Y en esto llegó...
El Víbora
No es desdeñable tener en cuenta
—y merece estudio—
el hecho de que El Víbora comience a publicarse en 1979,
cuando
ya se ha promulgado la Constitución Española
(diciembre de 1978) por lo que la Ley de Prensa
de
1968, también llamada “ley Fraga”, deja de tener vigencia y con ella
la censura previa. Ello supuso un decisivo ensanchamiento de los
espacios de libertad, que evidentemente repercutía, al menos en
teoría, en la posibilidad de escribir, dibujar y publicar todo sobre
casi todos los temas.
La revista se prepara a lo largo de varios meses, en
los que Berenguer contacta y es contactado por la crema de los
autores underground españoles, busca cómics norteamericanos y
holandeses, se trabaja en la maqueta, se hacen pruebas y acumulan
materiales, se realizan bocetos de cubierta y al fin El Víbora
acaba saliendo a los quioscos en diciembre de 1979, siendo
presentada en sociedad al mes siguiente.
Inicialmente, según la historia menuda de la revista,
se pretendió titularla Goma-3, en un juego de palabras que
pretendería aludir a sus “contenidos explosivos” por analogía con el
explosivo Goma-2, pero, y siempre según la misma historia, este
título no fue aceptado por la autoridad competente pese a las
libertades tan recientemente promulgadas. A saber al cabo de los
años si se trata de historia o de mitología y no hubo tal
prohibición... y más si tenemos en cuenta que en 1977 se publicó en
Madrid la revista Goma-4, “revista de humor diestro, crítico
y siniestro”, eminentemente facha.
Dejando de lado lo anecdótico, la aparición de la
revista de cómics El Víbora demostró nuevamente —tras casi
medio siglo de minusvalía e infantilización— que la historieta es un
medio de comunicación tan válido como la literatura, el periodismo o
el cine. Y significó por fin la normalidad editorial al hacer
posible definitivamente retomar el cómic como un medio dirigido a un
público lector sin etiquetas. También El Víbora hizo algo
igualmente importante al canalizar el trabajo de tantos dibujantes
como alojó en sus páginas, dibujantes que por fin pudieron
profesionalizarse y encontrar en España un soporte válido para sus
historietas.
El Víbora,
editado por José María Berenguer —y no se puede olvidar o
menospreciar que la revista fue posible, financiera y
editorialmente, de la mano de José Toutain, empeñado en el intento
de publicar revistas de cómics para todos los públicos y no sólo
para niños y mozalbetes—, puso la guinda al pastel que significaban
revistas como El Papus (1973), El Rrollo Enmascarado
(1973), Por Favor (1974), Star (1974), Butifarra
(1975), Troya (1977), el nuevo Mata Ratos (1977),
Tótem (1977), 1984 (1978), Bésame Mucho (1980),
Rambla (1982), y otras que, ya desde antes del inicio de la
transición política española a la democracia y durante los más
confusos momentos de ésta, habían demostrado con sus contenidos que
el cómic no es ni se dirige a los niños de forma exclusiva y
excluyente, tal y como las fuerzas vivas del régimen franquista
habían impuesto apoyadas en curas, maestros y padres.
Sumado todo ello, El Víbora venía a coronar el
ejercicio editorial de sus predecesoras llevándolo un poco más lejos
al constituirse como la revista “oficial” española del cómic
underground, desde una empresa creada expresamente para publicar
este género con la voluntad de permanecer en el mercado, lejos de la
edición diletante y a veces oportunista que otros habían practicado
antes comercializando la “moda” de lo underground. Ahora por
fin había una editorial —que tomó el nombre de La Cúpula por
referencia de Berenguer a su propia casa, con forma de cúpula,
construida por él mismo en La Floresta, Barcelona— que se planteaba
editar, y editaría, con total normalidad las historietas de los
autores españoles y de muchos de los autores clave del
underground internacional, con un punto de acracia y una
manifiesta posición antisistema, pero siempre desde la pretensión de
lograr una publicación cuidada, regular, establecida y comercial,
que todo ello quería ser y pronto fue El Víbora.
