LA CONSTRUCCIÓN DEL HÉROE EN EL ETERNAUTA (2 DE 3)
LUIS SUJATOVICH

Resumen / Abstract:
Esta segunda parte comienza dando precisiones acerca del contexto en que emerge la obra. Luego se introduce en la historieta y narra los acontecimientos que convierten a Juan Salvo, su familia y sus amigos en el grupo de sobrevivientes que peleará para defender a Buenos Aires de la invasión. / This second part begins giving precisions about the context in that the work emerges. Then she introduces herself in the comic and narrates the events that convert Juan Salvo, his family and his friends in the group of survivors that will fight to defend Buenos Aires against the invasion.
Notas:
Ensayo en tres partes publicado entre los números 27 y 29 (2007 a 2008) de la `Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta´.

1ª parte: La construcción del héroe en "El Eternauta" (1 de 3)


LA CONSTRUCCIÓN DEL HÉROE
EN EL ETERNAUTA (2 de 3)

 

Contexto en el que emerge la obra

La historieta argentina forjó su identidad durante la llamada época de oro, período comprendido entre las décadas del cuarenta y sesenta. Hacia mediados de la del cincuenta se editan más de 165 millones de ejemplares anuales de revistas de historietas, la mitad del total del material que se lee en el país. Algunas editoriales durante ese lapso publicaron en sus revistas historietas de consumo masivo: Editorial Columba (1922), Editorial Abril (1943), Acme Agency (1950), Muchnick Editores (1950), Editorial Codex (1951), Editorial Frontera (1957), entre otras. A partir de la década del setenta, algunas de estas empresas desaparecen de la escena editorial. La crisis tomó su forma más significativa con el cierre en 1963 de Editorial Frontera, creada por Héctor Germán Oesterheld.

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Ilustración de Solano López para la portada de uno de los números de Hora Cero.  
La primera versión de «El Eternauta» apareció en el número uno de la revista Hora Cero Suplemento Semanal, el 4 de septiembre de 1957, titulada entonces «Una cita con el futuro. El Eternauta. Memorias de un navegante del porvenir». Este es el título completo con el que Oesterheld presentaba la mítica historieta, ilustrada por Francisco Solano López. La historia se publicó semanalmente hasta el número 106 del Suplemento Semanal, fechado el 9 de septiembre de 1959. Oesterheld realiza la totalidad de los guiones. Esta vasta labor virtualmente instituye el oficio de guionista en Argentina, poco valorizado por aquel entonces, hasta el punto de que muchos guionistas no firmaban sus trabajos.

Nos encontramos en la posguerra. Un tumulto de cambios acaloran al mundo. Dentro de su ámbito local y profesional, Oesterheld contribuye a las mutaciones de la época. Comienza a imponer una forma de plasmar historieta en la que lo importante no es solo entretener, sino la posibilidad de construir una crítica alegórica y humanista de la sociedad.

La invasión extraterrestre enlaza inevitablemente a «El Eternauta» con las numerosas invasiones alienígenas que prosperan en el cine norteamericano de la década del cincuenta. La suposición de la vulnerabilidad de la Tierra que se inicia con «La guerra de los mundos» de H. G. Wells.  Del afuera procede un constante aluvión de fuerzas destructoras. El afuera galáctico oculta el temor del mundo capitalista de la posguerra a ser invadido, conquistado, por ese afuera ideológico, cultural, de la ex Unión Soviética. Muchos años después y habiendo pasado Auschwitz, Hiroshima, Nagasaky y los gulag stalinistas, Oesterheld intenta dar una respuesta a los horrores cometidos por el hombre: la necesidad de una ética de la solidaridad.

En la visión típica de los autores de ciencia-ficción de fines de la década del cincuenta –plena época que se conoce como la guerra fría– la catástrofe del planeta va a venir de afuera, del otro desconocido. Los extraterrestres aparecen como los malos de una historia en una característica proyección de colocar en el otro, lo siniestro de nuestra condición humana. Por otra parte, recordemos que «El Eternauta» es publicado dos años después del derrocamiento de Perón, poco tiempo después del fusilamiento del general Valle y en plena irrupción de la figura de Frondizi.

«El Eternauta» comparte con «Operación masacre» de Rodolfo Walsh una mirada sobre la coyuntura política y los avatares de los sectores populares. «De la situación Robinson inicial a la situación de combate que surge de la invasión, hay un cambio cualitativo que Oesterheld va descubriendo junto con sus personajes al acompañarlos coherente, amorosamente. Allí se le revelan en toda su grandeza, en toda su humanidad. Algo que le pasó a Walsh en “Operación masacre”...»[1].

Hay quienes han trabajado esta línea de análisis, pero en general hay acuerdos al señalar algunas similitudes y diferencias. Como plantea Pablo Alabarces, las diferencias que se pueden señalar son referenciales, genéricas[2]. Walsh cuenta hechos que son reales, que reclaman leerse como reales, pero que permiten leerse como ficticios: el lugar del periodismo. La ciencia-ficción de Oesterheld se caracteriza por la falta de ciencia. Solo se encuadra en la categoría genérica por su actitud prospectiva, especulativa: imagina lo que va a pasar, el futuro; recorre, además, el tópico de la invasión que Wells, Herbert había transitado. Pero la mirada hacia el futuro admite otro encuadre; la profecía. En 1957 Oesterheld adelanta el terror que la violencia del poderoso impondría con efectiva realidad en 1976. Walsh también asume esa mirada: podemos perfectamente leer en su «Operación masacre» el ejercicio de las futuras masacres.

Esa relación con lo cotidiano, la situación excepcional que surge de las prácticas más usuales (la nevada que inaugura la invasión en «El Eternauta» se produce en medio de una partida de truco; la aparición de la policía en «Operación masacre» se da durante la audición colectiva de una pelea de box) es uno de los contactos más fructíferos. Los personajes de ambos textos remiten a seres conocidos, conocibles; como señalaba antes, los personajes de Walsh son personas no ficticias; pero los de Oesterheld, puramente imaginarios, no son ilusorios. Además voluntaria o fortuitamente los seres de Oesterheld recorren todo el espinel sociológico: el pequeño industrial Salvo, el jubilado Polsky, el intelectual Favalli, el empleado Lucas, el obrero Franco, el periodista Mosca, el joven Pablo. Todos ellos permiten el reconocimiento y la identificación inmediata: cualquiera es uno de nosotros.

Hay otra pauta común: el tratamiento de las criaturas, la relación de nuestros autores con la vida de sus personas/personajes. Podemos precisar: tanto Walsh como Oesterheld leen sus anécdotas desde la tradición del humanismo. En Oesterheld esa matriz es fácilmente reconocible: la amistad como marca fundamental, el amor por la familia (Salvo, Elena, Martita). En Walsh, apenas es preciso revisar sus prólogos a las repetidas ediciones de Operación Masacre, el reclamo walshiano es por la justicia, porque es intolerable para el género humano que el poder fusile a quince inocentes. O a quince culpables, porque quitar la vida siempre es intolerable. Frente al poder, frente al eterno problema del poder, ambos escritores esgrimen una tradición de los valores de la vida. Porque el poder (sea el mal, los Ellos, la dictadura) acarrea la muerte, que siempre es inútil.

