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T:
La revista Drácula que fue una apuesta estimulante,
al menos en la macilenta industria Española. Supe recientemente que
fue distribuida en Estados Unidos (12 números) como una publicación
con carisma “europeo” antes de la llegada allá de los Humanoides.
B:
Fue una propuesta extremadamente arriesgada. De hecho
tuvo más resonancia entre el sector profesional que en el lector de
historietas común. Y no sólo se distribuyó en Estados Unidos como
una publicación recopilatoria, sino que Warren incluyó mi historia
“Invasión” en Eerie # 75, utilizando incluso una viñeta de la
misma para usarla como portada de la revista. Sobre la repercusión
en el mercado estadounidense de los autores que allí trabajaron, sin
lugar a dudas fue Esteban Maroto quien fue más apreciado. Todavía
hoy, algunos artistas americanos reconocen haberse sentido
influenciados por el estilo del dibujante madrileño. Maroto gozó de
una inestimable popularidad en Estados Unidos en la década de los
setenta, recibió el premio Foreing Comic Award (Academy of Comic
Book Arts) y, como es habitual en nuestro país, a raíz de dicho
galardón, la crítica especializada inició una injusta campaña de
desprestigio hacia Maroto en la que se empleó un ensañamiento rayano
a la crueldad.
T:
Quizá por cierto repudio a “lo americano” del que
ciertos sectores hacían gala por entonces... En tu caso, me llama la
atención tu integración en Warren: colocas enseguida los “Cuentos de
Peter Hypnos”, si bien tu estilo se alejaba del más realista y
formal de otros colaboradores españoles, como Torrents, García,
Maroto, Auraleón, González... acaso con la salvedad de Félix Mas.
B:
Yo estaba fascinado por las revistas de Warren, el
plantel de artistas daba escalofríos: Frank Frazetta, Jack Davis,
Wallace Wood, Neal Adams, Steve Ditko, Red Crandall, Al Williamson,
Russ Heath, Rich Corben, Bernie Wrightson, Alex Toth, Jeff Jones,
etc. Se trataba de autores de primera línea y que abordaban una
temática que les permitía recrear su extraordinario talento. Toutain
consiguió convocar una reunión en su despacho donde varios
dibujantes fuimos presentados a James Warren que estaba de viaje por
Europa por asuntos de negocios. Warren era un tío que vestía una
gabardina blanca y se movía ante nosotros con chulería, como Bogart,
mientras hablaba de condiciones para contratarnos en exclusiva para
sus revistas. El precio que nos ofrecía era magnífico, lo que no
sabía Warren, es que yo hasta hubiera pagado para poder colaborar en
su editorial al lado de todas aquellas luminarias. Nos estrechamos
las manos, y durante unos cinco años estuve trabajando
ininterrumpidamente para el editor yanqui.
La
primera historia (de 11 páginas) que realicé para Warren se titulaba
“The silver thief and the pharoah’s daugter” del guionista Dean
Latimer. Sabía que me iba a jugar el futuro con este primer trabajo,
por lo que dediqué mas de diez días entre planificar la historia,
visitar bibliotecas en busca de documentación, realizar sesiones
fotográficas con amigos a los que disfracé con ropajes del Egipto
faraónico. Tardé un mes en la realización, estaba como alelado
probando todo tipo de materiales para conseguir efector muy
realistas en el entintado, fregados con esponja, corcho, tejidos,
raspados, insertos de tramas mecánicas, toques de lápiz difuminado,
una auténtica paranoia. Se envió la historia a Warren y ése contestó
con un fax expresando su felicitación. Ahora sería incapaz de
obsesionarme de aquella manera enfermiza para dibujar una puta
página. No sabría trabajar de aquella manera. Ya no existe la
ilusión.
T:
Experimentabas mucho entonces, sí. Con Grosz, Breugel,
Gorey, El Bosco, Goya o El Greco mirando por encima de tu hombro...
¿Nunca tuviste problemas con Warren debido a tus atrevimientos
plásticos?
B:
Todo lo contrario, me encantaba incorporar al cómic
conceptos gráficos de otras ramas del arte, como la pintura
expresionista de entreguerras y el grabado antiguo. En aquellos
primeros tiempos se puede descubrir en mi trabajo reminiscencias
prerrafaelistas, surrealistas, dadaístas, esquemas de viejos
grabadores como William Hogart, Heinrich Kley, Mervin Peake, Max
Klinger, Fred Walker, o la faceta fotográfica del pintor Ben Sahn.
Warren estaba encantado de que un tío europeo metiera caña cultural
al asunto. Sus revistas (Creepy en concreto) alcanzaron
tirajes millonarios, cubrían todo EE UU, Canadá, Inglaterra y varios
países europeos. Todo dios (hablo de autores americanos), quería
trabajar para Warren, y aunque pueda parecer del todo imposible, el
tremendo éxito de las Warren magazines en los setenta llegó a
eclipsar a las potentes Marvel y DC. Pido disculpas por la falta de
modestia que pueda desprender tal aseveración. Yo sólo fui un grano
de arena en la playa.