Poco a poco, desde los iniciales 24.000 ejemplares
del primer número que Berenguer afirma que se imprimieron, la
revista fue creciendo hasta llegar a alcanzar tiradas superiores a
los 50.000, acercándose a los ochenta mil y a veces superándolos.
Esto se logró gracias a un buen contacto con el público, que
rápidamente se enrolló con sus personajes y contenidos: historietas
cotidianas, exóticas y muchas veces inesperadas, pero siempre
rompedoras, alternativas, muchas veces feístas y otras tantas veces
desagradables para el gusto común establecido, que llenaron las
páginas de una revista nueva, una revista con cara y ojos, que hacía
bandera y pronto fue símbolo del movimiento alternativo, con la
importancia de que se vendía a la luz pública, en todos los
quioscos, con la misma normalidad que los diarios de información
general, la prensa del corazón, los fascículos de todas clases y las
revistas de tetas y culos.
El Víbora
a caballo de dos siglos
Al valorar la importancia que El Víbora ha
tenido en la historia del cómic español hay que destacar
principalmente la normalidad civil que gracias a esta revista
alcanzó en España el cómic adulto —o dirigido mayormente a lectores
maduros—, siendo quizá esta su aportación más importante respecto al
medio y a la industria editorial del cómic, pues contribuyó
decisivamente a abrir definitivamente las puertas de un nuevo
mercado que después aprovecharon otros editores.
Esta normalidad de uso del cómic como medio ya la
había logrado anteriormente El Papus, especialmente con las
historietas que llevaban guión de Ivá, pero allí se trataba de un
cómic de batalla, eminentemente periodístico, realizado al borde de
la actualidad y muchas veces siguiendo y sacando punta a las
contradictorias noticias y sucesos que se acumulaban día tras día en
aquella turbulenta transición política (repasar como ejemplo la
serie de historietas titulada más tarde “España una, grande
libre...”). En cambio, en El Víbora se trataba en muchos
casos de historias largas, que exigían un guión complejo sobre el
que construir la historia y desarrollar su narración, con personajes
que había que tipificar, y que en ocasiones dieron lugar a historias
sucesivas, recogidas posteriormente en álbumes, todo lo cual
implicaba la necesidad de interesar al lector más allá del cómic
autoconclusivo de una o dos páginas.
Ahora bien, estas historietas largas, publicadas en
un “continuará” de varios meses en El Víbora, no podían
lógicamente tratar de temas absolutamente inmediatos y cotidianos
pero ello no impidió el que diversos autores narrasen desde las
páginas de la revista historias que tocaban de cerca temas actuales:
la vida canalla de los barrios marginales de las grandes ciudades,
la lucha contra las centrales nucleares, la derechización de
individuos y grupos en la España de los años 80, el avance
progresivo de la “cultura de la droga”, el paulatino desencanto de
la juventud ante la sociedad que emergía del postfranquismo, etc.
Con un momento culminante tras el golpe de Estado del 23 F, cuando
El Víbora publicó un número especial dedicado a “El Golpe”,
atreviéndose a lo que en aquellos momentos de “acojono” ningún medio
de comunicación español se atrevía y yendo más lejos que todos ellos
en la sátira y ridiculización de los golpistas, utilizando el humor
como arma eficaz contra la involución.
Así, mientras a su alrededor cambia el panorama del
cómic español y más particularmente el de la industria que lo
produce, con la progresiva decadencia, caída y desaparición de las
editoriales de toda la vida (Bruguera, Valenciana, Maga, etc.) y la
aparición de nuevas editoriales que se dedican al cómic de forma
casual o complementaria (Norma, Zinco, Forum, etc.), La Cúpula se
afianza año tras año en el difícil mercado del “cómic para adultos”,
que pronto comenzará a oscilar y tambalearse.
