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LA
DICTADURA, OTRA VEZ
T:
Como los
españoles y algunos latinoamericanos no lo hemos vivido, no
entendemos que ocurre
con
ciertos mitos de los argentinos: Evita, San Martín…, los cuales
apenas si se satirizaron en tu patria. ¿Es cierto que a Copi se le odió por
tocar esos mitos en sus obras?
CT:
Copi ha
sido uno de los más grandes dramaturgos y humoristas que nacieron en
la Argentina. Su obra de teatro sobre Eva Perón es impresionante en
su captación de los personajes principales, deformados hasta la
caricatura para mostrarlos más desnudos.
Siempre hemos
tenido esas censuras. Ahora ha mermado. No sé, se me ocurre y
corrígeme si es un disparate, al Rey, en España, al comienzo se lo
trataba con mucha ceremonia aún en revistas satíricas como El
Jueves. En cambio ahora le dicen de todo. Aquí poco a poco se va
en ese mismo camino. Espero...
T:
Otro
humorista, Quino, descolló
en los diarios argentinos de los setenta, sobre todo. ¿Qué opinión
te merece su obra?
CT:
Mafalda
es una creación que significa un antes y un después en la tira
diaria humorística. Después de Mafalda, nunca se pudo volver
atrás, desaparecieron los personajes que se limitaban a desarrollar
una única característica (eran cobardes como Purapinta, o de doble
mensaje como Falluteli, o avaros como Amarroto). Después de
Mafalda todo se hizo más complejo, con más lecturas, mucho más
profundo. Quino sigue siendo un grande, un humanista, un
desencantado. Me ha parecido desde siempre, desde antes de
Mafalda, un gran maestro.
T:
Según Masotta,
en 1974 las ventas de tebeos en Argentina llegaron a una cifra doble
de la lograda a finales de los sesenta.¿Cómo debemos entender
entonces la crisis de los setenta?
CT:
Como
crisis de censuras, de militares, de asesinados por fuerzas del
“orden”, de secuestrados y desaparecidos. No eran años fáciles para
trabajar en los medios, a menos que fueras un autor de Editorial
Columba...
T:
Desde el día
26-VII-1975 se publicó El Loco Chávez en el diario de Buenos
Aires Clarín, tira en la que cabe realidad y fantasía
siguiendo esa corriente de hacer “aventurable” la realidad. ¿No
podría entenderse al revés, como un querer hacer “realismo
fantástico”?
CT:
La última
página de Clarín había comenzado a cambiar vertiginosamente
en 1973. Se habían eliminado algunas tiras de procedencia
norteamericana
(Mutt y Jeff, La Familia Flop)
y se habían incorporado a nuevos autores argentinos
de tiras humorísticas. Fontanarrosa, Crist, Caloi, Broccoli.
La página de
chistes comenzó a crecer, a ser comentario cotidiano de los
lectores, la gente comenzó a leer el diario por la última página. Y
allí fue que en el diario decidieron eliminar una historieta
“seria”, de gauchos, para reemplazarla por algo más moderno. Con
Altuna nos conocíamos poco, pero Broccoli, uno de los autores de esa
contratapa nos acercó y presentamos nuestro personaje, un tímido
intento de hacer un corresponsal del diario en Europa (la realidad
argentina nos parecía demasiado pesada para hacer una tira). El
proyecto fue aprobado y a los tres o cuatro meses de comenzado, con
aventuras que ocurrían en Londres, en París, en San Francisco, en
Finlandia, el héroe volvía a su casa por un poco. Y ahí, en cuanto
en el aeropuerto tomó el colectivo [autobús] que lo llevaría a casa,
descubrimos que en ese exacto lugar estaba la mejor aventura
que podíamos contar, sin superhéroes, sin persecuciones a lo James
Bond, simplemente
quejándose del precio de las mandarinas y enamorándose de las
hermosas mujeres argentinas (que Altuna mitificaba de manera
soberbia).
