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H. G. O.

 

Edición de El Eternauta de Clarín, con el rostro de Oesterheld

[ Edición de El Eternauta hecha por el diario Clarín, con la imagen de Oesterheld en portada  © 2000 Clarín ]


Artículo por Javier Mora Bordel 


“Cuando ganemos seremos al fin más respetados”
(Héctor Germán Oesterheld)
 

Lirismo y compromiso.

En la historia de los tebeos existe un buen número de obras que se caracterizan por una voluntad estética: su actitud lírica. No se trata de historietas que se sustenten en la imitación de lo poético, ni tampoco que se valgan de un carácter estrictamente “autobiográfico”. Por lírica hemos de entender aquel conjunto de creaciones que se estructuran en torno al reflejo consciente de una actitud vital. Ni es exclusivo de un género en concreto, aunque sea el género poético el que por naturaleza ha ofrecido mayor espacio y cantidad de recursos a dicha actitud, ni trata de ofrecer un informe detallado de la vida y milagros del creador. Tan sólo es el canal adecuado por el que encauzar la expresión cierta y directa de nuestra verdad interior.

En el caso concreto de la historieta encontramos una diversidad manifiesta de formas y presentaciones de lo lírico que suelen oscilar por regla general entre la parodia ácida y mordaz de la personalidad (como muchas historietas adscritas al movimiento underground entre las que destacan las de Robert Crumb) y el pausado ritmo de las vivencias que conforman la rutina de nuestra existencia diaria (género en el que autores como Will Eisner o Carlos Giménez se erigen como maestros). Aunque el eje es amplio y diverso, las coincidencias en cuanto a su estructura y puesta en escena son evidentes: presencia expresa del autor como personaje protagonista de la trama, representación gráfica atendiendo a los sentimientos del autor / narrador, recurrencia constante a textos de apoyo en los que reflejar estados de ánimo que den testimonio de confidencialidad, de intimidad abierta al lector.

La extensa producción del guionista argentino Héctor Germán Oesterheld responde a la lenta formación de un aliento lírico. Desde sus primeros escritos, Truila y Miltar, sus primeras historietas, “Alan y Crazy” o “Lord Commando”, y sobre todo su primer serial, Bull Rocket, y hasta su abrupta desaparición, todo en Oesterheld se subordina a la consecución de un mismo fin: labrar un espacio narrativo propio en el que desarrollar su voz, real o imaginaria. Oesterheld va abriendo un hueco dentro de su propia narrativa en el que deposita un sin fin de sentimientos despiertos, que no despertados, en su conciencia individual. La suya más que a una evolución paulatina responde a una inclusión progresiva de los distintos fundamentos líricos anteriormente señalados; unos elementos presentes desde las primeras muestras de su trabajo hasta sus realizaciones finales. Fieles testamentos literarios de unos momentos de dolor y pesadumbre en los que Oesterheld halla cierto refugio y consuelo en la dura lucha sostenida contra una sociedad desigual e injusta. Objetivo al que consagró la vida y obra de sus últimos años.

Testimonio.

En 1957 Oesterheld inició junto a Hugo Pratt la publicación de Ernie Pike, uno de los más relevantes cómics bélicos de la historieta mundial por mostrar la humanización de personajes y ambientes épicos a diferencia de otras obras del mismo género. Los autores rompieron con diversos patrones de la época: el maniqueísmo a ultranza (Oesterheld, aventajado discípulo de Conrad, parte de la máxima que ni los héroes tienen por qué ser buenos, ni los cobErnie Pike, en edición recienteardes ruines y malvados); la visión desnaturalizada de la guerra y sus consecuencias (con toda la carga zolesca que pueda tener dicho término siempre y cuando tengamos en cuenta que en el relato épico lo “natural” es ensalzar heroicidades no describir la destrucción resultante); y la exaltación del combate (los héroes de Oesterheld nunca se entregan ciegos a la lucha, tienen miedo de acabar sus días sin el calor de los suyos...)

