En la década de
los sesenta y primeros años setenta el western
cinematográfico no se encuentra en sus mejores momentos. A la
expansión del género durante la década anterior, fechas en las que
se realizan sus mejores obras, sigue una fase donde la creatividad
entra en receso pese a permanecer en activo grandes clásicos del
género como Ford, Hawks y Walsh. Pese a todo, autores como Sam
Peckimpah, Ralph Nelson, Samuel Fuller, John Sturges, Robert
Aldrich, Clint Eastwood o el italiano Sergio Leone están en el
comienzo de unas carreras prometedoras o si acaso en la madurez de
las mismas, asegurando con su trabajo un momento fecundo de
creación.
Charlier con
una técnica narrativa muy en consonancia con el medio filmado,
asume de este, importantes influencias que se evidencian con
paralelismos en filmes contemporáneos o en precedentes. De esta
manera en los primeras historias de la serie o en el ciclo de
Nariz Rota, con las guerras apaches como telón de fondo se
reconocen ascendientes de filmes como Apache (1954) o sobre
todo Ulzana’s Raid (1972) ambas de Robert Aldrich, y en
ambas un feroz retrato del pueblo apache. Si en la primera Aldrich
se alejaba del racismo implicándose en una historia de amor, en la
segunda entra de lleno en la descripción cruda de un pueblo
guerrero y por ende cruel con un sentido del humor cafre y
bestial. Los apaches quedan definidos como seres prácticamente
invencibles merced a su prodigiosa adaptación telúrica y al
aprovechamiento hasta el infinito de recursos muy limitados.
Escenas en donde un grupo de indios juguetean con una cabeza
decapitada, o la introducción de un rabo de perro en la boca de un
colono muerto entre torturas plasman a un pueblo que Charlier
humaniza en exceso y que Giraud atina en su aspecto físico.
Pese a que el
film de Aldrich de 1972, y los episodios contenidos en la última
trilogía india (“Nez Cassé”, “La longe marche” y la “La tribu
fantôme”) no presentan excesivas similitudes argumentales, si las
ostentan en cuanto a textura y fisicidad. El despliegue gráfico de
Giraud está en los máximos de su carrera proponiendo una puesta en
escena y diagramación muy similar a la utilizada por el maestro
Kubert a base de detallados zooms en forma de viñetas que
se insertan con naturalidad en el montaje de la página. La
planificación narrativa de la historia siguiendo el esquema de una
partida de póquer refuerza la personalidad del protagonista que
los autores han creado a lo largo de numerosas historias, y en
donde su adicción a los naipes ha sido su tarjeta de presentación.
En 1950 Delmer
Daves realiza Broken Arrow, emotivo western que
intenta rehabilitar el sentir y el modo de vida de los indios
apaches. Su importancia histórica es enorme, ya que a partir de
ese film la óptica racial de los westerns cambia
radicalmente. En 1965 Sam Peckimpah rueda Major Dundee, que
refiere una expedición de castigo de un batallón mandado por un
enfermizo oficial (Charlton Heston) contra los apaches de Sierra
Charriba, demonios parecidos a los que Aldrich retrataría siete
años después. Pese a que los indios constituyen lo anecdótico de
la cinta su presencia es siempre ominosa y escalofriante. La
argumentación central -como en casi todos los filmes de su autor-
reside en la amistad perdida y su mutación en odio siempre con el
inevitable tono crepuscular, en el que Peckimpah creía cual si de
una religión se tratara.
Las guerras
apaches son narradas con la sugestión vitalista típica de Raoul
Walsh en su último y considerado trabajo: Distant Trumpet
en 1964. Guerreras azules vestidas por jóvenes oficiales, maduros
y tolerantes generales, intrépidos indios y carga épica a raudales
con citas de Tácito. Muy del gusto de Charlier.
Pero en donde
las influencias cinematográficas dejan de ser veladas y adoptan
cuerpo de homenaje -por no decir plagio descarado- es en la
historia “L’homme à l’étoile d’argent” de desarrollo muy similar
al título de Howard Hawks Rio Bravo (1959). Un Blueberry en
el rol de John Wayne, un McClure émulo de Walter Brennan, y las
desdibujadas presencias de una maestra (en el film era una
corista) y un muchacho, ponen fin a una molesta banda de
facinerosos que tiene dominada una pequeña ciudad. Aunque la
narrativa de Hawks es más fluida y su estudio de personajes más
cuidado, la historia de Blueberry (aun con la falta de un quinto
personaje equivalente a Dean Martin) se mantiene con sorprendente
lucidez, siendo especialmente admirable en las escenas del fuerte,
en donde el coronel designa como comisario al arisco teniente para
que solucione una pequeña cacicada motivada por la incordiante
presencia de unos déspotas. El propio Hawks se canibalizó en 1967
con Eldorado, renovando la historia hacia tintes de ocaso,
en donde John Wayne y Robert Mitchum limpiaban la ciudad de
pistoleros representando estos últimos una vejez en la que la
pareja protagonista intenta suavizar su entrada.
