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EL TENIENTE BLUEBERRY. BOSQUEJO EDITORIAL DE UNA OBRA QUE SE CONVIRTIÓ EN FRANQUICIA, por Eduardo Martínez-Pinna (5)

El séptimo arte y Blueberry.

 

 

 

[ Cubierta del volumen Le Spectre aux balles d'or, aventura en la que se ha basado la producción cinematográfica reciente y, a su vez, historia inspirada en otras producciones fílmicas del western clásico. La imagen es de Gir ]


En la década de los sesenta y primeros años setenta el western cinematográfico no se encuentra en sus mejores momentos. A la expansión del género durante la década anterior, fechas en las que se realizan sus mejores obras, sigue una fase donde la creatividad entra en receso pese a permanecer en activo grandes clásicos del género como Ford, Hawks y Walsh. Pese a todo, autores como Sam Peckimpah, Ralph Nelson, Samuel Fuller, John Sturges, Robert Aldrich, Clint Eastwood o el italiano Sergio Leone están en el comienzo de unas carreras prometedoras o si acaso en la madurez de las mismas, asegurando con su trabajo un momento fecundo de creación.

Charlier con una técnica narrativa muy en consonancia con el medio filmado, asume de este, importantes influencias que se evidencian con paralelismos en filmes contemporáneos o en precedentes. De esta manera en los primeras historias de la serie o en el ciclo de Nariz Rota, con las guerras apaches como telón de fondo se reconocen ascendientes de filmes como Apache (1954) o sobre todo Ulzana’s Raid (1972) ambas de Robert Aldrich, y en ambas un feroz retrato del pueblo apache. Si en la primera Aldrich se alejaba del racismo implicándose en una historia de amor, en la segunda entra de lleno en la descripción cruda de un pueblo guerrero y por ende cruel con un sentido del humor cafre y bestial. Los apaches quedan definidos como seres prácticamente invencibles merced a su prodigiosa adaptación telúrica y al aprovechamiento hasta el infinito de recursos muy limitados. Escenas en donde un grupo de indios juguetean con una cabeza decapitada, o la introducción de un rabo de perro en la boca de un colono muerto entre torturas plasman a un pueblo que Charlier humaniza en exceso y que Giraud atina en su aspecto físico.

Pese a que el film de Aldrich de 1972, y los episodios contenidos en la última trilogía india (“Nez Cassé”, “La longe marche” y la “La tribu fantôme”) no presentan excesivas similitudes argumentales, si las ostentan en cuanto a textura y fisicidad. El despliegue gráfico de Giraud está en los máximos de su carrera proponiendo una puesta en escena y diagramación muy similar a la utilizada por el maestro Kubert a base de detallados zooms en forma de viñetas que se insertan con naturalidad en el montaje de la página. La planificación narrativa de la historia siguiendo el esquema de una partida de póquer refuerza la personalidad del protagonista que los autores han creado a lo largo de numerosas historias, y en donde su adicción a los naipes ha sido su tarjeta de presentación.

En 1950 Delmer Daves realiza Broken Arrow, emotivo western que intenta rehabilitar el sentir y el modo de vida de los indios apaches. Su importancia histórica es enorme, ya que a partir de ese film la óptica racial de los westerns cambia radicalmente. En 1965 Sam Peckimpah rueda Major Dundee, que refiere una expedición de castigo de un batallón mandado por un enfermizo oficial (Charlton Heston) contra los apaches de Sierra Charriba, demonios parecidos a los que Aldrich retrataría siete años después. Pese a que los indios constituyen lo anecdótico de la cinta su presencia es siempre ominosa y escalofriante. La argumentación central -como en casi todos los filmes de su autor- reside en la amistad perdida y su mutación en odio siempre con el inevitable tono crepuscular, en el que Peckimpah creía cual si de una religión se tratara.

Las guerras apaches son narradas con la sugestión vitalista típica de Raoul Walsh en su último y considerado trabajo: Distant Trumpet en 1964. Guerreras azules vestidas por jóvenes oficiales, maduros y tolerantes generales, intrépidos indios y carga épica a raudales con citas de Tácito. Muy del gusto de Charlier.

Pero en donde las influencias cinematográficas dejan de ser veladas y adoptan cuerpo de homenaje -por no decir plagio descarado- es en la historia “L’homme à l’étoile d’argent” de desarrollo muy similar al título de Howard Hawks Rio Bravo (1959). Un Blueberry en el rol de John Wayne, un McClure émulo de Walter Brennan, y las desdibujadas presencias de una maestra (en el film era una corista) y un muchacho, ponen fin a una molesta banda de facinerosos que tiene dominada una pequeña ciudad. Aunque la narrativa de Hawks es más fluida y su estudio de personajes más cuidado, la historia de Blueberry (aun con la falta de un quinto personaje equivalente a Dean Martin) se mantiene con sorprendente lucidez, siendo especialmente admirable en las escenas del fuerte, en donde el coronel designa como comisario al arisco teniente para que solucione una pequeña cacicada motivada por la incordiante presencia de unos déspotas. El propio Hawks se canibalizó en 1967 con Eldorado, renovando la historia hacia tintes de ocaso, en donde John Wayne y Robert Mitchum limpiaban la ciudad de pistoleros representando estos últimos una vejez en la que la pareja protagonista intenta suavizar su entrada.

