ENTREVISTA A ISIDRE MONÉS
ISIDRE MONÉS, JAVIER ALCÁZAR

Notas:
Entrevista mantenida con el autor entre noviembre de 2009 y febrero de 2010 mediante correo electrónico.
UNA CULTURA PEQUEÑITA, DISPERSA Y REPETIDA
ENTREVISTA A ISIDRE MONÉS

Isidre Monés, nacido en Barcelona en 1947, ilustrador y dibujante de historietas, leyó tebeos en su infancia como la mayoría de los niños. Según ha declarado, sus preferidos eran los de Bruguera, manifestando especial cariño por las historietas y personajes creados por Vázquez y por los cuadernillos de aventuras de El Capitán Trueno. Monés nos habla de sus influencias y crecimiento como autor y de su trayectoria desde sus inicios hasta hoy.

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Monés con su hermano, un Domingo de Ramos

LOS COMIENZOS Y LOS CROMOS
 
TEBEOSFERA: Los autores de Bruguera o Ambrós no parecen influencias claras sobre tu modo de dibujar, aunque los leías. ¿Hubo alguna otra influencia –lecturas, compañeros, familiares– que te animara a dibujar o que permaneció en tu estilo?

ISIDRE MONÉS: Pues sí, los leía, pero nunca fui un lector compulsivo, y eso que tenía a mano los tebeos del puesto de periódicos y revistas de mi tía, en la Vía Layetana.
Yo vivía en una calleja del barrio antiguo, pero muy cerca de la Vía Layetana. Esta avenida es, en Barcelona, lo más parecido a la Gran Vía de Madrid; una arteria construida en los años veinte, destruyendo un montón de callejuelas y conectando con sólo girar una esquina los lujosos y altos edificios eclécticos o art déco (como los del Nueva York clásico, en miniatura) con las casitas más populares.
Allí iba, al salir de clase, y sentado en el portal daba buena cuenta de la factoría Bruguera en pleno, el Capitán Trueno y el Jabato.
Mis favoritos, el Trueno, Tío Vivo y Pulgarcito, y de ellos, por goleada, los dibujos del genial Vázquez.
Cada semana me llevaba el Trueno y el Pulgarcito, no era cosa de abusar, los coleccionaba, que coleccionar es lo mío… pero compulsivamente, sólo cromos. Animales, vehículos, armas (que sí, que no estaba mal visto: «Te cambio una Luger Parabellum, por una Beretta y un arco inglés del XIII». «¿Doble?». «Burro, ése es el de los hicsos»). Y así.
Mientras tanto, soñaba con ser de mayor, no futbolista, ni bombero, ¡dibujante de cromos!... y, claro, vivir en la Vía Layetana.


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Dibujar cromos fue el primer trabajo de Monés. De lo cual pasó a la ilustración de publicaciones para la infancia.
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T: Comentabas en una reseña autobiográfica de la revista Creepy española que pasaste parte de tu infancia en academias de arte. ¿Nos puedes concretar un poco más esta parte de tu educación artística?

IM: Yo dejé la escuela a los 15 años, y antes y después asistí a clases nocturnas de dibujo en la Academia Taller Valls, un genio del carboncillo, pintor de murales y que de joven estudió en Roma.
Fueron años dándole a los jarrones, vaciados de yeso y modelo natural. Luego leí que años antes había asistido a esa misma academia Tàpies.
Es paradójico que nadie se extrañe de que cualquiera que pretenda aprender a tocar un instrumento pase las horas muertas con las escalas, o un nadador se harte de piscinas. ¡Ah! Pero el dibujo de representación, lo que todo el tiempo de Dios se llamó copiar del natural, no procede, entorpece la creatividad y la libre expresión del chico/a. Tonterías, las escuelas de dibujo americanas, menos papanatas, basan la educación artística en tres pilares: la representación, la creatividad y el conocimiento de la historia de la pintura, y aseguran: «No permitir a los niños copiar del natural es hurtarles el bagaje necesario para crear en el futuro».
También (¡gracias!) a la noble institución del bachiller nocturno. Estudiar griego y filosofía en un bachiller de letras, tras ocho horas de curro, por puras ganas de aprender, tiene guasa. Hoy, en la distancia, me parece la mejor inversión. Descubrir a los 17 años y por uno mismo a Kafka, Pachelbel, Edvard Munch, Camus y Fellini no es lo mismo que tener que tragarse La Celestina a la fuerza en la escuela. Algunos, tras un Quijote a destiempo, no han vuelto a leer.
 
 
T: Comienzas a trabajar profesionalmente en ilustración muy joven, con 15 años, en una agencia publicitaria. ¿Ya tenías claro a lo que querías dedicarte o se interpuso esta oportunidad en tu camino?
IM: En la primera pregunta decías: «¿Existen influencias, lecturas, compañeros, familia?». Pues sí que la hubo: mi hermano José María, 10 años mayor que yo, es un magnífico dibujante. Hubiera sido un gran historietista de humor, pero se dedicó primero al dibujo de modas y luego cuarenta años a la publicidad.
Cuando con la familia tomábamos el metro, aparecíamos en mitad del paseo de Gracia y nos introducíamos un domingo por la tarde, cual en un museo, en el lujoso vestíbulo de la Boutique de Alta Costura, rodeado de escaparates con los dibujos de estilizadas modelos vestidas a la moda de los cincuenta. Yo, con ocho o nueve años, debía controlarme para no gritarles a las señoras elegantes que pululaban por ahí: «¡¡Las ha dibujado mi hem-mano!!».
Pero yo no quería dibujar moda, ni Capitanes Truenos. De mayor he elaborado una teoría, posiblemente falsa al respecto: Picasso mentía diciendo que de chico pintaba como Velázquez. Bien, yo digo (con perdón) que de niño dibujaba mejor que la mayoría de adultos. Hoy diría un experto que mis dibujos no daban el perfil correspondiente a mi edad.
Por consiguiente: nunca pude disfrutar de un Roberto Alcázar y Pedrín («¡Tomad pal pelo, monos amarillos!»), ni del Guerrero del Antifaz, ni del Supermán más adocenado, como no puedo, ahora, pasar de la tercera página de la mayoría de novelas gráficas. Ya entonces mi exigencia anatómico/artística era grande, y Ambrós estaba en el límite. Ninguno de mis amigos había advertido que en las Hazañas Bélicas, Boixcar siempre dibujaba el mismo careto y le ponía el pelo rubio o negro, según fuera alemán o no. Si yo hubiera sido un niño rico hubiera accedido al Tintín (valían una pasta, y tampoco me hubiera gustado), al Tarzán de Hogarth, o a Raymond, pero no fue así. Lo mío eran los cromos de Fher y Toray, a 30 céntimos de peseta el sobre.
Pronto mi hermano empezó a trabajar en una agencia de publicidad. Tendríais que haber visto lo que era aquello. La Vanguardia iba llena de anuncios por palabras demandando rotulistas, bocetistas, montadores, oficios la mayoría desaparecidos hoy, pero que entonces estaban ahí. Y yo con 15 años, que acababa de descubrir qué era eso de la publicidad, pensé: «¡Ésta es la mía! Empiezo por ahí y luego ¡a los cromos!».
 

 Algunos de los primeros trabajos de ilustración de Monés: para una caja de camisas, trabajo de 1967, un libro de Bruguera para colorear, y álbumes de transferibles.

T: Nos imaginamos que al principio compaginarías el aprendizaje con el trabajo profesional. ¿Nos podrías describir los inicios de tu carrera, cómo era tu trabajo en una agencia de publicidad?
IM: ¿Cómo fueron mis comienzos en publicidad? ¿De verdad quieres saberlo? Pues ocupado en tareas prehistóricas: encargar textos y llevarlos andando a la imprenta (¿Mensajero? ¿Qué es eso?), limpiar los pinceles y los cubiletes del estudio (que no había nada virtual, oye)… Y una curiosidad: imaginad una fotografía (en blanco y negro) de una señora sonriente, con un bote de detergente en una mano y señalando con el índice de la otra la marca del bote de marras. Imaginad que esa foto está destinada al anuncio en una revista que tira páginas en huecograbado. ¡Ah! Pero luego, este anuncio, con su texto, la señora y el bote, debían adaptarse, a una o dos columnas, a periódicos nacionales o regionales, en rabioso blanco y negro, o sea, sin grises. ¿Cómo convertir la foto en un pluma? Encárguese al laboratorio fotográfico una copia a medio tono. Dibújese encima con tinta china y una plumilla guillot (¿Rotring, estás de broma?) el conjunto, a base de puntitos y rayas (una cosa así como un Moebius). Ya tenemos el pluma con la foto incorporada. Pues aquí aparecía yo, el aprendiz. Mézclese en una cubeta del laboratorio hiposulfito de nosequé y ferrocianuro de nomeacuerdo, introdúzcase la foto/pluma y… milagro, el pluma queda incólume y la foto desaparece (y el dedo, a poco que te descuides). ¿Imagináis lo que es trabajar sin ampliadora? Y luego, aquello de montar los titulares letra a letra, con el fugaz, visto y no visto Letraset… ¿Alguien recuerda la fotocomposición? Ganas de llorar me vienen…
 


