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SWAMP THING

Swamp Thing
 

Guión: Alan Moore

Dibujo: Stephen Bissette, John Totleben, Veitch, Alcalá y otros

Color: Tatjana Wood

Ediciones Zinco / Norma Editorial, Barcelona, 1989-1991 / 2001-2002
Tebeos de las colecciones La Cosa del Pantano y Clásicos DC, por parte de Zinco, Vértigo, por parte de Norma, que recopilan la edición en comic books americana Swamp Thing, números 20 a 64     |    26 × 17 cm.    |   número de páginas variable, desde 26 hasta 192   |   color  /  b/n   |   rústica / cartoné  |    PVP: 125  a 225 pts. / 11,72 a 15 €

Edición original: Saga of the Swamp Thing, DC Comics, 1984 y ss.

[ Imagen: La ilustración de portada es obra de Bissette / Totleben ]


COMENTARIO, por Francisco López Jiménez 


«Si incluso los monstruos se asustan
a veces, no debe ser tan malo.»
The Saga of the Swamp Thing # 27

LLEGADA AL PANTANO

Antes de ser aclamado por crítica y público, de ser prácticamente adorado por los aficionados, Alan Moore era simplemente ese tipo británico que llegó para escribir La Cosa del Pantano, un título de terror de DC que no pasaba precisamente por sus mejores momentos. No habían llegado los tiempos en que el simple hecho de ser inglés implicara prestigio y el paso directo a la línea Vertigo o la oportunidad de llevar a cabo la deconstrucción de un personaje clásico y olvidado (fundamentalmente porque ni estaba de moda deconstruir, ni existía la línea Vertigo, de la que hablaremos más adelante), y Moore llegó sin pena ni gloria, como una apuesta personal del editor y guionista original de la serie, Len Wein. Tenía ya una amplia trayectoria a sus espaldas, en especial relatos cortos en revistas como 2000 AD o Warrior, algunos de excelente factura, e incluso había empezado ya dos de sus principales y más aclamadas obras, V de Vendetta y Miracleman, pero para el público norteamericano era aún un desconocido. Cuestión que no tardó en ser solventada: en poco tiempo la serie no sólo se salva del inminente cierre sino que aumenta espectacularmente sus ventas y empieza a ganar todos los premios que se le ponen por delante.

Acompañado de los artistas John Totleben y Steve Bissette (que con la posterior incorporación de Rick Veitch y Alfredo Alcalá forman el equipo de artistas clásicos de esta etapa de la serie), Moore inicia su andadura en The Saga of the Swamp Thing en el número veinte, que le sirve para atar cabos sueltos y cerrar un poco la anterior etapa. Puede decirse que su verdadera labor creativa empieza en el número veintiuno, el ya clásico “Lección de Anatomía”, número que el propio Moore ha confesado que es probablemente su favorito, y con motivo. Es una muestra de lo que puede hacerse con poco más de veinte páginas, un tebeo redondo, medido, formalmente preciso e inquietante desde las primeras viñetas, extrañas y sugerentes, hasta un final sinceramente angustioso. A lo largo de la historia no sólo mata a su personaje protagonista (cosa habitual en el de Northampton al abordar personajes ajenos y que a estas alturas es difícil que sorprenda o emocione demasiado a cualquier lector de cómics de superhéroes, más que acostumbrados a resurrecciones, clonaciones y gemelos) sino que niega totalmente su existencia: Alec Holland nunca se convirtió en un ser mitad hombre y mitad planta al saltar en llamas al agua del pantano, sino que murió, y es una planta que cobró vida pensando que era Holland la que ha protagonizado el tebeo. Así, Moore trastoca por completo el origen del personaje, abriendo nuevas posibilidades de conflicto interno (más allá del gastado tópico del amable bruto torturado por el rechazo del mundo) y dándole un toque más serio y racionalista, más realista si es posible, dado que la explicación de su origen, aunque apropiada en los setenta, quedaba algo inocente en lo que pretendía ser un cómic de horror en los ochenta.

