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ENTREVISTA A
LUIS GARCÍA. (3) |
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Entrevista de Jorge García, celebrada
entre
el 28
de agosto y el 28 de diciembre de 2004 por teléfono y correo
electrónico.
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[ Luis García
con Salvador Dalí. Fotografía
©
1973
Luis Sagnier.
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Entrevista dividida
en cuatro partes.
Leer parte: 1 |
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JG- Tú conociste a Salvador Dalí, ¿cómo fue el encuentro?
LG-
Lo conocí en 1973, me lo presentaron en el Hotel Ritz de Barcelona.
En una suite, rodeado de modelos, Dalí organizó una fiesta
para venderle un cuadro a una coleccionista norteamericana. Después
fuimos a cenar al restaurante Vía Véneto y, más tarde, a tomar una
copa al pub 240 de mi amigo Luis Sagnier, donde yo
exponía una colección de retratos a carbón de los personajes y
músicos que allí actuaban. Silke Hummel, la modelo preferida
de Dalí, me cautivó. Ella tenía que posar para él en el
taller de Portlligat. Dalí nos invitó a los dos al hotel que
había enfrente de su casa-taller. Silke y yo comíamos y
cenábamos en su casa. El comedor, de reducidas dimensiones, tenía
una mesa en forma de herradura, el mantel era la bandera española,
con el amarillo sobre la mesa y los laterales rojos colgando.
Dalí se sentaba en la curva, los demás en las rectas de la
“herradura”. Detrás de él, en la pared, colgaba una cabeza de
rinoceronte con unas enormes alas de águila. «Es mi ángel de la
guarda», decía mientras comíamos carabineros a la plancha
acompañados con champán rosado francés. Por la noche, en el jardín
de olivos que rodeaba una piscina con forma de genitales masculinos,
me pedía que posara para él: «Serás mi San Sebastián». Su
esposa, Gala, le disuadió: «Es poco corpulento».
Silke terminó el trabajo con Dalí y nos fuimos a París.
Entre otras cosas, me llevé las revistas de Warren donde se
publicaban mis historietas.
En 1973, después de observar mi trabajo en aquellas publicaciones
estadounidenses, el director de la revista francesa Pilote,
René Goscinny (guionista de Las aventuras de Astérix el
galo), un individuo de tez rojiza, amable, simpático y burlón,
me dijo en correcto castellano: «Eres como esos conquistadores
españoles que cruzaron el Atlántico buscando “El Dorado”. Harás una
serie para Pilote. ¿Qué prefieres? ¿Un guionista francés o
español?» «Español», contesté. Finalmente, había encontrado “El
Dorado” de la historieta a esta orilla del Atlántico, en Europa.
Dejé a Silke en París y me fui a Premiá de Mar (población
costera cercana a Barcelona) para consultar a mis amigos Carlos
Giménez y Adolfo Usero. Carlos me recomendó a
Víctor Mora como guionista idóneo para la serie; Adolfo
estaba de acuerdo. Víctor aceptó hacer los guiones para
Pilote: «Víctor –le dije-, quisiera que el personaje no
tuviera físico, que en cada historia sea distinto… No sé, piensa
algo que lo justifique». «De acuerdo –me contestó-, ya pensaré
algo».
Así fue, Víctor encontró ese “algo” en el texto del
Bhagavad Gita: «De la misma manera que un hombre deja de lado
una ropa usada para ponerse otra, el Absoluto encarnado tira cuerpos
usados y entra en otros que son nuevos». Previamente, Víctor
me propuso un guión que ya tenía confeccionado sobre un personaje
tipo Conan; yo decliné la propuesta. Volviendo a Las
Crónicas del Sin Nombre, la primera historia (“El edelweis bajo
el hielo”) no la publicaron en el orden que le habría correspondido.
Cuando llevé a París la segunda historieta (“El invierno del último
combate”), me recibió el redactor jefe, Guy Vidal (Goscinny
no estaba, había ido a los estudios de dibujos animados donde
empezaban a realizar Astérix). Guy, me comentó que
publicarían primero la segunda historia; «La primera historia de una
serie –dijo- siempre se publica después porque suele ser más floja».
