Yo no me hago esos planteos
S.: Pintaste, alguna vez, ¿cierto?
B.: Sí, pero nunca expuse.
S.: Sin embargo, en algunas muestras colectivas, recuerdo…
B.: Ah, sí. Pero siempre cosas humorísticas.
T.: Lo que hacés mucho son croquis, bocetos tomados de la realidad, en
bares.
B.: Sí, es un hobby que tengo. Gente rara que pasa por la calle y que
uno ve desde la vitrina. O viejas que toman el té en la confitería del
Molino. Con estas viejas que desde hace treinta años vengo dibujando en
papelitos y servilletas, hice hace poco una serie de pinturas, unas
cincuenta o sesenta telas.
T.: ¿Quiénes fueron, en tu período formativo, tus dibujantes favoritos?
B.: Salinas, Mottini, Premiani.
S.: Todos tipos que nada tenían que ver con vos.
B.: Bueno, a lo mejor es por eso…
T.: ¿Y de los extranjeros?
B.: Creo que el mejor dibujante de historietas fue Milton Caniff. Yo lo
copié mucho, aunque no se notara. Es un verdadero monstruo.
S.: Se ha dicho que cuando te metiste con Lovecraft te bandeaste para la
plástica. ¿Qué opinás?
B.: Yo no me hago esos planteos. Mirá, yo leí a Lovecraft en 1960 por
primera vez. Compré un libro de él en Barcelona, para un viaje en tren
hasta Milán. Y esa noche, viajando, me di cuenta que tenía que dibujarlo
en historietas. Cuándo, no sabía.
T.: ¿Cómo nace un dibujante?
B.: No sé. Yo me hice copiando y dándome porrazos contra la hoja de
papel. Y realmente creo que no se puede enseñar a nadie a dibujar.
S.: Sin embargo vos participaste en la docencia…
B.: Pero jamás propicié los cursos por correspondencia, que siempre me
parecieron una porquería. Yo fui profesor con los alumnos en el aula y
jamás tuve la veleidad de que estaba enseñando a dibujar: simplemente
enseñaba los conceptos. Para canalizar lo que cada uno tenía adentro.
Algunos de los muchachos que fueron alumnos míos hoy trabajan bien: José
Muñoz, Rubén Sosa, Leopoldo Durañona, Lito Fernández, Mandrafina. Pero a
ninguno de ellos les enseñé a dibujar yo. Ni les firmé jamás un diploma.
Porque, ¿qué es esto? ¿Cómo va a tener un tipo un diploma de dibujante?
Para ser un dibujante hay que saber dibujar y para mostrar lo que uno
sabe lo mejor es una buena carpeta y no un diploma.
T.: Un largo período de la historieta argentina, el más reciente, está
teñido por tu influencia. Te han copiado y bastante.
B.: Jamás mostré un dibujo mío en clase. Ni nunca hablé de lo que estaba
haciendo. Yo trataba de hacer que mis alumnos debatieran y trataba de
coordinar estas discusiones. Ellos iban a la Panamericana o al IDA a
aprender a dibujar historietas —una tara que tenían, pienso a veces— y
yo sólo juzgaba desde el punto de vista técnico, no estilístico.
S.: ¿Qué planteo te hacés al empezar un trabajo? Por ejemplo, el
Sherlock Time.
B.: Ningún planteo. El único es que yo estaba pagando una casa y tenía
que ganar ochocientos pesos por día, y eso era lo que me pagaban una
página. Entonces no pienso nada y me pongo a trabajar, a bajar páginas a
toda velocidad, sin buscar documentación.
S.: ¿Nunca tuviste ayudantes?
B.: Nada más que para que me posaran y me cebaran mate.
S.: En las últimas exposiciones de historietas y humor los trabajos más
destacables son los de los humoristas. Sólo ellos ofrecen cosas nuevas,
búsquedas, intentos.
B.: Sí, es cierto. Los humoristas son más plásticos, más valiosos.
Tienen, evidentemente, más cosas que decir que los historietistas. Fati
es un plástico. Sanzol es un plástico. Crist es un plástico. Y eso es
algo que no sucedía antes con los dibujantes de humor, que eran
dibujantes cómicos y punto.
T.: ¿A qué se debe que esto no ocurra con los historietistas?
B.: Muchas cosas. Las editoriales, principalmente, que castran al
dibujante con sus exigencias mercadológicas.
T.: Y a lo mejor es que los dibujantes de humor piensan más.
B.: Es cierto.
