Carlos Saldi es un importante fotógrafo argentino que
ha trabajado tanto en nuestro país como en Europa. Su propia vida
amerita más de un reportaje, pero en este caso, decido hacer foco en
una de sus tantas particularidades: durante más de diez años, Carlos
Saldi estuvo al lado del gran dibujante italiano, tanto como amigo y
compañero, como por ser el encargado de realizar gran parte de la
documentación de su obra cumbre: Corto Maltés.
Llego hasta su casa. Desde el momento de abrirme la
puerta hasta el momento de comenzar con el reportaje, Saldi
contestaría una docena de veces el teléfono. Camina. Va hasta otro
cuarto. Vuelve. Aprovecho para mirar la habitación. Hay decenas de
fotos y dibujos, pósteres en varios idiomas. Historietas. Fotos
originales de Jorge Luis Borges, de Hugo Pratt, de Diego Maradona.
Este es el ecosistema natural de un hombre que tiene muchas cosas
para mostrar. Realmente muchas. A medida que el reportaje avanza,
recolecto anécdotas y objetos. Saldi por fin se sienta y prende un
habano. Siempre permanece al acecho, atento a la situación.
Exactamente lo que se espera de un fotógrafo.
¿Cómo llegás a relacionarte con la historieta? ¿La
leías de chico?
Yo siempre esperaba Poncho Negro. El diariero
pasaba a las diez de la mañana y a eso de las ocho yo ya estaba
esperándolo. Después leí el Sargento Kirk, Hora Cero, todo
eso, como simple aficionado. Era un amante de la historieta, nunca
me hubiera imaginado a esa edad, que un día iba a tener algo que
ver, que en el futuro podría trabajar con grandes historietistas.
Hugo Pratt era un de los principales autores de
aquellas épocas, cuando trabajaba con los guiones de Oesterheld ¿Así
fue como conociste su trabajo?
Claro, por supuesto, pero... no me importaba Pratt. A
mí lo que me gustaba era Sargento Kirk, los personajes. Los
dibujantes no me importaban. Yo soy fotógrafo quizás porque siempre
estuve rodeado de extraordinarios dibujantes. En Rosario, durante
las clases del secundario a mí me encantaba dibujar, pero al lado
mío había un boludo que cuando yo terminaba un dibujo, él había
hecho catorce, la caricatura del profesor y un tipo que pasaba por
la ventana.
¿Quién era?
Fontanarrosa, Napo, podían ser muchos. Tipos de ese
calibre, que dibujaban extraordinariamente. Me cortaban las ganas.
Estudiábamos en la Escuela Industrial de Rosario. Después seguías la
carrera de Arquitectura, así que tenías mucho dibujo. Siempre estuve
rodeado de dibujantes que dibujaban mucho mejor que yo. Y después,
ya de grande me rodeé siempre de dibujantes, por el laburo, por la
vida. Soy amigo de casi todos, a los que no conocí acá los conocí en
Europa. Porque si estabas al lado de Pratt, no podías dejar de
conocerlos. Porque todo el mundo viene. Conozco dibujantes de
Argentina y de donde se te ocurra: José Muñoz, Carlos Sampayo,
Quino. Te das cuenta por las cosas que tengo colgadas acá...
Es cierto. Toda la habitación está llena de imágenes
y objetos cargados de anécdotas e historias. Entre otras cosas hay
gigantografías del Corto Maltés, una biblioteca llena de historietas
en francés, docenas de fotos, pósteres y dibujos de todo el mundo.
Pero hay uno que llama más la atención que el resto: una litografía
color de Tintin bailando un tango. El primer objeto extraño de este
reportaje.
Esa litografía de Tintin es de Enrique Breccia. Me la
regaló porque lo ayude a montar una exposición en París. Como yo
vivía allá, lo ayude a ir montando la exposición hasta que él
viniera. Ese dibujo era el afiche de la exposición, un dibujo
rarísimo.
¿Cómo creés que te influenció todo el universo
gráfico de aquellas historietas que habías leído?
