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En los cómics
hizo Valeria una entrada inolvidable en las viñetas de Savage
Tales, con una mirada altiva que declaraba la nobleza
de su origen y con un atuendo característico que denunciaba su
oficio de pirata. Fue Barry Windsor-Smith quien estampó en
nuestro cerebro aquel rostro hermoso de ojos claros, una estampa
propia de un cuadro de Millais que contrastaba con la manera
habitual de hacer cómics en Marvel.
La adaptación
no se salía de los márgenes marcados por la novela corta
original, si bien la obcecación de Smith por orquestar a su
ritmo el baile de viñetas
planteó alguna que otra impostura por parte del director
editorial de Marvel Stan Lee, a quien no satisfizo el estático
comienzo de “Clavos Rojos”. Y tampoco le satisfizo al editor en
jefe la carencia de acción del primer capítulo que Thomas y
Smith intentaron terminar con una batalla a modo de clímax que
no existía a esa altura del relato de Howard. No llegaron a
tiempo de hacerlo.
La historieta terminada es una verdadera obra maestra, aunque
con reservas. El comienzo es intachable: delicada introducción
de los personajes e impagable narratividad de los
acontecimientos en la vívida secuencia del dragón. Luego, cuando
penetran en la ciudad, Smith resuelve el discurso terebrante del
original literario usando más los primeros planos y dejando de
lado los efectos luminosos, que hubieran enriquecido la
atmósfera. Concluye la primera entrega con dos páginas
terminadas a vuelapluma debido a las presiones de tiempo. Los
dos capítulos siguientes se inician con sendas portadillas que
nada tienen que ver con la secuencia de viñetas de la adaptación
y que resultan inadecuadas. Los episodios en los que Conan y
Valeria toman contacto con Olmec y Tascela, y donde discurre el
primer enfrentamiento armado, están resueltos con donaire pero
no con todo el detalle esperado. Así, los cabellos de los
personajes son entintados presurosamente y los fondos apenas si
se muestran. Smith vertebra el relato en la última docena de
páginas con maestría, utiliza viñetas apretadas y silentes,
emplea sabias perspectivas y ejercita un inteligente uso de la
iluminación. Pero, como antes, las cinco últimas páginas
evidencian la prisa y el resultado se resiente por ello. En
realidad Barry tuvo problemas de tiempo y Marvel se vio obligada
a adjudicar el entintado de esas viñetas finales a Pablo
Marcos; para un aficionado con buen olfato resulta evidente la
participación del peruano.
Tras la publicación de la obra todo fueron loas. Thomas pregonó
alborozado cómo el escritor Harlan Ellison telefoneó a su casa y
dejó grabado un mensaje de 18 minutos y 30 segundos alabando la
adaptación de esta saga, y también que Fritz Leiber se mostró
entusiasmado. Por añadidura, y para obrar en descargo de su
espíritu editorialista, el guionista también tuvo el detalle de
citar al aficionado corresponsal Ames Robertson, quien calificó
de completa basura la obra frente a los excelentes cómics de
factura europea existentes. La ACBA, en 1975, eligió la segunda
parte de “Red Nails” como mejor historieta del año 1974, y a
Thomas como mejor guionista precisamente por ese trabajo.
Años después,
la historieta sería reeditada por Marvel añadiéndole color.
Aquellas reediciones venían a cuento de rebañar el poso de
popularidad que Barry Smith aún mantenía entre los aficionados a
los cómics y en otros círculos académicos e intelectuales
(alguna publicación muy en la onda de entonces asimiló al
británico con el movimiento “New Wave” importado del Reino
Unido, lo cual desagradó a Smith), y embutir obras de reconocida
calidad en el tebeo Marvel Treasury Edition. De esta
guisa, en 1975 vio la luz el número 4 de esta serie de tamaño
gigante en cuyo interior Thomas proclamó que las historietas
habían sido coloreadas especialmente para la ocasión por Barry
Smith y Linda Lessmann, que Barry no pudo resistir volver a
entintar una página aquí o allá y que él sucumbió a la tentación
de volver a escribir una línea o dos.