Tras el éxito de El Víbora, Berenguer
edita álbumes que recogen las historietas ya publicadas en la
revista, edita libros dedicados a clásicos del cómic underground
norteamericano, investiga la posibilidad de renovar viejas ideas y
formatos
(como
la Colección Onliyú), pone en marcha nuevas colecciones
periódicas con material inédito (por ejemplo Historias Completas
de El Víbora), intenta duplicar el éxito de la revista creando
otra con el título Makoki, contacta con Europa... Además,
Berenguer y La Cúpula exploran por primera vez desde una perspectiva
moderna y adulta el universo del manga, antes de que se produzca el
pretendido primer boom del manga con Dragon Ball.
Siguiendo la dinámica lógica de una editorial en
marcha, abierta y viva, a lo largo de los años Berenguer reajusta
constantemente los contenidos de sus publicaciones, renegocia
condiciones con los autores, capta lo que cree mejor del cómic
internacional underground y alternativo, publica nuevos
autores e historias, revisa incluso los planteamientos editoriales
de tipo global —el lo describe discretamente diciendo
«Hemos
pasado por sucesivas renovaciones para no anquilosarnos...»—.
Desgraciadamente se trata sólo de retoques para
«adecuarnos
a los tiempos»,
no de una cirugía drástica llevada a cabo en profundidad y con la
suficiente decisión y frialdad, cuando es un hecho comprobado
históricamente que todas las publicaciones envejecen. Así,
finalmente, en los años 90, y según se van cerrando caminos,
fallando las diversas expectativas, cambiando el mercado y perdiendo
muchas de las iniciales ilusiones y empuje editorial, La Cúpula, que
ha acabado por comprobar cómo El Víbora pierde ventas lenta
pero constantemente, recala en la publicación de una mala imitación
—con buenos materiales— del modelo editorial del comic book y sobre
todo en el cómic porno con la revista Comix
Kiss Comix.
Esta breve síntesis, incompleta y reduccionista, de
la actividad editorial de La Cúpula como empresa cultural de la
industria del cómic español demuestra que resumir aquí la historia
de sus veinticinco años de vida es imposible y además inútil. A su
vez, hacer la historia de la revista El Víbora exige un
vaciado pormenorizado de sus contenidos y a partir del mismo
estudiar la vida de la revista, algo tan complejo que requiere una
monografía apoyada en una documentación minuciosa, trabajo que no se
pretende aquí y que brindo a los futuros historiadores de este
segmento de la historia del cómic en España.
Conviene destacar, sin embargo, que la vida de El
Víbora ha sido provechosa y larga, mucho más larga de lo
habitual si tenemos en cuenta que ha logrado permanecer hasta el día
de hoy mientras a su alrededor se producía el hundimiento
generalizado del mercado de las revistas de cómics, tanto en España
como en Francia, Italia y otros países y se imponían otros modelos y
soportes editoriales. Hay que señalar también el papel fundamental
que El Víbora ha desempeñado en la valoración del cómic como
bien cultural —da igual que lo queramos underground,
alternativo o contracultural, pues en todo caso y bajo cualquiera de
estas formulaciones el cómic es parte integrante de nuestra
cultura—, siendo este logro de la revista de la máxima importancia;
más aún teniendo en cuenta que la estima social del cómic no ha
crecido en España proporcionalmente a los muchos años transcurridos
desde 1968, cuando en nuestro país se inicia el movimiento de
renovación del cómic que se concretaría en los años setenta y
siguientes.