Una de las primeras pinturas de Monés, resuelta al estilo de Cortiella, de mediados de los sesenta (hasta hoy inédita).
T: En la tercera agencia en la que trabajas conoces a Miguel Conde, profesional con el que comienzas a realizar ilustraciones para cromos. Por ejemplo, Historia de la navegación, en la que Conde hacía los fondos y tú los barcos. ¿El conocer a este autor supuso un cambio en la carrera artística que llevabas hasta ese momento?
IM: Sí, pero en la segunda conocí a otra gente, igual o más influyente. Fueron un par de años, inmersos en la isla del microestudio bohemio, de una agencia políticamente correcta.
Jorge Segarra, pintor y publicitario hasta hoy mismo; Gabriel Martínez, pintor total, y yo. La amistad dura cuarenta y cinco años, y por aquel entonces vivíamos sumergidos en arte, cultura pop y de la otra. ¿Me creeréis si os digo que yo iba y venía de casa en tranvía intentando descifrar “La historia de la filosofía” de Julián Marías con un diccionario de bolsillo?
Más tarde llegó del Brasil Miguel Conde. ¡El de los Gallicromos y Nestlé de mi cercana infancia! Que, a la sazón, compaginaba los cromos con la publicidad y (¡oh, casualidad!) aterrizó en la agencia donde trabajaba mi hermano, una multinacional. Gracias a él llegué a conocerlo.
Al poco tiempo montó un pequeño estudio con un nombre rimbombante: “Asesoría de Arte Conde” se llamó el invento. Y allá que me fui, a cumplir mi sueño. Empezamos a pintar cromos al alimón, yo los elementos, bichos, coches, barcos, trenes, y él los fondos, la parte más pictórica y comprometida, hasta que aprendí a pintarlos de cabo a rabo.
Conde era un especialista. Juntos despachamos muchas colecciones. Te diré que cuando llevas 150 locomotoras ya cansa, pero peor son 100 páginas con diez viñetas cada una, los mismos tíos en todas… y encima, que se parezcan.
Más adelante, Conde y yo mismo nos unimos a una agencia puntera para formar el Primer Estudio de Servicios Plenos de Barna. Allí conocí a E. Satué, a F. Guitart, todos con las influencias de Heinz Edelman y su Submarino Amarillo, del pelo pop del Dylan de Milton Glaser o los botes de sopa de Warhol.
Pero aún hubo otra agencia, ésta en Tusset Street, el centro de la Barcelona guapa de finales de los sesenta, lo más in. Mi edificio albergaba tres agencias de publicidad, el pub Anahuac, al lado La Cova del Drac, donde la gauche divine, más abajo la primera tienda de pósters, con los Mucha, Klimt y prerrafaelitas olvidados, y en la esquina, una sala de cine de arte y ensayo tan insufrible como imprescindible.
Yo tenía 22 años y un seiscientos con tubo de escape doble, que se recalentaba como un demonio. Ya no era un simple aprendiz, sino todo un bocetista con derecho a asistir a las tormentas de cerebros en la sala de crear. Recuerdo una anécdota bastante chunga, bueno, mucho. Estábamos allí el creativo, el product manager (no sé si ya se llamaba así), otra gente y yo mismo, pasando de mano en mano un producto francés que se suponía querían introducir en el mercado español mediante una brillante campaña. Cuando llegó mi turno exclamé: «Eso no tiene futuro, ¡pringa!». Se trataba del Donuts. Creo que mi porvenir como publicitario quedó marcado aquel día.
 
 
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Trabajo de ilustración para Alemania
T: De esta época son los álbumes La vuelta al mundo con Bimbo o El porqué de las cosas, también de Bimbo. La realización de ilustraciones para cromos requiere una gran versatilidad, al tener que dibujar motivos tan diferentes como animales, máquinas o representaciones del folclore. ¿Te asustaba esa gran amplitud temática o, en cambio, te animaba a seguir trabajando en ese campo?
IM: Cuando El porqué de las cosas yo ya era un freelance (aunque no lo sabía), un mercenario al servicio de Bruguera, y lo hice en colaboración con Segrelles, otro Mercenario (je, je, bonito juego de palabras). Y luego vino más Bruguera, y su filial Ibis, Ruiz Romero, y Ediciones Este, todo alternando con los cómics hasta mediados de los ochenta.
¿Me preguntas si me asustaba la amplitud temática? ¿Y con el Google por inventar? Para nada, pero doy desde aquí las gracias a dos instituciones preclaras:
¡Gracias, Mercado de San Antonio! Bullicioso mercadillo de domingo matinal, donde podías hallar cualquier documentación gráfica (cómo la Cuesta de Moyano de Madrid, pero más grande y hexagonal).
¡Gracias fascículos! Gracias a Salvat y Noguer. Gracias a ellos tengo aún en mis manos los diez tomos de la Fauna del amigo Félix, los diez o doce de La historia del Arte de Pijoan o el inefable Monitor. Creo que los fascículos cumplían la misma misión de cultura popular que el cromo de nuestra infancia. Yo recuerdo todos mis cromos, los miles coleccionados y los miles dibujados. Y hoy sabría, como entonces, sin equivocarme, si “tengui” o no “tengui”. Y es que los miraba una y otra vez, detenidamente, al sacarlos del sobrecito, al tiempo que leía el breve texto: “Ornitorrinco, marsupial acuático de Nueva Zelanda” (un suponer).
Lo mismo con los fascículos. Esperabas impaciente el día de la semana, te acercabas al quiosco, hojeabas el fascículo, te quedabas con las fotos y con no pocos textos. Luego los llevabas a encuadernar y a vueltas con el segundo tomo hasta el doce, dos años por lo bajo. Eso sí, saboreando cada semana pintores, familias de bichos o monumentos lejanísimos, cuando sólo viajaban cuatro gatos. ¿Quién es el guapo que si se compra una enciclopedia, en cómodos plazos, hojea una a una las tropemiles de páginas, con sus consabidas imágenes y textos? Pues eso.
Con todo lo que ha llovido, y el Google echando humo, prometo no desprenderme de mis más de dos mil libros de documentación.
 
 
T: ¿Crees que ese aprendizaje en el mundo de la publicidad, y en el mundo de los álbumes de cromos, ha sido beneficioso posteriormente para el desarrollo de tu carrera?
IM: Muy beneficioso. El mundo de la publicidad, al cual volví en muchas ocasiones como freelance, me aportó muchas cosas.
Amigos. Composición y orden en la página o espacio. Cierta claridad en la exposición gráfica. Limpieza en las presentaciones. Interés por los anuncios televisivos, a menudo lo mejor de la parrilla. Sentido supercrítico, nadie podrá colarme nada sólo con la publicidad. Técnicas varias; por ejemplo, el pastel se usó mucho en bocetos en la época anterior a las Olimpiadas de Barcelona, cuando aquello de «¿Trabajas o diseñas?».
¿Y del mundo del cromo? Alguien me ha dicho que me ha quedado una cultura de cromo, pequeñita, dispersa y repetida.
 
 
LA HISTORIETA, TOUTAIN Y WARREN
 
T: Volvamos a la historieta. Sabemos que con la revista italiana Linus y la española Drácula descubriste a autores como Alberto Breccia, Sergio Toppi, Dino Battaglia, Enric Sió y Josep Maria Beà. ¿Es a raíz de este “descubrimiento” cuando decides que quieres probar con la historieta? ¿Alguno de los autores mencionados provocó un cambio en tu estilo o una forma diferente de afrontar el dibujo?
IM: Pues así fue, en esas revistas descubrí un nuevo cómic. ¿Recordáis la frase de Toutain “Cuando el cómic es Arte”? La historieta podía dejar de ser un producto de usar y tirar y empezó a interesarme, como lector y como autor. ¿Cambios en mi estilo? Si no tenía estilo, lo confeccioné sobre la marcha. Por aquel entonces yo tenía publicados un montón de cromos, dos libros juveniles (La colla dels 10 y Anna), ilustraciones varias en Cavall Fort, pero nunca había pergeñado una página de cómic.
Me gustaba la pluma vigorosa de Toppi, el expresionismo y la aguada de Battaglia, las atmósferas de Breccia (padre), los montajes de página de Sió, el concepto y los guiones de Beà. Y había otros: el lápiz de García, la elegancia victoriana de Félix Más, y Maroto, el bárbaro.
 
