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LOS CÓMICS DE WARREN EN EL MARCO DEL CÓMIC DE HORROR MODERNO EN EE
UU.
DEL TERROR ELEGANTE A LA TRIVIALIZACIÓN DEL MIEDO.
Parte 2 |
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Ensayo por Manuel Barrero
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[ Cubiertas de algunos comic books de horror aparecidos en
los EstadosUnidos en la década de los 1950, década de gran
proliferación del género: Adventures
into the Unknown,
de 1948,
Eerie,
de Avon Comics, Frankenstein,
ambos de 1952, Ghost, 6, de 1953, el inquietante
Black Magic, de Prize, de 1954, con cubierta de
Jack Kirby,
Terror Tales, 7, del
sello Fawcett. ©
2005 sus respectivos autores y editores.
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Un marco
sociopolítico para el horror en el cómic.
Las publicaciones
con cómics de horror habidas en los EE UU entre los años sesenta y
ochenta del pasado siglo llegan hasta donde se apura la modernidad. Es
probable que Eco tuviera razón cuando afirmaba que existe una relación
entre el relato de horror y la historia sociopolítica, así que podría
resultar útil bucear en el ámbito político y social de aquel entonces
Los años cincuenta
habían ido tocando a su fin con la crisis de Suez como telón de fondo,
en 1957, y ese mismo año con el inicio de la carrera espacial que
enfrentó a las dos potencias mundiales. La Guerra Fría era ya un
statu quo y existía un temor enorme a la probabilidad de una
devastación atómica, al fin de la civilización (de la occidental), un
tema recurrente de todo tipo de ficción popular. Por entonces todavía
hay asumido un sentido cíclico de la historia y los apuntes futuristas
van en la línea de que tras el desastre se podrá sobrevivir al
Apocalipsis (manifiesto en obras como Cántico por Liebowitz, de
W.M. Miller, o en filmes como On the Beach). Muchas historias de
ese tiempo fueron sombrías, desalentadoras, en busca del lado romántico
de la temible pesadilla de desolación que se adivinaba tras el colapso.
Al mismo tiempo, persiste una paranoia enorme sobre la pérdida de
identidad ante lo extraño, lo cual se mezcla con visiones apocalípticas
del futuro, pero también con el tejido social actual, como quedó patente
en el racismo y en el antibolchevismo. Posiblemente sea La mosca,
una producción fílmica de todo punto exagerada y ridícula (por la
transposición de las cabezas) un ejemplo claro del horror que seguía
produciendo el mito del doppelgänger, de ser otro, de ser un
extraño. En la televisión americana, y acaso un poco aventados los
problemas de la caza de brujas, se produce el advenimiento de Rod
Serling creador y guionista de la serie Dimensión desconocida /
Twilight Zone, algunos de cuyos episodios escribieron Bradbury y
Matheson, que incidieron en esas posibilidades y en esos terrores entre
1959 y 1964.
La nueva década va
a ser una época de cambios y revoluciones: se erige el muro de Berlín,
Kennedy es asesinado, los EE UU invaden Vietnam del Norte, Israel sufre
la guerra de los 6 días, en 1968 los estudiantes franceses se rebelan al
tiempo que los tanques rusos penetran en la primavera de Praga... Este
mundo dividido que nace en 1961 también observa profundos cambios en la
creación en los géneros fantásticos, con la new thing británica,
que analiza nuestro mundo desde perspectivas estructuralistas o desde la
óptica ecologista.
Es desde 1966 que
se observa claramente la mirada de los escritores de esta índole se
dirige hacia el interior humano (Delany, Keyes, Zelazny, Silverberg) y
reinventan una humanidad a imagen y semejanza de los dioses, como si
hubiese una necesidad de panteones. Y no es exagerado pensar que los
superhéroes de los comic books se acogen por entonces en una suerte de
“universos”, vistos todos los medios de expresión y de creación en
conjunto, precisamente en este contexto y por esa misma razón. La
televisión, también sigue explorando otros límites en busca de mundos
mejores, y evidencias de nuestra superioridad mientras el mundo al que
pertenecemos comienza a quejarse, como se evidencia en los seriales
The Outer Limits, Lost in Space, o Star Trek, ejemplo
de panteón de navegantes.
