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LA EDAD
DORADA DE LA HISTORIETA ARGENTINA
T:
En
Aventuras, revista de Horacio Gutiérrez de 1948, destacaban
Novello, Verona, Taggino y el autor de
“El delator” y de “El jorobado de Notre Dame”, un tal Alberto
Breccia.
¿Qué
opinas de la obra de Breccia previa a Hora Cero?
CT:
Alberto
Breccia no fue un dibujante relevante hasta que dejó de seguir el
estilo de Emilio Cortinas en Patoruzito. Allí, evidentemente,
abandonó la influencia de Raymond para pasarse a los "caniffistas",
entre los que ya descollaba Hugo Pratt. Y a partir de allí, los
contrastes de blanco y negro se fueron agigantando hasta llegar a
sus períodos de deslumbrante expresionismo.
T:
Paralelamente,
a finales de los cuarenta, llegaron Civita y el equipo de Editorial
Abril y pusieron en marcha una revolución editorial. Primero con
Salgari, plena de autores italianos; luego con Misterix,
que incluía a Campari y Ongaro y otras tiras también italianas;
luego con Rayo Rojo. ¿Te infundieron estos tebeos el deseo de
ser guionista?
CT:
Las
publicaciones de Editorial Abril eran las que más me interesaron
siempre, desde que comencé a leer. Entre mis primeras lecturas
estaban aquellos libros de cuentos -los Pequeños Grandes Libros-,
de formato cuadrado, que tenían el texto en las páginas pares y el
dibujo en las impares y que convertían en “cuento” las viejas
historietas de Flash Gordon, de Mickey, de Popeye, de Brick
Bradford, de Red Ryder. Y también la colección Bolsillitos. Y
la aún hoy modernísima revista Gatito, donde escribían
Oesterheld, Boris Spivacov, Beatriz Ferro, Pedro Orgambide, y
dibujaban Csecs, Breccia, Alberto del Castillo, Chacha, todos ellos
autores y artistas con gran sensibilidad para llegar a la infancia.
A la historia de Gatito se sumaba Inosito y Perrito
Doctor, una gran creación de Alberto Breccia que nunca fue
reeditada. Y El pato Donald, la revista que compendiaba lo
mejor de la producción Disney de finales de los años cuarenta y
comienzos de los cincuenta, en la que descollaba (supe muchos años
después que era él ) Carl Barks con su infatigable imaginería y su
impresionante sentido para contar buenas historias.
Leí poco
Salgari en aquellos años, algo más Rayo Rojo y, sobre
todo, consumí durante años las aventuras que publicaba Misterix.
Allí aprendí a reconocer los textos de Oesterheld, que siempre
fueron, junto a los de Barks -y sigo hablando de mi infancia y primera adolescencia- los
que más me conmovieron y sorprendieron. Y vi el desarrollo
vertiginoso de Hugo Pratt. Y conocí la expresividad de Paul Campani
que fue sucedido en “Bull Rockett” por Solano López, un dibujante de
calidez y dramatismo sorprendente para los ojos de un niño de
entonces.
T:
“Bull Rocket”,
junto a “Sargento Kirk”, en Misterix, junto a “Alan y Crazy”,
en Cinemisterio, y “Lord Commando”, en Rayo Rojo, son
obras todas obras del guionista Oesterheld ¿Cómo recuerdas hoy sus
primeras obras?
CT:
Me acuerdo
perfectamente la compleja relación que el autor establecía entre el
personaje protagónico y sus caracteres secundarios. Cuando
Oesterheld dijo, en un prólogo a su El Eternauta que no
concebía al héroe solitario sino al héroe en grupo, no estaba
hablando de esta obra capital en su producción, sino de toda su
obra. “Bull Rockett” no podría haber existido sin Bob Gordon, Pig,
Mama Pigmy, su misterioso hermano, Curzon, su corresponsal
telepático africano. Y “Kirk” no habría sido lo que fue sin el
Corto, sin Maha, sin el Doctor Forbes, sin Reina, la chica del
saloon, sin su grandioso enemigo, Corazón Sutton. Solo Emilio
Salgari con su Sandokan me motiva tan poderosos recuerdos de los
personajes que rodeaban a su héroe principal.
T:
A mi modo de
ver, compartido por otros, heredas como escritor la visión que
Oesterheld tenía del heroísmo, y de la vida como sucesión de
desencuentros y desencantos.