Una de las
películas más míticas de la construcción de la vía férrea es la
dirigida por Cecil Blount de Mille en 1939 y que precisamente
llevaba el título Union Pacific. Los paralelismos con la
historieta vuelven a ser palmarios. Joel McCrea interpreta a Jeff
Butler prototípico héroe del far west que vela por el
cumplimiento de la ley en el campamento móvil y que mantiene
características comunes con Blueberry. Malvados, prostitutas,
indios y bisontes aportan toda la brillantina necesaria para dar
lustre a esta superproducción con planos repletos de figurantes y
escenas espectaculares rodadas con el trucaje cómplice de los
decorados de los grandes estudios. En este relato Charlier y
Giraud llenan toda la trama de numerosos personajes, cual si de
una historia coral se tratase, además de utilizar panorámicas
cargadas de abundante paisanaje que homenajea con cariño el
particular estilo del viejo maestro De Mille. Giraud comienza a
separarse de las influencias gráficas propias de Jijé y comienza a
amasar su estilo, eso sí, dentro de una diagramación todavía muy
geométrica y regular.
Con respecto a
películas que atiendan a la biografía del general Custer o versen
sobre matanzas perpetradas contra la población india, Charlier
bien pudo considerar dos: La primera es el clásico de Walsh
They died with their boots on (1941) en donde el autor ni
revisa una biografía, ni la justifica, ni mucho menos la mitifica.
Tan solo la eleva a leyenda. Los autores pervierten la legendaria
puesta en escena de Walsh para (re)crear la figura de un incapaz
con galones de general, un cobardón y un proyecto de politicastro
que amenazará con la formación de una dictadura justificándola en
los excesos corruptos de Grant.
La segunda es
la cinta dirigida por Ralph Nelson en 1970, Soldier Blue,
en la que otro remedo de Custer ordena el exterminio de un
pacífico poblado indio que probablemente pudiera simbolizar alguna
matanza del ejército estadounidense en la guerra de Vietnam. Los
últimos veinte minutos muestran con todo tipo de trucajes gore la
matanza precedida de violaciones, torturas y otras lindezas que
los asesinos uniformados perpetran contra un pueblo indefenso.
Película mutilada- cuando se pasa por la televisión lo hace con el
montaje truncado- y que pese a todo se repuso en versión original
e íntegra en el cine Azul de Madrid a comienzos de la década de
los ochenta.
Entre mediados
de 1969 y 1970 aparece la saga corta, con solo dos historias,
aunque con la segunda algo más larga de lo habitual, ambientada en
los Montes Superstición (Arizona) que vuelve a modificar los
argumentos del ya abundante serial. Hay una huida de las grandes
multitudes y del protagonismo coral pues la historia se mantiene
con media docena de personajes, eso sí, perfectamente
dimensionales. Mentiras, ambigüedades, crueldad y socarronería
convergen en un paisaje asfixiante y claustrofóbico con una
narración de ritmo lento y que se resuelve con una elipsis
desmesurada en su segunda y última historia (“L’Spectre aux Balles
D’Or”). El habitual protagonismo de Blueberry cede ante las
brillantes figuraciones de McClure y Prositt Luckner dos viejos
que aunque parezcan un par de truhanes desvergonzados esconden
recursos de la más refinada eficiencia. Charlier va desvelando con
cuentagotas la biografía de Prositt provocando la sorpresa del
lector cuando este se topa de bruces con un contumaz asesino.
El auge que
había experimentado el western europeo a mediados de los
años sesenta cala en los autores por lo que ambos se posesionan de
modos narrativos con esta particular estética barroca cuyo máximo
representante es Sergio Leone en sus tres famosos filmes rodados
en Almería, interpretados por Clint Eastwood e instrumentalizados
por Ennio Morricone: Per un pugno di dollari, en 1964 de
estructura lineal y narración seca que recuerda una obra de
Dashiell Hammett, Per qualche dollaro in piu (1965) próximo
a una superproducción, y Il bouno, il brutto, il cattivo
(1966) superproducción en toda regla con libertad para imponer su
estilo personal y sus juegos narrativos con el tiempo. El rostro
de Blueberry se acerca más que nunca al del actor francés Jean
Paul Belmondo, mientras que el del pistolero viejo y socarrón toma
las facciones del venerable Spencer Tracy con una expresión tan
torva como la que podría lucir Lee Van Cleef (eterno secundario
del espagueti western en general y de las películas de
Leone en particular). El guiño de Charlier- o probablemente de
Giraud- consiste precisamente en corromper la humanitaria figura
de Spencer Tracy de manera parecida a la realizada por el mismo
Leone con el casi siempre bonancible Henry Fonda en C’era una
volta il West (1968) en la que interpretaba a un temible
pistolero vestido de negro, vicioso y ruin. En sus westerns
Leone (y posiblemente Charlier) mezcla lo paródico con lo sublime
por lo que en su narrativa no se sabe si se mitifica el género, se
desmitifica o suceden ambas cuestiones. Lo que sí es una realidad
es la liberación del western de las pantallas de televisión
para reincorporarse en las salas oscuras, su lugar de exhibición
natural. Pero si las figuraciones gráficas y el devenir narrativo
evocan al espagueti western, el paisaje en donde Giraud
mueve al paisanaje se hace tremendamente parecido a las escenas
finales del film Colorado Territory, rodado por Raoul Walsh
en 1949, y uno de los mayores exponentes del género jamás rodado.