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  El mismo Solano López dibujó años más tarde una versión en cómic de la novela de Rodolfo Walsh.
Las trayectorias de Rodolfo Walsh y Héctor Germán Oesterheld también son comparables. En términos puntuales, sabida es la historia de ambos: integran la organización Montoneros en la década del setenta, son desaparecidos en 1977 con poco tiempo de diferencia. Pero la similitud más rastreable no pasa por las militancias políticas (que entrega la agregada coincidencia de un común pasado antiperonista). Pasa por su producción textual. Es legible en los textos de Walsh y Oesterheld una progresiva politización, en consenso con la que se produce en toda la sociedad argentina en la década del sesenta, lo que se ha llamado la radicalización y nacionalización de las capas medias. En particular en Oesterheld es sugestiva la comparación de la original de 1957 y la nueva versión que dibuja Alberto Breccia en 1969 para la revista Gente, acortada y abortada por decisión de la editorial. Si la historieta gana en calidad (del sencillo e inocente dibujo de Solano López al poderoso trazo de Breccia), también gana en explicitación. La pregunta que conmueve a Salvo y a Favalli en 1957 («¿qué harán los países desarrollados para salvarnos?») se transforma en desilusión concreta en 1969: nada, porque nos han vendido, nos han traicionado, porque los amigos son en realidad imperios, dominadores, que entregan a los pueblos subdesarrollados a cambio de su bienestar y seguridad. Frente a ello, la respuesta colectiva adquiere otro sentido más: no solo el amor por as criaturas, la amistad y la solidadridad, sino también la respuesta política frente al poderoso, la revolución. Esa progresiva radicalización de Oesterheld/Eternauta lo llevará, en la continuación de 1976-1977, a justificar la muerte de los amigos y familiares (¡Elena y Martita!) en pos de la salvación colectiva.

En Walsh se puede leer algo similar. La cita de Elliot que abría «Operación masacre» de 1957 y 1964 («una lluvia de sangre ha bañado mi rostro...») da lugar a la confesión del comisario Rodríguez Moreno, que conduce al pelotón de fusilamiento; la falta de referencias a los otros fusilados, el general Valle y sus sublevados, para remarcar la arbitrariedad de los hechos en las primeras ediciones, cede ante un capítulo que justifica la ejecución de Aramburu desde la edición de 1972. El héroe individual ha sido vencido, solo es posible el héroe colectivo, o la formación especial. Para ambos: además de narrar, además de contribuir a explicar y dar sentido, es preciso pasar a la acción. Para Walsh, eso significará el silencio: desde 1967 no publica nunca más relatos. Desde 1971, tampoco firma notas. Hasta la «Carta a la Junta Militar», en 1977.

Creo haber mostrado, sin agotarlos, los ejes que nos permiten pensar en la profunda relación legible entre los textos de Rodolfo J. Walsh y Héctor Germán Oesterheld, no en la pretensión de la comparación  por  la  comparación misma, sino en la idea de un clima similar, una atmósfera común; en la idea de un país que pide ser narrado y al que dos de sus grandes intelectuales transforman en texto, en experiencia compartible en la lectura.

 

La historieta

Era la noche más fría del invierno, las calles estaban desiertas y casi todas las ventanas tenían las luces apagadas. Aquella madrugada de 1957, el barrio de Vicente López estaba en calma. Pero en el primer piso de un chalecito cuatro amigos: Juan Salvo el dueño del chalet y de una pequeña fábrica de transformadores, el profesor Favalli, físico docente universitario, Lucas Herbert, bancario, y Polsky, jubilado, jugaban al truco, sin sospechar lo que sucedería tiempo después.

Al terminar una mano, uno de los derrotados enciende la radio y ante la importancia de la noticia todos hacen silencio: «Las grandes potencias continuaron haciendo ensayos atómicos, un accidente acaba de revelarlo: el estallido de una bomba atómica ha producido incalculable cantidad de polvo radioactivo... desplazada por el viento, la nube radioactiva avanza a gran velocidad hacia el sudeste»[3].

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  Comienza la nevada, el grupo de amigos aún no sabe lo que les espera.
A pesar de la información, continuaron el juego. De pronto un apagón los deja con las cartas en la mano. Se asoman a la ventana y el ruido de un accidente de tránsito los preocupa, por primera vez en la noche. La inmensa oscuridad se cubrió por un silencio que parecía infinito. Lucas Herbert, empleado del banco, quiso abrir la ventana para observar mejor los pequeños copos fosforescentes, que como una nevada caían sobre el barrio. Polsky, el jubilado, le advirtió que no lo hiciera, podía ser peligroso. Ninguno recordaba haber visto nevar en Buenos Aires, algo raro pasaba. Preocupado por su familia, Juan Salvo bajó corriendo las escaleras hasta la planta baja de su casa y se reunió con su esposa e hija.

En tanto Favalli, profesor de física, trataba de razonar acerca de lo sucedido. Había en la nevada una sustancia que se volvía mortal con el simple con tacto, a eso se debían los accidentes y la quietud repentina.

Frente a esa circunstancia, decidieron verificar que todas las aberturas estuviesen correctamente selladas. Probaron suerte con el teléfono: no funcionaba. Entonces Polsky se precipitó hacia la calle, desesperado por su familia; nadie pudo detenerlo y pocos minutos después cayó muerto por la nevada. El cuerpo sin vida de su amigo a escasos metros de la casa, dejó a los habitantes dolidos y muy preocupados. «Allí quedó mi amigo Polsky, un cuerpo más entre todos los que habían sucumbido bajo aquella mortal nevada. No hacía aún diez minutos desde cuando jugábamos al truco»[4].

Es aquí cuando uno de los personajes, Favalli, comienza a mostrar sus virtudes como intelectual, como hombre capaz de analizar una situación, por terrible que sea, y encontrar la mejor opción para sobrevivir, e insta a los demás a no desesperarse y a tomar las precauciones necesarias, para que ningún copo ingrese en la casa. Al comprobar que ese era el único lugar seguro hasta el arribo de ayuda, quedaron expuestos a una nueva forma de vida, que poco o nada tenía que ver con lo vivido hasta entonces. Deberían transformar ese hogar en un lugar en el que tendrían que pasar muchos días, tantos como tardase la ayuda en llegar. Es necesario entonces organizar las provisiones de alimentos, de agua, de remedios... «Nada más exacto que aquella comparación. Éramos Robinsones en nuestra propia casa sólo que el mar que nos rodeaba era un mar de muertes, y que el auxilio con que Favalli contaba no llegaría más»[5].

Es útil hacer un alto en la historia, para mencionar algunos aspectos del contexto internacional que pueden favorecer a una lectura más amplia de la historieta: finalizada la segunda guerra mundial, una nueva contienda dominó por completo el escenario internacional de la segunda mitad del siglo XX: la guerra fría, que durante más de cuarenta años enfrentó a EE.UU. y la URSS.

Sin embargo, y a pesar de su denominación, no fue una clásica contienda bélica, sino que se caracterizó por propiciar una carrera armamentística y nuclear hasta entonces inédita. A un nuevo avance tecnológico soviético, le seguía uno norteamericano. La preocupación que desvelaba no solo a los líderes de ambos bloques, era el peligro de una guerra nuclear que pondría en serio peligro a toda la humanidad. Quizás por este temor las relaciones diplomáticas fueron tan agitadas durante los primeros años de consolidación de ambos bloques. Inestabilidad que repercutía fuertemente en los países periféricos, pues no solo allí se realizaban los experimentos, sino que también serían estos países los que sufrirían las peores consecuencias, si una guerra nuclear se desataba.

