La construcción de personajes.
Moore es un guionista con un sentido narrativo que
se apoya en la creación de personajes multidimensionales, que se
mantienen al interaccionar frente a otros igual de complejos, y
que crecen
al hacerlo sobre secundarios más planos, dentro de un escenario lo
suficientemente matizado. En LEG, las figuraciones
principales manifiestan los recursos necesarios para sustentar una
historia ligera, que deriva hacia un relato coral, a base de
complementar los rasgos distintivos de cada uno de ellos en un
grupo. El autor se mantiene en su ingeniería narrativa,
construyendo un mecanismo preciso, en donde ningún elemento sobra,
y ninguno falta. La economía de montaje se vuelve a hacer presente
en el correctísimo uso de las elipsis y la renuncia al uso de
farragosos textos de apoyo. El primer paso es la construcción de
personajes que crecen a lo largo de la historia, dándose ese
desarrollo en lo que dicen, y sobre todo en como lo dicen.
El relato comienza con la presentación de Mina
Murray / Harker, y es el único personaje que la pluma de Moore no
resucita desde su tránsito literario ideado por Bram Stocker. Su
mayor secreto se encuentra en su cuello, por lo que siempre
aparece tapado con un fular. La motivación para formar y dirigir
la liga, estriba en un intento de recuperar una posición social
perdida, consecuencia de un escandaloso divorcio, que
probablemente fue motivado por la no superación de su “romance
hemorrágico” con el Conde Drácula. (Romance que le ha dejado como
secuelas terribles pesadillas y una no demasiado aclarada
tendencia hacia la hematofagia, pese a que su imagen se refleja en
los espejos). Su fuerte carácter la alinea con el sufragismo,
especie de prefeminismo, caracterizado por reivindicar el voto de
las mujeres, y acercar consecuentemente el sufragio a lo
universal. A lo largo del relato, y como concesión a la cultura
victoriana, tendrá crisis de autoridad, al reconocerse como una
débil mujer incapaz de dirigir un grupo que presenta una variada
colección de anomalías psicológicas, que se orientan al temor de
crecer, de madurar, y por tanto de perder su esencia y su
ubicación en el mundo. En su mundo de aventuras imaginarias. Quién
sabe si esto es un homenaje velado a J. M. Barrie...
El primer integrante que quiere reclutar para su
liga es Alan Quatermain, protagonista de doce novelas escritas por
Sir Henry Rider Haggard, y muerto en la segunda de ellas, por lo
que su reaparición se debe a la novelización de su diario. Moore
sustituye la muerte de Quatermain por una salida de escenario,
reapareciendo en El Cairo con una fuerte adicción a los alcaloides
de la adormidera. En este personaje se deposita la mayor carga
humana de la liga y se le define con precisión en dos escenas. En
París abandona su labor de centinela, y poniendo en peligro la
misión, para comprar en una farmacia un frasco de láudano (opio
mezclado con bebida alcohólica). Su humanidad se rubrica en su
amor a Mina, y su subsiguiente pasión reprimida, que se hace
gráfica al verle la ropa interior, consistente en unos pololos atados
con cintas a los tobillos, en una deliciosa escena cómica.
El capitán Nemo es el personaje nexo que relaciona
a estos dos primeros. Siguiendo el perfil descrito por su creador,
Jules Verne, adquiere el aspecto racial de un hindú, apátrida de
gustos refinados, pocas palabras y dado a la acción. Un líder
nato. En el relato se le humaniza al darle un registro cómico, en
la brillante escena en que acompaña a Mina y a Quatermain, como
criado, con el fin de infiltrarse en un internado de señoritas de
alta alcurnia, dirigido por una mujer de perfil helénico, sádica y
sáfica, en donde el término disciplina inglesa, toma el
significado de una tendencia sexual. El Nemo de Moore es muy
similar al de Verne, y bajo la apariencia de un nihilista, se
esconde un hombre (que fue) sensible y ahora vive esclavizado por
la venganza. Pese a su mayestático porte se autodefine como
“Nadie” mientras su figura se ensombrece.
La aparición de la dualidad Jekyll / Hyde, responde
por una parte a conceder una presencia superheroica a la historia,
una figura monstruosa e incontrolada que termina aceptando el
hecho de pertenecer a un equipo. Por otra parte, el personaje
tiene el necesario atractivo para desarrollar el socorrido tema de
la personalidad dual (el
Doppelgänger,
tan grato a Moore).