El Loco Chavez
pronto estuvo a la altura de las historias humorísticas de esa
página y, en realidad, era como un seleccionado de fútbol que
funcionaba a la perfección ganándole un partido a los lectores todas
las mañanas. Agreguemos que el Clarín vendía una cantidad
enorme de ejemplares y crecía. Que la censura que siguió después
agigantó los pequeños mensajes de nuestras historietas. En esos
años, dije alguna vez, decir: «ché, qué cara está la lechuga en el
mercado» era tomado casi como una proclama subversiva.
En el Mundial de Fútbol del año 1978, uno de los personajes de la
página, Clemente, se convirtió en una bandera de oposición
extrañísima: mientras el relator deportivo del régimen militar, José
María Muñoz, gritaba que había que ser prolijos y no ensuciar las
canchas porque eso era de malos argentinos, Clemente pedía que
tiraran papelitos. Y la gente coreaba su nombre y arrojaba papel
picado como acto en contra de las directivas del Poder. Contado así,
parece una estupidez, pero puesto en el contexto y en el momento fue
un verdadero acto de resistencia.
El Loco creció con sus amigos, con Malone que era igual a mi querido
Saccomanno, con Balderi que tenía un aire al verdadero jefe de
redacción del diario, con Juan, un melancólico separado, con
Pampita, una morocha de la que se enamoraron todos los hombres de
Buenos Aires. Una amiga periodista me contó que ella leía El Loco
Chávez para entender por qué le gustaba tanto a su marido. Era
como un intento de las mujeres por captar qué misterios albergaba la
cabeza de los hombres. En 1982 Altuna se fue a vivir a España y poco
a poco fue descubriendo otras cosas más importantes para su carrera,
hasta que decidió abandonar la tira. En el diario me pidieron que
propusiera otra historia... El final fue muy comentado en la prensa,
era un hecho inusual que una historia tan popular dejara de
aparecer.
T:
Sí. Tengo
entendido que hasta caló entre la afición futbolística, pues entre
los seguidores del Racing Club, que coreaban «¡El Loco no se va!»
cuando decidisteis dejar de hacer la tira.
CT:
El Loco era hincha de Racing, cuadro del que era hincha Altuna.
Además, hacía años andaba muy mal en las tablas de posiciones siendo
un club con enorme cantidad de seguidores. Entonces, este
sufrimiento por Racing, que tantos compartían, fue un gran
condimento para la historia.
T:
Por el año
1975 trabajaste con el Viejo, con Breccia, en Un tal Daneri.
¿Cómo fue?
CT:
Con
Alberto hice varias cosas, la primera fue Un tal Daneri, un
detective, o más que detective, un pesado, un gorila, de un barrio
marginal. Sus historias eran muy fuertes, algunas incorporaban, de
rondón, algún elemento fantástico, fue una gran experiencia para mí
escribirlas. Luego, hicimos adaptaciones de cuentos
infantiles, tratando de llegar hasta las fuentes originales, que son
muy crueles. Y también adaptamos cuentos de Lord Dunsany, de Horacio
Quiroga. Y hasta hicimos, para la revista Skorpio, una
historia que se llamó “El viajero de gris”, poco conocida fuera de
Argentina pero con algunas ideas que todavía me gustan mucho.
T:
Desde
aproximadamente 1976 en adelante, algunos autores comenzaron a verse
muy influidos por los comic books yanquis, caso de Alcatena, Risso,
posiblemente Meglia y otros jóvenes autores… ¿Crees que cometen
algún tipo de falta de respeto por no mirar hacia los clásicos
autóctonos?
CT:
De ninguna
manera. Los clásicos miraban, también, a los norteamericanos. ¿O no
está Caniff detrás de los primeros Breccias y los primeros Pratts?
¿O Raymond o Foster atrás de Salinas?
T:
Razón tienes.
Pero insisto en saber si consideras que una obra hecha desde
Argentina para otros mercados sigue siendo argentina, o bien crees
que la nacionalidad de la obra corresponde al editor que la
solicita.