Mis conocimientos de historieta vinieron a partir de
él, en gran parte. Yo antes era lector, pero cuando estás al lado de
un tipo como Moebius, aprendés como un loco. Yo trabajé casi diez
años para Casterman, la editorial de historietas más importante de
Francia. Yo trabajaba fotografiando a los autores. De ahí conozco a
todos, iba a las casas. Como los tipos sabían que yo andaba con
Pratt, me daban una bola bárbara porque todos lo adoraban.
¿Y cómo es que entrás en contacto con Hugo Pratt?
En realidad, yo conocí a Pratt en 1975. Yo
era amigo de Mordillo. Llegué a París y no tenía donde vivir. Estaba
buscando un departamento y hablando con Mordillo me cuenta que Pratt,
que vive en la Bastilla, está dejando el departamento, que lo llame.
En ese momento no era para nada conocido en Europa. Yo nunca lo
había visto, pero sabía quien era, por supuesto.
Entonces vos lo conociste por la misma época en que
él comenzó a escribir Corto Maltés...
Corto Maltés aparece por primera vez en 1976, en
La Balada del Mar Salado. En esa historieta era un personaje
secundario, el personaje principal era Pandora. La primera edición
que salió fue francesa. Corto Maltés se hace grande después que pasa
por esto. “Corto” era el nombre de uno de los personajes del
Sargento Kirk, un petiso colorado. La cara de Corto Maltés es medio
la cara de Kirk acomodada a la cara de Hugo, de verdad. Por otra
parte la cara de Pandora se parece mucho a la cara de la primera
mujer de Hugo. Anna de la Jungla, es su segunda mujer. Hugo siempre
dibujó a sus mujeres.
Yo lo conocí a él a fines de enero de 1975. Al final
no pude mudarme a su departamento, pero un tiempo después Napo me
mandó una carta diciéndome que Hugo vivía cerca de mi casa. Un día
fui a comer con Mordillo y apareció Pratt. Y vivíamos muy cerca, a
menos de tres kilómetros. Siempre le caí bien a Pratt. Él era un
charlatán, le gustaba el tango, era muy argentino. Todos los
defectos que tenemos nosotros a él le encantaban. Teníamos mucho en
común. Pero yo no trabajé con Hugo Pratt hasta 1980. Éramos tan
amigos que nos veíamos todos los días. El venía a dibujar a mi casa.
Como yo trabajaba en mi casa y él en la casa estaba solo, venía
conmigo porque yo le hacía gamba. Salíamos a comer constantemente.
Con Hugo lo que más se puede hacer es comer.
Éramos amigos. Las primeras fotos que hice para
Casterman fueron de Hugo. Yo le había sacado fotos a Hugo por placer
y los de Casterman las vieron y las quisieron. Yo ni los conocía, me
llamaron. Yo en esa época hacía prensa, en medios. Y esa serie de
fotos que hice de él, las hice en un departamento vacío que fuimos a
alquilar para Napo, justamente. Había una silla, estaban mis hijos,
nada más. Fue una serie de fotos que tuvo mucho éxito. Y los de
Casterman cuando las vieron me llamaron inmediatamente. Y para Pratt
usaron esas fotos. La foto que sale en la primera edición de La
Balada del Mar Salado se la saqué yo en mi casa. En esa foto
estaba yo al lado.
¿Es cierto que una de las pocas fotos que vos tenés
junto a él se las sacó David Bowie?
Sí. David Bowie tenía una casa al lado de la de Hugo
Pratt en Laussana, Suiza. Ya en ese momento yo laburaba con él. Iba
cada quince días y me quedaba tres o cuatro días ahí con él
laburando. Pero era un laburo muy cordial, nos poníamos a hablar al
pedo, a él le surgían ideas, yo iba a buscar fotos de algunos
lugares. Pero no para copiar, eso es importante, eran para
inspirarse. Las casas estaban como en la cima de una colina.
Entonces cuando vos te parabas en la puerta de la casa, veías el
jardín tuyo y el del vecino. Sólo había una ligustrina separándolas.
Pratt era un tipo muy conocido, y Bowie, ni te cuento. Supongo que
David Bowie pasaría ahí unas pocas semanas por año. Como Hugo no
manejaba, las compras las hacía yo. Un día vuelvo de hacer las
compras y veo un auto inglés. Salimos al Jardín y ahí estaba. Pratt
lo invitó a comer pasta al pesto y Bowie vino con su secretario. Fue
una comida tranquila. No teníamos mucamas ni nada, había comida
porque Hugo comía a cualquier hora. Bifes, hígado, lo que sea. Fue
la única vez que lo vi, pero se conocían bien.