El cariz renovador es manifiesto, mas Oesterheld y Pratt no propugnaban el rechazo del canon épico tradicional sino su reforma. Para ello Oesterheld (más que la estética a lo Caniff de Pratt) empleó su propia voz, dotó a sus personajes de su ideario de bien social, de fe en el prójimo, y también, de su miedo a sufrir injusticias, y todo ello con la intención de presentar héroes humanizados, reales, dispuestos a sacrificarse por los demás. Una voz que se integra dentro del conjunto épico enmascarada bajo la apariencia de un personaje como Ernie Pike (cuyo rostro era el de un joven Oesterheld, aunque estuviera también inspirado en Ernest Pyle, uno de los más reputados corresponsales de guerra norteamericanos), un cronista de los testimonios de los que jamás tendrían oportunidad de ser escuchados.

Poco tiempo después, Oesterheld emprendió junto a Solano López una de las aventuras que determinaron su estilo propio, junto con Mort Cinder y Watami: El Eternauta, más en concreto su primera parte publicada en Hora Cero desde su núm. 1 (de 4-IX-1957). Es aquí dónde afloraron las primeras muestras de un Oesterheld maduro, reconfortado por la independencia editorial que inauguró un periodo de esplendor en sus letras y en la historieta argentina, junto a Alberto Breccia (para Sherlock Time), Arturo del Castillo (Randall), Solano López (Rolo), Pratt (Ticonderoga)... Todo en la editorial de su fundación Frontera. Era un Oesterheld afable y entregado el de esta etapa; o al menos esa sensación produce la relectura de las primeras páginas de El Eternauta. Un Oesterheld en paz consigo mismo que trabajaba tranquilamente en su estudio hasta bien entrada la noche. ¿Y por qué Oesterheld se presenta como un personaje más de su historia? No debemos pensar todavía en un proceso lírico pleno; éste no ha hecho más que empezar a desarrollarse aunque su lactante aparición dota ya a El Eternauta de un carácter personal que le hace destacar sobre el resto de su producción para Frontera.

Si en Ernie Pike encontrábamos la primera manifestación de estos elementos en pos de una reforma de los esquemas épicos, en El Eternauta hallamos una personalización inicial del mismo. Tomando como excusa narrativa la persecución de un verismo identificador que acercase el tebeo a sus lectores (un guiño a la versión radiofónica de La Guerra de los Mundos de Orson Wells), Oesterheld se ofrece a sí mismo como enlace presto entre el mundo de la realidad y el ficticio. Y al hacerlo muestra también sus pensamientos más profundos: la soledad del Robinson («El Eternauta, inicialmente fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte». Oesterheld, 1994), el miedo o más bien la inquietud ante las sorpresas que a veces puede deparar la vida con la impotencia consiguiente (como reza el abierto final: «¿qué hacer?, ¿qué hacer para evitar tanto horror?»; aunque la nueva pregunta: «¿es posible evitarlo publicando todo lo que El Eternauta me contó?», resulte demasiado artificiosa).

Si Ernie Pike implica ponerle voz a los vencidos por parte de un narrador que relata siempre la epopeya de aquello que le han contado, El Eternauta la concede de pleno derecho. Es ahora el Oesterheld de ficción quién se embelesa con las palabras de quien estuvo allí y que siente, pegado al sillón, tan cercanas como brotadas de un mismo espíritu: «así como hay entre los hombres, por sobre los sentimientos de familia o de patria, un sentimiento de solidaridad hacia todos los demás seres humanos, descubres que también existe entre todos los seres inteligentes del universo, por más diferentes que sean, sentimientos de solidaridad, un apego a todo lo que sea espíritu, que une a los marcianos con los terrestres» (diálogo entre Juan Salvo y un Mano en el continum 4, páginas 346 a 347). Este es el ideario del Oesterheld de la época, el de «un liberal, con ideas socialistas, de izquierda, donde más o menos todo intelectual se sitúa con una visión popular y de justicia social, y de comprensión de los fenómenos históricos que obedecen a las presiones de los países más ricos... Lo que hoy podría llamarse un progresista» (Solano López: 2001), que confiaba ciegamente en el ser humano y en su unión por encima de políticas Norte-Sur, de estados del capital o de lo social. No son, en consecuencia, las palabras sentidas de un personaje, el supuesto malvado que al final resulta no ser más que otro peón movido contra su voluntad, sino las de un autor que pone en boca de otros un pensamiento vivo que modificaría con el paso de los años...Viñetas de El Eternauta, de Oesterheld / Breccia

Revolución.

