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TEBEOSFERA
\ TEBEOTECA
\ COLABORACIÓN ESPECIAL
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Hojas sueltas de un cobarde. Carta a Alberto Breccia |
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por
Dario
Mogno |
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Carta de D. Mogno, 2002
Carta de D. Mogno,
1996
Historieta de
A. Rebori |
[ Historieta inspirada en
la carta de Mogno, obra de Alberto Rebori (Chiavari,
1961), ilustrador delicado e historietista sarcástico con obra
publicada en Linus, Cuore, Boxer, Diario della Settimana,
y en libros infantiles para Mondadori y Fabbri. Vive y trabaja
en Milán ] |
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Dario Mogno, teórico
milanés especializado en la historieta latinoamericana, fue buen
amigo de Breccia en los últimos años de su vida, y mucho le afectó
su muerte. Tebeosfera solicitó a Mogno un texto sobre los
últimos días del "viejo", que el teórico redactó a modo de carta
interrumpida por el dolor. Se reproduce ésta, en el español
limitado pero sensible de Dario, quien también nos ha facilitado
el texto a modo de misiva que elaboró para el catálogo del
festival de Lucca de 1996 con motivo de la exposición Un certo Breccia, que él mismo
coordinó. Hemos decidido, en este segundo caso, respetar también
el texto remitido (en italiano). Agradecemos a Rebori la creación de la
historieta que acompaña este documento. |
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«Querido
Alberto,
Manuel Barrero me pide de escribir algo sobre de ti para
Tebeosfera, el interesante periódico virtual por él ideado y
dirigido. Manuel es lástima que tú no hayas tenido ocasión de conocerlo; te
gustaría: es persona seria, precisa y puntual, y un atento y
riguroso estudioso de la historieta... además es un tipo cordial y
simpático.
Manuel, decía, me pidió de escribir sobre de ti, pero tú sabes
cuánto eso me costaría: digo, escribir un ensayo crítico sobre tu
obra. Recuerdo con embarazo que una de las últimas cartas que te
escribí puede ser la última que hayas recibido en Haedo, antes que
nos dejaras, era una vibrante protesta por las ilustraciones para
El viaje de Solanas. Me habían parecido una traición, también
porque aún era viva en mí la memoria de la ilustración de prueba
que hiciste para el libro de los refranes del manjar. ¿Te
acuerdas? Te encontrabas en dificultades económicas; yo estaba
preparando mi propio libro, que era una recopilación de los
refranes regionales italianos en el área de la alimentación, cuya
tirada habría sido adquirida de una empresa farmacéutica empeñada
en el sector gastroenterológico y me pareció natural proponerte de
hacer las cien y pico ilustraciones previstas. La libertad
garantizada al artista habría sido absoluta y no pensé de hacerte
una propuesta mercenaria... de otro lado, la colaboración gráfica
habría sido compensada principescamente. Al fin ¿te acuerdas?,
cediendo a mis insistencias hiciste un dibujo de prueba para
enseñárselo al cliente aquel tan desagradable, yo diría disgustoso...
cuando lo vi me di cuenta de conocer ya la reacción de la empresa
farmacéutica. Como sabes, el trabajo lo hizo después, y muy bien,
el joven y común querido amigo tu homónimo Alberto Rebori.
Me pierdo en los recuerdos.
Y me viene al pensamiento cuando nos conocimos. Fue, si no me
equivoco, en 1980. Yo, que la había conocido en las páginas de
Alterlinus y de Il Mago, apreciaba profundamente tu obra y
había así insistido con Marcelo [Ravoni, gerente de la Quipos de
Milán, representante de la obra de Breccia en Europa] para que me
cediera los derechos de publicación en un volumen de una de tus obras
por mí más queridas: Un tal Daneri.
El libro acababa de imprimirse o puede ser que aún estaba en
impresión cuando me telefoneó Marcelo diciéndome que tú te
encontrabas en Milán y que si me gustaría conocerte
personalmente se podría ir a comer juntos la misma noche.
