Esta tabla, y la secuencia que siguen sus
elementos, aporta datos muy interesantes para evaluar dos aspectos
de la creación artística en los que Moore ha demostrado ser un
auténtico maestro: la técnica narrativa y la simbología, o, más
exactamente, la capacidad de hacer que los elementos simbólicos
sean vehículos de la narración y se imbriquen con los cambios en
el tiempo y en el espacio. Nótese, por ejemplo, que el compromiso
emocional de Hole con las mujeres que protagonizan cada segmento
es cada vez mayor conforme retrocedemos en el tiempo (de una amiga
a una amante, y de ahí a su esposa y su madre). En paralelo, vemos
que los lugares y los años en que suceden los acontecimientos
adoptan una estructura regresiva: los espacios son cada vez más
reducidos, cada vez con menores masas de gente (de forma que los
últimos parecen mucho más amplios), desde las grandes urbes del
principio a los barrios del final, del mundo barroco y abarrotado
de Nueva York a la simplicidad y los amplios espacios de la (pen)última
viñeta. El tiempo, por su parte, retrocede, y no sólo en los
rótulos que dan nombre a cada segmento de la obra: los
flashbacks internos de cada segmento también suelen ir
retrocediendo en el tiempo, como contrapunto a la narración
principal, que va avanzando.
A esta secuencia en regresión se añade el elemento
simbólico de los medios de transporte, cada uno de los cuales es
menos avanzado tecnológicamente (o, en todo caso, menos complejo)
que el anterior: del avión al tren, de éste al coche, y del coche
a la bicicleta. La inclusión de estos elementos fue, al parecer,
idea de Zárate (cfr. Rodríguez, 2002: 102). Cada unidad
espaciotemporal y cada segmento de la obra se abren y cierran
mostrando esos medios de transporte cada vez menos desarrollados,
hasta llegar al más sencillo e individual, la bicicleta, o, en
última instancia, la no necesidad de tales medios, como demuestra
de nuevo la (pen)última viñeta de A Small Killing, donde
Hole, que se desplaza andando, ya es ajeno a la bicicleta, el
coche, el tren y el avión que aparecen en esa misma imagen. Moore
hace explícita esta regresión a medios de transporte cada vez más
sencillos: «Todo en este coche solía ser tan simple», dice Hole
cuando vuelve a conducir el coche que compró con 18 años. Los
medios de transporte implican el cambio de un espacio a otro, y,
por lo tanto, pueden leerse como un símbolo de la transformación
de Hole. Hay, de hecho, otras referencias explícitas a la cualidad
simbólica de estos medios de transporte: «Oscuridad. Sólo una pura
y jodida oscuridad que seguía y seguía, de la misma forma que mi
tren se metió estrepitosamente en el túnel más largo del mundo
(…)», dice Hole acerca de una relación amorosa (34). Al final del
segundo segmento, esta situación se asocia directamente (mediante
una viñeta con un tren que entra en un túnel y emite un sonido
igual a la onomatopeya que refiere Hole –«Beee-Baww»–) con la
revelación de quién es el niño que le persigue.
Hay otros elementos en A Small Killing que
convergen en esta estructura de regresión espaciotemporal. Por
ejemplo (y se trata de una muestra más de que en las obras de
Moore no hay elemento gratuito alguno), las escenas de multitudes
y los globos de diálogo no referidos a ninguna persona concreta,
que están presentes en toda la obra, parecen haberse diseñado sólo
para dar sentido a una escena, aquella en la que Hole regresa a su
viejo barrio y “oye” globos de diálogo similares, aunque el lugar
está completamente vacío. En realidad, se trata de un elemento más
del proceso de simplificación y regreso a los orígenes que
experimenta el personaje, de las aglomeraciones de Nueva York y
Londres a las (menos multitudinarias) de Sheffield, y de ahí a su
viejo barrio fantasma, deshabitado. En todos esos lugares, los
globos de texto impersonales, no referidos a ningún hablante,
forman un "sonido" ambiente que unifica y sirve de hilo conductor a
la travesía entre los distintos espacios. Carlos Sampayo apunta
que en esta obra Moore y Zárate «nos recuerdan que los otros no
son sólo un murmullo homogéneo» (2002: 6); efectivamente, lo que
parecía un murmullo indiferenciado y meramente contextual en las
grandes urbes revela su auténtica naturaleza al final de la
historieta: es el murmullo de los recuerdos, de algo importante
que martillea la conciencia del protagonista. Y una vez más, sólo
con el recurso de la regresión y la disminución cuantitativa (de
las grandes urbes a los barrios deshabitados) se descubre la
verdad.