El 29 de mayo de 1969, 12 años más tarde, Oesterheld y Breccia presentaron en la revista Gente la nueva versión de El Eternauta. La reforma era ostensible, hasta en el apartado gráfico, en el que Breccia alcanzó otra dimensión en la experimentación gráfica y narrativa. El pensamiento de Oesterheld había variado sustancialmente, lo cual traslució su prosa de modo evidente. Si antes la invasión respondía a un ataque masivo contra toda la humanidad y sus miserias, que termina por hermanarse, ahora Oesterheld muestra sus dudas al respecto: «traición inconcebible grandes potencias. Sudamérica entregada al invasor para salvarse. Lucharemos igual por más solos que estemos» (Oesterheld, 1979: 88). Los “sentimientos de solidaridad” interestelares se han convertido en guerra fría, algo que no ha sido fruto de la casualidad.

Hay que retornar a 1959 para hallar la raíz de todo este proceso, al triunfo de la revolución cubana, quizás el hecho más significativo de la Latinoamérica del siglo pasado, que es cuando Oesterheld encuentra la conversión de sus ideales marxistas. La revolución era posible, sólo era necesario creer fervientemente en ella, con pasión, con deseo, con necesidad ferviente... pero claro, desde un planteamiento teórico, pues un padre de familia numerosa lo tiene más complicado, sobre todo cuando tiene que hacer frente a una delicada situación financiera. Frontera iba de mal en peor, la crisis en el sector era aguda tras la época dorada, y la empresa se hundía. Finalmente, y tras un sin fin de vanos intentos por devolverla a flote, la quiebra se hizo patente en 1960 y Oesterheld regresó a su condición de guionista a sueldo mal pagado, renunciando así al sueño de toda una vida. Sus ilusiones de de intelectual de izquierdas chocaron con la más cruda realidad, y sus sentimientos fluctuantes se encontraron y recogieron en la mejor etapa de su carrera, en Mort Cinder, Watami..., ejemplares baladas épicas donde la fuerza y personalidad de sus protagonistas ocultan la presencia de su autor. Pero no estaría de más recalcar como en ellas comienza a gestarse (en estas esencias del antihéroe, del inadaptado a los cánones sociales vigentes), el Oesterheld combatiente.

Fue otro hecho histórico el detonante definitivo. Durante el verano de 1967, un Oesterheld de nuevo relativamente bien asentado en la estandarizada industria, asistió conmovido a la captura y posterior ejecución de una de las figuras por las que sentía mayor respeto nuestro autor: el Ché Guevara. Un años después realizó Vida del Ché Guevara en colaboración de Alberto y Enrique Breccia, una muestra de cómic histórico, de narrador omnisciente que sólo describe la situación, pero donde Oesterheld nos deja intuir pistas sobre su delicada situación personal. A veces la desilusión ante los propios ideales: «Rusia esconde imperio en su comunismo internacional. También Mao hace su juego y siguen el ajedrez y el dividendo y entretanto el piojo y el hambre.» (Oesterheld, 1987: 68); otras, las equivocaciones no reveladas hasta ahora: «El ChéVida del Ché va comprendiendo, equivocaron quienes redujeron todo a lo económico»; el caso es que a veces las respuestas hay que sacarlas directamente del alma: «La revolución sólo dentro del hombre, fuera el hombre lobo, el devorador del prójimo. Es tiempo ya del hombre nuevo, el que trabaja y se juega por el incentivo moral. Sí, la revolución empieza dentro de cada uno (...) el revolucionario verdadero esta guiado por grandes sentimientos de amor... todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en acciones que sirvan de ejemplo, de movilización... el revolucionario se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte.» (op. cit.). Oesterheld parece anunciar en estas líneas su conversión plena al activismo revolucionario, el deseo acuciante de cambiar el mundo, su mundo, el de una América que se va resquebrajando. Y no pudo empezar con mejor pie, no pudo remover más conciencias, como Breccia recordaba: «Vida del Ché provocó una oleada de opinión, sobre todo en el gobierno de Onganía, incluso se publicó una editorial en el diario la Nación vapuleándome a muerte. Eso provocó que la embajada de los EEUU lo comprara y a partir de eso la embajada da parte al SINE –servicio de información del estado- que fue a mi casa y me hizo una ficha» (Martín et. al., 1973). Ironías de la vida, la embajada acabó pidiendo una biografía de Kennedy y el SINE otra del ejército argentino.