Una de las películas más míticas de la construcción de la vía férrea es la dirigida por Cecil Blount de Mille en 1939 y que precisamente llevaba el título Union Pacific. Los paralelismos con la historieta vuelven a ser palmarios. Joel McCrea interpreta a Jeff Butler prototípico héroe del far west que vela por el cumplimiento de la ley en el campamento móvil y que mantiene características comunes con Blueberry. Malvados, prostitutas, indios y bisontes aportan toda la brillantina necesaria para dar lustre a esta superproducción con planos repletos de figurantes y escenas espectaculares rodadas con el trucaje cómplice de los decorados de los grandes estudios. En este relato Charlier y Giraud llenan toda la trama de numerosos personajes, cual si de una historia coral se tratase, además de utilizar panorámicas cargadas de abundante paisanaje que homenajea con cariño el particular estilo del viejo maestro De Mille. Giraud comienza a separarse de las influencias gráficas propias de Jijé y comienza a amasar su estilo, eso sí, dentro de una diagramación todavía muy geométrica y regular.

Con respecto a películas que atiendan a la biografía del general Custer o versen sobre matanzas perpetradas contra la población india, Charlier bien pudo considerar dos: La primera es el clásico de Walsh They died with their boots on (1941) en donde el autor ni revisa una biografía, ni la justifica, ni mucho menos la mitifica. Tan solo la eleva a leyenda. Los autores pervierten la legendaria puesta en escena de Walsh para (re)crear la figura de un incapaz con galones de general, un cobardón y un proyecto de politicastro que amenazará con la formación de una dictadura justificándola en los excesos corruptos de Grant.

La segunda es la cinta dirigida por Ralph Nelson en 1970, Soldier Blue, en la que otro remedo de Custer ordena el exterminio de un pacífico poblado indio que probablemente pudiera simbolizar alguna matanza del ejército estadounidense en la guerra de Vietnam. Los últimos veinte minutos muestran con todo tipo de trucajes gore la matanza precedida de violaciones, torturas y otras lindezas que los asesinos uniformados perpetran contra un pueblo indefenso. Película mutilada- cuando se pasa por la televisión lo hace con el montaje truncado- y que pese a todo se repuso en versión original e íntegra en el cine Azul de Madrid a comienzos de la década de los ochenta.

Entre mediados de 1969 y 1970 aparece la saga corta, con solo dos historias, aunque con la segunda algo más larga de lo habitual, ambientada en los Montes Superstición (Arizona) que vuelve a modificar los argumentos del ya abundante serial. Hay una huida de las grandes multitudes y del protagonismo coral pues la historia se mantiene con media docena de personajes, eso sí, perfectamente dimensionales. Mentiras, ambigüedades, crueldad y socarronería convergen en un paisaje asfixiante y claustrofóbico con una narración de ritmo lento y que se resuelve con una elipsis desmesurada en su segunda y última historia (“L’Spectre aux Balles D’Or”). El habitual protagonismo de Blueberry cede ante las brillantes figuraciones de McClure y Prositt Luckner dos viejos que aunque parezcan un par de truhanes desvergonzados esconden recursos de la más refinada eficiencia. Charlier va desvelando con cuentagotas la biografía de Prositt provocando la sorpresa del lector cuando este se topa de bruces con un contumaz asesino.

El auge que había experimentado el western europeo a mediados de los años sesenta cala en los autores por lo que ambos se posesionan de modos narrativos con esta particular estética barroca cuyo máximo representante es Sergio Leone en sus tres famosos filmes rodados en Almería, interpretados por Clint Eastwood e instrumentalizados por Ennio Morricone: Per un pugno di dollari, en 1964 de estructura lineal y narración seca que recuerda una obra de Dashiell Hammett, Per qualche dollaro in piu (1965) próximo a una superproducción, y Il bouno, il brutto, il cattivo (1966) superproducción en toda regla con libertad para imponer su estilo personal y sus juegos narrativos con el tiempo. El rostro de Blueberry se acerca más que nunca al del actor francés Jean Paul Belmondo, mientras que el del pistolero viejo y socarrón toma las facciones del venerable Spencer Tracy con una expresión tan torva como la que podría lucir Lee Van Cleef (eterno secundario del espagueti western en general y de las películas de Leone en particular). El guiño de Charlier- o probablemente de Giraud- consiste precisamente en corromper la humanitaria figura de Spencer Tracy de manera parecida a la realizada por el mismo Leone con el casi siempre bonancible Henry Fonda en C’era una volta il West (1968) en la que interpretaba a un temible pistolero vestido de negro, vicioso y ruin. En sus westerns Leone (y posiblemente Charlier) mezcla lo paródico con lo sublime por lo que en su narrativa no se sabe si se mitifica el género, se desmitifica o suceden ambas cuestiones. Lo que sí es una realidad es la liberación del western de las pantallas de televisión para reincorporarse en las salas oscuras, su lugar de exhibición natural. Pero si las figuraciones gráficas y el devenir narrativo evocan al espagueti western, el paisaje en donde Giraud mueve al paisanaje se hace tremendamente parecido a las escenas finales del film Colorado Territory, rodado por Raoul Walsh en 1949, y uno de los mayores exponentes del género jamás rodado.

