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ALBERTO BRECCIA: LOS DIBUJOS Y LA VIDA (parte 2)


"Alberto Breccia: los dibujos y la vida"

Capítulo 20 del libro Historia de la Historieta Argentina (Récord, 1980), de Carlos Trillo y Guillermo Saccomano

[ es continuación ]

Ché, edición española  

[ Cubierta de de la edición española, por Ikusager, de la obra Ché (col. Imágenes de la Historia. Serie América, núm. 12). Diseño © 1987 Fernando Illana ]


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El Reportaje

Nada que ver con la plástica

Saccomanno: Queremos que nos contés tu vida. Imaginamos que así puede abrirse la puerta para ciertas reflexiones sobre el arte en general y tu obra de historietista en particular. Cuando empezaste a dibujar, ¿querías ser historietista o pintor de caballete? Es decir, ¿la historieta era un medio o un fin de tu vida?

Breccia: No, no. Todo era mucho más simple. Yo era muy pobre y trabajaba como tripero. Y no quería ser tripero. Hice historietas como podía haber hecho otra cosa; vendedor de tienda, por ejemplo.

Trillo: Sin embargo sos muy culto para haber sido tripero. Si uno va hacer caso al estereotipo, vos eras algo muy distinto de alguien que tenía como destino ser tripero. Tenías inquietudes. Tu biblioteca habla de alguien que ha leído mucho. Y durante toda la vida.

B.: He leído mucho, es cierto. Siempre. Pero por ese entonces yo no era culto. Era un pibe de barrio. Me acuerdo que cambié, por ejemplo, cinco libritos de Sexton Blake por las obras de Poe prologadas por Baudelaire.

T.: ¿Por qué?

B.: Por instinto.

S.: Entonces, ¿vos llegaste a la historieta también por instinto?

B.: Por instinto de conservación, en todo caso. Porque yo no leía historietas. A mí nunca me gustó la historieta. Inclusive, sigue no gustándome. Y sigo sin leerla.

T.: ¿Pasaba eso con los guionistas de entonces? Porque, por ejemplo, en Aventuras, escribían Vicente Barbieri, Nalé Roxlo, Dardo Cúneo.

B.: Lo hacían más que nada para ganarse la vida. Wadel era el único que creía en lo que hacía. Por eso, para mí, fue el primer argumentista de verdad, con una conducta profesional.

S.: Antes de Vito Nervio, ¿cómo te fue con la historieta?

B.: La década del 30 había sido brava para muchos y a mí me había costado mantenerme en el oficio. Me fue mejor en la década del 40 y después. Con Láinez. Mientras yo estaba en Láinez con exclusividad me llamó Torino, que iba a sacar una revista llamada Bicho Feo. Como no podía pagar mis colaboraciones, me hizo socio. Para disimular, yo firmaba con seudónimo una historieta que hacía y se llamaba Gentleman Jim. Yo firmaba Vaghi. Pero esta historieta la hice muy poco. Porque la revista anduvo mal. Lo embromado fue que en Láinez se dieron cuenta que yo les era infiel. Y me sacaron una historieta, hundiéndome en la miseria. Para colmo acababa de casarme. Entonces, todos los días comprábamos con mi mujer un litro de leche y un alfajor, y ésa era nuestra dieta. Medio litro de leche y medio alfajor cada uno.

T: ¿Por qué un alfajor y no fideos, por ejemplo?

B.: Porque los alfajores me gustan y aún en la miseria hay que mantener cierto esplendor.

S.: Volviendo a la historieta. Tu estilo de entonces, en Vito Nervio, ¿en qué manera está marcado por Caniff?

B.: Estuve confundido mucho tiempo con la historieta, pero intuía que Caniff era el único que sabía lo que era el relato gráfico. Además me gustaba el dibujo caricaturesco. Entonces lo empecé a analizar bien. Y muchas cosas de su estilo me quedaron.

T.: Sin embargo, el Gentleman Jim es anterior a tu conocimiento de Caniff y allí, conceptualmente, hay una pila de cosas que desarrollarías muchos años después.

B.: Claro, pero eso es porque para Torino yo dibujaba con toda libertad y para Quinterno, no.

S.: Vos en tu obra recibiste, como Caniff, lecciones de impresionismo. La luz, su tratamiento, y el interés por cierto virtuosismo plástico ¿Todo esto lo aplicaste en tu trabajo, no?