Ya puestos en antecedentes, quizás cueste menos entender el giro politizante que H.G.O. imprimió a El Eternauta, a los pocos meses, en febrero de 1969. El proyecto fue un encargo de Carlos Fontanarrosa, editor de Atlántida, que entonces publicaba una de las revistas de mayor tirada en el mercado: Gente. Como no le convencían los dibujos de Solano López, encargó a Breccia una nueva versión supervisada por Oesterheld, presuntamente animado por el éxito que la vigorosa obra arrastraba consigo (incluso en 1962 Oesterheld redactó una serie de pequeñas novelitas pulps en las que continuaban las aventuras de Juan Salvo). Oesterheld comenzó a sentir la necesidad de levantar el velo oculto que rodeaba su entorno, he aquí su verdadero compromiso.

Sin embargo todo quedo en agua de borrajas. La respuesta del público lector fue la de un rechazo absoluto. En el plazo de una década, la temática de El Eternauta había pasado de moda; sumado eso al rechazo que hizo el editor de la experimentación de Breccia, ocurrió el corte de la historia tras apenas dos meses. No quedó inconclusa, por obstinación de ambos autores, pero el fracaso comercial supuso un duro revés para Oesterheld. La historia podía ser buena y estar bien hecha que si el editor se cruzaba de brazos no había nada que hacer. El sentimiento de impotencia de Oesterheld se acrecentó aún más cuando la vuelta de Juan Domingo Perón al país empeoró la ya problemática situación nacional. Este cúmulo de circunstancias dio como resultado su militancia activa desde 1970 en el grupo Montoneros.

Se ignora si este decisivo paso tomado por Oesterheld fue previo a la militancia de sus cuatro hijas (Estela, Diana, Beatriz y Marina ) y yernos. Poco importa, todo esto ya es materia de la leyenda creada en torno a su figura y que se ha visto acrecentada con el paso de los años. El abandono del hogar, la clandestinidad, los continuos trasiegos... fue la tónica dominante de sus días, llevada con el mayor de los secretos. Su esposa desconocía por completo su militancia (acaso también la de las hijas), y el ambiente editorial más todavía. Aparentemente nada parecía haber cambiado pero en realidad todo había dado un giro de ciento ochenta grados. Y la única pista que puede darnos a conocer el sentir de Oesterheld está en su obra.

La primera huella la hallamos en La guerra de los antartes, su vuelta de tuerca de la concepción política planteada tiempo atrás en su revisión de El Eternauta. Las coincidencias son evidentes. Unas por casualidad: Sufrió también dos versiones, la primera publicada en 1970 en la revista 2001, es decir, en un ámbito comercial, y dibujada por León Napoo (Monguiello Ricci); la segunda, de mayor compromiso político al igual que la versión de El Eternauta, cuatro años después, en el diario Noticias, periódico de afiliación montonera, junto a Gustavo Trigo. Otras de modo consciente: la invasión extraterrestre, planteada ahora no como una imposición por la fuerza sino como un sometimiento imperialista a imagen y semejanza de los vividos por los seres humanos desde siempre; la traición de las grandes potencias mundiales a Sudamérica, tanto de EEUU como de la URSS, caras de una misma moneda; la resistencia solitaria del ciudadano de a pie que, desorientando, sólo aguanta gracias a familia y amigos, y debe hacer frente al invasor levantándose en armas.

No se trata de hechos políticos aislados. Todos se enmarcan en un trasfondo épico, empezando por un verdadero Olimpo, una próspera Argentina del futuro convertida en una república popular igualitaria y justa tras “las movilizaciones del 17”. Como bien señala Pablo de Santis (1998): «se suma así a la tradición de utopías que inicia Sarmiento en 1850 con Argirópolis y, ya en el terreno de la ficción, continúan Julio Otto Ditrich en 1908 con su libro Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista y Pierre Quirole en 1914, con la ciudad anarquista americana». En este paraíso desmoronado incursiona el héroe colectivo característico de Oesterheld, que es donde quizás adquiere mayor peso y protagonismo, si bien descrito con exceso de fervor político. Así, el libre albedrío de los personajes (la épica por excelencia), queda desvirtuado por la rigidez conceptual de las ideas de las que se nutre, y la metáfora de la realidad argentina acaba por barrer de la escena todo aquello que debería darle cuerpo y forma. Los personaje son planos, las situaciones tópicas, pero no importa; Oesterheld, o Francisco G. Vázquez (así firmaba en Noticias para mantener oculta su identidad), no buscaba originalidad sino difusión, no en vano formaba parte del comité de prensa de Montoneros, dándole a sus ideas políticas forma de tebeo con todos los recursos aprendidos en algo más de veinte años.