Eso fue en el año 1984. Yo en ese momento le había
llevado a Hugo una parte de la documentación sobre la Patagonia, una
investigación que luego me llevaría cuatro años. Pero eso fue, más
que nada porque yo me casé con Butch Cassidy. Y bueno, yo estaba
sacando fotos, tenía todo el equipo ahí. Yo siempre estuve rodeado
con gente como Hugo, pero nunca fui muy cholulo, ni siquiera se me
ocurrió sacarme una foto con Bowie y Hugo. Yo tenía también una
Nikkon. Y entonces Bowie nos dijo: «les saco una foto». Sacó tres. A
Hugo le hubiera molestado muchísimo si le hubiera pedido permiso
para sacarle una foto con Bowie. Eso Jamás. Era completamente
anti cholulo. Odiaba que lo adulen, bah, adoraba que lo adulen.
Pero no explícitamente. Por estar junto a Hugo yo he compartido
mesas con Alain Delon, con Sofía Loren, con Dino de Laurentis, pero
sin la cámara. Yo iba como amigo, nunca como fotógrafo. Si sacaba la
cámara, Hugo me pegaba un cachetazo.
¿Hugo había tenido acceso a conocer todo ese tipo de
gente por su trabajo, por ser historietista?
Sí claro. Por Corto Maltés. Pegó muy fuerte.
Estamos hablando de un millón de ejemplares. Esa es su verdadera
dimensión. Hugo siempre decía que la gente no lo quería conocer a
él, quería conocer al Corto Maltés.
¿Cómo realizaba usted el trabajo de documentación?
El me pedía fotos de alguna cosa y yo se las buscaba.
Ya por esa época yo empecé a romperle las bolas para que Corto
Maltés viniera a la Argentina, y en realidad ese fue el comienzo de
mi trabajo con él. Corto Maltés en Rosario. El me dijo: «conseguime
una historia que sea fuerte».
Salvo La Balada del Mar Salado, que es
imaginario, todos los otros libros introducen sus personajes en
hechos reales, que muy poca gente conoce, pero que se pueden
rastrear. Y convirtió el personaje en un actor de ese hecho. El Tren
Blindado existió, lo único que es mentira es Rasputín y Corto. Jack
London que está nombrado ahí en la historia, existió y cubrió esa
guerra. Y todo eso está documentado, yo encontré en Londres las
crónicas de London que hablaba de esas guerras. A mí por el trabajo
me pagaba la editorial. Hugo me decía que necesitaba y yo arreglaba
con la editorial que luego me pagaba.
Hoy parece asombroso que una editorial manejara un
todo un presupuesto para que alguien realizara la documentación de
una historieta.
Obviamente no había cuarenta tipos que lo pudieran
pedir. Jugábamos con eso. Yo fui a Londres varias veces a
fotografiar botones militares. Hugo sabía de todo lo que es
uniformes de todo el mundo. El te podía decir: ese es un uniforme de
oficial de marina alemán, 1920, médico. De eso sabía todo. Más de
una vez hice trabajos de ese tipo.
¿Hasta que punto era conciente Hugo de que todos esos
detalles probablemente pasaran desapercibidos en un gran porcentaje
de sus lectores?
Uno no hace las cosas al nivel de Hugo Pratt. Yo no
pensé nunca que Hugo hacía eso para que la gente se dé cuenta, sino
porque tenía que ser perfecto. La obra tiene que ser perfecta. El
martillazo en la rodilla y decir «¡Parla!» es parte de la obra. Y
Hugo era así. Si había una cosa que se podía verificar, tenía que
ser verificada. Y si no, tan confusa que nadie entiende un carajo. Y
eso lo hacían sobre todo los franceses que intelectualmente viven de
la duda. En ediciones posteriores, se agregó la parte de
documentación, donde él dibujaba los botones, los uniformes, etc.