T.: Aunque también es cierto que los humoristas pueden publicar sus
delirios y los historietistas, no.
B.: O como me pasa a mí, que si dibujo mis delirios después tengo que
esperar años para que me los publiquen en algún lado.
S.: Volvamos al tema de la última generación de dibujantes. ¿Cuáles te
gustan?
B.: Bueno, en primer lugar, Enrique. Y no porque sea hijo mío sino
porque es el mejor. Me gusta también Trigo, no tanto por lo que hace
sino por lo que puede hacer. Y hay otros tipos de los cuales se pueden
esperar cosas. Eso sí, a los muchachos habría que controlarlos. Que no
hagan de cada historieta un staff donde uno hace los patitos, otro las
macetas y otro los cielorrasos.
S.: ¿Vos creés que cuando algunos de los jóvenes asuman su propia
historieta harán algo bueno?
B.: Seguro. Pero exigidos y verdugueados hasta que den lo mejor que
pueden dar. Lo que no sé es quién los va a verduguear. No seguramente
algunos de los escritores que tienen.
T.: ¿Algún nombre más?
B.: Y sí, Mandrafina, Altuna, Lalia, Lucho, Fernández.
S.: ¿Y pintores?
B.: Siempre me gustaron Brueghel, el Bosco. También Figari.
T.: Nunca aprendiste a dibujar.
B.: No, no. Siempre fui autodidacta. Empecé a pintar cuando era pibe, en
Mataderos. Agarraba una cajita, metía las témperas y un vaso de agua de
esos con tapa, la ataba al manubrio de la bicicleta y me iba pedaleando
hasta San Miguel a hacer paisajes.
S.: ¿Sos un pintor de historietas?
B.: No entiendo dónde quieren llegar. Yo manejo la historieta, o la
percibo a través de sentimientos, no de realidades. Admiro mucho a
Salinas, a Battaglia, a Buzzelli. Pero por sobre todas las cosas admiro
a Pratt, porque usa menos elementos para decir las cosas.
El editor es el problema
T.: ¿Cómo ves la historieta actual?
B.: Parada. Lo que se hace habitualmente está gastado. Dibujantes buenos
hay, siempre los hubo. Pero antes la historieta aportaba cosas. Salían
historietas geniales. Ahora no, una cada tanto.
S.: Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo, ¿es una?
B.: Por ejemplo. Y Corto Maltés. Los yanquis, que antes producían obras
buenas, ahora están detenidos. Puede ser que lo más importante lo hagan
los europeos. Y acá, nosotros. Lo que pasa, también, es que no hay
editores capaces de entender esta clase de historietas. No es tampoco
culpa de los guionistas porque guionistas hay.
S.: A propósito de los editores, la conciencia de los dibujantes también
importa. Y la de los guionistas.
B.: Te digo algo. Yo tengo necesidades como cualquier tipo. Pero
también, responsabilidad. No voy a moler café nunca. Por más necesidad
que tenga. Antes, me jodo. Pero que esto no se entienda como verso. No
quiero hacer verso que después pese y embrome a los dibujantes jóvenes.
Siempre tiene que haber una responsabilidad. Cuando de Códex me llamaron
para hacer tapas de Pimpinela me encontré que ya las estaba dibujando
Vieytes. Agarré mis dibujos, fui a ver al editor, le tiré la guita sobre
el escritorio y le dije: “Usted es un sucio”. El editor me dijo: “No se
lo permito”. Y le dije: “Si no me lo permite se levanta y me pega un
trompazo”. Se quedó sentado.
T.: Vos nunca aceptaste imposiciones editoriales, según parece. ¿Si te
dicen que hagas una cara más linda, qué?
B.: Acepto que algo esté bien o mal dibujado, nada más.
S.: ¿Y si el jefe de arte de una editorial te tacha o corrige un dibujo?
B.: Lo siento de una trompada.
S.: ¿Qué opinás de las nuevas revistas europeas como Methal Hurlant?
B.: Son interesantes. Por lo menos intentan explorar otros territorios.
S.: ¿Pensás que acá no hay de esas revistas por censura?
B.: No, el editor es el problema. Siempre está en otra, en la que se
vende. Y no quiere experimentar y arriesgar. Para mí la audacia se acabó
con Hora Cero
y Frontera. Cuando aparecen valores jóvenes publican en otros países.