En resumen, lo que en buena parte narra esta
graphic novel es un auténtico regreso a los orígenes, tanto en
el aspecto biográfico (la recuperación de elementos de su Yo
pretérito) como en el temporal o el espacial. Es un regreso a la
simplicidad, consecuencia lógica del renacer de una persona que se
ha librado de buena parte de su pasado. Un regreso que puede
explicarse en función de la idea, citada por Moore en algún otro
trabajo, de que lo pequeño es hermoso. Por otro lado, el tema de
la regresión a los orígenes también ha sido tratado por Moore en
Big Numbers y, si bien bajo una óptica muy distinta, en
textos no estrictamente historietísticos como The Birth Caul.
Al mismo tiempo que se produce esta regresión
simbólica y espaciotemporal, asistimos en A Small Killing a
un avance paulatino en los acontecimientos del presente de la
narración, guiado por un misterio: la identidad del niño que
persigue a Tim Hole, de forma que cada segmento de la obra culmina
con un Hole cada vez más sorprendido por las revelaciones en torno
al niño. Así, esta obra presenta también la estructura genérica de
las historias de detectives: hay un misterio con temática
aparentemente criminal que, poco a poco, se va esclareciendo. Por
ejemplo, al final de la historieta se desvela que la identidad
del hombre y el niño con los que Hole sueña al principio es la
suya propia. Al avanzar la obra en este aspecto, la gestualidad de
Hole se hace cada vez más violenta con cada descubrimiento,
conforme más inquietantes son las revelaciones acerca del niño. De
hecho, a la altura del final del segundo segmento, “London
(1979–1985)”, ya existen pistas más que suficientes para saber
quién es realmente ese niño.
Una cuestión de conciencia
Todas las cuestiones políticas y los cambios
individuales que trata A Small Killing están vistos desde
una perspectiva bastante usual en la obra de Moore: el problema de
la conciencia humana, de las luchas que existen en su interior y
de las consecuencias éticas que tienen nuestros actos. El tema de
la responsabilidad individual, que vertebraba el anarquismo de
V for Vendetta y la filosofía social de Watchmen,
también cobra importancia en el aspecto ético de A Small
Killing. «Todo en tu vida tiene que ser culpa de otra persona;
(…) la responsabilidad de otra persona…» (49), le dice a Hole su
antigua amante, que también le reprocha que no sea sincero. Cuando
Hole regresa a su viejo barrio, piensa: «¿Estoy siendo al fin,
después de tanto tiempo, valiente?» (79). Estas muestras suponen
una versión ética de la tesis política mooreana de que todos
hacemos el mundo, lo que en última instancia descansa en la idea
de responsabilidad individual y, en definitiva, en la filosofía
anarquista de Moore. Un anarquismo de izquierdas que tiene un
correlato invertido en el anarquismo de derechas de autores como
Steve Ditko (a quien Moore admira, a pesar de las diferencias
ideológicas que les separan), en cuya obra también es central el
tema de la responsabilidad individual. De alguna forma, eso es lo
que es Moore en cuanto a las relaciones entre cómic y política: un
Ditko de extrema izquierda.
En lo referente al tema de la conciencia en A
Small Killing, el propio Moore ha especificado que «el tipo de
cosas de las que hablo en el libro, la consciencia y
sentimientos humanos, las traiciones personales… todo eso es
atemporal»
(en Macho, 2002: 4. El subrayado es nuestro). Hasta
cierto punto, la renovación del horror que Moore llevó a cabo en
Swamp Thing también se debía a este problema. Es decir,
Moore situó en el remordimiento y la conciencia de la degradación
personal la base psicológica del horror. A Small Killing
participa de la misma idea, y podría decirse que en realidad todo,
absolutamente todo lo que sucede en la novela gráfica es una
proyección de la conciencia de Hole; conciencia que se dispone
como un escenario en el que se enfrentan sus yoes escindidos, el
niño que fue y el hombre en que se ha convertido.