El añadido del color y un ligero baño de tinta a esas páginas
finales de “Red Nails” era lo exigible para redondear la
perfección narrativa y artística de la historieta. Y hay que
admitir que mejora. El color que aplica sobre ambos cómics es
excelente dentro de las limitaciones técnicas de Marvel, utiliza
tonos más apastelados evitando el efectismo chillón y aplica
veladuras que subrayan la narración. En “Red Nails” eso
contribuye a magnificar la escena de la lucha contra el dragón,
a incrementar el erotismo del torso desnudo de Valeria, a
acentuar la claustrofóbica fluorescencia del interior de Xuchotl
y a entonar en clave tenebrosa el clímax final. También redondea
su trabajo a la tinta en las páginas finales de la saga,
aplicando unas cuantas rayas más sobre los cabellos de los
personajes y definiendo más algunas sombras, incluso rehace
alguna de las viñetas que dejó en su día en manos del peruano
Pablo Marcos por falta de tiempo. Perfecto, pero esas nuevas
planchas para los Treasury Edition fueron recortadas y
retocadas tras su entrega. Dado que el formato del nuevo
lanzamiento, de 34 por 25'5 centímetros no era proporcional al
de un comic book convencional el resultado fue una historieta de
“Red Nails” en la que Valeria y su montura ya no se reflejan en
el agua, la escena en que Conan lancea al dragón pierde su
pureza y en Xuchotl se volatilizan escaleras, sillas, naranjas y
platos.
En 1975 Marvel lanzó al mercado el número único Robert E.
Howard's Conan the Barbarian (conocido en muchos catálogos
como Conan King Size Special) donde se reeditaron las
historietas “Cimmeria” y “Red Nails” en color, pero esta vez
desde las páginas no completadas por el británico, las de
Savage Tales. Smith jamás se enteró de aquellos infames
manipulaciones.
La reciente
edición de la obra por Dark Horse, con color añadido también sin
la anuencia de Windsor-Smith, mejora la de Robert E. Howard’s
Conan the Barbarian, aunque para algunos este tipo de color
aplicado con programas informáticos tiene menos encanto que el
tradicional.
Con posteridad
a este hito de la historieta estadounidense, parecía evidente
que los editores de los cómics de Marvel no deberían
desaprovechar a un personaje tan atractivo en el futuro. Pero
los guionistas lo hicieron. Roy Thomas se resistió a escribir
“secuelas” o “precuelas” del clásico “Red Nails” salvo por la
adaptación al cómic del relato del pirata Black Vulmea “Isle of
Pirate’s Doom” en 1982, donde ella adoptó el rol protagonista, y
salvo por la descripción de una infancia en la que la rubia de
la Hermandad Roja fue instruida en el manejo del acero por una
guerrera hyrkania pelirroja. A su marcha de Marvel, los
guionistas que le sucedieron no tuvieron tantos escrúpulos y
construyeron un absurdo ir y venir de la pirata por tierras de
dentro del continente que apenas se sostenían o tenían interés
alguno. Thomas, a su vuelta a los cómics de Marvel y
concretamente a los de Conan en los años noventa, trató de
devolver a Valeria la dignidad que merecía y la incluyó en sus
planes de reorganización del “Universo Hyborio”, rescatando a
todos los personajes posibles de la vieja guardia, al uso como
haría con una reunión de apolillados personajes de la Golden Age
(su comportamiento como guionista durante los años noventa lo
acercó a su afición a las agrupaciones en ligas y asociaciones
de superhéroes de los años cuarenta y cincuenta, como denota su
sistemático rescate de Isparana, Zula, Sonja, Fafnir, Bêlit,
Kull y otros para una saga en Conan the Barbarian, su
deseo de devolver a Kull, Solomon Kane, Red Sonja y Valeria a
los complementos de The Savage Sword of Conan, y
su interés por reutilizar viejos esquemas o relatos clásicos
para construir nuevas historietas en las series limitadas que
salieron al final de la década).