 
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Historietas publicadas. Sobre estas líneas, la primera página de "Fear itself!", su primera colaboración. Abajo: su preferida, traducida como "Aceite de perro".
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T: ¿Cuál fue tu primera historieta publicada?
IM: Pues fue increíble, adapté en cuatro páginas un cuento de terror de un autor ruso, lo llevé a Selecciones Ilustradas, la agencia de Josep Toutain, y al momento me mostraron un montón de guiones para escoger, guiones para Creepy y Vampirella, un sueño, oye… Esas cosas no volverán a suceder… Nevermore.
Escogí una de aztecas y ladrones de tesoros, “Blood Brothers!” [en Vampirella #26]. No se si fue la primera en publicarse, pero sí que fue mi primera historieta. Invertí muchos días para las diez páginas, pero lo merecía. ¿El resultado? Pues una serie de páginas dudosamente compaginadas con viñetas supercurradas en un arsenal de técnicas, pero sin una clara lectura gráfica., o sea, una galería de bonitas ilustraciones. Pero eso también pasaba, salvando las distancias, con el Príncipe Valiente (¡Anda, lo que he dicho!).
 
 
T: Tras pasar por varias agencias de publicidad, entras en contacto con Toutain. ¿Nos puedes contar cómo sucedió? ¿Antes de mandar muestras a Selecciones Ilustradas probaste con alguna otra agencia artística?
IM: Conocía SI de un trabajo anterior de cromos para Italia, pero el atreverme a mostrar las cuatro páginas de terror ruso fue gracias a Beà.
Supe de él por Drácula, le llamé por teléfono, fui a su estudio y me apoyó, tan simple como eso. Desde aquel día admiro a Beà, no sólo como creador gráfico, sino como creador de historias, tipo divertido y superpozo de anécdotas. ¿Agencias anteriores? No conocía ninguna.
 
 
T: Antes de profundizar en tu trabajo para SI nos gustaría que nos comentaras cómo era el sistema y el ambiente de trabajo en Selecciones Ilustradas.
IM: El ambiente lo conozco de oídas, por Beà, por el discreto Marcel [Miralles] y, como vosotros, por los álbumes de Carlos Giménez de Los profesionales.
Yo no estaba en esa época. Cuando yo aterricé por ahí ya no andaban dibujando juntos por la oficina, unos estaban en su casa y otros, supongo, en La Floresta, de hippies, con aquello de “Cinco por Infinito”. Lo cierto es que yo tengo un par de años menos que ellos.
 
 
Dos páginas de una de las historietas de horror preferidas de Monés, "Berenice", adaptación de Poe.


T: ¿Qué otros autores españoles recuerdas de aquella época, y qué relación manteníais entre vosotros?
IM: Recuerdo a los mencionados, a Pepe González, a Torrents, pero no nos veíamos con frecuencia. Fugazmente coincidimos en un club de cortísima vida, el Club DHIN [Dibujantes de Historieta e Ilustración Nacionales]. Su problema fue adelantarse en el tiempo, en la época del diseño de Barna hubiera sido todo un éxito, un lugar cool, pedante, pero un éxito… o no.
No quisiera pasar de tema sin decir cuatro palabras del amigo Marcel Miralles.
Él ha sido, casi, la mitad de SI desde que me acerqué por primera vez, allá por el 67, con los cromos de marras. Ha sido, para el dibujante, la cara de la empresa durante 40 años. Discreto, sutil humor inglés, buen dibujante desaprovechado, conocedor del mundo del arte, amable. Buen conversador, a menudo pierde los papeles ante los conflictos (no debe ser fácil lidiar entre un cliente histérico y un dibujante neurótico). Podría ser un buen diplomático en un país del Este reconvertido (por el aspecto) o en el Vaticano.
Aparte las horas habladas, en persona o por teléfono, hemos viajado un par de veces por el extranjero en misión de trabajo. En esas misiones es concienzudo, capaz, se ve que le gusta. ¡Los kilómetros que habrá recorrido…! En estos casos me recuerda a mi madre cuando me decía de pequeñito: «Que nunca tengan que llamarte la atención». Pero es que a mí me gusta descolocarle, odia el ridículo… Pero qué queréis, él era el careto de SI, yo un comiquero y podía permitírmelo… Vamos, creo yo.
 
 
T: ¿Qué nos puedes contar de la mítica figura de Josep Toutain?
IM: Creo que de Toutain ya se ha dicho todo, pero puedo poner mi granito de arena subjetivo.
Mi primera impresión (dicen que es la que cuenta) era la de un personaje brillante, perspicaz, inteligente, ingenioso en la conversación (de sobras lo sabía), de cordialidad dudosa y un poco lejano en el trato. Se diría que llevaba, sin llevarla, una cámara fotográfica adosada, por aquello de las distancias. Profesionalmente, una verdadera locomotora, creativo, tenaz, visionario en el mejor sentido. Lo supongo mejor defensor del dibujante que otros agentes, aunque cosas tan aparentemente lógicas como la devolución de originales no se llevó a cabo. ¿Es normal no contar con un p… original de la etapa Warren? Observador como pocos y amante de las boutades, recuerdo que me dijo en una ocasión: «Tú hablas demasiado, tú das demasiadas explicaciones y parece que te excusas sin causa aparente. Das demasiadas pistas. Tú eres de los que dicen: “He trabajado toda la semana, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo”». Lo dicho, brillante.
 
 
T: Eres de los autores que más dibujaron para las publicaciones de Warren: 36 historietas entre 1973 y 1982. ¿Te comunicaron si los guionistas o editores americanos tenían alguna especial predilección por ti?
IM: Pues vaya, y yo casi cuarenta años sin saberlo. Y comunicarme, pues no, pero es que, no sé a los demás, pero a mí las facilidades del proceso le restaron importancia al hecho. Sólo con los años he sabido de la repercusión de aquellos cómics y aquella época.
 
 
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Horror y ciencia ficción. Casi toda su obra para Warren se tradujo en España por IMDE o por Toutain
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T: Tu primera historieta publicada en las revistas de Warren es “Fear itself!”, con guión de Steve Skeates, en el número 49 de Eerie, en julio de 1973. ¿Guardas algún recuerdo de ella?
IM: Guardo muy buen recuerdo, fue la primera en publicarse, pero no la primera dibujada. Puestos a escoger, siempre preferí historias situadas en épocas pasadas, victoriana, edad media, cualquiera menos la actual, pero ésta fue una excepción, me pareció un magnífico guión, perfectamente contado, y me dio suficiente libertad gráfica. Había aprendido, y las páginas ya no eran una galería de ilustraciones, la composición y secuencias casi cinematográficas le daban otro ritmo. Recuerdo que utilicé dos fotos de mi mujer cuando era niña, que le dan un cierto realismo mágico. Es una de mis preferidas.
 
T: En esta historieta sigues lo que podríamos llamar el “estilo español”, es decir, un tipo de dibujo de carácter realista, que aboga por el uso de la referencia fotográfica y la experimentación con el entintado, con rayados, manchas, uso de distintas texturas para entintar… ¿Era éste el estilo que querías practicar o te fue impuesto, para que la impronta de los españoles fuera más uniforme?
IM: ¡Qué bueno eso del “estilo español”! Pero de imposición nada, si acaso influencias mutuas. Lo que pasa es que todos queríamos experimentar, y el trabajo lo permitía. En mi caso, poco a poco fui dejando el lápiz, los rayados, los frotados y demás, piensa que en mi primera historieta casi prescindía del perfil.
Otra cosa fue lo de las referencias fotográficas, puedo contar algún secreto.
Yo usaba tres procedimientos, el primero y más laborioso era montar un ligero storyboard, convocar a los amigos con algún pretexto y montar un plató casero, donde “fotografiar” las futuras viñetas. Así, amigos y familia fueron asesinos y víctimas improvisados. Incluso Marta, mi mujer, y yo mismo, con gorra y un ojo extraviado, nos asesinábamos mutuamente en “Trick of the tide” (Vampirella  nº 38), ella en plan zombie en la última página. Aunque creo que donde peor lo pasó fue en “Old Texas Road” (Vampirella, me falta la cubierta y no sé el número) [Se trata del nº 28]. Se comprende, siempre sufre más el que está más cerca.
El segundo, hacerse con libros de cine (había tiendas especializadas), preferentemente monografías de artistas, y luego aderezarlos con bigotes, gafas, barbas, pero era complicado.
El tercero, acercarse de nuevo al mercadillo de los domingos y comprar por cuatro perras números atrasados de fotonovelas. No era cuestión de fusilar nada, pero allí tenías mogollón de rostros desconocidos (o casi) en todos los ángulos posibles, y gestos y actitudes normales, que son las más difíciles de representar. Cualquier dibujante te dirá que es más fácil inventar un par de tipos medievales persiguiéndose a caballo que una familia feliz viendo la tele.
 