Con todo, ya comienza a traslucirse un lirismo pleno. Aparece un personaje que inmediatamente nos recuerda a Oesterheld, Mateo, llamado por sus amigos el viejo (el mote con el que era conocido en el mundo editorial H.G.O.), padre también de familia numerosa (de cuatro hijos tan implicados como él en la lucha política, en especial su hija Susi, quien tras una refriega contra los antartes desaparece), y sobre todo, un hombre tranquilo y sosegado que de repente ve venirse su mundo abajo y que halla en la resistencia armada la única salida posible: «y había gritos, había consignas. Habrá rabia, ansias de pelea, esperanzas...tan diferente ahora... un enemigo más ajeno aún que los “marines”... ¡más qué nunca se una lucha por la supervivencia!» (La guerra de los Antartes, pág. 71). O sea, otro álter ego de un Oesterheld que pronto haría acto de presencia.Viñeta de La guerra de los Antartes

Resurrección...

El 3 de agosto de 1974 la policía clausuró la redacción de Noticias quedando inconclusa La guerra de los antartes. Curiosamente como en su versión anterior, y desmantelando así el aparato de propaganda de Montoneros. La trágica situación de la Argentina esta en su punto álgido: el peso en bancarrota, inexistencia de diálogo social, paulatino acercamiento al poder de los militares aprovechándose tanto del pánico social despertado por los continuos ataques guerrilleros como de la manifiesta incapacidad gobernativa demostrada por Eva Perón... No es de extrañar que el aparato militar, aprovechándose del cada vez más vacío de poder durante últimos días del Peronismo, gozara de impunidad para recrudecer sus medidas disuasorias. Desde este momento comenzaron a ser arrestados los primeros militantes políticos, y claro, Oesterheld, integrante de la estructura de prensa de Montoneros, tenía razones para temer su detención. Inició una etapa de huidas y venidas, de escondites y camuflajes... Una etapa en la que este vivir oculto acrecentó su leyenda:

Gustavo Trigo: «Eran tiempos difíciles, durísimos, impuros, y todos caminábamos con una culpa intangible por aquella Buenos Aires. Después todo se aceleró, clausuraron el diario, me tomé un tren a Rosario creyendo que era un confín... A Oesterheld lo perdí de vista hasta que me llamó y nos citamos. No lo reconocí: se había dejado crecer un bigote, que no le cuadraba...(...) Una clandestinidad injusta, porque se lo veía hogareño en aquella casa de Becar junto al perro que tenía, tan despeinado como el jardín. Algunas veces, distraído, me parece verlo: me extiende la mano en un apretón desmesurado, planeamos un final para la historia y me invita a un paseo por esta ciudad tan cambiada» (del prefacio a La guerra de los antartes)

Horacio Altuna: «Creo que fue en el 77, no sé. Lo vi como caracterizado, con sombrero y bigote, ocultando su identidad. Yo estaba con Carlos Trillo en un bar y lo vi pasar por la acera de enfrente. “¿Ese es Oesterheld?”. Nosotros pensábamos que estaba preso, pero lo largaron, y después desapareció. Ésa fue la última vez que lo vi, fugazmente.» (Pálmer, 2001).

Solano López: «Al principio tiré la bronca, porque encima a él no se lo veía por ningún lado. Estaba medio escondido, a veces iba y laburaba en la editorial y a veces decían que iba pero no iba nada (...) en esa época no tenía un contacto directo con él. Porque para él era un peligro andar exhibiéndose mucho. Ya en la editorial, el propio Scutti una vez me dijo “no... Oesterheld anda medio en un lío”.» (Solano López, op. cit.)