CT:
Luca Raffaelli, un gran animador del mundo del comic en Italia, en
un reportaje, me hizo notar -y recuerdo que había hecho una larga
lista de influencias en temas y personajes de los que yo era autor-
cuán marcada estaba mi producción por la de Carl Barks. Me
sorprendió mucho, porque Barks fue un autor que leí con devoción.
Como Oesterheld. Como después el realismo mágico, o Borges, o Italo
Calvino, o Dashiell Hammett, o Chandler, o tantos que a uno van
formando o deformando hasta hacer que haga las cosas de determinada
manera al incorporarle sus propias vivencias personales, su anclaje
social. Uno es todo lo que ha leído, decía Borges, ¿no?
T:
O todo lo que
ha creado, si le confieres la importancia debida... Muñoz ha
declarado que estudió pintura entonces con Humberto Serantonio, a
quien ocultaba su labor de historietista. ¿Era culturalmente tan
“clandestino” hacer historieta durante aquellos años?
CT:
No lo sé. Era un trabajo para ellos y faltaba un tiempo para que los
historietistas se animaran a sentirse artistas. Pero de ahí a que lo
ocultaran... Tal vez lo escondían los que querían ser pintores,
porque estaba muy mal visto en los círculos de la llamada cultura
superior que un artista ensuciara sus manos cobrando unos pesos por
hacer historietas. Pero yo en los cincuenta y hasta ya entrados los
sesenta fui solo un lector de historietas, no conocía los pormenores
y vergüenzas de la profesión.
T:
Con respecto
al humor, Quino ha comentado que entre 1954 y 1964 se les prohibía a
los humoristas gráficos hacer chistes relacionados con la religión,
con el sexo, con los militares y que «atentasen contra la familia».
¿Conoces de qué manera se llevaba a cabo la censura / autocensura en
las redacciones editoriales de entonces?
CT:
Los
finales del peronismo en el poder (Perón cayó en 1955) fueron años
de bastante censura. Pero en el año 1957 apareció Tia Vicenta
que se encarnizó con los políticos. Y siempre hubo nichos para las
revistas con chistes de sexo. Me acuerdo de un par, Dinamita y
Cabeza fresca, que circulaban casi clandestinamente entre los
adolescentes en el colegio. Pero eran
revistas de quiosco, con periodicidad, se podían comprar a la luz
del día. Obviamente, en algunas publicaciones más próximas
ideológicamente a sectores eclesiásticos, o políticos, o militares,
las censuras funcionaban (y, me parece, siguen funcionando, en Argentina y en
el mundo) de maneras diversas.
T:
A finales de
los cincuenta funcionaba ya la Escuela Panamericana, con magisterio
de A. Breccia ¿qué supuso?
CT:
Poco puedo decir. No dibujo. No estudié en esas escuelas. Sé que
salieron de la Panamericana algunos tipos muy valiosos, como Oscar
Grillo, ese genio de la animación que vive en Londres, o José Muñoz.
En un ciclo posterior, luego de un cisma en la Panamericana,
apareció la Escuela de Directores de Arte (IDA) que dirigía Breccia.
Allí aparecieron alumnos con enorme potencia profesional, como Mandrafina. Eran emprendimientos muy serios que barrieron con los
cursos mediocres que había habido hasta entonces.
T:
El
año 1957 marca un antes y un después en la historieta, porque surgen Hora Cero y Frontera, donde se operaba un
alejamiento del maniqueísmo y un acercamiento a una historieta de
interés humano, más ambigua, la dibujada por Pratt, Solano, Roume,
Breccia, Pavone, Haupt, Moliterni, A. del Castillo. Somos varios los
que creemos que la historieta “moderna” surge con Hora Cero.
¿Qué supusieron para la historieta argentina y para ti aquellas
publicaciones?
CT:
El ´57, lo
escribimos con Saccomanno en la Historia de la Historieta
Argentina, fue un año de enorme renovación en el campo de la
gráfica periodística. Hora Cero
y Frontera y Tía
Vicenta se impusieron y marcaron la caída para siempre de
algunas maneras ingenuas de contar, de ciertos tics que hasta
entonces habían soportado las revistas de los géneros historieta y
humor. La ironía sobre los hechos políticos y la maduración temática
y técnica de la aventura se impusieron, creo que para siempre.
