POR AMOR A LOS TEBEOS. QUIENES LOS TRABAJAN
REDACCIÓN DE TEBEOSFERA

Title:
For the love of comics. Those who work them
Resumen / Abstract:
Declaraciones de un grupo de profesionales de la historieta (editores, libreros, traductores) sobre su aprecio al medio, en respuesta a la convocatoria de Tebeosfera con motivo de la celebración del Día del Cómic, el 17 de marzo de 2023 / Statements by a group of comic book professionals (publishers, booksellers, translators) on their appreciation of the medium, in response to Tebeosfera's call for the celebration of Comic Book Day on March 17, 2023.

POR AMOR A LOS TEBEOS. AL HABLA LOS PROFESIONALES
En el Día del Tebeo, los profesionales del sector narran los inicios de su amor por la historieta

 

Los profesionaldes del mundo del cómic, entre los que se encuentran los editores, libreros, traductores, promotores, técnicos editoriales y otros agentes, han compartido con nosotros sus historias y recuerdos sobre cómo entraron en contacto con el mundo de las viñetas. Todos ellos fueron atrapados por la magia de los tebeos y los convirtieron en su profesión, y nos interesaba conocer cómo entraron en contacto con la historieta. 

 

RICARDO ESTEBAN. Editor de Nuevo Nueve

Mis abuelos maternos pasaban tres meses con nosotros al año. Pero cuando no estaban, a veces venían a casa y me traían algunas revistas que les escamoteaban a mis primos a escondidas para mí. No tenían ningún criterio. A veces un Star, otras veces un Ajoblanco, un Trinca y, las menos, alguna subida de tono. Pero ese fin de semana de invierno un fogonazo sacudió mi mente. No estaba acostumbrado a lo que me llegaba a las manos. Asimilaba esas revistas al underground, al blanco y negro y a historias un poco ajenas a mi vida cotidiana. No sabía lo que se me venía encima. Un ejemplar del Comix Internacional, exactamente el número 2. Y no pude separarme de esta copia durante días. La veía, leía, releía y llegué a saberme de memoria sus diálogos. Maroto, Beà, Eisner, Corben, Altuna, portada de Jeff Jones... ahí todos juntos. Al final de la revista, unas páginas del Paracuellos de Carlos Giménez. Esas últimas páginas de un álbum, del que he regalado en los últimos años por docenas, se me antojaban entonces fuera de toda lógica con respecto al estilo de los otros autores y, sin embargo, de igual potencia gráfica y de mayor impacto narrativo. Pero gracias a ese ejemplar llegué a enamorarme de este medio. Algo que no he podido dejar de hacer hasta el punto de convertirlo en mi pasión y en mi trabajo. ¡Gracias, abuela, te debo tanto!

Portada de Comix Internacional nº 2 (1980), ilustrada por Jeff Jones.

Lista de mis diez:

  • Blacksad, de Canales y Guarnido.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • La estrella lejana, de Torres.
  • Trazo de tiza, de Prado.
  • La diosa sumergida, de Calatayud.
  • Dieter Lumpen, de Zentner y Pellejero.
  • El fantasma de Gaudí, de El Torres y Alonso Iglesias.
  • Epílogo, de Velarde.
  • El Pacto, de Paco Sordo.
  • Los Campbell, de Munuera.

 

JEAN-FRANÇOIS SAURÉ. Gerente de Editorial Saure

Me atrapó el cómic en una visita al Festival de la BD de Angulema. Viajaba con un amigo dibujante apasionado por el género. Subimos la escalera de caracol del Ayuntamiento y llegamos a una exposición en espiral del autor de Les sept vies de l´Épervier. Este mismo año descubrí en la misma ciudad la exposición de Jean Giraud - Moebius que recreaba una mina y espacios estelares de sus extraordinarios universos.

La intuición de que el cómic no solo eran viñetas llegué a disfrutarla al visitar una nueva exposición, un par de años después. Fue impactante descubrir la destreza creativa en todos los campos de Grzegorz Rosinski, el padre de Thorgal. Salta a la vista que el dibujante era un artista que abarcaba todos los campos de la creación visual.

En los años siguientes llegué a producir varios cómics, de autores nacionales o traducidos, pues no me cabía duda de que el cómic es un arte con una capacidad expresiva que puede caber tanto dentro como fuera de una viñeta.

 

JAN LASALLE, “ATA”. Autor y editor de Autsaider Cómics

Si bien tuve contacto con el cómic desde muy niño, primero Trinca y las cabeceras de Bruguera, todo Tintín, Astérix, Iznogud y Lucky Luke en la Biblioteca Ignacio Aldecoa, luego Marvel y los tebeos de terror de Toutain... realmente no había un enamoramiento apasionado. Todo bien, los tebeos eran mi principal afición, pero no sabía que la cosa podía ser mucho más intensa. 

La verdadera epifanía comiquil  llegó en 1984 u 85, con trece o catorce años, el día que entré por primera vez en Crash Cómics (Vitoria-Gasteiz), recién inaugurada. Tebeos que no se veían en los quioscos: El Víbora, Cairo, Rambla, Metal Hurlant, Metropol, más los álbumes…  era un máster de vida real, de adultez, de rocanrol y macarrismo. Esos tebeos regalaban apertura de miras, visiones disruptivas, pensamiento divergente y arte con esdrújulas. Recuerdo ese número 31 de Metal Hurlant en el que invertí mi paga, las trescientas pesetas mejor gastadas de la historia de la humanidad: Jano, Clerc, ¡el Albertito de Chaland!, Chantal Montellier... rocanrol, tebeos, dibujos alucinantes y cuestionamiento de las normas sociales, ¡todo en uno!

Portada del nº 31 de la revista Metal Hurlant (1984).

Mis diez tebeos hoy, en este momento. En otro, la mitad de ellos podría variar. Sin orden.

  • Taxista, de Martí.
  • Makoki, en “Fuga en la Modelo”, de Gallardo y Mediavilla.
  • Anarcoma, de Nazario.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Herminio Bolaextra, de Mauro Entrialgo.
  • Historias de Tío Emo, de Gallardo y Mediavilla.
  • Primavera para Madrid, de Magius.
  • Mondo Lirondo, de La Penya (Albert Monteys, Alex Fito, Ismael Ferrer y José Miguel Álvarez).
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • ¡Universo!, de Albert Monteys.

 

CÉSAR SÁNCHEZ. Patrón de Fulgencio Pimentel

La primera barbería de la que tengo memoria estaba en un lateral de la Plaza de Abastos de Logroño. No era más que una habitación de quince o veinte metros cuadrados. Al entrar, en la pared de la izquierda y a modo de salita de espera había una triste hilera de sillas flanqueada por dos mesitas atestadas de tebeos. No recuerdo ver prensa ni otra clase de publicaciones, solo recuerdo tebeos.

Tengo muy presente la circunstancia de leer a espaldas de los barberos, ignorado y feliz, mientras ellos seguían a la suya, pelando cabezas con ademán de cirujano. De modo que ya en el principio el acto de abrir un tebeo fue algo que se hacía al abrigo de una cierta intimidad, un poco de manera furtiva, como si del tebeo fuera a salir un billete, o un codo. El cómic que yo abría despacio y atento al cogote del barbero podría haber sido de El Jabato, El Hombre Enmascarado, El Corsario de Hierro, un TBO, un Pumby. Todos ellos me dejaron su marca, pero siento un estremecimiento particular al pensar en unos pocos tebeos finitos de Popeye.

