Los fans de Alan Moore pueden
dividirse, a mi juicio, en tres grandes grupos. En primer lugar,
aquellos que hacen justicia a la etimología de fan,
“fanático”. El fan-fanático considera al guionista de
Northampton el mesías del cómic, y cada obra que sale de su pluma
es celebrada como un nuevo signo del advenimiento del Redentor de
la historieta. Es el tipo de fan integrista que descubriría
valores filosóficos hasta en Violator vs. Badrock o en
Voodoo, el tipo de fan que reza ante Watchmen
todas las noches. Tiene contactos puntuales con esa subespecie
llamada freak (de la que, personalmente, detesto tanto el
nombre como la endogamia autocomplaciente y pseudoenfermiza que
implica; endogamia que, por cierto, hace un flaco favor al deseo
que muchos tenemos de que el cómic salga de la cueva de la
subcultura de una vez por todas). El diálogo racional con el
fan-fanático de Moore es prácticamente imposible.
En el otro extremo encontramos el segundo
grupo, que prácticamente se da las manos con el denostador
ocasional de Moore: el degustador sublime de obras como From
Hell o A Small Killing. Como aborrece por sistema todo
lo relacionado con los superhéroes, no quiere ni oír hablar de
Miracleman o La Broma Asesina. Este tipo, el fan
anticomercial, vería hasta en la historieta europea más insulsa
valores filosóficos superiores a Watchmen. El diálogo
racional con el fan anticomercial es igualmente difícil:
imposible convencerle de que también en el género de los
superhéroes hay obras de calidad.
No sé si existirá, pero me atrevo a
aventurar un tercer grupo, situado en el medio de los anteriores:
el fan-aficionado a Moore. Probablemente más utópico que
real, debería estar igualmente alejado del freakismo y la
pedantería; debería valorar con sensatez los pros y los contras de
cada obra de Moore, sin apriorismos fanáticos o dogmáticos. Es el
tipo de aficionado que considera que Alan Moore es uno de los
mejores guionistas de la historia del cómic (algunos piensan que
es el mejor, dependiendo de su cercanía a la posición freak),
pero es capaz de hacer obras lamentables como Violator vs.
Badrock o Voodoo. En teoría, podría mantenerse una
discusión racional con él.
Puede pensarse que esta clasificación se
aplica en exclusiva a los aficionados al cómic, a la gente que va
por las tiendas y conversa con otros fans en ellas. Nada
más lejos de la realidad: la falta de racionalidad, en el caso de
autores tan dados a despertar pasiones desatadas como Moore,
también cunde entre los teóricos y críticos del cómic. Pueden
documentarse todo tipo de afirmaciones a este respecto, desde las
que sentencian que (literalmente) Moore es Dios, hasta las que lo
rebajan a, simplemente, un buen guionista que tiene un interés
inusual por las potencialidades del medio. From Hell,
aclamada por doquier como la mejor obra de Alan Moore (y con el
respaldo de la campaña de marketing de la editorial que lo
publica en España) es un ejemplo inmejorable de cuán cercana está
la cultura del cómic (en España al menos) al proceso de
divinización de Moore que comenzó con Watchmen. Matizar en
lo posible este proceso de divinización es uno de los objetivos de
este escrito.
Vaya por delante que, personalmente,
considero a Alan Moore un genio. Creo que domina a la perfección
los mecanismos narrativos y semióticos de la historieta, que
mezcla con facilidad pasmosa cierta matemática visual digna de
Kubrick con un sentido poético de la existencia, y que es capaz de
elevar a especulación social y política todo tipo de desechos de
la cultura popular. De hecho, tengo en proyecto escribir un libro
sobre su obra. Pero en esta ocasión me centraré en aspectos menos
admirables: las fuertes contradicciones internas que soporta
From Hell.
1. La
disección inútil.
La primera de estas contradicciones es
relativa a la intención que mueve From Hell, a su principio
explicativo general: a saber, y según el propio Moore, la idea de
que los asesinatos de Whitechapel y, desde una perspectiva más
amplia, la década de 1880, contienen la semilla del siglo XX. La
hipótesis se apoya en una ingente labor de documentación centrada
sobre todo en la bibliografía existente sobre Jack el Destripador
y en una pléyade de referencias más sobre todo tipo de temas que
se entrecruzan en la trama de la obra, desde la concepción de
Adolf Hitler al papel que juega la Masonería en la historia,
pasando por la prostitución o las condiciones de vida de la época.
