Las
innovaciones que aportó Will Eisner al lenguaje de la historieta son
múltiples y bien conocidas. Más allá de la enumeración, es interesante
notar cómo buena parte de sus preocupaciones tuvieron que ver, en
diversos momentos de su carrera, con un análisis de los elementos
constitutivos del lenguaje, en particular la viñeta y la página. No es
casual que Eisner haya sido uno de los pocos historietistas
norteamericanos de su generación —sino el único— que se consideró a sí
mismo como un artista y se preocupó por entender la conformación y sobre
todo las potencialidades de un medio que, en los tiempos y en el
contexto de producción en que comenzó su carrera, era apenas una de las
zonas más desacreditadas de la industria del entretenimiento. Y esta
preocupación puede observarse en toda su obra.
Es ya
un lugar común destacar el hecho, ciertamente curioso, de que Eisner
tuvo dos carreras en la historieta, y que en ambos tramos de su vida
produjo obras maestras disímiles e innovadoras: sería un autor
fundamental si sólo hubiera creado The Spirit en los años
cuarenta, tanto como si hubiera debutado con sus novelas gráficas
a fines de la década de 1970. Lo que me interesa examinar en este
artículo es cómo ambos momentos de su carrera tienen en común la
preocupación por elementos formales, y cómo el uso de esos elementos
busca obtener efectos opuestos en cada caso. Con The Spirit llevó
a su límite el lenguaje de la historieta clásico, y comenzó a retorcer
ese lenguaje hasta la parodia. Más allá de las cuestiones personales y
profesionales que fueron causa de su alejamiento de la historieta,
parece claro que estaba agotando las posibilidades de la historieta tal
como se entendía en aquellos años. El segundo punto a analizar en estas
páginas será, entonces, cómo su regreso a la historieta lleva sus
preocupaciones a la búsqueda de la forma adecuada a otras historias, a
otra historieta, que tendrá uno de sus puntos más altos en 1995, con la
publicación de Dropsie Avenue: The Neighborhood.
La
historieta es un medio que exhibe sus recursos y sus modos de producción
de sentido. En palabras de Oscar Masotta: «la historieta es un medio
‘inteligente’ y estético al nivel mismo del contacto; hace posible una
cierta contemplación de lo que hace posible constituir el relato».
La exposición de la secuencia en el plano de la página, tanto como la
visibilidad de los intervalos y el carácter siempre marcado del dibujo
—por
oposición a la imagen mecánica— conspiran contra cualquier intento de
convertir al lenguaje de la historieta en un sistema que comunique
contenidos de modo transparente. Es algo que los historietistas
percibieron tempranamente en su producción: la historieta humorística o
infantil propuso de inmediato chistes que utilizaban la estructura del
medio. Baste citar aquellas páginas de Little Nemo in Slumberland
en que los
personajes se perciben como dibujos o arrancan las líneas divisorias de
las viñetas, pero es preciso resaltar que es un mecanismo común en
historietas humorísticas que están muy lejos de la originalidad de la
obra de McCay.
Es evidente que
esta característica de la historieta en tanto lenguaje no era deseable
para la naciente historieta de aventuras, que buscaba concentrar la
atención en el relato por sobre el lenguaje que lo vehiculizaba. Así,
tanto aquellos autores que establecieron conexiones con la ilustración
clásica y la literatura —Raymond, Foster o Hogarth— como los que se
vieron influidos por los encuadres y la fluidez narrativa del cine —Caniff,
Robbins—comenzaron a organizar estrategias para borrar la percepción del
artificio que está en la base de todo relato. Es en este contexto en que
es necesario situar el trabajo de Eisner en The Spirit, sobre
todo a partir de su regreso a la serie después de la guerra. Porque lo
que hace Eisner, lejos de ocultar sus procedimientos, es exhibirlos de
manera descarada. Todas las páginas de The Spirit, y en particular las
famosas páginas de presentación, se muestran como construcciones, como
productos: los signos cobran un espesor que impide cualquier ficción de
transparencia. El juego recurrente de las páginas de presentación es
hacer aparecer el título de la serie y en ocasiones el nombre del autor
como parte del decorado. Es difícil elegir un ejemplo entre ese prodigio
de imaginación visual que constituye la serie de presentaciones de los
capítulos, en que el título aparece bajo la forma de papeles que lleva
el viento o arrastra el agua, carteles, rejas, inscripciones en lápidas,
edificios.
Lo notable, además, es que si las necesidades del relato llevan a los
personajes al espacio mostrado en la página de presentación, vemos
aparecer el título en el fondo de la viñeta (como ejemplos, valgan los
capítulos “Fat Louie”, del 16-II-1947, “The Crime of Passion”, del
15-V-1949, “Foul Play”, del 27-III-1949, o “Sally of the Islands”, del
17-VII-1949). Este recurso subraya el carácter artificial del relato, su
construcción, al hacer intervenir en el interior de la trama elementos
externos; por usar un poco de jerga narratológica, podría decirse que el
paratexto se vuelve intradiegético: es como si los personajes de una
novela hicieran referencia a la contratapa del libro o al colofón.
