Alan Moore:
«V de Vendetta
fue una
ruptura en muchos aspectos. Estoy muy satisfecho con las
caracterizaciones en la historia. Hay una gran variedad de
caracteres en esta obra, y todos ellos poseen características
propias. Todos tienen diferentes formas de hablar, diferentes
agendas y creo que todos son unos personajes creíbles porque,
bien, ellos parecen emocionalmente creíbles porque yo no odio
totalmente a ninguno de los personajes que aparecen. Incluso
cuando escribo sobre los fascistas. Y es que los fascistas son
personas que trabajan en fábricas, y probablemente son muy amables
con sus hijos, es sólo que son fascistas. Ellos son muy
ordinarios. Son igual que todo el mundo excepto
que ellos son fascistas. La verdad, lo he leído en alguna parte,
pero no lo recuerdo bien; en resumen: total entendimiento es total
amor. Y aunque nadie puede entender todo, ni perdonar todo yo
creo, en cierto modo, que si consiguiéramos saber qué pasa por la
cabeza incluso de la gente más monstruosa, encontraríamos algún
elemento de humanidad, de simpatía...»[vi]
Por mostrar sin pudor alguno las zonas más oscuras
del ser humano, se ha considerado a Alan Moore un guionista «de lo
sórdido, lo truculento y lo
sádico», adjetivos curiosamente también usados para hablar de uno
de los más grandes directores de la historia del cine, Billy
Wilder. Lo que los críticos parecen olvidar rápidamente es que
ambos, a la vez que nos muestran debilidades, vicios y penurias de
estos individuos, también nos muestran la fortaleza de algunos, su
capacidad de redención, su altruismo, su bondad, en definitiva, su
dignidad («ese último rincón que nos permite ser libres»), aunque
este esfuerzo lleve, así sucede con V y con Valerie, al sacrificio
personal, la muerte del cuerpo, que no del espíritu.
Existen ejemplos de la pasión de Alan Moore por la
singularidad del ser humano en obras tan oscuras como Watchmen,
en cuyo
capítulo IX el escritor nos aclara, al explicar el nacimiento de
Silk Spectre, cómo desde las peores cenizas puede surgir una
chispa de esperanza, como reconoce el mismo Doctor Manhattan:
«Vamos… Sécate las lágrimas porque eres vida, más rara que un
quark y más improbable que los sueños de Heisenberg, el barro en
el que las fuerzas que dan forma a las cosas dejan su huella de
forma más clara».
Este aspecto, la pasión absoluta, total por el ser
humano, también aparece de forma clara en muchos momentos en V
de Vendetta. A esta pasión por los seres más humildes, por los
personajes más insignificantes,
se ha de asociar la presencia de personajes que no aportan nada a
la trama principal como Vincent. De todas formas, esta comprensión
también se da hacia personajes vitales como Evey, especial, como
otros, a ojos de V, a ojos de Moore:
«Me
llamo Evey, Evey Hammond. No soy nadie especial. No como usted.
Todo el mundo es especial. Todo el mundo es un
héroe, un amante, un bufón, un villano. Todo el mundo. Todo el
mundo tiene una historia que contar. Incluso Evey Hammond.»
Y es que ambos autores, tanto Moore como Wilder,
nos ofrecen en sus obras una forma de ver el mundo ácida, amarga,
pero que conserva siempre un halo de esperanza en el ser humano
como individuo, como un ser independiente capaz de tomar sus
propias decisiones, de enfrentarse a sí mismo y sus problemas.
Porque toda revolución exterior resulta absurda si no viene
acompañada de una revolución interior en cada ser, para que los
valores de cada uno de nosotros cambien hasta exigir una sociedad
más libre, más justa.
Alan Moore: «En mi caso, siento desconfianza hacia
la utopía. Yo creo que lo más seguro es que la utopía sólo es posible
en el interior de cada individuo, y en ningún otro sitio. Bueno,
el único sistema político que se podría aplicar al individuo es la
anarquía, y mucha gente no ve la anarquía como un sistema político
pero, en cierto modo, sí lo es.»
Es significativo entonces que uno de los resortes
en que se construye la posibilidad de cambio social en esta obra
sea el conocimiento del mundo íntimo, en el aspecto físico y
psicológico, del personaje Valerie, que ha construido su propio
sistema de valores y no desea renunciar a él. Un sistema de
valores que dejará huellas en V para luego alcanzar a Evey,
espacio íntimo desde el cual se transfigura el mundo de otros
seres humanos. Porque las huellas que algunas personas dejan en
los demás pueden ser imborrables:
«Moriré aquí.