Por tanto, empezaron a editar Las Crónicas del Sin Nombre en
el número 737 de Pilote, a partir de la segunda historia; sus
ocho primeras planchas se publicaron en las últimas páginas de la
revista (buen sitio: es el más recordado por el lector); las seis
restantes en el número siguiente. En 1974, volví a París;
Goscinny, me recibió muy contento y risueño con los originales
de “Love Strip” en sus manos. Me espetó: «Eres un genio. Tendré que
pagarte más por página». Rene era un hombre campechano,
amable y maravilloso.11
En paralelo, por
la amistad y el apoyo mutuo que nos unía,
Carlos,
Adolfo
y yo alquilamos un pequeño chalet rodeado por un jardín con unos
ochenta pinos. Allí formamos el “Grupo Premiá 3”. Realizamos los
álbumes Los 4 amigos
(con guión
de
Mariano Hispano)
y La Isla del Tesoro (adaptada por
Carlos).
Eran historietas en las que aportábamos lo “mejor” de cada uno, o lo
que le resultaba más fácil hacer a cada cual. En un boletín
informativo sobre el “grupo Premiá 3”,
Giménez
lo explicaba así:
«Nos conocemos hace mucho tiempo, somos buenos amigos y
estuvimos juntos anteriormente, por ejemplo en el “grupo de la
Floresta”. Ahora, decidimos tener un estudio común, y el
siguiente paso, lógico, fue el de realizar algunos trabajos en
equipo –al margen de los propios e individuales de cada uno -,
aquellos que plantearan pocos problemas y en los que mejor
pudiéramos funcionar complementándonos, gracias al dominio
técnico y de cabezas de Luis, al dominio de la figura que Adolfo
tiene y a mi facilidad para la composición. El resultado es que
esos trabajos comunes resultan casi un divertimento para
nosotros al poner cada uno aquella parte de su estilo que mejor
resultado da...»12
Por aquel estudio pasaron Antonio Martín, Michel Choquet
(guitarrista de Frank Zappa), José Cánovas, Víctor Mora, Armonía
Rodríguez (Víctor y Armonía militaban en el Partit Socialista
Unificat de Catalunya –PSUC- y también influyeron en mi proceso de
concienciación), Manuel Medina, Ventura y Nieto... Y un
colectivo muy peculiar, El Cubri (Felipe Hernández Cava, Saturio
Alonso y Pedro Arjona). Para describir a sus tres componentes me
serviré de las palabras de Jorge Martínez Reverte:
«Eran tres. Se habían colocado en abanico, de forma que no
tuviera ninguna posibilidad de escapatoria. No sé por qué, los
tres tenían algo en común además de ir a por mí. Una imprecisa
característica hubiera señalado en cualquier otra circunstancia
que iban juntos.
El más alto de todos se había situado a mi derecha Era delgado,
de aspecto algo famélico. Tenía una barba rubia llena de
insuficiencias y una nariz prominente Felipe Hernández Cava.
Desde algo más abajo de las entradas que delimitaban el contorno
de su cabeza, sus ojos me miraban sonrientes.
-¿Le importaría al caballero que le acompañásemos?-me dijo, al
tiempo que hacía un gesto con la cabeza dirigido a sus
compañeros.
-Eso, eso, que estamos solos -respondió sin esperar mi turno el
más bajito de ellos, un individuo moreno, con la barba crecida,
igualmente famélico y de cuya nariz colgaban unas gafas que le
daban aspecto de ser el intelectual del grupo. Pedro Arjona
El tercero Saturio Alonso, situado a mi izquierda, tampoco quiso
esperar mi contestación. Con una voz que parecía salir de la
habitación del fondo celebró la ocurrencia de sus compañeros:
-Amigos, pienso que este hombre nos necesita
–dijo, mientras se frotaba el mentón.»13
El más alto era Felipe: mirada inquisitiva y profunda a
través de los cristales de miope que anteponía a sus ojos, hablaba
con monosílabos y de manera críptica mientras sonreía de lado como
Woody Allen. Congeniamos pronto, hubo química. En 1975
empezamos a trabajar juntos y, un año después, realizamos un largo
viaje por Europa. |
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> Un músico, una inglesa, C. Giménez, la
australiana Janis, L. García, F. H. Cava, un amigo de
Felipe, el director de teatro Alonso, P. Arjona, una amiga
de Ventura, Enrique Ventura, Saturio Alonso. Foto tomada en
Cadaqués. |
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Eduardo, Juan, Marika, Luis García y Margaret Koumy, en
Londres, 1970 |
García en Premiá de Mar, en 1973 |
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JG- Las Crónicas del Sin Nombre tiene mucho en común con Mort
Cinder de Héctor G. Oesterheld y Alberto Breccia, ¿me equivoco?