La habitual obsesión mooreana con el tiempo, la Historia y el
funcionamiento de la sociedad humana (enriquecida en esta ocasión
por las matemáticas fractales y otros conceptos de la Teoría del
Caos) prometía ofrecer en From Hell una respuesta excitante
a uno de los temas planteados en Watchmen: ¿Quién crea el
mundo?
Mas he aquí mi sorpresa cuando en la
última página del epílogo de la obra, Dance of the gull-catchers,
encontramos una “Author´s Statement” que reproduce una viñeta del
prólogo, con el fraudulento médium Robert Lees afirmando (sonrisa
irónica incluida) lo siguiente: «Me lo inventé todo, y acabó
resultando cierto de todos modos. Eso es lo más divertido» (From
Hell, edición española, quinta parte, p. 112). En la versión
española desaparece la indicación de que es una Statement
de Moore; es decir, una “afirmación” o, en un sentido jurídico,
“declaración”. Podemos tomar dicha afirmación, en todo caso, como
la última palabra del guionista acerca de la obra; pero si esto es
así, creo que contradice plenamente la idea que dio pie a From
Hell. Recuerdo que Moore señaló en cierta ocasión el trabajo
de “disección” histórica que conllevaba este trabajo; a esta
voluntad de precisión puede añadirse el elevado número de fuentes
consultadas, en un ejercicio comparativo de distintas versiones
que, suponemos, pretende acercarse a lo ocurrido con la mayor
objetividad o, en todo caso, probabilidad. De hecho, la tónica
metodológica habitual de la obra suele ser (1º) reconstruir en lo
posible los hechos históricos y (2º) formular conjeturas y
suposiciones lo más razonadas posible cuando la indagación
histórica es imposible.
Mas, ¿qué ocurre cuando el autor hace suyo
el chiste de Lees sobre su invención de los hechos? Que todo el
trabajo de investigación realizado carece de significación e
importancia. Corolario perfecto al caos de conjeturas e
interpretaciones planteado en el epílogo Dance of the gull
catchers, esta afirmación dinamita la óptica cuasi científica
que animaba la indagación de From Hell y la reemplaza por
una ficcionalización absoluta de los hechos y de la Historia.
«Jamás hubo un Jack el Destripador. Mary Kelly simplemente fue una
suicida con una determinación inusual. ¿Por qué no dejarlo ahí?»,
dice Moore en una de las últimas viñetas del epílogo (op. cit.,
p. 89). Si la investigación concluye que no sabemos nada, si el
Destripador es una sombra huidiza e inaprehensible, ¿para qué
entonces encarar una obra ciclópea como From Hell? ¿Para
qué especular con la noción de patrones históricos, causas y
efectos, proyección del siglo XIX sobre el XX, si, en última
instancia, la Historia es fábula y, simplemente, «Jack refleja
nuestras histerias» (op. cit., p. 88)? La conclusión parece
ser que el Destripador es «un receptáculo sin rostro de cada nuevo
pánico social [pues] lo único que sabemos que es real es el
complejo fantasma que proyectamos» (op. cit., pp. 88 y 89).
Sostengo que lo único que hace esta postura intelectual, tan
postmoderna, es restar todo sentido a From Hell, pues, si
no sabemos quién es el Destripador, no sabemos, en primer lugar,
si se trata de Gull, y no sabemos si lo que hizo fue un encargo de
la Corona, y no sabemos qué rol tenían sus ideas metafísicas en el
proceso, y no sabemos el papel que juegan lo apolíneo y lo
dionisíaco, y no sabemos absolutamente nada de From Hell; y
mucho menos, que las obras de Nietzsche, el nacimiento de Hitler y
la invención de las armas de destrucción masiva se conjugan
siguiendo un patrón histórico para generar el siglo XX. No tenemos
por qué saber, de hecho, si las obras de Nietzsche tienen algo que
ver con el siglo XX, pues todo queda reducido al “complejo
fantasma que proyectamos” en cada caso. Desde esta perspectiva,
¿por qué no hacer un From Hell basado en que, en realidad,
Hannibal Lecter retrocede en el tiempo y asesina a cinco
prostitutas, y es perseguido por Sherlock Holmes? Quedaría muy en
consonancia con el “mundo de las ideas” que Moore ha inventado
para la soporífera Promethea...
