Los tebeos han sido denigrados, despreciados, acusados de las
peores cosas, incluso de pervertir a los jóvenes e inducirlos al
crimen, o de ayudar a propagar las ideas de un régimen
totalitario, todo esto hasta por personas bienintencionadas pero
que sólo veían un aspecto de la cuestión, secundario, la mayoría
de las veces, o se dejaban influir por corrientes de opinión o por
adversarios malévolos de esta forma de expresión.
Tengo que confesar que, sin quererlo (pues yo siempre deseo
respetar las ideas ajenas), a veces me he ofuscado, irritado,
hasta enfurecido, por ciertas frases, ciertas opiniones o por
ciertos artículos o libros que han mancillado la memoria y la obra
de algunos que, como Gago, pretendían simplemente distraer,
ganándose la vida, más o menos bien, por medio del oficio que
amaban y que les apasionaba. Afortunadamente, la razón siempre
triunfa y los denigradores han sido aplastados bajo el peso de los
muy numerosos defensores de este arte en general, y de Manuel Gago
en particular. La prueba está ahí, con varios volúmenes
consagrados ya al artista. Y sabemos que cuando una obra suscita
controversias y provoca en los lectores reacciones íntimas y
apasionadas, estamos ante una obra de arte. La obra de Gago está
llena de sublime belleza. Su existencia, su VIDA, dan testimonio
de esta belleza. Ya dijo José Echegaray, en su discurso de ingreso
en la RAE: «Esto gusta, agrada, admira, conmueve o deleita al
mayor número, pues, sin duda, ALGO tiene para producir
tales emociones estéticas, pues en ese ALGO debe residir la
BELLEZA.»
Las grandes obras no nacen por casualidad ni tienen éxito debido
al azar. Son fruto de una época, de una situación, de unas
circunstancias. A su vez, esas obras influyen en su época y en los
individuos de la sociedad en la que se han producido. Algunas
llegan a ser mundialmente conocidas, ya sea en su época o en
épocas posteriores, otras desaparecen en las cenagosas aguas del
pantano del olvido.
El Guerrero del Antifaz
es una gran obra, una obra maestra. Y si no ha tenido ni tendrá
nunca éxito fuera de nuestras fronteras, no importa. Porque esta
obra máxima de la historieta española marcó su época, varias
generaciones de lectores e incontables artistas que fueron
influidos por ella. Se ha hablado de una “escuela valenciana”, de
la que el autor, Manuel Gago, fue iniciador y máximo
representante.
El hombre es el resultado de una educación. A esta educación se
añaden las circunstancias de su vida, incluso los elementos
económicos y su experiencia personal. Todo ello forja al
individuo, lo moldea, le hace llegar a ser él mismo un instrumento
más de la cultura que transmitirá, por medio de la educación o por
su esfera de influencia, a otros. Reconocemos también que toda
obra de arte del hombre es una expresión del más bello sentimiento
del ser humano: el amor. Una obra de arte es una expresión de
amor. Por eso Manuel Gago nos ha transmitido su amor, y hoy lo
reconocemos y le correspondemos. Además, todo creador sabe que su
creación siendo un don a los demás, éstos hacen suya la creación y
crean a su vez sobre ella, pensando, hablando, escribiendo,
soñando.
Soy un admirador de Gago, pues fue el dibujante que me acompañó
con sus obras durante toda mi infancia y mi juventud. De Gago lo
admiro todo, hasta sus defectos. Si siempre me interesé por la
historieta y siempre busqué y leí a los mejores artistas,
deleitándome con sus obras, a Gago nadie pudo ni podrá reemplazar.
Él es la historieta de aventuras por excelencia y ha marcado el
género en España para todas las generaciones de dibujantes habidos
y por haber, mal que les pese a algunos. Si podemos reconocer al
Hal Foster de Tarzán y el Príncipe Valiente, al
Hogarth de Tarzán, al Alex Raymond de Flash Gordon y
Rip Kirby y al Milton Caniff de Terry y los Piratas
y Steve Canyon como modelos del arte gráfico de la
historieta (a quien todo el mundo ha copiado), yo pienso que ese
arte es el fruto de una técnica, hábil, excelente, admirable, pero
con una cierta falta de CORAZÓN, que, sin embargo, con
técnica plástica inferior, abunda y desborda en Gago.
El Guerrero es mucho más que una obra cualquiera, va mucho más
allá de lo que la simple apariencia nos puede mostrar. Aprendamos
a mirar de otra manera, estar atentos a lo que percibe nuestro ser
más íntimo, a lo que realmente nos transmiten nuestros sentidos
físicos, a nuestro ser interior. Cada idea, cada imagen, es una
revelación, una descarga eléctrica que habla a nuestro ser, a
nuestro consciente, pero también a nuestro inconsciente. Por ello,
a veces percibimos cosas sin darnos cuenta, sin comprender
plenamente, las relegamos a un rincón de nuestro ser profundo y
allí quedan durante tiempo. Esta percepción nos transmite
pensamientos, mensajes, sensaciones, imágenes, sentimientos,
enseñanzas, experiencias. Nos influyen, nos reconfortan, nos
provocan alegrías y tristezas. Y luego vuelven. Un día. Más tarde.
Podemos interesarnos por nuevos dibujantes, nuevos personajes,
descubrir otros, antiguos o modernos, que no conocíamos, pero, al
final, volvemos con cariño a nuestro Manuel Gago, a nuestro
Guerrero del Antifaz, a aquel que nadie puede reemplazar.