Recuerdo la emoción con que aquel día fui a la Hosteria La
Carbonaia. Estaba por encontrar al más grande maestro de la
historieta, de la ilustración,... ¿qué digo? un gran artista:
temía estar vestido de forma inadecuada, de tener los zapatos
polvorientos, el pelo en desorden, la barba ya vieja de un día.
Además entonces ni podía armar una frase en español. Al último
momento casi estuve entado tentado de inventarme un improviso mal de
estómago.
Al restaurante llegué primero, en anticipo, como la ansiedad
mandaba. Cuando finalmente llegaste en compañía de Marcelo mi
tensión estaba en el nivel máximo, pero en cuanto te vi se disolvió
inmediatamente. Si yo estaba en tejanos y con el saco
manoseado, tú tenías raídos pantalones de fustán cortos en el
tobillo y por encima una camiseta y un consunto abrigo de piel
(uruguayo, como supe luego... ¿te conté que años
después me compré uno igual en la tienda milanesa de artesanía
de tu país de origen Manos de Uruguay, que usé muy poco
porque lo había adquirido de impulso, pero de verdad me quedaba
muy estrecho?) Pero no fueron los vestidos: fue tu actitud
tranquila, humilde, con aquella incierta sonrisa en los labios,
que me conquistó. Me había esperado un personaje, no
digo arrogante, pero ciertamente sabedor de su propia importancia,
de su propio nivel; y me encontraba delante una persona sencilla,
puede que tímida, y de todas formas amigable y muy, muy dulce.
Fue una comida muy agradable, aunque mediada por Marcelo que hizo pirotécnicamente de intérprete. Digo “pirotécnicamente” porque yo
decía diez palabras y él te hacía una traducción de treinta, así
como una monosilábica respuesta de ti se traducía en un discurso de
treinta más.
Hablamos de todo un poco, y hablando descubrimos que ambos por la
mañana después salíamos para la Feria de la historieta de Treviso: tú en tren, yo en carro. Fue natural decidir de viajar
juntos.
Descubrimos el día después que si hablábamos despacio tú en
español yo en italiano no hacía falta la ayuda de Marcelo, nos
comprendíamos perfectamente. Cuatro horas en carro a la ida,
cuatro días en Treviso siempre juntos, y cuatro horas de vuelta
fundamentaron aquel mutuo conocimiento y aquella amistad que en
los años sucesivos se vino profundizando y
fortaleciendo. Pero determinantes fueron sobre todo los veinte y
pico días que tuviste que pasar enfermo en mi casa: tuvimos todo
el tiempo para contarnos todo el uno del otro, para descubrir
tantas actitudes e ideas en que consentíamos... muy pocas que,
sólo aparentemente, nos dividían (fundamentalmente las opiniones
políticas)....
Querido Alberto, querría seguir, pero tendremos que continuar en
una carta sucesiva. Me comprometí con Silvia [hija de Mogno, gran
amiga y admiradora de Breccia] a acompañarla a la casa de campo
con su hija y tendré que quedarme allí una quincena de días.
Un grande afectuoso abrazo.
Dario» |
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«Caro Alberto,
Sei abituato alle mie lettere per capitoletti: comodo espediente
per mettere un po’ d’ordine in tutto quello che ti devo dire. Sono
certo che scuserai quindi per l’ennesima volta la struttura forse
un po’ burocratica di questa lettera.
Un tradimento?
Comuni amici, ai quali ho chiesto di prestarmi vecchie riviste
argentine in loro possesso, hanno aspramente criticato la mia
intenzione di includere testimonianze dei tuoi primi lavori nella
mostra a te dedicata.
“Sbagli -mi hanno rimproverato-, lo stai tradendo. Ma non lo sai
che già parecchi anni fa ha bruciato lui stesso gli originali di
tutte quelle sue prime cose che, fatte sotto la pressione del
bisogno e fortemente condizionate dai rigidi dettami dell’editore,
riteneva prive di qualsiasi valore?”