T:
Sí, pero fuiste el primer español en solicitar en
Warren la elaboración de una historieta con guión propio, y la
ambientaste en la campiña catalana. ¿Cómo demonios se te ocurrió
aquello?
B:
Aunque algunos guionistas de Warren eran geniales
argumentistas (Archie Goodwin o Don Glut, por ejemplo), yo tenía
muchas ganas de realizar mis propios guiones, tenía la cabeza a
punto de reventar de ideas. Estaba en “LA RUTA”, y cuando uno está
en la vía acertada, debe procurar no descarrilar. Warren me dijo que
quería leer alguna propuesta mía. Toutain le mandó “The picture of
death” y le pareció un buen guión. Lo realicé y, una vez publicado,
varios dibujantes yanquis me felicitaron, no cito nombres porque eso
sólo debe hacerse en el colegio, es tan triste como enseñar
medallas. Los premios sólo deben ser mostrados a la madre de uno
para poder cultivar el complejo de Edipo.
Por
aquellos días cayó en mis manos un libro sobre relatos de brujería
ocurridas en Altafulla, un pequeño pueblo de Catalunya. En el libro
se narraba una historia escalofriante. De allí salió la adaptación
de “The Accursed Flowers”, que transcurre en una masía catalana del
XIX asediada por furias infernales. Me atreví a dibujar al host
[anfitrión] Creepy tocado con una barretina catalana. Por “Accursed
Flowers” recibí en el año 1973 el premio Warren al mejor guión del
año. Jack Kirby me mandó una breve nota de felicitación. Eso lo digo
con orgullo, nada de modestia, pero nunca he llegado a entender ese
generoso gesto por parte de un autor que se movía en unas
coordenadas completamente opuestas a las mías. Yo asumo que no he
sido un magnífico dibujante (como tal no le llego ni a la altura del
zapato de Kirby), únicamente me ha interesado contar historias con
el uso de imágenes poseedoras de una simbología perturbadora.
La
aventura americana ha sido la que mayor satisfacción me ha
proporcionado a nivel profesional; saber que la revista para la que
estás trabajando te permite codearte con los mejores y además tiene
una difusión a escala mundial, es algo maravilloso. Y no quiero
ocultar que gané la pasta suficiente para poder comprarme un piso y
un descapotable inglés, un Triumph Spitfire MK3. ¡Hostia, así
deberían ser las cosas. No es nada fácil dibujar un cómic! Cuando un
trabajo no me procura buenos beneficios lo abandono. Cuando con el
cómic comencé a no poder ganarme la vida, me despedí de él por mucho
que lo amara. La vida es corta y me gusta gozar de sus exquisiteces
antes de que la artrosis llame a mi puerta, que, por supuesto, la
hija de puta algún día vendrá a por mí.
T:
Incluso montaste un estudio propio
por entonces.
B:
Sí, en la calle Galileo. Aún recuerdo el primer día que vino a verme
al estudio Ricard Castells. El era un chavalín de 15 exacerbadamente
tímido. Al despedirse de mí estaba tan turbado, que en vez de abrir
la puerta de la calle se metió por error dentro de una habitación a
oscuras, y cerró la puerta. Yo seguí dibujando, creyendo que Ricard
ya estaba en la calle. ¡Permaneció una hora en aquel lugar, en
silencio! Finalmente salió y me dijo sin mirarme a los ojos: «Me he
equivocado de puerta. Adiós». Era una especie de santo hermitaño,
una bellísima persona, incapaz de doblegarse a estilos alimenticios.
Si era necesario, el tío pasaba hambre como Soutine. No como yo que
en ciertas épocas he sido un incalificable mercenario. En Rambla le
rechacé una historia extrañísima, totalmente suicida en aquellos
días. Este hecho no alteró nuestra amistad.
T:
Por 1973 tú seguías dibujando para los países del
norte de Europa: en Alemania aparece tu firma en las publicaciones
Gespenster Geschichten, de los primeros setenta, y en Spuc
Geschichten, de 1978 ¿Qué obras son estas?
B:
¡Ridiela! Según mi experiencia personal toda esa
pandilla de editores del norte de Europa es despreciable (hay que
suponer que alguno habrá bueno). Son marcianos salchicheros que, muy
posiblemente, de tanto achicharrarse en saunas y beber aquel licor
de huevo dulzón de la casa Bols se les reblandecen las
prolongaciones protoplasmáticas (dendritas) neuronales. Con esa
gente he trabajado bastante, sobre todo realizando ilustraciones,
pero siempre hemos hablado entre nosotros como amebas. Para ese
dinosaurio que fue la editorial Bastei y para su infausta revista
Gespenster
dibujé una colección de aproximadamente treinta criaturas
monstruosas a base de aerógrafo y nadie me hizo el menor comentario.
No te devuelven los originales, cambian los colores, remontan lo que
les da la gana, reeditan sin pedirte permiso, desprecian al autor,
creen que todos los dibujantes españoles somos aldeanos que nos
dedicamos a pasear por las calles con un burro cargado de cerámica.
De por medio hay agentes y subagentes y tetraagentes que se
enriquecen a base de comisiones. Es un mercado raro, parecido al que
puede existir en el anillo de Saturno. Fuera, fuera.
