Golden Age...
¡La Edad Dorada! Todos éramos más jóvenes por entonces; y el
mundo también lo era. Más que un tiempo, un lugar. Un lugar adonde
ir. O adonde regresar. Uno de esos sitios (igual al barrio, que
decía el Gordo inmortal) adonde siempre se está llegando.
La
entrega anterior de Golden Ch@t, dedicada al maestro Alex
Raymond, como corresponde a tan excepcional artífice del “Noveno
Arte”, exige ser ampliada en algunos puntos. Por ejemplo, en lo
relativo al surgimiento de sus tiras clásicas, debo reconocer que,
efectivamente, y en beneficio de la síntesis que suele ser norma
en trabajos destinados a la difusión masiva (y no especializada),
me permití simplificar la exposición del proceso, aunque sin
falsear el criterio básico que privó en las referidas
circunstancias.
Por cierto, se debió a la
inquietud de Joe Connolly —presidente del King Features Syndicate
en los años treinta— la iniciativa de crear material nuevo, que
pudiese competir exitosamente con el producto de las empresas
rivales, cuya creciente popularidad amenazaba la preeminencia del
KFS. Sobre todo tenía puesto el ojo en la obra maestra de Chester
Gould, Dick Tracy,
una historieta que no dejaba de ascender en el rango de las
audiencias a nivel mundial.
Para contragolpear, Connolly decidió
lanzar cuatro tiras de tema policíaco: Radio Patrol (Pat,
el Patrullero), de Eddie Sullivan y Charlie Schmidt;
Inspector Wade, basada en un personaje del célebre Edward
Wallace e ilustrada por el excelente Neil O’Keeffe; Red Barry,
que dibujaría Will Gould (un ilustrador deportivo cuyo apellido
coincidía por casualidad con el del autor de Dick Tracy,
aunque no estaban emparentados) y, por fin, Agente Secreto X-9,
argumentada por uno de los más renombrados escritores de novelas
policíacas de aquellos años, Dashiell Hammett, y llevada a la
imagen por el mágico lápiz de Raymond, quien ya se perfilaba, a su
vez, como un muy exitoso creador de tiras gráficas.
Lleno de ansias de
superación, el notable ilustrador preparó, además, otras dos obras
de impecable factura: Flash Gordon, de corte fantástico, y
Jim de la Jungla, una refinada aventura selvática. Una y
otra pretendían competir, respectivamente, con las ya impuestas
Buck Rogers (de Phil Nowlan y Dick Calkins) y Tarzan,
que por entonces llevaba la consagrada firma de Hal Foster (ver
Golden Ch@t #2 y 3, para mayores datos sobre este verdadero
paradigma de los historietistas clásicos).
Todas esas producciones
gozaron del favor de los lectores —una vehemente y apasionada
legión, en aquellos tiempos dichosos—, pero en el caso de Raymond
se daba una nota especial, que no tardó en ser percibida. Los
textos que ilustraba no eran de los más inspirados, pero su arte
singular los elevaba a niveles de excelencia, pues éste era un
creador como jamás se había visto en el género. Sus bellas
composiciones obliteraban la nimiedad de la narración con la
exquisitez del diseño, convirtiéndose en la esencia del producto.
Sin embargo, aquello no era todavía historieta en su forma pura.
Faltaban algunos años para que Alex diera, por fin, con la fórmula
perfecta.
UN HÉROE CEREBRAL: RIP KIRBY.
En el año 1946, vuelto de
la guerra, Raymond decidió dar un golpe de efecto para retomar su
sitial privilegiado en el medio. Había abandonado su Flash
Gordon mientras sirvió en la Marina, requerido por tareas
relacionadas con la actividad bélica. Por lo demás, incursionó en
la ilustración de novelas y revistas, campo que por algún tiempo
lo sedujo hasta llevarlo a pensar en dedicarse por completo a él.
Empero, tras madura reflexión, redescubrió los valores de la
historieta como medio expresivo y se dio cuenta de que allí sería
donde había de encontrar la oportunidad de realizarse en toda su
potencialidad artística.
«Creo sinceramente —expresó— que ésta
es una modalidad de arte por derecho propio, y puede ser incluso
más creativa que la ilustración de revistas... El ilustrador
trabaja con su cámara y sus modelos, pero el historietista sólo
dispone del papel, la tinta y su inspiración. Uno puede ser a la
vez dramaturgo, director y montajista de apasionantes
historias...»