Con un personaje prácticamente nuevo y lleno de posibilidades, Moore inicia una corta saga en la que aparece como principal amenaza el Hombre Florónico, personaje clásico del universo DC, y que cuenta con apariciones de la Liga de la Justicia, en lo que según Moore era algo necesario para la credibilidad de la serie. En sus propias palabras, «quería evitar que se tuviera la impresión de que La Cosa del Pantano existía en alguna nebulosa dimensión del Universo DC, lejos de la acción principal. [...] Obviamente esto causa problemas, el mayor de los cuales está relacionado con el ambiente y la atmósfera de la serie. [...] Lo que decidí hacer fue lanzarme a fondo y mostrar a la Liga de la Justicia en los tres o cuatro primeros episodios. Si la Liga de la Justicia funcionaba en Swamp Thing, entonces no habría ningún inconveniente con el resto del Universo DC». Moore ganó su apuesta, presentando una Liga de la Justicia oscura, apenas insinuada, sombría e impotente ante la amenaza del Hombre Florónico, que encajaba asombrosamente bien con el tono de la serie.

La siguiente saga presenta otro personaje clásico de DC, aunque en este caso mucho más cercano a la temática de la serie, el Demonio Etrigan de Jack Kirby, en la que ya es plenamente una historia de terror. Lo mismo ocurre con la siguiente saga, más larga, que se inicia con la aparición de Arcane, villano clásico en el pasado de la serie, y que finaliza con un viaje que, como en el de La Divina Comedia, lleva al protagonista a recorrer cielo e infierno en busca de su amada Abby. Es un viaje realmente estremecedor, a la par que poético, en el que aparece la plana mayor de los seres sobrenaturales del Universo DC y que sentaría las bases para posteriores apariciones del infierno (por ejemplo, en Sandman).

Moore engarza también entre las sagas algunos números unitarios, como “The Burial”, en el que el protagonista asume finalmente su nueva condición, su humanidad no ya perdida sino nunca poseída, enterrando el cadáver de Alec Holland, o el tierno homenaje a Walt Kelly y su Pogo. Mención especial merece el capítulo “Ritos de Primavera”, dónde comienza el romance entre La Cosa del Pantano y Abby (uno de los más creíbles aparecidos en un tebeo de superhéroes), abordándose el tema de la necesidad del sexo como forma de comunión entre los amantes más allá del simple placer físico, en un número especialmente poético y experimental, y con un final a caballo entre la psicodelia, la poesía, el ecologismo y la magia, donde la prosa de Moore alcanza nuevos niveles de excelencia, prácticamente imposibles de encontrar en un tebeo de superhéroes. El dibujo de Totleben y Bissette también trasciende en este número, haciendo saltar por los aires la composición de página, que se llena de pequeñas viñetas de formas inverosímiles, rompiendo por completo el orden de lectura habitual pero sin resultar nunca confuso. Sumando el espléndido y sugerente color de Tatjana Wood –ausente en la edición de Norma-, un hito para la época, el efecto es cuanto menos sorprendente.

EL PANTANO AMERICANO

Hasta este momento el terror se ha manifestado en el tebeo de forma casi tangencial, alejada del discurso principal de la acción. Si bien es cierto que los enfrentamientos del protagonista con sus adversarios contienen momentos más o menos turbadores, es en los efectos que dichos enfrentamientos tienen sobre personas aparentemente ajenas a la historia, la siniestra distorsión de sus vidas, donde Moore logra rozar la repulsión y el miedo, hazaña a priori casi imposible desde las páginas de un tebeo. El de Northampton conoce las limitaciones propias del medio frente a otros como el cine, donde el espectador está mucho más dirigido, dado que se le impone el ritmo y se atrae más fácilmente su atención. En un cómic es por lo tanto mucho más difícil conseguir crear una determinada atmósfera y especialmente mantenerla, evitando que el lector se distraiga o simplemente rompa el ritmo de lectura, fijándose por ejemplo en el dibujo, por lo que Moore usa con frecuencia pequeños interludios, a veces de una sola viñeta, nunca completados, sino con un final sugerido que en la mente del lector se torna mucho más siniestro, en los que personas normales y a menudo desconocidas, meros extras, se ven participando de un horror cercano, súbito y preciso, pero escalofriantemente creíble, que toma como objetivo habitual a los más débiles e indefensos, como niños y enfermos. Es esta maldad genuinamente mundana la que consigue que el lector logre identificarse de manera más fuerte, al contemplar un horror cercano y, en el fondo, no demasiado imposible.