Valeria fue una de las más añoradas por Roy. Y mereció la pena
su rescate, al ser providencial e interesante. Desde 1992,
Thomas había venido utilizando relatos de Robert E. Howard de
diferentes géneros y héroes para que fueran protagonizados por
el cimmerio, rellenando de este modo lagunas en la cronología
del guerrero. También buscó realizar nuevas adaptaciones de
relatos de Conan de otros escritores y echó un ojo sobre las
nuevas entregas noveladas que Tor Books había comenzado a
publicar desde 1982, principiando con la publicación de la obra
de Robert Jordan Conan the Defender. El guionista decidió
adaptar algunos de esos títulos que no habían obtenido su
translación al cómic y resolvió que el que más necesitaban los
lectores era la obra de Lyon Sprague de Camp Conan and the
Spider God, puesto que los derechos de adaptación de los
títulos escritos por De Camp, Carter o Nyberg todavía obraban en
poder de Marvel. Mas no dejó de cavilar sobre la posibilidad de
llevar al cómic alguna de las recientes entregas de la serie
novelada de Conan.
La oportunidad llegó con la novela de Roland Green Conan and
the Gods of the Mountain, la cual fue publicada como una
continuación de “Red Nails” a partir del núm. 211 de The
Savage Sword of Conan the Barbarian (la revista había
adoptado este nuevo título), y lo hizo a la par que el libro de
Jordan aparecía a la venta en las librerías estadounidenses.
Es posible que fuese el propio novelista, Green, el que pugnara
por conseguir que su obra fuese llevada a las viñetas dado que
él también era un gran aficionado al cómic (ha comentado que una
de las razones que le impulsó a escribir su ciclo de fantasía
heroica protagonizado por Wandor fue la lectura previa de
algunos de los primeros números de Conan the Barbarian).
Y, de hecho, Green mantendría buenas relaciones con Thomas y con
los editores de Marvel hasta el punto de que pasó a formar parte
del elenco histórico de guionistas del cimmerio en 1997, cuando
escribió el guión de la miniserie titulada en España El
Bosque Infernal.
Y Green volvería a hacerlo, de nuevo con Valeria, en el trío de
comic books que lanzó Marvel entre junio y agosto de 1998 bajo
el título Conan: River of Blood, que recogía a los
personajes donde los dejara en The Savage Sword of Conan the
Barbarian, 217. Valeria y Conan seguían moviéndose por los
sofocantes y peligrosos Reinos Negros en estas historias, en
liza con chamanes de tribus recónditas, con líderes tribales,
con bestias de la selva, en suma: con otras culturas. Todo lo
contrario de las aventuras que habían hecho vivir los guionistas
de Marvel a la pirata rubia durante la ausencia de Roy Thomas,
descolocada por arideces hyrkanias o por el Nordheim en piña con
un grupete de mercenarias de opereta dibujadas por el
“desencajador de mandíbulas” Gary Kwapisz.
La última Valeria al menos era gallarda. Me refiero a la de
Geoff Isherwood, dibujante en River of Blood, que le
devolvió el atractivo de sus primeras aventuras. Mujer toda
ella, la rubia envalentonada y fibrosa era a la vez objeto de
deseo desde la primera viñeta de esta miniserie, justo desde esa
en que Isherwood la despoja de la camisola y el pantalón corto
de pirata que utilizó en “Red Nails” y “Los Dioses de la
Montaña” para cubrir su apetitosa anatomía tan sólo con un
taparrabos y un sujetador que deja ver más de lo que esconde.
Esta Valeria nos volvió a enamorar, al igual que resultó digna
de admiración la que protagonizó las aventuras que vivió como
jovenzuela pirata a las órdenes de Strombani o las cortas
historietas que sirvieron de complemento a The Savage Sword
en la última etapa de su historia como revista, donde la
dibujó núbil y juncal nuestro Esteban Maroto.
Pocas
apariciones, pero intensas todas, como el espíritu libre de esta
mujer inolvidable. |
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