No sé de qué época serían, probablemente alguna posterior a Segar, incluso muy posterior. Lo que sí recuerdo es que aparecía Alicia la Gansa, también llamada Alicia Laguna o Alice The Goon, y sobre todo muchos de sus congéneres goons o gansos, esos seres mudos, amorales, inocentes y amenazadores. El silencio de los gansos, sus pelacos en los tobillos y en las muñecas, su androginia, su mirada atenta: ahí había tema. Había intríngulis. Había gatos en la barriga.

 

Portada de Colosos del Cómic: Popeye nº 26 (1980), con Popeye, Pilón y Alicia La Gansa.

Luego, con los años, hubo otras epifanías. No muchas, las justas, casi las recuerdo en orden de aparición: la última página de La muerte de Gwen Stacy; Gene Colan; los de Robert Crumb en Pastanaga; Corto Maltés en Siberia; El Aquí Même, de Tardi, en Laertes; Lauzier; El pase, de Gallardo y Mediavilla, y todos lo que le siguieron, también por separado, para mí son lo más alto que ha dado el cómic español; Mechanics; Pontiac; Varanne. Hice cima con el Historias Completas de Andrea Pazienza en La Cúpula. Diez años más tarde volví a hacer cima con Chester Brown. Luego Julie Doucet, Blain, Tono, Peanuts, Don Pío. Y por fin Woodring. A partir de ahí me puse a editarlos, no pensé en las consecuencias.

 

Voy a intentar lo de los diez tebeos (en español, que no españoles) de mi vida.

Orden cronológico. Cero objetividad. Además, hago trampas.

  • Joyas Literarias Juveniles nº 3: “Historia de dos ciudades”, de Charles Dickens. Guion de Armonía Rodríguez Lázaro, dibujo de José María Casanovas (por poner uno de esa serie, que fue lo que más leí en mi infancia).
  • Y así para siempre, de Chumy Chúmez (ese en particular, pero cualquiera suyo).
  • El Niñato, de Gallardo y Mediavilla.
  • Joder con los Aguirre, de Vallés / Monstruos modernos, de Martí.
  • Sudor sudaca, de Muñoz y Sampayo.
  • ¿Estamos muertos?, de Tamayo / El asesino anda suelto, de Mauro Entrialgo.
  • Pulir, de Nacho García / Gran bola de helado, de Conxita Herrero.
  • Conociendo a Jari, de José Quintanar / DMLQL, de Gabriel Corbera.
  • Agur, amante, de Juan Carlos Eguillor.
  • Nadie como tú, de Catalina Bu.

 

PABLO HERRANZ. Responsable de Desfiladero Ediciones

Pues más que rememorar aquella viñeta que me marcó, en parte porque son varias e incontables, me gustaría recordar cómo eche mis primeros dientes como lector de tebeos en los quioscos, concretamente cuando me compraban alguna publicación (generalmente de Valenciana o de Bruguera) el fin de semana. El viaje al quiosco significaba la compra de algún diario y de paso el tebeo. Es decir, leer un tebeo era algo tan natural como leer la prensa, ver la serie de la sobremesa o tomar una paella los domingos. Independientemente de que el quiosco ya no sea, ni de lejos, el punto de venta habitual, ese factor de normalidad me parece memorable.

Diez tebeos que han cambiado mi vida:

  • El Inspector Dan, en “Terror en el castillo”, de González, Darnís y Giner.
  • Tony y Anita, en “La droga diabólica”, de los hermanos Quesada.
  • El Capitán Trueno, en “El juramentado ataca”, de Mora y Ambrós.
  • Paracuellos (primer volumen), de Carlos Giménez.
  • La Pista Atlántica, de Miguel Calatayud.
  • Roco Vargas, en “Tritón”, de Torres.
  • Hombre, en “Una tumba de hormigón”, de Segura y Ortiz.
  • Peter Pank (primer volumen), de Max.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • Esperaré siempre tu regreso, de Jordi Peidro.

Pongo al final del listado esta obra de Jordi Peidro pues entra de lleno en la categoría de “tebeos que me han cambiado la vida”. Con este título pasé de editar una revista de cómics mensual en valenciano a publicar en castellano con distribución nacional. Lógicamente, lo cito sin demérito de los cómics de autoría española que edité después —cómo no recordar al fallecido y talentoso Gerard Miquel—, pero entiéndase que marcó un antes y un después. Permitan que acabe con una pequeña broma. Y es que, aunque entre Peidro y yo hablábamos de 'sacar un tebeo', lo promocionamos como novela gráfica (es como el chiste aquel: ahora que sé decir 'pilícula' le llaman 'flim'). Soy consciente que por ello arderemos en el infierno, pero confío en que sea el infierno de los lectores, uno hecho de tinta y papel, donde podamos reunirnos con Doña Urraca y El Capitán Trueno, a sabiendas de que cualquier noche, cuando abres un tebeo, 'pot sortir el sol'.

 

PEDRO F. MEDINA. Editor de Fandogamia

Tengo grabados a fuego varios días que me hicieron enamorarme y reenamorarme de los tebeos, es imposible escoger uno. Recuerdo la primera vez que vi un tebeo completo como tal. Tendría unos seis-siete años y me encantaba leer El Pequeño País. En el revistero de unos familiares, mientras los mayores terminaban de cenar, encontré un ejemplar de EL SULFATO ATÓMICO. Para la tercera viñeta ya estaba dentrísimo. Aquello no eran solo unas pocas páginas de tiras sueltas, era una historia con su trama, su desarrollo, su final. Existían libros enteros con cómics extensos y llenos de aventuras. Me quedé loco.

 

Portada de Ases del Humor nº 1 (196): Mortadelo y Filemón. El sulfato atómico, de F. Ibáñez.

Sabiendo esto, me dediqué a rastrear quioscos en busca de nuevas adquisiciones, hasta que trabé amistad con una librería de viejo, ALEGRE, que también recibía novedades. Prácticamente cada día al volver de clase registraba sus estanterías para encontrar joyitas a buen precio. La felicidad absoluta llegó al conocer la existencia de FUTURAMA. Mi madre trabajaba en una gestoría muy cercana: puedo decir que desde entonces tuvo un doble trabajo, como auxiliar administrativa en la oficina por las mañanas, y como documentalista y buscadora oficial de tebeos (para mi disfrute personal) por las tardes.

El último hito que me dejó claro a qué quería dedicar mi vida fue una visita al Salón del Cómic de Barcelona, en la Estació de França. Tanto tebeo junto, con tanta gente disfrutando del medio. Las colas de firmas. El bullicio. Y aquellos fanzineros con camisas hawaianas que me asaltaron en un pasillo. Sí. Yo tenía que formar parte de aquello.

Mi lista de tebeos, los españoles editados en papel que más me han marcado. Sí, faltan grandes clásicos, soy un lector de finales de los noventa, la Era Attitude, ¡es lo que hay!

  • Mortadelo y Filemón, “El sulfato atómico”, de F. Ibáñez.
  • Superlópez, “La caja de Pandora”, de Jan.
  • Fanhunter #0, de Cels Piñol.
  • B3, de DR (David Ramírez).
  • Evan S. D., de Mazcuñán y Bolado.
  • Pafman, “El asesino de personajes”, de Cera.
  • El Jovit, de JMV (Jesús Martínez del Vas).
  • La biblioteca de Turpín, de Max.
  • Mondo Lirondo, de La Penya (Albert Monteys, Alex Fito, Ismael Ferrer y José Miguel Álvarez).
  • Dragon Fall, de Álvaro López y Nacho Fernández.