 
T: El grueso de tu colaboración con Warren se centra en los años 1973 y 1974 (acreditado erróneamente como Munes), donde colaboras con varios guionistas de la casa, ¿Cómo era la relación con ellos, si es que existía? ¿Tenías alguno preferido?
IM: Ninguno, nunca pensaba en el guionista al leer la sinopsis del guión a escoger.
Y relación, tampoco… Es que estaban muy lejos… Y tampoco los hubiera entendido.
 
 
T: En estos dos o tres años tu dibujo evoluciona hacia un estilo más pictórico, con un uso de la aguada que parece remitir a las ilustraciones de libros. Creo que el máximo exponente de esta época, y que en alguna ocasión has nombrado como algunas de tus historietas favoritas, son “Oil of dog” (Creepy nº 67, de diciembre de 1974) y “Berenice” (Creepy nº 70, abril 1975). Curiosamente, ambas son adaptaciones de clásicos literarios, de Edgar Allan Poe y Ambrose Bierce, respectivamente. ¿Las hiciste con especial cariño?
IM: Pues sí, mucho cariño, y eso se nota. “Oil of dog” era un guión con humor, y eso me condujo a un estilo diferente, que luego repetí en “Un negocio floreciente” ["Business is booming", en Vampirella nº 75]. Era un estilo un poco grotesco, más libre, más expresionista. Bermejo también cultivaba un estilo así. Daba mucho juego, la aguada lo hacía más artístico. También en “Oil of dog” rendí homenaje a la gran maestra del grabado Käthe Kollwitz.
Con "Berenice", como con “The oblong box” [Vampirella nº 49], pude disfrutar del maestro Poe. "Berenice" tiene páginas conceptualmente atrevidas, de las que me siento orgulloso.
 
 
"Nightmare", historieta con guión de Monés aunque fue acreditada a un guionista americano.
T: En Warren te limitas a dibujar, sin participar en los guiones. ¿Te lo propusieron en alguna ocasión?
IM: No me lo propusieron, pero lo intenté. Siempre me ha gustado escribir, y en cierta ocasión presenté tres guiones con muy poco texto, historias muy visuales. Una fue aprobada: “Nigthmare!”, en el Creepy 66 (como veis, un título muy original). En él, mi buen amigo Jorge perdía la cabeza. Tampoco lo pasó bien en el serial “Archaeus” [“Doctor Archaeus”]. ¿Quién lo pasa bien en el Creepy?
Gerry Boudreau le añadió texto y apareció en los créditos como coautor. Hasta hoy, que lo reviso, nunca me entraron ganas de saber si me cambió el sentido de la historia, voy a comprobarlo.
 
 
T: Casi siempre dibujas historietas autoconclusivas, con la llamativa excepción de la serie Dr. Archaeus en Eerie (Dr. Arkanus en la versión de IMDE / Garbo). ¿Cómo surgió la opción de trabajar en esta serie? ¿Cómo fue la relación con su guionista, Gerry Boudreau?
IM: Siento decepcionaros, me lo encargaron y punto. En cuanto a Gerry, sólo sé que en “Nigthmare!” iba por delante en los créditos. En fin, eso me pasa por meterme donde no me llaman.
Dr. Archaeus era un bonito guión. Bien estructurado y con buen ritmo.
En general, Warren contaba con buenos guionistas, algunos pasaron al cine con éxito.
Y es que el peso debe estar compensado. Creo (no es el caso) que en demasiadas ocasiones los guiones flojean… aunque ellos dirán lo contrario.

   
Una de las últimas historietas publicadas en Warren por Monés, y de las que él se siente más orgulloso.

T: A partir de 1975, tus colaboraciones con Warren son más escasas y espaciadas, y se aprecia un cambio en tu estilo similar al que usarás posteriormente para ilustrar libros. ¿A qué se debe este cambio en tu estilo? ¿Tuvo alguna influencia el contacto con los nuevos autores franceses, como Moebius?
IM: Moebius influyó, nunca lo negaré, era bueno con los indios y vaqueros, con los proyectos del Blade Runner y con los Garajes Herméticos. Como creador total yo prefiero al Moebius de The long tomorrow que al del Arzak. Con el Garaje y el Arzak se me ponía cara de tonto, y eso que estaba en la movida… Y es que hay historia o no hay historia, aunque siempre habrá quien dirá que sólo yo era el tonto. En fin, quien no haya recibido influencias de Moebius que se levante (¡Quieto, Manara!).
 
 
T: Abandonas a mediados de los setenta tu trabajo en Warren para comenzar a dibujar para el Reino Unido, en concreto para la editorial D. C. Thomson en sus cabeceras Commando y Bullet. Suponemos que no te gustó demasiado, ya que lo abandonaste al poco para volver a Warren, con incursiones posteriores en este mercado. ¿Cómo era tu trabajo para los británicos? ¿Qué diferencias veías con respecto al trabajo con los estadounidenses?
IM: A mediados de los setenta hubo problemas en Oriente Medio, entre Egipto e Israel, y tengo entendido que el propio Warren hacia allá que se fue, a cumplir sus deberes patrios, aunque no me hagas mucho caso. Lo que sí es cierto es que todo quedó bastante colgado y hubo que buscarse la vida. La posibilidad de trabajar con editores ingleses estaba allí, y seguramente yo era el único de la cuadra (qué feo) que no lo había intentado.
Lo del tema bélico fue penoso, el formato era un aburrimiento, una fila de medias páginas en procesión, todas iguales, yo que siempre gustaba de formatos extremos. Y el tema ni te cuento, siempre ingleses buenos con su casco de escudilla y enfrente los malos, yo no podía sino pensar en Boixcar y sus caretos.
Pero todo tiene su parte buena. Si por un casual aparecía en el guión un tanque raro, no un Tiger o un MK IV, que hasta aquí llegaba, sino uno para nota, nos íbamos a casa de Longarón [Jordi Longarón], tío amable como pocos, nos invitaba a un café y entre sus maquetas, libros y revistas, dábamos con él, fijo.
Luego llegaron Misty, una revista de historietas de niñas con poderes. Mi experiencia en terror debió hacer temblar a más de una inglesita. Una serie larga de androides y cyborgs, Droid creo que se llamaba. Y una de tantas secuelas de Conan. Nunca había hecho nada así y tuve que comprar en las Ramblas de Barcelona, donde los turistas, una espada del Cid, que era lo más parecido que encontré. Luego, venga espejo y polaroid, que manejar un espadón con dos manos no es tarea fácil. Y comprar algunos ejemplares de Muscle Power, que uno nunca ha estado para esas cosas (evidentemente, no en la tienda del pueblo).
¿Diferencias? El tiraje no permitía grises, y no había tiempo para llenarlo todo con tramados. Mira por dónde tuve que practicar la clásica técnica del pincel y la mancha, y volver a estudiar a Caniff y a Toth.
 

 
 Dos obras de historieta poco conocidas de Monés: historietas de motociclismo para el mercado alemán, e historietas publicitarias para una marca de detergentes.

T: ¿Además de para Warren y para el Reino Unido, realizaste más trabajo de agencia mientras colaboraste con Selecciones Ilustradas para otras publicaciones?
IM: Recuerdo unas sustituciones, creo que de Suso, para una revista alemana de motos, Brooooom, y poco más. Poco después llegó una época agridulce para mi trayectoria en SI, la larga época Disney.
 
 
ILUSTRANDO FANTASÍAS
 
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Uno de sus muchos trabajos para Disney.
T: Tras esta colaboración apenas vuelves a trabajar en historieta. Te dedicas a la ilustración, trabajo que ya simultaneabas con el cómic en los años setenta, con gran profusión en la Editorial Bruguera. ¿Nos puedes contar algo de esta época de transición, cuando compartías trabajos entre historieta e ilustración?
IM: Siempre compartí las historietas con los cromos, incluso cuando la defunción del cromo (como yo lo entendía de pequeño, que el cromo de futbolistas y de series televisivas aún sigue vivo). Yo seguía con promociones en pastelitos, que era trabajo divertido, series cortas en total libertad y donde casi todo cabía. También estaban las carátulas de vídeo, buen refugio para portadistas de novela ilustrada en recesión. El nuevo formato demandaba multitud de nuevas cubiertas para películas clásicas, cuyos carteles estaban ya desfasados (un recuerdo a los grandes ilustradores de pósteres y pintores de murales de cine en la Gran Vía de Madrid o Barcelona).
He sabido que en el pueblo vecino al mío, también al pie de Montserrat, vive ya retirado de la profesión el veterano y venerado ilustrador Mac, el creador de los magníficos carteles de “Los 10 Mandamientos” “Ben-Hur” y tantos otros. Nos vemos ya mismo, es una institución.
 
