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THE LEAGUE OF EXTRAORDINARY GENTLEMEN

The League of Extraordinary Gentlemen,

artículo por Eduardo Matínez-Pinna, parte 2

 

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[ Ilustración de la cubierta del número 3 de la edición española de la serie de comic books, en la cual aparecen todos los personajes de la saga en una sintética portada. Arte: Kevin O'Neil ]


[ parte 2 ]


La construcción de personajes.

Moore es un guionista con un sentido narrativo que se apoya en la creación de personajes multidimensionales, que se mantienen al interaccionar frente a otros igual de complejos, y que crecen al hacerlo sobre secundarios más planos, dentro de un escenario lo suficientemente matizado. En LEG, las figuraciones principales manifiestan los recursos necesarios para sustentar una historia ligera, que deriva hacia un relato coral, a base de complementar los rasgos distintivos de cada uno de ellos en un grupo. El autor se mantiene en su ingeniería narrativa, construyendo un mecanismo preciso, en donde ningún elemento sobra, y ninguno falta. La economía de montaje se vuelve a hacer presente en el correctísimo uso de las elipsis y la renuncia al uso de farragosos textos de apoyo. El primer paso es la construcción de personajes que crecen a lo largo de la historia, dándose ese desarrollo en lo que dicen, y sobre todo en como lo dicen.

El relato comienza con la presentación de Mina Murray / Harker, y es el único personaje que la pluma de Moore no resucita desde su tránsito literario ideado por Bram Stocker. Su mayor secreto se encuentra en su cuello, por lo que siempre aparece tapado con un fular. La motivación para formar y dirigir la liga, estriba en un intento de recuperar una posición social perdida, consecuencia de un escandaloso divorcio, que probablemente fue motivado por la no superación de su “romance hemorrágico” con el Conde Drácula. (Romance que le ha dejado como secuelas terribles pesadillas y una no demasiado aclarada tendencia hacia la hematofagia, pese a que su imagen se refleja en los espejos). Su fuerte carácter la alinea con el sufragismo, especie de prefeminismo, caracterizado por reivindicar el voto de las mujeres, y acercar consecuentemente el sufragio a lo universal. A lo largo del relato, y como concesión a la cultura victoriana,  tendrá crisis  de autoridad, al reconocerse como una débil mujer incapaz de dirigir un grupo que presenta una variada colección de anomalías psicológicas, que se orientan al temor de crecer, de madurar, y por tanto de perder su esencia y su ubicación en el mundo. En su mundo de aventuras imaginarias. Quién sabe si esto es un homenaje velado a J. M. Barrie...

El primer integrante que quiere reclutar para su liga es Alan Quatermain, protagonista de doce novelas escritas por Sir Henry Rider Haggard, y muerto en la segunda de ellas, por lo que su reaparición se debe a la novelización de su diario. Moore sustituye la muerte de Quatermain por una salida de escenario, reapareciendo en El Cairo con una fuerte adicción a los alcaloides de la adormidera. En este personaje se deposita la mayor carga humana de la liga y se le define con precisión en dos escenas. En París abandona su labor de  centinela, y poniendo en peligro la misión, para comprar en una farmacia un frasco de láudano (opio mezclado con bebida alcohólica). Su humanidad se rubrica en su amor a Mina, y su subsiguiente pasión reprimida, que se hace gráfica al verle la ropa interior, consistente en unos pololos atados con cintas a los tobillos, en una deliciosa escena cómica.

El capitán Nemo es el personaje nexo que relaciona a estos dos primeros. Siguiendo el perfil descrito por su creador, Jules Verne, adquiere el aspecto racial de un hindú, apátrida de gustos refinados, pocas palabras y dado a la acción. Un líder nato. En el relato se le humaniza al darle un registro cómico, en la brillante escena en que acompaña a Mina y a Quatermain, como criado, con el fin de infiltrarse en un internado de señoritas de alta alcurnia, dirigido por una mujer de perfil helénico, sádica y sáfica, en donde el término disciplina inglesa, toma el significado de una tendencia sexual. El Nemo de Moore es muy similar al de Verne, y bajo la apariencia de un nihilista, se esconde un hombre (que fue) sensible y ahora vive esclavizado por la venganza. Pese a su mayestático porte se autodefine como “Nadie” mientras su figura se ensombrece.

