MALOS TIEMPOS. LOS DESASTRES DE LA GUERRA...
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| “Bien lo sabéis. Vendrán por ti, por mí, por todos. Y también por ti. Aquí no se salva ni dios, lo asesinaron”
Poema “Me llamarán, nos llamarán a todos” En Ángel fieramente humano, 1955. Blas de Otero. |
Este libro es el primero de una serie de cuatro libros de historietas, agrupados bajo el título común 36-39 Malos Tiempos, dedicados a narrar y mostrarnos el día a día de los españoles que vivieron la Guerra Civil. Carlos Giménez deja de lado a los héroes y a los generales, las batallas perdidas y ganadas, a los caudillos y a los políticos, las cronologías y las relaciones de hechos, para centrarse en la vida cotidiana de las gentes, las pobres gentes, que en las ciudades y en los campos de ambas Españas en guerra sufrieron el miedo a la muerte. Y muchas veces murieron.
El primer libro se ambienta en el fracasado golpe de estado de los militares sublevados en julio de 1936 que llevó a la guerra civil, y muestra los asesinatos que azules y rojos cometieron, muchas veces por rencor u odio, por venganza o ajuste de cuentas, y casi siempre desde el lado franquista para hacer una “limpieza ideológica” no menos cruel y aterradora que las posteriores y actuales limpiezas étnicas. El tema del segundo libro es el hambre, el hambre terrible que se padeció en el Madrid sitiado, y poco después en todas las ciudades y pueblos de la República, ya que las zonas agrícolas estaban en su mayor parte sojuzgadas por los rebeldes. Y junto con el hambre los bombardeos que sufrieron las ciudades republicanas.
El tercer libro mostrará aún más los efectos de los bombardeos, aéreos y terrestres, que sufrió primero Madrid, y después Málaga, Gernika, Valencia, Tarragona, Barcelona... Y siempre, omnipresente, el hambre y el frío y la carencia de todo, padecida por la retaguardia republicana. El final de la guerra, la llegada de la Victoria y los primeros momentos del franquismo triunfante son el tema del cuarto libro, en el que Giménez muestra la negra noche que en 1939 cayó sobre los españoles, y cómo los vencedores se cobraron largamente su triunfo con campos de concentración, cárceles y fusilamientos.
Cada libro está formado por una serie de episodios, en historietas aparentemente aisladas e inconexas, que se alternan en las dos zonas en las que la guerra civil dividió a España. El lector entra en cada historieta de golpe, sin apenas preparación, para encontrarse ante unos personajes, unos hechos y una situación concreta que se resuelve traumáticamente ante sus ojos. Acto seguido pasa a otra historieta similar pero alterna. De la “zona roja” a la “zona azul” y otra vez a la “zona roja” y a la “zona azul” y así sucesivamente. El conjunto forma una imagen múltiple de caleidoscopio y poco a poco las acciones se van entrelazando hasta formar un continuo en el que se suman muerte tras muerte, y en el que se encarnan el miedo y el terror, la sorpresa y el absurdo de la muerte sin sentido.
Giménez no quiere hacer política directa, por ello sus personajes son arquetipos: el obrero honrado y lúcido, el cura cómplice con los militares sublevados, el falangista que ejerce de verdugo en la retaguardia, los militares que obedecen y saludan reglamentariamente, los sindicalistas que puño en alto luchan por la revolución, las mujeres y los viejos y los niños que encarnan a las víctimas de la guerra, el pueblo como grupo de gentes que se mueve a compás de los azares de la guerra, los asesinos innominados que en ambos lados de la guerra hicieron una carnicería... Todos se mueven como títeres que representan en un retablillo las historias que Giménez nos cuenta.
Para lograrlo, el autor establece primero un panorama general, unas situaciones y una serie de personajes, que se mueven en un país y en un momento histórico dados. Algo así como un tablero de Juego de Rol. El tablero de juego en este primer libro es, de un lado, el Madrid sitiado por moros, legionarios y soldados, cuya retaguardia palpita a compás con el odio, el miedo y las esperanzas de los milicianos y la población civil que ve como se suceden las muertes y los asesinatos de gentes de derechas, políticos y curas. Por el otro, lo es la ciudad de Zamora y sus pueblos y aldeas, que desde el primer momento estuvieron en manos de los militares rebeldes, pese a lo cual éstos desataron una ola de terror sistemático sobre los republicanos, militantes de izquierdas, masones, sindicalistas, simpatizantes del Frente Popular o sospechosos de serlo, obreros y campesinos, que sufrieron detenciones y encarcelamientos, torturas, “paseos“ y ejecuciones sumarísimas. Y el juego es una guerra a vida o muerte.
Carlos Giménez trabaja con una licencia: viaja atrás y adelante en el tiempo, no se sujeta a fechas estrictas y correlativas, si no que ordena sus narraciones sobre el eje formado por los sucesos cotidianos de la guerra y presenta a sus personajes y nos relata sus hechos y acciones a su conveniencia, tan pronto en las semanas inmediatamente anteriores al l8 de julio de 1936 como en los primeros meses de guerra, para pasar a 1937, para después volver a agosto o septiembre del 36 y acto seguido saltar a hechos que tuvieron lugar en 1938... Así, desde su condición de autor total y narrador de la obra, Giménez va a ofrecernos en los cuatro libros que componen la serie 36-39 Malos Tiempos, su visión de los Desastres de la Guerra...
