La transformación
del horror en los cómics de la posmodernidad
Los ochenta son la
década del revuelco de lo establecido, sobre todo en Europa, donde se
avanza hacia el fin de las sólidas estructuras, cuya caída tiene lugar
en 1989 (la del muro de Berlín lo ejemplifica a las claras). Las
posibilidades que baraja la fantasía son diferentes desde que en 1981 el
Columbia hiciese su primer viaje con éxito, y sobre todo desde
producciones cinematográficas como Blade Runner o The Thing,
donde asoma el cyberpunk en ámbitos sombríos y estilizados,
donde es revitalizado el horror clásico con nuevos efectos, y donde es
la fabulística con ambientación propia de Dickens la que se ejecuta en
cine. Todo cambiará a partir de 1984, el sentimiento de horror, el
sentimiento de miedo, el sentimiento de indefensión, todo... desde el
hallazgo del desorden inmunológico que es bautizado como VIH... Sea como
fuere, y hasta a donde ahora interesa llegar, en los ochenta se
experimenta un regreso a lo urbano en los medios de expresión; un
replegarse urbanita que significa una vuelta a las ciudades, oscuras y
tétricas (del Dickens citado, de Dostoievsky, de Eugene Sue), donde la
vida es un teatro oscuro y laberíntico, cuajado de mundos complejos que
ya no buscan el sabor de la victoria en la conquista y que experimentan
un enorme vacío moral en el entorno.
Los cómics
americanos de horror de este período dejan prácticamente de disfrutar
del aplauso popular tras el cierre de Warren en 1983, año en el que
desaparecía el título emblemático de DC House of Mystery. El
género terrorífico en los cómics había estado presente en el mercado
durante 35 años (tiempo que media entre el primer cómic americano que se
considera de horror, Adventures into the Unknown, de ACG,
publicado en 1948, y Vampirella, revista que publica su último
número en 1983)
El análisis del
cómic de horror estadounidense que surge a partir de mediados de los
años 1980 es muy distinto al que se puede practicar sobre los publicados
en las revistas de Warren. Ni siquiera los productor de Harris Comics,
que usufructúan personajes y cabeceras de Warren merecen la misma estima
u ofertan similares contenidos. Sin querer ir más allá, sin embargo,
resulta interesante recorrer muy superficialmente hacia dónde se enfoca
el género en la década siguiente (un vistazo al horror de comienzos del
siglo XXI exigiría otro estudio en profundidad, habida cuenta del
reflotar del género tanto en sellos menores, como Avatar, Chaos!,
Digital Webbing, Devil's Due Publishing, IDW y muchos otros, por
editores de peso, como DC o Dark Horse), al menos en un sentido general.
Ciertos escritores
y estudiosos de la literatura fantástica han creído entender que la
literatura de terror y también los cómics estuvieron lastrados por los
finales felices durante los años setenta y ochenta, sin atreverse además
a salir de las fronteras locales, casi domésticas, como ejemplifica la
obra de Stephen King.
Marvel no volvió a impulsar series de horror durante los años ochenta y
durante los noventa tampoco prestó mucha atención a los monstruos
procedentes de la tradición (no hemos considerado monstruosos a sus
superhéroes, que posiblemente debiéramos hacerlo, si bien esto es otro
debate), salvo por ciertos rescates en clave de homenaje de Morbius,
Ghost Rider y otros, en series cortas como Night Stalkers, Dark Hold
o Midnight Sons Unlimited.
El relevo para la
narrativa de terror llegaría con la figura de Clive Barker, autor de
novela que narra el horror desde el interior de los monstruos, lo cuales
ya no sólo se comportan como amenaza, sino también como portadores de
sentimientos. Con la “humanidad del monstruo”, Barker y otros autores
parecen no querer defender un mundo burgués y conservador y describen
otro ámbito espantoso, de pesadilla, no anclado en nuestro mundo, que
huye de la reflexión para acudir a la descripción. Lo repugnante y lo
cotidiano se mezclan ahora sin solución de continuidad, trufando de
referencias “cultas” sus escritos, algo de lo que se contamina la
historieta en la obra de guionistas como Alan Moore, autor de gran talla
que merece estudio aparte en cualquier tratado sobre el terror en los
cómics.
Esta estrategia
nueva es la que se sigue en las producciones del sello Vertigo de DC
durante los años noventa. Este nuevo buceo en la sopa mítica intenta
alejarse del monstruo arquetípico. Es decir, no renueva el concepto del
horror, lo que se pretende ahora es producir miedo mediante la negación
del monstruo como representación. Será precisamente Moore quien de un
“giro” a los tópicos de la literatura y del cine de terror habitualmente
transferidos a la narrativa de la historieta, aportando algo fresco, por
inesperado, en los cómics de los últimos años ochenta y primeros
noventa. Con él se hace más cercano el horror, lo “acerca” relacionando
la licantropía con la menstruación, por ejemplo, describiendo las
jerarquías del infierno, retratando el hybris contranatural que
pudiera surgir de una relación sexual de una mujer con una planta...
Moore, en efecto, estructura a los personajes “sobrenaturales” de la
compañía editorial DC y desarrolla una jerarquía coherente con ellos,
abona el terreno para la llegada en 1989 de Neil Gaiman quien se erige
en adalid de los cómics fantásticos de la posmodernidad.