LG-
En el sentido de la intemporalidad del personaje sí tienen mucho en
común. En cualquier caso, fue mi admiración por
Breccia
y
Oesterheld
lo que empujó a
Víctor
en esa dirección. Las soluciones gráficas eran de mi cosecha. El
resultado gráfico lo conformaron el sustrato
inconsciente de los estilos que había copiado, las investigaciones
realizadas en
Warren y la fotografía.
Yo no quería hacer siempre al mismo protagonista, sabía que eso me
acabaría hastiando. No soportaría dibujar siempre la misma cara, el
mismo personaje, el mismo estilo gráfico. En ese aspecto, si no hay
investigación, emoción en la búsqueda de nuevas formas, me bloqueo y
no puedo trabajar. Sentirse vivo es estar donde nunca has estado
antes. Además, considero que cada historia requiere un tratamiento
concreto; si el estilo es siempre el mismo es porque la historia, en
el fondo, es siempre igual. Por esa razón, mis álbumes parecen
realizados por distintos autores.
JG- ¿Cómo fue recibida vuestra propuesta por los franceses? ¿Os
acarreó algún problema en España?
LG-
En Francia fue bien recibida y sin ningún problema de censura. Allí
siempre han tratado bien a los artistas que luchaban contra el
franquismo; han apoyado a escritores, pintores, músicos y sobre todo
a cantautores, que han tenido grandes éxitos en l’Olympia de París:
Elisa Serna, Imanol Larzaba, Joan Manuel Serrat,
José Antonio Labordeta, Lluís Llach, Luis Pastor,
Marina Rosell, Ovidi Montllor, Paco Ibáñez,
Raimon, Rosa León y tantos otros (la mayoría con ecos de
George Moustaki, Georges Brassens, Jacques Brel
y Nana Mouskuri). En referencia al hecho concreto de publicar
el episodio “Love Strip” en Bang!, los autores no tuvimos
ningún problema con el sistema franquista, aunque la revista fue
sometida por ello a un juicio de faltas.
“Love Strip” es testimonio de un tiempo político en el que se
quemaban librerías progresistas, había denuncias que nos obligaban a
presentarnos ante el juez cada quince días, y existía la retención
de pasaportes. En suma, una época de represión sutilizada: nos
dieron pequeñas y falsas libertades que emplearon para saber qué
ocultaba “la punta del iceberg”. Por otro lado, “Love Strip” es,
también en parte, testimonio de las discusiones que manteníamos
Víctor, Carlos y yo en el estudio Grupo Premiá 3.
Carlos
y yo discutíamos a menudo delante de Adolfo, hasta que éste,
harto de darnos la razón sucesivamente a uno u otro, nos hacía
callar con voz firme y potente de barítono, y expresaba su opinión
con rotundidad. Entonces, con una sonrisa, Carlos preguntaba:
«¿un cubata?» Las discusiones con Carlos nos hacían crecer
profesionalmente. Algunos de los mejores trabajos que hemos
realizado han surgido a partir de dichas discusiones y, también,
gracias al estímulo de superación que producía el trabajo de uno en
el otro.
En 1981, Carlos y yo hicimos un viaje a México invitados por
el gobierno mexicano y organizado por el escritor y periodista
Paco Ignacio Taibo II. Allí nos encontramos con Alberto
Breccia, Fontanarrosa, Antonio Hernández Palacios,
José Muñoz, Rius (el autor de Los Agachados y
Los Supermachos), Carlos Sampayo y Sánchez
(dibujante mejicano de la revista MAD). Junto a un numeroso
grupo de dibujantes mexicanos, hicimos un seminario en la Hacienda
Cocoyoc, antigua residencia de Hernán Cortés en Teotihuacán
(casi todos sufrimos “la venganza de Montezuma”). Expusimos
originales en La Casa de la Cultura de México DF. Durante la
recepción, en la comida, metí la gamba hasta la ingle: yo estaba
sentado al lado del representante del gobierno mexicano (un
secretario, creo) y, mientras hablábamos sobre las señas de
identidad de los pueblos, le dije: «Vosotros los mexicanos tenéis
señas de identidad en el pueblo indio». Me miró con ojos
contrariados y enfurecidos. Él era absolutamente “blanco”. No
contestó a mi comentario, ni volvió a dirigirme la palabra. Era el
secretario del gobierno mexicano, ¡y despreciaba a los indios!