El ´57 marcó
un gran cambio, una nueva fundación. El humor avanzó sobre los
diarios, se incorporó como suplementos dominicales, ocupó espacios
que nunca volvió a perder. Y la historieta tuvo el problema de los
precios. Hacia 1960, o 1961, algunas grandes empresas de cómics de
Inglaterra hicieron ofertas imposibles de rechazar a los mejores
dibujantes argentinos y eso debilitó a Hora Cero y
Frontera y llevó a la Editorial Columba a masificar su
producción disminuyendo la calidad de sus historias. A Hora Cero
eso la mató. A Columba le produjo una larga primavera en las
ventas (sobrepasando los 100.000 ejemplares de tirada su cinco
revistas en circulación) porque, seguramente, se dirigía a un
público menos preparado y al que no tenían ni la más remota
intención de mejorar mostrándole cosas de mayor calidad.
T:
Tú comienzas a
trabajar en el medio en 1964, durante ese período en el que cerraban
cabeceras como Frontera, Misterix, Patoruzú, Rico Tipo…
Relátanos tus primeras experiencias con Ediciones García Ferre y al
lado de Alejandro Dolina, por favor.
CT:
Con García
Ferré, un gran empresario que había creado el personaje Anteojito,
trabajé aportando ideas a sus propios personajes, escribiendo mis
primeros guiones, pero nunca sobre ideas mías. Con Alejandro Dolina,
hoy un gran comunicador radial y, desde siempre, un escritor
talentoso, hicimos muchas cosas juntos. Hasta una obra de teatro que
jamás se llegó a estrenar. Con él trabajé en mi primer empleo como
redactor de una agencia de publicidad, la del canal 13 de televisión
y, desde allí, inventamos algunas cosas que me siguen pareciendo muy
divertidas, como los cuentos que narraban las aventuras de “Tony
Ávila, el Detective Poeta”. Luego, ya en 1972, hicimos una de las
duplas de esa extraña revista llamada Satiricón donde todos
los que escribíamos lo hacíamos en
en colaboración (Ulanovsky y Mactas, Guinzburg y Abrevaya, Dolina y
yo).
T:
Entre los años
1964 y 1968 colaboraste con Patoruzú. Háblanos de tu relación
con las ediciones de Quinterno.
CT:
Yo trabajé
mucho en el semanario Patoruzú, una revista que a las
aventuras de su personaje central sumaba cuentos, notas de color,
relatos gráficos, personajes que habían sido
sido en décadas anteriores
muy populares. Cuando
yo empecé a escribir cuentos para Patoruzú Semanal, la
revista estaba ya en una pendiente pronunciada de la que no se
recuperaría. Pero la editorial estaba explorando el gran filón que
representaron las revistas apaisadas que traían aventuras completas
de El indio Patoruzú, su padrino Isidoro, y el pequeño Patoruzito,
con las que produjo un renovado boom editorial que supo
alcanzar tiradas de cientos de miles de copias. La revista
Patoruzú desapareció antes de la llegada de los años setenta
mientras las monográficas con los héroes creados por Dante Quinterno
atravesaron airosas los quince años siguientes.
Nunca conocí a
Quinterno, un tipo que cultivaba el misterio y no se dejaba ver sino
por sus colaboradores más próximos.
CUADRITOS BAJO
LA REPRESIÓN
T:
La deposición
de Frondizi en 1962 tuvo lugar en un marco de tensión social y
algunos profesionales optaron entonces por emigrar: Fahrer, Solano
López, Pratt ya en 1964, Blotta en 1966, Oski… Solano López volvió
de Europa en 1967 tras su estancia en Londres para fundar su propio
estudio con el mismo objetivo: producir aventuras bélicas como
longanizas destinadas al mercado británico ¿qué opinión le merece
esta forma de hacer historietas?
CT:
Dibujantes
argentinos en los sesenta se fueron muchos y a una gran cantidad les
fue muy bien. Los Estados Unidos albergaron a unos pocos, Europa a
los más. Todos coinciden en que se aburrían mucho trabajando para la
Fleetway, por ejemplo, pero ganaban muy buen dinero. En el caso de
Solano, si pensamos que la historieta es, además de una forma de
expresión, un trabajo, no me parece nada más que eso. Era Solano un
gran dibujante, un artista importante que, en ese momento,
necesitaba ganar dinero y tenía la posibilidad de hacerlo.