Con la designación
de cómics de la posmodernidad venimos a referirnos a relatos donde se
narra la angustia con naturalidad, aceptando sin cínica crueldad el
crimen o la aversión, como una suerte de reacción a la historieta
prototípica de la modernidad. Todo ello, además, fundamentado en un
esquema de revitalización de modelos previos, sin caer necesariamente en
el pastiche pero siempre pendientes de las referencias a la literatura,
al cine o a otros cómics.
El fantástico
moderno que citaba, por ejemplo, Roger Boceto, es un mundo de héroes /
víctimas fundamentalmente solos; no está claro que haya en los últimos
años del siglo XX un mayor interés por la llamada “literatura del yo”
que hace treinta o cuarenta años, pero sí parece que lo haya en los
cómics. Con ello no desaparecen los géneros, simplemente se mezclan: se
alcanza el aluvión, el género de géneros, el género degenerado. En los
períodos clásicos, la novela y los géneros se esforzaron por hacer
crítica contra el mito. Ahora, la novela como la historieta, han acabado
mitificando al mundo, creando un mundo mítico propio que surge cuando la
iconosfera va tomando una importancia capital, bien como consecuencia
del proceso de semiotización propugnado por Barthes o por otros de
similar calado, como la presencia de un “hipercódigo”, ese conjunto de
signos, símbolos, mitos, imágenes sensitivas, ideas, que constituyen el
acervo común de una unidad cultural en un momento dado y que prestan a
la representación su corporeidad imaginativa. La existencia de un
hipercógido común se acumula y se recoge en el funcionamiento de nuestro
cerebro, si bien hay quienes opinan que no se puede significar en una
sola imagen el horror y apuntan que posiblemente hoy el terror más
absoluto se alcanza a partir de la negación misma de la representación,
o bien cuando bajo el signo de la canalización de la violencia y del mal
se difunde el terror a escala planetaria mediáticamente. Consideramos,
con Risco, que en el siglo XIX lo fantástico conducía a confirmar el
conflicto entre racionalidad y fe, entre lo sobrenatural y la ciencia
(de ahí que se sirviese tan a menudo del folclore); pero en el curso del
siglo XX se fue denunciando con más vigor el carácter ilusorio de
nuestra experiencia y de todo el realismo, y en el pensamiento
posmoderno aparece contagiado de suspensos, silencio e incertidumbres en
lo fantástico.
En el futuro se
abre otra posibilidad de transmitir miedo en el rescate del moderno
Prometeo desde presupuestos psicobiológicos. Por ello también se han
sentido interesados algunos guionistas de cómics mixtos actuales (thrillers
de horror, superhéroes que recorren mundos de pesadilla), como pueda ser
el caso de Warren Ellis o Grant Morrison, por citar dos ejemplos.
Algunas claves sobre esta aberrante posibilidad las ha emitido Francis
Fukuyama, japonés hegeliano que opina que el posmodernismo más radical
llegará con prácticas como la clonación o la manipulación del ADN,
que nos ingresarán en un espacio moral desconocido e incontrolable.
Durante veinte siglos hemos sentido estremecimiento con las pasiones,
los miedos o los celos, sin que a lo largo de la evolución como especie
hayamos podido borrarlos, y Fukuyama considera “poshumana” a la entidad
científica y moral que se conforma con las nuevas prácticas de
biotecnología, principio de una nueva historia de la ética humana (la
dignidad, los valores, la capacidad de juicio, la voluntad humana, las
virtudes y los vicios del alma) que es un producto de la descomposición
de la actual. La visión de Fukuyama, siempre pesimista, sin embargo,
puede que no llegue a superar los terrores que nos depara la realidad,
que siempre ha demostrado tener mayor capacidad para inquietarnos que la
fantasía.
Conclusiones
Con Warren
atendimos a un momento puente en la narración del horror a través de los
cómics en los Estados Unidos. Las revistas de Jim Warren rescataron el
relato de horror gótico y lo actualizaron al entremezclarlo con el
cuento moderno de fantasmas. Aplicaron una vuelta de tuerca al horror
interior que ya anticipaban los creadores de EC Comics con sus
referentes al profundo americano. Asimismo, en los cómics de Warren
apuntaron algunas reflexiones hijas de su tiempo, sobre lo surreal y la
materia de los sueños, sobre la violencia, sobre la aceptación de la
cultura ajena (en un ejercicio de estructuralismo), sobre el ecologismo,
sobre el límite de la crueldad y la ternura humanas, y se practicó en
sus páginas un alejamiento del maniqueísmo del cual no pudieron escapar
sus competidoras (Eerie, Skywald) o sus vencedoras en la arena comercial
(Marvel y DC).
Los universos
cohesionados de las editoriales de superhéroes formularon estrategias de
introspección cuando la política de la autocensura se volvió más
receptiva a modificaciones en la normativa y en la expresión. Entraron
nuevos valores con ideas nuevas y también desnudez, vampiros y bárbaros,
pero la estrategia general de su discurso convino en hacer de los mitos
del horror clásico algo más trivial y carnavalesco.
El horror
contemporáneo, según se desprende de los argumentos de los filmes y los
tebeos actuales, se orienta hacia el terrible hallazgo del monstruo
indiferente y cruel que todos llevamos dentro, así como hacia la
posibilidad del aislamiento comunicativo, una nueva modalidad del
robinsonismo (entre los más importantes mitos de hoy, según Gubern), que
sigue siendo algo connatural a los pueblos primitivos pero insoportable
para un urbanita del siglo XXI. |