El Reportaje
Nada que ver con la plástica
Saccomanno: Queremos que nos contés tu vida. Imaginamos
que así puede abrirse la puerta para ciertas reflexiones sobre el arte
en general y tu obra de historietista en particular. Cuando empezaste a
dibujar, ¿querías ser historietista o pintor de caballete? Es decir, ¿la
historieta era un medio o un fin de tu vida?
Breccia: No, no. Todo era mucho más simple. Yo era muy
pobre y trabajaba como tripero. Y no quería ser tripero. Hice
historietas como podía haber hecho otra cosa; vendedor de tienda, por
ejemplo.
Trillo: Sin embargo sos muy culto para haber sido
tripero. Si uno va hacer caso al estereotipo, vos eras algo muy distinto
de alguien que tenía como destino ser tripero. Tenías inquietudes. Tu
biblioteca habla de alguien que ha leído mucho. Y durante toda la vida.
B.: He leído mucho, es cierto. Siempre. Pero por ese
entonces yo no era culto. Era un pibe de barrio. Me acuerdo que cambié,
por ejemplo, cinco libritos de Sexton Blake por las obras de Poe
prologadas por Baudelaire.
T.: ¿Por qué?
B.: Por instinto.
S.: Entonces, ¿vos llegaste a la historieta también por
instinto?
B.: Por instinto de conservación, en todo caso. Porque yo
no leía historietas. A mí nunca me gustó la historieta. Inclusive, sigue
no gustándome. Y sigo sin leerla.
T.: ¿Pasaba eso con los guionistas de entonces? Porque,
por ejemplo, en Aventuras, escribían Vicente Barbieri, Nalé Roxlo, Dardo
Cúneo.
B.: Lo hacían más que nada para ganarse la vida. Wadel
era el único que creía en lo que hacía. Por eso, para mí, fue el primer
argumentista de verdad, con una conducta profesional.
S.: Antes de Vito Nervio, ¿cómo te fue con la historieta?
B.: La década del 30 había sido brava para muchos y a mí
me había costado mantenerme en el oficio. Me fue mejor en la década del
40 y después. Con Láinez. Mientras yo estaba en Láinez con exclusividad
me llamó Torino, que iba a sacar una revista llamada Bicho Feo. Como no
podía pagar mis colaboraciones, me hizo socio. Para disimular, yo
firmaba con seudónimo una historieta que hacía y se llamaba Gentleman
Jim. Yo firmaba Vaghi. Pero esta historieta la hice muy poco. Porque la
revista anduvo mal. Lo embromado fue que en Láinez se dieron cuenta que
yo les era infiel. Y me sacaron una historieta, hundiéndome en la
miseria. Para colmo acababa de casarme. Entonces, todos los días
comprábamos con mi mujer un litro de leche y un alfajor, y ésa era
nuestra dieta. Medio litro de leche y medio alfajor cada uno.
T: ¿Por qué un alfajor y no fideos, por ejemplo?
B.: Porque los alfajores me gustan y aún en la miseria
hay que mantener cierto esplendor.
S.: Volviendo a la historieta. Tu estilo de entonces, en
Vito Nervio, ¿en qué manera está marcado por Caniff?
B.: Estuve confundido mucho tiempo con la historieta,
pero intuía que Caniff era el único que sabía lo que era el relato
gráfico. Además me gustaba el dibujo caricaturesco. Entonces lo empecé a
analizar bien. Y muchas cosas de su estilo me quedaron.
T.: Sin embargo, el Gentleman Jim es anterior a tu
conocimiento de Caniff y allí, conceptualmente, hay una pila de cosas
que desarrollarías muchos años después.
B.: Claro, pero eso es porque para Torino yo dibujaba con
toda libertad y para Quinterno, no.
S.: Vos en tu obra recibiste, como Caniff, lecciones de
impresionismo. La luz, su tratamiento, y el interés por cierto
virtuosismo plástico ¿Todo esto lo aplicaste en tu trabajo, no?
B.: No, yo hacía historietas, nada más. Nada que ver con
la plástica.
