Tebeosfera:
Josep, tú naces en 1942, en Barcelona, y te
llaman José. Al parecer tu nombre correcto es Josep Maria Beà i Font,
pero no firmabas así tus primeros dibujos hechos clandestinamente en
un colegio religioso ¿no?
Beà:
El franquismo
fue tan perverso que en la escuela nos hicieron creer que firmar en
catalán era, como mínimo, sinónimo de pecado y un insulto a la
cruzada que salvó a España del peligro de las nacionalidades.
Supongo que empecé a sustituir el “José” por el “Josep” en plena
transición política.
En
aquellos días todo era de un tenebroso color gris salvo las portadas
de los tebeos, gracias a ellos me libré de caer en la locura más
absoluta. Amaba tanto los tebeos, que a los ocho añitos de edad,
lamía las portadas de los mismos hasta dejar el papel en blanco, me
encantaban el sabor y el aroma de la tinta de imprenta de los
cuadernos recién impresos. En una ocasión, y por este motivo, tuve
que ser ingresado de urgencia en el Hospital Clínico de Barcelona
víctima de una intoxicación aguda que casi acaba conmigo. Estaba en
una habitación con otros niños muy enfermos. La gente, al pasar
(antes, muchas personas de la calle iban a los hospitales a
distraerse, como quien va al cine) me miraba como a un fenómeno
circense, me señalaban y comentaban entre
sí: «Este es el niño comedor de tebeos». Hasta apareció una reseña
del caso en la prensa. El sabor de la capa roja del Capitán Marvel
de Charles C. Beck era pura fresa, o quizás divina grosella. ¡Oh!,
tan solo pensarlo se me hace la boca agua.
T:
De niño, lees tebeos de Boixcar, Ambrós, Iranzo,
Bermejo y, por encima de todos ellos, los firmados por Giner.
Comentaste una vez que cierta viñeta de Giner fue la que te
introdujo el gusto por el terror.
B:
Mi padre, que era un comerciante muy competente,
canjeaba quilos de tebeos viejos a los traperos a cambio de aceite
de oliva (producto buscadísimo en tiempos del estraperlo). En el
revoltillo conseguido
había de todo, pero, lo que más me interesaba era el material
publicado por Hispano Americana que distribuía King Features: Flash
Gordon, Tarzan, Mandrake, El hombre Enmascarado, etc. El material
español me resultaba de tercera regional, a excepción de Hazañas
Bélicas de Boixcar (que lo leía todo el país) y, ante todo, las
extraordinarias historias de El Inspector Dan dibujadas por
Eugenio Giner que aparecían en el semanario Pulgarcito. Nunca
en mi vida he pasado tanto miedo como al leer (a mis siete años)
aquellas asfixiantes páginas que desprendían una calidad de horror
insoportable. Giner fue un dibujante excepcional, supo crear un
clima opresivo, con un barnizado lúgubre irrepetible, que nada tenía
que envidiar a los (futuros) autores de de la EC de Gaines.
T:
Asimismo, te atrae la literatura de aventuras, la del XIX, y también
sus ilustradores de grabados ¿no?
B:
Sí, antes de
leer como un obseso a Verne y Salgari, me tragaba todas aquellas
viejas novelas de castillos encantados escritas por autores
desconocidos. Me entusiasmaban los grabados del XIX. Quedaba
extasiado ante los trabajos de Pisan, Joliet, Pannemaker, Brux, etc.
Pasaba horas mirando las ilustraciones de La Divina Comedia, El
Quijote, El Paraíso Perdido, no podía entender cómo aquellos
artesanos podían “reproducir” a golpe de buril los dibujos de Doré.
Aún hoy en día me parece una labor de características
extraterrestres.
T:
Labor que quisiste emular cuando decides formarte en
la Escuela de Arte... pero, paradójicamente, tu “primera obra” sería
un puntito en una de las abigarradas viñetas de Boixcar...
B:
Mientras de día me obligaban a estudiar el
bachillerato en los draculinos Maristas de la época, por la noche
tomaba clases de dibujo y modelado en la Escuela de Artes y Oficios.
