Resulta curioso
que el autor dedique esta obra a Pedro Almodóvar, pues
ambos constituyen dos de los creadores más singulares de la
cultura española de los últimos 25 años. Beà, autor
sorprendentemente versátil, se mueve con extraordinaria facilidad
en todo tipo de géneros: realiza estupendas historias de terror,
magníficos trabajos realistas –los que firma bajo el seudónimo
Sánchez Zamora-, elabora incluso, tratados didácticos (La
técnica del cómic), pero, sobre todo, es un genial autor de
obras de ciencia ficción con toques fantástico-surrealistas,
insólita categoría en la que se inscribiría La Muralla. Y
es que Beà cuando alcanza cotas auténticamente magistrales es como
creador de mundos irreales, ilógicos, hipnóticos, absurdos, a los
que, con extraordinaria habilidad, dota de orden, cordura y lógica
interna. Fabuloso narrador, excelente dibujante, es capaz de hacer
creíble lo increíble, como queda de manifiesto en la obra que nos
ocupa.
Apareció originalmente en la revista Rambla en el
año 1983, articulada en seis capítulos de distinta extensión. El
punto de partida de la historia no tiene desperdicio: un
variopinto grupo de seres aparecen por causas desconocidas en un
barco de piedra que surca un mar gelatinoso sobrevolado por
enormes peces, dirigiéndose a un destino desconocido. A partir de
aquí, Gatony, el antropomórfico minino (¡cómo no habría de ser un
gato!) protagonista, vivirá una macabra aventura llena de acción y
suspense, impregnada de humor negro y detalles oníricos, que
alterna la acción presente con los recuerdos del desdichado
felino.
Estos dos planos de la historia se complementan
perfectamente: el trepidante ritmo de la acción principal se
sosiega cuando da paso a los flashbacks, pero siempre
manteniendo el mismo vigor narrativo. Precisamente estos recuerdos
de infancia dan lugar a algunos de los momentos más memorables de
esta obra: las correrías de Gatony acompañado de su amigo Chester,
vigiladas muy de cerca por el hermano Cenizo. Este lobo de
apariencia humana, suerte de cura fanático y castigador,
constituye uno de los personajes con más fuerza del álbum.
Memorable su aterradora descripción del purgatorio. Tal es el
potencial que encuentra el autor en estos primeros años de nuestro
gato, que dedicó otro fenomenal libro, Siete vidas, a
profundizar en las vivencias infantiles de Ricardo Gatony.
Mientras, en la acción presente, se suceden peleas,
persecuciones, ataques de tiburones voladores gigantes y
explosiones, aderezados con sugestivos toques truculentos (estacas
que atraviesan el pecho, caras desintegradas), erotismo, filosofía
y ciencia ficción. Una extraña, sugerente y divertidísima amalgama
de ideas, llena de gracia y mala leche, presente en gran parte de
la bibliografía de Beà.
El dibujo es más suelto, despreocupado y menos elaborado
que en obras anteriores, como En un lugar de la mente o
Historias de Taberna Galáctica, puede ser que por datar
La Muralla de una de las épocas más prolíficas del dibujante:
en 1983 estaba Beà ejerciendo simultáneamente de editor, dibujante
y guionista. Se hizo cargo, junto a Luis García, de la edición de
Rambla. En su deseo de llenar la revista de contenidos
interesantes, además de La Muralla, realizaba obras
realistas bajo el seudónimo Sánchez Zamora (Once nombres,
Mediterráneo, El estado de Joey), y elaboraba
guiones para otros dibujantes. Ahora bien, aunque La Muralla
no sea el cenit de su carrera en cuanto a belleza y perfección
gráfica, sigue manteniendo una enorme calidad, con el aliciente de
ser una de las pocas obras realizadas en color.
Mención especial merece el dominio de la lengua castellana
del que hace gala Beà. El abanico de uso del idioma va desde el
argot barriobajero, a la prosa más ampulosa y pretendidamente
ostentosa: «(...) el factor iridiscente, el ópalo polimorfo que
preside el altar, como juncia de olor palisandrina (...)»,
manteniendo siempre el interés del lector como gran dialoguista y
estupendo contador de historias que es por encima de todo.
Obra a descubrir y redescubrir, ya que no se cuenta entre
las más conocidas del historietista barcelonés. Sin embargo,
constituye todo un compendio de sus
ideas recurrentes, inclinaciones y fobias, además de un magnífico
muestrario de sus inacabables
recursos gráficos y narrativos. Uno de los trabajos más complejos,
personales e interesantes de Beà, y por extensión, de la
historieta española.
Hoy sigue siendo La Muralla un apasionante viaje a
la esencia misma del ser, de la vida, de la existencia. Un
recorrido por las sensaciones que experimenta todo individuo:
nuestros miedos y deseos, inclinaciones y pesares, todo lo que nos
interesa y atormenta. Parafraseando a este genial autor: «La
muralla pretende ser la intangible membrana que divide en
compartimentos inaccesibles la conciencia de las especies vivas
del universo». |