Las posibilidades del
género le fascinaban, sobre todo el desarrollo de una narración
secuencial, sustentada en partes iguales —o equilibradas— en la
expresión gráfica y en la escritura de los diálogos. Raymond, que
había dependido de extensos bloques narrativos en Flash Gordon,
y que había concebido a Jim de la Jungla como “una serie de
fotos fijas”, sorprendió a todos con el nuevo estilo de Rip
Kirby, donde la acción se describía a base de cuadros
inteligentemente diseñados para conformar un episodio diario de
tres o cuatro viñetas adyacentes, pautado por “bocadillos” de
convincente redacción. La tradición dialéctica de la comedia
norteamericana se volcaba en aquellas producciones de tinta y
papel, destinadas a un público masivo, pero no por ello menos
exigente. Por lo demás, Raymond demostró su genio para la
caracterización en las personas (y empleo el término con toda
deliberación) de sus protagonistas.
«Rip Kirby, Afamado Atleta,
Científico, Detective Amateur, Reservista de la Marina,
Condecorado por su Actuación en el Pacífico», reza el pie de la
fotografía del periódico que aparece en el segundo cuadro de la
tira inicial de la historieta.
El periódico en cuestión lo había
recogido de la puerta (junto a una botella de leche) el inefable
valet Desmond, a quien correspondió, de esa manera, encabezar el
elenco desde el primer cuadro. Y no es casual que así haya sido
dispuesto por el autor / director / montador Raymond, puesto que
el enjuto personaje compartiría durante más de medio siglo las
aventuras del gallardo investigador, en calidad de Mano Derecha (o
quizás izquierda), amigo fiel hasta la muerte y servidor
insustituible.
El propio Rip, con su aire maduro y
“erudito” —definido, en el código historietístico vigente por sus
gafas de montura negra y la infaltable pipa recta—, se apartaba en
forma notoria de la norma comúnmente aceptada para los “héroes”
del período. Descendientes directos de los personajes de pulps
(o novelas de acción populares), representó una verdadera osadía
creativa el pensar en dotar a uno de estos he-men de algún
rasgo “vulnerable”. A su estampa varonil y elegante, Rip Kirby
añadía el atributo intelectual, lo que lo ponía a cierta distancia
de otros “colegas” de la ficción, como el falcónido Dick Tracy,
por ejemplo. Se me ocurre, no obstante, que podría verse en Ellery
Queen, la creación literaria de Frederick Dannay y Manfred B. Lee,
un antecedente de su tipo de sabueso con fibra universitaria.
La heroína, Honey Dorian,
se inscribía más en las coordenadas convencionales de la dumb
blonde (aunque en realidad fuese más inteligente de lo que su
atractivo permitía anticipar). Sus relaciones con el apuesto
detective aficionado contenían un elevado porcentaje de
ambigüedad: si por lo general actuaban como una pareja enamorada,
no se excluían episodios en los que la rubia damisela sucumbía a
la seducción de otro galán, requiriendo incluso el consejo de Rip
para tomar una decisión al respecto. Por su parte, el apuesto
pesquisante (que no ocultaba su tendencia al donjuanismo, propia
del bon vivant que demostraba ser), tuvo también sus
apasionados interludios, entre crimen y crimen, con diversas
beldades, sobre las que descollaba Pagan Lee, la femme fatale
de oscuros cabellos e insinuante flequillo, que empezó como
compañera del siniestro Mangler (o “el Buitre”) y terminó
redimida por la buena voluntad de Kirby, quien, sin corresponder
abiertamente a la pasión que despertara en la ondulante vampiresa,
supo apoyarla al descubrir un “corazón de oro” bajo su frío
exterior. Pagan se convertiría eventualmente en
Madelón, estrella de Hollywood, adorada por el público, pero
eternamente perseguida por su tenebroso pasado. En varias
oportunidades le iba a tocar a Rip Kirby hacer uso de sus mejores
dotes para librar a Madelón de las asechanzas de chantajistas o
criminales que buscaban venganza.
LA GUERRA DE LOS SEXOS.
Resulta interesante observar que las
pautas de la relación varón / mujer en Rip Kirby no
escapaban a las determinantes de su tiempo. Una de las viñetas
iniciales describe a la perfección, en forma gráfica, sus
características. Kirby, con su chica colgada del brazo, se
apresura en pos de una pista que ha de aclararle la investigación
en que se ha embarcado. Ella se queja de que no puede igualar las
zancadas de su compañero, en una actitud encantadoramente
femenina, que denota su dependencia y a la vez su sagacidad en
halagar la supuesta “superioridad física” de él. Pagan Lee, por su
género de vida, es menos complaciente; pero al fin se rendirá ante
el “encanto irresistible” del galán, e incluso abandonará su vida
criminal y sus tendencias homicidas por agradarle.