Allí nos hacían copiar a carbón el estatuario griego que se
consideraba como el epítome de la belleza, estoy seguro que no
aprendí nada pero fui muy feliz porque, al estar sentado en un banco
podía hacer “muslo contra muslo” (sin mediar palabra) con chicas
mayores, de unos 13 o 14 años. Ese lúbrico frotamiento fue mi
primera experiencia sexual. Yo era un niño de unos 12 muy revoltoso,
famosillo en el colegio y en el barrio por que sabía dibujar
infinitamente mejor que los otros niños de mi edad (¡qué mal
dibujaban los niños de mi barrio!), pero básicamente se me quería
porque me las ingeniaba para hacer reír a la gente disfrazándome y
parodiando personajes del cine (mi más aplaudida interpretación
siempre fue la de “momia viviente despiadada pero mongoloide”).
Por
esa época, un amigo de un amigo de un amigo, consiguió que me
recibiera Boixcar, que en aquellos tiempos alpargateros era más
conocido que Caniff, Foster y Raymond juntos. El hombre me recibió
en su casa y me invitó a sentarme a su lado para que pudiera
observar como realizaba una página. Se ausentó un momento de
la mesa de dibujo, salió de la habitación. Entonces, un intrépido
servidor, cogió la pluma del dibujante y marcó con ella un PUNTO al
pie de una viñeta. Veinte días después, fui al quiosco y compré el
Hazañas Bélicas y ¡allí estaba mi PUNTO! ¡Mi primer trabajo
profesional distribuido a lo largo y ancho de la península! Lo
mostré orgulloso a familiares y amigos. Hasta lo miré a través de
una lupa: ¡Vaya PUNTO! Años después se lo conté a Boixcar. La vida
es un cómic, me dijo.
T:
Ja, ja. Desde muy joven entras
a trabajar en la agencia de Toutain, Selecciones Ilustradas (SI), al
parecer de la mano del ilustrador Rafael López Espí...
B:
Por motivos de rango dadaísta que no vienen a cuento
ser relatados, mi padre y el de Toutain se conocían vagamente. Por
ese motivo fui a parar a SI. El lugar de trabajo hubiera encantado a
Piranessi (no sé exactamente por qué), apenas había mesas de dibujo,
varios dibujantes trabajaban alrededor de un tablero de ping-pong y
otros lo hacían en el suelo. La felicidad se apoderaba de mí cuando
cruzaba el umbral de aquel destartalado lugar lleno de gente menor
de 20 años que fumaba compulsivamente y sólo les interesaba hablar
de tebeos. Toutain, que medía unos dos metros de estatura y te
traspasaba con su acuchillante mirada me daba miedo, tuvo que pasar
mucho tiempo hasta que no se estableció entre ambos una auténtica
amistad. López Espí fue mi preceptor, me enseñó todo cuanto pudo.
López estaba especializado en temas western, dibujaba los
caballos sin referentes gráficos, de memoria, con un toque de pincel
muy personal, contundente, de gran efectismo cinético. Más tarde se
orientó hacia la ilustración a color. Conservo un gran recuerdo de
su persona.
En
la primera época, el acelerado López me obligó a copiar cientos
de páginas (el método; más o menos como el de Strasberg pero sin
rumbo establecido). Luego hice de todo, retoques, coloreados,
conversiones del tamaño de viñetas (salvajemente), hasta que a los
15 años realicé mi primera historieta para Artima, una editorial
francesa que absorbía toneladas de mediocridad dibujadas por aquel
delirante grupúsculo de adolescentes barceloneses. Casi nunca
veíamos los trabajos publicados y se nos prohibía firmar, los
editores franceses querían evitar problemas con los sindicatos de su
país.
T:
Ah, tenía entendido que lo primero que hiciste fueron
tebeos románticos para TV Heroes, de la británica Fleetway.
B:
No fue exactamente así. Los dibujantes nos formábamos
a base de trabajar para el mercado francés, cuyas exigencias
gráficas eran nulas. A continuación, cuando el pincel comenzaba a
obedecer mínimamente las órdenes de la mano, se accedía a las
editoriales inglesas que gozaban de más prestigio y empaque gráfico.