 

JOSEBA BASALO. Editor de Aleta Ediciones

No recuerdo exactamente un momento concreto en el que el mundo de las viñetas me atrapó de por vida, pero sí un sentimiento de curiosidad, de maravilla, de ganas de descubrir una nueva historia en la que sumergirme.

En los años ochenta, en los que empecé a leer todos los tebeos que caían en mis manos, los quioscos eran la puerta por la que entrábamos en ese mundo, y sobre todo con tebeos de superhéroes de Forum publicados en grapa (y más adelante los de Zinco). No soy capaz de recordar tebeos concretos, pero sí la fascinación de las aventuras de La Patrulla-X de Claremont (con John Byrne, John Romita Jr., Paul Smith, etc.) o Los Vengadores de Roy Thomas y John Buscema (o el Conan de los mismos autores).

También recuerdo el gran momento en el que la revista Cimoc me abría la ventana (y las ganas) de descubrir el amplio abanico de diferentes lecturas que me esperaban en las viñetas gracias a las librerías especializadas que empecé a descubrir.

Al pensar en una lista de diez tebeos españoles más importantes de mi vida no puedo evitar acordarme de esa época de descubrimiento:

  • Manticore, de Busquet y Bachs.
  • El baile del vampiro, de Bleda.
  • Mondo Lirondo, de La Penya (Albert Monteys, Alex Fito, Ismael Ferrer y José Miguel Álvarez).
  • Los Reyes Elfos, de Santos.
  • Magia y Acero, de Bayarri.
  • Iberia Inc., de Marín, Pacheco y Fonteriz.
  • Hombre, de Segura y Ortiz.
  • Nacido salvaje, de F. de Felipe.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.

 

JAVIER ALCÁZAR. Teórico y editor de Isla de Nabumbu

Como casi siempre, la culpa es del padre. Mi padre era el que me traía tebeos desde chico, sin criterio alguno, sobre todo los que él había leído en su infancia (Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz…). Dicen que cuando entré en párvulos ya sabía leer los tebeos, cosa que tampoco me acabo de creer mucho… Como familia pobre que éramos, alimenté mi afición con las visitas al rastro de la Alameda los domingos y los saldos de los supermercados. En la adolescencia cambiaron las aficiones (hacia la literatura y el cine de terror) hasta que, ya en la época universitaria, los rescoldos se avivaron gracias a ¡un saldo! Un saldo de tebeos de superhéroes (de DC / Zinco, para más señas). Y a partir de ahí la cosa ha ido cada vez a más y más, implicándome no sólo como lector, hasta unos límites que no me podía esperar cuando leía los Risalandia en mi casa los domingos por la tarde. No creo que sea el único que volvió a los tebeos después de una “etapa tonta”, y tampoco el único que ya no los soltó nunca.

Portada de Risalandia nº 20 (1985), con El Botones Sacarino.

Mi lista (aleatoria y con orden aleatorio):

  • Superlópez, “La caja de Pandora”, de Jan.
  • Mortadelo y Filemón, en “Gatolandia 76”, de Ibáñez.
  • Roberto Alcázar y Pedrín, en la saga de Svimtus, de Quesada y Vañó.
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • Pulgarcito, de Jan.
  • Carlitos Fax, de Monteys.
  • Las mil caras de Jack el Destripador, de Segura y Ortiz.
  • Los profesionales, de Carlos Giménez.
  • Iberia Inc., de Marín, Pacheco y Merino.
  • Fagocitosis, de Marcos Prior y Danide.

 

PACO CERREJÓN. Gestor cultural y divulgador

No fue la primera vez que leía un tebeo, ni mucho menos, ya llevaba entre pecho y espalda los tintines, Astérix, Mortadelo y Filemon, los Spiderman de Bruguera, etc. De hecho, ya era un decidido lector de tebeos. Pero aquella vez fue especial, o más especial que las otras. Fue en la peluquería de un Corte Inglés, había acompañado a un amigo americano a pelarse, y para que no me aburriera me dejó un tebeo de Batman que acaba de comprar. Ya había leído cosas del personaje, de Neal Adams, de Sprang, pero aquel tebeo me voló la cabeza. Aquella primera página es la primera página de un cómic que más recuerdo. No entendía muy bien qué pasaba ¿Qué hacía Wayne corriendo una carrera de coches? Y esa manera de contar lo que ocurría en la carrera y lo que pasaba en la cabeza del personaje... no había leído nunca nada parecido. Estaba absolutamente enganchando, y sólo había empezado. Minutos más tarde llegaría la escena de la cristalera y el murciélago, la persecución en coche y esa splash page donde Batman volvía, siendo el mismo y otro al mismo tiempo... Jamás un cómic me impactó como aquel. Me gustaban los tebeos, pero tras leer el primer episodio del Retorno del Señor de la Noche, bueno, desde ese momento no he podido entender mi vida sin ellos.

Ahí van mis diez cómics:

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Superlópez, de Jan.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Los surcos del azar, de Paco Roca.
  • Un largo silencio, de Gallardo.
  • Mujeres fatales, de Nazario.
  • El artefacto perverso, de Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio.
  • Anacleto, de Vázquez.
  • La estrella lejana, de Daniel Torres.
  • 4 botas, de Keko.

 

FÉLIX LÓPEZ. Coordinador editorial de ACyT Ediciones y vicepresidente de Tebeosfera 

No tengo recuerdo preciso de qué tebeo concreto fue el primero que leí, porque en mi casa siempre hubo cómics. Mis padres (ambos) fueron en su infancia lectores de historietas, y aunque la mayor parte de sus colecciones de tebeos se perdieron en las sucesivas mudanzas que realizaron (solo pudieron conservar un puñado de ellos), en casa convivieron varias generaciones de publicaciones: por un lado los (pocos) títulos de los años cuarenta o cincuenta que heredé de mis progenitores (algunos ejemplares sueltos de Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrin o El Guerrero del Antifaz y, sobre todo, una colección completa encuadernada aunque algo machacada de Diego Valor, que me fascinaba); por el otro, los tebeos propios, que mis padres me compraban ocasionalmente, especialmente cuando sacaba buenas notas: Primero fueron sobre todo revistas de historietas como Don Miki, Mortadelo, Super Tío Vivo o Trueno Color, más alguna publicación divulgativa como Joyas Literarias Juveniles, Héroes en zapatillas, o mi querido Manual de Patomas, y luego pasaron a ser principalmente cómics de superhéroes, gracias al "mini boom" de este género a finales de los años setenta y principios de los ochenta con las series televisivas de Spiderman y La Masa y las películas de Superman.

Como yo era un bicho algo raro, el personaje de cómic favorito de mi infancia fue siempre Spiderman, porque me identificaba bastante con las penas del sufrido Peter Parker. Del trepamuros recuerdo tener algunos tebeos en blanco y negro de Vértice y todos los tomitos en color Pocket de Ases de Bruguera (completamente deshojados, de tanto leerlos), aunque no conservo casi ninguno de ellos, ya que entonces en mi barrio había un par de tiendas de cambio de tebeos que visitaba asiduamente, por lo que mi colección cambiaba constantemente. Pero sí que conservo el que era mi favorito de todos ellos: el numero 60 del volumen 3 de Spiderman de Vértice, que narraba nada menos que la muerte de Gwen Stacy, hecho que me impresionó profundamente a mis nueve añitos. Después de aquel trauma supongo que me hice mayor de golpe, me interesé por tebeos más "adultos", como los de Conan, personaje del que empecé a coleccionar todo lo que salía, y con el que también  me llevé un buen disgusto con lo de Belit.

Portada ilustrada por López Espí del nº 60 del vol.3 de Spiderman (1979).