Creo que todos los historietas de aquella camada han hecho cosas
similares. Ahora, no habiendo tantas tentaciones, nos las damos más
de autores….
T:
Desde que
Ongaría asumió el poder en Argentina, según Sastuarin, la historieta
se estancó como medio, se estereotipó en su producción, se volvió un
producto por lo común maniqueo… ¿Cree que tuvo algo que ver algo el
gobierno militar?
CT:
La
decadencia de esa línea que muchos nos empeñamos en reivindicar, la
de Hora Cero y Frontera, había decaído bastante antes.
El mercado estaba dominado por Editorial Columba, por entonces, una
empresa reaccionaria, más papista que el Papa donde tenía que estar
claro dónde estaba el bien y el mal. La decadencia, en todo caso,
fue temática, los factores fueron múltiples (las ya nombradas
ofertas del mercado internacional, por ejemplo), y Columba se adueñó
de un mercado. O, mejor dicho, expulsó a muchísimos lectores hacia
otras lecturas, lejanas de la historieta.
T:
Aparte de la
singular forma de selección de que Antonio Presa hacía gala en
Columba, se ha comentado que allí se obligaba a los dibujantes a
imitar el estilo de Casalla y de otros veteranos de la casa (al
igual que en Marvel se indicaba a los neófitos que debían imitar a
Kirby, por ejemplo) ¿era verdad? Por cierto, en Columba trabajaba
Sergio Almendro, que era un gendarme, un “milico” ¿qué implicaciones
tenía esto, de ser cierto?
CT:
Columba tenía la necesidad de producir, no sé, ochocientas páginas
mensuales de historietas. Pedía a los primerizos seguir a sus
dibujantes estrella, eso, como hacía la Marvel. De esa manera
convertían a manos poco hábiles en eficaces "llenadores" de hojas
Schoeller.
Ideológicamente, ya lo he dicho, era una editorial reaccionaria y
maniquea. Almendro, puede ser que haya sido un milico. Y Ray Collins
un policía. Pero más que la procedencia uniformada de sus guionistas
les importaba que los tipos fueran útiles a su rígida manera de
contar.
También Oesterheld trabajó bastante para Columba a fines de los años
sesenta y ya entrados los setenta, cuando se había desmoronado su
emprendimiento editorial y estaba acosado por las deudas. Sin
embargo contó, como siempre había hecho, buenas historias. Como
había que poner excesivas cantidades de texto, transformó los
cuentos breves llenos de morcilla en novelas de gran aliento
plagadas de acontecimientos. En lugar de escribir un cuento de 12
páginas lleno de letras superfluas, el tipo condensaba un novelón a
lo Dickens, o a lo Stevenson, en esas mismas 12 páginas.
Seguramente, su talento pudo más que las rígidas condiciones de la
editorial. Estoy seguro de que nunca se ha de haber avergonzado de
algo que escribió para Columba.
T:
Algún autor ha
recordado las mafias que dominaban la distribución de las revistas
argentinas durante los años sesenta, y citaba el caso de La Playa,
donde José Alegre (un seudónimo) hacía tratos con la pistola al
cinto ¿Sabías de estos manejos?
CT:
Las historias sobre estas mafias de la distribución de diarios y
periódicos son una leyenda aquí. En los años veinte, el diario
Crítica, para imponerse, debió salir con los camiones de
distribución custodiados por hombres armados. La Playa era, y es, el
sitio donde los editores llevan todas sus publicaciones de quiosco.
Todos los distribuidores tienen una oficina allí y dan salida a los
materiales que llegan cada día de las imprentas. Con la distribución
mafiosa puede que hayan tenido problemas los grandes diarios pero no
creo que a estos pistoleros del ayer interesaran las revistas de
historietas, francamente.
T:
En
1968, Masotta y Lipszyc montaron la Primera Bienal Mundial de la
Historieta. ¿Qué supuso realmente aquel acontecimiento, qué
significó y a qué condujo? Al hilo de lo anterior, entre noviembre
de 1968 y enero de 1969 aparecieron los tres números de la
publicación teórica LD (Literatura dibujada). ¿El esfuerzo de
Masotta y sus colaboradores fue importante para la historieta
argentina?