Nada era casualidad. Yo le hacía la búsqueda de fotos de época, y de
ahí salía todo. Generalmente él sabía mejor que yo a donde ir a
buscar la información. Yo me fijaba en librerías de Frankfurt que
vendían esas cosas.
¿Vos fuiste quien le sugirió a Hugo hacer una
historieta en Argentina?
Sí, pero para que la hiciera tenía que buscar una
historia que valiera la pena. Yo había hecho las fotos de un libro
de un amigo sobre la Zwi Migdal, una sociedad judiopolaca de trata
de blancas. Y me pareció muy bueno hacer una historia de una
princesa rusa que venía a parar a Rosario y Corto la salva. Entonces
se la conté y le gustó. Me dijo que le consiguiera toda la
documentación. Le llevé el libro de mi amigo, pero había un problema
enorme. Esa historia era en los años treinta. En ese momento en que
la historia sucedía, Corto estaba en Siberia. Eso te sirve para que
te des una idea del realismo. Es decir, Corto no hubiera podido
estar en Argentina y en Siberia al mismo tiempo.
Al principio, Corto no follaba. No creo que haya
follado nunca. El día que yo le dije que Corto debía ser puto porque
nunca follaba, casi me mata. Es lo peor que le pude haber dicho. A
partir de ahí le hizo tocar una teta a alguna mina. Pero eso viene
después de una joda que yo le hice porque por más que las minas se
le rinden a los pies, y él las mira, nunca folla. Como el Corto se
publicaba primero que todo en diarios, dos páginas, funcionaba un
poco como una novela, se le daba tensión al final, para que el
lector quisiera seguir leyendo. En el final de un capítulo, el Corto
está fumando y se despide de la mina, que era una princesa Rusa. La
princesa le dice, «chau, nos vemos en Rosario». Y el corto le
contesta «Ah, conozco, es lindísimo». Eso lo hizo porque
supuestamente después venía la historia en Rosario, pero como
después nos dimos cuenta de que no podíamos porque no daban las
fechas, al final nunca se hizo.
¿También fue a partir de tu influencia que Hugo
encaró el proyecto de Tango?
Tango
era una historia que transcurría en Argentina hecha para preparar
una cosa que nunca se hizo. En ese momento en Francia se empezó a
editar Corto Maltés, una revista muy lujosa donde había
dibujos de Hugo y otros dibujantes. El problema era que la vida del
Corto era muy corta. Así que en lugar de alargarla para adelante,
porque teóricamente se iba a morir en la guerra civil española, se
la alargó para atrás. Se llamaba “La juventud del Corto Maltés”, que
eran historias de cuando Corto tenía dieciocho años, porque cuando
aparece ya tenía treinta y pico.
Entonces descubrimos lo de Butch Cassidy en la
Patagonia. Yo lo descubrí. Hugo lo mete a Butch Cassidy, ya más
viejo, en Tango, que son los años treinta, capitaneando una
mafia. Supuestamente la Leyenda dice que Butch Cassidy y Sundance
Kid fueron encerrados por el ejército boliviano en San Vicente, y
que fueron muertos por los militares. Pero según mi propia teoría,
Cassidy se perdió en el anonimato, no murió en esa instancia.
Incluso acá hay descendientes de Cassidy, pero con otros nombres,
que se pueden rastrear. Todo esto estaba basado en el trabajo de
documentación que yo había hecho. Esta historia luego se continuaría
en “La juventud de Corto Maltés”, pero no llegó a hacerse nunca.
Primero porque hubo problemas con el editor. Y segundo porque la
documentación llegó a ser demasiado importante.
Primero íbamos a hacer era una historieta y luego
cuando Hugo vio tanta documentación, me dijo de hacer un libro como
Las Memorias de Corto Maltés donde pudiera plasmarse toda la
documentación. Con todos los hechos reales donde se insertó a Corto
Maltés, contar la historia verdadera. Pero llegó a ser tan grande la
documentación que ya sobrepasaba las expectativas de Hugo. Nos
distanciamos por esto, pero quedamos amigos. Yo había gastado un
montón de guita. Casterman me pagó la primera vez, pero después yo
venía acá sin que nadie me pagara. Pero las cosas que descubrí son
muchísimas. El ya dibujaba cada vez menos, y bueno, ahí quedó. Ahí
empezó a editar cosas viejas como Ana de Jungla,
que los europeos no las conocían y se vendían muy bien.
