EL CREADOR... SU CRIATURA
Un muchacho de 11 años era Gago cuando estalló la guerra civil
española, la peor experiencia que puede conocer un niño de tierna
edad. La fratricida e inhumana guerra civil dejó su huella
indeleble en el país y en sus habitantes.
Y
en aquel muchachito.
El horror no se puede borrar con una varita mágica. Está ahí,
presente, aunque se hagan todos los esfuerzos por olvidar y se
rechace con todas las fuerzas que uno posee. En las profundidades
del ser humano quedan latentes los estigmas de la barbarie que
necesitan un exorcismo artístico. En el caso del artista, ese
exorcismo será su obra, en particular El Guerrero, canto humano, a
la vez individual, patriótico y universal.
Cuando se apagó el fuego de la batalla y se ensordeció el fragor
de las armas, cuando dejó de cabalgar el jinete de la muerte y se
secaron los ríos de sangre, vinieron las secuelas inevitables del
crimen: la posguerra con su represión política y religiosa, el
hambre y la miseria, las privaciones y la enfermedad, la
frustración y la ilusión del futuro (incluso la falsa lealtad de
la que hablamos antes).
Aquel muchachito tenía a su padre en la cárcel por haber estado en
zona roja, lo que aumentó las dificultades financieras y afectivas
de la familia. Sueños nocturnos donde se manifiesta el
inconsciente. Sueños diurnos donde la imaginación trata de escapar
de la dura realidad, deseando enterrar las miserias, privaciones,
injusticias, temores... y el espectro de la muerte cerniéndose por
doquier. En el lecho de un hospital de Albacete, el jovencito
luchó a muerte, como uno de esos colosos que tan bien sabía
dibujar. Allí dibujaba. Allí soñaba y quizás allí empezó a
germinar la idea del Guerrero. Surgido de un sueño o de una serie
de sueños, quizás, incluso, de una pesadilla, el personaje que
lucharía eternamente, sin jamás encontrar la felicidad, empezó a
cobrar forma, fruto del fondo del ser del dibujante, obsesionado
por la muerte, amante de la vida, de su tierra, del ser humano.
En toda obra hay una parte consciente y otra inconsciente. De su
lectura de Los cien caballeros de Isabel la Católica,
de Rafael Pérez y Pérez, como él mismo dijo, le vino la idea de un
caballero de la Reconquista. Yo creo que también influyó otra obra
del mismo autor: El caballero del casco. Y me parece
evidente la parte inconsciente de la creación. Es mi
interpretación, mi sentimiento, mi convicción profunda. La
fascinación del personaje, que ha permanecido hasta hoy, se
explica en parte por ese lado inconsciente.
Los héroes más
nobles son los que más sufren,
pues el respeto a los principios morales y humanos es lo que
hace de ellos víctimas en el pleno sentido de la palabra. Al mismo
tiempo, sufrimiento y experiencia hacen de ellos seres
comprensivos, buenos. Es el caso del Guerrero y también de otros
personajes de la serie, en particular Don Luis.
NIÑEZ Y JUVENTUD DEL GUERRERO
Casi nada sabemos de la niñez y juventud del Guerrero. Cuando
aparece ya es un adulto, un fornido joven de veinte años. Pero se
nos desvela su origen y a partir de ahí podemos imaginar lo que
fue su niñez y primera juventud.
Agudísimo e intransigente defensor de Manuel Gago y su obra,
Francisco Tadeo Juan, con su peculiar fraseología, dijo con mucho
acierto que es
«
(…) la vida de un desplazado social criado y entrenado para matar,
hijo de una mujer encinta y violada durante veinte años, callando
y ocultando la verdad a un raptor, y al mismo tiempo invasor, que
le hubiera matado el hijo que llevaba en las entrañas a la menor
sospecha.» (“La saga del Conde de Roca, dicho el Guerrero del
Antifaz”, en Comicguía. Historia de una revista sobre comics,
Valencia, 1997).
La niñez del Guerrero fue el calvario de una madre. Aquella
mujer, virtuosa y hermosa, enamorada y fiel a su esposo,
profundamente cristiana, es raptada por el invasor moro Ali Kan en
los primeros días de su preñez. Violada y convertida en la
favorita del reyezuelo moro, tiene que llevar su calvario durante
veinte largos años. Su única alegría es su hijo, el fruto de su
amor por el conde de Roca. Y aquí veo yo un paralelismo con un
antiguo y famoso personaje de la antigüedad: Moisés, al que sus
padres tuvieron que abandonar en las aguas del río Nilo para
salvarle la vida. De la misma manera, la madre de Adolfo esconde
el origen de su hijo y Ali Kan lo cree suyo, dándole una educación
guerrera, entrenándolo para matar cristianos. Moisés fue educado
en la corte de Faraón y llegó a ser famoso. Pero lo que es
evidente, es que la madre de Adolfo le enseñó su fe cristiana, aun
sin revelarle su verdadero origen. Amando a su madre, Adolfo tuvo
respeto por las creencias de su progenitora, por lo que, cuando
conoció la verdad y comprendió la maldad de su supuesto padre, no
le fue difícil el abrazar el cristianismo. Moisés, en cambio, sí
conocía su verdadero origen, y fue educado por su madre quien le
sirvió de nodriza. Y, como Moisés, el Guerrero se convirtió en una
especie de Libertador (título de otra serie famosa del
dibujante), pero aquí se para la tenue comparación entre ambos
personajes.
