UNA MIRADA AL
PASADO
Tebeosfera:
Desearíamos que la entrevista discurriese de modo que los lectores
de Tebeosfera conociesen la historia de la
historieta en tu país, así que comenzaremos con los inicios del
medio allá: ¿Qué importancia y trascendencia crees que tuvo lo publicado
en Caras y Caretas? ¿Y Billiken, fundada en 1919 por
Constantino C. Vigil y que servía historietas con talante didáctico,
adaptaciones literarias y transposición de episodios nacionales a
viñetas?
Carlos Trillo:
Después de mediados del siglo XIX, en el período posterior al
gobierno de Rosas, un dictador que amordazaba a la prensa, como
suele ocurrir, aparecieron los presidentes liberales que permitieron
una gran libertad. En medio de ese hecho, llegaron a Buenos Aires un
grupo importante de dibujantes franceses y españoles educados en el
arte de la caricatura y la sátira. Ellos fueron los que dieron
origen primero a El Mosquito (de Meyer y Enrique Stein),
Don Quijote (del español Eduardo Sojo) y por fin a Caras y
Caretas (del español Eustaquio Pellicer y su compatriota Manuel
Mayol), donde se ridiculizaban políticos y costumbres, se observaban
los cambios que la inmigración europea iba produciendo en los
hábitos de la sociedad y se hacía escuela porque, detrás de esos
pioneros “importados” comenzaron a aparecer los grandes dibujantes
locales,
comenzando
a cimentar eso que, con los años, se dio en llamar “escuela
argentina de dibujo”.
De estos primeros
maestros llegados de Europa surgirían, por ejemplo, las primeras
historietas nacionales, como Viruta y Chicharrón (con enorme
influencia de Happy Hooligan, de Opper) y Sarrasqueta
(ambas del español Manuel Redondo). El Negro Raúl, la
historieta del argentino Arturo Lanteri, apareció tres años después
de Sarrasqueta, en 1916. Como esta historieta contaba bajezas
de las clases altas locales, inmediatamente se hizo muy popular y su
dibujante fue convocado por otros editores y crea Tijerita
(1918) y Pancho Talero (1922).
Todos
leímos Billiken en nuestra infancia. En los años cincuenta
era la revista de mayor circulación de la Argentina y su tirada
superaba los 500.000 ejemplares. Vigil era un señor reaccionario que
escribía máximas de vida para los niños (bastante horribles, vistas
desde el ahora), pero su publicación tenía, para nosotros, el
encanto de la aventura: largos relatos, historietas, un humor
ingenuo y entrañable, nos atrapaba semana a semana. Se podrían decir
cosas espantosas acerca de la ideología de este antiguo (y aún
existente) semanario. Pero nos acercaba a la lectura de algunos
viejos clásicos de -por ejemplo- Gaston Leroux, a las historietas
norteamericanas (Billiken fue el primer editor de Superman en
Argentina, por ejemplo), a los relatos de Fola y Vidal Dávila,
sucesores seguramente de los personajes de Rudolph Dirks y otros
viejos maestros.
T:
Sí, pero quien introdujo
de lleno los temas y géneros norteamericanos fue Ramón Columba;
desde los años veinte con Raúl Roux dibujando aventuras para El
Tony, y en los treinta con Cazeneuve, Rojas y otros. Has
declarado haber repudiado las revistas de Columba ¿creías que
llevaban algún mensaje propagandístico implícito?
CT:
Las revistas de
Editorial Columba no fueron siempre iguales durante su larga vida.