Hay indicios evidentes de la escisión de conciencia
que sufre Hole. Por ejemplo, su subconsciente parece conducirle y
hacer cosas que no desea su parte consciente, como comprar un
billete infantil de tren, decirle a un taxista que le lleve a casa
de su ex mujer (en vez de a casa de sus padres) o llevarle al
lugar del enfrentamiento con el niño, los old buildings (Hole
dice que ha sido la bicicleta en que se desplaza la que le ha
llevado allí –cfr. 77–).
«No recuerdo haber conducido hasta
aquí», piensa Hole cuando conduce en Sheffield hasta el primer
barrio donde vivió con su familia (70). La idea de la regresión en
el espacio y el tiempo, guiada en este caso por el subconsciente,
también preside estos desplazamientos de Hole.
La manifestación más clara de esta escisión de
conciencia se encuentra en los remordimientos que siente Hole (es
decir, lo que el Hole A le reprocha al Hole B), de los cuales
también hay indicios en A Small Killing. Así, por ejemplo,
el protagonista duerme mal y tiene sueños inquietos. El estilo
entrecortado con el que discurren los pensamientos de Hole en su
monólogo interior es otro signo de su intranquilidad. Al reconocer
que no liberó a los insectos en el primer killing, dice lo
siguiente: «No podía afrontarlo, estaba asqueado conmigo mismo
(…). Fue la primera cosa mala que hice conscientemente. La
primera» (84. El subrayado es nuestro). Es decir, en el primer
pequeño asesinato que cometió ya se plantean los remordimientos de
conciencia. La crueldad sádica de este acto originario es
insinuada por Moore al reconocer Hole que «los enterré vivos, como
si fuera un pequeño Eichmann. Fue… excitante» (83).
A partir de ahí, Hole es perfectamente consciente
(o, más concretamente, lo sabe a nivel subconsciente) de que su
vida es una falacia y que hace cosas mal (killings, en la
terminología de esta obra). Así, se sugiere que siempre supo quién
era el niño, aunque no quisiese reconocerlo: «Lo sabía. Lo sabía»,
dice al averiguarlo. «Escapa. Está aquí. Escapa. Oh, escapa
rápido…» (74). En estas frases, Moore utiliza el verbo get out,
que puede traducirse como “escapar”, precisamente lo que Hole
lleva años tratando de hacer: escapar de sí mismo. En un
flashback reacciona bruscamente cuando su esposa le dice: «No
estás haciendo nada malo, amor mío» (58), lo cual le irrita porque
sabe que ya está llevando a cabo pequeñas traiciones, una de las
cuales será precisamente el adulterio que hará fracasar ese
matrimonio. Cuando habla por primera vez con el niño, le dice que
«¡Esto es serio! Te estás arriesgando a que te hagan acusaciones
serias» (62). Probablemente, al estar hablando en realidad consigo
mismo, Hole no se refiere a los problemas que ha tenido con el
niño, sino a las cosas que él mismo ha hecho y que hacen que su
conciencia le acuse. Esta idea se relaciona intertextualmente con
la Lolita de Nabokov: «Así es como cambiamos, primero en
Lolita; luego, con sonrisas de arrepentimiento, a Humbert
Humbert» (84. El subrayado es nuestro). En esta línea, A Small
Killing está resumida en el flashback en que el Hole
niño mira hacia atrás, con gesto preocupado, pensando en los
insectos que ha enterrado vivos, mientras el texto nos miente «… y
liberé a los insectos» (83). El gesto de este flashback se
reproduce en la viñeta siguiente, ya con el Hole adulto, y ha sido
un motivo recurrente a través de toda la obra: Hole mirando hacia
atrás (el pasado), con gesto de remordimiento (la conciencia)
cuando va a entrar en casa de sus padres, en el ascensor del hotel
londinense, etc.
