Prodigar elogios a Alan Moore a esta altura de su
bibliografía parece un mal inevitable.
Ya
es conocida y comprobada su extraordinaria capacidad para urdir
tramas, construir personajes y dotar a sus historias de una
ambición trascendental, que luego es reconocida por sus lectores.
Es
desde esta perspectiva que la obra From Hell merece una
mirada especial. El caso de Jack el Destripador es un hecho
policial relatado en múltiples ocasiones, pero cuyas complejidades
y versiones son terreno común de especialistas, aficionados y
curiosos.
From Hell,
en primera instancia, es una posibilidad para los lectores no
consustanciados previamente con la profundidad del caso, de
conocer una historia real extraordinariamente rica y cautivadora.
En
las primeras páginas del libro ya comienzan a desvanecerse las
típicas imágenes cristalizadas por el conocimiento rudimentario:
la historia de Jack el Destripador, en manos de Alan Moore, no es
una historia de terror, ni policial. El realismo y la sutileza del
relato preludian que se trata de una obra que deberá leerse con
una predisposición bien distinta a la que el lector de historietas
está comúnmente habituado.
From Hell
reclama leerse como una novela, con ritmo paciente y buena
voluntad para acompañar al autor en todos los derroteros que
decida tomar, aún si no son enteramente necesarios para la
evolución de la trama. En From Hell, las acotaciones del
autor al final de cada capítulo juegan un papel inusualmente vital
para la comprensión de la obra. La decisión de haber derivado a
los apéndices mucha de la información pertinente, es acertada, ya
que de esa forma se agiliza la narración, la que de otra manera se
empantanaría con textos que por más interés
que despierten, no tienen lugar en una obra pensada inicialmente
para ser historieta.
De
hecho, en gran parte del libro, son los textos los que llevan el
timón de la narración, dejando a la secuencia gráfica apenas como
una opción válida para generar respiros entre las escenas. En
estos casos, que no son pocos, Eddie Campbell se luce como
narrador gráfico, demostrando poseer toda la elegancia y el
criterio que la obra demanda.
Alan Moore, para construir la historia, se vale en una gran
proporción, de teorías y versiones de estudiosos del caso, de las
cuales siempre deja constancia en los apéndices. Y es ante esta
situación que aparece la pregunta inevitable en todo proyecto que
se proponga contar un hecho histórico de gran conocimiento
público: ¿Cómo relatar por enésima ocasión una historia preservado
el rol de autor, sin trocarse por el de un historiador o cronista?
Cabe resaltar que Alan Moore para construir la concatenación de
causas y consecuencias que componen la trama, prefiere ir
abrevando de diversas fuentes. Las pocas ocasiones en que la trama
se desarrolla a través de suposiciones e inferencias propias,
están debidamente aclaradas en los apéndices, casi como si él
mismo se tratara de otro autor consultado.
La
trama se basa en la teoría según la cual Jack el Destripador fue
Sir William Gull, un cirujano londinense de impoluta trayectoria
que habría realizado los asesinatos a las órdenes de la Reina
Victoria de Inglaterra. Pero hacer simplemente una interesante
versión del caso de Jack el Destripador en historieta,
perfectamente documentada y bien narrada, hubiera sido un objetivo
mediocre para un autor de la talla de Moore.
El
afán de trascendencia presente en todas sus obras, no podía quedar
fuera en este caso. Y es aquí donde Alan Moore busca y encuentra
una excusa para montarse sobre el mito preexistente y escribir su
propia teoría sobre la múltiple significación del caso del Asesino
de Whitechappel.
Si
para construir la trama, Moore apeló a su imponente oficio y
habilidad narrativa, para elaborar su teoría mítica, en cambio,
tuvo que recurrir a todo su talento y genio. Y de esta manera,
Moore conserva el patrimonio autoral ante el peso de la historia:
el no está contando, una vez más, el trillado caso de Jack el
Destripador: él está edificando sobre el mito una teoría con
implicaciones de enorme trascendencia.
Moore realiza su declaración de objetivos en el Capítulo Cuarto.
Las dos primeras páginas están dedicadas al relato de la orden de
la Reina Victoria de matar a las cinco prostitutas. Por otro lado,
las treinta y cinco páginas restantes están íntegramente
destinadas a un paseo por Londres que realiza William Gull junto a
Netley, su cochero, en el cual van recorriendo diversos puntos de
la ciudad.
Durante el paseo, Gull relata a su tosco acompañante la
significación de diversos monumentos presentes en las calles de
esta ciudad. Es Moore el que pone en boca de Gull el armazón
conceptual de su teoría. Por un lado establece una tríada de
niveles de comprensión de los hechos: historia, mito y símbolo.
Por otro, traza dos tríadas paralelas conceptuales: mujer / luna /
inconsciente y hombre / sol / racionalidad.
Todos los puntos en los que se detiene Gull (Moore),
obeliscos, iglesias, viejos campos de batalla, son ejemplos de
cómo la racionalidad del hombre ha logrado en determinado momento
histórico, dominar y controlar a la locura e inconsciencia
femenina; invirtiendo la relación de dominación que en tiempos
inmemoriales había sido ejercida por las mujeres a los hombres, en
épocas en que las primitivas sociedades eran gobernadas bajo el
matriarcado.