Durante muchos años publicaron éxitos del radioteatro, adaptaciones
de clásicos, tiras diarias norteamericanas pasándolas al formato de
página (con enormes mutilaciones). Pero hubo un momento, después de
la muerte de su editor original, Ramón Columba, en que las revistas
perdieron su periodicidad semanal y se transformaron en productos
machaconamente reiterativos, nimbados de “verdades” ideológicas de
tinte reaccionario. No sólo eso, además se fue transformando en una
factoría donde un dibujante cobraba diez por página (por decir una
cifra cualquiera) si producía veinte páginas mensuales, pero cobraba
veinte por página si producía cuarenta páginas. Además, la editorial
no restituía los originales a los creadores de los personajes y
generaba historias de un maniqueísmo fenomenal. En fin, entre fines
de los años sesenta y fines de los ochenta, cuando empezó su
vertiginosa decadencia, Columba reinó en los quioscos argentinos y,
creo, provocó el desinterés que fue invadiendo a los lectores hasta
la extinción de la revista popular de consumo masivo.
T:
Volviendo al
pasado, a lo gauchesco (lo criollista, la mitología genuinamente
argentina)... lo desarrollaron sobre todo: Raúl Roux (con “El tigre
de los llanos”, en 1929), Enrique Rapela (“Cirilo”, 1939), Walter
Ciocca (“Fuerte Argentino”, 1953), Casalla y Cao (“Cabo Savino”,
1951), y luego Oesterheld, Arancio, Roume y otros pocos hasta llegar
a la mitología gauchesca que dibujó Breccia para SuperHUM®…
¿Se ha echado en falta más historietistas argentinos comprometidos
con este apartado de la identidad nacional?
CT:
Lo gauchesco
constituyó siempre un subgénero, una especie de western
argentino que, durante décadas tuvo una enorme repercusión. El muy
popular diario vespertino La Razón debía un buen numero de
sus muchos lectores a las aventuras de “Lindor Covas, el cimarrón”,
que llevó adelante durante décadas Walter Ciocca. Ciocca, como
Rapela, el dibujante de “El Huinca”, que paseó por otros diarios y
varias revistas, eran profundos conocedores del hombre de campo,
sabían cómo gauchos e indios ponían los aperos y los estribos a sus
caballos, entendían de animales, sabían dibujar el caballo criollo
con su particular alzada. Además, las historias que creaban eran muy
humanas, aventuras del tipo del film americano Soldier Blue
se vivían en las páginas de las revistas de historietas décadas
antes de ese revisionismo norteamericano sobre el papel de los
indios en la historia, etc.
Ciocca, a quien
seguramente habrá que recuperar como enorme creador de historietas
en Argentina, produjo durante muchos años, en solitario, las
historias de “Lindor Covas” (y antes de “Hormiga Negra”, también en
el diario La Razón). Pero también trabajó con un historiador
muy documentado, Hugo Portas, en Misterix con su “Fuerte
Argentino”. Y tanto Portas como Oesterheld tuvieron siempre miradas
humanistas sobre la historia, y los buenos y los malos podían
pertenecer a cualquiera de los bandos. No es casual que, cuando
fundó su Editorial Frontera, a Oesterheld lo hayan tildado de nazi,
sólo porque en la billetera de los soldados alemanes había fotos de
hijos pequeños y cartas que los hacían suspirar de amor...
T:
Dante Quinterno
fundó Patoruzú en 1936, y Patoruzito en 1945,
demostrando gran olfato para elegir a los equipos creativos y
combinando humor y aventura en ambas publicaciones ¿qué opinión te
merece esta combinación, en una revistas de talante tan conservador?
CT:
Quinterno creó
Patoruzú con un criterio de estanciero rico. Era un indio pero
era enormemente rico y había a su alrededor muchos indios malos,
ignorantes, ambiciosos.
Quinterno
ridiculizaba a los judíos, los hacía avaros, codiciosos, feos, con
sus narices ganchudas. Quinterno editorializaba a favor del
conservadurismo que trataba de impedir las elecciones libres en su
Patoruzú. Pero era, además (tal vez como Hergé) un increíble
narrador de aventuras y los personajes de su historieta fueron,
todos ellos, grandes pinturas de tipos humanos con carnadura humana.
Su revista contenía esa carga ideológica que acabamos de describir,
pero permitía a otros grandes autores (que siempre supo elegir con
ojo clínico) desarrollar sus maravillosos mundos.
