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ENTREVISTA A
LUIS GARCÍA. |
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Entrevista de Jorge García, celebrada
entre
el 28
de agosto y el 28 de diciembre de 2004 por teléfono y correo
electrónico.
Trascripción de Jorge
García. |
[ Autorretrato de
Luis García aparecido en la historieta "Chicharras",
historieta que apareció en Bang!.
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Entrevista dividida
en cuatro partes.
Leer parte: 1 |
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Luis García
(Puertollano, 1946) es uno de nuestros historietistas más
internacionales. Curtido en el trabajo de agencia durante
los años sesenta, logra justa fama a principios de los
setenta gracias a su colaboración con el editor
estadounidense James Warren. En 1973, García
alcanza altísimas cotas de popularidad cuando la revista
francesa Pilote inicia la publicación de Las
Crónicas del Sin Nombre (con guiones de Víctor Mora).
En paralelo, este autor vive un proceso de concienciación
política que lo conduce hacia senderos nada trillados: la
publicación Trocha / Troya, la defensa de los
derechos del pueblo indio (al alimón con Felipe Hernández
Cava), la lucha por la independencia de Argelia, o
Nova-2, su título más ambicioso, que hoy disfrutamos en
una excelente edición a cargo del sello Glénat. En los
ochenta, García funda junto a otros autores la
revista Rambla y, a finales de esa década, abandona
la historieta para consagrarse por completo a la pintura. De
todo ello, y mucho más, nos habla en esta entrevista. |
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«-¿De donde vienes?
-Vengo de mi infancia.»
Antoine Saint–Exupéry
Jorge García- Bueno, Luis, tú naces en 1946 en Puertollano, Ciudad
Real. ¿Cómo discurrió tu infancia allí?
Luis García- Sí, según mis padres y el registro civil, nací
en Puertollano, pueblo minero de Ciudad Real, el 10 de enero de 1946
(el mismo año en que un guerrillero antifranquista, “el Gafas”,
atracó el banco de Puertollano llevándose 250.000 pesetas). El único
recuerdo que conservo de mi pueblo es el de una pocilga donde los
cerdos comían desaforadamente. Por la noche tuve una pesadilla: era
devorado por esos mismos cerdos… Me desperté llorando.
Mi padre era un perdedor de la guerra civil, un “vencido” de “la
Quinta del Biberón” (jóvenes de 17 años alistados por el gobierno de
la República), por lo tanto tuvo que aceptar el trabajo que le
ofrecieron los “vencedores”: enganchar vagones de trenes de
mercancías. Por su parte, mi madre cosía y bordaba. Con los dos
sueldos sólo alcanzaba para pan, sopas de ajo, gachas, migas,
patatas y, de vez en cuando, guiso de conejo. Hasta los dos años, me
alimenté exclusivamente de leche materna.
En 1948 trasladaron a mi padre a Santa Cruz de Mudela (también en
Ciudad Real). RENFE cedía a sus empleados un vagón de mercancías
para el traslado de muebles hasta que encontrasen un piso en
alquiler. Allí estuvimos viviendo mis padres, mi hermana y yo, en un
vagón de mercancías estacionado sobre una vía muerta. A mi padre lo
“ascendieron” a mozo de tren: tenía que ir en la garita del último
vagón vigilando las mercancías que transportaban por el sur de
España. Pasábamos días sin verlo, y cuando volvía a casa, agotado,
dormía hasta que le avisaban para volver al trabajo. Es decir, lo
veía poco y casi nunca hablaba con él. Recuerdo, eso sí, las palizas
que me daba con el cinturón, motivadas por las quejas que, de mi
comportamiento, recibía de mi madre, mujer infantil y neurótica
(producto, también, de los sufrimientos de la guerra civil).