La que sin duda
es la mejor aventura de Blueberry, en donde su rol cambia de
oficial a renegado por lo que mantiene su coherencia y su
evolución como persona, consta de tres episodios titulados
“Chihuahua Pearl”,
L’homme
qui valait 500.000 $” y “Ballade pour un cercueil”. En sí misma se
adjudica influencias cinematográficas tan genéricas que resulta
difícil especificarlas, por lo que más bien simboliza una mixtura
del género. Son muchos los factores que determinan que esta
historia sea la mejor de todas las realizadas por sus autores.
Desde una ambientación mejicana que vuelve a embrujar a Giraud al
rememorarle un pasado sensual de sexo y marihuana (según
declaración propia) un guión pleno de acontecimientos poblado de
personajes magníficamente trazados que dialogan en conversaciones
analíticas de indudable aroma literario, pasando por un montaje de
ritmo rápido con unos dibujos (composiciones secuenciales,
primeros planos, panorámicas…) como jamás ha realizado Giraud.
Destaca de manera especial la regia presencia de Chihuahua Pearl,
prostituta, aventurera y mercenaria del espionaje, construida en
la mejor tradición del cómic clásico y siguiendo las pautas
marcadas por Milton Caniff, Will Eisner o las cinematográficas de
Howard Hawks. Quizás el hecho más peculiar del relato se asienta
en que Charlier en vez de inventar nada mezcla los arquetipos más
inconfundibles del western. La mujer fatal (¡por fin se
manifiesta!) el borrachín viejo, los malvados terratenientes y el
charlatán que vende panaceas en forma de milagrosos fármacos.
Añádase a esa nómina los cazadores de recompensas, los forajidos
Jay Hawkers, un torturador chino, un oficial del ejército sudista
mezcla de pragmático y romántico, el pelado que lo asesina y un
agente del gobierno mejicano con la misión de recuperar un tesoro
que paradójicamente no existe. Pero no solo son los arquetipos,
pues la aludida mezcla también interesa a los escenarios más
recurrentes del género: ríos, cañadas, desiertos, cuarteles, pasos
de frontera, mansiones, penales, pueblos abandonados y burdeles en
donde se coreografían los sucesos propios del western,
tales como emboscadas, disparos, persecuciones a caballo y escenas
de insinuante calado erótico. Un compendio del gran género plagado
de gestos para un público cómplice. Un clásico en toda su
extensión. Una obra maestra en su acepción más meridiana.
En 1990 el
ciclo de Blueberry toca a su fin. Con las anotaciones dejadas por
el guionista Charlier (fallecido en 1989) Giraud culmina la saga
de Blueberry en el epílogo titulado “Arizona Love”, en el que con
un insólito aire de desmitificación el protagonista busca consumar
su amor con la aventurera Chihuahua Pearl para posteriormente
declarárselo para toda la eternidad. Giraud ni construye con la
facilidad ni con la eficiencia con lo que lo hace Charlier,
detalle este que lastra considerablemente la estructura narrativa
de la historieta, por otra parte con evidentes signos de
agotamiento. Aunque en el meollo argumental utilice efectistas
trucos- relativamente gastados- tales como tormentas, mayestáticos
paisajes o la desnudez de la protagonista, el conjunto final se
resiente y pierde fuerza. Ante el dilema de finiquitar una
historia dándole un final de tinte mítico, o por el contrario
mantener activo un filón que engorde su cuenta corriente Giraud
resuelve en una solución salomónica. Separará a la pareja para
mantenerlos en sus roles arquetípicos y por tanto legendarios (un
vagabundo y una aventurera, ambos solitarios) y anunciará de
manera sutil el retorno del héroe en la última viñeta. En ella se
observa a Blueberry cabalgando con la cara hacia el lector en
franca oposición a las fábulas del oeste en donde el jinete se
aleja del espectador y se funde directamente con una pradera
eterna puerta de entrada al paraíso de las leyendas. Al renegado
Blueberry se le niega pues el encuentro con Shane (1953,
George Stevens) con el predicador Pale Rider (1985, Clint
Eastwood) o con el tío Ethan que daba la espalda a una puerta que
se cierra abriéndose en compensación la eternidad, o lo que es lo
mismo el desierto de Arizona. (The Searchers, 1956, John
Ford).
En 1995
reaparece el héroe, realizándose hasta 2003 cuatro álbumes
engranados argumentalmente y firmados por Giraud. Pero… ¿es el
mismo personaje que apareció en Pilote en 1963? Que otro
cronista responda esa pregunta.
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