La aparición de la dualidad Jekyll / Hyde, responde por una parte a conceder una presencia superheroica a la historia, una figura monstruosa e incontrolada que termina aceptando el hecho de pertenecer a un equipo. Por otra parte, el personaje tiene el necesario atractivo para desarrollar el socorrido tema de la personalidad dual (el Doppelgänger, tan grato a Moore). Finalmente, presenta como ventaja adicional el ser lo suficientemente conocido para generar una sensación de deja vu en una buena parte de la masa lectora. Como sus demás compañeros cofrades, es también revivido por Moore, al cambiar el sentido argumental y moral de la historia de Robert Louis Stevenson. Henry Jekyll se suicida, con la intención de dominar definitivamente las apariciones incontroladas de Edward Hyde, pero según el guionista no lo consigue. Ahora resulta que Hyde es un putero violento que domina a Jekyll, por lo que el área geográfica donde es reclutado se asemeja al Pigalle parisino (típica barriada de fornicio y lupanares), y los hechos narrados en la historia recuerdan a los acontecidos en la inexistente calle Morgue, según el reconocido juicio del señor Auguste Dupin (en The Murders in the Rue Morgue, de Edgar Allan Poe). Cabría comentar a esta altura que su fantástico y bestial aspecto inspira al tándem Millar y Hitch al colocar buena parte de la personalidad del Hyde de Moore (lascivo y violento) en el Hulk Ultimate recientemente publicado.

El último integrante de la liga no es otro que el Dr. Hawley Griffin, científico que se vuelve invisible siguiendo los hechos narrados en la novela de Herbert George Wells. Como en casos anteriores, el guionista vuelve a enmendar la plana al creador literario, al sobrevivir al linchamiento al que lo somete una turba enloquecida. Moore lo describe como un tipejo amoral y pragmático, con tintes sociopáticos. Se divierte manteniendo relaciones sexuales “especiales” con las señoritas residentes en un internado de Edmonton, en un término medio entre el estupro y la violación, en lo que probablemente sea el mejor tramo de la historia. Un delirio cómico, con los personajes principales sacados de contexto, un ritmo enloquecido, y una socarrona burla a los internados femeninos, en su acepción más intocable: el sexo desde el punto de vista de la comicidad. La definición de su personalidad inexistente, se matiza en las conseguidas escenas del número 5, cuando pasea por un reconocible Londres ataviado con un uniforme de policía, en claro homenaje al film de James Whale, rodado en 1933. Su justificación para integrarse en la liga, obedece a una promesa de curación de su peculiaridad, algo del todo imposible, pues su invisibilidad, aparte de física es de su propia alma. Su motivación real es una promesa de existencia, aunque sea en el margen de la literatura de ficción y siempre sobre la base de formar parte de algo, por otro lado inexistente.

Como cualquier buena historia de componente épico, LEG necesita de su propio malvado, que necesariamente debe estar construido con la misma profundidad, sino mayor, que sus oponentes. Esta nómina de dramatis personae se complementa pues con la presencia del Profesor James Moriarty, el Napoleón del crimen y némesis de las primeras aventuras de Sherlock Holmes. James Moriarty, en su concepción original literaria, obra del prolífico Sir Arthur Conan Doyle, es un jefe del hampa que opera en el West End londinense. Está dotado de una poderosa mente analítica, ejercitada por su vocación matemática. Holmes se enfrentará a él en las cataratas de Reisenbach, en Suiza, acabando el lance con la aparente muerte de ambos según relata la historia titulada “The Final Problem”. La presión popular demandaba nuevas historias de Holmes, por lo que su celoso autor (Doyle le tenía pelusa a su máxima creación) escribe “The Hound of Baskerville”, donde aparecía un Holmes anterior a los avatares de Reisenbach. La subsiguiente coacción de los lectores incide en la necesidad de un Holmes vivo, por lo que el gran detective regresa de entre los muertos en el caso narrado en el relato “Empty House”, en el que cuenta a su atónito confidente y biógrafo (Dr. John Watson) que su supuesta muerte fue una charada orquestada desde las sombras por su hermano Mycroft. Pero lo que jamás hizo Doyle fue revivir a Moriarty, trabajo que lógicamente se reserva el guionista de cómics.

Holmes y su mundo pasaron de ser las creaciones de Doyle a una franquicia comercial que sigue rindiendo historias procedentes de archivos ocultos y posteriormente exclaustrados, firmados en su mayoría por el Dr. Watson. Pero si la esencia y la personalidad de Holmes ha sufrido en líneas generales pocas variaciones (a excepción del libro The Last Sherlock Holmes Story de Michael Dibdin, donde el detective y el asesino de Whitechapel –Jack- eran la misma persona) no ha ocurrido lo mismo con James Moriarty, retratado al vitriolo por Nicholas Meyer en su novela Seven per cent solution que lo describía como el profesor de matemáticas del joven Holmes y ocasional amante de su madre. Buena parte de la personalidad extrema del gran detective (adicción a la cocaína, misoginia y potencial homosexualidad) tomaba forma mórbida, y era tratado por el mismísimo Sigmund Freud en Viena, cuando observó la enclenque figura del matemático saliendo del dormitorio de su “disoluta” madre ataviado con un camisón de raso y una especie de barretina en la cabeza coronada por un pompón. Esta escena fue recreada por el genial Lawrence Oliver en la película del mismo título firmada por Herbert Ross en el año 1976. Una completa desmitificación del mayor malvado de la literatura victoriana.