Estudié primaria (el célebre “Catón”) en los Hermanos de la Salle:
mucho Catecismo, pocas Matemáticas, mucha Historia Sagrada, poca
Gramática, mucha Historia de España (la de los “vencedores”,
claro)... Por suerte, también nos impartían clases de dibujo a
carboncillo, lápiz y plumilla. En esa clase, el Hermano Manolo
tuvo, durante unos meses, a un joven ayudante a quien después
encontré en el mundo de los tebeos, Luis Conde.
JG- ¿Cómo eran esas clases de dibujo?
LG- Muy gratas, me sentía protegido dentro de una burbuja que
me aislaba del mundo exterior. Casi siempre dibujábamos temas
religiosos. Al Hermano Manolo le sorprendía mi capacidad para
el dibujo; más tarde, aconsejó a mis padres que se trasladaran a
Madrid o Barcelona para que yo pudiera desarrollar mi vocación.
Además, era la única asignatura en la que no se nos castigaba. En
las otras, cuando no sabíamos la lección, los Hermanos de la Salle
nos golpeaban en las yemas de los dedos con una regla de madera o en
las nalgas con una vara de olivo. El Hermano Juan nos
acariciaba las nalgas y se masturbaba metiendo la mano bajo su
sotana. Todos los días soportábamos, por la mañana, una misa antes
de empezar las clases y, por la tarde, un rosario al terminarlas; a
esto hay que agregar los Vía Crucis, el Mes de María y los primeros
viernes de cada mes, en que nos aseguraban que iríamos al Cielo
aunque muriésemos con algún pecado mortal. Nos preparaban para
trabajar y morir, si fuera necesario, por Dios y por la Patria. Esta
época de mi infancia se refleja en “Chicharras”, una historieta en
la que conté con la ayuda de mi amigo Felipe Hernández Cava
en la construcción y corrección de los textos.
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Luis García, foto de época en Santa Cruz de Mudela, 1954 |
García en su primera comunión, 1954 |
Dibujo realizado en Santa Cruz de Mudela, 1954 |
Dibujo realizado en los Hermanos de La Salle, 1955 |
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Mi primer contacto con los tebeos fue una mañana del día de Reyes en
la que, al despertar, encontré en mis zapatos un tebeo de El
Guerrero del Antifaz. Mis vecinos y amigos de la calle (“el
patachula”, “el carbonilla”, “el orejón”, “el
churrero”...) me dejaron sus tebeos: Purk, el hombre de
piedra, El Espadachín Enmascarado, Hazañas Bélicas, Aventuras del
FBI, El Cachorro, El Pequeño Luchador y Roberto Alcázar y
Pedrín. En ésta última colección, el personaje del Hombre
Diabólico me tenía aterrorizado.
Años después, en Barcelona, cuando buscaba trabajo en la agencia
Selecciones Ilustradas, me recibió Josep Toutain: alto,
delgado, enjuto, nariz afilada y aguileña, labios finos y apretados
que se extendían y daban paso a una sarcástica y poderosa sonrisa,
antesala de una voz potente y teatral. Sus enormes ojos,
distorsionados por el cristal de unas grandes gafas de concha negra,
huían hacia las orejas... ¡Sólo le faltaba el sombrero! ¡Era el
Hombre Diabólico en persona! Sufrí una regresión y me quede sin
habla. No podía oírlo. Tan sólo lo miraba estupefacto y notaba
crecer dentro de mí el terror infantil. Me sentí como Sugrañes, el
personaje de El misterio de la Cripta Embrujada, de Eduardo
Mendoza. Mis piernas temblaban mientras mis ojos empezaban a
bizquear como para contrarrestar la huida de los suyos...
JG- Al leer aquellos cuadernillos de aventuras, ¿sentías ganas de
convertirte en dibujante de historietas?
LG- No, era muy pequeño para pensar en ser dibujante de
historietas. Al principio sólo miraba los dibujos y los copiaba.