2.
La racionalidad dionisíaca.
La segunda contradicción interna que a mi
juicio recorre From Hell se refiere a su principal
protagonista: Gull. Creo que el personaje tiene mucho de Rorschach,
personaje contradictorio por excelencia, pero más que en lo
biográfico, sus parecidos se basan en la férrea determinación con
que ambos personajes llevan a cabo sus mesiánicos destinos. Ambos
son, además, personajes políticamente muy a la derecha que, en
principio, merecen un cierto debate si los contraponemos a la
filoanarquista visión del mundo de Moore. Eso no es, sin embargo,
relevante aquí; lo importante es que (también como Rorschach), el
recto e inconmovible Gull desarrolla su “misión” traicionando
desde el principio sus motivaciones.
La clave de esta contradicción está en el
amplísimo discurso sobre lo apolíneo y lo dionisíaco que vertebra
el capítulo cuarto (en mi opinión, lo más interesante de From
Hell). El tema de la contraposición Apolo/Dionisos es muy
compleja; de hecho, apenas hay textos clásicos que muestren el
enfrentamiento entre ambas deidades, y bien puede ser que, en su
vertiente estética, la dicotomía haya derivado de las categorías
expuestas por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia. En
su Historia de la filosofía occidental, Bertrand Russell
señala que los ritos órficos eran en realidad una versión
intelectualizada y ascética del entusiasmo orgiástico de los ritos
de Dioniso; por otro lado, en la época de la Grecia presocrática,
los ritos de Dioniso, de Apolo y de Eleusis entraron en una fase
de síntesis que daría como resultado el orfismo y, tras añadirse
la influencia de Pitágoras, los cultos mistéricos órfico
pitagóricos.
No obstante estos matices, lo cierto es
que “lo apolíneo” y “lo dionisíaco” han pasado a la cultura como
dos posturas metafísicas, cognoscitivas, éticas y hasta estéticas
contrapuestas. Así las expone Moore, con justificación biológica
incluida, en el capítulo cuarto: «El cerebro humano (...) está
dividido en dos hemisferios: en el izquierdo está la razón, la
lógica, la ciencia; nuestros atributos apolíneos. En el derecho,
está la magia, el arte y la locura; los atributos dionisíacos; es
el hemisferio inconsciente de la mente, simbolizado por la luna» (From
Hell, edición española, primera parte, p. 97). Moore también
especifica que el cartílago que los dividía ha aumentado su grosor
con el tiempo, lo cual nos indica de entrada que en el momento
histórico en que transcurre la obra, hay una separación más o
menos tajante entre las dimensiones apolínea y dionisíaca de la
psique.
Esta perspectiva basada en la división se
refuerza también en el aspecto político, que es lo que más nos
interesa: en paralelo al recorrido por los símbolos fálicos,
apolíneos, que vertebran Londres, Gull narra la destrucción del
arcaico régimen matriarcal (femenino, dionisíaco) a manos del
patriarcado, la «rebelión masculina» (op. cit., p.
111), el nuevo orden de la razón que sepultó «el poder lunático y
femenino» (op. cit., p. 117). Y Gull cree fervientemente en
la necesidad de seguir manteniendo el orden masculino, “apolíneo”.
Para ello, es necesario contrarrestar amenazas “dionisíacas”,
restringir “el lado femenino e irracional de la sociedad”, tales
como el socialismo [un gran error de Moore, por cierto: el
socialismo, al menos en su vertiente marxista, no es sino una
extensión izquierdista de la Ilustración, y está cargado de un
racionalismo muy acusado], el movimiento sufragista femenino, etc.