Sin embargo, «durante treinta años ninguno de los bandos traspasó la línea de demarcación fijada, excepto en momentos puntuales. Ambos renunciaron al enfrentamiento abierto, garantizando así que la guerra fría nunca llegaría a ser una guerra caliente»[6].

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Juan Salvo lejos de convertirse en el Eternauta se preocupa por su familia.  
Situados los personajes en este temor mundial es comprensible, que cuando Favalli prende la radio y escucha de un nuevo ensayo atómico, todos prosigan con las cartas; y que ante la aparición de la nevada mortal, se lo adjudiquen a la nube radioactiva. Cabe destacar que la radio jugaba un papel fundamental, ya que la televisión no se había convertido aún en el medio de comunicación más importante. Por lo tanto si el noticiero afirmaba que existía el peligro de contaminación, por las bombas lanzadas a modo de prueba por las potencias, ¿quién podía pensar en algo diferente?

La primera duda que le surgió a Favalli y a Herbert fue sobre la naturaleza de los copos, ya que el contador Geiger no señalaba radiación de ningún tipo. Volvieron a encender la radio en busca de noticias y una voz en español que decía: «París, Francia. Llama la atención la creciente dificultad de las transmisiones radiales. Sabios de la Sorbona afirman que la nevada no tiene absolutamente nada que ver con las explosiones atómicas»[7]. Luego sobrevino una gran interrupción y cesó por completo la transmisión. Salvo y Herbert, entraron en pánico, la suerte de sus vidas no podía ser diferente del resto de la humanidad, todos estarían en iguales condiciones. ¿Cuánto tiempo podrían continuar con vida? «¡Moriremos como ratas! ¡El aire, los alimentos, se nos acabarán enseguida! ¡Moriremos como ratas!»[8], gritó Herbert, en tanto Salvo se preguntó por la suerte de su mujer y su hija.

En cambio Favalli propuso salir de la casa en busca de las cosas que necesitarían para subsistir. «Se nos acabarán si nos quedamos cruzados de brazos, pero aquí tenemos materiales de sobra para hacernos un traje hermético, algo así como un traje de buzo... que nos permita ir a buscar afuera todo lo que podemos necesitar: agua, comida, ropa... ¡hasta libros para no aburrirnos podemos buscar!»[9].

Esta importante diferencia entre las reacciones de Salvo y Herbert y la de Favalli, va configurando al profesor como uno de los personajes centrales de la historieta por su valioso aporte intelectual para la salvación del grupo. «Realmente era una suerte tener al lado a un hombre como Favalli. Con él podríamos superar fácilmente todas las emergencias... pero él mismo enfrió mi entusiasmo...»[10].

Lo primero que debían buscar era armas. Pero ni Salvo ni Herbert entendían el porqué, pero Favalli les explicó: «no creo que seamos los únicos sobrevivientes del desastre... habrá otros; algunos serán pacíficos e inofensivos como nosotros, pero otros...»[11] serían violentos, criminales, que olvidarían la sociedad, con sus códigos y normas, y se lanzarían a las calles en busca de víveres sin otra ley que la del más fuerte. Sin policía, sin orden, sin gobierno,se había acabado la historia, y había comenzado una era en que solo la fiereza y la astucia podían asegurar la permanencia.

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  Favalli, el cerebro de la resistencia, poniendo en alerta al grupo.
El plan de Favalli es construir «la casa-fortaleza aislada como un castillo medieval, celosamente defendida, pretendidamente autosuficiente, dentro de la cual se puede sobrevivir –con ingenio– infinitamente»[12].

Pero para poder salir a la calle es necesario un traje aislante, y de inmediato, gracias a la variedad de objetos guardados en la buhardilla de Juan Salvo, consiguen los elementos indispensables y lo comienzan a confeccionar.

Por medio de los dados el azar escoge a Juan Salvo para que sea el primero en probárselo y salir de la casa-fortaleza, no sin la resistencia de Elena y Martita. Una vez que Juan Salvo pase la frontera del hogar, se adentre en las calles del barrio y contemple el paisaje desolador que lo rodea, empezará a tomar conciencia de la magnitud de la tragedia y a medida que pase el tiempo adoptará una posición más próxima a Favalli que a Herbert. Porque Favalli hasta este punto de la historia, es quien sobresale del grupo, por su claridad de conceptos y sus razonamientos acerca de cómo desenvolverse en un mundo nuevo, sin garantías, regido por la brutalidad, como si se hubiese retrocedido, de golpe, miles de años en la historia de la humanidad.

Podríamos afirmar que hasta aquí Favalli es el único héroe, sin embargo luego de su viaje por el barrio, Salvo experimentará una modificación sustancial en su carácter que lo ayudará a tomar importantes decisiones junto con Favalli. «Recién ahora (caminando solo) me daba cuenta cabal de la enorme suerte que habíamos tenido no solo por tener la casa bien cerrada cuando empezó la nevada y habernos dado cuenta»[13].

En su búsqueda de armas Salvo se dirigió a la ferretería, pero al ingresar oyó ruidos que lo hicieron temer, sabía que cualquier estímulo inesperado era una amenaza. Estar desatento podía significar la muerte. «Apenas entré, me atrincheré detrás de unos cajones. Aquellos ruidos, aquel ruido ahogado que seguía repitiéndose podían ser solo señuelos para hacerme caer en una emboscada»[14]. Pero ese ruido no provenía de una emboscada, provenía de Pablo, el chico que atendía junto a su tío la ferretería y que éste como castigo, por derramar la tarde anterior una damajuana con solvente, lo mantenía encerrado en el sótano. De esta manera se suma un nuevo integrante al grupo de sobrevivientes, que trabajará y compartirá las mismas desventuras a pesar de su corta edad.

El problema que se le suscita a Salvo, es de qué forma rescatar al chico, ya que otro traje no tiene y sabe que el mero contacto con la nevada, acabaría con Pablo en pocos minutos. Mientras que cargaba armas y municiones en una bolsa, le pidió que aguantara un poco más allá abajo, en tanto iba por ayuda, es decir por el profesor: «Favalli sabrá, seguro, cómo salvar a Pablo. De paso, aprovecharé el viaje para llevar lo que pueda»[15].


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La noche en un barrio periférico de la ciudad, durante la nevada mortal.

De vuelta en la casa halló a Favalli con otro traje aislante, y le informó los sucesos de la ferretería. En menos de un minuto estaba Salvo otra vez en la calle, pero con la compañía de Favalli dispuestos a socorrer a Pablo y a continuar con el plan de aprovisionamiento. Tomaron una carretilla, lo envolvieron con una tela y partieron raudos para la casa, si no se apuraban podía morir en el viaje por falta de oxígeno. Después de presentarlo al grupo y de explicarle las circunstancias desconocidas por Pablo por su encierro, volvieron a trabajar organizados por el profesor: «Uno de nosotros (Favalli, Salvo y Herbert), debe quedar siempre aquí, por lo que pudiera suceder. Los otros dos irán a buscar lo que haga falta: cada uno hará dos viajes y descansará durante el tercero»[16].

La aparición de Favalli y Herbert con sendos camiones, el furgón del almacén y un aguatero, despertó cierto optimismo porque algunas cosas estaban saliendo bien. El grupo aumentaba de número, lo que significaba la posibilidad de que luego irían apareciendo más sobrevivientes, y además cumplía con sus objetivos primordiales: Ahora también tenían agua. Y con el otro camión podrían evitarse muchos viajes en carretilla, además el vehículo les brindaría mayor seguridad ante un ataque.