Cual émulo de Goya, Carlos Giménez no pretende tanto explicarnos de qué lado estaba la razón en la Guerra Civil española cuanto mostrarnos estos nuevos desastres derivados del horror intrínseco de la propia Guerra Civil, que Giménez muestra a izquierda y derecha, y exponer ante nuestros ojos los desmanes y las barbaridades que todos cometieron. Su simpatía y mayor cercanía a los obreros que resisten y luchan contra el fascismo no le impide hablar de sus errores. Tanto unos como otros: los militares sublevados y sus aliados de la derecha, como los obreros y gentes de izquierdas, dejaron durante los primeros meses de la guerra un reguero de muertes --que en el caso de los vencedores de la guerra civil se prolongaría durante muchos años después de su victoria--, que Giménez refleja en sus historietas, sin partidismos, señalando que la muerte solo es la muerte y que como tal es el supremo horror.
Como justificación de la violencia, fría y programada que los militares sublevados y sus auxiliares civiles ejecutaron se invocó una pretendida “revolución de las izquierdas”, que no existía. Pero que el golpe militar acabó por provocar. Lo cierto es que en las instrucciones del General Mola, organizador de la conspiración para el golpe de estado, éste escribía textualmente meses antes del 18 de julio: “La acción ha de ser en extremo violenta […] Hay que extender el terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos a todo el que no piense como nosotros". Como reacción, ello generó una explosión de violencia de los rojos, que se resolvió en las muchas muertes y asesinatos llevados a cabo en las ciudades y los pueblos republicanos.
Para argumentar este libro, Carlos Giménez, se ha basado en los testimonios de viejos supervivientes de la guerra, que aún recuerdan los excesos y barbaridades cometidas por los asesinos. Y eso es lo que el autor nos muestra, cómo, más allá de toda ideología y de toda razón, los españoles cayeron muertos en las cunetas de las carreteras, contra las tapias de los cementerios, en las canteras, en las eras de trillar, en los huertos y descampados, en rincones ignotos bajos los árboles y al borde de las aceras, a lo largo de los caminos de España, en las praderas y jardines de Madrid, en la plaza de toros de Badajoz, en las calles de Barcelona, en Sevilla, en Valencia, en Zamora, en Tarancón... y en las plazoletas y en las calles de Valladolid, donde los falangistas mataron a tantos obreros que allí crearon el Auxilio Social para recoger y atender a los huérfanos que ellos habían hecho, hijos de los rojos asesinados.
Giménez toma partido desde la primera página de este libro. Y aunque mantiene su condena sobre todas las muertes ello no quiere decir que sea neutral. Como autor solo pretende mostrar el ambiente y el sentir de las gentes de a pie, los eternos sufridores que padecen las guerras. Es por ello que evita mostrar a los generales y a los políticos, las batallas y los hechos de armas, como no sea por reflejo del ambiente de calle. Sencillamente: no quiere hacer Historia ni mostrar la Historia de la Guerra Civil. Giménez, se aplica a solo mostrarnos los hechos diarios de las vidas de quienes padecieron la guerra, de las muertes, siempre injustas, de unos y otros.
Como autor, intenta conservar la imparcialidad del testigo que señala y da testimonio de las barbaridades que se ejecutaron en ambas Españas en guerra. Y sin embargo, su conciencia de hombre de bien no puede quedar enterrada bajo ese silencio que reclaman los conformistas que piden que no se remueva el pasado. Y así pese a su deseo de ser imparcial, a Giménez le es imposible callar la verdad última sobre la guerra civil y quienes la causaron.
Y aquí entra en escena un personaje recurrente del libro, Marcelino, un obrero afiliado a Izquierda Republicana, quizá el partido más inane y menos “partidista” que hubo en la guerra. Marcelino, al que no se ve nunca empuñando un arma, ni en la sede de un partido o sindicato, ni con una bandera o con una insignia, encarna el rol del testigo, cumple el papel del coro de la tragedia griega y es el portavoz del propio autor, que se sirve de este obrero ideal, no contaminado por los horrores de la Guerra –por lo que puede pregonar las esencias y los ideales de los trabajadores más allá de la política sectaria y de la barbarie bélica--, para condenar por su boca, esquemáticamente, tanta muerte absurda: “Todos los muertos... ¡los de los dos bandos! Que se los apunten a los que empezaron esta maldita guerra. ¡Ellos son los responsables de todos los muertos!. ¡Ellos la empezaron! ¡Maldito sea el que empieza una guerra!”
El autor culmina este primer libro, nueva versión de los Desastres de la Guerra goyescos, cerrando en un nudo argumental las distintas historias que ha narrado, con una historieta en la que muestra como la sinrazón y la loca violencia de aquella guerra acabó por atrapar y bañar en sangre a todos, a un lado y a otro. Nadie se salvó del pecado, aunque siempre será necesario recordar los que a este respecto escribió en 1969 Max Aub, en La Gallina Ciega: “Hubo una gran diferencia entre las barbaridades que se cometieron de nuestro lado y las que hicieron ellos. Nosotros –dejando aparte a los que las cometieron-- las reprobamos y, en los casos que pudimos, las castigamos. En cambio, ellos las hicieron conscientemente y, a lo que es peor, creyendo que hacían justicia. ¡Qué justicia ni qué narices! En esa diferencia fundamental está la base de la verdad y, precisamente porque ganaron ellos, la vida española de hoy está construida en la mentira (...) En la mentira y en el crimen (...)”
Se trata de una obra importante, a la que este prólogo apenas hace justicia, un libro que es preciso leer despacio y reflexivamente para poder atisbar y comprender algo de lo dura y trágica que fue la Guerra Civil española. Una obra que demuestra, más allá de toda duda, la importancia que Carlos Giménez tiene en el panorama del cómic internacional del último medio siglo, por encima de modas y tendencias.