La novela gráfica plantea aún otra cuestión
interesante al respecto: ¿Ha sido siempre así Hole? En Sheffield,
mientras empuja un coche, pasa por una calle que solía recorrer
cuando iba al colegio, y uno de los textos de la viñeta dice «al
frente de la manada» («ahead of the pack»), palabras que
estaban en su anuncio de coches para yuppies. Si esta
hipótesis es cierta, si el personaje ha estado siempre envuelto en
una competitividad brutal, la lucha del final vendría a significar
que el Hole que emerge del agujero del combate no es su Yo pasado,
sino alguien completamente nuevo. El propio Alan Moore lo ha
apuntado: «Al final de ese combate, es una persona distinta, ha
integrado sus dos partes en él (…)» (en Rodríguez, 2002: 107). En
cualquier caso, esa escena de lucha es el punto donde todo
confluye, donde se muestra claramente que su mala conciencia se ha
incrementado de forma proporcional al tamaño del bote en que
introdujo a los insectos, bote que al final de la historieta, en
una escena alucinatoria, tiene un tamaño enorme. Del bote, que es
un enorme foco de luz (analizaremos su cualidad simbólica más
adelante) surgen insectos de un tamaño monstruoso que funcionan
como una metáfora del tamaño de la culpa de Hole (como comenta
Moore en una entrevista, «quería sugerir que existe la posibilidad
de enfrentarse a estas cosas [el pasado], incluso si no es
agradable, incluso si supone encontrarse con un gran frasco de
bichos y ciempiés. Tendríamos que ser capaces de destaparlo y ver
qué hay dentro» –en Rodríguez, 2002: 107–). Eso es lo que ha
habido en su conciencia durante tantos años: un remordimiento
monstruoso.
Como ocurre con algunos personajes en Swamp
Thing, los remordimientos por el mal realizado provocan que
Tim Hole sea acosado por la mala conciencia. Esta conciencia ávida
de justicia tiene dos representaciones básicas: la primera y más
obvia, ya la hemos mencionado, es la del niño, que no es más que
un reflejo del mito del Doppelgänger u Otro Yo. Así
recuerda Moore (en Rodríguez, 2002: 101-102) el origen de la idea,
que es parcialmente autobiográfica:
«(…) Oscar
[Zárate] me habló de una idea que tenía y que consistía en un
adulto perseguido por un niño. Me resultó intrigante porque era
una forma de trabajo que nunca había utilizado antes. Nunca antes
había “aceptado” ideas de otros porque ya tengo muchas mías por lo
general. Pero yo apreciaba a Oscar, me gustaba mucho su trabajo, y
me llamaba la atención lo que me proponía, seguramente porque era
una propuesta muy extraña. Quería saber si yo era lo
suficientemente flexible como para trabajar con un dibujante como
Oscar. Así que me puse a pensar en ello. Y recordé un sueño que
tuve cuando era adolescente. En ese sueño, me encontraba conmigo
mismo de niño, muy pequeño. Y el niño me reprochaba en cierto modo
por aquello en lo que yo me había convertido. Y recuerdo que fue
un sueño que me afectó, así que empecé a pensar en ello en
relación con lo que había dicho Oscar, lo de un adulto perseguido
por un niño. De modo que me di cuenta de que, efectivamente, el
adulto y el niño eran la misma persona y, seguramente, esa fue la
idea inicial que se convirtió en Un pequeño asesinato.»
En realidad, lo único que aporta el niño es un
motivo narrativo para la estructura detectivesca, cierto aire de
irrealidad y una representación antropomorfa de la mala conciencia
(Moore también ha señalado en una entrevista que «podría ser que
toda la culpa sin resolver fuera la que en cierto modo fermentara
a ese chico venido de su pasado» –en Rodríguez, 2002: 107–). La
naturaleza ilusoria del niño se sugiere claramente, mediante los
enfoques de “cámara”, en la escena en que él y Hole hablan en un
bar. Cuando hay gente mirando hacia el sitio donde se supone que
están Hole y el niño, este último no aparece en las viñetas (sólo
lo hace el refresco que Hole le ha traído); cuando Hole no está
acompañado de otros sujetos de percepción aparece el niño, dado
que sólo lo percibe Hole (cfr. 61). Realmente, lo más
interesante de este juego de desdoblamientos y alucinaciones es
que supone un precedente de otra obra artística en la que este
tema se lleva al extremo: la película de David Fincher El club
de la lucha (1999), obra que comparte con A Small Killing
el desdoblamiento de personalidad (sin que lo sepa el lector o
espectador), la lucha entre lo que se fue o lo que se quiere ser
(por un lado) y una vida falsa y alienada (por otro), la
resolución violenta entre ambos Yoes, que acaban golpeándose, y la
crítica al sistema capitalista, el modo de vida yuppie y la
cultura de consumo.