Cuando tenía unos diez años descubrí el verdadero cómic adulto leyendo, por un lado, un Paracuellos de Giménez que apareció en casa, y también gracias a mi tío paterno, que tenía muchos de los primeros números de la Totem, revista que incluía series que me fascinaban como Corto Maltés, de Pratt o Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo (aunque no entendía gran cosa, la verdad), dibujantes que adoraba, como Moebius, Caza, Manara o Bilal, y otros que no me gustaban mucho pero que tenían su morbo, como Crepax con su Valentina. Entonces empecé a comprar regularmente la revista Cimoc, que era menos subida de tono que la anterior (esta sí que me dejaban comprarla mis padres), donde descubrí a El Mercenario, de Segrelles, y sobre todo a mi santísima trinidad (Bogey, de Antonio Segura y Leopoldo Sánchez; Hombre, de Segura y José Ortiz, y Frank Cappa, de Manfred Sommer, protagonistas de la fantástica pero breve revista K.O. Cómics) y poco después las revistas de historietas 1984 (¡Corben!) y Madriz. Desde ahí volví a los (particulares) universos superheroicos propuestos por Ediciones Zinco de la mano de los británicos: primero Judge Dredd y Camelot 3000, y luego Dios Alan Moore y sus apóstoles Grant Morrison, Neil Gaiman, Peter Milligan, Jamie Delano o Howard Chaykin y Frank Miller (que no eran británicos pero lo parecían)... y ya no pude parar.

Lista de mis diez tebeos españoles favoritos:

Se me quedan fuera, al menos, El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim; Blacksad, de Canales y Guarnido, y el divertido Serie B, de Deamo Bros. ¡Y muchos más, claro! :(

 

PACO RODRÍGUEZ. Traductor e investigador

Como en otros asuntos de mi vida, llegué tarde al mundo del cómic. En mi infancia, pueblerina, no hay nada que señalar salvo algunos tebeos de Ibáñez o Escobar a los que les atribuyo el mérito de hacerme reír y de enseñarme a leer tebeos, que no es poco.

Pasado el tiempo y con el despertar intelectual que me brindó la suerte de cursar estudios universitarios, comencé a interesarme por la cultura en un amplio sentido. Y si tengo que hurgar en los fundamentos de mi pasión por las historietas, reconozco que he de transportarme allende los Pirineos, primero en Bélgica y luego en Francia. No es difícil encontrar allí enormes secciones en las bibliotecas o, mejor, en las mediatecas, con vastísimos estantes llenos de cómics. O en centros culturales. Hasta en cines. La accesibilidad, la promoción, el mimo que se le pone en estas tierras al noveno arte hicieron que cada vez prestara más atención a esta forma de expresión.

De vuelta a casa descubrí para mi regocijo que en España, más allá de la salubridad y la solidez de la industria editorial del cómic —o no, pero eso lo dejaremos para otro día—, existen muchos artistas capaces de conmoverme y de hacerme llegar emociones que conforman una parte esencial de mí. No en vano, cuando llega el momento de hacer un regalo o un autorregalo, no dudo en recurrir al producto patrio, que puede lucir con orgullo un muy alto nivel.

Mi lista:

  • Medea a la deriva, de Fermín Solís.
  • La casa, de Paco Roca.
  • La balada del norte, de Alfonso Zapico.
  • El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Blacksad, de Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido.
  • El artefacto perverso, de Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio.
  • Las aventuras del Capitán Torrezno, de Santiago Valenzuela.
  • Atravesado por la flecha, de Luis Durán.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • Vuelo rasante, de Pejac.

 

DIONISIO PLATEL. Dibujante, teórico y editor de Taula Ediciones

Desde que recuerdo, en casa siempre hubo tebeos, tebeos y novelas de quiosco. Mi madre los compraba para mis hermanos mayores y más tarde para mí; las novelas, claro está, para ella. Me viene a la memoria el día que José Luis, mi hermano mayor, trajo, recién salido de la tienda, el primer número de Mortadelo. También, las mañanas de los sábados en la librería Pérez, rebuscando ejemplares de Jabato Color en los montones de saldos de distribución; me flipaba Darnís, y comencé a dibujar gracias a él. Más tarde llegaron Spiderman y La Patrulla X en las ediciones de Vértice, y José Luis tuvo la culpa de mostrarme El Papus y Matarratos, donde aparecían Carlos Giménez, Manel Ferrer y tantos otros, a los que siguieron los tebeos de terror de Garbo: Vampus, Rufus y Vampirella. A continuación llegaron Valentina, de Crepax, y Giuseppe Bergman, de Manara, que, junto con Corben, me engancharon a los tebeos para adultos siendo todavía un jovencito. Continué comprando tebeos de todo tipo hasta que me aburrieron, y con la llegada de internet descubrí EL PASADO.

Me enamoré de las ingenuidades y genialidades de nuestros antepasados y comencé a comprar, dentro de mis posibilidades, revistas, periódicos y publicaciones diversas donde hubiera muestras de historietistas remotos. Descubrí así a Xaudaró, Gascón, Donaz, Méndez Álvarez, Mecachis, Pons, Escaler, Karikato, Opisso, Navarrete, Cilla, Rojas y muchos más, a los pioneros de la historieta española. Asimismo me hice con libros que glosaban la historia de los cómics en nuestro país, y me di cuenta de todas las carencias que había. Me picó el gusanillo y comencé a investigar, a escribir y, por supuesto, también a rescatar autores y obras del olvido. Para todo ello… ¡hasta tuve que crear mi propia editorial! Taula Ediciones se llama. Y aquí estoy, con varios discos duros y mi cerebro llenos de datos y casi sin tiempo para ir sacando a la luz todo lo que mi mente quiere.

Aventuras del Jabato Extra Especial nº 4 (1970), con portada de Bernal.

Mi lista de tebeos favoritos:

  • Fantásticas aventuras de Tito y Tif, de Joaquín Xaudaró.
  • Donaz, un egabrense pionero de la historieta, de Ernesto Pérez Donaz.
  • Aventuras de Tilo, de Joaquín Xaudaró.
  • Hipólito Sulfatos, de frente y de perfil, de Dionisio Platel.
  • El ala rota, de Antonio Altarriba y Kim.
  • Esclavos de Franco, de Chesús Calvo.
  • Romances de andar por casa, de Carlos Giménez.
  • Haxtur, de Víctor de la Fuente.
  • El Cid, de Antonio Hernández Palacios.
  • El Jabato, de Mora y Darnís (en concreto este, que fue el primer libro de tebeos que tuve.

 

JOSÉ E. MARTÍNEZ TUR. Dibujante, traductor y editor en Ponent Mon

Mi más temprana relación con la historieta es genérica, algo vaga y no se halla vinculada a un título, personaje o autor concretos. Considerando, además, que tampoco tuve en casa antecedentes de los que partir y que me marcaran una dirección o preferencia concretas —pues ni mis abuelos ni mis padres tenían tebeos, y como mayor que soy era yo quien iba abriendo el camino a mis hermanos pequeños—, confieso que me resulta imposible recordar qué fue, específicamente, lo primerísimo que leí. Sí puedo afirmar, empero, que, como niño español nacido a mediados de la década de los sesenta, los tebeos entraron en mi vida a través de Bruguera y de su amplísimo catálogo, del TBO de toda la vida (que siempre me pareció mucho más antiguo y aburrido, aunque llamaran mi atención algunos personajes y secciones de la revista, como Los grandes inventos de TBO, por el profesor Franz de Copenhague) y de algunas otras cosas sueltas: los Pumby de Sanchis (que invadían todos los quioscos del país), los también abundantes y siempre llamativos libros de la Colección Dumbo que publicaba ERSA y algunas otras series de Editorial Valenciana, que disfruté en cuadernos de formato vertical  (El guerrero del antifaz, Purk) y en tomos (Roberto Alcázar y Pedrín), pues yo no llegué a vivir la era del tradicional cuadernillo apaisado... En fin, lo que cualquier chaval de finales de los sesenta y primeros setenta podía leer por su facilidad de acceso.