Pero Moore decide cambiar ligeramente el rumbo de la serie en la aplaudida saga American Gothic, dedicándose a explorar las fuentes clásicas del terror, sus principales tópicos. El terror, como cualquier otro género, ha ido acumulando una serie de clichés y lugares comunes, que poco a poco han ido perdiendo su fuerza hasta convertirse en meras parodias. Puede que Drácula y el vampirismo en general fueran estremecedores de por sí hace cuarenta años, pero la visión de Bela Lugosi enfundado en su capa, hoy día, no llama sino a la nostalgia. Moore lo sabe, pero también es consciente de que cualquier tópico es susceptible de ser modernizado, llevado a nuevos niveles (como ya demostró con su trabajo en Superman). Así, en esta nueva etapa, Moore se propone demostrar que por más caducos que parezcan, los viejos recursos del género aún son tremendamente poderosos en manos de un escritor con imaginación y talento, con lo que vampiros, hombres lobos, casas encantadas, zombis y asesinos en serie irán apareciendo sucesivamente por el tebeo, pero con un tratamiento fresco, novedoso y moderno, capaz de superar y renovar los viejos clichés, de darles la vuelta e integrarlos en la moderna sociedad americana con una perfecta coherencia y credibilidad.

El cambio en el modelo de horror de la serie no es del todo rupturista: dichos elementos del terror tradicional, que no monstruos en el sentido viciado de la palabra, no aparecen como meros adversarios, el enemigo del héroe o el carnicero de las pobres víctimas, sino que frecuentemente son los auténticos protagonistas del tebeo, como cualquier personaje más, con su vida cotidiana, mostrándosenos su psicología y motivaciones, haciéndolos más cercanos y familiares, a veces simpáticos o románticamente trágicos, y otras aún más terroríficos por reconocernos en ellos, pero casi nunca plenamente malvados. El mal aquí es distinto, mantiene su tono mundano, aunque se concreta, aprovechando Moore para arremeter furiosamente contra el puritanismo, el racismo sureño, la locura norteamericana por la posesión de armas, la contaminación nuclear o el machismo, que son en el fondo los desencadenantes del drama y el horror en el tebeo, antes que cualquier otro  elemento del terror tradicional.

Dicho desfile de horrores, reales o metafísicos, no se convierte en una mera enumeración de temas, en una galería de lo siniestro, sino que forman parte de una trama bien hilvanada, en la que aparecen dos de las creaciones más escalofriantes de Moore, la brujería y su brazo ejecutor, el invuche (tremenda la descripción del mismo, apenas sugerida pero de una efectividad apabullante, logrando de nuevo que el lector ponga la mayor parte de la misma) y como eje central la figura de John Constantine, en su primera y ya legendaria aparición. Este personaje, duro y misterioso, pícaro inglés y manipulador, antihéroe cínico y seductor, perdedor romántico, innovador en su día y posterior modelo de innumerables clones sin un ápice de su carisma e interés, ha acabado por convertirse en uno de los personajes más sólidos e interesantes del universo DC y del medio en general, con diversas apariciones especiales y, finalmente, una serie propia, que aún se publica, en la que los sucesivos equipos creativos han mantenido un nivel de calidad sorprendentemente alto, sin estorbarse mutuamente y colaborando en la forja de un auténtico mito moderno.

Es Constantine el verdadero catalizador de la saga, el motor que (como el Dean Moriarty de En el camino de Kerouac) pone en marcha a La Cosa del Pantano, haciéndole viajar por el continente americano y revelándole detalles sobre su nueva condición, de la que apenas hemos sabido nada y que finalmente se revela como la del último representante de una serie de elementales de la tierra, todo ello en preparación a su participación en la saga múltiple Crisis en Tierras Infinitas, que Moore logra prácticamente esquivar, haciéndola encajar astutamente dentro de su línea argumental, finalizando la misma con un enfrentamiento a gran escala, pero dentro del plano místico, lo que le permite escapar de cruces con otras series y limitar la participación de personajes invitados a la casi totalidad de los personajes mágicos de DC (lo que habría sido imposible con las políticas editoriales propias de años venideros, amigas de las reuniones de héroes y la dispersión en diversas series y especiales).

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Las citas de este texto están recogidas de la entrevista a Moore publicada en varios números de la edición de esta obra por Zinco, también publicada en http://www.dreamers.com/finfanzine/articulos/145.htm


[ Ficha: Francisco López Jiménez. Publicada en Tebeosfera 020628 ]