CT:
No lo sé.
Yo trato siempre de escribir cosas que me gusten. Y aquí, para
editores argentinos, he escrito historias que pasan en otros países,
y otras veces, he desarrollado para editores europeos historias más
latinoamericanas, como La gran patraña, por ejemplo, que
hicimos con tanta alegría con Cacho Mandrafina. Yo no dejo de ser yo
porque esté trabajando para un editor de Singapur, me temo.
T:
Desde el 24 de
marzo de 1976, que dio el golpe Vitela, se instalaron de nuevo
gobiernos militares en la Argentina. A Videla le siguieron Viola,
Galtieri, Bignone… Al parecer fue una etapa de censura feroz y de
represión. Autores como Benedetto, en 1976, luego Haroldo Conti,
Rodolfo Walsh o Francisco Urondo, fueron arrebatados por el poder
militar. Más tarde le tocó el turno a Oesterheld…
CT:
El
silencio era terrible en esos años. Nosotros, con Saccomanno, cuando
supimos que Oesterheld estaba desaparecido, decidimos escribir mucho
sobre él sin mencionar -no sé podía en los medios argentinos donde
colaborábamos- este hecho. Pero durante varios años escribimos
sobre su sentido ejemplar de la aventura, sobre el héroe en grupo,
sobre sus ideas acerca de las historias que había hecho. Contábamos,
milagrosamente, con un material que nos había pedido Antonio Martín
para la revista Bang! y que jamás publicó, un extenso
reportaje del que publicamos partes en sucesivos artículos en
Skorpio, en Humor Registrado, en El Péndulo [más
recientemente, también en la Revista Latinoamericana de Estudios
sobre la Historieta editada en La Habana].
Ese período lo
vivimos mal, pero intentando defender nuestro trabajo y nuestros
afectos a la invasión de la brutal ofensiva de esos asesinos. Tal
vez por esa censura opresiva que nos asfixiaba es que nos pusimos
tan metafóricos por aquellos años.
T:
Entre 1977 y
1982 escribiste Alvar Mayor para Enrique Breccia, con destino
a Skorpio. Alfredo Scutti (o su socio italiano, Zerboni)
manejaba los originales con pericia por los mercados foráneos,
disponía de un montante de trabajo adelantado y pagaba mal y tarde.
¿Qué supuso la irrupción de Scutti y su editorial Récord en la
Argentina de los setenta?
CT:
Record fue
una editorial moderna en medio de un mercado del que se había
adueñado editorial Columba con sus retrógradas ideas. Trabajé
bastante con ese editor que, en el fondo, era tan explotador como
Columba (se quedaba con los originales, te hacía firmar contratos
leoninos) pero, en el plano de la creación, se podían hacer cosas un
poco más interesantes. Nunca se atrasaron en pagarme, debo confesar
a mi pesar, porque creo que Scutti es un pirata que ha vivido años
con el esfuerzo de todos nosotros durante aquellos años.
T:
Alvar Mayor
y
El peregrino de las estrellas son algunos de tus trabajos más
cargados de melancolía ¿Por causa del toque que imponía Enrique
Breccia o por el statu quo?
CT:
Hablas de melancolía. Yo hablaba de metáfora, de mensajes ocultos.
Por ahí son la misma cosa. No me salían otras cosas, tal vez. Había
muy poca alegría en esos años de plomo.
T:
Sin embargo, pese a la
represión existente nacen precisamente entonces publicaciones como
las ya citadas El Péndulo y HUM®. Mas, los militares
no parecen concederle importancia a la clara oposición que mantenía
la revista HUM®, por ejemplo ¿cómo se explica eso?
CT:
Creo que
nunca entendieron que desde los chistes y las historietas, los
dibujitos esos, se podían transmitir mensajes. No solo bestiales
sino también brutos, resultaron estos asesinos. Tal vez no podían
ser tan sutiles. Si lo hubieran sido, quizá habrían hecho mejor su
trabajo sucio. Quién lo sabe, ¿no?