¿Cuál era la intención de Hugo, hacer una historieta
sobre Butch Cassidy?
No. Su idea era integrar a Corto con ellos, con la
historia. Esas cosas nunca las pensaba. Hugo sabía el principio y el
final. Nunca sabía lo que iba a pasar en el medio. El siempre decía
«tengo el final, pero no sé como llegar». Sabía hasta con que frase
iba a terminar.
¿Cuál era su trabajo diario?
Hacía cuatro tiras por semana. El equivalente a una
página. El era muy lento para trabajar, era muy minucioso, además
trabajaba en láminas muy grandes, 40 × 30 cm. por lo menos, y
algunos cuadros los trabajaba aparte, en 30 × 20. Usábamos el
Copyproof, que era el primer aparato que hacía fotolitos de Agfa, yo
con eso le agrandaba y le achicaba los cuadros para que entren en la
página. Después los recortaba y los aplicaba.
¿Alguna vez te sentiste partícipe de la creación del
Corto?
No. Con eso no te podías meter. Podía sugerirle
cosas, como en el caso de Cassidy. Por ahí alguna vez me mostraba un
cuadro y me preguntaba: «¿cómo lo ves?» Y yo le sugería algo, pero
quedaban como él los había hecho. A él no le gustaba mostrar como
laburaba. Las planchas las mostraba, pero no quería que se viera
cómo laburaba. El hacía unos pocos trazos en lápiz, después por ahí
agarraba el pincel y hacía sombras antes de hacer líneas. Y si
estaba con fiaca hacía cualquier cosa. No había una manera precisa.
¿Vos sabés si él mantenía alguna relación con
Oesterheld en aquella época?
No. Sé que lo había vuelto a ver. Hay un par de
historias que se corren, pero las cuales no me constan, sobre cierto
material que Hugo se había llevado de acá y que firmó él solo, pero
la verdad que no sé nada al respecto. Son versiones que escuché. No
lo creo capaz, la verdad. Nunca se lo hubiera permitido. Hugo
inventaba cualquier cosa. Es cierto igualmente que tenía una gran
influencia de Oesterheld.
¿Cuándo desaparece Oesterheld en el año 1976, allá
toman conocimiento?
Sí, pero no recuerdo haberlo hablado con Hugo. Yo
estaba allá en 1976 y estaba muy al tanto, allá tenías toda la
información.
¿Él acudía seguido al Salón de Lucca?
No. Sólo si era “El Personaje” del Salón de Lucca, si
era el Presidente Honorario, o miembro del jurado. O si exponía. El
expuso tres veces por lo menos. Editaba en Italia por la editorial
El Griffo. En Italia era un ídolo total. Es uno de los
representantes de Italia más prestigiosos en general, más allá de la
historieta. Como pueden ser Fellini, o el jugador Vieri ahora. El
trascendió la historieta en Italia totalmente. Era un personaje
público. Salía por televisión todos los días, daba reportajes. Hugo
no podía caminar por la calle.
Para terminar, ¿cómo definirías al estilo único que
tenía Hugo Pratt para contar historias?
Para mí, Hugo Pratt hace literatura dibujada. Y esa
conjunción me mata. Hay toda una escuela francesa que se crió
después de Pratt. Vos podés decir que Milton Caniff ya existía, pero
los diálogos de Caniff no eran los diálogos de Pratt. Corto Maltés
no existió antes. Podés encontrar a Proust, a Shakesperare. Eso Hugo
lo representaba con palabras y con dibujos o con nada, según fuera
necesario. Eso era lo seductor de Hugo.
La cinta se acaba pero las anécdotas y las
personalidades se suceden, Milo Manara, Juliet Binoche, Jorge Luis
Borges y un largo etcétera. Dejo su casa del centro de Buenos Aires
con una certeza: Carlos Saldi ha vivido una gran parte de la
historia de la historieta de cerca. Y Hugo Pratt me parece aún más
humano, más genial y más atemporal que antes. Y Saldi lo sabe
contar, con el fino sentido de la oportunidad de un gran fotógrafo
que sabe como inmortalizar un momento, una época, o un hombre.
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