Podemos imaginar como se sentiría Oesterheld. Solo, sin poder recurrir a nadie por temor a implicarle; cansado de tener que ocultar sus huellas; con miedo hasta de su sombra... Apenas alguna llamada aislada muy de cuando en cuando a cualquiera de las editoriales para las que trabajaba, ingeniándoselas a la hora de cobrar, de cumplir los plazos de entrega, de hacer participe al dibujante de su trabajo. En verdad que muy sólidos debieron ser sus principios para poder sujetarse tan firmemente como lo hizo, sin caer ante la duda o el desánimo. A la fuerza tenían que serlo porque eran lo único que le quedaba; así que o se convertían en parte sustancial de su vida, como un brazo o una pierna más que le ayudara a seguir caminando, o se trasformaban en un yugo imposible de quitar. El esfuerzo de intentarlo, bien merecía la pena, o así nos lo daba a entender en la principal obra de este periodo, aquella donde volcó toda su alma: la segunda parte de El Eternauta, también junto a Solano López.

Aquí se condensan de un modo especial todo el pensamiento y los sentimientos del último Oesterheld, de ese Oesterheld sincero y sin nada que perder que se retrata a sí mismo, oculto, escribiendo a ráfagas, sin poder evitar dar rienda suelta a todo el dolor contenido en su interior. Este y no otro es el mejor testimonio que nos podría legar: un poco su diario de batalla, un poco el cuaderno de bitácora en el que recoger sus impresiones, un poco el legado, la enseñanza final. Y fruto tal vez del proceso evolutivo que hasta este mismo instante hemos venido narrando, o tal vez sólo por simple inconsciencia, el caso es que la voz de Oesterheld toma cuerpo y forma en una nueva epopeya de la condición humana ahora vista a la luz del interior, de una lírica pulcra que revisa unos contenidos épicos demasiado marcados por unos ideales políticos. Vida y obra hermanadas. Las metáforas a este respecto son claras, y el juego de correspondencias, fácil de ver.

El trasfondo: la lucha diaria (tanto por un ideal de justicia social, no permitir el abuso del fuerte, como por una necesidad de supervivencia, de mantener su pensamiento; la clandestinidad (el método de lucha forzoso es el guerrillero); el abandono (atrás queda el pasado y su felicidad por un presente oscuro y sinuoso al que debe enfrentarse); y, sobre todo, un sentimiento de soledad (Oesterheld se pinta a si mismo como un huraño) que a veces parece que se mitiga (la camaradería, el compañerismo, la sencillez de disfrutar de los escasos descansos... Todo ayuda un poco a recuperar fuerzas).

El telón: la presencia expresa (Oesterheld se convierte en un personaje de la saga. Su rol varía del narrador cervantino a una especie de Sancho Panza que acompaña a Juan Salvo, El Eternauta, halla dónde fuere); los textos anejos (el uso de la primera persona es la base fundamental sobre la que se sustenta la obra, donde plasma todas las sensaciones que ha vivido, y que pueden ser compartidas por su contrapartida de ficción); la confidencialidad (los sentimientos puestos en juego por nuestro autor son de una sinceridad encomiable. Plantea sus miedos, sus defectos y sus dudas, y a la vez su sencillez, su vitalidad y su compromiso); la identificación (al tratarse de una obra épica, para alcanzar las máximas cotas de lirismo, el autor debe dejar claro no su desdoblamiento sino su presencia. Así ciertos guiños ayudan a lograr esta personificación. El que Oesterheld reciba por parte de la tribu de las cuevas el mismo mote con que era conocido en su círculo de amistades: el viejo; las referencias reales a su hogar mientras recorre con Juan Salvo el Buenos Aires postnuclear...)

Pero no todo acaba aquí. Necesitamos el eje sobre el que oscila este juego constante de metáforas. El elemento de unión expreso entre el contenido ideológico y el sentimental, que a su vez propugne la conjugación de elementos estéticos épicos con líricos. Éste era la concepción realista del sacrificio desinteresado. A lo largo de la obra los personajes deben renunciar a todo por el bien común («El Eternauta eligió a los maduros porque somos los que ya vivimos, los que tenemos menos que perder. ¿Un comando suicida?». Oesterheld, 1976: 142), lo cual propicia constantes situaciones de heroísmo mártir, como por ejemplo la muerte de Bigua ante el Ello. El dolor que supone la perdida de los compañeros arrastra consigo un sin fin de sombras («por eso nunca quise querer a nadie. Se sufre demasiado», op. cit.: 124) que pocas veces las palabras pueden expresar. En este último caso el ejemplo más evidente es la secuenciación en silencio que confirma la perdida de todos los seres queridos de nuestros protagonistas, en página 196.