Posteriormente, cuando aprendí a leer, los leía. Pasaba gran parte
de mi tiempo dibujando en el cuarto trastero; elaboraba
recordatorios de muertes y primeras comuniones, tebeos, postales...
y láminas de Emilio Freixas. También jugaba a ser el Guerrero
del Antifaz: mataba “sarracenos” con una espada de madera mientras
mi gato, agazapado entre carbones, inmóvil como una estatua,
esperaba a que algún ratón apareciera entre la leña. En una de esas
peleas imaginarias, un “sarraceno” me “alcanzó” con su espada, caí
herido y, al simular la costalada, me di un golpe con un madero en
el ojo izquierdo. Desde entonces, como el cíclope Polifemo, sólo veo
por un ojo. Volviendo a tu pregunta, la posibilidad, el deseo y la
emoción de ser dibujante de historietas la sentí después, cuando
tenía doce años, ya en Barcelona.
JG- En 1956, tu familia y tú os trasladáis a Cataluña (primero a
Vendrell y luego a Barcelona).
LG- Sí, estuvimos unos seis meses en Vendrell, esperando la
concesión de las viviendas de la RENFE en Barcelona. La mudanza se
produjo, como dije antes, por los consejos del Hermano Manolo a mis
padres. Al final del viaje, desde la ventanilla del tren, miraba a
través del cristal, por primera vez, ese “inconsciente colectivo”
que, según el psicoanalista Carl G. Jung, es el mar. Me
sentía hipnotizado por él. Mientras lo miraba, inconscientemente,
cantaba en voz baja “El emigrante” de Juanito Valderrama:
«Cuando salí de mi tierra/ volví la cara llorando/ porque lo que más
quería/ atrás se iba quedando». Desperté de la fascinación del mar
cuando una masa enorme de casas se tragó el tren, y con él a mis
padres, mi hermana y a mí. Habíamos llegado a Barcelona.
JG- En
la revista Bang! contaron cómo tu padre te pagó una academia para
que estudiases el bachillerato, y cómo tú, más interesado por el
dibujo, te presentaste en la editorial Bruguera.1
LG- En efecto, desde 1957 a 1960, mientras Barcelona me
digería, estudie en la Academia Mercurio hasta tercero de Bachiller
Elemental (equivalente, más o menos, a segundo de la ESO en la
actualidad). Además de la Academia Mercurio, de siete a nueve de la
tarde, iba a la Escuela de Artes y Oficios. Pedro, un amigo
algo mayor que yo del edificio en que vivíamos, me dijo: «Si yo
dibujara como tú, iría a la Editorial Bruguera a dibujar tebeos».
En Bruguera, el dibujante José Bielsa (por entonces, jefe del
estudio Creaciones Editoriales) me recibió fuera del horario de
visita por ser yo un niño (tan sólo tenía trece años). A Bielsa
le enseñé mis dibujos a lápiz y carbón, realizados en el pueblo y en
la Escuela de Artes y Oficios. Él me descubrió que los tebeos no se
hacían con lápiz o carbón. «Tienes que aprender a dibujar con
plumilla y tinta china». Me regaló una plumilla, un tintero de tinta
china y unas pruebas de imprenta de El Capitán Trueno:
«Cópialas –me dijo- y, cuando las tengas terminadas, las traes».
Mientras las copiaba en la mesa del comedor, el olor del hule que
cubría la mesa me traía recuerdos de Santa Cruz de Mudela. Al leer
Retrato del artista adolescente de James Joyce, me
emocionó que a Esteban, el héroe, el hule también le trajera
recuerdos de su infancia. Mientras yo dibujaba, mi madre y mi
hermana cosían confección para “Petronio, la Casa del Buen Vestir”,
y escuchaban en la radio el serial Ama Rosa de Guillermo
Sautier Casaseca: «Te mataré… le dijo, y… ¡ZASSS!... le clavó
las tijeras en la espalda»... emitía la radio.