Ninguna necesidad del alma
T.: Muchos dicen que el Sherlock Time es tu primera gran
historieta y se olvidan de algunos episodios de El Club de Aventureros,
donde ya hay muchas cosas que le están muy cerca…
B.: Ustedes quieren que yo les diga la verdad. Y en el
fondo, la verdad es muy tonta. Yo hice el Club de Aventureros porque me
estaba edificando una casa y necesitaba dinero. Entonces fui y le pedí a
Blasetti, el director de Patoruzito, dos páginas más a la semana. Y de
ahí sale El Club de Aventureros y no de ninguna necesidad del alma.
S.: Pará, pará. Volvamos un poco atrás. Queremos más
datos sobre tu adolescencia, sobre la época de tu formación como tipo.
B.: ¿Y para qué eso?
T.: Porque tal vez así, en forma ortodoxa, tu iniciación
pueda indicar algo sobre tu posterior desarrollo profesional.
B.: Bueno, ya les dije. Yo era un chico pobre de
Mataderos. Mi viejo tenía una tripería y empecé a dibujar para no ser
tripero, que es un laburo bastante fulero. Mataderos era un barrio que
se me fue metiendo muy adentro. Yo creo que en “Un tal Daneri” salió
algo de lo que yo veía en esos años de juventud. Esos paredones de
ladrillo, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar al alcance
de la mano de tan bajas. En Mataderos yo vi dos duelos criollos
protagonizados por el Pampa Julio, un príncipe ranquel que se había
hecho guapo. Uno de esos duelos, me acuerdo, era sólo a planazos, y se
iban rebanando de a poco. Sí, ése era el Mataderos de Daneri. Me acuerdo
de un diario que vendían de noche en el barrio, con un parlante. Era un
diario escandaloso, con chismes mal intencionados, aunque casi siempre
eran verdad. Por el parlante adelantaban algunos de los titulares de ese
diario: que Fulanita del Tal andaba zaguaneando con Zutanito de Cual. Y
no era difícil que el papá de la chica fuera un vigilante o un pesado. Y
entonces el tipo, ofendido, iba a la casa del novio y lo corría a
talerazos, los dos en calzoncillos en medio de la noche. Sí, se armaban
cada podridas.
T.: Vos también participaste en una publicación barrial,
¿no?
B.: Sí, pero era otra cosa, una revista literaria.
S.: Por un lado sos un chico de barrio, “sin
ilustración”. Por otro, participás en una revista literaria. ¿Cómo se
conjuga la contradicción?
B.: A mí siempre me gustó mucho leer. Cualquier cosa. Y
así como yo, había otros muchachos en el barrio, con los que nos íbamos
al Cine Arte, donde después estuvo el Lorraine. Nos gustaba Rene Clair,
Renoir, Carnet de Baile, La Gran Ilusión, La Kermesse Heroica. Me
acuerdo mucho de esas películas.
T.: ¿Cómo era esa revista literaria?
B.: Se llamaba Acento. Y publicábamos poemas de Machado
cuando asesinaron a Lorca. Era una revista de secciones. Se publicaban
críticas literarias y cinematográficas junto con cuentos de Arlt y
Quiroga. Yo hacía las tapas y escribía sobre libros que me gustaban.
Firmaba Veritas, me acuerdo.
S.: ¿Sobre qué libros escribiste?
B.: Por ejemplo, sobre Cacao de Jorge Amado, que yo había
leído en una edición de Claridad. O la novela Judíos sin dinero. Eramos
jóvenes e idealistas, con inquietudes sociales. Castelnuovo y Kordon
publicaron en Acento. Eso sí, la revista la regalábamos porque nadie la
quería comprar.
S.: ¿Qué dibujabas en las tapas?
B.: En la primera hice a Lisandro de la Torre. En la
segunda a Antonio Machado.
S.: En esos tiempos ya habías empezado a dibujar
historietas. ¿Cómo se veía en Mataderos a un dibujante de historietas?
B.: Y, más o menos. Más mal que bien.