Alan Moore pervierte la historia de Doyle en las cataratas de Reisenbach. Moriarty sobrevive a la caída y es recogido por los mismos miembros de la inteligencia británica que asesinan a Holmes en una brillante elipsis narrativa. Con un Moriarty vivo la historia se interna en uno de los temas totémicos de su autor, la reflexión sobre el poder crudo. El villano servirá a la corona como jefe de inteligencia de la nación más poderosa del mundo, y al mismo tiempo será el chivo expiatorio al que echar buena parte de las culpas de las amenazas que atenazan a la nación, justificando los actos reprobables de un estado tan poderoso como la Inglaterra victoriana y colonial. El autor se despacha sobre este último aspecto, el colonialismo, con su sutilidad acostumbrada. Nemo personifica una India inexistente por su destrucción y borrada por su cosmopolitismo. El Africa de Quatermain es la proyección geográfica de su personalidad aventurera, mientras que Mina, más prosaica, puede simbolizar una avanzadilla de colonización en Centroeuropa que se justifica en el intento de abatir una leyenda gótica, o un simple vestigio folclórico. Hyde y Griffin, a modo de un esperpéntico auto sacramental hacen física la corrupción imperial británica, que alcanza máximos en el hombre invisible, con una afección tan avanzada, que cuestiona su propia existencia. Finalmente remata el argumento, con la sustitución metafórica del mundo por el Londres victoriano. Al oeste, el servicio secreto, con tanta sevicia, o más, que la existente en el este, poblada por “desconocidos” terrores étnicos.  

No hace falta tener gran capacidad de observación para establecer paralelismos con situaciones reales, pasadas y presentes. Bajo la justificación de una defensa y castigo frente a sangrientos atentados terroristas, el “eje del bien” toma cierto país montañoso oriental [Afganistán], que casualmente tiene una situación geográfica que permite el paso de gasoductos y oleoductos. Bajo similares auspicios conquista un país que aloja ingentes cantidades de armamento prohibido  (no se sabe si virtual o real) y que también casualmente, tiene bajo su subsuelo un buen porcentaje de la producción mundial de hidrocarburos [Iraq]. Como efecto colateral (beneficioso) el mencionado eje puede pagar los créditos que hicieron presidente al más santo de los hombres [Bush], créditos en carburante, que casualmente salieron de las grandes petroleras del país ubicado en el West World. [EEUU]

Alan Moore termina de aliñar este sabroso guión con la descripción sintética y milimetrada de una serie de personajes planos, sobre los que se proyecta la complejidad de los principales, además de permitir el avance de una narración tan sencilla como bien engranada. Para seguir con los homenajes y los guiños que generan complicidad con sus lectores, continúa utilizando referentes literarios menos evidentes, a modo de invitaciones, y con una mera función decorativa. Jules Verne aporta a Robur, Selvyn Cavor y Samuel Ferguson. Uno de los tripulantes del Nautilus es Ismael, único superviviente de la caza de Moby Dick en el Pequod, según relata el propio Herman Melville. En el East End londinense (o mundial) aparece la ominosa figura de Fu-Manchú, obra de Sax Rohmer (y que probablemente no se le nombra por algún asunto oscuro de derechos de autor) ataviado con todos los aditamentos del terror oriental y las terribles torturas que dicha idea lleva asociadas. Mycroft Holmes se presenta con el aspecto craso con que le definió su creador. Por si fuera poco se hacen reconocibles determinadas iconografías descritas por Jonathan Swift, Lewis Carroll, y el submundo del hampa londinense descrito en muchas novelas de Charles Dickens. El puente entre los personajes trasferidos de la literatura y su unificación en la historieta recae en Campion Bond, mensajero y confidente de Moriarty (el misterioso “M”) depositario de homenajes tan poco ingeniosos como triviales, asimilables a la parafernalia de James Bond (para la comprensión y la ubicación de referentes literarios e históricos citados en este texto se recomienda consultar el trabajo de Jess Nevins publicado en la web con la siguiente dirección: http://www.geocities.com/Athens/Olympus/7160/annos.html)

Con un relato tan escrupulosamente plagado de referentes culturales, la obra toma un desarrollo original, casi único, sin renunciar a uno de los aspectos claves de la narración, que es la descripción de un dilatado cúmulo de personajes. Moore se reafirma como uno de los grandes guionistas sin recurrir a argucias experimentales. Por el contrario, hace suyo un relato eminentemente clásico que siempre ha existido, en cualquiera de las técnicas en que los narradores de historias han utilizado para fabular, desde la narrativa novelada a la historieta.                                                                   »»»


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 [ © 2003 Eduardo Martínez-Pinna, para Tebeosfera 031019 ]