Podemos pues imaginar la infancia y desarrollo de aquel niño cuyo
trágico destino iba a poblar nuestra imaginación durante tantos
años. Un muchacho hermoso, fuerte, amado por su supuesto padre,
instruido en todas las formas de combate, en la educación árabe y
musulmana, pero también, por medio de su madre, amamantado en la
educación cristiana.
La madre de Adolfo representa bien a todas esas madres españolas
que sufrieron el martirio de la guerra y cuya alma se desgarraba
al ver a sus hijos destruyéndose en el enfrentamiento fratricida.
La guerra fue una violación continua de aquellas madres. Y, como
ellas, fue capaz de aguantar tanta penalidad y tanto sufrimiento,
con la esperanza puesta en aquel que llevaba su sangre.
EL CABALLERO ADULTO.
Perfecto jinete, el Guerrero a caballo simboliza no solamente la
lucha constante, sino también el autodominio del personaje y su
dominio sobre los demás. Como caballero, significa la lucha
espiritual que él lleva, que cada uno de nosotros llevamos. Así,
el caballero es la espiritualización del combate, por dedicación a
una causa y por la lucha interior que lleva el personaje. El
Guerrero vive el combate como un amor y el amor como un combate.
Las galopadas incesantes representan la huida hacia adelante, la
acción embriagadora y la impetuosidad del deseo del ser humano.
El atormentado ser del Guerrero es objeto de odio y amor, esos
sentimientos tan opuestos y tan semejantes al mismo tiempo. Son
ellos la razón de vivir del héroe. Los necesita. Sin ellos no
podría existir.
La proyección del amor de Gago está reflejada en la romántica
expresión de tales sentimientos exacerbados, expresados por los
personajes que rodean al protagonista y que están fascinados por
su personalidad. De ahí que tanto hombres como mujeres expresen
amor, devoción y amistad al esforzado héroe. Desde su escudero
hasta piratas, desde simples campesinos o mujeres de harén hasta
princesas moras y nobles cristianas. Sus enemigos también están
fascinados por el héroe al que manifiestan respeto y temor, una
fascinación que también ejercía el Cid. Y los lectores eran tan
variados como los personajes. Era una serie que gustaba tanto a
niños como a mayores de todas las clases sociales, hombres y
mujeres. No dejaba indiferente a nadie.
Sin quererlo, sin darse plenamente cuenta de ello, pero por lo que
sentía en lo más profundo de su ser, Gago llegó a describirnos, en
un sutil paralelismo y en un simbolismo innato en él, la dura
realidad española. Y los lectores, sin percibirlo del todo a
veces, pero con ese instinto propio del ser humano, se reconocían
en esas aventuras trepidantes que disimulaban la realidad.
La Reconquista fue una guerra civil. Los árabes de entonces
estaban en España desde hacía ocho siglos, así es que muchos ya
eran españoles. Y Gago se puso entero en su personaje. La guerra
fratricida puso al mismo nivel a individuos de todas clases, a
ricos y pobres, a cultos y analfabetos, todos iguales ante la
barbarie y la muerte. Calvario
de una nación, de un pueblo. A Unamuno «le dolía España». A Gago
también. Por eso trazó con su pincel un via crucis heroico.
El Guerrero porta en su pecho una cruz, pero ésta no es una
simple ostentación de creyente. Representa la cruz que el Guerrero
llevará siempre, oprimiendo su corazón, como un Calvario
constante. Es el sempiterno estigma del creador, traumatizado por
los acontecimientos de los que ha sido testigo. En realidad lleva
la cruz a cuestas, en la espalda, pero si gráficamente fuera así,
la capa la taparía y encontramos aquí el símbolo del embozo, del
disimulo, del silencio, como el casco, símbolo de
invisibilidad y de invulnerabilidad como el antifaz,
símbolo del subconsciente, para encubrir la personalidad. Por
regla general, el enmascarado esconde una personalidad, una
identidad que debe permanecer secreta. El Guerrero tiene dos
máscaras, puesto que esconde dos personalidades, dos identidades:
la del hijo de Alí Kan, derribador de cristianos, y la del hijo
del Conde de Roca, derribador de moros. Rechazado, odiado y
perseguido por ambas comunidades rivales, su máscara es doble.