CT:
Masotta, Oscar Steimberg, Martín Mazzei, Pino Milas, produjeron esa
revista memorable para acercar la historieta a la mirada de los
teóricos. Mazzei y Milas, dos diseñadores gráficos fuertemente
influídos por el comic, hicieron un gran trabajo proponiendo desde
el diseño formas emparentadas con las historietas. Y Masotta, por
poco tiempo porque murió, y Oscar Steimberg hasta nuestros días, han
ocupado buena parte de sus arsenales teóricos para “leer” desde la
semiótica, la sociología y el psicoanálisis, a lo más importante de
la producción historietística argentina y mundial.
T:
Todo lo que
hacía Robin Wood era para Columba. Tú, nada para Columba. Yo le veo
a él más comercial y a ti más creativo,¿ que os diferenciaba en
vuestra visión de la historieta?
CT:
¿Una
manera de ver el mundo, tal vez?
Yo hice una carrera menos habitual que otros guionistas de
historietas. Primero, porque trabajé con personajes ajenos en las
revistas de García Ferré. Después, porque empecé a desarrollar
guiones en Satiricón, revista paródica que no habría tolerado
una aventura clásica. Luego, porque en 1975 estaba trabajando en
Un tal Daneri y en El Loco Chávez. Y poco más tarde
porque pude escribir algunas cosas interesantes en Skorpio.
En 1978 me dieron un Yellow Kid y me iba instalando como autor en
territorios más interesantes. Es cierto, Columba nunca me interesó.
Es más, he escrito solo y con Saccomanno algunas cosas sobre su
maquinaria de producción. Es cierto también, a veces es uno mismo el
que obliga a la suerte o a la casualidad.
A todas estas tareas, además, yo sumaba trabajos más o menos
permanentes como creativo en agencias de publicidad, que era un
ejercicio notable (síntesis – sorpresa – “pum en el ojo”) que se
podía aplicar a mis intereses como guionista de historietas.
T:
Pasemos a otra cosa. Gente, revista que cobijó primeramente a
El Eternauta, había suspendido su publicación en 1969, cuando
el panorama político y social era convulso. Algo se avecinaba turbio
en la economía nacional y muchos decidieron trabajar para otros
editores, como Fleetway: Breccia, Pratt, Del Castillo, Domínguez,
Napoleón, Arias, Durañona, Moliterni… En 1970 se rajó Zarate,
Sampayo en 1971, Muñoz en 1972. Entre 1971 y 1974 se fueron del país
Jiménez, Wood, Trigo… Tú no. Te quedas. ¿Por qué?
CT:
En esos
años estaba poco enterado de las migraciones y exilios
profesionales. Mis primeras historietas como autor integral son de
1973 y es a partir de ahí que comienzo a contactarme con algunos
artistas del medio.
Yo me quedo porque estoy trabajando mucho en agencias de publicidad,
porque mis primeras historietas con personaje, Un tal Daneri
y El Loco Chavez, son de 1975 y una hace un rápido circuito
europeo que no me obliga a irme y la otra se publica en un diario
argentino y se trata de una historia de costumbres y de actualidad,
así que aquí seguramente la escribiría mejor que viviendo en Milán.
Nunca sentí la necesidad de irme. Tampoco sufrí amenazas “serias”
que me asustaran en los años de la dictadura. Trigo, recuerdo, se
asustó porque él dibujaba La guerra de los antartes, con
guión de Oesterheld en un diario que fue prácticamente dinamitado en
aquellos años. Giménez vivía en Mendoza, una provincia
andina, y siempre dijo que para hacer historietas se tenía que ir de
su casa. A Buenos Aires o a Madrid era lo mismo y lo tentaba mucho
más la segunda posibilidad porque le abría un mundo profesional
mucho más amplio. Tenía razón, por cierto.
T:
Columba y
otros sellos sobrevivieron durante los años setenta con fórmulas
como las de D’Artagnan, Fantasía, El Tony… ¿consideras que
aquel hacer historieta, más digerible, perjudicó a la historieta
argentina en general?
CT:
Columba era el cine de Hollywood (más feo, eso sí), ese de los
grandes estudios que solo van sobre seguro y producen cosas que han
sido probadas con anterioridad. Eso no quita que, paralelamente,
exista un circuito más “independiente”. Pero, por alguna razón, una
de las cuales fue seguramente económica, los artistas con más
capacidad de experimentación no crearon circuitos independientes
(como ocurre en el cine, donde el artista es muchas veces capaz de
poner en riesgo su patrimonio) y corrieron siempre en pos de ofertas
que les permitieran vivir dibujando o escribiendo cómics sin el
peligro de no poder pagar la tarjeta de crédito a fin de mes.