En sus revistas
trabajaban Battaglia y Ferro, dos creadores de talla descomunal en
la historieta y el humor argentinos. También, Leonardo Wadel,
un
guionista enamorado de los viejos folletines decimonónicos que
presentaba sus historias con una ingenuidad irresistible. Y entre
los dibujantes “serios” descollaban Tulio Lovato con su “Rinkel el
Ballenero”, Joao Mottini con los movimientos casi animados de su
“Aurelio, el audaz”, Emilio Cortinas, que dibujaba “Vito Nervio”. Y
después, Alberto Breccia, que comenzó su increíble evolución cuando,
un día, a comienzos de los años cincuenta, cambió la fisonomía de
Vito Nervio y lo convirtió en uno de los grandes momentos de la
historieta de aquellos tiempos.
Dante Quinterno,
sin embargo, no podía tolerar los excesos de libertad que se tomaban
algunos creadores. Por eso, seguramente, rechazó las muestras que le
había llevado Hugo Pratt para una historieta con mongoles que, a
juzgar por los pocos dibujos que se conservaron, habría sido otro
gran momento del cómic argentino de los años cincuenta.
T:
José Luis Salinas
dibujó en Patoruzú desde el inicio de su andadura editorial,
y también dibujó junto a Foster en El hogar. Alex Raymond
supuso el modelo de muchos autores estadounidenses; imaginamos que
su émulo en el Sur, el pulcramente documentado Salinas, influyó
sobre muchos argentinos que anteponían la estética frente a la
narrativa en sus obras.
CT:
José Luis Salinas
fue uno de los más grandes ilustradores argentinos. Sus trabajos
para la publicidad y para representar soldados o animales
constituyen piezas preciosas. Salinas era un dulce ilustrador
infantil y un aguerrido y documentado representador de grandes
momentos bélicos de la historia. El gran afán perfeccionista
seguramente lo volcó a la historieta. Muchas veces porque
simplemente se limitó a “ilustrar” obras famosas de la literatura
con enormes textos en cada viñeta (como hacía Harold Foster con
El Príncipe Valiente). En Cisco Kid, una historieta que
le encargara el syndicate King Features en los años cincuenta
y que llevó adelante por muchos años, intentó liberarse del
“fosterismo” y realizó, con gran meticulosidad, una de las strips
mejor trabajadas desde el dibujo en la historia de las dailies.
T:
Durante los años
cuarenta hubo gran presencia de historieta yanqui en la prensa
argentina, al menos en las páginas de Crítica, La Prensa,
Noticias Gráficas, La Razón. Patoruzito publicada en
aquellos años “Rinkel el ballenero” o “Vito Nervio”, que antes
citaste, ambas de espíritu nacional pero ya influenciadas por
lo americano ¿no?
CT:
Lo que en Italia
he oído llamar “La escuela argentina de dibujo” es, casi sin duda,
la traslación a las páginas de las revistas del remontaje de las
grandes historias para diarios que, en nuestro país, se remontaban
para su publicación en formato revista. Los dibujantes de tiras
diarias norteamericanas de los años treinta y cuarenta, por la
velocidad de su trabajo y por el reducido espacio que le ofrecían
los periódicos, resolvían las historias con excesiva abundancia de
primeros planos, de sugestiones, de utilizar una parte por el todo
(como por ejemplo resolver un puerto con una grúa colgando o una
batalla con una mano aferrando con fuerza un fusil). De esa forma se
dibujó en Argentina durante años para las revistas.
La deformación
casi caricatural de esa fórmula la aplicó con ahínco la Editorial
Columba, que pedía a los guionistas redundar con los textos lo que,
de otra manera, en pos de la legibilidad, se verían obligados a
dibujar los dibujantes “perdiendo el tiempo” que les requería la
mole de la producción. Teníamos entonces a los Salinas y Arturos del
Castillo, que se aproximaban mucho a la ilustración. Y a los
dibujantes de gestos más que de ambientaciones. Hace unos años,
mostrando a un editor francés los trabajos de uno de los grandes
dibujantes argentinos, me dijo: «Este tipo sabe dibujar muy bien la
figura, pero no me permite darme cuenta de si sabe ambientar o
dibujar escenografía.» El tipo estaba hablando del estilo argentino
en general, sin darse cuenta, que estuvo tantos años a años luz de
la estética francesa del álbum.