Como doble es la máscara del español que tiene que sobrevivir bajo
el franquismo, pero que, al mismo tiempo, tiene que justificar su
pertenencia a las izquierdas o a corrientes de pensamiento,
incluso religiosos, que no armonizan con las doctrinas oficiales.
Es el caso de miles de españoles que tuvieron que sobrevivir a la
dictadura franquista, sin hacer compromisos con relación a la
república o a sus ideologías personales. Como tantos españoles de
entonces, presas del miedo por el terror imperante, el héroe tiene
que construirse una nueva identidad para ocultar su vida anterior,
e incluso su vida interior.
Y
más allá de eso, la vida misma del Guerrero es la prueba de la
condición existencial del hombre. El fantasma del porqué,
la maldición de la vida y la muerte, de las causas humanas de la
enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Cuando se creía moro,
el Guerrero fue un gran matador de cristianos. Ese fue su pecado,
que, como el pecado original de la Biblia, el pecado heredado,
arrastrará toda su vida y cuyos efectos solo podrá soportar
mediante su entera dedicación a la lucha, una lucha eterna y
desesperada contra el Mal, simbolizado por todos los enemigos que
aparecen a su paso. Además, esa cruz del pecho la lleva como un
tatuaje, como una marca impuesta por el orden religioso y de la
que no puede despojarse. Solo cuando lleva sus ropas de noble
(raramente), puede dejar aparte la cruz, pero la quietud, la
inacción, son impensables para el héroe.
Cuando realmente se libra de la cruz sobre el pecho es cuando se
desnuda. Entonces aparece su hermoso cuerpo de atleta, triunfo del
cuerpo libre, del hombre libre, sobre el fanatismo esclavizador.
Por ello, Gago es un gran dibujante del cuerpo humano, el
masculino, hercúleo, ágil, hermoso... Su obra pone de manifiesto
la figura humana, esa obra maestra de la Creación, descuidando
todo lo demás. Todo es excusa para mostrarlo y provocar la
admiración, siendo las ropas que recubren los cuerpos una simple
manifestación de la censura impuesta y auto impuesta. El dibujo de
la figura forma parte de la naturaleza del dibujante, le sale
espontáneamente. El sueño de Gago es la perfección del cuerpo
humano. La enfermedad, representada por las heridas, es el estorbo
constante al desarrollo y mantenimiento del cuerpo, esa máquina
tan maravillosa. Y la muerte pone fin a su funcionamiento, esa
muerte que fue la compañera de todo un pueblo durante la
desgarradora guerra civil. La pintura del cuerpo humano es en Gago
un canto a la vida, a lo que podría ser si el hombre no fuera
cruelmente víctima de su triste condición, de su esclavitud a la
muerte.
Para aliviar la angustia, el dolor, la desesperación, la espada
cruciforme lanza mandobles a diestro y siniestro, cortando,
raspando, punzando, atravesando. El Guerrero cabalga, salta,
corre, surca los mares, como huyendo de su propia condición
lastimera, pero solo la muerte lo podrá detener. Acepta su sino
errante con un estoicismo digno del más puro monje de claustro.
Gago, como millones de españoles, no tuvo más remedio que aceptar
su situación y luchar por la subsistencia. La rebelión no le
conducirá a nada. Lo que le ayuda a soportar las dificultades y
las enemistades es enfrascarse en su propia vida de lucha y hallar
la satisfacción de hacer el bien y ayudar a otros, lo que le
permite tener verdaderos amigos. Como un Redentor, carga con el
horroroso pecado de la guerra civil, asume las consecuencias de la
guerra y su vida será una eterna tragedia en aras de la expiación
del pecado y en la lucha por el bien y contra toda injusticia.
Gago vive así. Su lucha es el dibujo, la creación de personajes,
la narrativa heroica, la ayuda a familiares y amigos, el sueño del
poeta y la generosidad del hombre común.
El Guerrero ama. Sueño del amor imposible, frecuente en la
obra de Gago, que simboliza el deseo inalcanzable de llevar una
vida normal y feliz. Nunca alcanzará la realización de sus sueños.
Consciente de que la rebelión no le conducirá a nada, acepta su
situación, transformándola en sueño, poesía.
La tragedia del Guerrero parecía ir a tener un final feliz al
terminar la primera parte con la boda y el perdón y rehabilitación
del héroe.
Pero la pirueta, el guiño, la realidad, es lo que el autor nos
indica. No, el final feliz es una mentira para acallar los
tormentos e inquietudes de personajes y lectores. Las aventuras
continúan. Es decir, la tragedia continúa. El final feliz solo era
una apariencia más. Como cuando se promete el cielo a los fieles
crédulos. Como cuando se promete la felicidad al aceptar la
sociedad en la que uno vive oprimido. Este falso final es una
burla más. Y el Guerrero vuelve a colocarse la máscara y a
guerrear.