B.: No, yo hacía historietas, nada más. Nada que ver con la plástica.

Ninguna necesidad del alma

T.: Muchos dicen que el Sherlock Time es tu primera gran historieta y se olvidan de algunos episodios de El Club de Aventureros, donde ya hay muchas cosas que le están muy cerca…

B.: Ustedes quieren que yo les diga la verdad. Y en el fondo, la verdad es muy tonta. Yo hice el Club de Aventureros porque me estaba edificando una casa y necesitaba dinero. Entonces fui y le pedí a Blasetti, el director de Patoruzito, dos páginas más a la semana. Y de ahí sale El Club de Aventureros y no de ninguna necesidad del alma.

S.: Pará, pará. Volvamos un poco atrás. Queremos más datos sobre tu adolescencia, sobre la época de tu formación como tipo.

B.: ¿Y para qué eso?

T.: Porque tal vez así, en forma ortodoxa, tu iniciación pueda indicar algo sobre tu posterior desarrollo profesional.

B.: Bueno, ya les dije. Yo era un chico pobre de Mataderos. Mi viejo tenía una tripería y empecé a dibujar para no ser tripero, que es un laburo bastante fulero. Mataderos era un barrio que se me fue metiendo muy adentro. Yo creo que en “Un tal Daneri” salió algo de lo que yo veía en esos años de juventud. Esos paredones de ladrillo, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar al alcance de la mano de tan bajas. En Mataderos yo vi dos duelos criollos protagonizados por el Pampa Julio, un príncipe ranquel que se había hecho guapo. Uno de esos duelos, me acuerdo, era sólo a planazos, y se iban rebanando de a poco. Sí, ése era el Mataderos de Daneri. Me acuerdo de un diario que vendían de noche en el barrio, con un parlante. Era un diario escandaloso, con chismes mal intencionados, aunque casi siempre eran verdad. Por el parlante adelantaban algunos de los titulares de ese diario: que Fulanita del Tal andaba zaguaneando con Zutanito de Cual. Y no era difícil que el papá de la chica fuera un vigilante o un pesado. Y entonces el tipo, ofendido, iba a la casa del novio y lo corría a talerazos, los dos en calzoncillos en medio de la noche. Sí, se armaban cada podridas.

T.: Vos también participaste en una publicación barrial, ¿no?

B.: Sí, pero era otra cosa, una revista literaria.

S.: Por un lado sos un chico de barrio, “sin ilustración”. Por otro, participás en una revista literaria. ¿Cómo se conjuga la contradicción?

B.: A mí siempre me gustó mucho leer. Cualquier cosa. Y así como yo, había otros muchachos en el barrio, con los que nos íbamos al Cine Arte, donde después estuvo el Lorraine. Nos gustaba Rene Clair, Renoir, Carnet de Baile, La Gran Ilusión, La Kermesse Heroica. Me acuerdo mucho de esas películas.

T.: ¿Cómo era esa revista literaria?

B.: Se llamaba Acento. Y publicábamos poemas de Machado cuando asesinaron a Lorca. Era una revista de secciones. Se publicaban críticas literarias y cinematográficas junto con cuentos de Arlt y Quiroga. Yo hacía las tapas y escribía sobre libros que me gustaban. Firmaba Veritas, me acuerdo.

S.: ¿Sobre qué libros escribiste?

B.: Por ejemplo, sobre Cacao de Jorge Amado, que yo había leído en una edición de Claridad. O la novela Judíos sin dinero. Eramos jóvenes e idealistas, con inquietudes sociales. Castelnuovo y Kordon publicaron en Acento. Eso sí, la revista la regalábamos porque nadie la quería comprar.

S.: ¿Qué dibujabas en las tapas?

B.: En la primera hice a Lisandro de la Torre. En la segunda a Antonio Machado.

S.: En esos tiempos ya habías empezado a dibujar historietas. ¿Cómo se veía en Mataderos a un dibujante de historietas?

B.: Y, más o menos. Más mal que bien.

T.: Ibas a bailar, ¿no? ¿Dónde? ¿Al Parque Japonés?