Pero a medida que la situación era dominada por Favalli, pues era él quien dirigía y supervisaba las acciones del grupo, conocedor de su capacidad analíticay razonadora, quedaba en evidencia la pasividad de Salvo y Lucas Herbert, y al último no le agradaba el reparto de roles. «¿No se te ha ocurrido, Juan, que Favalli nos tiene en su poder? Que él sabe tanto de todo y nosotros tan poco de todo, nos tiene a su merced...

¿Por qué un hombre como él cuando la casa esté bien llena de todo, va a compartir la vida con nosotros? No se te ocurre pensar que cuando no le seamos más útiles, se las arreglará para eliminarnos?»[17].

Este temor tiene una lógica explicación, y habla a favor de la capacidad de adaptación de Lucas. Si la historia había acabado, si los lazos reales y simbólicos que unían a la humanidad, que establecían límites,derechos y deberes, se habían terminado con la nevada mortal; entonces los que por cualquier motivo aún vivían, desconocerían el pasado para valerse de todo lo necesario para sobrevivir –ellos mismos buscaron armas en su primer viaje– por qué habría de pensar Lucas que entre ellos sería diferente. Tal vez si no hubiesen abandonado la casa, ninguna especulación habría surgido, pero ante semejante espectáculo no resultaba tan inadecuado su pensamiento. También Salvo pensó que Lucas no estaba equivocado. «Lo que Lucas acababa de insinuar no podía ser más atroz. Y sin embargo, aunque todo en mí rechazaba la espantosa idea, una parte de mi cerebro, la parte fría, lógica, se puso a razonar... ¿Y por qué no? ¿Por qué Favalli no se aprovecharía de nosotros?»[18].

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Juan Salvo será el primero en salir de la casa  a buscar provisiones con el traje confeccionado por ellos.  
Pero por lealtad a su amigo, o por creer que los vínculos que ya no existían en la calle pervivían en el grupo, le respondió: «¡Estás diciendo locuras, Lucas! ¿Con qué derecho dudas de Favalli? ¿Por qué, por qué habría de eliminarnos? ¿No somos sus amigos, acaso?»[19]. Terminada la conversación llegaron a la farmacia, y antes de ingresar y encontrar huellas humanas, todos los miedos cobraron sentido de inmediato. «Era la primera señal que encontrábamos, reveladora de que había otros sobrevivientes como nosotros. Sentí igual pánico al de Robinson cuando allá en su isla descubrió de pronto la marca de una pisada humana. Porque un sobreviviente podía significar un competidor a muerte...»[20]. Lo peor llegó después.

Acordaron que Salvo se encargaría de buscar en el depósito los antibióticos, y que Lucas haría guardia en la calle. De pronto un portazo dejó encerrado a Salvo. Sus sospechas eran fundadas, alguien más estaba con ellos. Disparó a la cerradura y al salir vio a su amigo muerto de una puñalada y sin su traje aislante. «La ley de la jungla. Matar o morir... había fieras sueltas en torno nuestro. Fieras: hombres. Las más feroces de todas, supe como nunca, lo que es el miedo»[21].

Y casi sin detenerse a mirar el cuerpo de su amigo, se subió al camión y presuroso partió para contárselo al grupo, pero a Favalli en particular. Todavía el único héroe. El asesinato de Lucas modificó los planes, porque no bastaba con aprovisionar la casa, confeccionar los trajes y repartir las tareas con inteligencia. Los enemigos estaban al acecho, y contra ellos no había suficientes precauciones. «Ya no se trata solo de mantener a raya la nevada: ahora se trata de mantener a raya a los hombres. Todas las próximas salidas las dedicaremos a buscar armas: ¡Tenemos que prepararnos como para un asedio!»[22].

Favalli en cambio propuso huir de la ciudad en busca de un sitio alejado, pequeño, donde disminuyeran las posibilidades de enfrentamientos con otros grupos, en la lucha por sobrevivir: «Irnos de aquí, Juan. Irnos lejos, bien lejos, a algún pueblo pequeño donde estemos seguros de que no han quedado sobrevivientes. Cuanto antes partamos mejor»[23].

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La ciudad devastada y vacía: la invasión estaba en marcha.

Es importante señalar que ni Elena, la esposa de Salvo ni Martita, la hija de ambos, tienen incidencia en las resoluciones; si bien Martita es una niña, y por tanto no está en condiciones de participar de tan serias discusiones, sí lo está Elena, y sin embargo su posición está relegada a un segundo plano. Solo obedece. Favalli y Salvo son los encargados de salvar al grupo luego de la muerte de Lucas. «Lo malo es que solo somos dos hombres útiles tú y yo, Juan...»[24].

Pablo tampoco es considerado un hombre por su escasa edad. Un golpe en la puerta los hizo temer. Favalli y Salvo se calzaron los trajes y se encaminaron hacia el garaje armados, no abrirían la puerta hasta estar seguros de no correr peligro. «¿Qué querés, por qué llamas con tanto apuro?»[25] preguntó Favalli, como si no hubiesen sobradas razones para no querer estar en la calle. La voz del otro lado contestó lo previsible: «¡Necesito ayuda! ¡Por favor! Déjenme entrar!»[26]. Para saber a quién pertenecía la voz, Favalli disparó varias veces contra el portón del garaje que los separaba, y antes que pudiera mirar por los orificios, Salvo se arrojó encima del profesor cubriéndolo de varios disparos de metralleta que perforaron la puerta. «Otra ráfaga nos buscó... había calculado que, si no estábamos muertos, estábamos en el suelo» y entonces «Fava y yo calculamos donde estaba él»[27]. Y dispararon hasta matarlo. Ya no tenía dudas Salvo, era indispensable partir, la ciudad era más peligrosa de lo que pensaba. «¿Comprendés, Juan, hasta qué punto es importante que nos vayamos? ¿Qué hubiera pasado si este desesperado, en lugar de estar solo, nos hubiera atacado con uno o dos como él?»[28].

La zona elegida fue algún valle de la Cordillera. Para los preparativos se reunieron todos en el living del chalecito, y comenzaron a elaborar los trajes que faltaban. A la noche partirían para disminuir los riesgos de ser interceptados. Mientras trabajaban Elena no podía dejar de pensar en que su rutina ya no sería la misma: «Ayer a esta misma hora anduve de compras por la calle Santa Fe»[29], y Salvo agrega:«No dijo más pero era suficiente. Elena estaba pensando sin dudas que ya nunca, nunca, volvería a andar de compras»[30].

Clara delimitación del mundo femenino: la casa (que se resistió abandonar), la familia y las tareas domésticas. Delimitación que también se nota en la casa, ya que en la buhardilla, donde la noche anterior jugaban los amigos al truco, ni Elena ni Martita aparecen.

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La lucha por sobrevivir vuelve peligroso a cualquier desconocido.

La nevada no había cesado. La noche tan fría como la anterior, pero menos oscura, encontró al grupo ultimando los detalles para abandonar la casa. Pablo, Favalli y Salvo salieron a buscar combustible para el camión. Pero de aquel barrio tranquilo del gran Buenos Aires, casi nada quedaba. Todo podía ser una amenaza: «Como salvajes nos deslizamos por la calle: era necesario ofrecer el menor blanco posible a cualquier emboscado que pudiera estar acechándonos»[31].