No falta el miedo
al Apocalipsis, claramente patente en la muy popular obra de 1963 La
planète des singes (El planeta de los simios), del
galo Pierre Boulle (luego más popular aún por su adaptación al cine) y
la paranoia producto del miedo a la invasión, que persistió en
producciones como la televisiva Los invasores, por ejemplo. En la
literatura también se apuntaron maneras y argumentos en este sentido:
los héroes radicales de Robert A. Heinlein, que son figuras paternales,
Mesías. Dune, de Frank Herbert es una obra que discurre en la
misma línea, si bien para poner en solfa cuestiones ecológicas, y la
recuperación de la novelística relativa a héroes elementales o
procedentes de panteones ficticios (de autores como Howard, Tolkien,
Dent) tiene lugar en este momento.
También está
ocurriendo en estos días que la cibernética se está poniendo de moda, y
el mito del doppelgänger se refresca cuando se ve a las máquinas
como sustitutas antes que como herramientas. Eclipsados los relatos de
horror por ese miedo ancestral, no se hacen prospecciones de futuro
sobre la miniaturización, por ejemplo, sino sobre la sustitución, sobre
el changeling. Este miedo a la sustitución, en los años sesenta
también se manifiesta en las llamadas “trampas conductistas” a las que
creen verse sometidos los ciudadanos tras poner en práctica técnicas
sicológicas al servicio de las agencias de publicidad. Un temor al
control de la conducta que es aprovechado por los escritores de
fantasía, como Bloch o J.B. Priestley, para hacer unos relatos que
profundizar más en el espacio interior que en el exterior; y donde se
muestra que el espacio interior de la mente humana es surreal, convulso,
cargado de pasiones y acechado por la muerte. La introspección es el
resultado, el cual persiste en la década de los setenta en la literatura
y la historieta en general (los héroes Marvel son un claro ejemplo). Y
acaso 2001. A Space Oddity constituya la cima de esta tendencia,
precisamente el mismo año en que se pisa la luna.
Los años setenta
son los años del fin de la guerra del Vietnam, del aumento de tensión en
Oriente Medio y de la crisis del petróleo (en 1973, cuando el crudo
subió un 70%). Además, la identidad nacional estadounidense sufrió un
revés con el escándalo Watergate que obligó a dimitir a Nixon; y la
guerra fría comenzó a ser menos temida tras el diplomático acople de las
naves Soyuz y Apollo en el espacio. La muerte de Franco en España y de
Mao en China parecieron preludiar un período de optimismo, en el cual
hay lugar para el canto antimilitarista (La guerra interminable,
de Haldeman fue una respuesta a Vietnam), para el nuevo feminismo
(anticipado por J. Russ y U.K. Leguin en la ciencia ficción, y ahora
respaldado por Tatcher, la Weaver de Alien o la teniente negra
Uhura, de Star Trek), para la alusión a pórticos conducentes a
realidades alternativas (Pohl y otros), si bien el miedo a la hecatombe
persiste.
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Crime SuspenStories #19, con portada de Al Feldstein. |
Shock Suspenstories #5, portada de Jack Kamen. |
Primera página de Tales from the Crypt #36, de Jack
Davis, con el Guardián de la Cripta |
Seduction of the Innocent, de F. Whertam |
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El horror en los
cómics estadounidenses hasta los años cincuenta.
Tras la crisis
económica desatada en 1929, el público lector de cómics en los Estados
Unidos comenzó a disfrutar con viñetas realistas donde la protagonista
era más la violencia que la aventura (como las daily strips de
Dick Tracy). Por entonces, cuando el comic book estaba dirigido hacia un
público masivamente infantil, los argumentos eran más escabrosos que
terroríficos pero ya sonaron las primeras voces de alarma en los finales
años treinta, cuando Sterling North calificó a las historietas como
«pesadillas en papel pulp», y en 1946, el Children's Book Committee of
the Child Study Association alertó sobre los cómics por su «violencia,
crudeza, baratura y mal gusto».
Es permisible
afirmar que el cese de las hostilidades bélicas desde 1946 tuvo como
consecuencia el descenso de ventas de los comics books de superhéroes,
lo cual impulsó a los editores a buscar otros argumentos que atrajesen
la atención del público. A juicio de los preservadores de la moral
americana, el atrevimiento fue excesivo (en 1949, Gershom Legman afirmó
que los profesionales del cómic en general eran «unos degenerados que
deberían estar en la cárcel y que las editoriales están integradas al
completo por homosexuales»). Actualmente no nos es posible comprender
como pudo ponerse el grito en el cielo por el contenido de aquellos
tebeos, en los que había más explosión de violencia que muestras de
sexismo, no obstante las pin-up que habían alentado a los
soldados ahora carecían de función patriótica y pasaron a ser vectores
de libidinosidad.