Ya era, por tanto, un tebeófilo consolidado (nueve o diez años) cuando aparecieron en mi vida Flash Gordon y Tintín, los dos primeros personajes que, realmente, dejaron huella en mi espíritu y que recuerdo con absoluta nitidez. El primero llegó a través de un regalo de Reyes (en casa de unos tíos maternos) y en forma de tomos de la mítica edición de Buru Lan, que devoré, analicé y estudié una y otra vez hasta casi deshacerlos, pues he de confesar que lo más atractivo para mí de los tebeos siempre ha sido el dibujo; el segundo, en los álbumes de Juventud, cuya nueva compra esperaba con verdadera impaciencia y emoción. Junto a estos dos míticos personajes también accedía a otros del álbum europeo (Astérix, Blueberry, Lucky Luke), aunque a todos ellos y algunos más (Bernard Prince, Jugurtha, Comanche, Bruno Brazil, Ric Hochet, Luc Orient, Aquiles Talón, Michel Tanguy) los conocía, o los iba a leer por vez primera, en las revistas de Bruguera que todos hemos disfrutado.

Siendo ya algo más mozo, y cuando tuve autonomía para salir a la calle sin ir acompañado (once o doce años), empezó la etapa de intercambiar tebeos en la tienda de Puri, un comercio de frutos secos y variantes, típico de la época, en el que se podía encontrar un poco de todo: los mencionados frutos secos, encurtidos, golosinas, pan, bollos, productos lácteos, algún que otro embutido, juguetes, cromos, canicas y, por supuesto, los tebeos. Ahí fue donde accedí, por vez primera, a los tomos de vértice y a los superhéroes, de los que nunca he sido gran (ni buen) lector, y a algunos otros títulos y series que no había leído nunca.

Y así llegaron los años finales de la década de los setenta y los primeros ochenta, y con ellos, la explosión del cómic adulto y de autor, que tanto habría de marcar a los lectores de mi generación. Fue entonces cuando me empapé con la obra de autores a los que ya había leído antes de modo fragmentario en las publicaciones Bruguera (Giraud, Hermann o Franquin, por ejemplo) y cuando, gracias a la labor de editores como Roca o Toutain, entré en contacto con creadores que solo conocía por referencias (Pratt, Breccia padre e hijo, Font, Usero, García, Giménez, Battaglia, Toppi, Siò, Tardi, Bilal, Manara, etc.). Pero, sobre todo, fue entonces cuando se produjo mi reencuentro definitivo con la obra de Antonio Hernández Palacios, de cuyo Manos Kelly recordaba haber leído unas páginas aparecidas en un libro de lecturas de Anaya para 4º de EGB que me dejaron honda huella y, cuando realicé los primeros intentos de convertirme en dibujante de historieta, para pasar de simple lector a creador de lo que tanto me había gustado siempre: los tebeos. Pero eso, sin embargo, ya es otro cantar que no tiene cabida aquí.

Mi lista de tebeos españoles favoritos es la siguiente:

  • El Cid. Las cortes de León, de A. Hernández Palacios.
  • El Cid. La toma de Coímbra, de A. Hernández Palacios.
  • Manos Kelly. La montaña del oro, de A. Hernández Palacios.
  • Manos Kelly. La tumba de oro, de A. Hernández Palacios.
  • Roncesvalles, de A. Hernández Palacios.
  • El Inspector Dan, en “Satán vuelve a la Tierra”, de González Martínez, González Ledesma y Giner.
  • Kraken, de Segura y Bernet.
  • El Cachorro, de Iranzo (no podría precisar un episodio concreto).
  • Sir Tim O'Theo, de Andreu Martín y Raf (no podría precisar episodio).
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez (no podría precisar un álbum concreto: ¿El sulfato atómico? ¿Contra el gang del chicharrón? ¿Chapeau el "esmirriau"?).

Y si, por ventura, tuviera que elegir un solo título, ese sería, sin duda, La toma de Coímbra, que considero uno de los tebeos mejor dibujados de toda la historia del medio. Una verdadera obra maestra.

Imágenes de la historia nº 9: El Cid. La toma de Coímbra (1982), de Palacios.

 

RAFAEL ARTAL. Gestor cultural y coordinador de Zona Cómic (CEGAL)

Este es mi cuento. La magia del tebeo me alcanzó escuchando a mi padre hablar de El Guerrero del Antifaz, de Roberto Alcázar y Pedrín y otros títulos. La pasión con la que contaba aquellas lecturas me dejó fascinado. Un verano fuimos al apartamento de mis primos en la playa. En un cajón que había debajo de las literas en las que dormían había decenas de aquellos tebeos y otros como las míticas Hazañas Bélicas, El Jabato... Y así pasé ese verano y otros más que llegaron después. Con un cajón que era un cofre del tesoro que de manera mágica se actualizaba cada año, o quizá no. A lo mejor eran las mismas que releíamos mis hermanos y yo una y otra vez cuando no hacíamos castillos en la arena. Luego llegaron otros, diferentes, ni mejores, ni peores, diferentes. Pero jamás olvidaré aquellas lecturas. 

 

FRANCISCO SOLER. Propietario de Librería Abadía (Málaga)

Nací en 1959 y desde muy pronto pude leer cómics, como casi todo el mundo, humor de Bruguera y TBO sobre todo. Tenía diez o doce años cuando, en casa de un amigo, cayeron en mis manos unos 4 Fantásticos de Vértice dibujados por Jack Kirby. Me impactaron esos dibujos tan rotundos.

Unos años después, mis primeras compras fueron Vampus, Rufus, Relatos Salvajes y Trinca. Esta última revista, que vi en casa de unos amigos, fue el primer producto editorial español que me hizo respetar y prestar atención a este medio, y me llamaron la atención, especialmente, Manos Kelly y Peter Petrake. Autores como Palacios, Calatayud, Corben, Frazetta, Wrightson y compañía me habían tirado a la lona. Pero el KO definitivo me lo propinó Totem, con Hugo Pratt, Sergio Toppi, Moebius, etc.

A principios de los ochenta ya era un coleccionista entregado a la causa y muy interesado en la historia del cómic y los secretos de un lenguaje expresivo  que me fascinaba.

Portada de Trinca nº 1 (1970), con Manos Kelly, de Palacios.

Los diez cómics españoles que más me han hecho disfrutar son:

  • Cuto, de Blasco.
  • Peter Petrake, de Calatayud.
  • Friday Foster, de Lawrence y Longarón.
  • Manos Kelly, de Palacios.
  • Haxtur, de De la Fuente.
  • 5 x Infinito, de Maroto.
  • Paracuellos, de Giménez.
  • Colección Delirio Gráfico nº 1: Calonge, de Calonge.
  • Superlópez, de Jan.
  • Topolino, de Figueras.