Solo en la habitación donde escribió esta historia Oesterheld se pondría en el lugar de sí mismo. En lugar de un yo futuro que se viera en la peor de las situaciones, que tuviera que hacer frente a la desgracia. Lógico. Recordemos que en marzo de 1976, aún en gestación la obra, la Junta Militar encabezada por el general Videla tomó definitivamente el poder en Argentina por «estar agotadas todas las instancias del mecanismo constitucional». Se inicia “por Dios, por la Patria, por la Constitución” lo que se vino a denominar el “Proceso de Reorganización”, es decir, la persecución, detención y desaparición de todo activista político contrario a la dictadura. Ahora piénsese en un Oesterheld con la certeza de saber que tenía los días contados. Es en este instante cuando necesitaba asirse desesperadamente a sus ideas, tener la conciencia de que había hecho lo correcto, o mejor dicho, de que había hecho todo cuanto estaba en su mano. A nadie le agrada morir, eso esta claro, pero «era necesario que desaparecieran (...) pero su sacrificio no será en vano... ¡gracias a ellos todavía podemos luchar contra el fuerte!. ¿Qué importan unas cuantas vidas?» (op. cit.: 165)...

...y muerte.

Primero fue su hija Beatriz en junio de 1976. Quince días después de su desaparición, fue entregada por la policía. Inmediatamente, el resto de miembros de la familia se ocultaron. Un mes más tarde, en Tucumán, desapareció su hija Diana junto a su marido Raúl. Para más INRI estaba embarazada de seis o siete meses. En un acto de condescendencia, el niño no fue asesinado sino ingresado en el Hospital de Niños y luego sería recuperado por los abuelos paternos.

«El 3 de junio de 1977, un año después de haber desaparecido la primera hija, un miembro de los "grupos de tarea", de mala fama, vino para buscar al padre Héctor Oesterheld. Hay numerosos testigos que hoy en día declaran que lo vieron en el campo de concentración conocido como "Vesubio" y más tarde en el denominado "Sheraton". Allí lo retenían junto con un grupo de intelectuales que eran demasiado famosos para simplemente matarlos. La señora Oesterheld no sabía nada del paradero de su marido hasta que un año más tarde le llamó un vigilante del "Sheraton". Durante este tiempo Héctor Oesterheld seguía vivo. amnesty international y colegas de Francia y Belga, famosos dibujantes de comic como él, desarrollaron una campaña intensa en favor de Héctor Oesterheld pero no pudieron salvarle» (Informe de la Coalición contra la Impunidad en Argentina).

Según recogieron Levenson y Jauretche (1998: 116), Oesterheld fue visto en el campo de concentración sito entre la Avenida Ricchieri y el Camino de Cintura,

«hasta que un día apareció en el Regimiento Militar Viejobueno, en Monte Chingolo, provincia de Buenos Aires. Se supo de las torturas que hasta entonces había sufrido y de su firmeza frente a los represores. Aún llevaba un brazo en cabestrillo, como secuela de una fractura.

»Por esas volteretas del destino, resultó que el jefe de ese Regimiento era un aficionado a la historia y conocía la trayectoria literaria de Oesterheld. Por eso, cuando lo tuvo adelante [sic.], le expuso un proyecto que venía acariciando desde antes. Le hizo conocer a Germán su deseo de contarlo como guionista de una aventura histórica sobre el cruce de los Andes por el General San Martín. Le aseguró absoluta libertad creativa.

»Oesterheld no encontró ninguna contradicción entre esa actividad y su militancia, y se dice que aceptó la propuesta. Así fue que lo instalaron en un pequeño aposento dentro del cuartel, proveyéndolo de la literatura y de todos los elementos técnicos necesarios para la tarea.»

Eso no significó que cambiase su régimen de vida. Fue trasladado varias veces y sometido a nuevos interrogatorios, pues aunque se presume que mostró interés por colaborar con el militar interesado en sus historias eso no implicaba acceder a colaborar con los represores. Las cuatro hijas de H.G. Oesterheld

Nunca negoció.