En un alto miran al cielo y descubren blancas bolas como meteoritos caer no muy lejos de ellos, en el centro de la Capital Federal. Quisieron quedarse parados tratando de develar el misterio de esas circunferencias que caían pesadas sobre la ciudad aumentando la nevada mortal, pero Pablo les recordó la urgencia por escapar del desastre y la precariedad de la situación tanto de los tres en medio de la calle como la de Martita y Elena solas en la casa. A pesar del movimiento Salvo pensaba sobre lo observado: «Sentí un terror totalmente nuevo. Un terror indecible, profundísimo, como que no era ya un simple terror de hombre. Era el terror animal de mi especie, de mi especie humana; un terror como sienten ciertos animales salvajes ante la vecindad del hombre. Me entró una prisa desesperada por estar junto a Elena, a Martita y escapar»[32].

Hasta aquí nada hace suponer que de Juan Salvo nacerá el Eternauta, al contrario hasta Pablo parece pensar más en el grupo que él, siendo un niño. Por el momento Favalli sigue siendo el hombre que piensa y actúa de acuerdo con las necesidades, manteniéndose en una posición privilegiada. Él es la unión entre razón y acción, es un intelectual que modifica la realidad, uniendo ideas y acción.

Poco a poco las sospechas sobre la naturaleza de la nevada y los meteoritos que caían sobre Buenos Aires, se fueron agigantando. Favalli, que llevaba largas horas meditando al respecto, no tuvo otra opción que comentarles a Salvo y a Pablo: «Vienen de otro mundo, lo mismo que esta nevada que al principio creíamos ceniza radioactiva... estas bolas de fuego confirman lo que me hacía sospechar del ruido de la radio: estamos en el centro de una invasión extraterrestre...»[33]. Subieron al camión y veloces tomaron el camino de regreso a la casa, turbados por la elucubración de Favalli. Si se trataba de una invasión de otro mundo qué podían hacer ellos, hasta cuando sobrevivirían, ¿sería acaso el final de la raza humana?

Preguntas para las cuales ninguno, incluido Favalli, tenían respuestas, y eso lo asustaba por igual, aunque más a Salvo y a Pablo, porque si «Favalli está asustado... ¡Si él tiene miedo quiere decir que ya no hay esperanzas! Hasta entonces Favalli, con toda su ciencia, con todo su dominio de sí mismo, había sido el pilar que nos sostenía a todos. Si él se venía abajo no nos quedaba nada...»[34]. Ansioso por ver a su mujer e hija sanas, Salvo aceleraba aún a riesgo de chocar con los vehículos detenidos. Solo importaba huir.

Los versos de una canción que provenían de una calle los hizo detener. Era tan inesperado oír en ese momento un tango. Y a pesar del pavor que les tenían a las sorpresas, fue un instante de confort, de imprevista familiaridad, como si un aroma de la infancia volviese en medio de aquel desastre.

Se detuvieron, y Favalli bajó intempestivo a investigar ¿quién está oyendo un tango en esta horrible noche? Salvo lo acompañó y Pablo se quedó a cuidar el camión, con la precisa orden de disparar a cualquier desconocido. Caminaron una cuadra y se toparon con el chalet tanguero, del gran ventanal que daba a la oscura y desierta calle, nacía el tango. Precavidos se aproximaron por la vereda contraria, hasta localizar el ventanal. Y «un súbito fragor de cristales rotos estalló en la calle»[35]. Una botella que había sido arrojada desde el chalet destrozó los vidrios, permitiendo oír con mayor claridad la música. Luego corrió la misma suerte el grabador y volvió el silencio. El lúgubre silencio de la realidad.

De inmediato apareció un hombre en el hueco roto del ventanal con un traje aislante similar al de Favalli y Salvo, que miraban ocultos tras un árbol la escena, y gritando se arrojó a la calle. Detrás apareció otro, vestido igual y con un revolver en la mano, que no tardó en usar para acabar de varios disparos, con el que ya no gritaba en el medio de la calle, su pavor por la invasión. Favalli y Salvo fueron testigos del asesinato. El profesor aprovechó la ocasión para ejemplificar, cuán siniestra era la competencia por la vida en la ciudad. «Es justamente esta clase de sobrevivientes la que debemos evitar... ¿cómo confiar en un hombre capaz de matar así a un compañero?[36]. Dejaron que se escape con el traje: «dejémoslo... no tenemos nada que hacer con él... y no hagamos ruido o tendremos que andar a los tiros»[37].

Otra vez la lucidez de Favalli para resolver, para no caer en la locura, para no desperdiciar tiempo y balas. «Llegábamos cerca de la esquina [donde estacionaron el camión] cuando sucedió... casi enseguida oímos el arrancar de un motor. Doblamos la esquina y lo vimos en marcha atrás llegaba ya a la avenida...»[38].

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Favalli convence al grupo que la única posibilidad de vivir es escapar al sur.

Se llevaron a Pablo y al camión. «Ahora sí creí enloquecer, mientras el invasor seguía reforzando sus posiciones, nosotros, los pocos sobrevivientes, nos despedazábamos unos a otros, verdaderos lobos...»[39]. A punto estuvieron de disparar sobre Elena y Martita. No supusieron, Salvo y Favalli, que podrían animarse a salir solas a la calle. Ahora más que nunca el viaje al interior del país, era inminente.

La aparición en el cielo de aviones de guerra despertó algarabía en los cuatro (Elena, Martita, Favalli y Salvo), no estaban solos, existían ejércitos decididos a lucha por la humanidad. Pero la esperanza duró muy poco. Una luz blanca cubrió los aviones, parecían iluminados por un gran reflector... «No, no era un reflector. Uno tras otro fueron cayendo»[40]. Tres sucumbieron al instante, y los dos que habían escapado al resplandor, no tardaron en ser destruidos. Fue Favalli quien expresó la decepción del grupo: «Nos ilusionamos de gusto... no habrá rescate... y ya no cabe duda de que estamos ante una invasión de seres provenientes de otro planeta»[41].

Convencidos de su desventajosa situación acordaron partir cuanto antes para el sur, en Buenos Aires no vivirían mucho más. Aunque desde el ataque en el garaje eran muy precavidos, solo encendían la luz lo estrictamente necesario, y procuraban no hacer ruido, un camión se había detenido muy cerca. Alguien más sabía de ellos. «El ruido de motores poderosos, como de pesados camiones se había detenido allí, [...] nos miramos azorados ¿quiénes manejarían aquellos volantes? ¿O ya teníamos encima a los invasores?»[42].

Los golpes de los soldados en la puerta del garaje los asustaron. Eran desconocidos y eso los volvía peligrosos, enemigos. Pero la voz de Pablo los tranquilizó. No estaba muerto y había regresado con el ejército para sumarlos a la resistencia organizada. «Son soldados señor Salvo, algunos se han salvado y ahora están organizando la resistencia. Están reclutando sobrevivientes...»[43].

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  El bombardeo con las bolas de fuego azota al centro de Buenos Aires.
Como si el testimonio de Pablo no fuera suficiente, en ese momento retumbó el altoparlante de un camión militar que llamaba a los sobrevivientes a luchar. Hay aquí un aspecto significativo que señalar pues nace otro héroe: Pablo. Porque en vez de continuar intentando subsistir en semejante batalla, y marcharse junto a los soldados, vuelve en busca de sus amigos. Lo llamamos héroe no por inteligencia, por sabiduría, sino por valentía y por lealtad a sus salvadores. Recordemos que fue Salvo quien lo sacó del subsuelo de la ferretería.