«¡Nos arrastrarían a la guardería primigenia, al gobierno del
instinto y a la tiranía de la leche materna! Y no podemos
permitirlo» (op. cit., p. 116). Tales son los prolegómenos
de la misión de Gull. No hay que olvidar, además, que todo este
discurso se pronuncia una vez que la Reina le ha encargado
solucionar el problema de las prostitutas. Así, el fin último es
eminentemente político: contrarrestar una amenaza al orden
“apolíneo” y “racional” (si es que la situación social de
Inglaterra a finales del siglo XIX puede llamarse así); más
interesante es que, en este temprano estadio de la serie, Gull ya
tiene conciencia de las implicaciones simbólicas que tiene su
“trabajo”: «Impedir el escándalo real tan sólo es la parte de mi
trabajo que asoma fuera del agua. La parte más importante es un
iceberg de significado que acecha debajo»; en la penúltima página,
Gull vuelve a referir la necesidad de “reforzar” las “líneas de
poder y significado” de la estructura masculino-racional en la que
está encadenada «el inconsciente, la Luna y la femineidad» (op.
cit., pp. 119, 123).
Seis capítulos después, el refuerzo de los
valores masculinos y racionales ha desaparecido totalmente. En el
capítulo décimo, mientras descuartiza a Mary Kelly, escuchamos a
Gull hablando de «formas arquetípicas... volverse como los
dioses... La bacanal. La Apoteosis» (op. cit., cuarta
parte, p. 24). Si no nos equivocamos, la “bacanal” es el contexto
de los ritos de Dioniso; no por casualidad, proviene de las
bacantes, las sacerdotisas que, junto a las ménades y sátiros,
formaba el cortejo del dios. Y se trata de mujeres, mujeres
con experiencias orgiásticas y liberadoras, muy parecidas a las
que el apolíneo Gull quería detener, por el bien de la
civilización, en el capítulo cuarto. Lo báquico, lo dionisíaco, no
es en esta ocasión un medio para conseguir la perfección
artística, como hacían los arquitectos dionisíacos que tanto
admira Gull; lo báquico se ha convertido aquí en un fin en
sí mismo (ese “volverse como los dioses” es revelador).
No es menos cierto que, en el capítulo cuarto, Gull
había aclarado que «las grandes obras cubren diversos objetivos.
Ayudar a su majestad es uno de ellos... Los demás son míos y de
nadie más» (op. cit., p. 119). Podríamos entender esto como
una anticipación del giro dionisíaco que va a experimentar, pero
esta hipótesis puede descartarse por varios motivos: en primer
lugar, hay referencias suficientes en el texto de este capítulo
para confirmar el desprecio que Gull profesa hacia lo femenino; en
segundo lugar, se trata de un personaje de una sinceridad inusual
(véase su charla con el Hombre Elefante en el capítulo segundo), y
sería raro que mintiese sobre su interés por lo apolíneo; en
tercer lugar, Gull es un médico, un metódico hombre de ciencia que
profesa culto a la armonía de la Naturaleza, un hombre
extraordinariamente meticuloso, preciso y consciente de lo que
hace en todo momento, lo cual pondría en tela de juicio sus
motivaciones báquicas. Además, desde la infancia ha deseado que
“el Señor” le elija «para una tarea extremadamente complicada, [a
lo que su padre responde que le parece] un valioso atributo
cristiano» (op. cit., p. 35). Sobra decir que el Elegido
cristiano del capítulo segundo y el anciano poseído por mitos
babilónicos del capítulo décimo tienen poco en común. Gull ha
pasado de querer servir a Dios (y a la Reina) a querer
transformarse en Dios.
En el mismo descuartizamiento de Mary Kelly, Gull
sufre una especie de alucinación por la que se ve transportado a
una moderna oficina de finales del siglo XX. Caminando sobre las
mesas sin ser percibido, Gull comienza a increparles a los grises
oficinistas contemporáneos cosas como: «Vuestros tiempos han
nacido entre la sangre y el fuego, y sin embargo, ¡no soy capaz de
ver la más mínima chispa en vosotros!» (op. cit., p. 25);
“Todas vuestras mujeres muestran su sexo, y sin embargo, esta
exhibición no genera ni la sombra de una respuesta. Vuestra propia
carne no tiene significado para vosotros”; así como críticas hacia
«este mundo sin sensualidad» (op. cit., p. 26). Demandas
que acaso el Gull del capítulo cuarto hubiera encontrado
heréticas, demandas puramente dionisíacas (violencia, sexo,
sensualidad) que, encima, se completan con reproches a la ciencia
(¡una de las expresiones básicas de lo apolíneo!): «Aunque habéis
tenido éxito en la ciencia, vuestros mecanismos más sutiles se me
escapan» (op. cit., p. 26). Las pretensiones de Gull han
dado un giro de 180 grados: deseo inicial de mantener lo apolíneo,
rechazo final de lo apolíneo.