 
T: Decías en la entrevista publicada en el blog de El Predicador Malvado que tu primer trabajo ilustrando libros fue para el titulado La colla dels deu, de Joaquim Carbó. ¿Cómo surgió este encargo?
IM: Es una bonita historia. Pues sí, fue mi primer libro, y un placer parecido a ver completado el primer álbum con “mis” cromos. Años antes de mi aventura terrorífica, cuando Tusset Street y el seiscientos de doble colector, yo acariciaba completar mi salario (nada del otro jueves) con algún trabajillo nocturno. Con calma, organicé una carpeta de cintas con cuatro cosas, y me dirigí a la redacción de Cavall Fort, revista infantil que contaba entonces cuatro o cinco años de vida (ahora se acerca a los 50… glup…). Era el romántico y bohemio proceso que no había cambiado, supongo desde Daumier, incluso antes. La cosa cuajó, y salí del bonito edificio construido por Gaudí con el texto para una narración de Joaquim Carbó, principio de una serie: “Els camins… de“, en ese caso de la Aventura y dedicado a Ali Bey. La serie tuvo continuidad, y el autor, al que ya había conocido por la redacción, me propuso ilustrar el libro La colla dels deu (“La pandilla de los diez” no "La pesadilla de los diez”, como he visto por Internet).
Ahora los dibujos me parecen demasiado rígidos y de trazo duro, pero hay quien los encuentra más modernos que otros posteriores (el eterno retorno…). La novela tuvo éxito, lleva un montón de ediciones, y acaba de cumplir 40 años con una nueva y especial cubierta.
 
 
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T: Como ya hemos comentado, hiciste numerosos trabajos para Bruguera: más de 100 ilustraciones de cubierta de la colección Club del Misterio, y numerosas portadas para la colección Club Joven. Sin embargo, unas eran pintadas y las otras dibujos coloreados. ¿El cambio de estilo era impuesto, buscado o casual?
IM: Bueno, pues resulta que a principios de los ochenta aterrizaron por Bruguera (nunca los había visto antes) dos grafistas argentinos muy capaces e innovadores, Nesle Soulé y Spagnuolo. Yo por entonces ya era un ilustrador de la casa, pues tras los cromos vinieron muchas otras cosas, cuadernos de colorear, un bonito Oliver Twist, etc.
Supongo que cayeron bien a la editorial y yo a ellos, pues en poco tiempo se hicieron con el diseño y dirección de varias colecciones y yo con el encargo de no menos de 250 cubiertas. Aquí vino lo del Club del Misterio, 100 cubiertas completas, donde aparecen otra vez Marta, mi hijo Marc, que ya ha crecido y ahora es ilustrador y diseñador, y yo mismo, a la vez que gánsteres de guardarropía, espías varios, asesinos y detectives a mogollón. A mí sigue gustándome mi trabajo, “retro”, como convenía, y el de Neslé en el más puro estilo “pulp” de los cincuenta.
Aquí debo agradecer a Marta su colaboración, pues, más aficionada que yo a la serie negra, tuvo la paciencia de leer la mayoría de historias para sugerirme una cubierta decente, que, por supuesto, no desvelara el final.
En los 100 volúmenes de Club Joven me limité al pluma de la cubierta, que alguien de la casa coloreaba.
También una serie de cuentos infantiles y una preciosa de ciencia ficción, Colección Naranja, con extraordinarios clásicos que, éstos sí, llegué a leer.
Vistos en conjunto, los diseños de ese par de grafistas del otro lado del charco modernizaron el panorama editorial.
Cuando se acabó el negocio Bruguera yo tardé bastante tiempo en cobrar la deuda. Supongo que, en el mejor de los casos, al par de grafistas les pasó lo mismo… Me entran ganas de averiguar qué ha sido de ellos… Recordar tiene esas cosas.
 
 
T: Pero en ilustración no solo has trabajado con todo tipo de libros, sino que hay una parte de tu labor que aunque mayormente desconocida, es recordada con nostalgia por muchos de los niños de la época. Durante años fuiste el ilustrador de los juegos de mesa de la empresa Cefa, entre los que se contaban los míticos Imperio Cobra, La Ruta del Tesoro o Misterio. ¿Cómo contactaste con la empresa?
IM: Pues sí, todo tipo de libros y editoriales, y para un montón de países: Random House, Egmon, Golden, Escholastic, Xenos, Richter, DK, Harper Collins, Silver Burdett, La Galera… Tengo incluso unos libritos de una Biblia para niños y una Blancanieves en japonés.
Pero no quisiera dejar de hablar, aunque sea por un momento, de Disney; eso fue punto y aparte, algo que no se parece en nada a ningún otro trabajo. Con Disney no existen medias tintas, o eres de los suyos y te adaptas totalmente, o trampeas con tus métodos y eres un marginal mientras puedas. Yo escogí este último camino, y sorprendentemente no me fue del todo mal. Tengo grandes amigos, verdaderos profesionales en Disney, imbuidos de su filosofía, como Francesc Mateu, recientemente fallecido, o Pepe Farré, compañeros como Güell, Cardona y otros, todos grandes maestros, pero, creedme, ser de la familia Disney era agotador. Imaginad enfrentarse con los números de Pantone de todos los bichos del bosque de Bambi, los diez o más colores diferentes de cada p… enanito de Blancanieves, y así una página tras otra, y páginas y páginas abarrotadas con 101 perros cada una. Súmale a eso un dossier entero de modelos de cada personaje en todas las posiciones, para que no te desvíes un pelo. Y para colmo, cuando ya has acabado con los concepts y los bocetos, los envías, y los recibes más tarde, con papeles transparentes incorporados, donde unos listos (de buen rollo) han justificado su sueldo mejorando (faltaría más) tu trabajo. Con el ordenador y los programas de color, todo eso de imitar pantones a pincel limpio ha pasado a mejor vida, pero lo nuestro fue duro… Y si no hubiera sido por Marta (de nuevo Marta), nunca habría podido imitar más que el negro de la bruja… ¿Habéis pensado alguna vez cómo se consigue el color de Bambi?… Marta, ¿cómo lo hacías…?
Hablemos de Cefa. Cefa fue mi primera incursión en el mundo de los juegos, y mi contacto fue por casualidad, pues ellos estaban en Zaragoza. El caso es que un día, para una colaboración, y no recuerdo por medio de quién, conocí a Pepe Pineda, el alma mater del invento. Él estaba en Barcelona, en otras cosas, pero pronto se fue a Zaragoza a vivir y a trabajar de creador de juegos a dicha empresa. Los mejores juegos (y fueron bastantes, los “enfermos” de Cefa los recuerdan todos) los confeccionamos a medias, y a trescientos kilómetros de distancia, sin fax, sin courier y naturalmente sin correo electrónico.
 
 
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Uno de los juegos de mesa, éste dedicado a Drácula
T: ¿Cómo elaborabas estas ilustraciones? ¿Qué indicaciones seguías?
IM: El proceso era tal que así: él [Pepe Pineda] pensaba el juego en su despacho junto al Pilar, y cuando lo tenía claro, se desplazaba un fin de semana al piso de sus padres junto al Camp Nou. Yo iba para allá, justo después de comer, porque nos podían dar las tantas, contándome y yo tomando notas de tablero, logo, caja, fichas, cartas y demás cosas. ¡Atención! Nunca me contaba las reglas del juego, era inútil. ¡De verdad que no las sé! Nunca jugué con mis hijos con el Impero Cobra (¡desnaturalizado!). Lo cierto es que a ellos, con tal mogollón de juegos por casa, nunca les faltaron compañeros de juegos. Luego mandaba un paquete con los bocetos… Por Renfe Paquexpres o algo así, y lo mismo con los originales. Con los últimos juegos, en tres dimensiones, Pepe debía proporcionarme un troquel perfecto previo. El compás y el cartabón nunca fueron mi fuerte, y los niños se hubieran vuelto locos.
Hace unos pocos años coincidimos en otra empresa de juegos de Barcelona y volvimos a colaborar un tiempo, pero la magia de aquellos juegos de Cefa (Cobra, El Cetro de Yarek, La Calle Morgue, Misterio, Dagón, El Yeti…) es irrecuperable. Bueno, para eso están los coleccionistas, los “enfermos de Cefa”. ¡Gracias, amigos! ¡Y gracias, Pepe!
 