La poderosa editorial Fleetway abrió las puertas a SI y puso en sus
manos un sinfín de revistas para que los cachorros de Toutain se
desfogaran dibujando historias de género romántico destinado al
colectivo de jovencitas londinenses presicodélicas.
T:
SI, o la profesión de un dibujante de
agencia en general ¿llevaba atribuida algún tipo de “dimensión
artística”?
B:
Considerando que la gente que trabajaba en SI, tenía
la conducta alterada por la pasión al cómic, es decir, por un
trastorno maníaco compulsivo (con crisis de despersonalización
subclínica incluso) que se activaba ante la observación de cualquier
tebeo, la definición “dimensión artística” no tiene cabida en aquel
esquema.
El
sistema de producción tenía cierta resemblanza al de una factoría de
envasado de productos atuneros. SI funcionaba como una fábrica, cada
día tenía que salir de ella docenas de páginas para ser enviadas al
mercado exterior. Había trabajo para todo el mundo, la gente venía a
Barcelona como si viajara a Alaska en búsqueda de oro. Cualquier
muchacho con un poco de mano para el dibujo, llegaba a SI, lo
sentaban en una mesa y en quince días ya estaba trabajando y ganando
un buen sueldo. El estudio donde se trabajaba consistía en un
recinto de unos 300 metros cuadrados con más de 50 mesas todas ellas
ocupadas por chavales que llenaban páginas copiando como bellacos.
El jefe de estudio controlaba el asunto, recibía los guiones de
Francia e Inglaterra, los mandaba traducir, se acercaba a ti con un
montón de ellos, te daba uno y decía: «Toma, ahora tienes que hacer
una historieta de guerra de veinte páginas, cuando la termines te
daré otra. Entrégala pronto si quieres cobrarla» (nos pagaban en
metálico cada quince días, religiosamente. Con el tiempo se
introdujeron nuevas fórmulas de pago). Toutain se paseaba orgulloso
entre los alumnos, dando consejos y broncas, como si fuera el
profesor de una escuela. Poseía un carisma demoledor y, aunque tenía
unos veinte y tantos años, ejercía un sibilino trato paternalista
con sus empleados. En alguna ocasión a mí me había hecho llorar tras
una reprimenda posiblemente merecida.
T:
¿Conociste a otros agentes de entonces?
B:
Sí, a todos, pero eran androides con microcélulas
patateras y neurotransmisores encebollados (yo me entiendo).
Selecciones Ilustradas se llevaba el gato al agua. Todo dios quería
colaborar con Toutain, que en su mejor época llegó a dar trabajo (no
a representar) simultáneamente a más de un centenar de dibujantes y
eso es una barbaridad, casi de récord Guiness. SI llegó a ser la
agencia europea más importante de producción y distribución de cómic
e ilustración.
T:
Y todos trabajabais como máquinas, porque incluso hay
obras de las que no guardas recuerdo, como William Tell,
publicada en 1959 en Alemania...
B:
No tengo ni la menor idea de qué trabajo se trata.
Pensad que por aquella época hice oleadas de historietas que no
tengo registradas en ningún lugar. Toqué todos los géneros, en
ocasiones llegué a dibujar 64 páginas en un mes, sustituí a gente
que se ponía enferma, realicé historias para tíos que estaban
folgando con suecas en la Costa Brava y firmaba con su nombre, a
veces, me tiraba tres días sin dormir a base de anfetamina (la
vendían en las farmacias sin receta, la tomábamos la mayoría de
nosotros. Creíamos que se trataba de una vitamina, de una especie de
reconstituyente) para poder acabar trabajos. Una vez repetí una
página de dos viñetas por culpa del acelerón. ¿Qué coño es eso del
William Tell que ya me lo han preguntado varias veces?
Estamos hablando de hechos ocurridos hace más de cuarenta años y mi
pobre encéfalo ya comienza renquear.
Sí
recuerdo uno de los primeros trabajos que hice aparte de estos
encargos para el extranjero, consistía en tiras verticales de cuatro viñetas sobre personajes famosos que aparecían
diariamente en el periódico Solidaridad Nacional; en 1958 fue
cuando comencé, y la cosa se alargó un par de meses. Aparte de lo de
Tod que te he enviado
[ ver galería ], también hice para
este diario "La historia del cine amateur" y "Vida de Carlos Gardel"
( es dura la existencia en este planeta ).