Finalmente, presenta como ventaja adicional el ser lo
suficientemente conocido para generar una sensación de deja vu
en una buena parte de la masa lectora. Como sus demás compañeros
cofrades, es también revivido por Moore, al cambiar el sentido
argumental y moral de la historia de Robert Louis Stevenson. Henry
Jekyll se suicida, con la intención de dominar definitivamente las
apariciones incontroladas de Edward Hyde, pero según el guionista
no lo consigue. Ahora resulta que Hyde es un putero violento que
domina a Jekyll, por lo que el área geográfica donde es reclutado
se asemeja al Pigalle parisino (típica barriada de fornicio y
lupanares),
y los hechos narrados en la historia recuerdan a los acontecidos
en la inexistente calle Morgue, según el reconocido juicio del
señor Auguste Dupin
(en The Murders in
the Rue Morgue,
de Edgar Allan Poe). Cabría comentar a esta altura que su
fantástico y bestial aspecto inspira al tándem Millar y Hitch al
colocar buena parte de la personalidad del Hyde de Moore (lascivo
y violento) en el Hulk Ultimate recientemente publicado.
El último integrante de la liga no es otro que el
Dr. Hawley Griffin, científico que se vuelve invisible siguiendo
los hechos narrados en la novela de Herbert George Wells. Como en
casos anteriores, el guionista vuelve a enmendar la plana al
creador literario, al sobrevivir al linchamiento al que lo somete
una turba enloquecida. Moore lo describe como un tipejo amoral y
pragmático, con tintes sociopáticos. Se divierte manteniendo
relaciones sexuales “especiales” con las señoritas residentes en
un internado de Edmonton, en un término medio entre el estupro y
la violación, en lo que probablemente sea el mejor tramo de la
historia. Un delirio cómico, con los personajes principales
sacados de contexto, un ritmo enloquecido, y una socarrona burla a
los internados femeninos, en su acepción más intocable: el sexo
desde el punto de vista de la comicidad.
La definición de su
personalidad inexistente, se matiza en las conseguidas escenas del
número 5, cuando pasea por un reconocible Londres ataviado con un
uniforme de policía, en claro homenaje al film de James Whale,
rodado en 1933. Su justificación para integrarse en la liga,
obedece a una promesa de curación de su peculiaridad, algo del
todo imposible, pues su invisibilidad, aparte de física es de su
propia alma. Su motivación real es una promesa de existencia,
aunque sea en el margen de la literatura de ficción y siempre
sobre la base de formar parte de algo, por otro lado inexistente.
Como cualquier buena historia de componente épico,
LEG necesita de su propio malvado, que necesariamente debe
estar construido con la misma profundidad, sino mayor, que sus
oponentes. Esta nómina de dramatis personae se complementa
pues con la presencia del Profesor James Moriarty, el Napoleón del
crimen y némesis de las primeras aventuras de Sherlock Holmes.
James Moriarty, en su concepción original literaria, obra del
prolífico Sir Arthur Conan Doyle, es un jefe del hampa que opera
en el West End londinense. Está dotado de una poderosa mente
analítica, ejercitada por su vocación matemática. Holmes se
enfrentará a él en las cataratas de Reisenbach, en Suiza, acabando
el lance con la aparente muerte de ambos según relata la historia
titulada “The Final Problem”. La presión popular demandaba nuevas
historias de Holmes, por lo que su celoso autor (Doyle le tenía
pelusa a su máxima creación) escribe “The Hound of Baskerville”,
donde aparecía un Holmes anterior a los avatares de Reisenbach. La
subsiguiente coacción de los lectores incide en la necesidad de un
Holmes vivo, por lo que el gran detective regresa de entre los
muertos en el caso narrado en el relato “Empty House”, en el que
cuenta a su atónito confidente y biógrafo (Dr. John Watson) que su
supuesta muerte fue una charada orquestada desde las sombras por
su hermano Mycroft. Pero lo que jamás hizo Doyle fue revivir a
Moriarty, trabajo que lógicamente se reserva el guionista de
cómics.
Holmes y su mundo pasaron de ser las creaciones de
Doyle a una franquicia comercial que sigue rindiendo historias
procedentes de archivos ocultos y posteriormente exclaustrados,
firmados en su mayoría por el Dr. Watson. Pero si la esencia y la
personalidad de Holmes ha sufrido en líneas generales pocas
variaciones (a excepción del libro The Last Sherlock Holmes
Story de Michael Dibdin, donde el detective y el asesino de
Whitechapel –Jack- eran la misma persona) no ha ocurrido lo mismo
con James Moriarty, retratado al vitriolo por Nicholas Meyer en su
novela Seven per cent solution que lo describía como el
profesor de matemáticas del joven Holmes y ocasional amante de su
madre. Buena parte de la personalidad extrema del gran detective
(adicción a la cocaína, misoginia y potencial homosexualidad)
tomaba forma mórbida, y era tratado por el mismísimo Sigmund Freud
en Viena, cuando observó la enclenque figura del matemático
saliendo del dormitorio de su “disoluta” madre ataviado con un
camisón de raso y una especie de barretina en la cabeza coronada
por un pompón. Esta escena fue recreada por el genial Lawrence
Oliver en la película del mismo título firmada por Herbert Ross en
el año 1976. Una completa desmitificación del mayor malvado de la
literatura victoriana.