T.: Ibas a bailar, ¿no? ¿Dónde? ¿Al Parque Japonés?
B.: Nooo. Yo era pobre pero honrado. Me gustaba el jazz.
Y estudiaba clarinete. Aprendí con mi viejo. Él tocaba en el circo de
Pepino el Ochenta y Ocho. Cuando entraba en algún pueblo, él iba
adelante, uniformado como un mariscal, tocando. Me gustaba también la
rumba. Y el tango. Bailé con la orquesta de Discépolo en el palacio de
los Unzué. También había otro palacio por Flores, en Carabobo y
Rivadavia, creo, que antes de ser demolido organizó unos grandes bailes
de carnaval. En cada salón había una orquesta. Estaba Caló y también una
orquesta cubana muy buena, la de Isidro Benítez. Y estaba bailando como
motivo de atracción, aquel boxeador chileno Arturo Godoy. También conocí
otros lugares, clubes como el Cuatro Ases, el Brisas del Plata. A veces
yo pintaba los clubes, con cal, haciendo motivos de carnaval. Así
entraba las seis noches gratis.
S.: ¿Y firmabas esos trabajos?
B.: Claro. Tenía dieciocho años.
T.: ¿Qué más con respecto al cine?
B.: Veía de todo. Me gustaban las comedias musicales, su
despliegue. Me gustaba Mae West. Y estaba enamorado de una francesa:
Claudette Colbert. Había visto todas sus películas. Hasta la última, que
se llamaba El huevo y yo.
S.: ¿Qué querías ser por entonces?
B.: Periodista; no dibujante. Periodista, sí. Tenía una
imagen de mí donde me veía vestido de periodista. Con un saco elegante,
con una tricota de cuello bien alto, blanca. Y acá, en el pecho, una
“te” roja, una “te” de Tito. Un sombrero inclinado y bien ancho. Y una
vuaturé, en la que yo andaba raudo. Era el sueño del pibe.
S.: ¿Cuándo dejaste Mataderos?
B.: Cuando me fui a Brasil. Mi viejo se había fundido
allá, en un negocio que había encarado y yo me fui a ver si lo podía
ayudar. Era un tipo aventurero. Y se había quedado varado. Me llevé
trabajos de acá, de Láinez y fui a parar, con mis padres, a una pensión
de negros en Río. Había un matrimonio negro con un chiquito. Los viejos
trabajaban en un circo y el negrito se quedaba en la pensión mirándome
dibujar. Todo anduvo bien hasta que Brasil le declaró la Guerra al Eje.
Habíamos decidido volver a Buenos Aires, un poco recuperados
económicamente, y a mi madre, que era italiana, no la dejaban salir por
una ley que impedía moverse a quienes tuvieran nacionalidad enemiga.
Entonces, con mi viejo, fuimos a ver a un viejo peón que él había
tenido. El viejo había muerto y nos atendió su hijo, jefe de una banda
de contrabandistas. Y él nos dijo: “Vean, ustedes viajen a Corrientes
que yo, a la señora, la paso en bote con mis muchachos”. Cruzamos a
Corrientes, con mi padre, y esperamos ocho días en el lugar que nos
habían indicado. Hasta que por fin vimos venir el bote con mi vieja,
rodeada de malandras que remaban.
S.: ¿Hiciste contactos en Brasil? ¿Trabajaste para alguna
editorial?
B.: No, sólo hacía los trabajos que me habían encargado
en Buenos Aires. Estaba solo como un perro.
T.: ¿Te gusta el tango?
B.: Iba a milonguear a un club que había en la avenida
Alberdi, de Mataderos. Escuchaba a Donato, a Tanturi.
S.: ¿Y el boxeo?
B.: En Mataderos había un boxing Club que se llamaba El
Coraje y estaba en la calle Murguiondo, esquina Bragado. Allí se
entrenaban Oscar Casanova, campeón olímpico, Víctor Castillo, campeón
argentino y otros más. Iba a verlos hacer guantes todas las tardes. Mi
hermano practicaba con el hermano de Justo Suárez en el fondo de casa. |