Estos juegos no se
limitan a las páginas de presentación. La constante invención de
recursos narrativos, algunos más visibles que otros, vuelve a las
historias de The Spirit cada vez más artificiosas, sin que el
adjetivo deba ser leído con un matiz peyorativo: se trata de una
elección estilística evidente. Y de manera sistemática, esos recursos
tienden a poner en evidencia un enunciador que la historieta de
aventuras —como por otra parte el relato realista moderno— trata por lo
general de ocultar.
Comenzando por lo más evidente, en The Spirit se multiplican, ya
desde los primeros capítulos de 1940, los encuadres forzados —picados y
contrapicados, elementos del decorado
en primer plano— que desnudan la presencia de un punto de vista que,
coincida o no con el de un personaje, es inevitable en toda imagen.
Lejos de proponer una “mirada invisible”, como la que naturalizó el cine
clásico norteamericano o como la que ya traía en cierto modo la primer
historieta, influida quizás por la imagen teatral, Eisner subraya ese
inevitable punto a partir del cual se organiza una viñeta. Como se
recordará, lleva al extremo esta ostentación del punto de vista en
aquellas historietas en que aparece una visión subjetiva, en que, de
manera brutal, la viñeta coincide con las cuencas
de los ojos de un personaje. (cfr. “The Embezzler”, del 27-XI-1949
y sobre todo “The Killer”, de diciembre de 1946 y “Quirte” del 21-XI-1948).
Pero no sólo con el encuadre se muestra el carácter de construcción de
las historias. Abundan los recursos que dan cuenta de la ficción: el
episodio “Lurid Love”, del 18-IX-1949, se ofrece como una revista
romántica y es interrumpido por anuncios publicitarios; en “Young Dr.
Ebony”, del 25-V-1949, se disfraza de serial radiofónico (e incluye al
propio autor en el final). Eisner, que está definiendo los recursos de
lenguaje de la historieta futura, empieza además a parodiarlos y
demolerlos de un modo que anuncia (y probablemente influye) los juegos
de Harvey Kurtzman en MAD.
Estos recursos
incorporan problemas de una estimulante complejidad. Un recurso que
utiliza en varias historietas es la narración de casos, a través de
fichas de un archivo. Es el recurso usado en el capítulo “The Stranger
Case of Mrs. Paraffin”, del 7-III-1948, que se basa en el recuerdo de un
caso irresuelto: se está recordando un "pasado" desde un "presente" de
la enunciación. Ese recuerdo incluye al menos otros dos: el de la señora
Paraffin y el de la enfermera. Los hechos están presentados, en el mundo
ficcional, como si fueran del pasado. Sin embargo, un elemento de la
puesta en escena desmiente en parte esa certeza, o la hace menos
evidente. Gran parte del relato está narrada mostrando fichas de un
archivo, que en algunos casos (pag. 1, pag. 3) son sólo de texto y en
otros incluyen un texto y una imagen que lo ilustra o que continúa la
acción. En el inicio, una ficha de archivo, rotulada como «Homicidio sin
resolver» presenta el caso sobre la imagen de la señora Paraffin
diciendo: «Acabo de matar a mi marido». Debido en parte a estar narrado
por al menos dos sistemas diferenciados, en el relato coexisten tres
tiempos. En principio, el presente de la ficha, el documento que recoge
una enunciación realizada en un tiempo anterior. En segundo lugar, el
presente de esta enunciación, que es el tiempo en que Spirit realiza el
informe sobre el caso (el relato escrito sobre lo que narrará la
historieta). Finalmente, el dibujo de la señora Paraffin introduce un
tercer tiempo, el hecho que se recoge en la ficha. Siendo el primero en
sentido cronológico, se muestra paradójicamente como "sucediendo" frente
al lector. A la relación propia de cualquier relato (particularmente si
está narrado en primera persona), entre el momento de la enunciación y
el tiempo de los sucesos reales o ficticios narrados, se suma el hecho
de que esos sucesos son narrados también mediante el código usual en las
historietas, secuencias de dibujos con globos de diálogo. Esos sucesos
se narran dos veces, o mediante dos sistemas que se complementan:
el discurso escrito en las fichas y la historieta tradicional. La
ruptura de la linealidad temporal está marcada entonces por una
multiplicación de los tiempos de la enunciación del relato, debida en
parte a características peculiares de la historieta como código y en
parte a la particular construcción del episodio. La coexistencia de
texto narrativo en primera persona y narración por imágenes hace que
deba pensarse en dos narradores, en este caso Spirit y un "autor", de
dudosa entidad y en cualquier caso diferente del Will Eisner real,
responsable de la puesta en escena. A estos narradores se suman los
testimonios de la señora Paraffin y de la enfermera. Como puede
verse, el examen cuidadoso de cualquiera de estos recursos nos aleja de
toda ilusión de transparencia: nos recuerda que lo que se nos presenta
es un relato, y necesariamente una ficción.