Che tu quelle opere non amassi me l’hai raccontato in più
occasioni; e tuttavia, come in più occasioni ho avuto modo di
ripeterti, a mio giudizio hai sbagliato a distruggerle. E,
confortato anche dalle parole d’incoraggiamento di tua figlia
Cristina, non penso davvero di stare perpetrando un tradimento nei
tuoi confronti.
Non voglio negare che i tuoi primi fumetti siano di valore
decisamente modesto: dialoghi infantili per sceneggiature
approssimative e grossolane da un lato, disegni poveri e dal
tratto incerto caratterizzati da macroscopici errori anatomici e
prospettici dall’altro. Ma -lo ricordi sovente tu stesso- avevi
diciassette anni, avevi interrotto le scuole due anni prima e, se
pur avevi la mano sciolta, in realtà non sapevi disegnare.
È proprio per questo che quei primi tuoi lavori sono importanti,
ed è importante che tutti abbiano la possibilità di vederli,
soprattutto i giovani, e tra questi quelli che vogliono avviarsi
alla professione del disegnatore.
In quei tuoi primi balbettii, e in quello che hai fatto di lì in
avanti, sta la prova più stringente di quanto siano fondate alcune
tue opinioni che gli amici ti hanno sentito ripetutamente
manifestare con convinzione:
- che disegnatore non si nasce; lo si diventa con lo studio e con
l’applicazione,
- che ancor meno si nasce artista; bisogna studiare, pensare,
saper vedere dentro e fuori di sé, costruirsi un proprio organismo
culturale, elaborare una propria concezione delle relazioni tra le
persone e tra le cose ... e porsi il problema di esprimere i
propri contenuti interni, e trovare -inventare, se necessario-
gli strumenti per farlo,
- che quindi non ci si può attendere che l’opera d’arte scaturisca
dall’improvvisazione per afflato divino, ma che al contrario lungo,
tortuoso, difficile, e soprattutto mai concluso, è il cammino che
ti porta a dar corpo a opere di un valore che non trovi
riconoscimento solo nelle evanescenti mode del momento,
- che ci sono tanti modi possibili per vivere la propria vita, e
in essa tanti bivi, ma che la via che porta ai livelli umani,
etici, professionali e artistici che tu hai raggiunto è sempre la
meno facile: la coerente difesa della propria dignità e autostima,
della propria indipendenza di giudizio, della propria libertà
espressiva impone volontà, e capacità, di sostenere con costanza,
tenacia e coraggio i più grandi sacrifici.
Evidentemente ci sono tanti altri modi più facili di fare fumetti,
come di dipingere, di scrivere romanzi, di girare film. Ma per chi
non si accontenta: che meravigliosa esemplare lezione nella tua
vita d’uomo, di professionista e d’artista! e in tutta la tua
opera, a partire dai primi fumetti d’appendice di Tit-Bits, quando
non sapendo disegnare copiavi e lucidavi Alfred Andriola!
Un certo Breccia
È una lettera di giustificazioni questa! ¿Ma come? -ti potrebbe
venire da rimproverarmi- Scimmiottando il titolo di Un certo
Daneri, praticamente mi appiccichi l’etichetta del fallito e dell’ubriacone!
Bell’amico sei. Andiamo, Alberto: con quale probabilità di
successo potrei mai tentare di far passare per fallito l’autore,
tra l’altro appunto, di quella meravigliosa opera che è Un certo
Daneri, o per ubriacone uno di cui tutti sanno che al bar ordinava
sempre rigorosamente solo “té con limón”?
Le mie ragioni sono fondamentalmente due.
La prima è che Un certo Daneri è tra le tue opere una di quelle
che amo di più. La amo perché è bella. Ma la amo anche perché amo
te: so, vedo, sento quanto c’è di te in queste strade del
quartiere Mataderos della tua giovinezza, in questi tuguri, nei
magazzini abbandonati, nei bar, nei bordelli che fanno da sfondo
alla vicenda.