 
T: ¿Este trabajo con juegos de mesa qué supuso en tu carrera?
IM: Desarrolló mis capacidades, entré en el mundo del juego y pude durante veinticinco años (hasta hace un par, solamente) copar gran parte del catálogo Educa, un gran orgullo para mí.
Cefa fue para mi el lugar donde seguir el rollo Creepy (más light, claro está), el rollo espada y brujería, el rollo Conan (aquel de la espada de las Ramblas), todo este bagaje un tanto canalla, un tanto pre-juego de rol. Es lo bueno que tuvo, y lo que esos amigos de 35 años aún recuerdan con cariño.
 
 
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Otros trabajos de ilustración de estos últimos años.
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T: Hiciste múltiples trabajos para Educa (sobre todo puzles), hasta mediados de la primera década del 2000. ¿Qué nos puedes contar de esto? ¿Por qué finalizó esta colaboración?
IM: Trabajar con Educa también fue fantástico. Veinticinco años es media vida, y en las temporadas de intenso trabajo (otoño e invierno) pasaba en Educa tres y cuatro días enteros, preparando bocetos, participando (de aquella manera) en la creación de juegos y puzles por un tubo que llenan armarios de mi casa.
Por cierto, aunque hayan pasado más de veinticinco años, que quede claro que nunca simultaneé las dos empresas, quizás se solaparon un poco, pero nada más, que hubiera sido feo.
En Educa también tuve suerte con Castañer, el creativo. Que quien te pida un trabajo sepa lo que quiere es un lujo casi inalcanzable en estos tiempos en que muchos directores artísticos no saben hacer una o con un canuto. Dirán que no hace falta: pues yo creo que sí. Castañer sabía hacerlo, sabía con cuatro rayas montarte el croquis de una caja, incluso sabía (eso ya era mecánica recreativa) dibujar el mecanismo de cualquier aparato en un pispás. Hablo de él en pasado porque, sabio como es, se prejubiló, montó un hotel en el sur de Marruecos, y allí que se fue con su mujer, su querido 4x4 y sus pinceles a atender huéspedes y pintar dunas. Ya tardamos para ir a visitarlos.
¿Por qué finalizó? Varios motivos: la marcha de Castañer, un producto fallido que nos ocupó un año y medio, con proyectos, personajes y construcciones varias, algo inédito para mí, y que por problemas de, supongo presupuesto, se murió poco a poco. Y qué caramba, los tiempos cambian, y los estilos, y las gentes, y el ordenador llegó y se ha quedado. No pasa nada.
 
 
T: En los últimos años sigues diversificando tu labor en ilustración. ¿Cuáles han sido los proyectos más reseñables de estos últimos años?
IM: Pues más diversificado que nunca. En los últimos años podemos hablar de treinta libritos infantiles, La Biblia para niños para Egmont (dos años de trabajo y un bonito viaje a Copenhague), catorce o quince libritos más de vehículos para Estados Unidos que yo dibujaba y otros (varios, entre ellos mi hijo) pintaban con un programa informático. Más libros de clásicos juveniles, cuatro de animales, que dibujé y pinté en su totalidad y que aún espero ver publicados (mira que les cuesta a los editores mandar un paquetito, aunque sea a cobro revertido). Una buena cantidad de libros para Alemania, con la agencia Comicon, algunos de los más bonitos que he ilustrado nunca, libros como los de mi infancia, con ventanas que se abren y cierran, otros con sonidos (de éstos, entonces, no había); y de nuevo he tenido suerte: Christof, como Castañer, como Toutain, sabe lo que quiere, sabe expresarlo y además es muy buena gente. Para un freelance semisolitario eso es un gran valor añadido. Muñequitos y vehículos corpóreos superdivertidos (qué voy a decir yo) para otra empresa de juguetes; una asignatura que tenía pendiente. Y una cosa que me encantó sobremanera, más de tres años publicando seis páginas mensuales “enseñando” a dibujar a chicos/as en la revista Dibus, de Norma.
Estos dos últimos años, los chicos del grupo Anímic (en el que toca la guitarra mi hija Nuria) me han encargado el diseño de las cubiertas y los interiores de sus dos CD. Nunca había hecho una cubierta de disco (es de las pocas cosas que me faltaba por hacer), y el trabajo ha sido superinteresante. Los de Anímic saben siempre lo que quieren, no sólo musicalmente, sino en el aspecto gráfico, y trabajar con ellos ha sido de lo más enriquecedor. La primera cubierta respondía a la estética de los álbumes del folk-rock de los setenta, mezclado con mis personajes-bicho. La segunda, totalmente diferente, muestra a los componentes de Anímic, jovencitos, en plan exploradores, y es que el disco va de aventuras. “Himalaya”, se llama. (Ambos son muy buenos, y no es amor de padre… Bueno, también).
 
 
T: Te dedicas también a la enseñanza del dibujo, ¿no es así?
IM: El caso es que con dos amigos monté hará más de 25 años la primera escuela de dibujo y pintura para niños y mayores del pueblo. Duró lo que duró y me quedé con las ganas, pero eso del Dibus me ha vuelto a despertar el gusanillo. He dado talleres de ilustración y cómic para niños de forma esporádica. De dibujo, con personas de la tercera edad, y tengo previsto uno de ilustración y acuarela para adultos en breve.
El otro día me dieron una alegría. Un alumno de una escuela de ilustración de renombre me contó que allí nadie pilla un ordenador si no ha practicado antes con las técnicas de toda la vida, y es que es triste la homogeneidad que se consigue con la mayoría de programas de ilustración. Ya sé que puedes hacer que parezca acuarela, óleo o lo que sea, pero lo cierto es que pocos profesionales lo consiguen. (¡Felicidades, Miguel Navia, por conseguirlo! Y a fin de cuentas ¿acaso no existe la acuarela y el óleo, fetén?
 
 
   
 
Cuatro páginas de su colaboración didáctica en la revista Dibus!

EN CATALÁN: CAVALL FORT, EN PATUFET
 
T: Hemos hablado un poco antes de tu relación con la cultura catalana. Uno de los trabajos que te imbrican con Cataluña es tu colaboración en la revista Cavall Fort, en los setenta, con el personaje Pep Antic y más recientemente con ilustraciones para sus portadas. Pep Antic contaba con guiones de Albert Jané y dibujos tuyos, ¿qué nos puedes contar sobre este personaje y su repercusión en la revista y los lectores?
IM: Me gusta colaborar con la cultura catalana ni más ni menos que con cualquier otra. He publicado más libros en inglés, alemán o danés que en catalán o castellano, por pura casualidad; aunque siempre tendré claro que la catalana y la castellana son mis culturas.
Albert Jané es un gran tipo. Él tradujo gran parte de las historietas francobelgas al catalán, fue director de Cavall Fort muchos años, y Pep Antic fue un personaje raro, no consigo recordar si la idea fue de él o mía, seguramente salió conversando; siempre tuve la idea de un personaje que estuviera presente, casualmente, en los momentos cruciales de la historia , siempre con el mismo careto, pero sin recurrir a una máquina del tiempo, algo así como un tatatarabuelo de diferentes generaciones. Duró muy poco, y los guiones, a pesar de ser de Albert, no me hacían mucha gracia; sí en cambio los gags paralelos y fuera de época en plan Monty Python que entre los dos añadíamos. De la repercusión nunca supe nada, y dudo que nadie se acuerde de él… ¡Bueno, sería una magnífica sorpresa!
 
 
T: ¿Qué otros trabajos realizaste para Cavall Fort y qué relación te une a la revista, todavía activa?
IM: Cavall Fort fue mi primer cliente, cuarenta y un años hace exactamente, y aún sigue ahí, bien… La última colaboración fue el año pasado… ¡Rosa! ¡Que estoy aquí!
Las colaboraciones han sido sin prisa pero sin pausa, y algunos de mis mejores trabajos han sido para esa revista. Recuerdo unas cuantas cubiertas, una en particular que fue elegida para exponerla en los 40 años de Cavall Fort. La muestra se llamó 40 cubiertas para 40 años, y allí estaba yo, junto a Viladecans, Tàpies y 37 más. Una gozada. Recuerdo una adaptación en dos páginas de cómic de “Ante las puertas de la ley” de Kafka, algo nunca visto. Otra de Pere Calders, una muy bonita también en cómic del poeta Foix, y hace pocos años una adaptación bastante larga y en color manual de “L’Horlá”, de Maupassant. Y en el futuro… pues por mí que no quede.

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Dos historietas para En Patufet, firmadas como Isidre.

T: Trabajaste en la segunda época de En Patufet, también en los años setenta. ¿Qúe trabajos se publicaron aquí?
IM: A las órdenes de Pere Olivé ilustré biografías, narraciones, una serie dedicada a las ermitas románicas y unas pocas historietas de una sola página, sin palabras, con muchas viñetas y uno o dos personajes, que creo son incalificables. Voy a desenterrar alguna.
 