Pablo rompe entonces con la idea de casa-fortaleza, los saca del refugio, de la relativa seguridad, del pequeño confort burgués, y les cambia los planes de fuga, los obliga a deshacerse de sus ideas individualistas, para pasar a conformar un grupo más grande, que no pueden salvarse si no luchan todos por el bien común. Y además con la aparición del ejército, vuelven la sociedad, la historia, las clases sociales. Si las fuerzas armadas son una de las instituciones de la sociedad moderna argentina, basta que retornen para que los sobrevivientes reconozcan en ella autoridad y orden. La sociedad recupera parte de su historia, ya no lucharán entre sí los sobrevivientes, ahora la fuerza estará controlada y organizada. «atención... es necesario reunir los esfuerzos de todos para rechazar al invasor. Vengan todos aquí a la avenida, donde les daremos armas y equipo adecuado... la única esperanza de salvación que tenemos es unirnos para combatir al invasor antes de que sea demasiado tarde»[44].

Favalli y Salvo deciden unirse a las fuerzas, a pesar del incipiente pesimismo del profesor y de los ruegos de Elena y Martita. «¡Sin ti pueden arreglarse lo mismo! ¿Qué sería de nosotras solas?»[45]. No bastaban las razones que pudieran esgrimir Salvo y Favalli para convencer a Elena, ella solo quería que se quedaran en la casa.

Salir al encuentro de Pablo y los soldados fue el nacimiento de otro Juan Salvo, del futuro Eternauta. En el mismo momento que nace Pablo como héroe, también como Favalli en función del grupo social, comprometido con sus semejantes, y no solitario, misterioso, individual. Salvo comienza a despedirse definitivamente de su tranquila vida hogareña. Dejar atrás a Elena y Martita, junto con las provisiones, para sumarse a la resistencia, es una elección que modifica su visión de la situación, ya no podrá escaparse al interior con los suyos, tendrá que pelear con los demás por el bien común. Pierde así su seguridad, o al menos el privilegio de pasar la últimas horas con sus seres queridos, por ir a buscar al invasor como un soldado más. Salvo intuía que algo cambiaría para siempre. «Tenía sí el presentimiento de que no volvería a ver a Elena y Martita, pero una reflexión lógica me dio ánimo para seguir ¿qué soldado al ir a la guerra y abandonar sus seres queridos no se ve asaltado por los presentimientos más pesimistas»[46].

El exiguo grupo de sobrevivientes no fue un buen augurio. Algunos tanques y camionetas acompañaban la lenta marcha por la avenida que llevaba a la Capital Federal. Las primeras conversaciones entre los jefes del ejército con Favalli y Salvo, les dejaron en claro la penosa situación en la que se hallaban todos. No había comunicaciones, las patrullas enviadas al centro, para reconocimiento, no regresaban, el poder de fuego de los invasores era tan superior, que no se habían registrado bajas en el bando enemigo. «Favalli bajó la cabeza, su pesimismo se confirmaba: ¿qué podríamos hacer contra un enemigo de semejante poderío»[47].

Como Salvo era subteniente de la reserva y un «excelente tirador» según Favalli, fue nombrado cabo y estaría al frente del grupo de sobrevivientes. «Traté de oponerme, pero me contuve. Favalli no había mentido: yo era reservista y en el altillo guardaba, para fastidio de Elena que debía lustrarlas, unas cuantas copas y medallas ganadas en torneos de tiro»[48].

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Los personajes femeninos, estereotipos de la mujer argentina de los años cincuenta.  
Otra vez queda manifestado el rol de la mujer, limpiar las copas y medallas que obtiene su marido. Es un claro signo del ideario de la década del cincuenta con respecto a la mujer y sus funciones dentro de la sociedad. Cada vez que se la menciona está relacionada con una tarea doméstica y sus sentimientos no trascienden la figura materna. Quizás este dato ilustre en alguna medida los consumos culturales de las mujeres de clase media de la Capital Federal, y brinde una noción de las tareas asignadas por la sociedad. En 1952, el flamante Canal 7 transmitía desde el Palais de Glace, en avenida del Libertador. En esos estudios, comenzó a brillar la estrella por antonomasia de la gastronomía argentina: Doña Petrona C. de Gandulfo. A esta altura Doña Petrona era ya una gran figura, a través de sus décadas de recetas de cocina brindadas por radio, y a través de su libro, que constituye uno de los best sellers más notables en la historia editorial argentina.

En este universo social y cultural de lo femenino de mediados del siglo XX, es insoslayable la figura emblemática de Eva Perón. El ideal de mujer sostenido por ella estaba, como hoy, lejos de encaminarse a su realización, y por lo tanto requería de una lucha política. En el escenario que propone «La razón de mi vida» el combate asume una estrategia de dos frentes: una batalla por cambiar la condición de la mujer en la sociedad, que tiene a femenino, que sería el camino correcto y que ella promueve; por otro el movimiento feminista, el camino erróneo que ella denuncia. El tono de la disputa está impreso en el título del capítulo XLVIII de su libro «La razón de mi vida»: «El paso de lo sublime a lo ridículo». Evita dice que la mujer, si es femenina, es algo sublime, y si es feminista es algo ridículo; el uso de los vocablos anticipa una búsqueda retórica de descrédito contra sus adversarias: conforme al orden normal se considera que la mujer es de por sí femenina, y que el ser femenina y el ser mujer son una misma cosa. Reivindicar que lo deseable para la mujer es lo femenino implica colocarse del lado de la naturaleza de las cosas, dentro del orden de la normalidad. Pero al mismo tiempo es realizar una operación contra la posición adversaria colocándola fuera de ese orden, en la anormalidad. Además, elegir la feminidad y no el feminismo tiene consecuencias políticas, porque la posición de normalidad incluye a la gran mayoría de las mujeres, y por lo tanto sus políticas están listas para ser aceptadas por ellas, mientras las feministas, al fundar su posición en la diferencia, en el enfrentamiento a las normas, ofrecen a las grandes mayorías un camino de cambio que genera resistencias, en muchos casos enormes. Por un lado se hace política para las mayorías desde lo normal, por el otro se hace política para las mayorías desde la excepción. Evita agrega como argumento fuerte en este terreno una idea de Perón: que el problema político de las feministas es que en vez de inventar políticas de lo femenino propias de las mujeres deciden imitar las de los hombres, actuar como ellos, mientras que las políticas para implementar solo podrán arreglar el mundo en beneficio de las mujeres a condición de no imitar el movimiento de los hombres. Esta idea de perseverar en el ser femenino (o, en sentido amplio, de que todo ser persevere en su ser) atraviesa su ideología y es una diferencia importante con algunas concepciones feministas, que proponen cambiar ese ser. Evita suma a ello una visión de la mujer con un lugar propio, el hogar, y una función propia, formar una familia; precisamente el lugar y la función que sus feministas recusan. Lejos de indignarse con el destino biológico Evita lo acepta con entusiasmo; sus ideas femeninas –piensa– le dan a la mujer el mejor papel posible dentro del orden social, entendiendo que lo mejor es que se ocupe de lo que está dotada por la naturaleza para hacer: ser esposa, ser madre, alimentar a sus hijos, consecuentemente formar un hogar. A su vez este papel naturalmente ideal coincide con el que la sociedad, siguiendo el destino anatómico, propone a la mujer: dedicarse a la familia, su constitución, organización y jefatura; a todo lo que las feministas combaten.