Perecerá hasta el último resquicio de mi ser, excepto uno. Uno
solo. Es pequeño y frágil, y es la única cosa que vale la pena
tener en este mundo. Nunca debemos perderla, ni venderla, ni
regalarla. Nunca debemos dejar que nos la quiten. No sé quién
eres, ni si eres hombre o mujer. Quizá nunca pueda verte. Nunca
podré abrazarte, ni llorar contigo, ni podré beber contigo. Pero
te amo. Espero que puedas escapar. Espero que el mundo gire y las
cosas mejoren, y que la gente vuelva a tener rosas. Ojalá pudiera
besarte. Valerie.»
Esta es la grandeza de algunos seres humanos que
tan bien sabe reflejar Moore: la capacidad de no renunciar a un
ápice de nosotros mismos en las circunstancias más adversas, la
capacidad de vivir con dignidad, el valor de decir no a toda forma
de represión, y la capacidad de amor incondicional de algunas
personas.
De manera que Moore parte en esta obra de una
concepción abierta y esperanzada del destino del ser humano. Para
este autor el hombre en ningún momento ha de dejarse llevar por un
acatamiento total de un hado implacable, simbolizado aquí en la
voz de Lewis Prothero, voz que conseguirá llevar a la abulia a
muchos de los ciudadanos de esta sociedad, y que hará que Evey
proclame estas palabras terribles: «¡No es verdad!. ¡Hay que
conformarse! ¡Así es la vida y así hay que vivirla!»
Una mentira que Moore pretende desenmascarar,
porque para este guionista el individuo debe ser consciente de que
empezar a preguntar por el destino es empezar a vencerlo. Y
negarlo.
La
felicidad, en palabras de V, es un engaño, una jaula de oro en la
que anida nuestro conformismo. Una vez
renunciamos a ella, podemos buscar nuestro propio conocimiento,
nuestra propia voz, más allá de la voz que nos han impuesto. Es en
ese momento cuando empezamos, a pesar de miedos, temores,
inseguridades, a desarrollarnos como individualidades capaces de
construir nuestra propia vida.
Todo ello aparece perfectamente expuesto en el
personaje de Evey Hammond, que empezará a construir su propio
mundo, su propio yo, a través de las dolorosas lecciones de su
mentor. Y construirá también su propio sistema de valores; así,
cuando V le ofrece una rosa para acabar con la vida del hombre que
asesinó
a su amante (rosa que para V se ha convertido antes en símbolo de
venganza), ella declina la oferta, ya que toda
venganza, piensa, es inútil.[vii]
V y Evey han dejado de ser uno para proseguir
caminos diferentes, como el mismo V se encarga de recordarnos:
«Pero casi he terminado. Sí. Sí, supongo que sí.» El cuerpo va a
morir: sólo quedará la idea. Y es a partir de los valores de cada
individuo, del propio mundo interior de cada ser humano, nos dice
Alan Moore, desde
donde se ha de construir un mundo más fuerte y hermoso en el que
vivir. De ahí la acusación que V lanza contra la humanidad en
“Visión vocacional”, donde proclama:
«¡Vosotros les
nombrasteis! ¡Vosotros les disteis el poder de tomar decisiones en
vuestro
lugar! (...)
Podríais haberlos detenido. Sólo tenías que decir “no”. No tenéis
agallas. No tenéis orgullo.»
Acusación brutal que también repetirá uno de los
personajes de Watchmen, aunque de forma más velada, en el
capítulo VI, cuando Rorschach revela a su psiquiatra las razones
de su exacerbado existencialismo, el terrible asesinato de una
niña.
«Este mundo sin
timón no fue creado por fuerzas metafísicas. No es Dios quien mata
a sus hijos. No es el destino el que los destripa o se los da a
los perros. Somos nosotros. Sólo nosotros.»
Somos nosotros. Ya que toda voz, por anónima que
sea, proclama Moore, tiene su importancia, para que toda historia
pueda entrelazarse hasta formar un laberinto de individualidades
que tengan la voluntad de crear una sociedad más humana.
NOTAS:
[vi]
Palabras extraídas de la entrevista de Jaime
Rodríguez publicada en U, 18, de XII-1999. todas las
respuestas posteriores de Alan Moore en este artículo proceden
de ella.
[vii]
La rosa, símbolo hasta entonces en manos de V,
de venganza, asesinato, de muerte en definitiva, se convierte
en manos de su pupila en símbolo de vida y crecimiento.
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