 
T: Nos llama la atención la adaptación en historieta en dos partes de una de las obras catalanas clásicas, Mecanoscrit del segon origin, de Manuel de Pedrolo, en la editorial L’Atzar. Desconozco la obra en sí, ¿nos puedes contar algo del proyecto?
IM: Esto ha sido una pena. La novela juvenil en catalán más leída, recomendada durante años en las escuelas, y con una adaptación al cómic, yo diría que correcta, durmiendo años y años en una estantería polvorienta.
Y es que la cosa empezó mal, digamos de forma azarosa. Conocí a un pequeño editor que regentaba una pequeña editorial con el nombre premonitorio de L’Atzar (El Azar), dedicada a editar libros de lectura para la enseñanza. Un día se le ocurrió contactar con Pedrolo y pedirle los derechos para adaptar la novela al cómic, en un par de álbumes cortos y en blanco y negro, que el presupuesto no daba para más. Se consiguió, pero al poco desapareció la minieditorial, murió Pedrolo, no conseguí contactar con el ex-editor, nadie sabe donde andan los originales (unos cincuenta) ni quién tiene los derechos de la adaptación, si es que los hay. Lo dicho, una pena.
 

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 Dos páginas de Mecanoscrit del segon origen.

 T: También son frecuentes tus colaboraciones para editoriales que trabajan habitualmente en lengua catalana, como Pirene o La Galera. ¿Esto es así por ideales, por comodidad, por cercanía, por pura casualidad?

IM: Llevo cuarenta años trabajando con agencias, con la incomunicación de la distancia, idiomática y de filtro intermediario que eso comporta (al margen del tema comisiones). Reconozco tanto las virtudes del trato directo (Cavall Fort, Educa, todas las editoriales barcelonesas, que son legión) que nunca quise un agente para el país. Incluso fui reacio, durante años, a disfrutar de los beneficios de internet, como el correo, y era de los pocos que entregaban en mano los originales, por el puro placer del contacto humano.
Porque vivo en Cataluña y porque soy bilingüe militante, toda relación estrecha con un autor me interesa. Los cinco o más títulos ilustrados con Oriol Vergés, los cuatro con Carbó, mis colecciones de Kalkitos con el amigo Félix y tantos otros me han proporcionado enriquecimiento humano. Internet te aísla en tu casa, pero más tarde he comprobado que el correo electrónico nos ha devuelto la facilidad de la comunicación reposada, la emoción de la sorpresa en el buzón, como en aquellos tiempos en que en él podías encontrar algo más que extractos bancarios.
Decía Miguel Ríos «El teléfono es muy frío…». Si nos esforzamos en no hacer del correo electrónico una llamada de texto, con sus abreviaciones y sus letras cambiadas, si nos tomamos un tiempo, quizás recuperemos algún día el placer de la correspondencia… buf.

O sea que podríamos decir que mis ¿frecuentes? colaboraciones con editoriales catalanas, las que apuntas y más, lo han sido por el conjunto de esos motivos. Facilidad de relación, proximidad, lo que comporta comodidad y también, aunque no en primer lugar, un cierto ideal de país.

 

   

Páginas de Isidre Monés para Cavall Fort publicadas en el siglo XXI, entre ellas una adaptación de L`Horlà de Maupassant, un relato de horror.

EL HOMBRE TRAS EL LÁPIZ

 
T: En las entrevistas que hemos podido leer señalas múltiples y variadas referencias para tu trabajo: la pintura figurativa, los prerrafaelitas, Klimt, Sargent, Waterhouse, Puvis de Chavannes, Turner, Fortuny, Sert, Vayreda, Morera y Galicia, Solana, Casas, Munch, Alma Tadema, Monet, Racham, Pyle, Rockwell, Longarón, Fernando Fernandez, Miralles, Sanjulián, Arinouchkine, Bougaeva, Gardenghi, Imai, Bataglia, Blasco, Toppi, Moebius, Sió, Ortiz, Bermejo, Beà… ¿Todos estos autores han influido de alguna u otra forma en tu trabajo? ¿Y esta influencia ha sucedido por etapas, como ya comentamos antes con el cambio en tu línea de dibujo avanzados los setenta, quizás motivada por Moebius?
IM: En esta relación quise, con toda intención, mezclar genios del arte con comiqueros e ilustradores, indicando que las influencias llegan de todas partes, incluso sin darte cuenta. Razonar un poco la trascendencia y la cronología puede ser un buen ejercicio, sin duda para mí.
Mis primeras influencias fueron los bonitos dibujos a lápiz de mi hermano cuando viajábamos (poquito) en familia, y que yo pretendía imitar, así como sus carteles en témpera (Academie, Tálens) de las representaciones teatrales de su grupo amateur.
Los cuadros de Rusiñol y Casas, principalmente la colección de dibujos al carbón de este último, expuestos en el Museo de Arte de Cataluña, en su antigua sede del parque de la Ciudadela, que solía visitar con mi padre. Y en otro orden, los cromos de Vicente (aquellas Razas Humanas), los de Conde y, por qué no, el arte pop de las felicitaciones navideñas de Ferrándiz. Un descubrimiento maravilloso, aunque suena a cursi, fue un libro de buen tamaño, Las obras de los grandes museos, que llegó a casa pagado en módicos plazos. Fue una revelación.
En mi primer estudio de publicidad descubrí al gran Norman Rockwell y sus cubiertas del Post, influencia que aún persiste.
En el estudio bohemio y con los amigos pintores descubrí el abstracto visitando galerías con Jorge (informalista, él) y a Mir, Munich, Chagall, y el románico (sorprendentemente gráfico) en un viaje al Pirineo catalán, con el expresionista Gabriel. En Grafis, los sofisticados diseñadores de que antes hablé, y que influyeron a una generación… o tres.
En la última agencia, la de Tuset Street, vino la eclosión de manos del hippismo de Klimt, Mucha, Breadsley, Waterhouse, Alma Tadema y los prerrafaelitas, modernistas y simbolistas en general. Mi mayor influencia hasta hoy.
Luego de todo eso descubrí los cómics, ya sabéis, Battaglia, Toppi, Beà y compañía, años más tarde Moebius, y el más expresionista cómic de Muñoz.
Como ilustrador, mis influencias son varias. Las más clásicas, Rackham, el ruso Bilbin, el francés Dulac, los catalanes Llaverias y Junceda, y Howard Pyle, Remington, Tom Lovell, Bob Peak (el del cartel de Camelot), Sanjulián, los dos Segrelles y tantos que aparecían en el anuario “Ilustrators”.
Del libro infantil menciono varios de los que aparecen en el catálogo anual de la Feria de Bolonia, catálogos que suelo coleccionar y admirar con delectación.
Últimamente, que he vuelto a interesarme en la pintura como autor, admiro a los grandes del realismo mágico ¡Realismo, por fin! López, Toral, Alcorlo, Naranjo y el expresionismo clásico del gran amigo Gabriel Martinez (Rigo).

Pero, ¿a quién puede interesar eso?

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Dos ilustraciones de Monés, con eje común, y con un aire temible.

 
T: Ya hemos dicho que eres versátil. Reconoces que para ser dibujante en España hay que se un “todoterreno”. ¿Esto lo ves como una ventaja o como un obstáculo? ¿Te hubiera gustado especializarte en una técnica o un tema concreto?
IM: El aburrimiento es la muerte, pedí no trabajar en libros largos de Disney cuando era un buen negocio, con el dólar por las nubes, por aburrimiento.
El cómic me dejó a mí, y a muchísimos, al tiempo en que ya no podía más con tantísima viñeta.
No comprendo al especialista, que sólo ilustra temas marinos… Partiendo de que en nuestro país esto es casi imposible, yo no lo quiero para nada.
Levantarse cada día (es una exageración) con un par de trabajos, de retos, distintos, sobre la mesa, no tiene precio (muchos editores se valen de eso, je je).
Eso tiene sus inconvenientes: puedes llegar a ser aprendiz, aunque aventajado, de mucho, y maestro de nada, o poco; puedes no ser reconocido en tu estilo, si son tantos.
Puesto en la balanza, no me quejo de la opción… forzosa en parte, no creas.
 