Pero existe una segunda representación, acaso más
importante, que engloba de hecho a la primera: el tiempo, que es
el auténtico tema de A Small Killing, y que también era una
cuestión central en trabajos que rodean cronológicamente a esta obra,
como Watchmen y From Hell. Lance Parkin ha comparado
en este aspecto A Small Killing con The Killing Joke
(curiosamente, un cómic que el mismo Moore suele criticar,
considerándolo un trabajo no demasiado bueno): «Ambas tratan de
los acontecimientos que forman la vida de un hombre,
contemplándolos en flashback y contrastándolos con su
situación actual» (2001: 49. Traducción propia).
Lo que persigue realmente a Hole es el pasado, la
suma total de sus actos y la cadena de “pequeños asesinatos” que
ha ido elaborando a lo largo de los años, y que es inaugurada en
la obra, muy simbólicamente, por la pérdida de sus recuerdos
infantiles (cfr. 7), una colección de huevos de pájaros
que, aparentemente, no le importa que se rompa accidentalmente.
Más adelante se pregunta por los recuerdos, y piensa «¿Dónde va
todo el resto del tiempo? La mayor parte de mi vida, de hecho, no
puedo...» (20). La unión entre conciencia y tiempo es evidente en
el último segmento de la obra, cuando Hole pedalea por su viejo
barrio y piensa: «Esas casas son el mobiliario con el que almaceno
mis sueños. Noche tras noche las reordeno mientras duermo, esas
casas, esas viejas casas». En la misma viñeta alude a la anulación
del tiempo: «El presente es menos sustancial aquí» (78). La idea
de un tiempo congelado y simultáneo, absoluto, como el que
experimenta el Doctor Manhattan en Watchmen, aparece justo
una página después: «Siempre he estado aquí», dice Hole cuando
vuelve al barrio donde creció. El tiempo parece detenerse cuando
Hole vuelve a ese barrio y se reencuentra con su ex mujer, Maggie.
Otro dato interesante al respecto es que cuando pasa por un lugar
donde hay amontonada basura, esa basura es exactamente la misma
que se muestra en un flashback de la infancia de Hole. Se
trata, además, del lugar donde Hole decidió (aparentemente) volver
y desenterrar a los insectos, de modo que la idea de un tiempo
estático se relaciona directamente con el killing
originario de Hole. De alguna forma, y en relación a esa
concepción absoluta del tiempo que tiene Moore, Hole siempre
estuvo allí, entre los old buildings donde enterró a los
insectos, con sus ruinas y desperdicios que son un reflejo de la
vida del personaje. En otras palabras, el pasado no desaparece,
sino que por el contrario permanece, como también lo demuestra el
regreso de Hole a la casa de sus padres y el reencuentro con cosas
que creía perdidas, como su coche, y con viejos recuerdos como el
álbum de fotos. «Es como el coche, el Anglia, aún aquí… aún aquí»
(71); otro reflejo de la visión unitaria del tiempo de Moore.
El tiempo no es sólo ese pasado que permanece, sino
también la sustancia del niño (un Yo de otro tiempo) y la lógica
del viaje de Hole (un regreso al pasado), y está incrustado, como
preocupación habitual de Moore, en la estructura narrativa. Otro
ejemplo de fusión entre lo temático y lo narrativo lo proporcionan
algunos flashbacks que están ilustrados con trazos y
colores menos intensos que los usados para la narración en tiempo
presente. No es sólo un recurso narrativo, dado que también puede
referirse a los recuerdos, a la cualidad más vaga, menos nítida,
de los mismos. En definitiva, otra muestra de la importancia del
tiempo en la obra y su relación con los recuerdos.
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