T:
¿Es verdad que
Hora Cero, pese a que vendía bastante tuvo que cerrar debido
a la tirada clandestina que hacía por su lado el impresor?
CT:
Eso se ha
dicho mucho. Y me parece que lo creo. Los editores grandes de
aquellos tiempos mandaban un hombre de confianza a la imprenta a
controlar el tiraje y a romper los “cilindros”. Oesterheld dijo
alguna vez que él ni sabía que había que hacer semejante cosa...
T:
Rubén Sosa y
José Muñoz crearon en 1971 un Sindicato de prensa para agrupar a los
profesionales de los cómics en Argentina ¿Es verdad que fueron
elaboradas listas negras de los dibujantes que participaron en
aquella intentona grupal? También entonces se fundó la Asociación de
Dibujantes donde militaban Mandrafina, Altuna, Broccoli,
Garaycoechea, Macagno, ¿qué se logró con aquella lucha gremial?
CT:
No sé, creo que lo del segundo grupo son posteriores. Me parece,
visto a la distancia, que intentaban separarse de la Asociación de
Periodistas, que cobija a todos los que trabajan en medios gráficos,
dibujen, escriban notas, gacetillas o guiones de cómics, en lugar de
sumar fuerzas con ellos. Pero no lo tengo muy claro porque aquella
organización se llamaba Asociación de Dibujantes, y como no incluía
a los que escribíamos guiones nunca me convocaron para ningún tipo
de actividad.
T:
En tu caso, en
1972 te incorporaste como redactor y guionista a la revista
Satiricón, una publicación que pese al ambiente político
dominante se mostraba agresiva, con mensajes en la portada del tipo:
«El demonio nos gobierna» o «El auge de la cultura anal» ¿Qué
riesgos pudisteis correr los autores y los directores de la revista;
no fue aquello una temeridad?
CT:
Eran años de gran efervescencia. Pero Satiricón significó un
“corrimiento” de los límites de la prensa escrita y durante tres
años fue la gran revista contestataria. En 1975 la clausuró Isabel
Perón. En ese entonces yo era jefe de redacción de otra revista,
Mengano, predominantemente de humor, mucho más pacata porque la
pagaba un gran editor que no quería problemas con nadie. Me acuerdo
que la noticia nos impactó. «Es una desgracia -decíamos, aunque
habían descabezado a nuestro poderosísimo competidor-, porque los
próximos seremos nosotros». Y así fue, pocos días después del golpe
militar de marzo de 1976, levantaron a Mengano de los
quioscos para siempre por orden de los militares.
T:
¿Tú por qué dejaste
Satiricón para irte a Mengano?
CT:
Por una oferta que incluía a mis mejores amigos de Satiricón:
Dolina, Limura, Amengual, Broccoli. Y a Martin Mazzei, el mítico
diseñador de LD, y a Carlos Marcucci, un humorista que aprecio mucho
y que es uno de mis mejores amigos. El grupo era muy bueno, estaba
Osvaldo Soriano que era un monstruo de la narración periodística,
José María Jaunarena, un maestro de periodistas, nuevos humoristas
como Sanyú y Serguei. Y estaban Quino, Oski, hasta Breccia, en algún
número. Lastima que nos topamos con una censura editorial que no nos
permitió desarrollar nuestras mejores ideas...
T:
Altuna ha
afirmado que Saccomanno y tú os enfrentabais desde Satiricón
y Skorpio al establishment de la historieta, que
entonces lo constituían Wood, los hermanos Villagrán, Columba, en
fin ¿Era así?
CT:
Nosotros,
Saccomanno y yo, escribimos mucho sobre la historieta. Columba
producía esas aventuras adocenadas que atrasaban veinte años con
relación a las ya desaparecidas Hora Cero y Frontera.
Puntualizábamos esas cosas. Hacíamos, tal vez, un poco, crítica de
cómics. Y como de los cómics se habla solo en revistas de cómics,
nosotros lo hicimos desde SuperHUM®, desde El Péndulo,
desde Skorpio. En Skorpio sin embargo nos limitábamos
a hacer crónica, sin entrar en las polémicas de actualidad.
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