Además, este viaje de Gull por el siglo XX también
refuerza nuestra hipótesis sobre el olvido de la premisa inicial
de From Hell: en palabras del propio Alan Moore, los
crímenes del Destripador, además de resumir «toda una serie de
tendencias en arte, ciencia, política y pensamiento que formaban
una especie de vórtice [en la década de 1880,] también prefiguran
muchos de los horrores del siglo XX» (citado en Ray Mescallado, "From
Hell y la crítica de la cultura nacional en Alan Moore", U
# 18, XII-1999, p. 46). Fuera de los horrores objetivos del siglo
XX (la Segunda Guerra Mundial, Vietnam, etc.), ¿dónde queda este
espejo del siglo XX en el paseo de Gull por el mismo? Si los
horrores de Gull, “la sangre y el fuego” de que habla, prefiguran
los horrores del siglo XX, ¿por qué reprocha a los individuos de
dicho siglo que hayan olvidado la violencia de finales del siglo
XIX? La tesis inicial de la obra ha desaparecido completamente en
este “viaje” de Gull. Para más inri, tras culminar el asesinato de
Kelly, Gull le dice a su cochero que ha «hecho nacer» el siglo XX
(op. cit., p. 37). ¿Cómo puede concluir que su particular
bacanal contiene la esencia de la próxima centuria, si lo único
que ha “visto” de la misma es un “mundo sin sensualidad” que
parece haber traicionado su génesis dionisíaca?
El mayor reparo que puede oponerse a este análisis
es que, en el transcurso de sus crímenes, Gull se ha transformado.
Sería posible, en mi opinión, si hubiera comenzado su labor de un
modo puramente mecánico, como mera obediencia al Poder, y hubiera
encontrado a posteriori en la sangre y la violencia algo
distinto. Pero eso no es así. Como ya hemos dicho, en el capítulo
cuarto (núcleo semántico de From Hell) Gull ya es
perfectamente consciente de las implicaciones filosóficas de lo
que va a hacer, antes siquiera de cometer el primer crimen. Más
aún, el personaje se había llevado toda su vida buscando una
misión divina, y reconoció inmediatamente su oportunidad en el
mandato de asesinar a las desdichadas prostitutas.
3. Final: de la
razón a la magia.
¿Cómo explicar estas fuertes
contradicciones en un autor tan consciente, meticuloso y
ultradetallista como Alan Moore? Personalmente, creo que la causa
última es, por un lado, el tiempo que tardó en publicarse From
Hell, desde el inicio de la edición de la serie en Taboo
en 1989 hasta la publicación del último tomo recopilatorio, el
epílogo Dance of the gull-catchers, en 1998. Casi diez
años, lo cual, sin embargo, no sería óbice a priori para
explicar lo que a nuestro juicio es un giro radical en la
intención y el alcance de este cómic. El factor tiempo es lo que
ha posibilitado el auténtico factor del cambio y la causa de las
contradicciones internas: la transformación que el propio Alan
Moore ha sufrido, en esa década, en lo relativo a su concepción
del conocimiento y la escritura.
Ubicada casi de forma simétrica entre 1989
y 1998, la clave de nuestra hipótesis está en el periodo situado
entre noviembre de 1993 y enero de 1994: la decisión del guionista
de transformarse en un mago. El propio Moore nos lo explica en una
entrevista mantenida con Jaime Rodríguez (U, # 18, XII-1999,
pp. 25 y 26):
« (...) el acontecimiento central de mi carrera
en la magia fue algo que me ocurrió hace cinco o seis años. de
hecho, puedo dar la fecha exacta: fue el 7 de enero de 1994.