T:
Es comprensible no poder
recordar toda la obra producida, porque tu obra se distribuía por
los países del norte, por Francia, Inglaterra... Allí precisamente
te escogen como principal dibujante del héroe "Space Ace", que
publicó el sello Atlas en las series Lone Star Western y
luego bajo nombre propio.
B:
Sí: primero Francia, luego Inglaterra... Por cierto,
cuento una anécdota delirante: Como que ninguno de nosotros [los
dibujantes] habíamos estado en Londres, ¡nos lo inventamos! Apenas
disponíamos de documentación gráfica de la ciudad del Támesis.
Cuando el guionista me pedía una pareja de enamorados sentados en el
piso de un autobús, a través de la ventana dibujaba tejados con
antenas de televisión porque creía que los autobuses ingleses eran
altísimos. Y no te digo nada de los semáforos, y de las bocas de
riego, ¿qué eran esas excentricidades? Una semana me fui a Londres
con Toutain e hicimos cientos de fotos de todos esos elementos
urbanos para poder elaborar un archivo fotográfico al que recurrir
en el momento necesario.) Bueno, una vez harto de hacer tanto amorío
inglés, le rogué a Toutain que me dejara crear un personaje de
ciencia ficción. Me dijo: «De acuerdo Beà. Invéntate un personaje
del espacio pero con una condición, debe llamarse “Johnny Galaxia”
porque al público del mundo no es muy listo y hay que darle la cosa
masticada y yo sé que tú le vas a poner un título raro». Así pues,
me reuní con Blay Navarro que, además de ser el contable de la
empresa era guionista porque tenía una máquina de escribir Underwood
y juntos CREAMOS “Johnny Galaxia”. Y el personaje, que no era otra
cosa que un trasunto de Flash Gordon de Barry pero en casposo,
funcionó la mar de bien y se vendió en muchos países. Atlas lo
compró (y de paso me encargaron las correspondientes portadas) pero
le cambió el nombre por el de “Space Ace”. Creo que dibujé unos 15
capítulos, luego lo
continuaron, Pedro Añaños, Fernando Fernández,
Emilio Bernadó, Martínez Henares y otros.
T:
“Johnny Galaxia” también se vio en Fulgor, en
1960, y apareció más tarde en Cómics. Yo lo conocí en su
publicación como complemento en Delta 99...
B:
Sobre ese “salto”
de Johnny Galaxia no tenía la menor idea, no sé de que me estás
hablando, tendría que ver una imagen. [ le envío dos páginas de
Delta 99 # 23] Esas dos nuevas páginas que me remites fueron
realizadas por mí, pero creo que en ellas, el tipo que se encargó de
reventarlas trabajó más que yo. Piensa que las páginas originales
(excepto la primera de cada capítulo) nunca tenían menos de 6
viñetas). Me ha venido un recuerdo a la mente muy descriptivo del
concepto que teníamos a los 17 sobre esas atrocidades. En cierta
ocasión, el dibujante Pedro Añaños se me acercó muy ilusionado con
una publicación francesa en la que aparecía una historia suya que le
habían añadido morralla por todos lados. Me dijo: «¡Mira Beà, me han
hecho lo mismo que a Raymond!».
T:
Hablando de
influencias, los estudiosos ya veían rasgos de autores como Kubert
en tu obra juvenil ¿era cierto que te inspirabas en él y en otros
grandes
autores estadounidenses por entonces?
B:
Sería aconsejable, con todos mis respetos, que dichos
estudiosos visitaran al oculista; lo que “veían” no se trataba de
meras influencias sino de descarados plagios. Las influencias,
propiamente dichas, aparecen tras muchas horas de copia salvaje y
son puñeteras rémoras que lo acompañan a uno durante el largo
proceso de estructuración del estilo personal. El autor que más me
impactó en mi vida fue Alex Toth. En realidad, su portentoso
conocimiento de la anatomía humana, su síntesis gráfica, la novedosa
planificación, el concepto del equilibrio tonal, etc., nos
conmocionó a todos. El dibujante americano (cuyos singulares
procesos neuroquímicos deberían ser analizados por el eminente
biólogo Pierre Changeux), había sobrepasado el listón marcado por
Caniff, Sickles, Crane y Robbins, su propuesta técnica daba vértigo.