T:
La aventura de Warren te mantuvo ocupado hasta la
muerte de Franco. ¿Cómo viviste tú, como profesional y como
ciudadano, el fin de la Dictadura?
B:
Se trató de una liberación de proporciones cósmicas.
Algo grande, cuya evocación ocuparía muchas páginas.
T:
Y con la Transición llegó el “boom” del cómic en
España y el interés de Toutain por comercializar Warren en España,
para lo cual edita Creepy y 1984. Tú comienzas
“Historias de la taberna galáctica”, un hito en nuestra historieta.
¿Qué fue de aquella acusación te hicieron en 1979, de “ofensa moral”
por los contenidos de una historieta de aquel serial?
B:
El clima, como es natural, estaba extremadamente
politizado. De repente los quioscos se llenaron de infinidad de
revistas satíricas en las que uno podía expresar, más o menos, lo
que le viniera en gana. Había una cantidad ingente de trabajo para
publicaciones como Por favor, Matarratos, Muchas Gracias, Eh!, El
Papus, etc. Estábamos en plena época de aperturismo carnal, no
había revista que no mostrara una galería de mujeres con las tetas
al aire, pero en aquel contexto, este hecho, más que una
manifestación machista se trataba de un acto de subversión contra la
censura del anterior régimen. Por una historia erótica de dos
páginas aparecida en Muchas Gracias (aquí se confunde el
magnífico historiador David A. Roach [en Comic Book Artist
# 4] al atribuir esas páginas a Historias de Taberna
Galáctica), fui denunciado por la Audiencia Provincial de
Barcelona como autor criminal responsable de un delito de Escándalo
Público. Se me condenó a tres meses de arresto mayor, multa
económica, y seis años de inhabilitación de dibujante de “cómics”.
En 1983 fui indultado. Lo mío no fue nada comparado con el asedio al
que fue sometido Giménez que recibía constantes amenazas de muerte
por parte de grupos de ultraderecha. Y encima Carlitos tenía los
cojones de dar la cara, de retarles. Giménez fue un gran luchador.
Bueno, no quisiera parecer el abuelo Cebolleta, salto de tema.
T:
Yo también: En 1979 elaboras algunos cómics para la
entonces revista El Víbora: “Cartas del manicomio”. ¿Te
sedujo el tímido movimiento underground español de entonces?
B:
Un amigo que residía en Los Ángeles, me mandaba
regularmente publicaciones tipo East Village Other o Zap,
en ellas descubrí al genial Crumb. Su revulsiva propuesta también
supuso un mazazo en mis neuronas, procuré seguir sus trabajos (y los
de Shelton, Spain, Wilson, etc.) que me tenían cautivado: ¡Aquello
si que era un duro enfrentamiento al Sistema! José Mª Berenguer me
pidió que colaborara en El Víbora, y lo hice en los dos
primeros números de la revista, pero yo estaba inmerso en la
realización de “Taberna” y mis intereses iban por otros derroteros.
Siempre he admirado mucho a todos los primeros integrantes de El
Víbora, a Nazario, Gallardo, Mariscal, Max, Martí, Pons,
Mediavilla, etc., los considero una promoción muy intrépida,
inteligente, anárquica, valiente, renovadora, agresiva, pero esos
jodidos quince años de edad
que
nos separan no pueden obviarse. He de reconocer que me he sentido
muy querido por todos ellos y siempre que puedo les doy un beso.
T:
Quisiera terminar corroborando si te has sentido muy orgulloso con
las menciones que te ha hecho Alex Toth en Comic Book Artist...
B:
Pues sí. En la página 44 de Comic Book Artist # 11, dedicada
íntegramente a Alex Toth (al que yo he idolatrado desde mi
adolescencia), el dibujante americano citaba a sus dibujantes
preferidos. Bernet se quedó de pasta de boniato cuando vio que en la
lista (manuscrita por Toth, e imitando firmas) nos incluía a él y a
mí (la lista eriza el vello de la nuca). Bernet me llamó y me envió
envió el documento. Yo había compartido páginas con Toth en las
revistas de Warren y cuando le conocí personalmente en 1981 me dijo
que le gustaba mi estilo "gótico" y la integración en el cómic de
elementos de mi país, pero en aquel momento creí que se trataba de
un típico comentario cortés.
Hasta que no me lo has comentado, no había visto el
especial sobre Warren y la "Spanish invasion". Hoy ha caído en mis
manos la edición del Comic Book Artist que luego reeditaron
en Warren Companion. Que gracia, que cara de pipiolo meto en
aquel dibujo, y no te digo nada de las ilustraciones pop para
Inglaterra y el Space Ace. Es díver. Pero lo más díver ha
sido descubrir la entrevista a Alex Toth, en la que dice que yo soy
"su favorito entre ellos" (los dibujantes españoles). Joder, pero si
yo como dibujante no le llego al metatarso a ese monstruo que he
admirado desde que tenía quince años. Me cuesta creerlo.¿Qué ha
visto en mí este hombre? ¿Será amor? |