TIERRA DE CASTILLA
El Cid
fue el personaje cumbre de la Edad Media, el momento literario
castellano que caló hondamente y para siempre en el pueblo español
como representante del héroe por excelencia. El Cid «eclipsa a
todos los héroes poéticos que le precedieron y de quien puede
decirse que resume toda la savia de nuestra poesía histórica, y
que es la más alta encarnación y representación de ella»
(Marcelino M. Pelayo: Estudios y discursos de crítica histórica
y literaria). El erudito Menéndez Pidal, en Flor nueva de
romances viejos escribió también que el héroe castellano
«representa para nosotros el grado supremo del ideal caballeresco,
tal como fue entendido por nuestros padres en la Edad Media (...)
sagrado símbolo de toda nobleza, de toda lealtad, siempre
imponente, siempre vencedora... siempre combatida.»
Guardando las proporciones, me atrevo a decir que el fenómeno de
El Guerrero del Antifaz fue popularmente comparable y permanece
como el monumento por excelencia de la historieta española. Por
eso, el primer artículo que escribí sobre él para la revista
Comicguía (núm. 26. Invierno 1993-94) llevaba el título de
“Polvo, sudor y hierro, el Guerrero cabalga”, haciendo referencia
al Cid y en homenaje al gran poeta Manuel Machado en su poema
“Castilla”.
¡Castilla!...
«¡Sagrada tierra de Castilla, grave y solemne como el mar, austera
como el desierto, adusta como el semblante de los antiguos héroes;
madre y nodriza de pueblos, vivero de naciones, señora de
ciudades, campo de cruzadas, teatro de epopeyas, coso de
bizarrías, foro y aula, templo y castillo, cuna y sepultura, cofre
y granero, mesa y altar; firme asiento de la cruz y del blasón,
del yelmo y la corona; crisol de oro, yunque de hierro ...
¡¡salve!!»
(Ricardo León: “Canto a Castilla”, en El amor de los amores)
El autor Gago, vallisoletano, aun describiendo con gran afecto
tierras mediterráneas y soleadas, supo plasmar en su obra el alma
de Castilla y del castellano, su propia alma.
Castilla, cuna de epopeyas heroicas, dio origen a famosos cantares
de gesta que han quedado como excelso patrimonio histórico y
poético. Manuel Mira y Fontanals lo describe así:
«El héroe es, ante todo, guerrero cristiano y español, esforzado
campeón de la patria, ora sean los enemigos extranjeros invasores,
ora los vecinos sectarios de Mahoma. Mas, por otro lado, este
héroe se presenta las más veces desavenido con el monarca, a
efecto del mal proceder que al último se atribuye, cuando no de
los agravios inferidos a la nobleza por los reyes sus antecesores
(véase el Rodrigo, v. 374): situación diversamente graduada
desde Fernán, que aspira a la independencia, hasta el respeto del
buen vasallo que no tenía buen señor, del Mío Cid,
conquistador de un reino. Por lo demás, la contienda se ciñe a la
declaración de un derecho y no se convierte en hostilidad
definitiva, y más que lucha de una clase con la monarquía se
presente como acto particular y aislado; el héroe es de
esclarecido linaje, pero no debe a sus antepasados, sino a sus
propios esfuerzos, el puesto aventajado a que ha ascendido; su
vida trabajosa contrasta con la más regalada del mismo monarca o
de los caballeros cortesanos; al paso que su franqueza y lealtad
con la doblez y astucia de sus enemigos. Y aquí hemos de recordar
que éstos no son siempre el monarca o potentados, de superior
jerarquía, sino a veces un molesto vecino o un mal pariente, que
más o menos tarde reciben el castigo de su temeridad o de su
felonía.» (De la poesía heroico - popular castellana).
Esta descripción cuadra perfectamente con nuestro personaje. Así
que podemos clasificar la serie de El Guerrero del Antifaz
como un verdadero cantar de gesta contemporáneo, concebido,
cantado y recitado por un creador, narrador y poeta, un auténtico
castellano, como lo es su autor.
Como el Cid, el Guerrero es un personaje trágico, víctima de
maldades y envidias, sufriendo en su carne las heridas de los
combates y las penalidades, sintiendo en su alma los desprecios,
el amor imposible, el destierro, debiendo sufrir el anonimato y el
odio tanto de moros como de cristianos. Permaneciendo sin embargo
fiel a sus ideales y a la nobleza de sus principios. Y leal a los
Reyes, a pesar de sus iniquidades, pero lealtad forzada por la
impotencia a derribar lo que está firmemente y despóticamente
establecido. Es una lealtad ficticia, que espera un cambio que
sólo está en manos de un Ser superior.
El Guerrero se convirtió también en el héroe español por
excelencia. Un héroe trágico, austero, rodeado de personajes
dramáticos que dan una visión auténticamente dramática del español
y sus condiciones de la época. Un español del que ha desaparecido
la fiesta, la risa, el gozo, la felicidad. Su situación hace que
la única aparente salida es la muerte: la de sus enemigos y la de
él mismo. Por eso juega con ella, se burla de ella, la desafía
constantemente, desesperadamente. Es la lucha hasta el fin. Y como
España, el norte de África y países adyacentes no bastan para
proveerle enemigos, sale hasta países remotos, mostrando así la
universalidad de su ser y de su lucha. Es una lucha contra la
condición humana, un grito de rebeldía, una llamada de socorro, un
canto a la vida, una negación de la muerte.
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