Alan Moore pervierte la historia de Doyle en las
cataratas de Reisenbach. Moriarty sobrevive a la caída y es
recogido por los mismos miembros de la inteligencia británica que
asesinan a Holmes en una brillante elipsis narrativa. Con un
Moriarty vivo la historia se interna en uno de los temas totémicos
de su autor, la reflexión sobre el poder crudo. El villano servirá
a la corona como jefe de inteligencia de la nación más poderosa
del mundo, y al mismo tiempo será el chivo expiatorio al que echar
buena parte de las culpas de las amenazas que atenazan a la
nación, justificando los actos reprobables de un estado tan
poderoso como la Inglaterra victoriana y colonial.
El autor se despacha sobre este último aspecto, el colonialismo,
con su sutilidad acostumbrada. Nemo personifica una India
inexistente por su destrucción y borrada por su cosmopolitismo. El
Africa de Quatermain es la proyección geográfica de su
personalidad aventurera, mientras que Mina, más prosaica, puede
simbolizar una avanzadilla de colonización en Centroeuropa que se
justifica en el intento de abatir una leyenda gótica, o un simple
vestigio folclórico. Hyde y Griffin, a modo de un esperpéntico
auto sacramental hacen física la corrupción imperial británica,
que alcanza máximos en el hombre invisible, con una afección tan
avanzada, que cuestiona su propia existencia. Finalmente remata el
argumento, con la sustitución metafórica del mundo por el Londres
victoriano. Al oeste, el servicio secreto, con tanta sevicia, o
más, que la existente en el este, poblada por “desconocidos”
terrores étnicos.
No hace falta tener gran capacidad de observación
para establecer paralelismos con situaciones reales, pasadas y
presentes. Bajo la justificación de una defensa y castigo frente a
sangrientos atentados terroristas, el “eje del bien” toma cierto
país montañoso oriental [Afganistán], que casualmente tiene una
situación geográfica que permite el paso de gasoductos y
oleoductos. Bajo similares auspicios conquista un país que aloja
ingentes cantidades de armamento prohibido (no se sabe si virtual
o real) y que también casualmente, tiene bajo su subsuelo un buen
porcentaje de la producción mundial de hidrocarburos [Iraq]. Como
efecto colateral (beneficioso) el mencionado eje puede pagar los
créditos que hicieron presidente al más santo de los hombres [Bush],
créditos en carburante, que casualmente salieron de las grandes
petroleras del país ubicado en el West World. [EEUU]
Alan Moore termina de aliñar este sabroso guión con
la descripción sintética y milimetrada de una serie de personajes
planos, sobre los que se proyecta la complejidad de los
principales, además de permitir el avance de una narración tan
sencilla como bien engranada. Para seguir con los homenajes y los
guiños que generan complicidad con sus lectores, continúa
utilizando referentes literarios menos evidentes, a modo de
invitaciones, y con una mera función decorativa. Jules Verne
aporta a Robur, Selvyn Cavor y Samuel Ferguson. Uno de los
tripulantes del Nautilus es Ismael, único superviviente de la caza
de Moby Dick en el Pequod, según relata el propio Herman Melville.
En el East End londinense (o mundial) aparece la ominosa figura de
Fu-Manchú, obra de Sax Rohmer (y
que probablemente no se le nombra por algún asunto oscuro de
derechos de autor) ataviado con todos los aditamentos del terror
oriental y las terribles torturas que dicha idea lleva asociadas.
Mycroft Holmes se presenta con el aspecto craso con que le definió
su creador. Por si fuera poco se hacen reconocibles determinadas
iconografías descritas por Jonathan Swift, Lewis Carroll, y el
submundo del hampa londinense descrito en muchas novelas de
Charles Dickens. El puente entre los personajes trasferidos de la
literatura y su unificación en la historieta recae en Campion Bond,
mensajero y confidente de Moriarty (el misterioso “M”) depositario
de homenajes tan poco ingeniosos como triviales, asimilables a la
parafernalia de James Bond (para la comprensión y la ubicación de
referentes literarios e históricos citados en este texto se
recomienda consultar el trabajo de Jess Nevins publicado en la web
con la siguiente dirección:
http://www.geocities.com/Athens/Olympus/7160/annos.html)
Con un relato tan escrupulosamente plagado de
referentes culturales, la obra toma un desarrollo original, casi
único, sin renunciar a uno de los aspectos claves de la narración,
que es la descripción de un dilatado cúmulo de personajes. Moore
se reafirma como uno de los grandes guionistas sin recurrir a
argucias experimentales. Por el contrario, hace suyo un relato
eminentemente clásico que siempre ha existido, en cualquiera de
las técnicas en que los narradores de historias han utilizado para fabular, desde la narrativa novelada a la historieta.
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