como el maestro Blasco había hecho con Cuto en los dominios de los sioux.
Llama la atención la utilización de tramas mecánicas, que sirven de vehículo para insertar secuencias oníricas o historias colaterales, alargando los relatos más convencionales, que siempre se resuelven en luchas violentas, combates y enfrentamientos dinámicos entre el protagonista y sus enemigos.
El héroe venido de otro mundo se adapta muy bien al terrícola y hasta viste a la moda del 68. La caracterización evoca al actor Terence Stamp, entonces en su cenit de popularidad. Los personajes femeninos, muy atrevidos para la época y que rozan lo permisible según los cánones de los tebeos de entonces (por si acaso, en la versión para España se censuraron), esas mujeres-niñas que había puesto de moda en el mundo Brigitte Bardot, eran los modelos ensoñados y según declaraciones de Giménez, todos los dibujantes que trabajaban para la Agencia Selecciones Ilustradas seguían los prototipos creados por Pepe González, el mejor dibujante de chicas. La co-protagonista, la pirata china Lu, será una de ellas, o su archienemiga “Peligro 1”, otro prototipo. Una morena y otra rubia.
El dibujante va anclando sus gustos y desarrollando, ya imparable, un estilo propio en la creación de personajes. La influencia de la estética hippy se inserta sutilmente en la decoración de interiores, en el vestuario, los peinados, adornos, complementos y hasta la música y canciones que se utilizan como referentes de los personajes. Incluso en algunas páginas se ven guitarras en algún salón, como parte del mobiliario.
La planificación de las páginas acusa los ensayos de los grandes autores europeos, que entonces triunfaban, como “el montaje analítico” o descomposición de viñetas en mosaico de primeros planos, que impuso Guido Crepax en su serie Valentina. Y, por supuesto, la profundidad de campo con personajes en primer plano para captar la perspectiva y situar la acción al fondo. Algo en lo que era genial su maestro López Blanco.
Como en realidad el héroe es un agente especial venido del espacio para defender el orden y atacar a los criminales, su comportamiento y métodos son los consabidos, al estilo James Bond. Ayuda a la policía por libre y a él le ayudan los piratas chinos que le recogieron a su llegada a este planeta. Una especie de Superman de la época contracultural, aunque no mucho.
A medida que avanza la serie, se diluye el aspecto fantástico-futurista y se convierte en una más de superagentes policiales, trufada de argumentos truculentos con seres vampíricos, ángeles del infierno, drogotas y narcotraficantes, sin olvidar conspiraciones supranacionales. Y, quizás por eso, Giménez fue perdiendo el interés, aunque le sirvió como ensayo general para su siguiente obra magna, Dani Futuro, en la que volcó todos sus experimentos apenas aquí insinuados. El avance de una serie a otra es gigantesco.
De hecho, su última autoría aparece datada en el número 10 y luego y hasta el final, la serie es continuada por Usero, Manel y Mascaró, que hacen lo que pueden por mantener el estilo impuesto por Carlos: una ciencia-ficción algo sui generis, con naves espaciales y robots muy particulares. Pero como su lanzamiento en España estaba vinculado a la serie “5 por Infinito” de Esteban Maroto, esta sí de fantasía científica y con la que compartía cuadernillo, el aspecto de “ciencia ficción para adultos” se mantuvo hasta el fin de la serie, en el número 25.
Con la perspectiva de los años transcurridos desde su creación, y considerando la evolución global de la obra de Giménez, estas dos series suponen el afianzamiento de un estilo vigoroso de su faceta de historietista de aventuras, que le hizo ser reconocido en España, Europa y América, donde surgieron imitadores. Desde ellas saltó con prestigio a otros nuevos desafíos, seguro ya de manejar sus recursos y adentrarse en su profesionalidad. Lo que no es poco, en este arte comunicador.
Las imágenes para esta página han sido obtenidas de los sitios: carlosgimenez.com, oficial de Carlos Giménez, La biblioteca de Thule, de Emilio A. Gil Álvarez, Abandonad toda esperanza, de Fran J. Ortiz, Comic, historietas, tebeos, de Horacio Díaz, y de Tebeosfera.