El estado de Guerra
Fría fue creciendo a medida que crecía la crispación en el ambiente
yanqui, cuando era habitual invitada la violencia en todos los ámbitos
de la comunicación (cómics, tiras periódicas, literatura popular, cine)
y también de la realidad, como lo prueba el incremento de la
delincuencia juvenil, el creciente consumo de drogas y el aumento de los
embarazos no deseados. Los cómics, como medio escuálido y débil por
antonomasia (en su infraestructura industrial), fue uno de los primeros
en sufrir la acometida de la facción católico fascista de la sociedad
estadounidense que puso en práctica una “cruzada” moral y social contra
el cómic
Los propios
editores, para proteger sus intereses, crearon en 1948 la Association of
Comics Magazines Publishers y trataron de imponer una normativa de
autocensura, medida que no prosperó al verse como cortapisa para las
ventas. En 1950, nació la nueva línea del sello EC que abundaba en la
temática del terror y el horror criminal, un morbo que apantallaba una
inteligente crítica social, ocasionalmente denunciante del racismo,
desacralizadora del matrimonio, vilipendiadora del patriotismo
exacerbado y que de vez en cuando ponía en entredicho a las
instituciones públicas.
Mal momento para
ello, pues desde 1946 Hoover (el mismo del FBI) vio como única salida a
la delincuencia potenciar los valores familiares, la enseñanza
tradicional y la influencia de la Iglesia. Además, desde 1948, la
reelección del conservador Harry Truman frenó la liberalización de las
costumbres en los EE UU; a lo cual contribuyó el Comité de Lucha contra
las Actividades Antiamericanas, presidido desde 1950 por Joseph McCarthy,
quien venía en cada americano a un potencial traidor a la patria. Tal
actitud, que hoy podríamos calificar de paranoica, dañó al cine, a la
literatura, al teatro y al cómic con ayuda de ciertos políticos que,
ansiosos de votos, se unieron a esta campaña de chauvinismo ridículo
respaldado por votantes recelosos del cambio de las estructuras y
jerarquías sociales.
Entre todos estos
adalides de las instituciones sacrosantas y la moral conservadora fue
destacado al psiquiatra Fredric Wertham, usado por los políticos como
“aval científico” y que había ya hecho varios discursos alarmistas,
quedando así para la posteridad como emblema de la ansiedad de la
sociedad yanqui de su tiempo, si bien no fue el único responsable del
movimiento revulsivo. A raíz de todo ello, y desde el ente Comics
Magazine Association of America, surgió en 1955 el Comics Code (o código
de los cómics), integrado por 41 reglas que dictaminaban que: el crimen
siempre paga y no debe ser aconsejado como conducta, que las
instituciones públicas son intachables, que las palabras crimen, horror
y terror no deben figurar en la portada de un tebeo, que no versará
historia alguna sobre drogas, que nada de muertos vivientes, vampiros,
caníbales o licántropos, que las mujeres deberán tener pocas curvas de
ir bien tapadas, que el divorcio no debe ser recomendado, y que el amor
no puede ser distorsionado mórbidamente.
La mayoría de los
editores, ante el control gubernamental de sus empresas y el presumible
rechazo del público comprador, se atuvieron a estas normas durante una
década, si bien no pudieron evitar la bajada de ventas (casi 400 títulos
cesaron entre 1952 y 1958) ni la desbandada de autores clásicos hacia la
ilustración editorial y publicitaria. En los años sesenta, pues, no hubo
otra cosa en los EE UU que mystery comics, tebeos con aventuras
de suspense y temerosos de mostrar la cara híspida del horror. Durante
este periodo aprovisionarse de placer para el estremecimiento solamente
era posible en publicaciones como Journey into Mystery, Strange
Tales, Phantom Strangers... nunca transitados por vampiros,
fantasmas, cadáveres u horrores de otras dimensiones. Era muy difícil
publicar horror (es decir, cuentos de miedo donde existe la evidencia de
un monstruo fantástico), hasta que entró en escena el editor Jim Warren.
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[ © 2005 Manuel Barrero, para Tebeosfera, 051230 ] [
Las imágenes para esta página han sido escogidas y anotadas por Fco.
Javier Alcázar ]
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