 

JUAN JOSÉ ZANOLETTY. Divulgador y propietario de Moviola Cómics (Almería)

Comencé a mirar tebeos antes de aprender a leer, y a través de ellos conocí los clásicos de la literatura gracias a Joyas Literarias Juveniles, las reediciones que se publicaron durante los ochenta recopiladas en volúmenes de lujo. Del mismo modo, debido a líneas como Historias Selección, me acerqué a mis primeras lecturas literarias. Astérix gladiador, que me regalaron cuando niño, fue la obra que más veces leí de pequeño; sin embargo, La tumba de Drácula,  que publicó Vértice, provocó mi fijación en los tebeos.

  • El Mercenario, de Segrelles.
  • Torpedo 1936, de Abulí y Bernet.
  • Hombre, de Segura y Ortiz.
  • Joyas Literarias, de varios autores.
  • 13, Rúe del Percebe, de F. Ibáñez.
  • Haxtur, de Víctor de la Fuente.
  • Drácula, de Fernández.
  • Koolau el leproso, de Giménez.
  • Rifle, de Espí.
  • La Odisea, de Navarro y Saurí.

 

PERE ANTONI OLIVER. Librero en Sa Botiga d'en Pere Antoni (Palma de Mallorca)

Mis primeros tebeos de infancia fueron los que me trajo un tío mío de Uruguay, y eran los de Novaro. El Llanero Solitario, Superman etc., y luego yo por mi cuenta Mortadelo y Filemón, Roberto Alcázar y Pedrín, El Corsario de Hierro, Joyas Literarias, etc.

Portada del nº 1 de Roberto Alcázar y Pedrín (1941), de Vañó.

Mi lista:

  • Mortadelo y Filemón, de F. Ibáñez.
  • Roberto Alcázar y Pedrín, de Arizmendi y Vañó.
  • Joyas literarias juveniles.
  • El Corsario de Hierro, de Mora y Ambrós.
  • El Jabato (apaisado), de Mora y Darnís.
  • El Capitán Trueno (apaisado), de Mora y Ambrós.
  • Revista
  • Hazañas Bélicas, de Boixcar.
  • Rayo Kit, de Iranzo.
  • Revista El Víbora.

 

ROGELIO BLANCO. Librería Blancómic (Barcelona)

Yo empecé a leer tebeos muy de pequeño, de hecho aún no tenía la comprensión suficiente para entenderlos por completo, pero disfrutaba mirando las viñetas. Mi número uno era Mortadelo y Filemón, y diferenciaba muy bien los que eran de Ibáñez del resto de dibujantes que también los dibujaban. Leía los tebeos Bruguera, y recuerdo que las historias serias me las saltaba; después descubrí Superlópez y los cabecicubos, que me leí por lo menos cincuenta veces en la biblioteca de mi ciudad. Leía también los Astérix, pero Tintín no, porque me aburría, aunque años más tarde descubrí al capitán Haddock y, ¡guau! Cuando quebró Bruguera, me pase al Guai, que sacó la serie del Bingo de Vázquez, toda una joya. Por aquella época también salió Lucien… ¡lo que me he reído con este personaje!, una pena no se haya publicado más de él.

Fotografía de los hermanos Blanco leyendo tebeos mientras viajan en coche.

Ya me llegó la época de El Jueves, donde estaban mis dos dibujantes favoritos: Ivà y Kim. El TBO, por mi edad, no lo pillé, pero Benejam y su crítica social junto con La familia Ulises, en cuanto los leí pasaron a ser uno de mis favoritos también. Con el tiempo, Carlos Giménez me sorprendió gratamente… Y lo último, imperdonable para mí, el Don Miki. Tengo en la memoria cuando me compraron el número 1 (allí, como anécdota, descubrí a través de la publicidad los Famobil, pero eso ya es otra historia)… En fin, los tebeos de humor han sido parte de mi niñez, y estoy muy contento de ello.

 

Portada de Don Miki nº 1 (1976).

 

ENRIQUE FERNÁNDEZ. Gerente de Taj Mahal Cómics (Zaragoza)

Descubrí El caminante, de Jiro Taniguchi, a los catorce años en la revista El Víbora, y desde entonces se ha convertido en uno de mis cómics favoritos.

La historia sigue las aventuras de un hombre que camina sin rumbo, explorando la naturaleza, encontrándose con distintos personajes y reflexionando sobre el amor, la vida o la muerte, entre otros temas. Taniguchi retrata los detalles de la vida cotidiana. No hay grandes giros de guion ni situaciones dramáticas; en sus páginas encontramos la belleza de las cosas sencillas y la visión del autor sobre la vida y la naturaleza humana.

Lo más importante de El caminante es el mensaje que transmite. Taniguchi habla sobre la importancia de vivir el presente y de encontrar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida. Mensaje a priori sencillo, pero que sin duda es uno de los grandes culpables de que "lo cotidiano" esté entre mis lecturas favoritas. Antes de El caminante para mí no existía nada más allá de los superhéroes y los tebeos de humor. Al descubrirlo, me encontré también con otro tipo de historias que son las que de verdad me hacen disfrutar y me aportan cosas distintas. Podría decir en ese sentido que esta obra es la gran culpable del lector que soy por el impacto que me produjo.

Los tebeos de mi vida:

  • Superlópez, la primera etapa, hasta La gran superproducción, todos.
  • Makinavaja y Puta Mili, de Ivà.
  • El héroe, de David Rubín.
  • Murderabilia, de Álvaro Ortiz.
  • Hasta el rabo, de Álvarez Rabo (por poner solo uno, pero de adolescente me alucinaban todos).
  • Herminio Bolaextra: el reportero de los 3 huevos, de Mauro Entrialgo (para mí, el mejor personaje de Mauro, y me encanta toda la producción que tiene).
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Los surcos del azar, de Paco Roca.
  • Supermaño! Pa qué tanto!!, de Alberto Calvo.
  • Mortadelo, “El sulfato atómico”, “El gang del Chicharrón”, “Chapeau el esmirriau”... ¡Y todos los de deportes!

 

LORENZO QUILES SOLER. Librería Ateneo Cómics (Alicante)

Nací en 1961. Mis primeros recuerdos con los tebeos fueron a la temprana edad de cinco o seis años, mi madre me llevaba todas las semanas al quiosco del barrio, el quiosquero le entregaba un montón enorme de tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, Pulgarcito, Pumby, DDT, El Guerrero del Antifaz, etc., y mi madre siempre le entregaba al quiosquero veinticinco pesetas (recuerdo que también en aquella época, o un poquito mayor, el cine también costaba veinticinco pesetas, y mi madre me entregaba siempre una moneda de cinco duros, tanto para ir al cine como para comprar tebeos).

Durante toda mi vida he seguido leyendo tebeos, con algunos períodos en los que los he tenido algo abandonados, como cuando estudié la carrera de Derecho o cuando estuve haciendo oposiciones. Nunca he sido un estudioso del cómic, pero toda mi vida he leído libros y tebeos, siempre he compaginado ambos. Recuerdo que en la televisión, a finales de los años sesenta o principios de los setenta, se emitía un spot que decía "Donde hay un tebeo luego habrá un libro".

El mayor problema de la educación actual es que no se fomenta el amor a la lectura.

  • El Guerrero del Antifaz, de Gago.
  • Pumby, de Sanchis.
  • El Corsario de Hierro, de Mora y Ambrós.
  • El Jabato, de Mora y Darnís.
  • Zipi y Zape, de Escobar.
  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • Balín, de Quesada y Ortiz.
  • Purk el hombre de piedra, de Pablo y Manuel Gago.
  • Superlópez, de Jan.
  • Pantera Negra, de Quesada y Ortiz.

 

Portada de Pantera Negra nº 1 (1964), ilustrada por Ortiz.