Recién cumplidos los catorce años, volví a Bruguera con las muestras
terminadas. En la puerta coincidí con Enric Sió. Era cuatro
años mayor que yo, alto, desgarbado, con una chaqueta de hombreras
muy anchas que se doblaban a la mitad por la estrechez de sus
hombros. Me miró de arriba abajo y, con voz nasal, me dijo hola
(años después, mantuvimos una amistad esporádica y fructífera).
Bielsa
ya no estaba en el estudio; el nuevo jefe de Creaciones Editoriales
era el dibujante Francisco Ortega: «Están muy bien estas
copias de El Capitán Trueno. Cuando quieras puedes venir a
dibujar al estudio. Seguirás haciendo pruebas y empezarás dibujando
curiosidades». Así fue. Seguí haciendo pruebas y empecé
dibujando “Curiosidades” para Pulgarcito y DDT,
ilustraciones para las novelas del Oeste de Marcial Lafuente
Estefanía y, en mi última etapa en Bruguera, pasaba a tinta unas
páginas del Extra de Navidad de El Capitán Trueno de
Víctor Mora, que dibujaba Tinoco.
JG- ¿Qué condiciones de trabajo ofrecía Bruguera?
LG-
En general, casi nadie tenía contrato. El precio por viñeta no lo
recuerdo. Yo cobraba 200 pesetas por la portadilla (una viñeta
interior al inicio del texto) y las dos ilustraciones interiores de
las novelas de Lafuente Estefanía. En cuanto al entintado,
los propios dibujantes me pagaban el pasar a tinta sus páginas.
JG- ¿Cómo era el ambiente del estudio?
LG-
Para un adolescente como yo, el estudio parecía un universo mágico.
¡Esas manos dibujando viñetas que posteriormente leería con mis
amigos! Era el Nirvana. Estaba literalmente encantado: Enrique
Casamitjana, dibujante amable y simpático, me llamaba Crispín;
Jorge Badía me levantaba en brazos como si yo fuese unas
pesas de halterofilia; Gemma Sales me contaba sus dudas
amorosas: ¿Julio Fernández o Rousado Pinto?;
Enrique Montserrat, olímpico en Beirut y campeón de Cataluña en
anillas, me recomendaba que hiciera ejercicio físico; Luis
Martínez venía poco (hacía demostraciones técnicas con la
plumilla y el pincel), y cuando venía pasaba mucho tiempo en el
despacho con Mariemma, secretaria del estudio; a Antonio
Piqueras, que había sido cartero, siempre le dolían los pies;
Pinto me aconsejaba la lectura mientras declamaba fragmentos de
Shakespeare; con Miguel Fuster, dos años mayor que yo,
entablé una gran amistad y muy pronto nos hicimos cómplices; el más
admirado por sus compañeros de estudio era Gómez Esteban,
dibujante alcohólico, que realizaba historietas para niñas
adolescentes en Claro de Luna, Rosas Blancas y, también,
historias de “romance” para el mercado británico.
Gemma
se casó con Pinto, Luis Martínez con Mariemma.
Algunas noches, Ortega y la dibujante Purita Campos se
quedaban solos; en mi inocencia, yo los acompañaba. Ortega,
que había estado en no sé qué cuerpos especiales del Ejército, me
enseñó a lanzar el cuchillo contra el asiento de un taburete de
madera, tumbado en una mesa de dibujo. Mientras yo esperaba la noche
para volver a lanzar el cuchillo, Pinto y Gemma
hablaban de literatura o discutían de filosofía. Yo, hipnotizado por
sus palabras, movía la cabeza de un lado a otro como Hans Castorp
cuando escuchaba las discusiones entre Naphta y Settembrini en La
Montaña Mágica de Thomas Mann:
«No se sabía lo que se debía hacer en la práctica con ciertas
criaturas antropoides, salvo cortarles la cabeza.
-No se trata de "criaturas antropoides" –rectificó Settembrini-.