En este marco, recordemos que Elena se oponía a que Favalli y Salvo se sumaran a la resistencia, con el argumento de que ellas no sabrían qué hacer solas. Sin el hombre de la casa, las mujeres (Elena y Martita) quedan en total indefensión. Volviendo a la historia. Poco a poco se van formando los pequeños y heterogéneos regimientos. Hombre sin experiencia, jóvenes asustados, gordos padres de familia, todos juntos frente a Salvo oyendo temerosos las instrucciones del ahora cabo. Más arriba habíamos mencionado que con la aparición del ejército regresaba la historia de la sociedad. Y entonces se establecían otra vez las clases, los rangos, las jerarquías. Por eso Salvo de ser un sobreviviente arrinconado en su casa, con un par de amigos, su esposa y su hija, se convierte en cabo del ejército, con hombres a su cargo y con una estrategia que cumplir. «Mientras me los presentaban los examiné uno por uno: la mayoría tenía trajes imposibles que apenas si les permitían los movimientos más simples»[49].

En esta parte de la historia, cuando están a punto de marchar con un grupo multiclasista inexperto y miedoso de lo que les puede esperar en el centro, surge un nuevo personaje que será lo opuesto a Favalli, a pesar de ser ambos intelectuales. Se llama Ruperto Mosca. Es periodista, y su función es ser «algo así como un superperiodista... quiero recoger hasta los menores detalles de lo que pase en el ataque... ¿se da cuenta usted, señor, que estamos viviendo horas históricas? ¡Las generaciones futuras no se cansarán de estudiar cuanto hagamos: estamos viviendo algo así como unas nuevas invasiones inglesas!»[50].

Hasta en su aspecto físico,flaco, calvo, de contextura pequeña,se advierten las diferencias con Favalli. El periodista también es un intelectual, pero no se caracteriza por pensar soluciones y estrategias que puedan salvar al grupo, por vislumbrar más allá de la realidad cuál puede ser la razón de lo sucedido, en síntesis no es un intelectual que se destaque por su praxis, sino por trabajar solo con su intelecto. Su tarea es redactar minuciosamente lo sucedido, dejar un documento escrito para las futuras generaciones, sin involucrarse en los acontecimientos, él va a la guerra para contarla, para dejar testamento de ella en los futuros libros de historia, no para palearla. Él la escribe, otros la hacen. Quizás sea un guiño del autor que su apellido sea Mosca.

En la última reunión de los generales antes de la marcha hacia el centro de Buenos Aires, Salvo comprendió que su rápido ascenso no se debía a una excesiva confianza en sus condiciones de tirador. «Ahora sí comprendí la razón del súbito ascenso de todos los efectivos que disponía el mayor. Mis milicianos y yo éramos los menos imprescindibles. Nos enviaban delante de todo, a modo de experimento: los observadores irían tras el segundo tanque e informarían cómo y con qué armas el invasor nos aniquilaba»[51]. Ya mencionamos anteriormente que con el ejército y su organización, la sociedad había recuperado su estadio histórico social, y fiel a sus principios, el mayor Ayala los hacía valer a pesar de la trágica  invasión.  «No  nos juzgue mal, señor Salvo, pero en las condiciones actuales debemos ser realistas al máximo: un simple soldado bien adiestrado tiene hoy el valor de un general en tiempos normales»[52].

Salió resignado de la reunión y mirando fijo a Favalli, ambos estaban decepcionados. Aunque Favalli no iría con Salvo, sino con los líderes detrás del segundo tanque, su inteligencia era muy preciada para dejarla expuesta al primer ataque. El pesimismo fue contagiándose entre los soldados, y los voluntarios. También Favalli, desde el comienzo de la invasión mantenía una posición muy crítica, casi derrotista, sobre la invasión. Y si él que era una de las mentes más capaces de todo el batallón, no podía escapar al pronóstico oscuro, trágico, final, de la invasión. Poco podían hacer al respecto los demás.

Entre los sobrevivientes devenidos en soldados, Salvo descubre a Alberto Franco, tornero, que pronto se convertirá en héroe. Acaso el más extraordinario, según las palabras del autor. Avanzan despacio sobre Buenos Aires, atravesando la avenida General Paz, un grupo minúsculo de hombres mal pertrechados, la mayoría sin instrucción militar y apoyados por algunos tanques. «Estábamos a punto de pasar bajo el puente del ferrocarril General Belgrano. Más allá se veía el terraplén de la Avenida General Paz. Y allí, en la altura, unas sombras extrañas... era la primera vez que los veíamos pero ni pudimos observarlos. El tanque abrió fuego»[53].

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Ante la diferencia en el poder de fuego, Salvo solo pretendía salvar a sus hombres. «Rápidamente el combate se convertía en desastre. Los dos tanques estaban inutilizados ya... ¿qué podíamos hacer nosotros, con nuestras armas patéticamente débiles, totalmente superadas por aquel rayo?»[54].

En esta primera batalla emerge otro héroe. Diferente a Favalli y a Pablo, no es un intelectual, ni un adolescente. Es un joven tornero que durante todas las luchas armadas, demostrará valentía, lealtad y compromiso por sus iguales. Salvo lo reconocerá como tal de inmediato, a la vez que se critica como cabo.

«La voz del fundidor fue como una sacudida, mientras yo, que era el jefe, no hacía otra cosa que encogerme como un conejo asustado, él se exponía al peligro. Él no olvidaba, como yo, que estábamos allí para combatir al enemigo»[55]. Estaban cerca de los invasores, tanto que los habían observado Salvo y el tornero. Eran cascarudos gigantes con un aparato extraño detrás de sus cabezas. Buscarían una buena posicióny los atacarían, la sorpresa podía ayudarles. El cabo Salvo dio las noticias al mayor Amaya, y en minutos se posicionaron para dispararles. Mientras tomaban posiciones, el periodista e historiador Mosca, le preguntaba a Salvo cuantos cascarudos había y demás pequeñeces, que le molestaron.

Dispararon los rifles, las bazookas, los revólveres, de pronto el cielo se cubrió de fuego y pólvora. «La rotonda de la avenida General Paz había caído en nuestro poder. Claro que costaba reconocer el lugar: roto el pavimento por las granadas, dispersos por todas partes los destrozados cuerpos de los invasores»[56]. Favalli en su afán de entender algo de los cascarudos, se acercó a un cadáver y encontró un receptor de ondas. Lo cual le hizo pensar que esta especie dependía de otra que tal vez los sojuzgaba, y por tal motivo debía ser más inteligente y más peligrosa. Pero en el optimismo generalizado por la reciente victoria, las palabras de Favalli, siempre razonadas, y siempre críticas, no ayudaron a seguir adelante.

Sin embargo los militares, acostumbrados a atacar sin pensar más que lo necesario, siguieron con la lenta marcha. La tregua dio tiempo para que el Mosca se acercara a cada soldado y les preguntara detalles sobre las luchas, convencido de su papel fundamental. Sin comprender que los pocos que le contestaban, lo hacían por piedad. En la ilustración más importante de la página 88 se ve el avance sigiloso por la General Paz de las tropas de la resistencia. Y sobre un paredón se puede leer «ote dizi». Si nos situamos en la época en que fue escrita, no es ilógico pensar que la pintada dice «Vote Frondizi». Entonces una vez descifrado la sinécdoque, podemos considerar que la pintada solo esté con motivo de contextualizar el momento histórico político en el que se estaría desarrollando la historia. Sin embargo, podemos sugerir que quizás esa pintada traiga consigo una toma de posición, ante los hechos de la realidad en los que la historieta es escrita. Es pertinente recordar que la historia comienza en el año 1957, y por esos años el panorama político del gobierno era el siguiente.