Para
argumentar a favor de su teoría Moore (Gull) se vale de su gran
conocimiento de historia y mitología, brindando un desfile de
deidades y personajes provenientes de puntos tan distantes como
Egipto o los antiguos pueblos de las Islas Británicas.
La sumatoria incesante de casos que verifican su
teoría es apabullante, tanto por el rigor histórico como por el
alto grado de coincidencia.
Con
la repetición de anécdotas históricas que ratifican su teoría, el
azar va perdiendo intervención. El golpe de efecto en el final del
capítulo es rotundo y de ribetes borgianos: los diversos puntos
recorridos, al marcarse en un mapa posibilitan el trazado de una
estrella masónica, es decir, un sol. Hacia el final del capítulo,
Gull (Moore) ha dejado demostrado que su teoría tiene un asidero
real.
Sobre esa base teórica, Moore pone en palabras de Gull un motivo
adicional para llevar a cabo sus futuros asesinatos: es
necesario
reforzar los goznes que el hombre/sol/racional ha impuesto a la
mujer/luna/locura, y esa dominación se efectúa en la realidad
mediante símbolos. Los asesinatos de Whitechappel constituirán ese
nuevo símbolo, que luego devendrán en un mito, que modifica el
rumbo de la historia (símbolo/mito/historia).
Dice Gull: «Impedir el escándalo real tan sólo es la parte de mi
trabajo que asoma por afuera del agua. La parte más importante es
un iceberg de significado que acecha debajo» (página 119, capítulo
4).
En
otras palabras, por un lado está el mandato de la Reina Victoria,
la motivación que puede encontrarse en todos los libros sobre Jack
el Destripador que se adhieren a la hipótesis de que Jack es Gull,
por otro, está el mandato que le adjudica Moore al propio Gull,
quien se impone para la misma misión, una motivación teñida de
trascendencia: preservar la dominación masculina / racional en el
mundo.
Es
de este modo que Alan Moore intenta escribir su propia trama
original sobre la trama ya existente del caso de Jack el
Destripador.
Ahora bien, evaluemos el resultado.
La
teoría de Alan Moore descrita en el capítulo cuarto posee una
belleza propia, es elegante, intelectualmente admirable. Su
desarrollo durante el resto del libro es correcta, sin embargo
nunca logra consolidarse del todo en una comunión total con la
historia real, la documentada.
La
“idea” de Moore es siempre visible, el autor está inevitablemente
presente cada vez que Gull vuelve sobre su nueva motivación
trascendental. Es necesario un desdoblamiento en la lectura: en
parte leemos la historia de William Gull y en parte leemos la
teoría del autor, puesta en boca y actos del personaje. Este
desdoblamiento no llega a hacer peligrar la consistencia de la
obra, aunque predetermina la mayor objeción que se puede realizar
a From Hell.
Las
obras anteriores de Moore, entre muchas otras cualidades, se
caracterizaban por no ser cerradas, por permitir al lector
disfrutar de la libre interpretación. Por el contrario, From
Hell es una obra más hermética, donde todas las
interpretaciones están previamente urdidas por el escritor. La
conclusión monolítica a la que la obra parece llegar, es la
comprobación de la hipótesis del autor: el caso de Jack el
Destripador es la fundación mítica del siglo veinte.
Dice Gull: «Para bien o para mal, el siglo veinte... lo he hecho
nacer yo» (Final del capítulo 10, sin número de página en la
edición en 5 tomos de Planeta de Agostini).
Ese
es el siglo en el que la modernidad, con todo el poder de su
racionalidad, sucumbe en su caricatura grotesca, en guerras
mundiales, en el nazismo, en Hiroshima, en Vietnam, etcétera: en
resumen, un festejo orgiástico y mórbido del éxito de la
masculinidad / sol / razón. Esta modernidad termina en la
desilusionante posmodernidad de la fría oficina en la que Gull
aparece misteriosamente mientras ejecuta la vivisección de su
última víctima (también en el capítulo décimo)
Ahora bien, esta conclusión es la trampa de Moore. Es el intento
de dotar a su propio guión de la trascendencia que nunca podría
haber evitado. Y si bien dentro de su teoría es un final elegante,
en los hechos es una conclusión que peca de pretenciosa y
etnocentrista.
Si
el siglo XX tuvo su nacimiento en algún lugar y en algún momento,
no debió haber sido en la Inglaterra del siglo XIX, un antiguo
imperio que con el cambio de siglo terminó de abandonar su
posición de liderazgo mundial, para dejarlo en manos de las nuevas
potencias.
En
el final, el sueño de Gull queda frustrado, y la teoría de Moore,
relativizada. Después de todo, la orden de asesinar a las
mujeres/luna/locura, según la misma versión de Moore, es dada por
la Reina Victora. Una mujer que gobierna sobre hombres y mujeres.
Es en este hecho fundacional, donde las dos tramas, la histórica y
la autoral, inician la contradicción que subyace durante toda la
obra: Gull sigue la orden de la más poderosa de las mujeres, para
alejar a las mujeres del poder.
From Hell
no es una obra perfecta, pero le alcanza para ser genial. Y Alan
Moore vuelve a dejar un gran legado tras de sí, el de haber
elevado el listón una vez más, para que la historieta siga
creciendo en su consideración social y acrecentando sus propias
ambiciones artísticas. Un legado, para nuestro medio,
trascendente.
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