E la seconda ragione è che, mentre è tutto da dimostrare che
Daneri sia veramente un fallito e un ubriacone, è certo che con
lui Carlos ha saputo offrirti un personaggio umanamente ricco e
complesso, che per tanti versi ti è profondamente simile. Ricordi
quanti tentativi miei ai tempi della dittatura di discutere con te
della situazione argentina da un punto di vista politico, cui tu
prima o poi opponevi sempre un definitivo “La política no me
interesa”? È vero: la politica non è mai stata tra i tuoi
interessi. Come Daneri, che tra tanta miseria si muove
apparentemente disincantato e indifferente. Ma Daneri non sa in
realtà resistere alla pietà, e finisce sempre per farsi
coinvolgere e per prendere posizione, con costi peraltro sempre
elevati. E tu come Daneri: la politica non ti interessa, ma da
trent’anni spesso con rischio personale altissimo stai facendo più
di quanto abbiano fatto tanti “politici” di professione,
raccontando la tragedia del tuo paese e di tutta l’America latina,
la crudeltà e la stupidità della dittatura, la fame e la miseria
del popolo, gli orrori della tortura e della morte. E forse, come
è capitato a te, anche Daneri a Cuba si sarebbe emozionato
trovando un angolo di America latina ove la gente è sì in una
situazione economica drammatica, ma nel contempo dignitosa nella
sua povertà e fiera delle conquiste di una società in cui a tutti
sono garantiti i diritti alla salute, all’educazione e al lavoro.
(Continuará)
In Italia scrivevano “(Continua)”: oggi che praticamente non
esistono più i giornali a fumetti i giovani forse non capiranno,
ma tra i vecchi non c’è chi non ricordi quella parolina tra
parentesi posta in calce alle pagine delle storie pubblicate a
puntate, a significare che l’avventura non finiva lì, che avrebbe
avuto un seguito nel prossimo numero.
Prima di optare per “Un certo Breccia” avevo pensato di intitolare
così la tua mostra. Anche se di storie a puntate ne hai realizzate
solo, o prevalentemente, nella prima fase della tua attività,
“continuará” è infatti un’espressione che mi pare ben sintetizzare
la tua vicenda professionale e artistica. L’espressione mi piace
perché la tua storia è appunto costantemente caratterizzata dal
rifiuto di considerare il successo come metro del proprio
comportamento, e quindi dal rifiuto di porre la parola fine a un
processo di ricerca e sperimentazione incessante, alimentato di
una totale assenza di autocompiacimento per il risultato raggiunto
e al contrario di una perenne insoddisfazione e tensione al
superamento.
Invece che in testa, “(Continuará)” ho poi deciso di porlo in
calce alla mostra: a significare che con te non è mai detta la
parola fine.
E ho fatto di più: ho utilizzato questo titolo per una piccola
esposizione di lavori dei tuoi allievi, che in qualche modo
costituisce un prolungamento della tua.
Qui sono sicuro di avere la tua approvazione. Questi ragazzi sono
veramente bravi; e, permettimelo, sono nel contempo la prova di
quanto sia bravo tu non solo come autore, ma anche come maestro.
Quando si ha una personalità artistica forte come la tua non è
facile evitare che gli allievi ne rimangano soffocati. Anche qui
sei riuscito in quello che parrebbe impossibile: hai saputo
trasmettere loro tutto il patrimonio tecnico che sei venuto
costruendo in una vita di lavoro, senza però farne dei tuoi
imitatori, e anzi stimolando in ciascuno la ricerca e la libera
scelta dei modi espressivi più idonei a rappresentare il proprio
personale mondo interiore. Di più: sei evidentemente riuscito a
trasmettere loro una più ampia concezione della vita e del lavoro,
se, ora che non puoi più seguirli, essi non si sono dispersi, ma,
riuniti in gruppo, continuano l’impegno intrapreso con te. E nuovi
adepti si stanno aggiungendo al gruppo e avvantaggiando del tuo
insegnamento ... (Continuará).
Penso che sarà per tutti un’emozione scoprire il talento di questi
giovani di El tripero; e scoprire come da te abbiano appreso
qualcosa che va molto al di là del fumetto.
Ti abbraccio con affetto.
Dario» |
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