El Víbora, una
muerte anunciada
El anuncio de la muerte de El Víbora implica,
antes que otra cosa y más allá del lamento por una publicación y
unos autores, el cierre definitivo de una importante etapa de la
historia de la edición española. Eso sí, se trata de una muerte
lógica, que es preciso valorar desde el conocimiento de que todas
las publicaciones, ya sean periódicos diarios o revistas y de
cualquier tipo de contenido y de público, tienen un tiempo de vida
limitado. Una publicación está viva mientras la relación con los
lectores es activa y productiva, después entra en una fase de
decadencia y acaba por agonizar, proceso que puede ser más o menos
largo según los planteamientos industriales y el contexto social en
el que la revista se mueve.
En el campo editorial del cómic tenemos ejemplos
abundantes de esta caducidad, más o menos dilatada, de la prensa de
historietas. Un caso especialmente significativo es el de TBO,
con una larga vida prolongada en una larguísima y progresiva
decadencia, una agonía paralizante y una muerte rotunda, pues los
varios intentos de resucitar esta revista de historietas han sido
vanos y el resultado, en manos de Ediciones B, ha sido un zombi
maquillado de colorines. Otro caso singular es el de El Papus,
que resistió numerosos ataques frontales del sistema (multas,
juicios, suspensiones) pero no pudo resistir los efectos secundarios
de la agresión con bomba de los ultras fascistas, que acabó por
provocar la huída de muchos dibujantes y después la retirada del
capital que financiaba la revista. Ejemplos más cotidianos de
revistas muertas por consunción, habituales y lógicos en la historia
de los tebeos, son la desaparición de las revistas Chicos,
Chispa, Florita, Nicolás, DDT, etc. en los
años cincuenta y sesenta, y más cercanos la de 1984 / Zona 84,
Rambla, Cairo, Tótem, Bésame Mucho,
Comix Internacional, Cimoc o Viñetas, todas desaparecidas
por muerte natural, al producirse un desajuste entre la evolución de
los intereses de los lectores y la evolución mucho más lenta de los
contenidos de estas revistas. Lo cual —como en el actual caso de
El Víbora— se traduce en el agotamiento de los modelos
editoriales, la pérdida paulatina y constante del interés del
público lector y el cierre en cada caso de una etapa editorial.
En estos momentos el fin de etapa histórico se
produce por múltiples razones, desde el cambio social producido en
los últimos quince años a nivel mundial, y muy especialmente en
nuestro país; la integración de los medios en el mercado del
entertainment como resultado de la globalización (allí donde lo
meramente recreativo adquiere desde la economía connotaciones
ideológicas al servicio de un sistema supranacional); el avance de
los medios digitales, gracias muy especialmente a la popularización
de los ordenadores personales y de internet; la constante baja de
tiradas de la industria española del cómic durante las dos últimas
décadas; la evolución de los centros de interés de los lectores y la
imposición de nuevos modelos editoriales; y quizá lo más grave: el
despiste, desinterés o desconocimiento —a elegir— de los editores
españoles en general respecto de su función como dinamizadores del
medio historieta y su falta de capacidad para afrontar el cambio que
han traído los nuevos tiempos.
Todo sumado se traduce en el agotamiento de muchas
líneas editoriales y ha llevado en este caso concreto, tras una
larga decadencia comercial, a la muerte de El Víbora, única
revista superviviente del llamado “boom del cómic para
adultos”. No se trata de un problema de calidad, no es eso, y no
cabe duda alguna de la calidad global de la revista, que antes y
ahora se ha demostrado en el interés de sus gestores por captar
grandes autores y grandes obras y no solo del cómic underground
y alternativo sino también, ahora, del cómic en general. El problema
es de agotamiento vital y editorial, que en un proceso de varios
años ha llevado a la decadencia de El Víbora mientras a su
alrededor desaparecía el típico modelo editorial de la revista de
cómics y se enseñoreaban del mercado español primero mil y un
títulos de comic books de superhéroes y después centenares de manga
japoneses.