No fue la pretensión de Gago el hacer política. Pero en él,
un artista sensible, una persona fundamentalmente buena, la sátira
social, la denuncia política, la rebeldía latente, eran
simplemente y sublimemente intuitivas, innatas, epidérmicas. Y se
manifestaron con gran dignidad en su arte.
Si en evidencia se ponen los nobles señores, otra evidencia
resalta con ello: el pueblo está dominado, amordazado, trabaja,
sufre y guerrea sin esperanza, a menos de confiar en su Dios que
les promete el cielo en recompensa, si son «buenos».
Gago es provocador y conciliador a la vez. Más allá de la
intención consciente y de lo imputable a la responsabilidad
personal, la ambigüedad que podemos encontrar en su obra, deriva
esencialmente de los condicionamientos objetivos a los que se
encontraba sometida la creación artística de la época: el ingenio
tenía que doblar la cerviz ante el poder y sólo podía darse a
conocer, es decir, sobrevivir, transigiendo, o aparentando
transigir. El discurso de la censura obligaba a practicar el juego
de la desfiguración y de la ambigüedad, del disimulo y del
ingenio.
Aquel hombre, aquel artista, cuyos dolores y sentimientos, gozos y
amores tan bien había plasmado, consciente e inconscientemente, en
sus personajes, se vio en cierto momento tildado de franquista, de
reaccionario, de fascista, de beato retrógrado, de mala influencia
embrutecedora entre los jóvenes lectores. Tras la opresión de la
dictadura vino entonces la falsa acusación traída en el nombre de
la libertad democrática.
¡Cómo debió
sentir su sensible corazón ese desgarro, esa puñalada asestada por
la incomprensión!
Pero aquel hombre bueno no tenía necesidad de hablar, ni de
polemizar, ni de irritarse. Permaneció impasible, como con la
actitud de Cristo ante sus acusadores. Ahí está su obra. ¡Que
hable ella! Y que testifiquen aquellos que lo conocieron, directa
o indirectamente.
La obra continúa.
Y
en ella no existe el estatismo. Los personajes siempre
están en movimiento, andan a grandes zancadas, corren, saltan,
cabalgan. Se mueven antes de morir. Cuando están parados es
en la conversación que se mueven, en los sentimientos, en la
tensión dramática de los acontecimientos que están sucediendo o
que van a suceder, haciendo así también avanzar la acción. Cuando
se reposan es la mente la que está en movimiento, aportando la
emoción, la angustia, los temores, los sueños, las frustraciones.
Todo ello indica la necesidad de evasión, de escapismo, la
necesidad de huir, de liberarse de ese país encerrado, de esa casa
donde se está prisionero, de esa mente que ansía la libertad.
Los viajes al extranjero podrían parecer liberadores, y en cierto
sentido lo son, por la sensación de cambio y ampliación del
espacio vital. Pero aún ahí la lucha continúa, o el Guerrero se ha
desplazado llevado por circunstancias aventureras o para ayudar a
alguien. También hay pues sufrimiento, opresión y soledad en el
exilio, obligado o voluntario, y hasta en países aparentemente
libres el hombre es oprimido. Aun allende los mares el Guerrero
permanece encerrado, cautivo, atormentado como en la vieja España
tradicional.
El honor y la dignidad humana son burlados y despreciados por los
poderosos en toda sociedad. Una constante, propia de la aventura,
pero que toma aquí una proporción particular es la de las
mazmorras y subterráneos, con sus salas de torturas y sus cadenas.
El simbolismo es claro, pues representa bien ese terror de las
sombras y el encierro, del aislamiento y la tortura. La mayor
parte de las veces se encuentran en los sótanos, hacia el interior
de la tierra, cerca del infierno, lugar de tormentos. Tras la
guerra civil, el espectro que se cernía sobre la población vencida
era la cárcel, experiencia traumática que muchos conocieron y los
marcó para siempre. En el Guerrero son numerosas las escenas de
encarcelamiento y torturas, alusión a una desdichada realidad,
pero que en su caso no se limita a un marco geográfico particular.
Va mucho más lejos, es universal. Así defendió Gago los derechos
humanos a nivel planetario. En esto su obra es siempre actual.
En efecto, no sólo la prisión literal existía. También el
aislamiento de España y, sobre todo, la prisión moral, la cárcel
de la opinión y la libre expresión, simbolizadas por lóbregas
mazmorras, cadenas de hierro y tormentos inquisitoriales. Y más
allá de la España real y cotidiana, es símbolo de la esclavitud al
entero sistema religioso, político y económico, que bajo
apariencias de libertad, continúa oprimiendo, torturando y
matando, sometiendo a la impotencia y la muerte a la humanidad
entera.
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