 

 

JOSE LUIS ALCARAZ. Librería Alcaraz Cómics (Cartagena)

Desde pequeño tenía acceso a todos los tebeos que salían a la venta, mi bisabuelo, mi abuela tenían un kiosco, luego mi padre tenía una pequeña librería y distribuía a los kioscos de Cartagena todo tipo de revistas y tebeos de principios de siglo XX, y empecé a leer TBO, Roberto Alcázar y Pedrín, El Capitán Trueno, El Jabato, todos los personajes de Bruguera; luego sería Gaceta Junior, y esta revista contenía mucho cómic franco-belga con lo cual descubrí a Lucky Luke, Astérix, Tintín, Dan Cooper, Dani Futuro y un montón de personajes que desfilaban cada semana por sus páginas.

Como tenía fácil acceso pues leía de todo lo de esa época. Una lista de diez personajes de los tebeos  serían los siguientes:

  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • Carpanta, de Escobar, en Pulgarcito y Tío Vivo.
  • La familia Churumbel, de Manuel Vázquez.
  • El Guerrero del Antifaz, creado por Manuel Gago (al que conocí personalmente cuando era un niño).
  • Los grandes inventos del TBO (por el profesor Franz de Copenhague).
  • Josechu el vasco, de Muntañola.
  • Joyas literarias juveniles, de varios autores.

A partir de la democracia empezaron a surgir otro tipo de tebeos (que ya se llamaban “cómics”), hubo un boom de autores españoles, ya que la censura permitió otro tipo de historietas. Es ahí cuando, terminando la mili, empiezo a coleccionar cómics, y algunos de estos son:

  • Hombre, de A. Segura y José Ortiz.
  • El Mercenario, de Segrelles.
  • Bogey, de Leopoldo Sánchez.

 

OT GUILLÉN. Antifaz Cómic (Barcelona)

No tengo un recuerdo concreto. Crecí entre viñetas, como niño era imposible no acabar viviendo en ellas. Supongo que las primeras historias que me fascinaron fueron las mismas que a tantos de mi generación. Els Barrufets o Astérix son los primeros que me vienen a la mente. Pero si tuviese que elegir una obra sería La mazmorra. Había algo en esa obra nada apta para mi edad, una historia que a muchos niveles no sabía entender, que me hacía volver a sus páginas una y otra vez.

Pero como he dicho, no había opción de no seguir creciendo con tantísimas otras historias, pues hasta ahora hemos seguido. En resumen, leed Chainsawman.

La lista:

  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • Peter Pank, de Max.
  • ¡Universo!, de Albert Monteys.
  • El fin del gran arte, de Julio César Pérez.
  • La casa, de Paco Roca.
  • Taxista, de Martí.
  • Jamás tendré 20 años, de Jaime Martín.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Hombre, de Segura y Ortiz.
  • He visto ballenas, de Javier de Isusi.

 

ENRIQUE TORRES. Divulgador y propietario de la librería Freaks (Barcelona)

Llevando ya unos cuantos años leyendo tebeos y defendiéndolos, recuerdo que, en casa de mis padres, antes de ir a cenar, estaba en mi habitación. Mi madre me llama y yo hojeaba el primer número de Nick Furia contra Shield, recién adquirido —seguramente en la librería Newton y editado por Forum en 1989, siendo yo un adolescente de dieciséis años—. Pues me tuvo que avisar otra vez, porque me quedé absorto, enganchado a ese primer ejemplar. El mundo, por unos instantes, desapareció, y solo tuve sentidos para aquellas páginas grapadas. Abstracción total, que todavía me sigue sorprendiendo.

Portada de Nick Furia contra S.H.I.E.L.D. nº 1 (1989), ilustrada por Carlos Pacheco.

Mi lista de diez cómics:

  • Mortadelo y Filemón, de Ibáñez.
  • Sabotaje, de Daniel Torres.
  • Los chistes de El profesor Tenebro, de Escobar.
  • Los chistes de monstruos de Alfons Figueras, recopilados en Shock, Doctor Mortis y Estampas malignas.
  • El Capitán Trueno, de Víctor Mora y Ambrós.
  • La pandilla Cu-cux-plaf, de Martz Schmidt.
  • Los cuentos del tío Vázquez, de Vázquez.
  • Los primeros Superlópez, de Jan y Pérez Navarro.
  • La historieta de una página de Cifré dedicada a Frankenstein.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.

 

IVÁN OLMEDO. Librero en Gizmo Cómics (Gijón)

Mi infección de las viñetas fue producto de una serie de heridas mal curadas que se sucedieron a tempranas edades; tropezones en el correr de la vida que todavía no sabía hacia dónde iba: una bolsa de tienda de barrio llena de tebeos de Bruguera que me prestó un vecino; un Zipi y Zape que mi abuela me compró en un oscuro quiosco de la cuenca minera para tenerme entretenido; los Víboras leídos a escondidas que misteriosamente desaparecieron una mañana; un nebuloso flashback  de unos Sargento Rock y Power Man en blanco y negro durante unas vacaciones castellanas; recuerdos de un patio entre viviendas humildes donde los más pequeños intercambiábamos o vendíamos raídos ejemplares sujetos con piedras para que no se los llevase el viento; los más que baqueteados Astérix y Lucky Luke de la biblioteca pública...

Y así, poco a poco, la paciencia maravillada de enfrentarte tú solo a un universo de fantasías que ibas explorando al margen, un poco, de la realidad que atenazaba tu existencia. Y después, el futuro, este presente. Sin cómics, sin tebeos, no sería el mismo.

 

FÉLIX DÍEZ, “Frog 2000”Gotham Central Cómics (Getafe, Madrid)

Recuerdo cuando leí por primera vez la revista Zona 84, concretamente uno de los episodios de Winterworld. Tenía muy reciente la película de Mad Max, que la habían estrenado en La 1 o La 2, y comprobar que ese tipo de mundo postapocalíptico tan atractivo se podía reproducir también en viñetas me dejó tocado. El dibujo de Zaffino fue una revelación. No todo tenía por qué estar dibujado como una imitación de la realidad, sino que podía parecer más tridimensional aún que mis adorados cómics de superhéroes. O quizá solo ocurría que el género que estaba empezando a consumir en ese punto tenía apariencia más dura y adulta. Esa lectura fue la que me convirtió en un verdadero enamorado del medio, y sí, un coleccionista.

Portada de Zona 84 nº 47 (1988), ilustrada por Serpieri.

Lista de cómics:

  • Mortadelo y Filemón, “Concurso oposición”, de Ibáñez.
  • Hombre, de Segura y Ortiz.
  • Superlópez, de Jan.
  • Angelito, de Vázquez.
  • Los 12 trabajos de Hércules, de Miguel Calatayud.
  • El Corsario de Hierro, de Mora y Ambrós.
  • Gene Kong, de Pepe Moreno.
  • The Space Between, de Miguel Ángel Martín.
  • Makoki, de Gallardo y Mediavilla.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.

 

PACO CANO. Librero en Subterránea Cómics (Granada)

No recuerdo exactamente cuál fue el primer tebeo o la primera viñeta que me engancharon definitivamente y por los que ya no he podido parar con esta afición. Debieron ser muchos, pues en mi memoria se mezclan un montón de títulos e imágenes, y todas debieron aportar lo suyo. Recuerdo querer aprender a leer, de hecho aprendí un poco antes de ir a la escuela, porque quería saber lo que se contaba en las páginas de El Capitán Trueno, Mortadelo, El Cachorro o tantos otros. Recuerdo incluso un lote de revistas Strong que aparecieron en mi casa algún año después de su publicación, algún saldo seguramente, que era como llegaban muchos títulos a un pueblo pequeño, pasados de fecha y saldados, pero eso te daba la vida.