Además de las damas,
pulularon en Rip Kirby los personajes característicos, como el
enjuto Cecil Desmond, el criado y amigo con pasado de ladrón, de
impecable modalidad british, y los infaltables villanos:
Mangler, brutal y frío, y “Dedos” Moray, el cínico carterista y
extorsionador, que murió, sin embargo, con un inesperado gesto de
nobleza final.
Las distintas
personalidades están retratadas con mano maestra, a través del
dibujo y del diálogo. El mismo Raymond escribió la primera
aventura, pero más adelante delegaría esas labores en Ward Greene
y en Fred Dickenson sucesivamente, para concentrarse en la faz
gráfica, cada vez más absorbente, a pesar de no realizarse la
consabida página dominical en colores, verdadera pesadilla de los
dibujantes de la época.
La línea argumental, que
comenzara, según se dijo, como tributaria de las tendencias de la
“Serie Negra”, fue perdiendo jerarquía con el tiempo, hasta que el
prestigio de la serie hubo de descansar tan sólo en la depurada
ilustración y en la fuerte personalidad del protagonista, a más
del prestigio “estelar” de que gozara Alex Raymond hasta el
momento de su prematuro deceso.
John
Prentice, su continuador, configura un caso excepcional entre sus
pares. En efecto, logró identificarse tan plenamente con el estilo
del maestro, que a ojos profanos les sería casi imposible
establecer las diferencias. Sin embargo, los connoisseurs
no dejaron de advertir que Prentice jamás logró reproducir
debidamente el célebre perfil de Rip Kirby. Algún sutil elemento
se había perdido; y no era de esperar, al fin y al cabo, que no
sucediera así.
Sea como fuere, el destino quiso que
la tira perdurase hasta nuestros días (aunque hoy es apenas una
sombra de lo que fuera), y que haya dependido de las habilidades
de Prentice y de Dickenson por más del cuádruplo del tiempo
que le tocara llevarla a su legítimo creador.
¿FUE UN ACCIDENTE?
La sorpresiva muerte del gran
historietista resultó un shock para sus colegas y para sus
admiradores de todo el mundo, que se vieron privados
inopinadamente de los talentos de una de las mayores figuras que
prestigiara el arte de la comic strip.
El 7 de setiembre de
1956, la infausta noticia sacudió al público: «HISTORIETISTA
MUERTO EN ACCIDENTE AUTOMOVILISTICO», informaba el New York
Times en grandes titulares, y luego pasaba a referirse, de
manera a la vez objetiva y laudatoria, a la personalidad y carrera
profesional de Raymond. También se consignaba que el dibujante no
era el único pasajero del vehículo accidentado, sino que le
acompañaba su colega y amigo Stan Drake,
quien resultara con graves traumatismos.
A primera vista,
aparentaba tratarse de un accidente como tantos otros. Sin
embargo, hubo quienes especularon con la posibilidad de un
suicidio. En verdad, Raymond atravesaba una época crítica de su
vida, con su matrimonio al borde del colapso y una serie de
conflictos personales, incluida la negativa de su esposa en
concederle el divorcio, dado que la pareja profesaba la religión
católica.
Por otra parte, era bien
conocida la pasión del dibujante por los autos de carrera, que
gustaba conducir a altas velocidades. Incluso había sufrido varios
accidentes sucesivos, y hubo de internarse para su recuperación en
más de una oportunidad. Según el testimonio de Drake, al recobrar
la conciencia luego del drama, oyó al médico que maldecía a su
colega. «¡Es la cuarta vez en un mes que le pasa lo mismo! ¡Se
buscó su propia muerte!», rezongó el facultativo, a quien
evidentemente le había tocado atenderlo con anterioridad.
Pero por el momento Drake
tenía otras preocupaciones, ya que había sufrido heridas internas,
se le había roto un hombro, ambas orejas se le desprendieron, y su
cráneo, congénitamente débil, estaba fracturado. Fue sólo mucho
después, al tomar conocimiento de los conflictos personales de
Raymond, que se le ocurrió cuestionarse acerca de las
circunstancias de la tragedia que ambos compartieran.
Pasados cinco años,
visitó el lugar del hecho. Se apercibió de que el árbol contra el
cual impactara el Corvette en que viajaban había crecido, pero
varios fragmentos de la carrocería del coche eran claramente
visibles, empotrados en la corteza del tronco. No pudo sino
lamentar la muerte de aquel gran artista..., y estremecerse ante
la idea de lo cerca que había estado de ocurrir la suya propia.
Fiat
Lux
!
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