Echarle la culpa al país, en este caso, es echársela a quien no la
tiene. No es una cuestión geográfica. El público está esperando una
buena revista de historietas. La gente está. Cuando en Francia salía
Methal Hurlant, Wolinski me dijo que era una aventura de muchachos
locos, que no pasaría nada. Y Methal Hurtant rompió con todo y las
revistas de Wolinski siguieron ahí, sin que pasara nada.
Breccia explica
El 28 de agosto de 1975, el diario Clarín convocaba a dibujantes,
guionistas y editores para responder un cuestionario de tres preguntas
que pretendía sintetizar algunas cuestiones que son de materia de
discusión desde hace muchos años.
Tal vez, la reproducción de las respuestas de Alberto Breccia termine de
aclarar la posición de este artista ejemplar.
1) ¿Qué misión cumple la historieta como medio de comunicación de masas?
En este caso habría que tomar no a la historieta solamente, el producto
terminado, sino el mecanismo entero de comunicación que ella pone en
movimiento. O sea, hay un autor, o dos, hay un público que reacciona de
tal o cual manera, hay un editor y, en definitiva, hay un mercado que
los engloba a todos y que es distinto en cada sociedad.
Por eso, la misión de la historieta en la comunicación de masas sería
más bien la de alguna historieta en particular dentro de una sociedad
determinada. En general, cuando se habla de esto, la mayoría de los
historietólogos la pifia, o por esquematismo ideológico, o porque no son
laburantes que hacen la historieta, que constituyen un público distinto
del público real de historietas, que es un público anónimo, sin
prejuicios, ingenuamente en el mejor sentido de la palabra.
Los teóricos tienden a complicar la cosa con las historietas. En una
punta hay un señor que trabaja para entretener al público. En la otra,
hay un señor que quiere entretenerse. Lo bueno o lo malo que resulte del
producto terminado depende del talento del que la hizo y también de las
condiciones en que trabaja. Pero el público no es un ente pasivo. El
público elige siempre lo que le gusta y en esa elección está su
respuesta y está también su responsabilidad. Porque lo que elige, de una
forma u otra, lo incorpora a la visión que tenga de la realidad. Sin
proponérselo, en forma inconsciente, pero lo digiere según sus propios
valores.
2) ¿Existe una historieta nacional?
Esta pregunta habría que precisarla un poco. En la historieta, como ya
dije, entran muchos elementos. Podría preguntarse, por ejemplo, si
existen personajes nacionales, si existen argumentistas o dibujantes
nacionales, y hasta si existe un público masivo adicto a ellos, o si ese
público prefiere este material al material importado.
Además, ¿con qué patrón definimos lo nacional? ¿Es nacional El Eternauta
porque transcurre en Buenos Aires y no el Sargento Kirk porque pertenece
a la épica de la conquista del Oeste norteamericano, aun cuando las dos
hayan sido escritas y dibujadas en el país? Salgari, cuando escribe
Sandokán, no deja de ser un escritor italiano. Por el contrario, a lo
mejor es uno de los más representativos.
Yo creo que en su contenido, el género de aventuras (sea folletín,
novela o historieta) es bastante internacional. Su raíz es romántica y
por eso mismo conserva cierto exotismo; el héroe tiende a desplazarse
por ambientes distintos y no habituales para el lector, y gran parte de
la eficacia del género está en esa distancia.
En fin, si definimos como argentina a toda historieta realizada en el
país, llegaremos seguramente a la conclusión de que no sólo existe una
historieta nacional sino que ella es una de las que han dejado su huella
con más fuerza en el mundo. Piénsese que aquí se han formado y
desarrollado muchos grandes dibujantes (Clemen, Roume, Solano López,
Salinas, Hugo Pratt, por nombrar sólo algunos) y algunos de los
guionistas más destacados del género, como Wadel y Oesterheld.
3) ¿Cuál es la situación laboral del historietista?
La situación del historietista tampoco se puede considerar aisladamente.
Sería extraño que el historietista, sea guionista o dibujante, estuviera
viviendo una situación floreciente en una industria relativamente pobre.
Si yo digo que en Europa los precios que se pagan a los historietistas
son enormes, digo objetivamente una verdad. Pero también es cierto que
los editores ganan en esa misma proporción, porque el mercado consumidor
da para eso. Es un mercado que posibilita la venta de tiradas muy altas,
con su consecuente beneficio económico y ofrece un espectro amplísimo en
variedad temática. En cambio, que en nuestro mercado el historietista es
casi siempre explotado por el editor, es una realidad innegable.
La nuestra es una profesión liberal que hace que uno a veces se sienta
un artista frustrado, olvidando que es un trabajador más dentro de la
industria editorial. |