Es así, como empresas globales no interesadas
prioritariamente por la edición de tebeos, por ejemplo Planeta-DeAgostini,
se apropiaron de una parte importante de la ya escasa tarta de
ventas de cómics, mientras que editoriales con mayor especialización
y calidad, como Norma y Glénat, acababan por apearse de sus
pretensiones para diversificar sus actividades y confiar su
subsistencia a la publicación de manga (manteniendo un pequeño
baluarte de prestigio en la edición de álbumes europeos y
españoles). La parte más dinámica y con mayores aportaciones de
interés y/o calidad del mercado queda en manos de nuevas editoriales
como Sinsentido, De Ponent, Astiberri, Devir, y en cierta medida
hasta Dolmen... Paralelamente, la parte más ínfima de la dicha tarta
del mercado corresponde a minúsculas células editoriales con
contados recursos materiales, que han supuesto la avanzadilla más
experimental del cómic español desde la revista Madriz hasta
la década de 1990 y después hasta hoy mismo, largo período para el
que cabe citar como ejemplos a Arrebato, La General, Sombras
Ediciones, Camaleón, Dude, In Revés, Under Cómic y también algunos
importantes prozines dedicados a la publicación de historietas.
Hoy no parece existir espacio inmediato mas que para
los grandes grupos de comunicación siempre dispuestos a exprimir el
mercado hasta el último euro o bien para esos pequeños, si no
minúsculos, editores que casi suponen la única alternativa real para
el cómic español. En este marco convulso y confuso la editorial La
Cúpula, matriz de El Víbora, lleva años agarrándose a la
escalera intentando que la revista no se caiga, mientras sus ventas
han descendido imparable e implacablemente, con tiradas máximas de
20.000 ejemplares para los últimos años y unas ventas escasas de
5.000 y menos ejemplares.
Finalmente, el “resistencialismo” de José María
Berenguer, padre de El Víbora, quedaba derrotado en febrero
de 2004 cuando desde la editorial se emitía el comunicado oficial
“El fin de El Víbora”
y
la revista entraba en agonía... una agonía anunciada de tres meses.
Tiempo que imagino de espera desesperanzada por parte de Berenguer,
queriendo creer que aún son posibles los milagros. Es en estos
momentos de duelo cuando los editores, resistiéndose lógicamente a
aceptar los hechos, suelen pensar en soluciones que creen milagreras
y que casi siempre son tópicamente las mismas.
Por ejemplo: aguantar, aumentando el precio de venta
y los contenidos más tremendistas y la dosis de sexo; matar la
revista y después resucitarla con algún cambio significativo;
abaratar los costes editoriales suprimiendo algunos contenidos, y de
paso las páginas de texto; lanzar una nueva revista que recoja la
esencia de la difunta y reconquiste el favor de los lectores;
publicar una nueva revista en coedición con otra empresa del mundo
del cómic y/o vender la revista a un editor amigo al que las cosas
le van bien, esperando sepa darle un toque “moderno” que la relance;
etc., todo soluciones falsas como ya se ha demostrado
suficientemente con las muchas veces que otras editoriales han
recurrido a ellas para finalmente cerrar peor.
Esperemos que en este caso no ocurra nada de esto y
que José María Berenguer, que ha demostrado su inteligencia y buen
oficio a lo largo de tantos años, acepte la muerte de El Víbora
una vez se hayan cumplido los tres números de prórroga y ponga su
inteligencia, esfuerzo y dinero en la creación de nuevos soportes y
obras. Se acabó la fábula y ya que no hay milagros que quede, al
menos, a salvo la dignidad. Cuentan que el emperador Augusto
sintiéndose morir dijo: «Aplaudid, la comedia ha terminado». Sea
así.
Ahora, sólo
queda declarar a El Víbora patrimonio cultural (hace días lo
pedía un lector internauta en una web, en marzo de 2004) pues lo
merece y es de justicia, basta con valorar los 25 años de El
Víbora y ver cómo forman un inigualable espacio de libertad en
la historia del cómic español, una alternativa total a la historieta
predemocrática, un hito en la cultura española. Así sea |