 
T: Respecto a tu técnica, comentas que eres un autor “clásico”, que prefieres trabajar con técnicas tradicionales mejor que digitales. ¿Qué técnica dominas mejor, o es más cómoda para ti?
IM: No es sólo una opción, llevo cuarenta años practicando el lápiz, la acuarela, la tinta, el pastel y demás. ¿Podría alcanzar esa profesionalidad con el ordenador?
No creáis que lo tengo totalmente olvidado, hago mis cositas; escaneo, mando originales por internet, aplico fondos con la varita mágica y así evito el odiado aerógrafo (lo odio tanto que siempre luché por hacer mis personajes Disney a pincel, y lo conseguí). Pinto en pantalla escenas sencillas con volumen.
Pero una ilustración compleja y comprometida, siempre a mano… por ahora.


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La versatilidad del Monés ilustrador.
 
T: Has reconocido no ser un gran aficionado a la novela negra, a pesar de haber ilustrado decenas de portadas de esta temática. ¿Te pasa lo mismo con la ciencia ficción y el terror, otros de los géneros que más has cultivado? En tus perfiles biográficos de los años setenta se te vendía como un amante de la parapsicología y del trabajo nocturno…
IM: Aquí había un poco de teatro, ¿acaso no hablamos de revistas de terror? Mentir no mentía, me interesaba la parapsicología más que ahora, y trabajaba más de noche que ahora (la edad no perdona), y es cierto que vivía justo al lado de un campanario de sesenta y tres metros que no callaba nunca.
Me gustaba la ciencia ficción más que ahora, y el terror bueno, Poe, Lovecraft y King lo justito.
Odio el cine de terror, me aburre el de suspense y me encantan Blade Runner, el primer Alien y el primer Terminator.
Releo los cuentos cortos de Kafka, “La muralla china”, “La condena”, este verano llegué a terminar “El castillo” (no confíes del todo del que diga que lo ha leído completo). Sueño en adaptar Kafka al cómic, quizás mi único sueño comiquero.
Leo muy poca novela y bastante ensayo, aunque suene mal.
 
 
T: Has desarrollado (estás desarrollando) una obra personal, sin fin lucrativo, sólo por divertimento, con pinturas en las que los protagonistas son… ¿patos?
IM: Pues sí, desarrollo una obra personal, pero desde los años setenta. En 1977 expuse por primera vez, aunque siempre ha sido algo esporádico y de corto alcance. En varias ocasiones junto a Marta, que pinta al pastel bonitos objetos, sabiamente iluminados.
Lo de los patos, dicho así parece muy tonto, déjame razonarlo un poco.
Cuando dibujo o pinto de forma personal (sin fin lucrativo tampoco es la palabra, en ocasiones veo muertos, digo, consigo vender alguno) no quiero sufrir, y para mí, pintar al óleo es sufrir, pintar a la acuarela, a tamaño grande, aunque llevo con ella muchísimos años (gané un premio de acuarela a finales de los sesenta), es una lucha.
O sea que, si quiero ser feliz, dibujo a lápiz o al pastel, y ahora también pinto al acrílico, cansado de que galeristas conspicuos me alertaran de que el papel vende poco.
Me gustan los simbolistas, los románticos alemanes y los catalanes del XIX, Urgell y Vayreda los que más, y los realistas más o menos mágicos actuales aludidos antes.
Me gustan las escenas urbanas y rurales con arquitectura más bien deteriorada.
Me gustan las ruinas, como a los románticos, pero más que las góticas o clásicas, las que ha ido dejando la revolución industrial, estaciones olvidadas, colonias obreras, fábricas.
Me gustan los personajes vestidos de manera extraña (¿no eran Friedrich y Fortuny los que vestían a la gente de forma anacrónica?).
Me encanta la idea, desde el barroco hasta ahora mismo de representar animales como personas (el ochenta por ciento de los cuentos para niños van por ahí).
Creo que los patos son seres libres, inofensivos, un poco torpes en tierra, viajeros, bohemios, un poco pringaos, sumamente simpáticos, y siempre a la merced de rapaces varias.
Lo mezclo todo y me salen esos cuadros, ahí tenéis alguno.
Pero no se acaba todo ahí, pienso pintar otras cosas.
 
 



Obras de illustración de Monés, para puzles y para la agencia alemana Comicon, con la que lleva trabajando más de diez años.

  
 
T: Por lo que hemos podido leer, eres una persona “sencilla”; vives apaciblemente en un pueblo de Barcelona (Esparraguera), te gusta la naturaleza y los viajes cortos, el estar rodeado de tu familia… Siempre tienes muy presente a tu familia: con frecuencia la has usado como referente fotográfico (incluso a ti mismo), tu mujer ha colaborado profesionalmente contigo, y últimamente has ilustrado las portadas de los discos del grupo de tu hija. ¿Nos equivocamos al definirte como un “padrazo” amante de los placeres sencillos?
IM: Sencilla en el sentido de que no me gustan los coches caros, los viajes a las Bermudas y cosas así, sí que lo soy, aunque me complico la vida como cualquier hijo de vecina.
Fuimos de los primeros en huir de la ciudad al casarnos en el 70, cuando aún no estaba de moda. “La ciudad no es para mí” decía el Paco Martínez (ahora, la mayoría de nuestros amigos viven por ahí, más o menos adosados). La naturaleza, pues, gusta a la mayoría, sobre todo al que la tiene lejos, que alguien dijo que el pintoresquito bucólico es un invento ciudadano.
Lo de los viajes cortos es cierto, y no sólo por un motivo económico, que también.
Durante tres años escribí y presenté un programa semanal en nuestra emisora municipal que llevaba el título de “Excursiones ilustradas”, seguramente por influencias profesionales que nadie podría adivinar. En él alternaba noticias de actualidad, recuerdos y anécdotas propias (cuanta razón tenía Toutain) y teorías artísticas, con música de los sesenta y setenta y viajes de corto vuelo. Me refiero a excursiones por Cataluña y viajes de primera mano por España.
En ellos razonaba que la emoción del viaje se funda básicamente en dos bases. La simple traslación y la aventura que esto conlleva, y el hecho de encontrarte con un paisaje, arquitectura, clima, gentes y costumbres diferentes del propio.
Un viaje al confín del mundo, a mí, seguro, me daría estrés, posiblemente calor (lo odio) y seguro que no podría enrollarme con la gente.
Este verano fuimos a Cantabria. Paisajes maravillosos, picos, playas con mareas, arquitectura popular prodigiosa, y mucha gente con quien conversar. Y encima, con diez grados menos de temperatura. ¿Alguien da más? ¡Maravilloso!
Además, y no es poco, lo provocador que resulta contar en septiembre tu viajecito a los amigos, entre sus periplos vietnamita, cairota o cancunense.
Estoy superorgulloso de mi familia. Cuarenta años con Marta son muchos años. No hubiera concebido ser freelance sin estar junto a ella en casa, colaborando siempre, buscando pantones imposibles y pintando enanitos sin desfallecer. Qué puedo decir de Marc, magnífico profesional de la ilustración y el diseño, sin yo haberle inducido a ello (al menos que yo sepa) y de Nuria. Geógrafa, componente del grupo Anímic (¡qué menos que colaborar dentro de mis posibilidades en sus discos! A propósito, escuchadlos, merece la pena).

   
 
Monés y familia: con su señora, Marta; ésta con el hijo de ambos, Marc; Marc con Nuria, su otra hija; carátula de Monés para uno de los discos del grupo Anímic, del que forma parte Nuria.


T: Queremos finalizar la entrevista con dos preguntas, la primera de ellas clásica: ¿cuáles son tus próximos proyectos?
IM: Bueno, uno ya va siendo mayor, pero los proyectos mantienen vivo.
Más juguetes divertidos. Dar el curso de ilustración y profundizar en la teoría de la enseñanza del dibujo. Aprender de una vez el tema de las capas en el photoshop, que se me resiste. La web que me monta el Marc. La página de MySpace que me ha hecho mi hija Nuria.
Excursiones en caravana con Marta. Dibujar y pintar en acrílico “patos y demás”.
Repetir en otra plaza la experiencia de la exposición de Sigüenza.
Un proyecto sobre leyendas y arquitectura cántabra.
Presentar un proyecto de cuento infantil con dibujo y guión propio (llevo treinta años diciéndolo).
 
T: Y por último, ¿tendrías interés en volver a realizar historieta?
Pues la verdad es que hay la posibilidad de un álbum de tema medieval para Alemania. Y el sueño de mi vida, ¡llevar Kafka al cómic! Es posible, lo conseguí un poquito en Cavall Fort y en Rambla (recuerdos a Beà). Si alguien está interesado en el tema, que no se corte para nada.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2010): Javier Alcázar (entrevista), Manuel Barrero (edición), Alejandro Capelo e Isidre Monés (corrección)
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ISIDRE MONÉS, JAVIER ALCÁZAR (2010): "Entrevista a Isidre Monés", en Tebeosfera, segunda época , 5 (28-II-2010). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 15/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/entrevista_a_isidre_mones.html