Todos estos títulos de clásicos franco-belgas están muy presentes, al igual que los clásicos de Bruguera, en mis primeras y más fuertes impresiones de la infancia. Pero hay dos libros concretos que recuerdo especialmente por la emoción que sentí al tenerlos en mis manos y leerlos: un especial de Coll del TBO que me tocó en un boleto y el Tintín en el Tíbet sacado de la biblioteca. Recuerdo dónde estaba al acabar con esta obra de Hergé y la emoción que sentí de casi haber vivido también esa aventura como sus protagonistas.

Uno de los números extraordinarios de TBO dedicados a Coll.

Esta es mi selección de tebeos hoy, mañana podría ser otra:

  • Dogón, de Micharmut.
  • Historias del barrio, de Bartolomé Seguí y Gabi Beltrán.
  • Así veo el tebeo, de Rubén Garrido.
  • Sol Poniente, de Joaquín López Cruces y Santi.
  • Trazo de tiza, de Miguelanxo Prado.
  • El hombre que se comió a sí mismo, de Pere Joan.
  • La muerte húmeda, de Max.
  • ¡Voraz!, de Keko.
  • Contra Raúl, de Raúl.
  • El juego de la luna, de José Luis Munuera y Enrique Bonet.

 

JAIME MARTÍN Y GONZALO HERVÁS, de The Cómic Co. (Madrid)

Creo que es fácil. Sorprendentemente fácil, incluso. Han pasado muchos años, pero el recuerdo me sigue impactando como el primer día, y es que cuando cayeron en mis manos varios álbumes de Las aventuras del teniente Blueberry ya nada volvió a ser igual. Tampoco es que, en general, allí hubiera algo muy distinto de lo que acostumbrábamos a ver en las películas del oeste programadas con abulia cada tarde de verano. Indios, vaqueros, duelos al amanecer y el 7º de Caballería lanzado al galope con trino trompetero. Pero tras unos cuantos tomos leídos al azar, le llegó el turno a Angel Face. Ya la portada resultaba inquietante, ¿quién sería este petimetre rubito y angelical? El contraste con el resto de personajes —especialmente Blueberry— de barbas de lija, greñas mugrientas y con pinta de oler a chotuno resultaba exagerado. Deliberadamente exagerado, me temo. Desde el primer momento aquello tenía otro color, otra dinámica entre sus personajes y las acciones que llevaban a cabo; ya no había aventuras en el desierto, persecuciones interminables o acción trepidante. La extraña pareja conformada entre Duke/Angel Face y Blueberry, en compañía de la indómita Guffie Palmer, llevaba la narración por derroteros muy distintos, algunos no del todo claros. Se mascaba la tragedia en cada viñeta. Incluso un chaval como yo sentía que algo turbio emanaba de todo aquello sin poder llegar a enfocarlo con nitidez. Recuerdo pasar las páginas en tensión, esperando algo malvado y, efectivamente, en la última pelea, de una contundencia muy superior a las que ya había visto, Angel Face acaba con medio cuerpo dentro de los fogones de la locomotora en la que se encuentran subidos gracias a un certero puñetazo de Blueberry. Concretando, le mete la cabeza en el horno. Como a Freddy Krueger, pero sin el tono cachondete de Wes Craven. Esa mezcla de violencia real, horror y grotesco laminó mi inocencia y se me quedó grabada a fuego, nunca mejor dicho, para toda la vida. Larga vida a Blueberry.

La lista de tebeos favoritos:

  • Mortadelo y Filemón, “El sulfato atómico”, de Ibáñez.
  • Sir Tim O'Theo, “El secuestro del burgomaestre”, de Raf.
  • Torpedo, de Abulí y Bernet.
  • Superlópez, “Todos contra uno y uno contra todos”, de Jan.
  • El buscón en las Indias, de Ayroles y Guarnido.
  • Paracuellos, de Giménez.
  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • Los viajes de Juan Sin Tierra, de De Isusi.
  • La balada del norte, de Zapico.
  • Romeo muerto, de Sequeiros.

 

VÍCTOR GARCÍA ROMANO. Dibujante, editor y copropietario de El Armadillo Ilustrado (Zaragoza)

Cuando me alcanzó la magia

No sabría decir cuál fue el primer cómic que leí, pero tengo claro que de pequeño devoraba los cómics de Bruguera. Aún lo guardo todo, y son mis hijos los que los disfrutan ahora. El que más me gustaba, sin duda, era Mortadelo y Filemón. El sulfato atómico, de Ibañez, lo habré releído infinidad de veces.

Conforme fui creciendo los gustos se ampliaron con varios títulos que hicieron que mi gusto por los tebeos se convirtiera en mi vida. Los culpables fueron Corto Maltés, de Hugo Pratt; Conan, de John Buscema; Akira, de Katsuhiro Otomo, y Strontium dogs, de Carlos Ezquerra.

Para finalizar con los cómics que me han definido, ya en la veintena tuve la suerte de encontrar El prolongado sueño del Sr. T., de Max, y posteriormente la serie Hellboy, de Mignola, ambos autores pilares fundamentales y maestros en mi gusto por el cómic.

Portada de El prolongado sueño del Sr. T. (1998), de Max.

Este es mi top 10 de tebeos españoles:

  • El prolongado sueño del Sr. T., de Max.
  • Crepúsculo, de Pascual Ferry.
  • ADN, de Fernando de Felipe y Óscar Aibar.
  • Ambigú, de Santiago Sequeiros.
  • Amura, de Sergio García.
  • Nosotros llegamos primero, de Furillo.
  • Aventuras de un oficinista japonés, de José Domingo.
  • Murderabilia, de Álvaro Ortiz.
  • Puerta de luz, de Luis Bustos.
  • El subsuelo, de Víctor Solana.

 

FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ. Librero en Millenium Cómics (Almería)

El cómic con el que me atrapó la magia de este arte seguramente fue “La guerra de Tomoylomo”, de Johan y Pirluit. Tengo grabadas en mi mente viñetas y páginas enteras. El medievo idealizado de Peyo me cautivó con su mezcla de acción, humor, magia y, sobre todo, aventura. Luego llegaría la Patrulla- X de Claremont y Byrne, con Lobezno en las alcantarillas, el miedo de Ben Urich en Born Again, la convención de asesinos de Sandman, la moto de Kaneda y más aventuras de Buddy Bradley y los Hernández Bros junto a los primos Bone. Ya de librero descubrí y agradecí que “La guerra de Tomoylomo” era la de “Las 7 Fuentes”, y la seguí disfrutando y recomendando.

Mis diez cómics españoles favoritos (sin orden):

  • El arte de volar, de Altarriba y Kim.
  • La casa, de Paco Roca.
  • El héroe, de David Rubín.
  • Mondo Lirondo, de La Penya (Albert Monteys, Alex Fito, Ismael Ferrer y José Miguel Álvarez).
  • ¡Universo!, de Monteys.
  • Tú me has matado, de David Sánchez.
  • Paracuellos, de Carlos Giménez.
  • El sulfato atómico, de F. Ibáñez.
  • Superlópez, “La semana más larga”, de Jan.
  • El juego de la luna, de Bonet y Munuera.

 

Creación de la ficha (2023): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Redacción de Tebeosfera (2023): "Por amor a los tebeos. Quienes los trabajan", en Tebeosfera, tercera época, 22 (13-III-2023). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 22/XII/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/por_amor_a_los_tebeos._quienes_los_trabajan.html