La que sin duda es la mejor aventura de Blueberry, en donde su rol cambia de oficial a renegado por lo que mantiene su coherencia y su evolución como persona, consta de tres episodios titulados “Chihuahua Pearl”, L’homme qui valait 500.000 $” y “Ballade pour un cercueil”. En sí misma se adjudica influencias cinematográficas tan genéricas que resulta difícil especificarlas, por lo que más bien simboliza una mixtura del género. Son muchos los factores que determinan que esta historia sea la mejor de todas las realizadas por sus autores. Desde una ambientación mejicana que vuelve a embrujar a Giraud al rememorarle un pasado sensual de sexo y marihuana (según declaración propia) un guión pleno de acontecimientos poblado de personajes magníficamente trazados que dialogan en conversaciones analíticas de indudable aroma literario, pasando por un montaje de ritmo rápido con unos dibujos (composiciones secuenciales, primeros planos, panorámicas…) como jamás ha realizado Giraud. Destaca de manera especial la regia presencia de Chihuahua Pearl, prostituta, aventurera y mercenaria del espionaje, construida en la mejor tradición del cómic clásico y siguiendo las pautas marcadas por Milton Caniff, Will Eisner o las cinematográficas de Howard Hawks. Quizás el hecho más peculiar del relato se asienta en que Charlier en vez de inventar nada mezcla los arquetipos más inconfundibles del western. La mujer fatal (¡por fin se manifiesta!) el borrachín viejo, los malvados terratenientes y el charlatán que vende panaceas en forma de milagrosos fármacos. Añádase a esa nómina los cazadores de recompensas, los forajidos Jay Hawkers, un torturador chino, un oficial del ejército sudista mezcla de pragmático y romántico, el pelado que lo asesina y un agente del gobierno mejicano con la misión de recuperar un tesoro que paradójicamente no existe. Pero no solo son los arquetipos, pues la aludida mezcla también interesa a los escenarios más recurrentes del género: ríos, cañadas, desiertos, cuarteles, pasos de frontera, mansiones, penales, pueblos abandonados y burdeles en donde se coreografían los sucesos propios del western, tales como emboscadas, disparos, persecuciones a caballo y escenas de insinuante calado erótico. Un compendio del gran género plagado de gestos para un público cómplice. Un clásico en toda su extensión. Una obra maestra en su acepción más meridiana.

En 1990 el ciclo de Blueberry toca a su fin. Con las anotaciones dejadas por el guionista Charlier (fallecido en 1989) Giraud culmina la saga de Blueberry en el epílogo titulado “Arizona Love”, en el que con un insólito aire de desmitificación el protagonista busca consumar su amor con la aventurera Chihuahua Pearl para posteriormente declarárselo para toda la eternidad. Giraud ni construye con la facilidad ni con la eficiencia con lo que lo hace Charlier, detalle este que lastra considerablemente la estructura narrativa de la historieta, por otra parte con evidentes signos de agotamiento. Aunque en el meollo argumental utilice efectistas trucos- relativamente gastados- tales como tormentas, mayestáticos paisajes o la desnudez de la protagonista, el conjunto final se resiente y pierde fuerza. Ante el dilema de finiquitar una historia dándole un final de tinte mítico, o por el contrario mantener activo un filón que engorde su cuenta corriente Giraud resuelve en una solución salomónica. Separará a la pareja para mantenerlos en sus roles arquetípicos y por tanto legendarios (un vagabundo y una aventurera, ambos solitarios) y anunciará de manera sutil el retorno del héroe en la última viñeta. En ella se observa a Blueberry cabalgando con la cara hacia el lector en franca oposición a las fábulas del oeste en donde el jinete se aleja del espectador y se funde directamente con una pradera eterna puerta de entrada al paraíso de las leyendas. Al renegado Blueberry se le niega pues el encuentro con Shane (1953, George Stevens) con el predicador Pale Rider (1985, Clint Eastwood) o con el tío Ethan que daba la espalda a una puerta que se cierra abriéndose en compensación la eternidad, o lo que es lo mismo el desierto de Arizona. (The Searchers, 1956, John Ford).

En 1995 reaparece el héroe, realizándose hasta 2003 cuatro álbumes engranados argumentalmente y firmados por Giraud. Pero… ¿es el mismo personaje que apareció en Pilote en 1963? Que otro cronista responda esa pregunta.

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PRESENTACIÓN

PILOTE, CHARLIER Y GIRAUD

INDIZACIÓN COMENTADA

REFERENTES HISTÓRICOS

EL FILM DE JACK KOUNEN

CONCLUSIÓN / BIBLIOGRAFÍA


 [ © 2004 Eduardo Martínez-Pinna, para Tebeosfera 041015. Todas las imágenes son © 2004 Giraud / Dargaud  ]