Dibujar mejor que Toth es intentar cruzar el umbral de la
sobrenaturalidad. Es una confesión cargada de sinceridad.
T:
En España publicas ilustraciones para “La vida es
aventura”, en Fulgor en 1960. ¿Qué recuerdas de aquello?
B:
Lo de “La vida es aventura” no es otra cosa que unas
páginas que recogían hechos sorprendentes de la vida. Por ejemplo,
dibujabas un salmón y un texto al pie comentaba: «El salmón es el
único animal de la creación que no duerme nunca». Todas esas
aberraciones las inventaba el guionista mientras le daba duramente
al cubalibre. A mi me encantaba realizar páginas de curiosidades
antropológicas. Dibujaba un tío con tres ojos y cuernecillos en la
frente, se lo llevaba al guionista y éste escribía: «En Borneo, a
mediados del siglo XIX se encontró a un aborigen de piel escamosa
con varios globos oculares en su rostro. Murió muy joven a causa de
un envenenamiento organizado por el curandero de la tribu». ¿Quién
iba a abrir una investigación sobre el hecho? ¿El FBI? ¿Acaso una
falange de abogados se desplazaría a Borneo con el fin de descubrir
la verdad sobre el asunto del pobre tipo de los tres ojos? Me lo
pasé muy bien haciendo falsas curiosidades científicas. La cosa
tenía un punto underground.
Yo
dibujaba para Toray ya a finales de los cincuenta. Esa página que te
he enviado, "Los planetas" (publicada en 1960 pero dibujada en 1959)
está rotulada por Enrique Torres "Enrich", el futuro portadista, que
en aquellos días era el rotulista oficial de SI.
T:
¿Qué pasó en 1962? Lo dejaste todo, marchaste a
París, a la Academie Julian y pasaste ocho años en la Ciudad de la
Luz...
B:
¡Por las monjas Teatinas de Nápoles! La contestación
precisaría de muchos folios. Sintetizo. Yo era un sujeto hiperactivo
que se apuntaba a todas las propuestas más excéntricas. Había
decidido que el cómic era un medio de expresión muy simple y tan
caduco como un papiro egipcio. Además de descubrir al pintor Francis
Bacon que me dejó noqueado una temporada, descubrí al cineasta
experimental del Filmboard canadiense Norman Mc Laren. Realicé unos
minutos de animación, dibujando directamente sobre acetato de 35
milímetros sin emulsionar y quedé alucinado con el resultado. Me
enteré que en París el suizo Rudolf Pfenninger estaba trabajando en
lo que él denominaba : SONIDO ESTEREOSCÓPICO DIBUJADO A MANO (no se
trataba de dibujar semicorcheas sobre un pentagrama sino de horadar
con un buril la tinta opaca correspondiente a la banda sonora. Una
lámpara excitadora emitía impulsos a la célula fotoeléctrica que los
convertía en sonidos). Me largué a la Ciudad Luz y, lo que allí
ocurrió es libro aparte [Beà lo explicará en su libro de memorias
que publicará Glénat]. En resumidas cuentas, estuve dando vueltas
por Europa con una empanada mental de primer grado pero con ráfagas
de clarividencia inusitada (es posible que se tratara de una
disforia bipolar como diría Karen Horney, pero fue maravilloso. En
aquellos días de color menta, TODO era como tenía que ser), Estuve
en “La Ruta” amigos míos. Tuve que regresar por ineludibles motivos
familiares.
T:
Sí, y para abrazar de nuevo las viñetas. “L’hereu
de’en Massagran” apareció en el tebeo catalán En Patufet en
1970. Háblanos de este trabajo en colaboración con Ramón Folch.
B:
Regreso a la ciudad Condal y me llama Pere Olivé el
director de En Patufet donde me piden que realice un
personaje que había tenido mucho éxito cuando yo aún no había
nacido. Se intenta resucitar una emblemática revista catalanista del
pasado utilizando autores del momento. Es un fracaso, a los jóvenes
no les interesa la propuesta. Un día fui con El Perich a entregar el
trabajo y nos encontramos con las puertas de la Editorial Baguñá
cerrada.