B.: Nooo. Yo era pobre pero honrado. Me gustaba el jazz. Y estudiaba clarinete. Aprendí con mi viejo. Él tocaba en el circo de Pepino el Ochenta y Ocho. Cuando entraba en algún pueblo, él iba adelante, uniformado como un mariscal, tocando. Me gustaba también la rumba. Y el tango. Bailé con la orquesta de Discépolo en el palacio de los Unzué. También había otro palacio por Flores, en Carabobo y Rivadavia, creo, que antes de ser demolido organizó unos grandes bailes de carnaval. En cada salón había una orquesta. Estaba Caló y también una orquesta cubana muy buena, la de Isidro Benítez. Y estaba bailando como motivo de atracción, aquel boxeador chileno Arturo Godoy. También conocí otros lugares, clubes como el Cuatro Ases, el Brisas del Plata. A veces yo pintaba los clubes, con cal, haciendo motivos de carnaval. Así entraba las seis noches gratis.

S.: ¿Y firmabas esos trabajos?

B.: Claro. Tenía dieciocho años.

T.: ¿Qué más con respecto al cine?

B.: Veía de todo. Me gustaban las comedias musicales, su despliegue. Me gustaba Mae West. Y estaba enamorado de una francesa: Claudette Colbert. Había visto todas sus películas. Hasta la última, que se llamaba El huevo y yo.

S.: ¿Qué querías ser por entonces?

B.: Periodista; no dibujante. Periodista, sí. Tenía una imagen de mí donde me veía vestido de periodista. Con un saco elegante, con una tricota de cuello bien alto, blanca. Y acá, en el pecho, una “te” roja, una “te” de Tito. Un sombrero inclinado y bien ancho. Y una vuaturé, en la que yo andaba raudo. Era el sueño del pibe.

S.: ¿Cuándo dejaste Mataderos?

B.: Cuando me fui a Brasil. Mi viejo se había fundido allá, en un negocio que había encarado y yo me fui a ver si lo podía ayudar. Era un tipo aventurero. Y se había quedado varado. Me llevé trabajos de acá, de Láinez y fui a parar, con mis padres, a una pensión de negros en Río. Había un matrimonio negro con un chiquito. Los viejos trabajaban en un circo y el negrito se quedaba en la pensión mirándome dibujar. Todo anduvo bien hasta que Brasil le declaró la Guerra al Eje. Habíamos decidido volver a Buenos Aires, un poco recuperados económicamente, y a mi madre, que era italiana, no la dejaban salir por una ley que impedía moverse a quienes tuvieran nacionalidad enemiga. Entonces, con mi viejo, fuimos a ver a un viejo peón que él había tenido. El viejo había muerto y nos atendió su hijo, jefe de una banda de contrabandistas. Y él nos dijo: “Vean, ustedes viajen a Corrientes que yo, a la señora, la paso en bote con mis muchachos”. Cruzamos a Corrientes, con mi padre, y esperamos ocho días en el lugar que nos habían indicado. Hasta que por fin vimos venir el bote con mi vieja, rodeada de malandras que remaban.

S.: ¿Hiciste contactos en Brasil? ¿Trabajaste para alguna editorial?

B.: No, sólo hacía los trabajos que me habían encargado en Buenos Aires. Estaba solo como un perro.

T.: ¿Te gusta el tango?

B.: Iba a milonguear a un club que había en la avenida Alberdi, de Mataderos. Escuchaba a Donato, a Tanturi.

S.: ¿Y el boxeo?

B.: En Mataderos había un boxing Club que se llamaba El Coraje y estaba en la calle Murguiondo, esquina Bragado. Allí se entrenaban Oscar Casanova, campeón olímpico, Víctor Castillo, campeón argentino y otros más. Iba a verlos hacer guantes todas las tardes. Mi hermano practicaba con el hermano de Justo Suárez en el fondo de casa.

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VINCULOS:

Entrevista a Alberto Breccia, Bang! # 10

Entrevista a Alberto Breccia, Bang! # 11

Mort Cinder, Oesterheld & Breccia

Carta de Dario Mogno a Alberto Breccia

Texto de Oscar Steimberg sobre cómics argentinos en los setenta


 [ El presente documento ha sido cedido a Tebeosfera por su autor, Carlos Trillo, para su reproducción en la edición 030430; no se ha modificado en absoluto el original remitido, salvo para diferenciar los epígrafes en negrita, y si hay modificación con respecto a su edición original en 1980 la practicó su autor. Todos los derechos reservados  © 2003 Carlos Trillo y Guillermo Saccomano  ]