Después de terminar el seminario, Carlos y yo nos fuimos a
New York. Allí conocimos a Al
Williamson (dibujante de títulos como Flash Gordon,
Secret Agent X-9 y tantos otros), que estaba con Víctor de la
Fuente; visitamos el estudio de Neal Adams (autor de
Batman, Detective Comics,
Green Lantern / Green Arrow, Superman Vs. Mohammed Ali,
The Avengers, X-Men), donde un grupo de
dibujantes a su cargo realizaba story boards para películas;
Adams nos enseñó el story board de Conan the
Barbarian. Después, fui a la revista Heavy Metal, donde
me recibió la editora Julie Saimmons-Linch y me compraron los
derechos para EE UU de NOVA-2 y algunas otras historietas.
Por la noche, fuimos a la calle 46. Dicen que es la más peligrosa
del mundo, aunque nunca nos pasó nada. En uno de sus bares atracaron
a Muñoz y Sampayo, según nos relató Muñoz. Una
noche, Carlos y yo fuimos a la mítica discoteca Studio 54.
Yo sabía que era muy difícil entrar (cuenta la leyenda que en una
ocasión no dejaron pasar a Mick Jagger). «Carlos, no
mires la cara de los porteros –Giménez no sabía hablar
inglés- y camina deprisa». Fuimos hacía la puerta y…
¡entramos!
JG-
Después de cinco entregas de Las Crónicas del Sin Nombre,
Víctor Mora y tú interrumpís la serie.
LG-
No hubo ningún motivo en concreto, ni tampoco un acuerdo previo con
Víctor.
Surgieron otros proyectos que posponían la realización del siguiente
capítulo de Las Crónicas del Sin Nombre.
JG- En paralelo, conviviste con Enrique Ventura y Miguel Ángel Nieto
en una comuna en Cadaqués. A aquella etapa corresponde “Janis”, una
hermosa historia. ¿Qué recuerdas de aquel momento?
LG-
Tú calificas “Janis” como “una hermosa historia”, así fue la
convivencia con
Ventura y Nieto.
Ventura
compraba, yo cocinaba y
Nieto
fregaba los platos. Los demás comían, bebían, fumaban, cantaban y
tocaban la guitarra. A menudo nos visitaban
José Canovas, Miguel Fuster, Carlos Giménez, Adolfo Usero
y, en ocasiones,
El Cubri.
También participaban de la fiesta muchas mujeres: españolas,
francesas, alemanas, inglesas, australianas (la modelo que utilicé
para el personaje femenino de “Janis” era una amiga australiana que
trabajaba de camarera en “El Hostal” de Cadaqués; el protagonista
masculino es
Enrique Ventura)…
Era el dulce encanto de la burguesía media. Banda sonora de los
Beatles.
Ventura y Nieto
colaboraban en la revista El Papus y su “sueldo”
cubría los gastos de la comuna. (Que expresión de dolor tenías en el
féretro,
Miguel Ángel,
no puedo olvidar tu rostro. Que sufrimiento tan inútil. Te quiero.)
JG- En 1975 realizas la historieta autobiográfica “Chicharras”. En
una época en que la autobiografía era muy infrecuente en los tebeos,
¿cómo surge la idea de realizar esa obra?
LG-
Un día, sin motivo aparente, sólo por “ver el pueblo” (la excusa del
viaje), en esa dulce y melancólica crisis existencial que se produce
alrededor de los treinta años, llené el depósito de gasolina y
regresé a Santa Cruz de Mudela, a La Mancha, a sus llanos
inagotables de trigo y vides, a la tierra donde los lugareños que no
han leído a
Cervantes
saben de don Quijote tanto como cualquier filólogo cervantista; a
este respecto, mi abuela
Paula,
analfabeta como Sancho Panza, lo llevaba en la sangre y citaba
constantemente el refranero (“somos lo que comemos”, “el que no es
de comer no es de vivir”) y, como don Quijote, sentenciaba: «no hay
mal que para bien no venga»...
En fin, habían pasado diecinueve años desde mi partida. En el casete
del coche sonaba “Blowin’ in the wind” de
Dylan.