T:
Vaya. Así que por eso volviste –en 1971– al género
romántico, para cabeceras británicas como Romeo, Valentine, Roxy,
Marilyn, Mirabelle
(todas de Fleetway). ¿Cuándo comenzaste a
cansarte de esta temática tan melosa?
B:
Aquí nos encontramos con un salto cronológico. Me
dediqué a muchas cosas durante esos años. Renegué del arte y me
entregué a los negocios. Tuve una empresa de maquinaria excavadora
(“Hoyos & Beà S.A.” Excavación, selección y venta de áridos), una
tienda de juguetes de importación y deportes, un taller de
manipulado de papel troquelado (“Karton”). He heredado el ansia
comercial de mi padre, pero no he heredado de él su pericia e
inteligencia de hombre de negocios. Siempre he fracasado en este
ámbito y luego he vuelto a mi redil: el dibujo y los guiones. Es un
proceso cíclico.
El
género romántico es abominable, ñoño, pazguato, es como melaza de
palosanto para degustar los domingos por la tarde (qué triste). Los
guiones daban pena por su estrechez de miras: chico muy guapo conoce
a chica muy guapa y acaban casándose. Yo únicamente recurría a este
trabajo porque pagaban una considerable cantidad de libras
esterlinas y a cambio te exigían muy poca calidad. Con el cuento del
cómic inglés se podía vivir de maravilla. Algunos dibujantes ganaron
mucho dinero con aquellas historias de chicas bobaliconas con
minifalda. No olvidemos que España estaba sometida a un aislamiento
internacional y cobrar en divisas suponía un lujo.
T: Un género diametralmente opuesto es el
terror, en el que te sumerges desde 1971. Ocurre eso en Drácula,
donde publicas “Sir Leo” en colaboración con Luis Vigil para luego
seguir tú con los guiones ¿no?
B:
Aquí se produce un punto de inflexión trascendental.
Un día me cita Luis Gasca en el hotel Majestic y me suelta: «Voy a
editar una revista, “Drácula”. Confío plenamente en tu talento.
Tienes cinco páginas para ti. Haz lo que quieras mientras sea de
género fantástico. Nunca te censuraré. Cobrarás el triple de lo que
cualquier editor esté dispuesto a pagarte». Joder. Yo debía tener
unos 25 años, nunca me habían dicho una cosa semejante. Salí de allí
flotando. Y ocurrió algo sorprendente (el profesor Reinhard
Grossmann, especialista en las fluctuaciones mentales sometidas a
estímulos de alto rango no le parecería nada sorprendente lo que
ocurrió), pues ocurrió que al día siguiente, cuando cogí el lápiz me
di cuenta de que sabía dibujar diez veces mejor que antes de la
conversación mantenida con Gasca. Todo era fluidez, la autoestima a
1000, un editor que confía plenamente en ti y, ojo, algo muy
importante: mucha pasta. El resultado fue sorprendente, descubrí que
yo era otro autor con muchas posibilidades. Apliqué técnicas nuevas:
tramas mecánicas, frotagge, collage, color en falsa
selección. Dios mío, qué bien me lo pasaba por las noches con Enric
Sió (quise mucho a Sió. Era un tío muy culto) en mi estudio, con los
gatos, la música de Getz, experimentando con la fotografía,
introduciendo en la historieta a artistas que admiraba: Klimt, Egon
Schielle, Vesalius, Aubrey Breadsley. Inicialmente le pedí a Luis
Vigil que realizara los guiones, luego, Esteban Maroto me hizo un
par de ellos (creo que “Invasión” es un excelente guión) y, el resto
los escribí yo mismo.
Los
primeros doce números de Drácula fueron un revulsivo para la
profesión. La experiencia me reconcilió con el oficio de las
viñetas. Las historias de Drácula las considero mi primer
trabajo de autor, todo lo anterior es denostable, carente de
cualquier valor.
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