T:
Durante estos
años se observó un auge del género negro en varias publicaciones (Skorpio,
El Tony, Tit-Bits, Pif-Paf, Corto Maltés, Mengano), como
un revival de Hammet y Chandler, que practicasteis Collins, Wood,
Sampayo, Saccomanno y tú mismo ¿Podrías explicar este abrazo sincero
a una mítica netamente norteamericana?
CT:
Mengano
solamente publico un par de episodios de Un tal Daneri, que
ocurría en un barrio periférico de Buenos Aires y no en Los Ángeles.
Skorpio, como El Tony y las otras, pedían que las
historias fueran “internacionales”. En los setenta la serie negra
estaba de gran moda entre nosotros. Supongo que si sumas los dos
ingredientes te dan como resultado ese tipo de historias.
T:
Por el
contrario, en Clarín afloró cierto espíritu nacional, pues
por entonces había suspendido la tira Mutt and Jeff para sustituirla
por tiras únicamente argentinas en la contratapa.
CT:
Eso fue un
progresivo darse cuenta de que el público apreciaba más los
humoristas locales que los viejos productos enmohecidos de los
syndicates americanos, pésimamente traducidos, alejados del alma
de quien leía.
T:
Hacéis Las
puertitas del Sr. López desde IX-1979 en el Suplemento HUM®.
Otra escapada, para hacer aventurable una realidad anodina,
disfrazando la crítica social de surrealismo. A mi juicio parece que
quisisteis hacer de la cobardía de López algo propio de los
argentinos de entonces…
CT:
Nunca lo
había pensado. Pero la represión interior y exterior y lo poco que
nos animábamos en la realidad, algo han de haber tenido que ver.
T:
¿Qué opinión
te merece la adaptación que hizo en 1988 Albert Fischerman de Las
puertitas del Sr. López?
CT:
Yo sentía
un enorme afecto por Alberto Fischerman, un intelectual del cine,
uno de los grandes creadores argentinos del sector. Trabajamos muy
bien, nos reímos mucho, la película ganó premios en festivales como
el de Vevey, en Suiza, el premio Chaplin, nada menos. La película
fue apreciada en Argentina. No sé, no me siento el autor del film,
pero no me parece nada mal el resultado. Tal vez el final,
una imposición del productor, no haya estado a la altura del resto
pero en general me pareció una película lograda.
T:
En La
historia popular (El Centro Editor, 1971), colaboraste junto a
Broccoli redactando textos teóricos sobre el cómic. Luego, desde XII-1975,
con Saccomanno hiciste la sección “El Club de la Historieta” en
Skorpio (desde el núm. 15, luego recogida en el libro de Récord
Historia de la historieta argentina). Háblanos de tu interés
teórico por el medio, y de la labor de Sasturain, Steimberg y otros
en los ámbitos universitarios.
CT:
Todos
estos trabajos tenían más de crónica que de teoría. Con Broccoli no
trabajamos juntos, él se ocupó de compilar la parte gráfica y yo de
escribir el texto, pero con Saccomanno escribir esas cosas era un
espacio importante para nuestra propia reflexión sobre lo que
estábamos haciendo.
Sasturain ha
escrito algunas piezas de las más importantes sobre el género en
Argentina. Algunos académicos universitarios, Oscar Steimberg, Jorge
B. Rivera y otros, impulsan, me parece a sus alumnos a reflexionar
sobre las historietas. He leído algunos trabajos en los últimos años
que me parecieron muy serios, como tesis de estudiantes
universitarios.
T:
Sasturain,
Saccomanno y tú asesorasteis desde agosto de 1980 la revista
SuperHUM®, que se propuso ser eminentemente argentina, sin
contaminantes, y lanzar una mirada a la realidad del país. Cuéntanos
sus vivencias allí, las relaciones con Cascioli, los kilombos
políticos, el porqué de la marcha de Sasturain.
CT:
En
SuperHUM® escribí varias cosas que me interesaba desarrollar y
participé en la selección de los materiales y en la línea editorial.