Se trata de hombres como usted y como yo mismo. Carecemos de
voluntad y somos víctimas de una sociedad mal organizada.»2
Recuerdo muy bien el diálogo de una tarde en que Gemma y
Pinto discutían sobre la fe: «Yo no creo en nada», afirmaba él;
«No es cierto –replicó ella-, tú crees en algo: crees en nada; y
creer en nada equivale a un acto de fe».
En lo que realmente creían la mayoría de los dibujantes del estudio
era en que ser admitido por Toutain en la agencia Selecciones
Ilustradas significaba pertenecer a la elite de los dibujantes
españoles.
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Miguel Fuster, Judit, Luis García, Rousado Pinto y
Gemma Sales. Creaciones Editoriales, 1961. |
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Ilustración de Luis García, 1960 |
Copia de El Capitán Trueno, 1960 |
Equipo de Creaciones Editoriales, en 1961 |
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JG- Como dice Antonio Martín, Selecciones Ilustradas era, junto a
Creaciones Editoriales y Bardon Art, una de las tres grandes
agencias españolas de historietas entre 1955 y 1975.3
¿Cómo entraste a trabajar allí en 1962?
LG-
Simplemente fui y Toutain me aceptó. Hice unas muestras de
“romance” y empecé a dibujar para el mercado británico. Los guiones
los enviaban en inglés. Los traducían Karol Blazer o
Salvador Dulcet, y nosotros los dibujábamos. Por otro
lado, también realizaba aguadas (ilustraciones en blanco y negro) y
el serial Davy Crockett para sindicación, es decir, material
producido por Toutain para su venta posterior.
Al margen de Selecciones Ilustradas, trabajaba para el mercado
español en las publicaciones Romántica (Ibero Mundial de
Ediciones), Confidencias y Serie Corazón (Editorial
Ferma) y Serenata Extra “Confidencias del Dúo Dinámico”
(Ediciones Toray, S.A.)4
Por cierto, las portadas de Serenata las hacía José González.
Volviendo a lo del mercado británico, la paridad entre peseta y
libra esterlina, al cambio, nos hacía ganar mucho dinero. En
contrapartida, carecíamos de contrato, dependíamos del criterio del
editor británico de turno. Por otro lado, no había censura para el
mercado extranjero y el “orden jurídico” era el mismo que en
Creaciones Editoriales de Bruguera: carecíamos de derechos de autor
y nos borraban la firma de los originales que, después de
reproducidos, alguien se encargaba de quemar. Parecíamos “ilegales”.
Toutain
resumió muy bien las características de los dibujantes de
Selecciones Ilustradas en esa época:
«En esa época, un dibujante modesto de agencia ganaba el doble
que un oficinista y una inmensa mayoría de calidad entre mediana
y buena, cuatro veces más.
Los intereses profesionales y económicos nos unían. Formábamos
casi un clan cerrado, entre otros motivos porque nuestros amigos
«de afuera» lo pasaban bastante mal. Se viajaba a Londres, París
y la Costa Brava en grupos, se ligaba casi en equipo y se dio
más de una boda entre dibujante y parienta del otro... La bebida
común, la ginebra. La música, los diez mejores de las listas
inglesas, antes de que se oyeran en las emisoras locales.»5
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notas.- |
1
Bang! (Información y estudios sobre la historieta)
núm. 12, Barcelona, Martín Editor, 1975, pág. 21.
2
Thomas Mann, La Montaña Mágica, Barcelona,
Plaza & Janés, 1993, p. 635.
3
Antonio Martín, Apuntes para una Historia de los
Tebeos, Barcelona, Ediciones Glénat, 2000, pp. 175-184.
4
Sobre el género de “romance”, véase el magnífico ensayo de
Juan Antonio Ramírez, El “Comic” femenino en
España, Madrid, Editorial Cuadernos para el Diálogo,
S.A., 1975.
5
Texto extraído de la Web de Carlos Giménez:
www.carlosgimenez.com
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[ © 2005 Jorge García, para Tebeosfera 050205
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