Era mediodía, agosto, un sol vertical que aplastaba, no había un
alma en las calles. Sólo se oían las chicharras. El sonido de las
chicharras fue la respuesta que estaba en el aire y penetró como un
disparo en mi memoria: era mi infancia. Cuando volvía a Barcelona,
cambié la banda sonora: «…nosotros somos quien somos, basta de
historia y de cuentos…»
Gabriel Celaya
cantado por
Paco Ibáñez.
Catarsis, terapia, realicé “Chicharras” pensando que, posiblemente,
no se publicaría. No me importaba: necesitaba contar esa historia.
Una vez terminada (con la colaboración de
Felipe
en los textos y
Carlos Giménez
en la rotulación), la comenté con
Usero
y
Giménez,
quien por aquella época (hablamos de 1975) estaba realizando Hom.
«¡Joder! -decía
Carlos-
A mí también me gustaría contar mi infancia, pero mi dibujo no es
realista». «Mejor -le contestábamos
Adolfo
y yo-, así será más expresivo». Meses después,
Carlos
empezó Paracuellos, un clásico de la historieta española.
JG- En 1976, junto a otros dibujantes, participas en la muestra
Aproximación al Cómic Social organizada por Pedro Tabernero,
¿qué recuerdo guardas de aquella experiencia?
LG-
Casi ninguno. Sólo recuerdo que cedí ocho originales para la
exposición (entre otros, de “Janis”, “Love Strip” y “Chicharras”), y
éstos “se perdieron”. Quizá esa pérdida dolorosa ha bloqueado mi
memoria.
JG- Y de la exposición que comisarió Antonio Martín en 1976 para el
Instituto de Estudios Italianos y la Fundación Joan Miró, ¿tampoco
guardas recuerdo alguno?
LG-
Sí, recuerdo que no se perdió ningún original... y que expusieron
obras de
Battaglia,
Crepax, Giménez, Sió, Toppi…
Las páginas estuvieron expuestas, aproximadamente, un mes.
Martín
dio una magnífica conferencia en la Fundación Joan Miró,
con gran asistencia de público, en su mayoría compuesto por jóvenes. |
Cubierta de L. Garcçia de 1971, para el libro El món per
un forat |
|
El
Grupo Premiá 3 |
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Pedro y su mujer, Luis, José, una amiga y Felipe. En Premiá
de Mar, 1973. |
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Cubierta de la separata de Bang! dedicada al grupo
Premiá 3 |
Página interior de la separata de Bang! dedicada a Premiá 3 |
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notas.- |
11
En
1988, Víctor Mora dio su versión del origen de la
serie:
«En 1971, el dibujante español Luis García fue a Paris y
se entrevistó con el director de la revista Pilote. René
Goscinny, el creador literario de Asterix, un escritor
entre un millón, que en Francia, donde saben reconocer
el talento cuando lo ven y valorar lo que tienen, han
comparado a Rabelais. Pilote estaba entonces en su mejor
momento, y García, joven inquieto y ambicioso, quería
escapar de los trabajos alimentarios –historietas de
amor para el Reino Unido, o de vampiros y licántropos
para EE UU-y hacer algo de más enjundia. García me
propuso a mí como guionista, y Goscinny –que ya me
conocía en tanto que traductor de Asterix- aceptó en
seguida. Envié el primer relato –El edelweiss bajo el
hielo-, y Goscinny le dio un rápido visto bueno. Así
nacieron Las Crónicas del Sin Nombre» (Víctor
Mora
en Cómics: clásicos y modernos, XI, El País
Semanal, Madrid, 1988, p. 163).
Once años después, Mora
rememoraba las cosas de forma algo distinta:
«Goscinny me conocía porque yo era
el traductor en España de Astérix e Iznogoud, y esto
hizo que Goscinny, que tenía muy buena opinión de mí
debido a las traducciones, me dijera: “¿Qué quiere usted
hacer? Haga usted lo que quiera”. Y Luis García, que ya
estaba en contacto con Pilote, me habló de trabajar
juntos. Entonces escribí los guiones de Crónicas del Sin
Nombre.» (U ,
16, La Factoría de Ideas,
Madrid, 1999, p. 39).
12
Bang! (formato boletín), s/n, Barcelona, Martín
Editor, 1973, p. 2
13
Jorge Martínez Reverte, Demasiado para Gálvez,
Barcelona, Anagrama, 1979, pp. 66-67.
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[ © 2005 Jorge García, para Tebeosfera 050205
] [ Todas las fotografías y dibujos han sido cedidos por Luis García
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