Acosado por dificultades económicas y una reciente oposición sindical y política, el gobierno provisional de Aramburu empezó a organizar su retiro y a cumplir con el compromiso de restablecer la democracia. Se convocó a una Convención Constituyente, en parte para legalizar la derogación de la Constitución de 1949 (Constitución peronista), y actualizar el texto de 1853, y en parte para auscultar los resultados de una futura elección presidencial. Perón ordenó votar en blanco y esos votos –alrededor del 24 por ciento– fueron los más numerosos. Ante semejante situación quedó de manifiesto que la Convención resultó un fracaso, y se disolvió luego de introducir enmiendas menores, pero las enseñanzas de los resultados electorales fueron claras: quien atrajera a los votantes peronistas tenía asegurado el triunfo, siempre que el peronismo siguiera proscripto.

Arturo Frondizi se lanzó al juego de atraer el electorado peronista, con un discurso moderno, haciendo referencias claras a los problemas estructurales del país y con una propuesta novedosa, que llenaba de contenidos concretos los viejos principios radicales, nacionales y populares, convirtiéndose así en la alternativa para las fuerzas progresistas y para un sector amplio de la izquierda.

Al respecto Luis Alberto Romero asegura: «Su vinculación con Rogelio Frigerio introdujo un sesgo importante en su discurso, al subrayar la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas y el papel que en ello debían cumplir los empresarios. La maniobra más audaz consistió en negociar con el propio Perón su apoyo electoral, a cambio del futuro levantamiento de las proscripciones»[57].

Rogelio Frigerio, fue quien viajó especialmente a Caracas (Venezuela) a concretar el pacto en enero de 1958. Y además de Perón y Frigerio el acuerdo llevó la firma de John William Cooke, revolucionario e ideólogo del peronismo de izquierda. Fue la llave del triunfo electoral.

Desde el inicio del gobierno de Frondizi, Frigerio tuvo un papel activo en el diseño y ejecución del plan que rompía con el modelo de un país dependiente del intercambio de su producción agropecuaria por materiales e insumos básicos industriales extranjeros. Frigerio actuó como titular de la Secretaría de Asuntos Económicos y Sociales de la Presidencia y luego como asesor personal del Presidente. La ejecución de la política económica que quedó caracterizada como desarrollismo se basó en respaldar desde el Estado la expansión de las industrias básicas (acero, celulosa, maquinarias y químicos), impulsar las economías regionales para integrar la economía nacional, explotar a fondo los recursos naturales y tecnificar el agro. La llave de este cambio transformaba a la fábrica–energía barata, caminos, transporte automotor– en el símbolo de una Argentina dinámica, donde empleadores y obreros formaban parte de un mismo destino histórico. No había lucha sino alianza de clases en un país subdesarrollado y dependiente, según la concepción de Frigerio, un economista forjado en las ideas sociales peroque también había desempeñado la actividad empresarial entre 1938 y 1956, año en que asumió la conducción de la revista Qué. Polemista, blanco de fuertes críticas que lo consideraban el monje negro del Gobierno, Frigerio mantuvo una sólida amistad con Frondizi, inalterable con los avatares de la política y el paso de los años.

Como inicialmente se entregaba por capítulos con la revista Hora Cero, entre 1957 y 1959, es sencillo colegir que para cuando salió este episodio a la calle, estaban muy cerca las elecciones. Y que dicha pintada significaría un apoyo del campo popular, peronista, al líder radical, que consiguió vencer a Balbín y fue elegido Presidente el 23 de febrero de 1958. Siguen acercándose al centro de la ciudad, y haciendo caso a la fría lógica de Favalli, van en busca de la cancha de River Plate, porque el profesor supone que allí podrán estar a resguardo de los lanzarrayos de los invasores y a la vez podrán atacarlos por elevación. El primer bastión por conquistar por un grupo multiclasista, es el enorme estadio enclavado en uno de los barrios más caros y distinguidos de la ciudad.

Quizás esta decisión amerite una doble lectura; pues si bien es cierto que necesitan estar a salvo de los lanzarrayos y de los invasores, lo es también que a pocas cuadras está la cancha de Platense, que presenta las mismas características que la de River, aunque menor tamaño. Y para el uso que le iban a dar, daba lo mismo y estaba más próximo del punto desde donde partieron. El grupo de sobrevivientes sigue su marcha hacia el centro de la ciudad, para enfrentar al núcleo de la invasión, pero antes tendrán una dura batalla en el estadio de River Plate.

 

3ª parte: La construcción del héroe en "El Eternauta" (3 de 3)

 

Notas:

[1] Sasturain, Juan: Revista El Hombre Nuevo, no. 8, p. 25.

[2] Alabarces, Pablo: en «Narrar la violencia. De “El Eternauta” a “Operación masacre”, versión electrónica, en www.samizdat.com.ar.

[3] Oesterheld, Germán: «El Eternauta», 1976, p. 5.

[4] Ibid., p. 12.

[5] Ibid., p. 13.

[6] Hobsbawm, Eric: «Historia del siglo XX».

[7] Oesterheld, Germán: Ob. cit., 1976, p. 16.

[8] Ibid., p. 16.

[9] Ibid., p. 17.

[10] Véase nota 9.

[11] Véase nota 9.

[12] Sasturain, Juan: «El domicilio de la aventura», Ediciones Colihue, 1995, p. 121.

13] Oesterheld, Germán: Ob. cit., 1976, p. 33.

[14] Ibid., p. 35.

[15] Ibid., p. 37.

[16] Ibid., p. 41.

[17] Ibid., p. 43.

[18] Ibid., p. 44.

[19] Véase nota 18.

[20] Ibid., p. 45.

[21] Ibid., p. 47.

[22] Véase nota 21.

[23] Ibid., p. 49.

[24] Ibid., p. 48.

[25] Ibid., p. 51.

[26] Véase nota 25.

[27] Ibid., p. 53.

[28] Véase nota 27.

[29] Véase nota 27.

[30] Véase nota 27.

[31] Ibid., p. 54.

[32] Ibid., p. 55.

[33] Ibid., p. 56.

[34] Ibid., p. 57.

[35] Ibid., p. 58.

[36] Ibid., p. 60.

[37] Ibid., p. 61.

[38] Véase nota 37.

[39] Véase nota 38.

[40] Véase nota 38.

[41] Ibid., p. 65.

[42] Ibid., p. 67.

[43] Véase nota 42.

[44] Véase nota 42.

[45] Ibid., p. 68.

[46] Ibid., p. 70.

[47] Ibid., p. 71.

[48] Véase nota 47.

[49] Ibid., p. 72.

[50] Véase nota 49.

[51] Ibid., p. 74.

[52] Ibid., p. 75.

[53] Ibid., p. 77.

[54] Ibid., p. 78.

[55] Véase nota 54.

[56] Ibid., p. 85.

[57] Romero, Luis Alberto: «Historia argentinas», Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 140.

 

 

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2015): Luis Sujatovich. Edición de Antonio Moreno. · Datos e imágenes tomados de diversas fuentes.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
LUIS SUJATOVICH (2015): "La construcción del héroe en El Eternauta (2 de 3)", en REVISTA LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS SOBRE LA HISTORIETA, 28 (16-III-2015). Asociación Cultural Tebeosfera, Ciudad de la Habana. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/la_construccion_del_heroe_en_el_eternauta_2_de_3.html