Una mañana, fue sacado de aquel cuartel en el que aún escribía y llevado a otro ignoto lugar.

En diciembre de ese mismo año otro grupo de tarea ingresó en la casa de su hija mayor Estela. La asesinaron junto a su marido, a quemarropa, delante de su hijo de tres años. El niño fue entregado a un orfanato días después.

«Amigos avisaron a la madre. A través de otros amigos llego al mismo tiempo el mensaje, de que la última hija, Marina, la más joven, ya había "desaparecido" a principios de diciembre, y que estaba embarazada en el octavo mes. Últimamente Elsa no tenía contacto con ella por que Marina se ocultaba. Elsa ni siquiera sabía si su hija estaba casada o no.

 »Al recibir el mensaje casi estaba aliviada, aliviada de que todo había pasado. La perenne espera a un mensaje de horror. Ahora no queda ninguna", dijo Elsa.

»Al venir algunos días más tarde, un "grupo de tareas" a buscar a Elsa para "un breve interrogatorio", ella ya no tenía miedo a nada. Dijo a los agresores que podrían matarla inmediatamente, que a ella le daba igual pero que no iría a ningún sitio. ¿Qué más dijo esta mujer que había pasado todo? Los soldados salieron de la casa con las cabezas bajas» (Informe... op. cit.)

Hoy en día, Oesterheld continúa desaparecido. Según algunos informes, ninguno concluyente, muerto ya.

La bibliografía sobre Oesterheld coincide en señalar el 27 de abril de 1977 como el día de su secuestro. Diversas fuentes dicen que fue en La Plata, pero no hay unanimidad. También se ha concluido que estuvo preso al menos hasta enero de 1978, según testificó Eduardo Arias, el último argentino vivo en verle, en un «estado terrible» (García y Ostuni, 2002: 140). Se cree que murió en Mercedes, población bonaerense cercana a la capital porteña, en el primer trimestre de 1978.

Sólo le sobrevivieron su esposa Elsa Sánchez de Oesterheld y sus dos nietos, Fernando y Martín Mórtola Oesterheld.

Aún hoy los asesinos de su familia siguen sin haber pagado por sus crímenes. En casos así sobran las palabras pero más aún los silencios. Descansen en paz.

 Bibliografía:

De Santis, P. (1998): “Prólogo”, La guerra de los antartes, Colihue: narrativa dibujada (serie del aventurador), núm. 4, Buenos Aires

García, F. y Ostuni, H. (2002): “El Eternauta”, en Revista latinoamericana de estudios sobre la historieta, núm. 7 (vol. 2), La Habana (es cita de un fragmento del libro Nunca más, del Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, 1985)

Levenson, G. y Jauretche, E. (1998): Héroes: historias de la Argentina revolucionaria, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires

Martín, A., Giménez, C. y García, L. (1973): “Un autor de hoy: Alberto Breccia”, entrevista en Bang!, núm. 10, Barcelona

Oesterheld, H.G. (1975): “Prólogo”, en El Eternauta, Ediciones Record, Buenos Aires

Oesterheld, H.G. (1976): El Eternauta, segunda parte, Record, Buenos Aires

Oesterheld, H.G. (1979): El Eternauta y otros cuentos, Nueva Frontera: Biblioteca Tótem, núm. 4, Madrid

Oesterheld, H.G. (1987): Ché, Ikusager Ediciones: Imágnes de la Historia (serie América), núm. 12, Vitoria / Gasteiz

Pálmer, O. (2001): “Horacio Altuna” (entrevista), en U, núm. 22, Asociación Cultural U, Madrid

Solano López, F. (2001): “En primera persona: Solano López”, en El Eternauta, Ancares editora, Buenos Aires


VÍNCULOS:

Mort Cinder, por Mora Bordel
Mort Cinder, por Laura Vazquez
Otra lectura política de El Eternauta, por Laura Vázquez
 
Fotografía de la placa a Oesterheld en Buenos Aires
Albúm fotográfico de Oesterheld
Entrevista a Elsa Oesterheld y a su nieto

Documento con referencias al fusilamiento de Oesterheld


[ © 2002 J. Mora Bordel, para Tebeosfera 021005; con aportaciones de Jorge García y Antonio Martín incluidas en III-2003 ]