Tuve una experiencia que podría denominarse como iluminadora
(...). El caso es que fue muy agradable y no me dejó
incapacitado ni redujo mi funcionalidad... Más bien, me
suministró mucha información. Una de las cosas que me pasó es
que, en un momento determinado, me sentí como si estuviera fuera
del tiempo. En aquel momento, mi percepción, lo que para mí era
cierto, fue que todo el tiempo ocurría en un mismo instante, y
sentí que las profecías no eran sino recuerdos y que, en cierta
medida, sólo existe un único instante (p. 25).
(...) Pero fue el 18 de noviembre de 1993, cuando
cumplía 40 años, cuando decidí convertirme en un mago. Entonces
no sabía exactamente qué significaba eso, pero había llegado a
un punto en que la única forma en que yo podía progresar
estaba en ir más allá de lo racional. Había alcanzado un punto
en mi manera de escribir en que lo racional no bastaba (p.
26).»
Las frases que hemos subrayado en cursiva contienen
la explicación de las contradicciones de From Hell.
Sostenemos que la obra comenzó siendo un proyecto de análisis
racional tan preciso como Watchmen; sostenemos igualmente
que las experiencias y decisiones tomadas por Moore en el
transcurso de la realización y la publicación de la historieta
transformaron completamente su orientación. De ahí el paso de una
concepción mecánica y cognoscible de la Historia a una concepción
absolutamente impenetrable, ficcional y, en cierto modo, mítica y
mágica de la misma; de ahí el cambio en la concepción de Gull como
un personaje al servicio del Poder racional apolíneo (aunque use
métodos “dionisíacos”), a un personaje totalmente capturado por la
apoteosis mágica y el lado irracional de la psique. Podríamos
pensar que la decisión mooreana de convertirse en un mago no tuvo
por qué afectar la escritura de From Hell, pero el mismo
autor nos saca de dudas en la entrevista citada: según Moore,
« (...) cada vez más, el trabajo en el que más
vertía dicha experiencia era From Hell. Así que, para
cuando llegamos al momento en que William Gull está a punto de
morir en el manicomio y, en cierto modo, estalla en todas las
direcciones... gran parte del estado mental en el que se
encuentra Gull y sus experiencias están basados en mis propias
experiencias. No eran exactamente iguales, pero la sensación es
muy parecida (...). También hay otro episodio, el del asesinato
de Mary Kelly (...). Ese episodio, no en lo que se refiere al
asesinato de la mujer, sino a los trozos más místicos, y en esa
sensación de que Gull está en una especie de trance durante el
cual está dando saltos adelante y atrás en el tiempo y viendo a
gente que no puede estar ahí y durante el cual se convierte en
una especie de dios babilonio durante un par de viñetas sin
darse cuenta hasta más tarde... (p. 26).» [Las notas de Moore al
capítulo décimo de From Hell dan alguna indicación más
sobre este tema]
En suma, esto explica, a mi juicio, buena parte de
las contradicciones señaladas. No es casual, desde esta hipótesis,
que la siempre fascinante idea de que la década de 1880 contenga
la esencia del siglo XX sea tratada con más frecuencia en los
primeros capítulos de From Hell (las reflexiones sobre la
“arquitectura del tiempo” en el capítulo segundo, la escena de la
concepción de Hitler en el quinto, la premonición del poder de la
cultura estadounidense del espectáculo en el sexto, etc.), en
contraposición a una mayor atención a lo místico y a la figura de
Gull (y, por extensión, el arquetipo del Destripador, que en un
principio no debería haber sido tan importante como el estudio de
la mecánica social).
En cualquier caso, creo que From Hell es una obra muy
notable donde es tan admirable el trabajo cuasi académico de
documentación y estudio como la excelente atmósfera lograda por el
dibujo de Eddie Campbell. También creo que es, en la tradición
mooreana, otro extraordinario esfuerzo destinado a lograr la
aceptación de la historieta como un medio de expresión serio y
adulto. Pero es igualmente sano señalar sus carencias y fallos
ante un coro de adulación generalizada que, a largo plazo, hará
bien poco por la obra de Alan Moore.
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