Andrés Cascioli era un editor interesante, que dejaba trabajar bien,
pese a su temperamento de diva de la ópera, que lo llevaba a chocar
contra sus colaboradores violentamente. Por un choque de esos se fue
Sasturain, que después regresó a hacer Fierro.
Recuerdo mucho
“Bosquivia”, una historia que escribíamos a medias con Saccomanno y
que dibujaron Tabaré y Fortín, sucesivamente. Era una reflexión
sobre la actualidad política de los últimos treinta días y hasta
originó algunas cubiertas memorables. En SuperHUM® hicimos
con Alberto “Buscavidas”, una historia que, después de tantos años,
acaba de ser publicada en Francia en una edición comentada, y con
Mandrafina nuestras historias mudas. Me gusta mucho trabajar con
Mandrafina. Nos entendemos muy bien. Las historias mudas fueron un
experimento riquísimo para los dos. Hemos desarrollado historias de
gran precisión temática, de exigencia para ambos, como La gran
patraña, y otras de producción, más “alimenticias”, como
Spaghetti BROS. Siempre nos divertimos mucho. Es un tipo muy
inteligente, muy sensible y muy culto.
Seguramente, después de un paréntesis de casi tres años, en pocos
meses comenzaremos un nuevo proyecto que lleva el título
tentativo de “Carnes Blancas”.
SuperHUM®
(mucho más que Fierro, que abrevó de un período posterior de
la producción de los autores nacionales e introdujo mucho material
que había sido producido para otros mercados) produjo prácticamente
todas las historietas que publicó. "Buscavidas", "Los enigmas del
Pami", "Bosquivia", los relatos desopilantes de Fontanarrosa, todo
era hecho especialmente para la revista teniendo en cuenta una
lectura de aspectos de nuestra realidad.
SuperHUM®
sufrió los avatares de la política de entonces: en un momento,
temiendo que volvieran a censurarle HUM®, Cascioli nos
despatarró un número que estaba ya confeccionado para incorporar
notas políticas. A mí eso me pareció una cagada (podría haber sacado
otro título) y me fui también. SuperHUM® con esa fórmula de
notas políticas y cómics duró pocos números y desapareció para
siempre...
T:
En Ediciones
La Urraca publicaste durante los años ochenta varias obras
inolvidables, Merdichesky, Las puertitas del señor López,
Slot Machine, El último recreo. Creo que todas ellas poseen un
denominador común: actitud de reproche y crítica hacia el gobierno,
repulsa manifiesta hacia la manipulación por el poder y cantos a la
libertad.
CT:
Las
revistas de La Urraca y su propietario, Andrés Cascioli, te daban
muchas posibilidades de explorar cosas que nadie te publicaría. Uno
aprovechaba esa posibilidad. Y hacía algunas cosas distintas a las
que se podían hacer en revisas de cómics “normales” o en el diario.
Yo pienso que aproveché muy bien esos momentos.
T:
Se ha laureado
El último recreo como lo mejor de la dupla Trillo / Altuna,
una historieta de esperanza, de abrazo de la vida, de rituales, de
amor puro y verdadero… ¿Es cierto que surgió en octubre de 1981 en
una visita que le hicisteis Altuna y tú a Toutain?
CT:
No recuerdo muy bien el episodio pero me parece que Toutain me
aprobó una historia que me había pedido para dar a dibujar a uno de
los artistas que trabajaban con él. Y coincidió este hecho con que
Altuna viajó para radicarse en España. Fue así que terminó
dibujándola él.
T:
Con Charlie
Moon denotas ya una intención de desarrollar la obra con miras
internacionales, ¿quisiste alejarte de una temática
argentina?
CT:
Charlie
Moon,
en la fantasía de un primer momento, iba a ser Carlitos Luna.
Pero nos pareció, en aquel momento, que un toque de
internacionalidad le iría mejor. Pero no sé si las cosas pierden
identidad de origen porque transcurren en Mongolia. A mí me parece
que no.
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