T:
Cambiemos de
registro: Rico Tipo, fundada por Guillemo Divito, reinó en
los cuarenta sobre las publicaciones humorísticas argentinas y su
modelo de humor blanco fue imitado por algunas de las más populares
cabeceras de humor de editorial Bruguera, en España ¿ gustabas de
este tipo de humor?
CT:
Rico Tipo
apareció en una época de bienestar de la Argentina, prácticamente su
aparición en el año 1945 se correspondió con el nacimiento del
peronismo. Y sufrió -cosa que no le ocurría a Patoruzú-
muchos episodios de censura. Guillermo Divito, un contemporáneo de
Ronald Searle en el estilo, se dio cuenta enseguida que tenía que
tener cuidado con hasta qué lugar llevaba la crítica de costumbres.
Es sabido que ésta termina rozando las jerarquías del poder.
Por
eso eligió -y eligió bien- centrar sus dardos en el ridículo
cotidiano, en el nacimiento de una poderosa clase media, en la
belleza de las mujeres. Enseguida se dio cuenta de que en Argentina,
aun en los momentos más duros de la censura, el poder de la Iglesia
no llegó jamás a censurar un culo bonito.
Yo amé Rico
Tipo, el tandem Oski / César Bruto, las caricaturas de Abel
Ianiro, las estampas porteñas de Calé en su “Buenos Aires en
camiseta”, las “Chicas” de Divito son, para mí, junto a las revistas
Misterix, Patoruzito y Hora Cero y Frontera,
los momentos estelares de mi infancia de lector de cómics y de humor
gráfico.
T:
Hagamos historia.
Durante los años treinta y cuarenta la Argentina experimentó un gran
desarrollo cultural, cinematográfico, editorial, el cual fue roto
por la revolución militar en 1943, el año en que tú naciste; y en
1945 subió Perón al poder. Patoruzito había aparecido en
1945, como Intervalo; Salgari surgió en 1947 y en 1948
vieron la luz Aventuras y Misterix; Rayo Rojo,
en 1949; Cinemanía en 1950, a la vez que Fantasía…
¿qué factores se conjugaron para aquella efervescencia editorial
durante el gobierno de Perón?
CT:
Al ascenso social
de las clases más pobres, sin duda. Un niño como yo, muy humilde,
hijo de un chofer de taxi, podía leer una revista cada día de la
semana. Inolvidable: los lunes Billiken, los martes Pato
Donald, los miércoles El Gorrión primero y luego Hora
Cero Semanal, los jueves Patoruzito y los viernes
Misterix. A eso se sumaba el diario La Razón que mi padre
traía todas las tardes con su sábana de historietas y de humor. Y
las revistas femeninas y de chismes del espectáculo que leía mi mamá
y que, en general, también traían algún cómic. Hoy, la clase media
argentina está comenzando a dejar de leer el diario todos los días
por la caída vertiginosa de sus ingresos...
T:
La revista
inspirada por Ponzinibbio, Intervalo, según los estudiosos
usó la “coartada intelectual” de validar la
historieta mediante adaptaciones de literatura clásica a las viñetas. Por
veinte centavos brindaba “cómic adulto” ¿qué opinión te merece esta
propuesta de Intervalo en particular y esa actitud, en general, de
etiquetar la historieta como medio menor?
CT:
La
“culpa”, la “vergüenza” con que Intervalo encaró la
historieta en sus comienzos logró un efecto extraño: la convirtió en
una revista para señoras. Las mujeres, amas de casa muchas, tenían
más tiempo para leer las largas parrafadas que acompañaban los
dibujos de la adaptación en historieta de Los misterios de París,
por poner un ejemplo entre mil.
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