Lo que pretendo
proponer es que Eisner se hace cargo, tempranamente, de cierta
irrealidad propia del lenguaje de la historieta, producto de esa
exhibición de la materialidad de los signos y, lejos de buscar modos de
disimularla, la exacerba. En este sentido, The Spirit es una
historieta antirrealista, y esto en buena media contamina (o alimenta)
el tipo de historia que elige contar: relatos fantásticos o pequeñas
fábulas morales cada vez más alejados del modelo de investigación del
género policial y con un creciente uso del humor y del absurdo. Puede
ser útil completar la cita de Masotta, que dice que
«(…) el humor se revela
aquí como una función del canal —esto es, del medio como medio— y
no una cláusula del estilo ni de los temas, aunque estilo y temas puedan
volver sobre él y convertirlo en objeto. No es difícil descubrir las
razones de este humor: ellas permiten que el sentido se constituya a
partir de la “captura” de lo que permite constituirlo».
Tras su regreso al
cómic a fines de la década de 1970, Eisner cambió radicalmente su
acercamiento a la historieta. En principio
cambió el soporte, en un gesto inusual para el mercado norteamericano,
saliendo de la historieta para prensa o del comic book para
trabajar sobre el libro. En segundo lugar, en un movimiento muy ligado a
las tradiciones y expectativas que el cambio de soporte implica,
abandonó el relato de género para dedicarse a la ficción “a secas”, con
marcados momentos de autobiografía (y un par de autobiografías
explícitas: The Dreamer
y To the Heart of the Storm). Ambas decisiones se relacionan con
un cambio en la construcción de las páginas. En principio, aunque esto
ya se anunciaba claramente en The Spirit, concibe la página como
una unidad. Esto lo ha teorizado en su libro El comic y el arte
secuencial, cuando propone a la página como una “superviñeta”. Es
interesante citar su descripción, porque tiene que ver con sus objetivos
en esta segunda etapa:
«Aquí, la pega, es que
hay que emplear la viñeta de manera que no estorbe en el fragmento de la
historia abarcada por la página. (...) Cuando los personajes hacen gala
de emociones fuertes y sofisticadas, o sus posturas y gesticulación son
sutiles y capitales para contar la historia, los contornos de las
viñetas se vuelven un inconveniente, a menos que sean impuestos para
resaltar el efecto de lo que contienen.»
Como puede verse,
el contorno de la viñeta “estorba”. Progresivamente, las viñetas
clásicas desaparecen, y la necesaria separación de las imágenes tiende a
asegurarse mediante simples espacios en blanco o divisiones
naturalizadas: funcionan como límite de la viñeta diversos marcos del
decorado —puertas, ventanas— o el contorno de objetos y personajes. Y
aunque estos recursos pueden tematizarse (como en la página de N.Y.
City en que un anciano mira por la ventana),
tienden a estar cada vez menos subrayados: en términos de Thierry
Groensteen, las páginas son cada vez menos ostensivas en el camino que
va de Life in Another Planet en 1980 a Dropsie Avenue: The
Neighborhood en 1995. De manera que una vez que Eisner investigó en
The Spirit una multitud de recursos, y jugó con su exhibición
extrema, recuperó en el resto de su obra unos pocos elementos para poder
contar otras historias sin interrupciones. El dibujo de Eisner acompañó
este proceso, haciéndose cada vez más abocetado, más liviano en cuanto a
la preocupación por la definición y los detalles.
La que quizás sea
la obra maestra de Eisner, Dropsie Avenue, cuenta la
historia de un barrio, un barrio como aquel en que creció Eisner, desde
los primeros colonizadores hasta su esplendor, muerte y renacimiento. El
protagonista es, entonces, el barrio, y la notable construcción del
relato conecta las diversas generaciones de habitantes para narrar el
paso del tiempo. En Dropsie Avenue Eisner lleva al extremo los
procedimientos ensayados en sus libros anteriores, al borrar las
divisiones internas de la historia, que avanza en el tiempo encadenando
sucesos del mismo modo que la página encadena viñetas. Y es
notable entonces cómo el término caro a Eisner, “novela gráfica”,
graphic novel, cobra entonces un sentido adicional, puesto que el
objetivo de su obra final fue diluir al máximo la exhibición de los
intervalos (que era característica en The Spirit, cuyas viñetas,
es bueno recordarlo, se separaban por líneas rotundas) en pos de un
ideal de fluidez que hace del lenguaje de la historieta, en su límite,
una escritura.
Como ocurre con
unos pocos maestros —es posible pensar en las últimas obras de Pratt
para encontrar un fenómeno similar con otros recursos—, sus últimas
historietas parecen, sobre todo en comparación con los hiperconstruidos
capítulos de The Spirit, de una enorme sencillez formal que se
basa en una arquitectura cuidadosa y en casi setenta años de hacer
historietas, muchas de las cuales son, sencillamente, las mejores que se
hayan hecho alguna vez.
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